DIÁCONO
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SUMARIO: I. Diácono y diaconía en el NT - II. Los diáconos en la Iglesia antigua: "encargados de la diaconía de Jesucristo" - 111. El diácono, signo sacramental de Cristo siervo y de la diaconía de la Iglesia - IV. La espiritualidad del servicio, cuyo animador es el diácono - V. Diaconado y eucaristía - VI. La diaconía como "condivisión" - VII. Diversas modalidades expresivas de la diaconía - VIII. La animación de la diaconía por parte del diácono - IX. La valorización del carisma del diácono: de la Iglesia antigua al renacimiento actual del diaconado permanente - X. la animación de la diaconía en la Iglesia y en el mundo de hoy - XI. La aparición de los diáconos desde una opción pastoral renovadora.

La palabra diácono indica uno de los tres ministerios en que se articula el sacramento del orden (ministerios ordenados: episcopado, presbiterado, diaconado). En el motu proprio Ad pascendum se da una definición autorizada y rica en implicaciones, tanto teológicas como pastorales y espirituales, del ministerio del diácono: "Animador del servicio, o sea, de la diaconía de la Iglesia, en las comunidades cristianas locales, signo o sacramento del mismo Cristo Señor, el cual no vino para ser servido, sino para servir".

I. Diácono y diaconía en el NT

La palabra diácono equivale al griego diákonos y significa siervo. Esta palabra hay que relacionarla con otras expresiones, comunes en el NT, como diakonía, es decir, servicio, y el verbo diakonéin, o sea, servir. La palabra diakonía, con las diversas expresiones ligadas a ella, se cuenta entre los términos que aparecen con más frecuencia en el NT, porque indica un aspecto fundamental de la figura de Cristo, al que ya Isaías hahabía anunciado como el siervo de Yahvé y de los hombres (cf Is 52,13 - 53,12), y que se presentó como "el que sirve" (Lc 22,27) y que "vino a servir y no a ser servido" (Mt 20,28).

Recordando que Jesús antes de dejar este mundo realizó el gesto sacramental y profético del lavatorio de los pies para invitar a sus discípulos a seguir su ejemplo de servicio (cf Jn 13,1-15), la Iglesia antigua consideraba la diaconla como un aspecto fundamental de su naturaleza profunda y, por tanto, de la vocación de toda comunidad y de todo fiel. La Iglesia, que san Ignacio de Antioquía definía como la agape, el amor' —es decir, el signo visible del amor de Dios encarnado en Cristo presente en la eucaristía—, tenía plena conciencia de que el servicio es la expresión concreta del amor, según las palabras de san Pablo: "Servios los unos a los otros mediante la caridad" (Gál 5,13). Considerando que la vida cristiana consiste en un — seguimiento de Cristo y en conformarse a él, la Iglesia antigua entendía en profundidad la diaconla como un amor que se expresa en la humildad y la obediencia (cf Flp 2,7-8), en la pobreza (cf 2 Cor 8,9), en una disponibilidad que llega hasta la inmolación (cf Mt 20,28), en un pleno compartir las alegrías, los dolores, las exigencias y las aspiraciones de toda persona de cualquier proveniencia (cf Rom 12,15; 1 Cor 9,19-23).

Junto a la diaconía como vocación al servicio de todos los cristianos, se habla en el NT de los diáconos (Flp 1,1; 1 Tim 3,8-13) como encargados de un ministerio especifico. Si el servicio es vocación común, el ministerio de los diáconos, "los siervos", indica a los consagradosal servicio, hasta el punto de ser el "signo sacramental" de esta vocación común.

II. Los diáconos en la Iglesia antigua:
"
encargados de la diaconía de Jesucristo"

El Vat. II afirma que los apóstoles transmitieron su ministerio a los obispos, a los que se les da la plenitud del sacramento del orden (cf LG 20 y 21). Junto a los obispos se coloca a sus cooperadores, a saber, los presbíteros y los diáconos, a los cuales se confiere el mismo sacramento del orden para poner de manifiesto sus facetas particulares: en los presbíteros, la faceta de la presidencia y de la guía del pueblo de Dios, y en los diáconos, la del servicio. Estas diversas facetas del mismo sacramento, presentes desde los orígenes en el ministerio apostólico y en sus virtualidades, se concretizaron gradualmente en ministerios distintos. En un primer tiempo, se diferenciaron los diáconos como ministerio distinto del de los obispos (así, en el NT, en la Didajé y en la carta de Clemente Romano), diferenciación que sucesivamente se extendió a los presbíteros. De este modo se llega pronto a la articulación tripartita del ministerio ordenadot expuesta así a principios del siglo n por san Ignacio de Antioquía: "Realizad todas vuestras acciones con aquel espíritu de concordia que agrada a Dios, bajo la presidencia del obispo, que ocupa el puesto de Dios, de los presbíteros, que forman el colegio de los apóstoles, y de los diáconos, objeto de mi afecto especial, encargados del ministerio de Jesucristo'.

