MEDIACIONES
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SUMARIO: I. El Mediador: Biblia y teología: 1. Antigua Alianza; 2. Jesucristo mediador: 3. Acción visible de Jesús invisible - II. Naturaleza y funciones: 1. Naturaleza; 2. Función; 3. Mediaciones personales - III. Vivencia teologal: 1. Inmediatez en las mediaciones; 2. San Juan de la Cruz; 3. Discernimiento - IV. Variedad de mediaciones: 1. Tipos; 2. Complementariedad; 3. Armonización vocacional - V. Caída de mediaciones: 1. Situación actual; 2. Causas - VI. Reeducación: 1. Principios; 2. Orientaciones; 3. Mediación cultural.


"Mediación" es un concepto fundamental de la teología tomado de la revelación. Se presenta en varias denominaciones directas: mediador, medios, mediaciones; y en numerosas denominaciones equivalentes. Hay una teología de la mediación, que destaca y explica las múltiples conexiones existentes entre gracia divina y realidad humana, entre historia humana e historia de salvación. La pastoral se ocupa de los factores y condicionamientos que acompañan el anuncio y la comprensión del Evangelio en las diversas personas y culturas: mediaciones étnicas, culturales, sociológicas, religiosas.

En espiritualidad, la mediación está entrando de lleno, con resultados muy valiosos tanto para la comprensión como para la vivencia de la vida teologal'. Es una categoría muy amplia, en la que están incluidas la mayor parte de las realidades espirituales con sus funciones respectivas. No obstante, tiene un significado bien preciso, que permite valorar personas, hechos y cosas a la luz de su verdadera finalidad: el encuentro personal entre Dios y el hombre. En esta linea de principios y orientaciones generales se mantendrá esta breve exposición.

I. El Mediador: Biblia y teología

"De una manera fragmentaria y de muchos modos habló Dios en el pasado a nuestros padres por medio de los profetas; en estos últimos tiempos nos ha hablado por medio del Hijo..." (Heb 1,1-2). Estas primeras palabras dan el tono y el contenido general de la Carta a los Hebreos, que centra en Jesucristo mediador toda la economía de salvación: pasado, presente y futuro. La intención primordial del autor es afirmar que Jesucristo es el mediador único y definitivo, presente y futuro, de la salvación. De paso, dice también que el uso de mediaciones es un principio permanente en el trato de Dios con los hombres, y que todas las mediaciones están íntimamente referidas y vinculadas a Cristo.

1. ANTIGUA ALIANZA - Desde siempre. la revelación de Dios y su comunicación con los hombres ha tenido lugar en las mediaciones. La presencia ininterrumpida de mediadores y mediaciones en la historia de la salvación manifiesta la voluntad persistente de Dios por mantener relación personal con los hombres en plena historia. Las mediaciones nacen y subsisten en función del encuentro interpersonal entre Dios y el hombre o el pueblo.

Por su densidad religiosa e histórica, por la nitidez de su estructura, la Alianza es la mediación por excelencia, una síntesis de todas las mediaciones. Presupone, significa, garantiza la comunión entre Dios y su pueblo escogido. Incorpora de lleno la historia anterior y compromete la sucesiva. Intervienen, además de las personas centrales Dios-pueblo, toda clase de medios: Moisés como mediador, la ley, el sacrificio, el altar, ritos, palabras, etc. (Ex 19,20.24). Mediaciones del amor, de la voluntad de Dios, y mediaciones del reconocimiento y de la acogida y respuesta del pueblo. Dios se sirve de todos esos modos y medios para entrar con realismo sensible y concreción histórica en la vida de los hombres.

La Alianza será el principio motor de todo el AT, en su contenido esencial de comunión, y en las formas que la realizan y expresan: hechos de la historia, sacrificios rituales, el templo y el arca, peregrinaciones y fiestas; y, sobre todo, mediadores reyes, sacerdotes, profetas; la oración y la lectura de la ley. Tantas mediaciones de carácter religioso o profano, que llenan la existencia del israelita, y le hacen sensible a la presencia del Señor.

En las páginas del AT se leen también frecuentes abusos y correcciones en la vivencia de la mediación. Los peligros mayores son: exterioridad, absolutización, anarquía. Exterioridad: detallistas y tenaces en la observancia de ritos y leyes, pero que no expresan comunión convencida y sentida con Yahvé. Absolutización: asimiento "idolátrico" a sus caudillos, la ley, el templo. en que ha desaparecido casi por completo la referencia teologal al Señor. Anarquía: todos los ritos, mandamientos, costumbres se absolutizan y adquieren igual gravedad; de ahí que muchas veces se antepongan menudencias insignificantes a valores primordiales.

