CRUZ
DicEs


SUMARIO: I. La cruz en la vida de Jesús: 1. Apología en defensa de la muerte de Jesús; 2. Desarrollo de la teología de la cruz; 3. La teología de la Carta a los Hebreos - II. La enseñanza del NT acerca del lugar que ocupa la cruz en la vida del cristiano: 1. El "logion" evangélico sobre llevarla cruz; 2. La enseñanza de san Pablo: 3. Ulteriores desarrollos neotestamentarios - III. La cruz en los primeros cinco siglos: 1. Los tres primeros siglos; 2. Los ss. IV y V - IV. La cruz en la Edad Media: 1. Continuidad y desarrollo; 2. Un punto culminante de este desarrollo - V. La cruz en la Iglesia postridentina: 1. Contribución de la escuela española; 2. Coherencia doctrinal y práxica en los últimos siglos - VI. La cruz en el s. XX: 1. Razones teológicas del cambio; 2. Razones socio-psicológicas; 3. Prognosis para el futuro: a) Progresos en teología, b) El servicio del Cuerpo de Cristo; 4. Presencia perenne de Cristo crucificado.


En la historia del cristianismo, la cruz, en la cual Cristo murió y a través de la cual llegó a la resurrección, se ha convertido en el arquetipo eminente de la acción salvífica de Dios y en el modelo de la respuesta del hombre. El niño que hace la señal de la cruz y el santo que ha interiorizado personalmente el misterio de la pasión de Cristo, dan testimonio de su significado perenne en la vida y en la praxis cristiana. Crux stat dum orbis volvitur.

1. La cruz en la vida de Jesús

La muerte de Jesús en la cruz sólo puede comprenderse debidamente a la luz del ministerio precedente. Jesús dedicó su vida y actividad a cumplir la misión que el Padre le había confiado, es decir, a inducir a los hombres a aceptar la plena soberanía de Dios. Sin embargo, el ministerio de su predicación suscitó oposiciones y contrastes. Sin intimidarse por ello, permaneció fiel a su tarea, incluso en medio de las crecientes dificultades. El cuarto evangelio, cuando habla de la obediencia de Jesús al Padre, subraya la plena conciencia que tenía de que Dios obraba en él para realizar la salvación del hombre (Jn 3,17; 5,19ss; 6,37ss; 9,4). Confiando plenamente en que las pruebas que le imponían los hombres no podían obstaculizar la voluntad salvífica divina (Jn 2,19ss; 10,18), siguió dedicándose sin desmayo al cumplimiento de su misión, aun previendo que habría de terminar en un fracaso desde la perspectiva humana.

Hacia la mitad de su ministerio comenzó a hablar proféticamente de su trágico fin (Mc 8,31; Mt 16,22s; Lc 9,22). En aquellas predicciones indicó claramente el tipo de muerte que padecería a manos de los hombres. Sin embargo, con su insistencia en la necesidad de esta muerte como cumplimiento de la voluntad salvífica divina (el verbo griego dei —es necesario— expresa un imperativo divino) y con la promesa confiada de su posterior resurrección, dejó ver claramente que su muerte sería un elemento esencial en la realización del plan redentor divino. Los apóstoles no lo comprendieron; por eso, cuando llegó el momento de la crucifixión, ésta se convirtió para ellos en amarga desilusión, que truncó todas sus esperanzas.

Sólo cuando la resurrección de Jesús fue plenamente iluminada y aclarada por el Espíritu Santo en pentecostés, consiguieron los apóstoles comprender que la cruz no había obstaculizado el cumplimiento de su misión. En el NT podemos distinguir varios niveles en la creciente comprensión por parte de la Iglesia del significado de la muerte de Jesús en la obra salvífica divina.

