COMUNIDAD DE VIDA
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SUMARIO: Introducción - I. Valor y significado de la vida comunitaria: 1. La dimensión social y dialogal del hombre; 2. Actitudes peculiares de la comunidad cristiana; 3. Actitudes peculiares de la comunidad religiosa - II. Las características de la vida comunitaria: 1. Espíritu de sano realismo; 2. Encuentro de personas adultas; 3. Grandeza de alma; 4. Participación en la labor apostólica; 5. Una comunidad cultual; 6. Idea eficiente de grupo - III. Límites y dificultades de la vida comunitaria: 1. Los límites de la comunicación; 2. Compromisos en tareas seculares; 3. La pluralidad de las pertenencias - IV. La comunidad se construye unidos: 1. Respetar la intimidad y la necesidad de la soledad; 2. Las diferencias no deben romper la unidad; 3. En primer lugar, el seguimiento de Cristo; 4. Una comunidad recreada por la conversión - V. Formación en el sentido comunitario: 1. Comunidad y persona; 2. El egocentrismo y su superación; 3. Apertura y presencia en el mundo; 4. Educar para "sostenerse arriba": 5. Colaboración y corresponsabilidad - VI. Tentativas para resolver algunos problemas comunitarios: 1. La creación de "pequeñas fraternidades"; 2. Exitos y fracasos de una experiencia - VII. Momentos fuertes de la vida comunitaria: 1. La celebración de la eucaristía; 2. Las reuniones comunitarias; 3. La importancia del diálogo en la vida común - VIII. Problemáticas y experiencias actuales: 1. Las comunidades catecumenales: 2. Las comunidades de base; 3. Los grupos pequeños; 4. Lo "nuevo" y lo "antiguo" en las nuevas formas.


Introducción

Todo hombre pertenece a una comunidad; más aún, cada hombre pertenece a más de una comunidad: a la comunidad humana, a la comunidad familiar, a la comunidad cristiana, nacional, internacional, política, a la comunidad local, y así sucesivamente. La vida comunitaria de la que aquí se habla es, sobre todo, la de la vida religiosa [/Vida consagrada]. Sin embargo, la exposición abarca diversos tipos de vida comunitaria, comprendidos los característicos de estos últimos años, tales como las comunidades catecumenales, comunidades de base y grupos de diversas denominaciones. Hemos de apresurarnos a indicar que la comunidad religiosa, "lugar" del seguimiento de Cristo, es una comunidad basada en el vinculo de la fe y no en el vínculo de la sangre. Por eso no se puede pretender de ella lo que normalmente se pretende de una familia. Por otra parte, dado que el vínculo de la fe no es inferior al vinculo de la sangre, deberían reflejarse en la vida comunitaria de las personas consagradas todos los valores auténticamente humanos y cristianos, en cuanto provenientes de la coparticipación de la vida trinitaria. No es la familia humana el prototipo de la vida comunitaria, sino la vida trinitaria, la cual es unidad en la pluralidad de las personas. Habrá de ser una comunidad que se edifique sobre la gracia y el sufrimiento, entre hermanos unidos por un mismo ideal y por un mismo propósito.

1. LA DIMENSIÓN SOCIAL Y DIALOGAL DEL HOMBRE - El significado y el valor de la vida comunitaria son objeto hoy de mucha atención, porque en el hombre moderno aflora un deseo profundo de comunicación y de comunión interpersonal'. Nos encontramos ante un pulular de experiencias, más o menos válidas, pero expresivas siempre de este fenómeno. Las ciencias humanas, e incluso las teológicas, han dedicado particular atención a la dimensión social y dialogal'; el hombre se hace hombre permaneciendo en comunión con otros hombres, es decir, con personas como él, que viven con los demás y para los demás'. Un rasgo de la persona adulta particularmente subrayado es el de la capacidad de convivir, de asociarse y de colaborar en la vida de la comunidad. Desde un punto de vista social se afirma que la madurez sólo se alcanza cuando el individuo consigue aceptar a los otros y colaborar con ellos'. San Francisco de Asís advirtió profundamente la importancia de las relaciones interpersonales y la riqueza que le confiere a la existencia humana vivir con los demás y para los demás. Cuando Tomás de Celano, su primer biógrafo, narra la formación de la primera comunidad franciscana, insiste en la descripción de la conversión y de la llegada de Bernardo da Quintavalle, y observa: "Francisco se gozó sobremanera con la llegada y conversión de hombre tan calificado, ya que esto le demostraba que el Señor tenía cuidado de él, pues le daba un compañero necesario y un amigo El carácter de /"fraternidad" es típico de san Francisco; tiene un sentimiento de fraternidad universal que hace extensivo a todas las criaturas y, cuando en el Testamento recuerda a los primeros compañeros, dice: "Y después que el Señor me dio hermanos...", y quiere que, dondequiera que estén y se encuentren, se muestren familiares entre sí'.

2. ACTITUDES PECULIARES DE LA COMUNIDAD CRISTIANA - La misión del cristiano es vivir en medio de los demás. "¡Ved qué hermoso y qué dulce habitar los hermanos todos juntos!" (Sal 133,1). La medida en que un cristiano puede experimentar el don de una comunidad, que es una comunión de vida mediante Cristo y en Cristo, es muy varia: la visita a un hermano cristiano, una oración en común, una carta escrita por mano cristiana, la comunión en la celebración dominical de la santa misa; otros pueden vivir una vida cristiana en la comunidad familiar; otros, en fin, durante cierto tiempo, se juntan para vivir con otros cristianos cursos de ejercicios espirituales, jornadas de estudio, de oración, de búsqueda.

En los Hechos de los Apóstoles, las actitudes peculiares de toda auténtica comunidad cristiana se resumen así: los miembros perseveraban en la enseñanza de los apóstoles, en la fracción del pan, en la oración y en la comunión fraterna (2,42-47). La descripción de Lucas demuestra que la primera comunidad de Jerusalén se nutría de la palabra de Dios y de la eucaristía; que de la palabra de Dios, de la eucaristía y de la oración sacaba alimento hasta el punto de que la comunión de los miembros no era sólo a nivel espiritual, sino también a nivel material: tenían todas las cosas en común y las distribuían según la necesidad de cada uno. Si queremos, en el versículo arriba citado, explicar la palabra "juntos", o sea "en concordia", puede decirse que los hermanos viven juntos en Cristo porque Jesucristo solo es nuestra concordia. "El, en efecto, es nuestra paz" (Ef 2,14). Sólo a través de él podemos encontrarnos, gozar los unos de los otros, tener comunión los unos con los otros.