2. JESUCRISTO MEDIADOR - Ese título recoge del modo más exacto la intención de Jesús en su persona y su presencia, y el sentido fundamental de todos sus hechos y palabras [Jesucristo). Sería redundancia recoger aquí textos del Evangelio. Sin hacer uso de la palabra "mediador", todos los títulos y funciones que él mismo se atribuye o le dan los evangelios van en esa dirección: mesías, salvador, revelador, palabra, camino, verdad, vida. Es Hijo de Dios, venido del Padre, el único que le conoce. Es hombre, nacido de María, conocido por su tierra y su parentela, que convive con los hombres, les enseña y acompaña y capacita para el trato con Dios.

La mediación se realiza ya dentro de su persona, en su ser y vivir personales: "El amor humano de Cristo hacia los hombres es, pues, la manifestación comunicadora del amor divino hacia los hombres: la misericordia redentora del mismo Dios que llega hasta nosotros a través de un corazón humano. Pero junto a este movimiento de arriba hacia abajo, que procede del amor de Dios por nosotros a través del corazón humano de Jesús, hay en el hombre Jesús un movimiento de abajo hacia arriba, que parte del corazón humano de Jesús, el Hijo, hacia el Padre [...]. En Cristo no sólo se nos ha revelado Dios y su amor hacia los hombres, sino que Dios nos ha mostrado, asimismo, lo que es un hombre que se entrega enteramente a él, el Padre invisible".

La mediación totalizante de Jesús no excluye otras mediaciones. El mismo las usa con profusión: cumplimiento de la ley, fiestas: el tacto, la saliva, el barro para sanar enfermos: el lavatorio, el pan, el vino, etc. Pero sí ha luchado toda su vida por devolver a las mediaciones su sentido básico de encuentro con Dios Padre, con el hermano: oración sobria con fe, limosna discreta con amor. Establece jerarquía: la vida de un hombre vale más que el reposo sabático, la ayuda a los padres es antes que hacer una oferta en el templo, la misericordia vale más que el sacrificio y la pureza del corazón más que la limpieza de las manos. Se aíra contra las deturpaciones: el templo convertido en casa de negocios, las palabras de la Biblia como cintas de adorno, etc.

Al llamarle insistentemente "mediador de una Alianza mejor", de una "Alianza nueva" (Heb 8,6; 9,15), la Carta a los Hebreos se refiere a la actualidad permanente de Cristo glorioso y no solamente a una misión cumplida durante los años de su existencia terrestre. Con un solo sacrificio ha obrado la redención y se ha sentado para siempre a la derecha del Padre con la función de mediador, salvador, intercesor. El autor sagrado acentúa explícitamente la permanencia de su condición humana y de su experiencia terrestre dolorosa (Heb 5), pues de ella depende la verdad de la mediación.

3. ACCIÓN VISIBLE DE JESÚS INVISIBLE - Al afirmar su función de único y eterno mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo es consciente de los límites históricos y geográficos que tiene su existencia terrestre. No piensa en hacerse sustituir, sino todo lo contrario, provee cosas, gestos, personas que actualicen y visibilicen su presencia. En el momento culminante de la última cena delega a los apóstoles, instituye el sacrificio, consagra el pan y el vino. Y sobre todo ello, la garantía personal: yo estoy convosotros siempre, os enviaré mi Espíritu. Se mantiene en este paso la continuidad de su única mediación. "El hombre Jesús es la presencia humana entre nosotros de Dios Redentor, pero al modo de una presencia humana; por consiguiente, en virtud de un intermedio corporal. Por esta razón precisamente la economía de la encarnación exige, desde la ascensión de Cristo, una mediación corporal que la prolongue. Sabemos ya que este `cuerpo del Señor' sacramental es concretamente la Iglesia. Hemos llamado a los sacramentos la actividad específica de esta realidad-signo eclesial. Del mismo modo que Cristo obra invisiblemente en el mundo por medio de su corporeidad celeste, actúa asimismo visiblemente en y por medio de su cuerpo terrestre, la Iglesia".

De este modo entramos en una forma nueva de la misma economía instaurada por Jesús, que ahora se expresa en la mediación de la Iglesia animada por el Espíritu. Con esto aumenta la visibilidad en extensión y en duración, pero aumenta proporcionalmente la pesadez y la opacidad. Frente a la sencillez de Cristo y a la transparencia del Evangelio, se hace complicada la vida de la Iglesia y su doctrina. Pero ninguna mediación es evidente. Nada divino vieron en Jesús muchos de sus contemporáneos, y otros le vieron como seductor y poseído de demonios.