III. El diácono, signo sacramental de Cristo siervo
y de la diaconía de la Iglesia

Al presentar a los diáconos como "encargados de la diaconla de Jesucristo", nos encontramos sustancialmente con la misma definición del ministerio del diácono que, de una forma más articulada, propone ahora (según hemos visto) el motu proprio Ad pascendum: "Animador del servicio, o sea, de la diaconía de la Iglesia, ante las comunidades cristianas locales, signo o sacramento del mismo Cristo Señor, el cual no vino a ser servido, sino a servir". Esta definición del ministerio diaconalsupone una clara concepción del sacramento del orden, según la cual todo ministro ordenado es al mismo tiempo representante y animador: representante, es decir, "embajador" (2 Cor 5,20) de Cristo y, por tanto, también de la comunidad eclesial (desde el momento en que Cristo representa a la Iglesia, la cual es su cuerpo, puede hablar y obrar en nombre de ella); animador de la comunidad, o sea, dotado de una gracia particular "a fin de perfeccionar a los cristianos en la obra de su ministerio" (Ef 4,12). Uniendo estos dos aspectos, de representación y de animación, se sigue que todo ministro ordenado es signo sacramental de Cristo en la comunidad. En efecto, lo propio del signo sacramental es hacer presente con eficacia la realidad de la que es expresión visible.

En el obispo se encuentra la plenitud del sacramento del orden (cf LG 21), de suerte que representa a Cristo como aquel de quien brota la Iglesia, ya sea en cuanto es su cabeza, ya en cuanto es su siervo. Estos dos aspectos del ministerio de Cristo, que se implican el uno al otro hasta el punto de identificarse, se distinguen en el signo a través de los dos ministerios, complementarios entre sí, de los cooperadores directos del obispo: los presbíteros, como signo de Cristo, cabeza y sacerdote (cf PO 2), y del sacerdocio común de los fieles; los diáconos, como signo de Cristo servidor y de la diaconía de la Iglesia.

De este modo encuentra verificación y aplicación una fecunda intuición de Congar a propósito de la que él considera característica constante del pueblo de Dios; a saber, una especie de "bipolaridad", en virtud de la cual a cada vocación común de los cristianos corresponden algunos que se consagran a ella para ser "signo" suyo'.

IV. La espiritualidad del servicio,
cuyo animador es el diácono

El carisma propio del diácono, a saber, su gracia sacramental específica, es la de ser animador del servicio. Por eso la espiritualidad del diácono es la espiritualidad del servicio, que él está llamado a animar y promover en la Iglesia y en el mundo.

Hay que guardarse de considerar el servicio cristiano únicamente como una actividad humana de asistencia. La diaconía de Cristo es una participación, difundida en la Iglesia por gracia del Espíritu Santo, de la actitud de Cristo, el siervo humillado y paciente, que toma sobre sí el pecado y la miseria humana (cf Is 53,3-5), que se inclina afectuoso sobre cada necesidad concreta (cf Lc 10,33-34), que se inmola hasta dar la vida (cf Mt 20,18), testimoniando su amor hasta el "signo supremo" (cf Jn 13,1).

El servicio cristiano, como participación del servicio de Cristo, posee una eficacia salvífica y sanativa. Cristo, en efecto, al llevar hasta el fin la lógica de la encarnación, se hizo siervo; más allá, "esclavo" (Flp 2,7) para salvar desde dentro la situación de esclavitud en que el pecado y el poder colocan a la humanidad. La esclavitud-por-amor del Hombre-Dios libera a la humanidad de la esclavitud-por-coacción, fruto del poder, el cual es la característica del mundo, que no conoce a Dios: de las "naciones" (Mt 20,25), afirma Jesús; es decir, de los paganos.

V. Diaconado y eucaristía

El servicio cristiano, como expresión del amor de Cristo, encuentra su fuente en la eucaristía, donde Cristo está presente como amor. Dado que el servicio es el ejercicio concreto del amor, Jesús en el mismo contexto instituyó la eucaristía y lavó los pies, concluyendo con el doble mandamiento paralelo: "Haced esto en recuerdo mío" (Lc 22,19; 1 Cor 11,24-25) y "Yo os he dado ejemplo para que hagáis vosotros como yo hice" (Jn 13,15).