3. ACTITUDES PECULIARES DE LA COMUNIDAD RELIGIOSA - Los fundadores de los institutos religiosos, al reproponer el ideal de la fraternidad, más que al ejemplo de la primera comunidad de Jerusalén, apelan a Cristo y a los apóstoles; y cuando quieren precisar el significado de su familia, la describen como una familia formada por hermanos según el espíritu que, basándose en la fe y en la común vocación-misión libremente compartida y aceptada, se unen para vivir juntos la forma de vida evangélica.

Se trata de una comunidad a la cual la común adhesión a Jesucristo conduce incesantemente a una profunda comunión interior; no debe su existencia a la presión y a la acción de afinidades naturales; éstas tienen una importancia considerable, pero no primaria. Lo que acerca a los miembros de la comunidad religiosa es su vocación, es el propósito de una existencia que hay que construir sobre la comunión en un mismo ideal evangélico. Los hermanos no se eligen, sino que es Dios mismo el que, a través de la llamada, es decir, a través de la vocación, nos los da y nos da a ellos.

II. Las características de la vida comunitaria

La comunidad debería tener las características de un "ambiente educativo". En pedagogía se juzga educativo un ambiente cuando posee las siguientes características: si es proporcionado y adecuado al nivel de madurez de quien vive en él, si se constituye como factor de estímulo, de explicación, de sistematización y de dirección del proceso formativo según finalidades bien definidas; si sirve de mediador entre la personalidad en formación y el mundo externo; si constituye un "filtro" o una "pantalla" para salvaguardar a la persona de eventuales experiencias que podrían perjudicar su proceso de formación. No se quiere decir que estas características sean todas requeridas también y del mismo modo por el ambiente comunitario del que aquí se habla; pero es un hecho indiscutible que estas comunidades, las personas que viven juntas y que establecen en él relaciones recíprocas, los lugares que son teatro de la actividad y de la experiencia cotidiana, ejercen presiones y ofrecen estímulos frente a los cuales cada uno reacciona a su modo. Pues bien, es evidente que hay que preocuparse de que el ambiente sea tal que influya provocando en las personas reacciones, respuestas y experiencias válidas en relación con la capacidad y las necesidades de los miembros, y que, por el contrario, no sirvan de obstáculo a su vocación personal. Señalemos algunas características que parecen favorecer la vida comunitaria.

1. ESPÍRITU DE SANO REALISMO - La común vocación-misión exige en la comunidad un sano espíritu de realismo para afrontar las diversas situaciones sin pretender lo imposible, para no transformar las sombras en gigantes, para valorar rectamente los hombres y los acontecimientos, para estudiar, comprender y asimilar los elementos válidos del progreso con actitud crítica y creativa. El espíritu de sano realismo se opone al formalismo y al fariseísmo, a la preocupación de querer salvar a toda costa las apariencias. El formalismo proviene de estrechez de espíritu o de egoísmo; se necesita una buena adhesión a la realidad, una visión objetiva de las circunstancias para descubrir allí la presencia de Dios y cumplir su voluntad.

ENCUENTRO DE PERSONAS ADULTAS - La vocación encuentra un clima favorable cuando la comunidad se caracteriza por una discreta atmósfera de madurez, que hace de cada individuo una persona de carácter, la cual, respetando las fun ciones propias de cada uno, sabe conseguir el equilibrio suficiente para pensar, querer y obrar como persona adulta. El infantilismo, signo de emotividad y de dependencia excesiva, es un gran impedimento para la fidelidad ala propia vocación. Para progresar en el camino emprendido es preciso saber mantener la dirección de la vida propia y haber alcanzado tal grado de madurez y autonomía, que no seamos juguete de las olas ni nos dejemos llevar de un lado para otro por cualquier viento de doctrina (cf Ef 4,14).

3. GRANDEZA DE ALMA - La vida comunitaria debe caracterizarse por una atmósfera de entusiasmo y de magnanimidad que arrastre hacia las alturas y suscite grandes ideales. La vocación, para conservar el vigor de los orígenes, tiene necesidad de aire muy oxigenado. Hay que prestar atención al peligro del aburguesamiento, de la banalidad, de la mediocridad satisfecha, que puede crear en la comunidad un clima capaz de disipar o extinguir a lo largo del camino el entusiasmo de la partida. El ambiente debe ser lo bastante ferviente para preservar el ideal del entibiamiento, para conservar vivas las motivaciones de la elección e impedir convertirse en seres aburridos que se resignan lentamente a una vida fallida.

4. PARTICIPACIÓN EN LA LABOR APOSTÓLICA - Si la comunidad elude la labor apostólica, la vida comunitaria pierde su linfa vital. Podrán existir modalidades diversas, propias del carisma específico de cada instituto; pero se impone en cada comunidad el deber de trabajar, bien con la oración, bien con obras activas, en arraigar en los espíritus el reino de Cristo y en dilatarlo por todos los rincones del mundo (cf LG 44). Cuídese, sin embargo, de no confundir la actividad apostólica con el afán y el activismo desordenado, que hace imposible la experiencia de "vivir juntos". El vínculo entre comunión fraterna y apostolado constituye una de las características más netas de la acción eclesial de las personas consagradas" [>Apostolado].

5. UNA COMUNIDAD CULTUAL - La comunidad religiosa es una comunidad de personas consagradas con Cristo a la alabanza de Dios y al servicio de la Iglesia. La vida comunitaria y la misma vocación se encontrarán frente a graves dificultades si la comunidad pierde la conciencia de la relación con Dios, en torno a la cual se construye. Pretender eliminar de las preocupaciones cotidianas la pausa para la alabanza y la adoración de Dios significa no comprender ya la verdadera misión que tienen los miembros de la comunidad en el mundo secularizado. Frente a otras comunidades, frente a otros grupos a los cuales podría pertenecer algún miembro de la comunidad, la comunidad de que aquí se trata se caracteriza como comunidad cultual, cuyo eje básico es Dios, consciente de que existe sólo por ser un don de la gracia del Espíritu y que no puede dejar de orientarse hacia su propia fuente. La comunidad, cuando deja de vivir en la oración la relación con Dios, pone en peligro su misma trama fraterna.

6, IDEA EFICIENTE DE GRUPO - Una comunidad alimenta y favorece la vida comunitaria cuando conserva vivo y vigoroso el único fin común de vivir juntos. Cuando comienzan a faltar las motivaciones, el grupo se disuelve. Una comunidad que ya no sabe por qué permanece unida está muerta. Es necesario, pues, compartir la idea de grupo, es decir, la vocación-misión común, y ofrecer la colaboración propia para realizar esa misma idea por la cual la comunidad de consuno se organiza, vive y trabaja. No todos, es evidente, tendrán el mismo servicio; cada uno tiene sus dones, sus aptitudes, sus inclinaciones, y cada uno realiza todo lo que, a través de una obediencia activa y responsable, le es confiado. Sin embargo, dentro de la variedad de los dones y de los servicios, la convergencia de los carismas personales en la idea de grupo promueve la realización plena de la propia persona y todos participan en la misma vocación-misión, que crea la verdadera fraternidad y la verdadera comunión de vida.