II. Naturaleza y funciones

Hemos visto la mediación como elemento esencial del plan salvífico, que es su contexto original y originante. Hoy cumple exactamente esas mismas funciones en la vida del creyente y de la Iglesia. Basta reflexionar un poco sobre nuestras relaciones con Dios. Todas ellas están enriquecidas y gravadas con el realismo denso de la naturaleza, de la historia, de la psicología personal. Dios sale al encuentro y habla por medio de personas, libros, hechos, signos. Le conocemos por sus mismas obras y palabras, pero siempre a través de nuestras ideas y capacidades, de nuestra conciencia y sensorialidad.

1. NATURALEZA - Llamamos mediación a la capacidad espiritual que poseen ciertos objetos, actos, personas, de comunicar al hombre la acción de Dios, y de despertar y expresar en el hombre acogida y respuesta de comunión. Si se trata de persona, la llamamos mediador; si de objeto o acto, decimos medio. Cuando uno u otro actúan cumpliendo sus funciones, hablamos de mediación.

Elementos principales de la mediación son: a) Dios, que se comunica al hombre escogiendo para ello caminos de encarnación sensible y de historia; b) el hombre, capacitado para acoger a Dios y responderle por esos mismos medios; c) realidades de la creación, de la historia, de la psicología, asumidas por Dios para ese trato de gracia; d) función mediadora de esas mismas realidades, cuando efectivamente transmiten gracia y despiertan la conciencia teologal del sujeto.

En toda mediación, el centro de mira lo forman los dos primeros elementos: Dios y el hombre en comunión. A ellos se ordena y subordina todo lo demás. Todo debe servir, y nada puede sustituir a la comunión directa entre los dos sujetos.

Hay que señalar como elementos distintos los dos últimos, aunque se trate de una misma realidad. En primer lugar, porque la realidad mediante tiene su propia consistencia diferenciada, que debe ser respetada al establecer su función mediadora. Y también porque la fuerza mediadora de una realidad es un aspecto particular que no siempre se descubre o se pone en ella. En el pan eucarístico no todos ven a Jesucristo, ni en el rito que practican ponen todos comunión de fe y amor.

2. FUNCIÓN - Por tanto, en los medios propiamente dichos se distinguen esos dos aspectos: la realidad desnuda y su función relacional. La función mediadora es voluntad explícita y don de Dios, que ha querido, por creación y redención, hacerse presente en toda realidad. Para su propósito de hacer llegar hasta la conciencia y la libertad del hombre su amor y crear diálogo, Dios ha echado mano de todo lo que puede haber de más asequible y más eficaz para el hombre. Ha inyectado gracia en la creación entera, en los hechos de la historia, en las personas, en las cosas. Dios se abisma en las mediaciones.

La mediación es fruto de una economía de salvación, que ha entretejido lo divino y lo humano con una red de dependencia y armonía real y simbólica inquebrantables. Prácticamente, todo se vuelve "lugar" de gracia y de diálogo: la Iglesia en su misterio e instituciones, la Biblia, los sacramentos, lugares sagrados, imágenes, servicio a los hermanos, ritos y celebraciones, un encuentro, la alegría, una enfermedad, el trabajo; y dentro del hombre, todo el tejido de su condición corporal, de su psiquismo, de su mundo espiritual.

Lo mismo que la realidad no cumple por sí sola la función mediadora, tampoco la función puede prescindir de la realidad. El acto de comunión va dirigido a Dios en sí mismo. En este sentido se habla de trascendencia en el uso de las mediaciones. Pero esa trascendencia tiene lugar en la adherencia misma a la mediación, que por su mismo significado proyecta más allá de sí misma la comunión total. No son las mediaciones, por lo menos las mejores, simple pretexto o punto de arranque, abandonado rápidamente para crear comunión directa al margen de ella.

3. MEDIACIONES PERSONALES - La persona toma parte en las mediaciones de manera relevante. Y lo hace con peculiaridades que merecen consideración aparte.

