I. Hijos de Dios Padre en una sociedad sin padre

Evocar hoy en día la figura paterna, ya como simple evocación, verbal, plantea notables problemas. La critica del padre como figura sociológica típica de un mundo en vías de extinción es algo muy extendido e indiscutiblemente prevaleciente. Por eso resulta evidente el malestar espontáneo que se apodera también de quien hace teología cuando debe afrontar el tema de la "filiación", en clara correspondencia con el de paternidad. El hecho de que de algún modo nos encaminamos "hacia una sociedad sin padre"1 hace más difícil y problemático hablar también de Dios como padre y del hombre como "hijo" de este padre. El recelo hacia toda clase de dependencia, en todos los ámbitos de la realidad, ha repercutido, en efecto, con notable impacto también en el campo religioso y ha hallado motivaciones originales y ecos notables en las mismas formas -diversas- de rechazo de la religión en general y del cristianismo en particular. De ahí que antes de afrontar de modo positivo el tema de la "filiación" divina, convenga tener en cuenta las críticas a la paternidad divina o a Dios visto bajo el aspecto paterno y, por consiguiente, al hombre visto como hijo de Dios, propias de tantas formas de cultura actuales. Me parece oportuno recordar al menos tres formas de esta reacción critica a la idea y a la realidad del padre, que tanto han influido en el contexto religioso. Estas tres formas están ligadas a tres grandes acontecimientos humanos y culturales de dimensión mundial, que tienen en común con otras formas de pensamiento y de acción el componente antiautoritario. Son, al menos, tres grandes revoluciones, y profundas: la psicoanalítica (especialmente después de Freud), la proletaria (después de Marx) y la individual existencial (particularmente después de Nietzsche). No son sólo tres hechos del pasado o de una minoría intelectual elitista, ya que marcan por sí mismos el presente y el futuro del hombre y, por lo tanto, también de nuestra fe. Forma común de estas tres grandes reacciones culturales frente a la realidad misma de la paternidad y al valor humano de la idea de padre (y. por consiguiente, de estas tres negaciones aparentemente radicales de toda "religión del padre" y en particular de esa religión que es el cristianismo) es la afirmación central de que el hombre, al instaurar la idea y la realidad de padre, reniega, traiciona, envilece y se anula a sí mismo.

1. LA CRÍTICA PSICOANALÍTICA - En la investigación de le realidad profunda de la psique humana, el rechazo del padre se delinea como uno de los componerles esenciales de la evolución del hombre hacia la verdadera madurez, que implica la eliminación de los dos grandes pesos que le impiden a este último ser verdaderamente él mismo: la ilusión y la culpa. S. Freud (1858-1939) creyó poder individuar en el culto de un padre omnipotente absolutamente providente y protector la esencia auténtica de la religión. Desdeñosamente sarcástico hacia las formas filosóficas y abstractamente intelectuales de religión -en cuanto decididamente impersonales y, por ende, inhumanas- y hacia las formas sentimentales y místicas -reductibles al sentimiento narcisista-, Freud está seguro de que la religión es culto de la divinidad como padre, producto del deseo ilusorio de omnipotencia protectora y del sentido de culpa originado por el complejo edípico, es decir, por la conciencia de tener siempre alguna cosa que nos deban perdonar. El sentido frustrarte del fracaso del deseo y la conciencia culpable del asesinato del padre originario llevan a la veneración total de un padre que ofrezca al par el cumplimiento del deseo y, en la obediencia autopunitiva de su ley, la liberación expiadora de la culpa de la rebelión. Al fin y al cabo, la religión, culto y nostalgia del padre que satisface el deseo y acepta la ofrenda expiadora, es una ilusión, y la renuncia al padre será la lúcida toma de conciencia de la realidad necesaria y realistamente reconocida como dominada por la "ananke", es decir, por el destino inevitable de la realidad mundana, que marca el fin de toda ilusión y de toda culpa, esto es, de toda posible religión, momento necesario, pero caduco, del camino de la civilización 2.

2. LA CRÍTICA MARXISTA - En la misma atmósfera cultural, al menos relativamente a la explicación de la religión, se había movido ya Feuerbach (1804-1872), que había sometido la religión al proceso critico de la cultura y había creído poder reducir la génesis de la religión a la experiencia frustrante del limite y de la defectuosidad humana, que lleva al hombre a proyectar el insuprimible deseo de perfección, de potencia y de dominio en una esfera ilusoriamente superior y a construirse una realidad trascendente y superior, en que se concretan, convertidos en otros diversos de él, es decir. "alienados", todos sus deseos irrealizados. Partiendo de esta critica, se movieron también K. Marx (1818-1883) y F. Engels (1820-1895), pasando, empero, del contexto metafísico y psicológico de Feuerbach a un contexto en el que el origen de la ilusión-alienación ya no está en el campo de las exigencias de absoluto o de los sentimientos del espíritu humano, sino exclusivamente en las estructuras económico-sociales en que se desenvuelve la existencia humana. La religión del Padre celestial, en último análisis, y con el carácter genérico de una reducción necesariamente esquemática y, por ende, parcialmente injusta, es para Marx y para el pensamiento marxista en general la suprema consagración-alienante y a la vez la ineficaz y desesperada protesta ("opio del pueblo") contra la realidad bien concreta del opresor y del amo terreno. De hecho, la religión del padre ilusorio es necesariamente conservadora y enemiga de la liberación del hombre, ya que inevitablemente se presta a la consagración religiosa y a la bendición de la realidad opresora de todos esos pequeños padres reales, en el ámbito de la familia y de la sociedad, que son los que oprimen al hombre concreto, al proletario expropiado de su misma naturaleza humana. "Toda religión no es otra cosa que el fantástico reflejo en la cabeza de los hombres de aquellas potencias externas que dominan su existencia cotidiana, reflejo en el cual las potencias terrenas asumen la forma de potencias supraterrenas" 3. La fe en Dios-Padre, por tanto, y la pretensión de hablar del hombre como hijo de Dios se opone a la exigencia de construcción de un mundo humano, de liberación de la humanidad oprimida, de verdadera humanización del hombre.

3. LA CRÍTICA DE REBELIÓN INDIVIDUALISTA

Una tercera gran línea cultural, que marca automáticamente con valor negativo cualquier referencia a paternidad divina y filiación humana, como eco de una desconfianza hacia toda dependencia en general, es la linea existencial individualista, que tiene en F. Nietzsche (1844-1900) a su renovador y en el existencialismo ateo, en general, el canal de influencia más consistente en la cultura contemporánea. También para Nietzsche las razones del rechazo del padre, y de Dios visto como padre, son eco de otras propias de autores como Hegel, Heine, Feuerbach mismo y B. Bauer. También para él Dios es el producto ilusorio de una vana proyección de los deseos humanos; pero en él el aspecto decisivo es el de la rebelión del hombre contra toda fuerza que le domine y trate de limitarlo. Desde su precocísima juventud, en su pensamiento y en sus escritos emerge la instancia prometeica 5. Para liberarse de toda tutela, el hombre debe rechazar el poder de Dios Padre; ello equivaldrá a matarlo y a poder anunciar, finalmente, su muerte. Esta es la condición de la libertad; porque la fe en Dios Padre es "ilusión" y "mentira" real, la raíz de todo lo que oprime, debilita, arruina y deteriora a la humanidad digna de este nombre. En la huella de Nietzsche se puede colocar toda la larguísima serie de negaciones de Dios visto como padre-patrón hostil y rival de la felicidad, de la libertad y de que el hombre sea él mismo.