1. APOLOGÍA EN DEFENSA DE LA MUERTE DE JESÚS. - El nivel más primitivo del kerygma cristiano muestra que los apóstoles tuvieron que responder a objeciones hostiles a la aceptación de Jesús resucitado como Mesías. Los adversarios basaban sus ataques en que había muerto en una cruz ignominiosa y en que había sido condenado y rechazado por el judaísmo oficial. Para rebatir esta crítica, los apóstoles idearon una apología de la muerte de Jesús y explicaron que había sido provocada por la maldad de los hombres, que había sido preestablecida por el mismo Dios y que había sido anunciada en las profecías veterotestamentarias (He 2,23; 3,13ss. 18; 13,27ss). A este fin, recurrieron principalmente a la profecía de Isaías sobre el siervo paciente de Yahvé (He 3,13.26; 4,27.30; cf Is 52,13 - 53,12) y a los textos de los salmos, que interpretaron proféticamente (He 4,11, cf Sal 118,22; He 4,25s; cf Sal 2,1s).

2. DESARROLLO DE LA TEOLOGÍA DE LA CRUZ - Las cartas de san Pablo atestiguan que los primeros cristianos llegaron pronto a descubrir grandes y positivas riquezas en el misterio de la muerte de Jesús. La consideraban dotada del carácter de un sacrificio perfecto, capaz de perdonar efectivamente el pecado y de establecer una nueva relación de alianza con Dios (Rom 3,24; 4,25 - 5,2; 1 Cor 5,7; 2 Cor 5,19; Ef 5,1). Dado que Jesús había muerto en obediencia a la voluntad del Padre (Rom 5,19; Flp 2,8; Heb 10,4ss), su cruz fue acogida como una manifestación eminente del amor de Dios (Rom 5,6ss; 8,32ss) y como instrumento efectivo de la sabiduría y del poder divinos en la obra de la reconciliación del hombre con Dios (1 Cor 1,18ss; Col 1,19s).

Estas profundas intuiciones de fe se reflejan en el vocabulario del NT, que emplea palabras como "cruz", "madero", "muerte", "sangre" en un sentido arquetípico. Aunque estos términos se refieren a elementos materiales y a experiencias reales de la vida de Jesús, están iluminados por la luz de la acción salvífica y perfecta de Dios, la cual se puso plenamente de manifiesto en la gloria mesiánica de la resurrección.

3. LA TEOLOGÍA DE LA CARTA A LOS HEBREOS - El autor anónimo de esta carta hizo avanzar mucho la comprensión de la Iglesia acerca de cuanto la cruz implicaba para la humanidad de Jesús y de cuanto suponía en pro del establecimiento de una nueva alianza (Heb 8,6-9.15). Muestra que el sufrimiento plenamente humano soportado por Jesús hizo de él un sumo sacerdote lleno de compasión y que su muerte en la cruz fue un sacrificio plenamente sacerdotal que dura por siempre a fin de purificar a los hombres del pecado, y de unirlos a Dios (Heb 2,10; 4,14ss; 5,7ss; 10,1-18).

II. La enseñanza del NT
acerca del lugar que ocupa la cruz
en la vida del cristiano

Así como la muerte de Jesús en la cruz debe su significado propio y su poder salvífico al amor con que Jesús cumplió fielmente la misión que el Padre le había confiado, así el NT subraya también la devoción y la fidelidad a Dios que deben producir en el cristiano la eficacia y el ejemplo de su muerte. Los escritos inspirados, lejos de enseñar una doctrina y un interés masoquistas por el sufrimiento, afirman claramente que toda forma de—"seguimiento" sacramental o comportamental de los sufrimientos de Jesús incluye necesariamente el "poder de su resurrección", que da vida, luz y fuerza en orden a una íntima unión con Dios y a una cooperación activa en su obra salvífica en el mundo (Flp 3,10s; 2 Cor 1,5s).