III. Límites y dificultades de la vida comunitaria

Hay que apresurarse a afirmar que el plan trazado, como cualquier plan cuando es grande, supera los limites de quien se lo propone. La vocación no tendrá nunca su ambiente ideal. Pretenderlo quiere decir vivir fuera de la realidad; quiere decir no saber aceptar el aspecto humano de la Iglesia; la Iglesia es santa y pecadora a la vez, por lo cual está siempre necesitada de perdón y de purificación (cf LG 8). La comunidad representa para el hombre pecador un proyecto cuya actuación se quedará siempre más acá del ideal entrevisto. Es bueno saberlo a tiempo, desde los primeros años de andadura vocacional. En toda comunidad se pueden encontrar sombras y pobreza. Mas la sombra y la pobreza, cuando la comunidad, a pesar de sus miserias, persevera en el mutuo perdón y en la coparticipación, dan testimonio del poder de Dios y recuerdan la necesidad de ser salvados.

1. LOS LIMITES DE LA COMUNICACIÓN - Si >celibato y virginidad consagrados por el reino de los cielos, de una parte, aumentan la posibilidad de lazos personales y de amistades profundas y pueden hacer conquistar mayor delicadeza espiritual, de otra, no está dicho que las relaciones comunitarias sean necesariamente más serias y más profundas que las relaciones propias de la comunidad del matrimonio; podrían incluso mostrar el signo de una pobreza en el campo de las relaciones humanas. La vida comunitaria exige permanecer vigilante y lúcido para no correr detrás de quimeras. La apertura al otro, que uno intenta procurarse con todo el ser, es siempre una empresa costosa. El ideal de una transparencia completa resulta dificil de alcanzar en la práctica, También sobre esta realidad es preciso obtener, a su tiempo, una información honesta y discreta. Todas las comunidades, incluso las más firmes, topan necesariamente con limites de comunicación. No es posible hacerse íntimo de todos; pueden existir amistades privilegiadas [ Amistad[ y pueden nacer aversiones espontáneas. Aun estando unidos en el mismo propósito, no está dicho que ello conduzca a una comunicación cualitativamente idéntica con todos. Esto puede llevar a aislamientos y crear tensiones. La vocación, que ha reunido juntas a varias personas, traza un ideal más ambicioso que las posibilidades concretas del hombre. Es un misterio de pobreza padecido continuamente. Todos los días es preciso atizar el fuego; lo importante es que haya fuego y que no nos cansemos de atizarlo.

2. COMPROMISOS EN TAREAS SECULARES - El seguimiento de Cristo en la comunidad no tiene lugar en fila india ni unos al lado de otros, sino en un estar con los otros, en un cara a cara dinámico y difícil. A fin de que esto desemboque en la comunión y no en un encuentro superficial o en un sentimentalismo compensador, más que a la cantidad habrá que conceder importancia a la calidad y a la intensidad de las relaciones. Hoy, en efecto, el compromiso en tareas seculares, con horarios diferentes para cada persona, y la pertenencia a una pluralidad de grupos, hacen que los miembros de una comunidad apostólica no puedan reunirse ya como en el pasado, atender al mismo trabajo, comer, divertirse y orar juntos. Habrá que insistir más en la responsabilidad personal, en la solidez de motivaciones, en la calidad de relaciones.

3. LA PLURALIDAD DE LAS PERTENENCIAS - Toda comunidad está llamada a insertarse cada vez más en la sociedad en que vive para sobrevivir y dar testimonio del evangelio. La integración social de la persona se lleva a cabo siempre a través de la participación en una amplia gama de grupos: grupos de trabajo, grupo cultural, grupo religioso, grupo político... Todo miembro de la comunidad está llamado a crear en la propia vida personal la unidad de las diversas pertenencias de su estar-en-el-mundo. Es evidente que tal evolución suscita nuevas dificultades. La diversidad de las pertenencias extracomunitarias, que implican participaciones más o menos profundas, hacen que los miembros de la fraternidad no se sientan ya enteramente transparentes los unos a los otros. Algunos individuos no conocen o no saben comprender lo que hacen otros hermanos suyos. El trabajo paciente y árido de algunos puede parecerles a otros un pasatiempo; el esfuerzo leal de otros que intentan introducirse en un cierto ambiente se le antojará a alguno una fuga de las responsabilidades comunitarias.

A causa de estas diversas pertenencias a grupos extracomunitarios, puede suceder que no todos pidan ya las mismas cosas a la fraternidad. El que encuentra plena satisfacción en su grupo de trabajo, sin duda exige de su comunidad menos de lo que exige otro sin ocupaciones exteriores o que choca con un muro de frialdad. Al primero le agrada poco ese intimismo de suspiros y de una atención ávida de detalles; el segundo buscará un mayor calor y más invitaciones a la confidencia; un tercero encontrará en su ambiente de trabajo el tiempo libre que necesita y juzgará insoportables las distensiones comunitarias que los hermanos le quieren imponer y que poseen para él sabor a infantilismo y a compensación artificial. Todo esto puede causar fricciones y frustraciones, sobre todo en un grupo pequeño. ¿Dónde encontrar el umbral de la tolerancia? Es preciso reconsiderar el equilibrio persona-comunidad.

IV. La comunidad se construye unidos

Sin esperarlo todo de la comunidad, cada persona habrá de hacerse cargo de su propia integración. Muchos aspectos que en otro tiempo dependían de la presión del grupo, dependen ahora de la responsabilidad personal. Lo que da sentido a todo y constituye el eje del equilibrio entre persona y comunidad es el seguimiento de Cristo en la forma de vida propia. En la fidelidad a este compromiso descansa la intención fundamental de la existencia. Ciertamente es preciso considerar, y con toda franqueza y valor, hasta qué punto los diversos grupos de pertenencia personal son expresión y exigencia de la vocación, y no más bien un compromiso con la opción evangélica que se ha tomado. De todos modos, no hay que dejarse absorber ni encerrarse en un gueto, sino conservar suficiente libertad interior que permita una adecuada participación en la propia comunidad, sentida como lugar de formación, de verificación y de sostén de la vocación.