En muchos casos, las personas intervienen como representantes de Dios, que por esa vía se comunica al sujeto: la voluntad del superior como voluntad de Dios, la absolución del confesor como perdón de Dios, las molestias que da el prójimo como cruz mandada por Dios, la decisión de la mayoría legítima como voz de Dios, etc. Aun tratándose de otros medios, como ritos, gestos, sacramentos, culto, tenemos mediación sólo cuando interviene la acción de una persona que los organiza y pone en obra. Esta presencia del hombre en las mediaciones impone al sujeto que las utiliza especial penetración de fe, para llegar a la sustancia de la comunión teologal, como diremos luego. Pero impone también a la persona que interviene la grave responsabilidad de que sus intenciones y actos correspondan a la realidad que representa. Para que el superior sea tomado como voz de Dios, tiene él mismo que hacerse tal por medio de la sabiduría, la humildad, la oración, el desapasionamiento; llegar a escuchar la voz de Dios para poder transmitirla'.

La persona interviene también como objeto receptivo de nuestra relación con Dios. El amor y el servicio al hermano terminan en Cristo: lo que hiciereis con uno de estos pequeños, recibir al apóstol, visitar al encarcelado, ayudar al enfermo, al necesitado. Tanto más cuando se llega a comunión recíproca con el hermano. Evidentemente, la relación que se establece con una persona en la que Dios se manifiesta y sale al encuentro no es como la que tenemos con un paisaje. El hermano es por si mismo extremo de una relación personal, en quien el sujeto encuentra al individuo al mismo tiempo que en él y por él encuentra a Dios. No queda reducido a pretexto para encontrarse con Dios. Es éste un punto muy sensible para la mentalidad actual.

Por último, interviene el sujeto mismo que vive la mediación. El sujeto actúa en su encuentro con Dios desde la propia psicología, con sus capacidades y condicionamientos: ideas, imaginación, sensibilidad, cultura. No hay contacto con Dios, ni siquiera en los místicos, fuera de toda mediación subjetiva y de toda cultura. Este hecho no crea interposición o distancia. Jesús mismo ha amado a Dios y a las personas con su corazón y psicología de hombre (GS 22). Por parte de las personas que en el Evangelio logran comunión inmediata con Jesús, no se advierte que les cree dificultad ninguna el uso abundante de mediaciones subjetivas: verle, tocarle, emociones, imágenes populares del Mesías, etc. Son la soberbia depurada, la doblez y actitudes parecidas las que impiden la comunión. La recarga subjetiva de las mediaciones populares está abundantemente compensada por la fuerza de su fe y de su amor.

III. Vivencia teologal

El alma de toda mediación es la bondad de Dios, que busca al hombre y se abre a él. "La comunión personal con Dios no es posible sino en y por un acercamiento benévolo de Dios a nosotros. Pero esto significa asimismo que la religión es esencialmente una relación personal del hombre con Dios, una relación de persona a persona: un encuentro personal o una comunión personal con Dios. Eso es lo que llamamos una actitud de vida teologal. Sobre la base de una aproximación gratuita, condescendiente de Dios, el hombre religioso se pone en relación vital inmediata con él, que, mediante esta relación, se convierte para nosotros en el 'Dios vivo'.

Fe, amor, esperanza son las que actúan esa relación inmediata entre Dios y el hombre y, por tanto, las que dan vida a las mediaciones. Quien pone en movimiento estas formas de comunión es Dios mismo, que se revela, ama, promete. "En eso está la caridad, no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y envió a su Hijo" (1 In 4,10). Dios se revela en Cristo como palabra de verdad, amor, promesa de fidelidad y de mayor plenitud.

A la revelación teologal de Dios corresponde la vida teologal del sujeto. Creer, amar, esperar es la reacción del hombre, por obra de la gracia, a la conducta que Dios tiene hacia él. Acoge la palabra, el amor, la promesa; y corresponde con actitudes y hechos de fe, amor, esperanza. La respuesta es también obra de Dios: Dios "allí le da su amor, en el mismo la muestra amarle como de él es amada, porque, además de enseñar Dios allí a amar al alma pura y libremente sin intereses, como él nos ama, la hace amar con la fuerza que él la ama, transformándola en su amor, como hemos dicho; en lo cual da su misma fuerza con que pueda amarle...".

1. INMEDIATEZ EN LAS MEDIACIONES - Esta formulación paradójica expresa uno de los puntos más delicados en la espiritualidad de las mediaciones. El creyente moderno, por una parte, se siente atraído por la concreción y la perceptibilidad de formas que encarnan el misterio divino y la realidad espiritual. Por otra parte, las rechaza como estorbo, como intermedio sobrante e indiscreto en la intimidad personal que cada uno establece con Dios. En esta repugnancia intervienen múltiples factores y condicionamientos, de los cuales algunos se refieren a la comprensión teórica y otros al uso inadecuado.