1. EL "LOGION" EVANGÉLICO SOBRE LLEVAR LA CRUZ (Mc 8,34; Mt 10,38; 16,24; Le 9,23; 14,27) - Es dudoso que estas palabras de Jesús a propósito de la cruz del discípulo se refieran figuradamente a la cruz de madera de la pena capital romana, dado que ésta no se había empleado nunca como símbolo literario del sufrimiento humano. A la luz del contexto de Mc 8,34 y teniendo en cuenta que las predicciones de Marcos sobre la pasión no mencionan la crucifixión, parece probable que esta figura retórica se refiere más bien al "yugo" de Cristo exaltado en Mt 11,29 o al conjunto de sacrificios exigidos a cuantos quieren seguir a Jesús. También es más verosímil que esta figura retórica se base en la práctica hebrea de señalar a una persona o de ungir con una cruz (+ o X, la forma antigua de la letra hebrea tau) como signo de arrepentimiento y distintivo espiritual que consagra al hombre a Dios (Ez 9,4; Salmos de Salomón 15,6ss). Por eso el logion puede haber tenido originariamente este significado: "Todo el que no se signa con esta + (o sea, no se arrepiente y no se dedica completamente a Dios), no puede ser mi discípulo". El logion, unido a la sucesiva comprensión eclesíal del misterio de la cruz de Jesús, se convirtió en símbolo del discipulado cristiano y dio origen al rito de signarse la frente con la cruz en las ceremonias penitenciales y bautismales.

2. LA ENSEÑANZA DE SAN PABLO - A este apóstol se le puede llamar el teólogo de la presencia de la cruz de Cristo en la vida cristiana. No se limita a enseñar el poder que tiene la cruz para librar a los hombres del pecado y del egoísmo, de la muerte y de los lazos terrenos veterotestamentarios, sino que enseña también por qué "la sangre de la cruz" ha establecido una nueva alianza, en la cual los hombres viven unidos a Dios y en caridad unos con otros (Ef 2,13-22). Por eso, según san Pablo, todo cristiano debe vivir como quien en el bautismo ha sido "crucificado con Cristo" (Gál 2,19ss; 5,24; Rom 6,1-11; Col 2,Ilss). Esto significa que el cristiano, por participar del amor y la obediencia de Cristo en la cruz, debe dar muerte constantemente al pecado y al egoísmo, que impiden amar a Dios y amar a los hombres, así como la alegría y la paz que irradian de la vida resucitada del Señor (Col 3,2ss).

3. ULTERIORES DESARROLLOS NEOTESTAMENTARIOS - La Carta a los Hebreos y la 1 de Pedro, escritas en un período de dificultades, de tentaciones y persecuciones, introducen el nuevo tema de que el cristianismo necesita contemplar los sufrimientos de Jesús a fin de imitar su espíritu de fidelidad, de caridad y de adquirir fuerza para seguir su ejemplo (Heb 12,2; 1 Pe 2,2lss). Estos escritos son básicos por el acento que ponen en la ejemplaridad de la cruz, tema que será dominante en la espiritualidad medieval e incluso más tarde.

El autor de la Carta a los Hebreos profundiza notablemente la teología de la cruz en la vida cristiana. Relaciona íntimamente la "perfección" y la madurez cristiana (expresada mediante el término griego teleios) con el hecho de haberse convertido Jesús en "perfecto" (teleioun), es decir, de haber sido ordenado sumo sacerdote' a través de los sufrimientos humanos de su pasión, y de la exaltación gloriosa de su resurrección (Heb 2,10; 5,9; 10,14; 12,23). Con esta correlación verbal enseña que la "perfección" del pueblo sacerdotal depende de la medida en que se apropia el espíritu de amor y de obediencia con que el Jesús humano fue "perfeccionado" en su pasión y en la cruz.

III. La cruz en los primeros cinco siglos

La rica semilla presente en la enseñanza neotestamentaria sobre la muerte de Cristo no dio fruto en seguida en los siglos inmediatamente sucesivos. Dados los errores cristológicos que amenazaban la fe en la divinidad de Cristo, fue preciso subrayar la gloria de Cristo resucitado y su majestad de Hijo de Dios y de pantokrator. Los primeros Padres, al hablar de la muerte de Cristo, subrayan la poderosa acción salvífica de Dios, el cual emplea la cruz como instrumento de su actividad. Sólo los dos últimos siglos de este período dan testimonio de un florecimiento de la doctrina neotestamentaria sobre la función ejemplar de la humanidad de Jesús en la obra de la salvación y en la conducta de la vida cristiana.