1. RESPETAR LA INTIMIDAD Y LA NECESIDAD DE LA SOLEDAD - La evolución presente no debe hacer olvidar que la comunicación interpersonal, para ser auténtica, debe respetar el umbral de intimidad en el cual se detiene la comunión y que nadie puede violar. El hombre reconoce en el otro hombre un núcleo incomunicable. El sufrimiento inherente a toda auténtica amistad, incluso a la de la pareja, nace de este límite irrebasable, sin el cual no existiría ni el Yo ni el Tú; el otro permanece el otro". Todo amor choca así con su propia pobreza. Existe una discreción y un pudor que hay que respetar y que no tienen nada que ver con la "franqueza evangélica" invocada por alguno como parabrisas de un cierto vacío interior formado por chismorreos impertinentes. No se trata de pretender aislarse ni se precisa una comunidad-dormitorio, sino un verdadero centro de vida fraterna. No debemos olvidar, sin embargo, que sin el respeto a la soledad que cada uno necesita y en la cual está impreso el sello de la relación con Dios, la comunidad corre el riesgo de perderse en monsergas de superficialidades satisfechas; tanto más que en aquella soledad maduran las experiencias vividas en el enfrentamiento cotidiano con el ambiente de trabajo y con las tareas apostólicas. Todos los miembros debieran prestar la atención necesaria a una comunión en profundidad, al mismo tiempo que a la soledad de que estamos hablando; así parecen aseguradas tanto la calidad evangélica de la comunidad como la edificación de las personas.

2. LAS DIFERENCIAS NO DEBEN ROMPER LA UNIDAD - En la comunidad hay un haz de relaciones inmediatas y de esfuerzos valerosamente desplegados para que la fraternidad se traduzca en ellos con alegría incluso exterior. Mas todo esto no debe convertirse en el árbol que oculta el bosque. ¿Qué puede haber más allá de esa alegría exterior? Hay sentimientos austeros que se expresan mal en la maraña de los lazos fraternos y que, sin embargo, son más profundos y más constructivos que la alegría codo con codo. Cuando la mirada fraterna sabe penetrar hasta el fondo de los corazones, llega a descubrir con gran sorpresa suya una comunión de voluntades orientadas hacia el Señor y comprometidas en el mismo camino; se vuelve uno capaz de cambiar el modo de mirar a los que forman la comunidad; se acepta que el hermano sea diferente, que no sea lo que espontáneamente se querría que fuese incluso frente a uno, que tenga el derecho de ser él mismo y no simplemente una réplica de lo que son los otros.

Particularidades, diversidad, disputas, litigios, conflictos... parecen ineludiblemente presentes en lo profundo del destino humano; pero hay que saber aceptar que haya en los otros siempre algo distinto, irreducible a los puntos de vista propios y capaz de herir la propia sensibilidad. No se deben transformar las diferencias en puras y simples incompatibilidades o en oposiciones de partidos; como tampoco hay que limar las diferencias en orden a una unanimidad que corresponda al dominio del más fuerte o al conformismo de los más débiles; sobre todo se requiere un espíritu de tolerancia o, mejor aún, de aceptación, que no debe confundirse con la fría indiferencia; o sea, una aceptación impregnada de amplitud de miras y de benevolencia, que tiende a considerar al otro como un hermano dado por Cristo. Como se precisará más adelante, el problema estriba en no caracterizar con una nota de dualismo y de antagonismo al binomio persona-comunidad. Resulta siempre difícil conciliar los términos de este binomio: el bien de la persona y el bien común; pero las posturas que acentúan indiscriminadamente uno u otro de los términos son erróneas e injustas. Toda posición unilateral ocasiona nuevos desequilibrios de signo opuesto a los que se pretende condenar. Y así, se termina sustituyendo "el mito de las instituciones en nombre de la santa uniformidad por el mito de los individuos en nombre del santo individualismo, y todo ello en un tiempo de exaltación de la desmitización".

3. EN PRIMER LUGAR, EL SEGUIMIENTO DE CRISTO - El >seguimiento de Cristo, el propósito común —no está de más repetirlo— en la medida en que todos lo comparten aún, consigue reunir a los que se encuentran en oposición por sus desacuerdos y hace que se amen sin enmascarar las diferencias que, no obstante, les hacen sufrir. Es una ilusión creer y pretender entenderse siempre y siempre complacerse; pero es posible una solidaridad fundamental, basada en el seguimiento de Cristo, que abraza en su dinamismo tanto el propósito sustancial de la comunión como el respeto de las diversidades. Frente a todas las dificultades de nuevo tipo, el punto de referencia común debe ser el ideal que ha conquistado a todos los hermanos y al cual deben sentirse ligados en el fondo de su vida con una tonalidad infinitamente más primordial que la de su integración social y que las mismas formas, siempre contingentes, del estar juntos comunitario. La fuerza unitiva deberá derivarse de la voluntad de vivir con radicalidad el eje del evangelio en un acto de fe común y dentro de la forma específica del propio instituto. Las relaciones interpersonales, la búsqueda de la intimidad espiritual, el deseo de una comunidad en la cual cada uno pueda ser plenamente reconocido por todos, están contenidos en la voluntad primaria y absoluta del seguimiento de Cristo.

4. UNA COMUNIDAD RECREADA POR LA CONVERSIÓN - En este punto es preciso afirmar con mayor claridad que la comunidad de que se habla es una comunidad de reconciliación y que se caracteriza por el signo de la cruz. La originalidad de la vida comunitaria de las personas consagradas consiste en un vivir juntos en nombre del evangelio, aceptando al otro tal como el Señor lo da y permaneciendo unido a él a pesar de todo. Y este "todo" abarca muchas situaciones:, el choque de generaciones punteado de tensiones; el encuentro de voluntades cargadas de celo y de buenas intenciones frustradas; oposición de santidades ejemplares y de mediocridades corrosivas; desacuerdo de impulsos apostólicos sanos y de deslizamientos peligrosos 1B. La fidelidad a la vocación, el carácter de la comunidad elegido y compartido, llevan a permanecer solidarios a pesar de todo y a colocar la reconciliación pascual en el centro de todos los esfuerzos por vivir el evangelio en un acto de fe realista. Y puesto que, de cualquier manera, siempre somos "pobres pecadores" y no es posible exigir de todos heroísmo [>Heroísmo 1]. esta reconciliación seguirá a menudo el camino del perdón de las ofensas. Espontáneamente acude un razonamiento: el hermano me ha herido, su gesto y sus palabras ásperas siguen atormentándome como un remordimiento y tienden a hacérmelo detestable; no obstante, él sigue siendo el que Cristo ha amado por el mismo titulo por el que me ha amado a mí y el que me ha dado, no para que yo lo excomulgue, sino para que intercambie su perdón.

En los momentos más difíciles, cuando el cometido de la comunidad pueda parecer muy lejano e indiferente al problema de la vocación propia, es preciso recordar que con la consagración total a Dios se ha elegido seguir a Cristo, y a Cristo crucificado. Si somos sus íntimos, además de su vida y su misión, hay que saber compartir, si es preciso, también su suerte. Si se toma en serio la comunidad, llegará el momento en que nos enfrentemos a nosotros mismos para una relectura de las propias opciones y de los propios planes a la luz del punto de vista de los hermanos, de sus necesidades y de las exigencias comunitarias, siempre con la perspectiva de avanzar unidos. ¿Con qué se contribuye, día tras día, a construir, junto con los hermanos, la comunidad?