La gracia sacramental de la eucaristía está en incrementar el amor. La gracia sacramental del diácono consiste en promover el servicio, que es el ejercicio de amor. Por ser signo sacramental de un servicio que se funda en el amor, el diácono, en su ministerio, está llamado a demostrar que la fuente de gracia de la diaconía cristiana se encuentra en la eucarístia. Esto se realizaba en la Iglesia antigua con toda naturalidad. En la misma eucaristía se recogían y distribuían las ayudas para los necesitados, mientras que los diáconos llevaban a los enfermos y a los cautivos la comunión eucarística'.

VI. La diaconía como "condivisión"

La gracia de Cristo presente en la eucaristía, al traducirse en amor y en servicio, nos libera del egoísmo, es decir, de la atención predominante a nosotros mismos, para dirigir la orientación a las necesidades de los demás. Esto lleva a una continua verificación de nuestro servicio, a fin de que no se anquilose al institucionalizarse, sino que se resuelva siempre en una búsqueda afectuosa de las necesidades concretas y siempre nuevas de las personas y de la sociedad. Estando, pues, el servicio en función de la necesidad, se dirige con preferencia a quien está más necesitado (ya se trate de necesidad material, moral o espiritual). En una palabra: "El verdadero dueño del servicio es la necesidad'.

Cristo siervo, que se encarna hasta el fondo en la condición humana, hasta el punto de que "al que no conoció pecado le hizo pecado en lugar nuestro" (2 Cor 5,21), obrando en nosotros por medio del Espíritu, nos conduce por su mismo camino de "encarnación redentora". Es decir, nos lleva a comprender que el servicio cristiano no consiste en el hecho de que "uno" dé algo al "otro" permaneciendo extraño a él, sino que es superación de la alteridad, es condivisión; es "alegrarse con el que se alegra y llorar con el que llora" (Rom 12,15). Por eso "los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón" (GS 1).

VII. Diversas modalidades expresivas de la diaconía

La vocación al servicio, que el diácono está llamado a animar y promover, se manifiesta en diversas modalidades, dependientes entre sí hasta el punto de compenetrarse, y que podemos contemplar desde diversos puntos de vista.

Desde el punto de vista de las posibles direcciones a que se orienta el servicio cristiano, podemos distinguir: una diaconía que se dirige a la comunidad eclesial en cuanto tal, como expresión de comunión entre los cristianos, de suerte que la Iglesia sea sierva en sí misma; una diaconía que se dirige a la humanidad, independientemente del hecho de su pertenencia visible a la Iglesia, de suerte que ésta sea sierva del mundo. Esta diaconía puede expresarse mediante la evangelización (o sea, el anuncio salvífico de Cristo resucitado) y la promoción humana, la cual se realiza bien a través del ejercicio de las obras de misericordia, bien mediante una fermentación profética de las realidades temporales.

Desde el punto de vista de la eclesialidad y de la continuidad del ejercicio, podemos distinguir: una actitud de servicio como espiritualidad de fondo, que debe caracterizar al cristiano en todas las parcelas de la vida: en el trabajo, en la política, en la familia, etc.; la disponibilidad para servicios ocasionales frente a la manifestación de exigencias siempre nuevas; los ministerios, o sea, los diversos "servicios estables y reconocidos" , fruto de la pluralidad de carismas.

Desde el punto de vista de la correspondencia con las diversas necesidades de la persona y de la sociedad humana, podemos distinguir: la diaconía de las obras de misericordia, ya sean personales ya organizadas, con las cuales los cristianos, imitando al samaritano (Lc 10,29-37), se inclinan sobre la persona humana herida de la manera que sea, hasta darle todo el socorro posible; la diaconía del compromiso político, que brota de la exigencia de remontarse a las causas existentes en las estructuras sociopolíticas injustas, fruto de la opresión y del poder de los fuertes sobre los débiles, en formas y modalidades diversas dentro de los diversos regímenes. Obsérvese que, si bien los motivos inspiradores de esta diaconía deben derivarse del evangelio, no pueden deducirse de él ni el examen técnico (vinculado al análisis histórico) de los mecanismos de las estructuras opresivas ni los medios para modificarlas. Se sigue de esto, en consecuencia, una pluralidad de opciones políticas entre los cristianos. Por eso la comunidad cristiana está llamada a influir en la diaconía del compromiso político por lo que se refiere a la actitud espiritual que debe ser su raíz, pero no en cuanto a las modalidades de actuación, que los cristianos, como ciudadanos y en unión con todos los hombres de buena voluntad, deben buscar, ejercitando su inteligencia en el análisis de la realidad sociológica y de sus causas: finalmente, la diaconía de la evangelización (cf Ef 3,7-8); es ésta la diaconía suprema, por la cual la comunidad cristiana es llamada por Cristo Señor, que vive en ella, a ser instrumento de transmisión "a toda criatura" (Mc16,15) de la salvación plena, que implica la liberación de toda necesidad en el tiempo y en la eternidad.