1. LOS TRES PRIMEROS SIGLOS - Los escritos de este período desarrollan el significado de la cruz como instrumento de la obra salvífica divina, para lo cual recurren principalmente a una interpretación tipológica alegórica del AT, a imitación del mismo NT (Jn 3,14ss; 1 Pe 3,20ss; Heb 9,11ss). Así, comparan la cruz con el árbol de vida del paraíso terrenal, con el arca de Noé, con la leña del sacrificio que Isaac llevó al monte Moría, con la escala de Jacob, con la vara de Moisés y con la serpiente de bronce. Estos motivos fueron ampliamente desarrollados en la catequesis de la época y entraron a formar parte de la liturgia del bautismo y de la eucaristía.

Sin embargo, también en este período primitivo unos pocos escritores, como san Ignacio de Antioquía (+ 117) y san Policarpo (+ 165), recuerdan los sufrimientos de Cristo para reforzar su invitación a ser fieles a Dios a imitación del Maestro, el cual a su vez fue sometido a persecución. Las Acta Martyrii Polycarpi XVII, 3 (PG 5, 1042) indican el principio que presidirá una gran parte de la espiritualidad futura; hablando de los mártires, juntan sus tres roles de testigos (martyres), de discípulos (rnathetai) y de imitadores (mimetai) de Cristo. Ignacio, además, en su Carta a los Romanos relaciona estrechamente sus comienzos de discípulo (V) con su deseo de ser "un imitador de la pasión de mi Dios" (VI) (PG 5, 691.693).

En su polémica con los gnósticos y con los docetas, san Ireneo (+ 197) y Tertuliano (+ 220) escribieron más por extenso sobre los sufrimientos de Cristo. Pero el testimonio más abundante y fecundo sobre el papel de la humanidad de Cristo en los misterios que santifican la vida humana, lo encontramos en losescritos de Orígenes (+ 250), el cual en sus comentarios bíblicos combina la interpretación alegórica con una atenta observación de la influencia que han de tener en la vida cristiana las palabras y los actos de Jesús.

2. Los SIGLOS IV Y V - La conversión del emperador Constantino (312) y el hallazgo de la cruz de Cristo dieron un impulso notable a las manifestaciones públicas de veneración de la cruz. Con la adopción del cristianismo como religión del imperio, la cruz surgió como símbolo oficial. Se convirtió en estímulo para prodigarse y sacrificarse en este mundo, y en una garantía del triunfo en la vida futura. La devoción a la cruz pasó a ocupar un puesto importante en la espiritualidad cristiana del s. iv, según se desprende del desarrollo de una liturgia en su honor y de la popularidad de las peregrinaciones al Gólgota y al Santo Sepulcro. Partes de la cruz, trasladadas a los países occidentales, originaron manifestaciones populares de fe en su poder de librar a los cristianos de cualquier forma de mal.

Entretanto, las homilías de san Ambrosio (+ 397), de san Juan Crisóstomo (+ 407) y de san Agustín (+ 430), que pretendían hacer de la enseñanza neotestamentaria una realidad de la vida de los cristianos, suscitaron un vivo interés por los misterios de la vida y de la muerte de Cristo. El acento que Juan Crisóstomo ponía en la sangre de Cristo y en su poder de purificar y de fortificar evoca todas las enseñanzas de san Pablo sobre el papel de la muerte de Jesús en el misterio de la redención. San Ambrosio, y particularmente san Agustín, anticipan el énfasis que pondría la espiritualidad sucesiva en la permanente presencia de la pasión de Cristo en la miseria, los sufrimientos y la opresión del pueblo de Dios. Socorrer las necesidades espirituales y corporales de los hombres significa asistir al Cristo total en su pasión, puesto que la Cabeza y los miembros forman un solo cuerpo. [Cf Ambrosio, Expositio evangelii sec. Lucam VI, 33 (PL 15, 1763); Agustín, Enarratio in Ps. 58,2; 61,4 (PL 36,693 y 750s)].