V. Formación en el sentido comunitario

Por la estrecha relación existente entre el grado de formación comunitaria alcanzado y el crecimiento vocacional, toda la formación debería mirar a conservar limpio y vigoroso el propósito de vida en el clima del ambiente. Por eso, sobre todo en los primeros años de andadura vocacional, es necesario encuadrar a la persona en una comunidad educativa en la que las relaciones presenten la impronta de un espíritu de mutua confianza, de respeto y de estima.

1. COMUNIDAD Y PERSONA - La imprudencia y la prisa en introducir ciertas innovaciones, una cierta falta de preparación y de madurez por parte de los responsables o de los miembros de la comunidad parece que han acentuado el contraste entre persona y comunidad, confundiendo la pluriformidad con el particularismo. La pluriformidad considera y valora de modo legitimo y recto las diversidades reales de persona, de región, de situaciones, de tiempos, y las tiene en cuenta dentro de los límites de la necesaria unidad en la caridad y en espíritu de fraternidad. El particularismo, en cambio, exagera las dificultades, estimula el individualismo, despedaza la unidad, alimenta con divisiones y enfrentamientos una intolerancia recíproca. La formación en el sentido comunitario exige que cada uno sepa examinarse con sentido critico sobre sus propias opiniones y deseos, de modo que, cultivando un sano pluralismo, se evite el vicio del particularismo. La sociedad y la persona, en efecto, incluso en la vida religiosa, se completan mutuamente y se perfeccionan integrando con equilibrio las exigencias personales en las comunitarias. Más aún, el verdadero concepto de persona exige que el hombre, superando el vicio del individualismo, se integre en la comunión con los otros. Esta realidad hay que recordarla especialmente cuando los puntos de vista personales entran en conflicto con las exigencias legitimas de la comunidad".

2. EL EGOCENTRISMO Y SU SUPERACIÓN - Más adelante habrá ocasión de subrayar la importanciá del diálogo en la vida comunitaria [ >VII,3]; aquí, en el contexto de la formación al sentido comunitario, es indispensable una referencia a la necesidad de superar el egocentrismo para hacer partícipes a los otros de los frutos del propio trabajo y de las propias experiencias, y saber acoger con ánimo agradecido los frutos de las experiencias ajenas. Es "egocéntrico" quien se muestra incapaz de comprender el punto de vista ajeno por lo que se refiere a opiniones, gustos, inclinaciones, modos de vivir; o quien, siendo capaz de tal comprensión, no actúa, sin embargo, de manera consecuente. En efecto, existe el egocéntrico que no comprende a los otros, y por ello obra sin tener en cuenta las mentalidades diferentes de la suya, y existe el egocéntrico que "comprende" a los otros, pero obra sin tomarlos en cuenta. Los efectos del egocentrismo son diferentes según que el egocéntrico sea un sujeto de psicología fuerte o de psicología débil. El primero se impone a los otros y se sirve de ellos con atropello; el segundo intenta esquivar choques y atenuar los problemas uniformándose con los otros en direcciones defensivas y cerrándose en el mínimo de individualidad que le consiente la sumisión de si mismo a los demás. La consecuencia general del egocentrismo es el sentido de aislamiento y de miedo. Hoy sobre todo se nota que cuanto más viven los hombres juntos tanto más se sienten solos; tanto más advierten el sentido doloroso de la propia incompletez y de la propia ineptitud para defenderse de amenazas a las que no saben enfrentarse. La superación del egocentrismo se consigue formándose en la disponibilidad y en la fidelidad al compromiso". Uno es "disponible" cuando ve al otro no como objeto oponente, sino como verdadero sujeto; el otro es un Tú, es decir, una presencia, unido a los demás por la esperanza común, por la fidelidad a la persona absoluta, Dios. La fidelidad al compromiso es disponibilidad a la comunión con el otro; es presencia en la prueba. Jamás el otro ha de considerarse como objeto, medio, instrumento o espectáculo; el otro es persona en la misma medida en que lo soy yo. El egocentrismo se supera con una actitud de comprensión, desarrollando la disponibilidad en todas aquellas direcciones que pueden darle carácter concreto: respeto, benevolencia, capacidad de simpatía, solidaridad. El "respeto" a la personalidad de los demás excluye la indiscreción, la curiosidad, la violación de la intimidad y de la necesidad de soledad de que hemos hablado arriba [ >IV, 1]. El principio del respeto no deberá, sin embargo, convertirse en coartada para ser indiferentes frente a los demás.

La "benevolencia" lleva a captar en la personalidad de los otros ante todo los aspectos positivos y a intentar hacerlos valer frente a la malevolencia, es decir, contra el gusto de descubrir y denunciar especialmente los aspectos negativos de la personalidad o los que parecen tales o quisiéramos que lo fueran. Sin embargo, benevolencia no quiere decir ceguera: juzgar a todos buenos y juzgarlo todo bien. La benevolencia no ignora las mil justificaciones con que el egoísmo busca afirmarse; pero es también consciente de las mil formas con que la generosidad sabe estar presente, por lo cual da crédito a las posibilidades del otro.

La "capacidad de simpatía" de la persona disponible, digámoslo en seguida, no es consonancia sentimental con los demás, y ni siquiera tendencia a "hacerse simpático", a agradar, a interesar. Es capacidad de introducirse en el mundo de los demás con el solo fin de comprender a fondo sus motivaciones e impulsos, sabiendo permanecer en él con lucidez y con sagacidad intuitiva. Es comprensión, respetuosa y benévola, de la personalidad ajena. Pero la disponibilidad no es esto solo. Se puede ser benévolos y comprensivos, y al mismo tiempo ser incapaces de mover un dedo en favor de cualquiera. Pues las cualidades arriba indicadas, si se dejan a merced de sí mismas, pueden mantener al hombre todavía en el plano de aquel egocentrismo que no es suficiente neutralizar con buenos sentimientos. Es fácil compadecer a los otros y sentirse bueno; en cambio, es menos fácil molestarse en hacer algo. La disponibilidad hacia el otro debe ser activa y operante. El interés discreto, benévolo y comprensivo hacia los otros es preciso reforzarlo hasta afrontar el "riesgo de la solidaridad" en todas las direcciones en que se apele a ella.

3. APERTURA Y PRESENCIA EN EL MUNDO - La formación del sentido comunitario debe inspirarse también en la importancia de una mentalidad profundamente universal. La vida fraterna no puede limitarse al ámbito de una comunidad, sino que se extiende a todo el instituto y a la Iglesia entera, de forma que haga cada vez más abierta la visión del mundo y la concepción de la vida. Esta apertura habrá de ser tal, que incluso el más pequeño de los hermanos conozca los grandes problemas humanos: las necesidades de la Iglesia y del mundo, las aspiraciones de los >'jóvenes, las experiencias de los >ancianos, de modo que consiga mayor madurez y entender mejor el servicio que la Iglesia y el instituto esperan de cada uno. Además, procediendo así, la comunidad, menos concentrada en sus cuestiones domésticas y menos inclinada a exagerar las consecuencias de sus sufrimientos y de sus fracasos, aprenderá a juzgarse con una pizca de humorismo.