VIII. La animación de la diaconía
por parte del diácono

La espiritualidad del servicio, con las diversas modalidades expresivas que hemos indicado, entra en la vocación de la Iglesia y de todos los cristianos. El diácono, en virtud de su carisma y de su ministerio, está llamado a ser su animador. ¿Qué entendemos por "animación"? Debemos guardarnos de dar a esta palabra una interpretación preferentemente psicológica, corriendo el peligro de confundirla con el estímulo de los reflejos condicionados en cadena, propia de la propaganda comercial. En ese caso sería una presión, una limitación de libertad, y no una fuerza libertadora. Por animación entendemos una propuesta, que se hace más eficaz por la gracia del sacramento del orden. En virtud de este sacramento, el diácono es constituido representante de Cristo siervo; por lo mismo no es persona privada, sino pública (no tanto en sentido jurídico cuanto en sentido sacramental). Las obras que realiza y las palabras que dice en el ejercicio de su ministerio se realizan y pronuncian en nombre de Cristo. Son, pues, una fuente de gracia para invitar con eficacia a la Iglesia a seguir las huellas de Cristo siervo.

Por eso el diácono está "consagrado al servicio" y, por tanto, comprometido a servir de modo que invite a todos a servir. El, al obrar en el triple campo de la palabra de Dios, de la eucaristía y de las obras de amor, está llamado a promover las ocasiones de encuentro, de diálogo, de comunión; a descubrir las necesidades de cada persona, de la comunidad eclesial y de la sociedad humana y, al mismo tiempo, a discernir los carismas correlativos de los que pueden brotar los servicios adecuados; a abrir el camino y el espacio para el servicio de todos.

Por eso su carisma específico se dirige a suscitar los diversos ministerios y el espíritu de servicio en todos los ministerios. De este modo la gracia del diácono tiene una importante función, incluso en relación con los obispos y los sacerdotes; no para eventuales suplencias en el ámbito de las prestaciones de sucompetencia (no es éste el valor intrínseco del carisma diaconal), sino para recordar constantemente el hecho de que el ministerio sacerdotal de guía espiritual debe ejercerse con espiritualidad de servicio.

IX. La valorización del carisma del diácono:
de la Iglesia antigua al renacimiento actual
del diaconado permanente

En la Iglesia antigua, hasta el siglo v, el diaconado tenía una gran importancia. "Después del obispo, y estrechamente ligado a él, el diácono era el principal ministro de la jerarquía'. En nombre del obispo, los diáconos cuidaban de los contactos humanos necesarios para continuar y animar en la Iglesia el servicio de Jesús, que "lava los pies" a los hermanos. Dice un texto del siglo III: "Los diáconos deben andar de un lado para otro, ocuparse de los propios hermanos, ya sea en lo que se refiere al alma como en lo que concierne al cuerpo, y tener informado de todo ello al obispo". Este ministerio lo cumplían haciendo que brotara de la eucaristía, de suerte que se evidenciara que en ella se encuentra "la fuente y la cumbre de todo el servicio cristiano" (cf SC 10; Euch. Myst, 6). Toda iglesia local debía tener sus diáconos "en número proporcionado al de los miembros de la iglesia, para que pudieran conocer y ayudar a cada uno".

A comienzos del siglo v se inició la decadencia del diaconado. La obra diaconal promotora del servicio, sobre todo en el ámbito de las obras de misericordia a través de contactos personales y amplios, referidos siempre a la eucaristía, se sustituyó gradualmente —debido al cambio de la situación histórica— por una asistencia institucionalizada. Surgieron obras estables (como "hospicios" para enfermos y ancianos), sostenidas por quienes tenían posibilidad, incluso económica, de hacerlo; los diáconos permanecieron ajenos a ellas. A los diáconos les quedó sobre todo la función litúrgica, la cual, disociada del ejercicio vital de la caridad, acabó reduciéndose a un ritualismo exterior. Así, la decadencia del diaconado llevó a su desaparición en la Iglesia de Occidente como ministerio permanente. Quedó tan sólo como peldaño de acceso al ministerio presbiteral.