IV. La cruz en la Edad Media (500-1500)

Este período no sólo continuó la veneración popular por la cruz en un tiempo caracterizado por un espíritu groseramente materialista y además supersticioso, sino que también registró notables progresos en la teología espiritual de la presencia de la cruz en la vida cristiana.

1. CONTINUIDAD Y DESARROLLO - En los orígenes de las grandes tradiciones monásticas, el énfasis puesto en la cruz —anticipado ya por Pacomio (+ 346)—desempeñó un gran papel en la interpretación de la vida religiosa. La profesión monástica se veía como un segundo bautismo; por ello las hornillas y la liturgia que acompañaban su rito subrayaban la necesidad para el monje de vivir crucificado con Cristo frente al mundo, al pecado y a los placeres de la carne. En recompensa, se le prometía una participación plena en la alegría y en la paz del Señor resucitado. Hasta los detalles del hábito monástico eran interpretados como elementos que le recordaban al monje su deber de llevar continuamente la cruz de Cristo.

Mientras los religiosos de las primeras órdenes monásticas iban profundizando en el misterio de la cruz, la devoción popular se manifestaba en la erección de reproducciones de la cruz y en su difusa exhibición sirviéndose de todo tipo de arte y de pintura europea. Como san Agustín, que, al arribar a Inglaterra en 596, llevaba delante una cruz de plata en lugar de una bandera, también los reyes de la época sustituyeron en las guerras los estandartes reales por la cruz. En la piedad popular sajona y en otros lugares se erigieron cruces de piedra un poco por todas partes, mientras que se empleaba siempre una reproducción de la cruz para garantizar la bendición de Dios en todo tipo de necesidades humanas; por ejemplo, para curar a los enfermos, para obtener la fertilidad de la tierra o para encontrar el ganado perdido. La gente no siempre vivía según el espíritu de Cristo crucificado, pero mostraba una fe sumamente supersticiosa en el poder de la cruz. Esta devoción popular tuvo reconocimiento oficial y experimentó un nuevo impulso cuando, en 701, el papa Sergio 1 instituyó la fiesta de la exaltación de la cruz.

2. UN PUNTO CULMINANTE DE ESTE DESARROLLO - El último período de la Edad Media (del s. xu al s. xv) puede llamarse el período de oro de la fecundidad de la doctrina de la cruz. Lo que se había anticipado en los escritos de san Gregorio Magno (+ 604) y de san Beda (+ 736), alcanzó su plena madurez en las obras teológicas y en la intensa piedad litúrgica y personal de este período. Las Meditationes y el Cur Deus Horno? de san Anselmo (+ 1109), junto con la teología espiritual de Guillermo de Saint-Thierry (+ 1148) y de san Bernardo (+ 1153), ejercieron una notable influencia en el tratado de la pasión de Cristo de los escolásticos (cf santo Tomás, S.Th. III, qq. 46-49). Pero más significativo aún de esta influencia ejercida en los escolásticos es el hecho de que el acento puesto por ciertos escritores, como san Bernardo, en el elemento humano de los misterios de Cristo, centró la contemplación y la devoción popular en los sufrimientos y en la crucifixión del Salvador.

Este desarrollo no aparece sólo en las obras de san Bernardo, de san Buenaventura (+ 1274) y de santa Gertrudis (+ 1302), sino que influyó también de manera radical en la vida espiritual de grandes comunidades religiosas, como las de los benedictinos, los cartujos y los cistercienses, los franciscanos y los dominicos. También el laicado experimentó esta nueva oleada devocional. Los hermanos terciarios franciscanos, siguiendo el ejemplo de san Francisco de Asís (+ 1226), igual que los demás predicadores de este período, intentaron intensificar la piedad popular predicando de manera realista la pasión de Cristo, erigiendo crucifijos, componiendo oraciones y letanías, organizando funciones piadosas e instituyendo el vía crucis [ r Ejercicios de piedad 111, 2j. Esta tendencia encontró una expresión concomitante en la pintura y la escultura contemporáneas. Así, el arte de Fray Angélico (+ 1455) adornó el convento de san Marcos de Florencia con imágenes inmortales de Cristo paciente. Esta intensificación de la piedad realista conoció también excesos y supersticiones; pero, en general, permaneció fiel a las concepciones auténticas de los guías espirituales que la habían introducido y promovido. Los temas de la compasión por Cristo paciente, de la imitación de sus virtudes, de la confianza en sus méritos, de la intercesión para obtener su ayuda misericordiosa se basaban en la fe firme en la humanidad real y en la divinidad consustancial del Hijo de Dios encarnado. La espiritualidad de la cruz, que hizo soportable la vida humana en un período difícil y produjouna multitud de auténticos santos cristianos, como santa Angela de Foligno (+ 1309) y santa Catalina de Siena (+ 1380), la lleva lúcidamente adelante la escuela renana en sus escritos y en sus obras literarias, por ejemplo, las de Juan Taulero (+ 1361), las del beato Enrique Susón (+ 1366), y en la Imitación de Cristo (1424/27).