4. EDUCAR PARA "SOSTENERSE ARRIBA" - La acción educativa que acompaña al crecimiento del sentido comunitario debe tener presente un escollo contra el cual es fácil chocar según pasan los años. El prolongado vivir juntos en una existencia austera, sin la mirada exigente del otro sexo, exige el esfuerzo paciente y constante de "sostenerse arriba"; de lo contrario se corre el riesgo de deslizarse hacia una despreocupación rayana en la vulgaridad. La sencillez evangélica no autoriza ciertamente a dejar a un lado las "medidas higiénicas" (GS 30), la cortesía, la amabilidad, el control de sí, la discreción, la preocupación por conservar el clima comunitario en la delicadeza (cf OT 3,11; AA 4). Ciertos "vicios queridos", no combatidos suficientemente durante la juventud, conforme se va adelante con los años tienden a volverse tiránicos y obsesivos.

5. COLABORACIÓN Y CORRESPONSABILIDAD - La formación del sentido comunitario deberá simultanearso con la de la colaboración, la de la corresponsabilidad, la del uso gradual y recto de la libertad, a fin de lograr una adecuada madurez humana. Para ello es de gran importancia confiar encargos que impliquen responsabilidad personal, estimular a organizar bien el trabajo y el tiempo libre, favorecer la iniciativa personal y la autodisciplina en la ejecución de los propios compromisos, admitir gradualmente a los jóvenes a participar en la organización de la vida misma de la comunidad y discutir con ellos cuanto les atañe directamente en un clima de confianza entre todos.

VI. Tentativas para resolver algunos problemas comunitarios

En estos últimos años, para promover las vocaciones, para valorar plenamente la relación interpersonal y para que cada uno pueda sentirse responsable dentro del grupo, se han constituido "pequeñas fraternidades" con espíritu de sencillez y pobreza en medio de los hombres, en plena comunión con el ambiente circundante.

1. LA CREACIÓN DE "PEQUEÑAS FRATERNIDADES" - En la crisis actual, las pequeñas fraternidades parecen representar uno de los grandes polos de esperanza. Ciertamente ya antes existían un poco por todas partes; pero la "novedad" del fenómeno significa mucho más que una cuestión de número, puesto que incluye la adopción de un nuevo estilo de comportamiento comunitario. En ellas es posible encontrar la autenticidad que andan buscando los pequeños grupos más o menos eclesiales: pero también podemos encontrar en ellas el mismo riesgo de fracaso. El entusiasmo de los comienzos declinó rápidamente y muchas de esas fraternidades sólo han tenido una existencia efímera. La pequeña fraternidad de cinco o seis miembros no es la única solución válida de renovación que responde al fin particular de todos los institutos. Otras comunidades de tamaño medio están obteniendo frutos óptimos: mayor riqueza interior, mayor simbiosis, presencia siempre de un pequeño núcleo para una oración y una discusión serena. También se puede encontrar ahí un margen de intimidad, que no siempre garantiza la promiscuidad de la pequeña fraternidad.

2. ÉXITOS Y FRACASOS DE UNA EXPERIENCIA - Mas ¿es acaso cierto que el grupo pequeño tiene siempre el poder de crear relaciones armónicas? La dimensión reducida de una comunidad no es el único factor de éxito; diversas comunidades pequeñas, en lugar de ofrecer un estímulo y una plenitud, puede que hagan retroceder hacia comportamientos infantiles y que se conviertan incluso en focos de neuróticos. Existe en ellos, en efecto, el peligro de buscar una especie de sustituto de la afectividad familiar, olvidando el origen totalmente particular del lazo familiar y la exclusión que"celibato y virginidad consagrados hacen de todo un nivel de proximidad humana. En algunos casos el fracaso de ciertas tentativas de fraternidad puede estar motivado por haber fijado como fin más la fuga del grupo grande, atenazado en su formalismo, que el deseo de una presencia evangélica radical. Además, el éxito de estas pequeñas fraternidades depende mucho de la calidad de las personas. Si son psicológicamente serenas y están arraigadas en la voluntad de vivir verdaderamente el evangelio o en el deseo de asegurar una aportación mejor al pueblo de Dios, probablemente toda irá por buen camino. En cambio, si se trata de personas que sólo buscan la felicidad de estar juntos, se pierden a lo largo del camino o se encaminan hacia un muro contra el cual probablemente terminarán chocando un día.

Existe otro aspecto que hay que tener presente: los hermanos se nos dan. Y si queremos ser realistas hay que decir que la promiscuidad del pequeño grupo acrecienta los riesgos de la exasperación provenientes de temperamentos inadaptados los unos a los otros. Seria tentar a la Providencia obligar a vivir juntas a personas poco en armonía por naturaleza. En los fracasos de estas pequeñas fraternidades, la cuestión de la incompatibilidad personal se cuenta entre las causas más frecuentes.

VII. Momentos fuertes de la vida comunitaria

Se pretende ahora subrayar la importancia de algunos momentos más eficaces de la vida comunitaria y su peso en orden a promover, bien el espíritu comunitario, bien el crecimiento vocacional.

1. LA CELEBRACIÓN DE LA EUCARISTÍA - El momento principal de la vida comunitaria es indudablemente la celebración de la eucaristía, sacramento de la reconciliación y de la comunión. La eucaristía, al par que memoria del pasado y anuncio del futuro hasta que Cristo venga, es también el momento más importante del encuentro de Dios con los hombres, de los hombres con Dios y de los hombres entre sí. Ella edifica y expresa la comunidad. En medio de los problemas y de las dificultades, de los conflictos y de las tensiones, la celebración de la eucaristía consolida a cada uno de los miembros en el propósito de una santa renovación, en la esperanza de poder volver siempre a comenzar desde el principio, y expresa su profundo significado reconciliador. Vivir juntos la eucaristía, comulgar en el mismo pan y en el mismo cáliz, mientras que en la vida cotidiana las opciones y los puntos de vista se dividen de algún modo, no debe equivaler a una mentira, sino que, por el contrario, puede y debe proclamar con mayor fuerza que las palabras y las mismas diversidades tienen sus raíces en una voluntad común de comunión en el evangelio, en la fidelidad a la misma vocación [>Celebración litúrgica;, >Eucaristía].