Al hablar de inmediatez en contexto de experiencia mística y de presencia mental de Dios, la espiritualidad contrapone uso de medios e inmediatez. Debe haber influido en ello también el significado etimológico. En realidad son precisamente los medios asumidos por Dios en su revelación los que posibilitan la comunión inmediata. Privada de ellos, la comunión pierde consistencia e inmediatez. Renunciando a la palabra bíblica y a la imagen que nos formamos de Dios, la comunión de fe se hace más lejana y superficial. En la comunión directa con la persona presente se siguen utilizando mediaciones: palabra, mirada, regalo, gesto, recuerdo histórico, lugar adecuado. Los medios favorecen la inmediatez del encuentro personal.

A condición de que sean vividos conespíritu teologal, es decir, en conformidad con lo que pide su naturaleza y funciones. La vivencia teologal está integrada por dos actitudes complementarias, que parecen contradictorias: adherencia a la realidad sensible en su propio valor y significado y trascendencia dentro de la misma comunión personal con Dios. La vivencia simultánea de estas dos fuerzas requiere equilibrio vivo, que no siempre se consigue con la misma plenitud. Es indispensable para el aprovechamiento espiritual de las mediaciones.

2. SAN JUAN DE LA CRUZ - El santo doctor ha planteado y explicado con competencia insuperada el tema de la vida teologal, el significado y el uso de los medios en el camino de unión con Dios°. Coloca en el centro la mediación de Cristo, revelación total de Dios a los hombres y camino único para acoger y encontrar a Dios. La unión, en cuanto revelación y en cuanto acogida, se realiza en la inmediatez de la fe, el amor, la esperanza.

Todo otro medio, de carácter religioso o profano, debe ser animado internamente por las virtudes teologales, para tener fuerza de unión: ceremonias, lugares, personas, fórmulas de oración, penitencias, sacramentos. Lo repite incansablemente: "Porque así como es bueno y necesario el medio para el fin, como lo son las imágenes para acordarnos de Dios y de los santos, así cuando se toma y repara en el medio más que por solo medio, estorba e impide tanto en su tanto como otra cualquier cosa diferente".

La preocupación de Juan de la Cruz está motivada por un contexto histórico en que sobreabundan y se absolutizan las mediaciones religiosas y sagradas. La doctrina vale igualmente para hoy, sólo que aplicada en otra dirección, ya que es más bien la acentuación excesiva de mediaciones humanas y profanas la que corre peligro de apagar el movimiento de la tendencia global.

3. DISCERNIMIENTO - Las virtudes teologales realizan, además de la comunión directa, una labor subsidiaria de discernimiento. Asumen la palabra, la persona, el objeto como presencia de Dios, pero no los identifican con Dios ni equiparan las diversas mediaciones entre sí.

Confieren esa lucidez y la exigen a quien usa la mediación y a quien tiene que ponerla: el que establece una ley como voluntad de Dios y el que tiene que obedecerla. A ambos se les exige la vivencia teologal y el discernimiento para no identificarse ni identificar al otro como el mismo Dios.

Las mediaciones son también "mediadas" por otras mediaciones más altas, o diversamente interpretadas. De la voluntad de Dios manifestada por medio de un superior se puede recurrir a otro más alto, o esperar al sucesor que reexamine con otras luces la situación. Este hecho no quita valor a las mediaciones; les quita la pretensión de absolutismo y de identificarse con Dios.

Animados por la vida teologal, las mediaciones abren un horizonte infinito, iluminado por la presencia constante y el amor de Dios. Cuando falta el espíritu teologal, los medios producen frustración y asfixia: un mundo cerrado en que volvemos a encontrarnos siempre con nosotros mismos, con lo humano, lo terrestre, con una historia inexpresiva y sin calor.

IV. Variedad de mediaciones

Las realidades que prestan o pueden prestar el servicio de mediación son innumerables en cantidad y variedad. Semejante abundancia proviene de la magnificencia de Dios, que comunica por cauces limitados su infinita grandeza y bondad. Y es también fruto de los varios individuos y grupos que se acercan a Dios por sus propias vías de temperamento y cultura. No podemos detenernos en el tratamiento particularizado de cada una. Resulta más útil y factible establecer algunos principios y orientaciones.

1. TIPOS - Por su gran número y variedad se hace imposible catalogar las mediaciones. En cambio cabe la posibilidad de organizarlas por sectores de una cierta homogeneidad. De ese modo se facilita la comprensión de sus funciones diferenciadas. Casi todas ellas son a la vez descendentes y ascendentes en diversa proporción. Presuponemos la mediación básica y totalizante de Cristo y de la Iglesia.