V. La cruz en la Iglesia postridentina

La espiritualidad del bajo medioevo, con su acentuada devoción a la pasión de Cristo, continuó ejerciendo un gran influjo en la piedad eclesial después del concilio de Trento. Las órdenes religiosas que superaron el vendaval de la reforma protestante, siguieron las tradiciones que habían recibido del pasado. Análogamente, también las nuevas comunidades religiosas veneraban el espíritu y los escritos de la iglesia pretridentina. Y, obviamente, la espiritualidad de las casas religiosas influyó en la piedad de los laicos.

1. CONTRIBUCIÓN DE LA ESCUELA ESPAÑOLA - Los nombres de mayor esplendor en el período que siguió inmediatamente a la reforma fueron los de san Ignacio de Loyola (+ 1556), de santa Teresa (+ 1582) y de san Juan de la Cruz (+ 1591). Mientras san Ignacio centró la atención en la meditación de la pasión de Cristo y formuló reglas de ayuda para ser fiel en la imitación ascética del Salvador [>Ejercicios espirituales II, 4], los doctores del Carmelo bebieron en el mundo de sus experiencias personales y describieron todos los aspectos de la rica vida monástica, que lleva consigo a menudo un amor generoso y sincero a Cristo paciente. En cierto sentido, estos tres autores trazaron el curso que habría de seguir la espiritualidad en los siglos siguientes. Los tres consideraron la meditación de la pasión de Cristo como elemento necesario de la lucha por alcanzar la santidad cristiana. Aunque pertenecían a la escuela de la espiritualidad española, expresaron en su vida y en sus escritos una devoción a la cruz que se practicaba universalmente. La Croix de Jésus de Louis Chardon, OP (+ 1651), los Acta de los mártires de la reforma inglesa, el arte y la literatura espiritual de Italia y de Alemania muestran claramente que el amor a la pasión de Cristo, tan destacado en la iglesia postridentina, ocupará siempre un puesto de primer plano en la corriente maestra de la espiritualidad cristiana.

2. COHERENCIA DOCTRINAL Y PRÁXICA EN LOS ÚLTIMOS SIGLOS - La devoción a la cruz en sus múltiples formas, lejos de disminuir, fue intensificándose con el correr de los siglos. Una serie continua de eminentes predicadores, como san Luis de Montfort (+ 1716), san Leonardo de Puertomauricio (+ 1751) y san Pablo de la Cruz (+ 1775), hicieron de la pasión de Cristo tema dominante de sus sermones, igual que todos los grandes misioneros de los jesuitas, los hermanos menores, los capuchinos y los lazaristas. El fervor y el sentido práctico con que tales predicadores promovieron la devoción a la pasión, están bien representados en los escritos de san Alfonso de Ligorio (+ 1787). Por eso este amor a Cristo crucificado se convirtió en parte integral del espíritu de las nuevas comunidades religiosas que vieron la luz en el siglo xix.