2. LAS REUNIONES COMUNITARIAS - Cuando las reuniones comunitarias se caracterizan por la participación activa y responsable de todos, además de concurrir a la buena marcha de la casa, de favorecer la colaboración en orden a organizar los planes de trabajo y realizar la >revisión de vida, son sin lugar a dudas particularmente idóneas para una formación permanente de la vocación. No se ha de perder, pues, el ánimo ante algunos fracasos. Lo que hay que hacer es discernir sus causas para evitarlas del mejor modo posible, puesto que aquéllas tienen una función insustituible en la vida comunitaria yen el camino vocacional. El que es más tímido o está menos preparado no debería sentirse rebajado u ofendido por juicios de incapacidad que nadie está autorizado a formular, ya que se está reunidos en nombre del Señor no para juzgarse recíprocamente, sino para ayudarse a caminar rectamente ante él. Habrá que prestar atención a no perder el tiempo en menudencias en lugar de dirigirse a lo esencial del problema. Se debe tomar conciencia de lo que hay de inexacto en la constante división de las opciones en dos bloques: conservadores y progresistas. La realidad es más compleja, y no se deben adoptar las categorías del procedimiento político con sus divisiones en partidos deseosos de vencer. Hay que escucharse detenidamente, explicarse, no quemar las etapas con votaciones precipitadas. La decisión no debe representar tanto el triunfo de un bloque cuanto el fruto del común caminar. Hay que preguntarse, en efecto, si no es mejor llegar un poco tarde, pero todos juntos y en el mayor número posible, que no en seguida pero solos o pocos, dividiendo la comunidad. El problema se vuelve candente cuando numerosas comunidades, rompiendo con su tradición, adoptan un aspecto democrático, rechazando los procedimientos institucionalizados e intentando decidirlo todo en forma asamblearia, pero sin tomar en cuenta a los "jefes informales" que de un modo u otro aparecen siempre. El valor real de una mayoría no proviene de un simple cómputo matemático; en efecto, su peso puede aumentar a través de las voces de personas sin opinión, frecuentemente ausentes de las actividades centrales de la comunidad; o, a través del voto de personas débiles o escasamente formadas, conquista fácil, ya de "manipuladores" hábiles e intrigantes, ya, con más frecuencia aún, de los que se oponen a todo lo que rompe con el conformismo y con la rutina. No se debe, pues, creer que se ha dicho todo cuando se ha decretado la democracia. La apertura democrática exige un aprendizaje paciente y tiene un precio. La verdadera democracia no consiste en discursos estrambóticos ni en descarada petulancia, sino en una victoria tenaz y valerosa sobre el propio orgullo y egoísmo por la comprensión respetuosa y benévola de los demás.

3. LA IMPORTANCIA DEL DIÁLOGO EN LA VIDA COMÚN - Entre los momentos importantes de la vida comunitaria que pueden constituir el hilo ordenador de una educación permanente y comparativa de la vocación, además de la celebración de la eucaristía y de las reuniones comunitarias de diverso tipo, se pueden establecer la liturgia de las horas, las jornadas de retiro o de estudio, los.-ejercicios espirituales, los onomásticos, los cumpleaños, los aniversarios, los acontecimientos alegres o tristes a lo largo del camino de todos y de cada uno. Sin embargo, para que estos momentos sean de veras capaces de fortalecer y dar vigor y entusiasmo es preciso que en la comunidad exista la posibilidad de un diálogo sincero y cordial. Condición preliminar para el diálogo es la estima recíproca. Algunos miembros tienden a imponer con altivez sus propios puntos de vista; otros, cautos o astutos, evitan toda actitud autoritaria, pero como "buenos oradores" saben imponer la tiranía de los intrigantes. Hay que cuidarse de la presunción de imponer como verdad absoluta la propia opinión; todos han de educarse a saber escuchar, discutir y comprender el punto de vista ajeno. El que encuentra dificultad para expresarse debería ser ayudado a manifestar la propia opinión. El diálogo excluye la polémica y mantiene siempre en pie el respeto a los demásP1. Para que el amor fraterno no se quede en simple etiqueta hay que conjugarlo en los tres verbos: conocerse, amarse, darse. Es verdad que no hay que hacer del placer de estar juntos la meta de la fraternidad, pero también lo es que, para permanecer fieles a la común voluntad de seguir a Cristo, es necesario crear dentro de la comunidad un clima de paz y de alegría que arregle y supere conflictos y tensiones.

Las diversiones tienen ciertamente su importancia en la vida comunitaria; pero, según se ha destacado precedentemente [>III, 3], no hay que maravillarse de que no todos sientan la misma necesidad de ellas. De otra parte, hay que recordar que, sin lugar a dudas, es más necesario aplicarse con diligencia a las pequeñas delicadezas cotidianas y a las atenciones recíprocas, que son la alegría de la existencia civilizada. El que después de una intensa jornada de trabajo vuelve cansado a la comunidad, no desea tanto las agitaciones sonoras de una alegría demasiado fácil cuanto la acogida comprensiva y sosegada de los hermanos. Se puede preguntar si, en el momento presente de dolorosa reflexión, para revigorizar la vida de los consagrados a Cristo en orden a un servicio generoso de la Iglesia y de los hermanos, es suficiente la contribución que actualmente se hace a la vida comunitaria. La desorientación vocacional y las mismas deserciones podrían de hecho tener relación con la "pobreza" de ciertas comunidades de vida. En este caso, la recuperación de una auténtica vida comunitaria podría contribuir no poco a aclarar ideas y orientaciones atinentes a la propia vocación específica, así como a renovar la capacidad de ayuda reciproca, a fin de recuperar la alegría de la opción inicial.

VIII. Problemáticas y experiencias actuales

Siendo indiscutible que la familia es la primera forma natural de vida común, tras considerar la comunidad cristiana dentro de los límites exigidos por sus modalidades funcionales, se ha dedicado aquí un espacio más amplio a la comunidad religiosa en las formas específicas de consagración. En los últimos años, el dinamismo propio de estas comunidades y de las varias concepciones de la vida ha creado nuevas imágenes del hecho que se examina: las comunidades catecumenales, las comunidades de base, los grupos de diversas denominaciones. Se da por supuesto que nos referimos a las comunidades eclesiales, en las cuales, además del dato de la fe común, está asegurada de un modo o de otro la comunión con la Iglesia.