Entre varios sectores representativos se pueden nombrar: a) mediadores gloriosos: María, los santos, los difuntos; que forman una categoría propia, en comunión y subordinación con la mediación de Cristo; b) mediadores terrestres: el hermano en general, como destinatario del amor y del servicio; como sujeto de comunión recíproca; como intérprete de la voluntad de Dios a modo de profeta, superior, etc.; c) el culto con las varias expresiones de religiosidad comunitaria: el sector más cuidado por la teología cristiana; d) la contemplación y la piedad personal, en que cada creyente despliega su gracia y peculiaridades sobre la base de la anterior: muy desarrollada en espiritualidad; e) la naturaleza, la creación en general, como huella de Dios, su imagen y reflejo, manifestación de su belleza y bondad;,f) la historia, que cuenta también con el hombre, pero ya en sus relaciones sociales, políticas, con los acontecimientos y realizaciones que constituyen la trama de la existencia colectiva.

2. COMPLEMENTARIEDAD - El pluralismo de mediaciones es legítimo y necesario. Cada mediación o sector tiene su cometido peculiar, que no puede ser realizado por otra mediación o sector, aun cuando se la intensifique. Por mucho que se acentúe la mediación del hermano o de la contemplación, no queda reemplazada la función específica del culto en la vida del creyente. Para una persona de oración, el crecimiento en madurez cristiana no está sólo en aumentar la oración, sino tal vez en desarrollar sectores que tal vez tiene descuidados: el hermano, la historia.

Ninguno de estos sectores despliega la totalidad de la vida teologal, ni transmite real y simbólicamente la totalidad de los dones divinos. La madurez espiritual está en saber armonizarlas, para que cada una cumpla su función; y en saber jerarquizarlas, pues no todas revisten la misma importancia, y en cada caso hay que discernir cuál es la más adherente a la situación.

Cada mediación tiene su propio estilo y sus exigencias particulares en cuanto al uso. En este punto, la espiritualidad ha fomentado, o al menos tolerado, una grave confusión. No se puede actuar la mediación social o política con el estilo devocional que se aplica a la oración personal o al culto. Se pueden multiplicar los ejemplos.

3. ARMONIZACIÓN VOCACIONAL - Si son complementarias, tendremos que encontrar el modo en que la persona o el grupo puedan realizar varias de ellas en la unidad de su vida. No es necesario ni posible utilizarlas todas, ya que algunas son contrapuestas: matrimonio y celibato, eremitismo y vida política, etc. Hay que evitar el peligro de un eclecticismo descontrolado; y también la tentación del entusiasmo unilateral por una sola, o de querer imponer a toda la Iglesia con iguales pesos y medidas el propio estilo de mediación.

Varios factores prestan ayuda a la hora de encontrar la propia dosificación de mediaciones. Uno de ellos es la cultura, que crea la base para una síntesis concreta y adherente a las necesidades y sensibilidad del grupo. Tiene la ventaja de que esta armonía nace de dentro, y no viene impuesta por simple obligad5n. Las mediaciones son elemento relevante en la diferenciación de las varias espiritualidades [>Historia de la espiritualidad; >Espiritualidad contemporánea].

Un segundo factor está constituido por el temperamento personal, el sexo, la educación particular. Como ejemplo está la diferencia entre el hombre y la mujer a este respecto: la mujer tiene mayor capacidad para mediaciones religiosas y cultuales; el hombre tiene mayor predisposición para la mediación de la historia.

La >vocación es el factor decisivo a la hora de establecer armonía y jerarquía entre las varias mediaciones que cada uno usa.

V. Caída de mediaciones

La caída de mediaciones es una de las experiencias más dolorosas de la vida eclesial y de la vida espiritual. Cuando las mediaciones abundan, el creyente vive seguro y acompañado en un mundo en que todo le habla de Dios. Tiempos y lugares, todos están marcados por la presencia de Dios: un santo, una capilla, una imagen, un rito, una procesión. Al desvirtuarse los medios, Dios parece más lejano y se cortan los puentes de la comunión con él.

Para valorar justamente nuestra situación al respecto conviene hacer una distinción entre dos formas en que las mediaciones se devalúan: decadencia, caída. Sufren decadencia cuando pierden su propio contenido interior y su fuerza teologal, pero mantienen en pie su estructura o práctica material; por ejemplo, un rito que ya no significa nada para quien lo practica. Y hay caída de mediaciones cuando desaparece la expresión material, aun cuando siga en pie la experiencia o tal vez emigre en busca de nueva expresión. Esta distinción nos puede ayudar a valorar los fenómenos que se han dado en la historia y existen en la actualidad.