La devoción a la cruz en el período postridentino incluyó todos los aspectos del misterio redentor, como se había hecho a finales del Medioevo: el Sagrado Corazón de Cristo, sus llagas, su preciosa sangre, su santa faz y la eucaristía. Realmente, podemos decir que, tras los escritos de san Francisco de Sales (+ 1622), de san Juan Eudes (+ 1680) y de las revelaciones hechas a santa Margarita María (+ 1690), el Sdo. Corazón de Cristo paciente fue venerado universalmente en una medida que no tiene parangón en la historia precedente.

El ejemplo dado por san Vicente de Paúl (+ 1660) resultó fecundísimo en el s. xix. que acentuó la necesidad de expresar la compasión por Cristo doliente con el interés real y efectivo por los miembros dolientes de su cuerpo místico. Fundadores de nuevas congregaciones religiosas y de grupos de laicos, como Federico Ozanam, que dio vida a las Conferencias de san Vicente de Paúl, subrayaron la necesidad de hacer concreta y vital la devoción a la pasión dedicándose al servicio de los pobres, de los que sufren, de los ignorantes y de cuantos deben soportar los efectos negativos de la revolución industrial.

VI. La cruz en el siglo XX

Hasta mediados, aproximadamente, de nuestro siglo, religiosos y seglares siguieron los modelos de devoción a la cruz heredados del pasado. El vía crucis, los misterios dolorosos del rosario [>Ejercicios de piedad III, 1], las funciones en honor del Sdo. Corazón de Cristo, la predicación popular mantuvieron vivo un férvido amor a la pasión del Salvador. Elemento típico de este espíritu fue el vivo interés manifestado por los conocidos estigmatizados de nuestro siglo: santa Gema Galgani, Teresa Neumann y el padre Pío. Sin embargo, a mediados de siglo se notó un cambio, especialmente en amplios sectores de Europa y de América del Norte. Es difícil establecer las razones precisas de este imprevisto enfriamiento del interés por las formas precedentes de espiritualidad de la cruz. Parece que las causas son más profundas que el simple hecho de que el Vat. II haya conseguido desplazar la atención de las prácticas devocionales a las riquezas de la eucaristía y de la liturgia. Algunas de estas razones profundas merecen ser tomadas en consideración, no sólo por haber sido los factores principales del cambio, sino también porque contienen la promesa de nuevos desarrollos.

1. RAZONES TEOLÓGICAS DEL CAMBIO - Hacia mediados de siglo se comenzó de nuevo a subrayar la resurrección de Cristo y su significado en la vida cristiana, y ello tanto por los estudios bíblicos como por los teológicos. Como lo ha puesto bien de manifiesto E. S. Durrwell en La resurrección de Jesús, misterio de salvación (Herder, Barcelona 19784), esta nueva perspectiva teológica era simplemente un redescubrimiento de cuanto enseñan el NT, los Padres y santo Tomás de Aquino. Por desgracia, sin embargo, este nuevo énfasis tuvo como resultado oscurecer la idéntica importancia de la pasión de Cristo como fuente de la redención y modelo de vida cristiana. En consecuencia, muchos pasaron por alto el hecho de que, por más que la vida un día haya de estar iluminada en el cielo por la sabiduría de la resurrección, hay que vivirla aquí en la tierra con la sabiduría de la cruz.

2. RAZONES SOCIO-PSICOLÓGICAS - El intenso desarrollo de una nueva conciencia social a mediados de siglo ha dado a conocer a los hombres las inquietudes, las condiciones inhumanas y la discriminación que caracterizan la vida de muchas personas, mientras que otros gozan de prestigio y de toda clasede bienestar. Las consecuencias de las dos guerras mundiales, la aparición del tercer mundo, la publicación de los sufrimientos de los oprimidos y de las minorías raciales, así como la clara enseñanza de los romanos pontífices y del Vat. II, han abierto los ojos a los cristianos y les han permitido ver la gran pobreza y los sufrimientos de toda clase que existen en medio de ellos. El empeño por remediar estas necesidades se ha convertido para muchos en un cometido social que los ha absorbido completamente y les ha apartado de las formas pretéritas de espiritualidad, consideradas al presente como demasiado centradas en sí mismas e indiferentes a las necesidades del mundo. Una especie de miopía ha inducido a considerar la pasión de Cristo y la espiritualidad de la cruz como factores irrelevantes frente a las acuciantes necesidades humanas que piden urgente remedio.