El Vat. II ha destacado en el servicio, como seguimiento de Cristo siervo, su valor central para una verdadera renovación eclesial (LG 8). No podía faltar en este contexto el renacimiento del ministerio que es "signo sacramental" del servicio: el diaconado. Con ello el concilio le ha restituido a la Iglesia el diaconado permanente; él, en efecto, dice el Vat. II, "se podrá restablecer en adelante como grado propio y permanente de la jerarquía" (LG 29). Las etapas sucesivas de la restauración de este ministerio las señala el motu proprio Sacrum diaconatus ordinem (18-6-1967), con el cual se fijaron las normas canónicas convenientes sobre el diaconado permanente. El motu proprio Ad pascendum (15-8-1972) ofrece, finalmente, la reglamentación jurídica del diaconado.

X. La animación de la diaconía en la Iglesia
y
en el mundo de hoy

El diaconado renace en la Iglesia como factor de renovación. La renovación eclesial no debe confundirse con la puesta al día externa de método y de formas. La verdadera renovación es "conversión"; conversión no sólo y no tanto de los individuos, cuanto de la comunidad como tal, de suerte que ésta sea cada vez de manera más eficaz "sacramento de salvación" (LG 48; AG 1; 5; GS 45) y "signo de la presencia divina en el mundo" (AG 15). Para esta renovación tiene una importancia decisiva la gracia del diaconado: la de orientar el camino renovador en la dirección auténtica de una Iglesia sierva y pobre.

Las modalidades prácticas del ministerio diaconal para promover un crecimiento de la diaconía son, hoy como siempre, numerosas y diversas, lo mismo que son múltiples las necesidades concretas a que el servicio cristiano debe hacer frente. Vamos a considerar ahora, en sus grandes líneas, cómo puede orientarse la animación de la diaconía en los dos tipos de ambiente determinados por las comunidades eclesiales y por las comunidades humanas.

En el ámbito de las comunidades eclesiales, el ministerio diaconal debe estar orientado sobre todo a promover el desarrollo de comunidades "a medida del hombre", en las cuales sean posibles la individualización de las necesidades concretas y el servicio como condivisión. En efecto, en comunidades concentradas y anónimas no hay espacio para un ministerio animador del servicio. Por eso se considera que un auténtico ministerio diaconal en la Iglesia de hoy debe encontrar su fundamento en el ámbito de la animación de las comunidades eclesiales de base.

Con la expresión "comunidades eclesiales de base" nos referimos a la realización de la Iglesia "que tenga una dimensión tal que permita el trato personal fraterno entre sus miembros". En ella se realiza el "primer núcleo" de la realidad de la Iglesia, donde el Señor está presente conforme a su palabra: "Donde hay dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos" (Mt 18,20).

Las comunidades eclesiales de base, que "florecen un poco en todas partes en la Iglesia", asumen formas diversas, de acuerdo con las distintas situaciones. Entre las varias formas de comunidades eclesiales de base —además de los grupos espontáneos y de los que son expresión de movimientos de espiritualidad—, consideramos de fundamental importancia aquellos grupos pequeños que hacen de articulación de la parroquia para su renovación profunda. La transformación de la parroquia en "comunión orgánica de comunidades eclesiales de base" es, ciertamente, un punto nodal de la renovación eclesial, capaz de dar lugar a una fisonomía de iglesia articulada y descentralizada, corresponsable y misionera [>Comunidad de vida VIII, 2].

El ministerio del diácono encuentra espacio en este cuadro (ya sea que su ejercicio concreto se realice directamente en el ámbito de las comunidades eclesiales de base, ya en otros niveles) para discernir las necesidades concretas en el contexto natural, estimular en todos una actitud de servicio, suscitar los diversos ministerios en conformidad con las diversas exigencias, asegurar la estabilidad de los grupos pequeños y su convergencia en la comunidad parroquial. Ya sea que el ministerio de los diversos diáconos se realice preferentemente en el campo del anuncio de la palabra de Dios, o en el campo de la liturgia, o en el de las obras de caridad, debe distinguirse siempre por unas características de capilaridad y de contacto inmediato con las personas y los grupos pequeños, de suerte que la percepción de las necesidades concretas vaya siempre unida a la estimulación de los servicios correspondientes.