Las dos formas suelen ir mezcladas, pero en muy diferente proporción, lo que permite distinguirlas según predomine el elemento exterior o el interior. Por lo general, se hace más sensible y dolorosa la caída que la decadencia. Hay períodos en que los signos persisten desvirtuados y no se advierte malestar. En cambio, el sufrimiento es grave al desaparecer los signos, aunque perviva la experiencia que antes se encontraba en ellos.

1. SITUACIÓN ACTUAL - Prescindiendo ahora de lo sucedido en otras épocas, la nuestra se presenta como escasa en mediaciones. Hablamos de la mentalidad predominante, sin pretender universalizar. En nuestro tiempo hay que hablar más de caída de mediaciones: omisión, desgana, abandono de los signos. Tanto de los que expresan comunicación de Dios, como la Iglesia, los sacramentos, leyes, estructuras, autoridad; como de los que expresan la respuesta comprometida del hombre: la práctica religiosa, la obediencia, los distintivos de sacralidad, etc.

La caída se deja notar especialmente en el sector del culto y de la religiosidad en general: oración, sacramentos. piedad en sus manifestaciones. Ha aumentado, en cambio, la sensibilidad frente a Dios en la historia y en la comunidad.

Tiene algo de paradójico la presente situación. De una parte, quiere concreción y humanización de lo divino: detecta con gusto el componente humano en la inspiración, la Iglesia, la acción de Dios en la historia. Todo ello se hace por mediación de hombres y de formas culturales. Al mismo tiempo, manifiesta tendencias inmediatistas: quiere a Cristo sin Iglesia, a la Iglesia sin clero, al Evangelio sin legislación, etc. Y agrava el contraste entre signo y significación: Evangelio y ley, espíritu y letra, comunidad e institución.

2. CAUSAS - Entre causas directas o indirectas se pueden señalar muchas. Basta aludir a algunas. Empezando por las más inmediatas, el concilio Vat. II ha sido la ocasión de que emergieran muchas de estas dificultades. El cambio de pensar, sentir y vivir en la Iglesia trajo la devaluación de expresiones tradicionales. El pluralismo de formas y la variedad de experimentos ha hecho que se relativizara todo, perdiendo el halo de sacralidad.

Ha influido también en las graves proporciones que ha tomado el fenómeno el hecho de que se hayan conservado hasta el concilio numerosas mediaciones que ya de tiempo atrás carecían de contenido teologal. Estas deberían haber sido eliminadas o transformadas antes. Al no haber sido hecho a su debido tiempo, han venido a acrecentar la caída actual de mediaciones.

Por último, tenemos que hablar de depuración histórica. En algunas épocas anteriores ha habido sobrecarga de signos y mediaciones dispersas, sobre todo en el terreno de lo sagrado: santos, normas, costumbres, prácticas, penitencias, devociones, etc. Puestas unas al lado de otras, habían llegado a constituir una sobredosis oprimente de signos inexpresivos no solamente para los de fuera, sino también para los mismos que los vivían y practicaban por simple obediencia o tradición. Es normal que haya seguido un período de simplificación depuradora, liberadora.

Por más que creamos necesaria y en el fondo prometedora la evolución actual, no se puede menos de preocuparse y buscar remedio, ante el vacío de experiencia teologal que implica y las graves carencias que puede ocasionar en un próximo futuro.

VI. Reeducación

Si bajo ciertos aspectos la caída de mediaciones tiene la función de poda benéfica, presenta otros que no parecen compensados en modo alguno. La espiritualidad no puede abandonar la situación a su curso espontáneo. Tiene que intervenir activamente y con proyecto.

En el título se acentúa intencionadamente la reeducación. En clima de renovación, se ha hablado y se ha hecho mucho en cuanto a reforma y remodelación de las expresiones externas, la estructura, la palabra, el rito. Pero se ha hecho mucho menos en materia de reanimación de la vivencia teologal, que es el alma de las mediaciones. Esa labor interna es hoy más urgente, ya que la enfermedad no se refiere a una u otramediación, antigua o moderna, sino que ha disecado la savia vital que las alimenta a todas.

1. PRINCIPIOS - La reeducación teologal del creyente se realiza, en parte, en el uso mismo de mediaciones adecuadas. El signo no solamente manifiesta la experiencia, sino que la ayuda a nacer y desarrollarse. Se impone, además, una educación directa de la vida teologal del creyente: sentido de Dios y del encuentro con él, contenidos del misterio, formas de presencia y acción en la historia, actitudes para detectarla y colaborar. Mientras no se forme teologalmente al creyente, toda mediación quedará externa e inexpresiva.