3. PROGNOSIS PARA EL FUTURO - Es demasiado pronto para predecir el curso exacto de esta espiritualidad cristiana durante los próximos años que nos aguardan; sin embargo, existen señales indicadoras de que las experiencias de los últimos veinte años podrán servir para enriquecer y profundizar la influencia de la pasión de Cristo en la vida de los hombres. La nube que temporalmente ha oscurecido la cruz de Cristo comienza ya desde ahora a dejar filtrar algún rayo de luz.

a) Progresos en teología. Un grupo notable de teólogos alemanes, profundamente preocupado por el oscurecimiento de la pasión de Cristo en la espiritualidad cristiana contemporánea, está intentando restablecer el valor de la concepción plurisecular sobre el papel de la pasión de Cristo como "poder y sabiduría de Dios" en el acto de la redención y en la vida de los cristianos. En la linea de esta corriente de pensamiento, algunos artículos recientes de K. Rahner han mostrado que la cruz es la manifestación eminente de la vida inmanente de Dios y revela el modo de hacerse operante la resurrección en la vida terrena del cristiano. Estos escritos permiten ver que los misterios de la muerte y de la resurrección están íntimamente unidos entre sí tanto en la vida de Jesús como en la experiencia del cristiano, de forma que la acentuación de la resurrección proyecta nueva luz sobre el significado y sobre la necesidad de la cruz (>Misterio pascual].

Junto a este desarrollo teológico, la experiencia práctica está haciendo que muchos se den cuenta de nuevo de la necesidad que tenemos de mirar a la pasión de Cristo. También los que se han beneficiado del bienestar y del progreso tecnológico se han dado cuenta de que el mundo presente, deteriorado por el pecado global y personal, no será jamás la ciudad de la utopía. Mientras haya hombres en esta tierra, Cristo resucitado tendrá que hacerlos capaces de afrontar las luchas y batallas de la vida con la sabiduría de la cruz, que dirigió también su vida terrena.

b) El servicio al Cuerpo de Cristo. El compromiso social cristiano destaca una vez más el énfasis que san Agustín había puesto en los sufrimientos de Cristo en su cuerpo místico. Como lo indican la encíclica Mystici Corporis (1943) de Pío XII y las grandes encíclicas sociales de Juan XXIII y de Pablo VI, el modo auténtico de ser verdaderamente devotos de Cristo en la cruz es dedicarse a servir con compasión y con eficacia a los miembros de su cuerpo que comparten ahora sus sufrimientos. Bastará que esta luz de la fe ilumine el vivo interés social del pueblo cristiano; entonces Cristo en la cruz y los que están afligidos y oprimidos serán vistos en una misma óptica. Ello hará que florezca en la Iglesia una vida completamente nueva de justicia y de caridad, y a la vez una devoción realista a la pasión de Cristo, que realizará perfectamente sus palabras: "Cuando lo hicisteis con uno de estos mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis" (Mt 25,40).

4. PRESENCIA PERENNE DE CRISTO CRUCIFICADO - La espiritualidad de la cruz ha conocido períodos de grandeza y de decadencia, pero su presencia continua en el mundo está garantizada. Cristo mismo ha prometido con su palabra infalible: "Y yo, cuando sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí" (Jn 12,32).

El ha mantenido esta promesa a través de los siglos, porque ha atraído a sí a hombres de todas las generaciones y los ha transformado a imagen suya con el poder y la ejemplaridad de la cruz. Esta experiencia será para siempre un elemento esencial en el campo de la santidad. Cualquiera que sea la forma que asuma la espiritualidad de la cruz, todo cristiano debe seguir mirando a Cristo crucificado para llegar a compartir la fidelidad y la caridad del Hijo encarnado de Dios, el cual "nos amó y se entregó por nosotros a Dios en oblación y sacrificio de agradable olor" (Ef 5,2).

B. M. Aherns

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