En el ámbito de las comunidades humanas, el diácono está llamado a ser signo de Cristo siervo en todos los ambientes en que los hombres viven, trabajan, sufren, gozan y luchan por la justicia. De este modo lleva a cabo una evangelización capilar, anunciando a cada persona concreta que Cristo es el que la ama y se acerca a ella para servirla. Al mismo tiempo, se afirma como fermento profético para que una Iglesia sierva del mundo tenga una eficacia sanativa en orden a liberar a la sociedad humana del pecado y de sus consecuencias de poder y de opresión.

XI. La aparición de los diáconos
desde una opción pastoral renovadora

Hay que valorar la gracia del diaconado para la edificación de una Iglesia pobre y misionera que con coherencia "anuncie a los pobres la buena nueva" (Lc 4,18) y sea fermento profético de una sociedad más justa. Para ello es preciso que este don del Espíritu encuentre un terreno favorable (cf Mt 13,8.23) a su fecundidad y desarrollo. Este terreno favorable debe estar dado por una impostación pastoral de renovación, en la cual las ordenaciones diaconales sean el fruto de una llamada que realiza la comunidad, unida en nombre del Señor, presentando sus candidatos al obispo de acuerdo con las exigencias concretas que surgen para la realización del enfoque pastoral previamente elegido.

Tal fue el itinerario que llevó a la ordenación de los "siete" en la Iglesia primitiva: "Elegid, pues, cuidadosamente entre vosotros, hermanos, siete varones de buena reputación, llenos del Espíritu Santo y de sabiduría, y nosotros les encomendaremos este servicio; nosotros perseveraremos en la oración y en el ministerio de la palabra. Agradó la proposición a toda la multitud, y eligieron a Esteban, varón lleno de fe y del Espíritu Santo, y a Felipe y Prócoro, a Nicanor y a Timón, a Parmenas y a Nicolás, prosélito antioqueño; los presentaron a los apóstoles, los cuales, después de orar, les impusieron las manos" (He 6,3-6). Idéntico itinerario, para la valorización del carisma y del ministerio del diácono en la Iglesia y en el mundo de hoy, se ha formulado y propuesto como conclusiónunánime en el Convegno internazionale sul diaconato'', que tuvo lugar en Pianezza (Turín), del 2 al 4 de septiembre de 1977, para considerar la incidencia del naciente diaconado en la renovación de las comunidades eclesiales y humanas.

El obispo misionero belga Jan Van Cauwelaert, al formular las conclusiones de la reunión en nombre de los participantes, que provenían de todas las partes del mundo, afirmó que debe ser ordenado diácono quien "es reconocido por la comunidad como el más idóneo para animar su diaconía". De este modo las comunidades eclesiales "presentarán al obispo sus candidatos para el diaconado, y con ellos harán el camino para su formación".

La unanimidad lograda a favor de un enfoque pastoral de renovación fundado en las perspectivas de comunidades articuladas, descentralizadas y misioneras, que presenten a los obispos sus candidatos a la ordenación diaconal, perspectiva común a pesar de la gran variedad de experiencias, le permitió al obispo Van Cauwelaert terminar sus reflexiones finales reconociendo en el diaconado naciente un "signo de esperanza" para la Iglesia y para la humanidad.

A. Altana

 

BIBL.—AA. VV., El diaconado permanente, en "Seminarios", nn. 65-66 (1977).—AA. VV., El diaconado en la Iglesia y en el mundo de hoy, Península, Barcelona 1968.—AA. VV., El diaconado, Mensajero, Bilbao 1970 (estudio ecuménico).—Bourgeois, H.-Schaller, R, Mundo nuevo, nuevos diáconos, Herder, Barcelona 1968.—Carrillo, A, El diaconado femenino, Mensajero, Bilbao 1972.—Celam, Ministerios eclesiales en América Latina, Bogotá 1976.—Hornef, J, ¿Vuelve el diaconado de la Iglesia primitiva?, Herder, Barcelona 1962.—Jubany, N, El diaconado y el celibato eclesiástico, Herder, Barcelona 1964.—Schaller, R.-Denis, H, Los diáconos, en el mundo actual, Paulinas, Madrid 1968.—Useros Carretero, M, ¿Nuevos diáconos? Información y reflexiones a propósito de una posible renovación del diaconado, Flors, Barcelona 1962.—Winninger, P, /lacia una renovación del diaconado, Desclée, Bilbao 1963.—Ver bibl. de Ministerio pastoral.