Existe un método apropiado para la formulación del sujeto en la vida teologal. Es la mistagogia, que cuida la asimilación experiencial del misterio por parte de la persona, en pensamiento, sentimiento y praxis. Así es como se produce la comunión personal con Dios y la experiencia misma.

En la noción misma de experiencia de Dios se han mezclado elementos extraños, que luego son causa de vacío y frustración. Si el creyente entiende por experiencia de Dios emoción exuberante, fervor sensible continuado, es normal que le defrauden las mediaciones, antiguas y modernas, ya que no están hechas para producir sentimientos de ese género. Eso no tienen por qué proporcionarlo las mediaciones teologales, por lo menos las más sólidas y sustanciales. Eso sería egoísmo religioso, y no amor. El creyente tiene que educar primero su idea y su experiencia de lo que significa el encuentro con Dios [>Experiencia cristiana].

2. ORIENTACIONES - Algunas orientaciones generales pueden ayudar a la hora de establecer nuevas mediaciones o rehabilitar las ya existentes que responden a valores efectivos.

3. LA MEDIACIÓN CULTURAL - La "mediación cultural" no es una mediación más al lado de las ya citadas, sino un cuadro total de vida y comprensión, en el que nace y mantiene sentido toda otra mediación" [>Espiritualidad contemporánea II]. El nombre puede usarse en singular refiriéndose a la mediación de la cultura en general. También se usa en plural, las mediaciones culturales, para indicar cada uno de los elementos que integran esa cultura: estilo de vida, escala de valores, modos de expresarse, de vivir la religión, de cultivar las ciencias, la belleza, costumbres, etc. (cf GS 53).

Al hablar de A y NT, de caída y reeducación de mediaciones, el factor cultural juega un papel importantísimo. La encarnación del encuentro con Dios en la cultura es un hecho constante y de toda evidencia en la historia de la revelación bíblica y en la historia de la Iglesia. Constantemente los documentos del magisterio afirman y valoran positivamente la penetración del factor cultural en el hecho salvífico y en su expresión.

La encarnación cultural del encuentro salvífico tiene múltiples aspectos y consecuencias, en teología y en pastoral. Ahora interesa la dimensión que se refiere más directamente a la espiritualidad de la mediación. La caída de muchas mediaciones, la desvitalización de otras, el sufrimiento de no encontrar cauces adecuados a la interioridad, se deben en gran parte a este fenómeno de cambio radical: estamos en una nueva era (GS 54). Esto produce un desarraigamiento general. La espiritualidad nota el vacío con particular vehemencia, ya que se refiere a la experiencia, que es la más directamente afectada por la evolución cultural.

A la gravedad del cambio en sí se añade su carácter secular, que oprime directamente la experiencia religiosa y su expresión sacral. Las implicaciones de esta modalidad ya han sido muchas veces presentadas con detalle.

El hecho fundamental es: ha caducado en gran parte la cultura de que se alimentaban en su forma o contenido muchas de las mediaciones y se están afirmando otras culturales. ¿Cómo reeducar al sujeto creyente y cómo remodelar los signos para que respondan a la nueva mediación cultural?

En el ambiente eclesial se ha llegado a admitir con facilidad la incorporación de culturas nuevas en países de misión donde el cristianismo no había aún penetrado con autoridad. Más dificil se hace la renovación propiamente histórica, el trasvase de una cultura gastada en que ha vivido arraigado el cristianismo a otra que se anuncia como expresión de presente y futuro. Aquí se trata de países y personas ya penetrados por el cristianismo, que asumió su cultura, la ha sacralizado con el uso y el reconocimiento oficial de la Iglesia. Que los chinos o los japoneses puedan encarnar lo cristiano en su cultura diferente no crea dificultad. Que los cristianos europeos puedan desencarnar su vida de una cultura caduca y pasar su experiencia de Cristo, evangelio, salvación, a la nueva cultura que está surgiendo es tarea mucho más dificil. No solamente por la resistencia que ponen los responsables, sino también por el hecho mismo de trasvasar la experiencia cristiana en sí. A ello se añade el riesgo de crear vacío o deformaciones por la intervención de renovadores sin carisma ni talento para llevar a cabo esa transformación.

Pienso que en buena parte esta labor de reencarnación en la nueva mediación cultural está siendo llevada a cabo por personas y grupos de vida que cultivan una experiencia cristiana auténtica y le saben dar formas significativas para ellos mismos, que la viven, y para sus contemporáneos de buena voluntad.

F. Ruiz Salvador

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