1. LAS COMUNIDADES CATECUMENALES - El primer aspecto destacado de estas comunidades, que por lo demás no ignoran los problemas, las ventajas y las dificultades de las comunidades presentadas con anterioridad, es la presencia casi ritual de un "líder espiritual" o animador, en torno al cual giran todas las iniciativas, recibiendo de él el impulso o la aprobación, incluso en presencia de cualquier posible consenso de base. Sin embargo, en general, estas comunidades catecumenales tienen como guía el "catequista", personalidad destacada por la competencia doctrinal y por la experiencia de fe y de oración, y generalmente laico; a él se une el sacerdote para la celebración de la Eucaristía y de los sacramentos y como asesor en los problemas más teológicos y espirituales que se presentan. Según las experiencias más conocidas, de acuerdo con las finalidades perseguidas por estas comunidades, se advierte que generalmente están centralizadas en la iniciación cristiana como camino hacia atrás para la comprensión de los sacramentos ya recibidos y reasumidos luego en una tarea eminentemente catequética. Lo específico "comunitario" consiste aquí en realizar en común actos de culto, actos sacramentales, morales y sociales en unánime acuerdo de espíritu y de sentimientos, mediante la ayuda recíproca en el camino de la fe, así como con la ayuda material en los casos de evidente necesidad. En algunas de ellas, siguiendo el modelo de las comunidades cristianas primitivas, se pone todo en común: dinero, vestidos, víveres, cuanto dicten las necesidades de la vida material. Las comunidades catecumenales no siguen un modelo único, sino que difieren de un lugar a otro, de un catequista a otro, de una situación a otra, hasta diferenciarse notablemente en los factores más cualificantes: crecimiento continuo en la "socialización" o disminución evidente de lo "comunitario", según los tipos de dirección o conducción. Destaca, en general, el dato fe-comunión con la Iglesia, primado sacramental de la eucaristía preparada y vivida durante toda la semana, participación de sujetos de toda edad, prescindiendo de los niños; admisión de núcleos familiares enteros, atención máxima al concepto de conversión como camino ininterrumpido por los caminos de la vida cristiana, reconducida a su  primitivo estilo de vida disciplinada, austera y evangélica.

2. LAS COMUNIDADES DE BASE - Bajo esta denominación se incluyen grupos que en sus comienzos partieron con propósitos de fidelidad al evangelio en su pureza íntegra, a veces en contraste con otras formas institucionalizadas de vida cristiana, como las parroquias, casi rivalizando y con la finalidad de recuperar los valores genuinos del evangelio. Pero luego, por las excesivas concesiones a los estímulos de la contestación [>Contestación profética], se hicieron autónomas, perdiendo el sentido originario de su vocación y presencia en la Iglesia. Esto no quiere decir que no existan comunidades de base cuyo fin sea acoger a personas deseosas de un cristianismo más comprometido, más fieles a los servicios de la caridad, más atentas principalmente a escuchar, meditar y cotejar su vida con la palabra de Dios. En general, se caracterizan por el amor, casi un culto, a la palabra de Dios, con la cual se familiarizan, con la cual comprueban su vida y su comportamiento personal y comunitario y con la cual animan los sacramentos que alimentan su fe.

Generalmente, este tipo de comunidad surge donde la vida parroquial languidece o donde, por motivos particulares, se concede demasiado al conformismo o al ritualismo, con ausencia parcial o completa de la visión cristiana de la vida, que obliga a las obras y concede poco a las palabras. Su sentido comunitario, en general, y de acuerdo con los modelos más frecuentes, consiste en tomar en común las decisiones, en actos sacramentales o en catequesis en común, así como en un espíritu de participación muy intenso. Su vocación es perseguir la autenticidad cristiana, compartida por todos los participantes y por cada uno en particular; es la expresión de los Hechos: "Un solo corazón y una sola alma" (He 4,32). De ordinario están guiadas por un "carismático", personaje que, por aptitudes naturales y disposiciones de espíritu, se presenta como un sujeto digno de credibilidad y de toda confianza. Los problemas de la convivencia o vida común son idénticos a los de otras formas de vida comunitaria, con matices de escaso valor diferencial. Las actividades de las comunidades de base son diversas y numerosas; no siguen un modelo común. Según el fin para el que surgen localmente, según el espíritu de los líderes que las animan, asumen finalidades típicamente "eclesiales", es decir, hacer iglesia, ser iglesia en el sentido originario de la palabra; es obvio que la persona, la obra y el mensaje de Cristo se llevan la palma en el programa operativo, y la lectura comentada y meditada del evangelio ocupa un espacio de honor.

3. Los GRUPOS PEQUEÑOS - Después de un crescendo de comunidades catecumenales y de base, con su séquito de crisis inevitables y de fáciles extinciones, hemos asistido a un florecimiento de "pequeños grupos", compuestos de pocos sujetos, con finalidades y actividades varias: grupos de experiencia de oración, grupos del evangelio, grupos misioneros, grupos caritativos, grupos de experiencia de vida comunitaria en sentido evangélico según el modelo de los doce apóstoles de Jesús, etc. La nota dominante es la "espontaneidad", puesto que se asocian sujetos por atracción de ideales, por comunidad de sentimientos y por igualdad de propósitos operativos. Su valoración, lo mismo que para otros tipos asociativos, es el principio de fe común, la comunión con la Iglesia jerárquica, la escucha de la palabra de Dios, una cierta preferencia por la eucaristía y, sobre todo, el espíritu de participación, que permite poner en común con los hermanos valores poseídos a nivel espiritual, intercambio de experiencias, testimonio cristiano y el amor de caridad como alma de todo. La consistencia de los pequeños grupos varía con las situaciones y los hombres. En general, gozan de la preferencia de los jóvenes, que acuden a ellas para resolver problemas propios de la edad, dificultades e interrogantes de la fe, para profundizar verdades particulares del mensaje evangélico y también para llevar a cabo obras e iniciativas de orden caritativo y social hoy muy en boga: educación de minusválidos, ayuda al tercer mundo, presencia y asistencia de ancianos, recuperación de drogadictos y alcoholizados, alfabetización de incultos, etc. La nota distintiva de los grupos pequeños juveniles es la actividad acompañada de la oración comunitaria, como la liturgia de las horas celebrada juntos en ambiente de ponderada reflexión, la eucaristía doméstica, celebraciones penitenciales. Se advierte un fenómeno explicable por la edad: cuando los jóvenes traspasan el umbral de la juventud, el grupo se extingue lentamente. El problema estriba en recrear grupos más a tono con la edad adulta, de finalidades y programas más adecuados a la madurez cristiana y al crecimiento de la fe.

4. Lo "NUEVO" Y LO "ANTIGUO" EN LAS NUEVAS FORMAS - La vida común alcanzó su ápice en las formas clásicas de la vida consagrada: monasterios, abadías, conventos, institutos, residencias religiosas, fraternidades. La pedagogía y la ascética comunitaria se inspiran en estas fuentes, ya sea para un reconocimiento de los valores positivos, ya para subrayar las tensiones y la conflictividad. Las nuevas formas a que se ha hecho referencia en este último párrafo reiteran, quizá de una forma más aguda, los valores y debilidades de lo "comunitario", evitando, conforme a la sensibilidad de los nuevos tiempos, la institucionalización de los unos y de las otras y, por tanto, la divulgación de los fenómenos. Por lo demás, las técnicas de "socialización" en que se inspiran todas las formas de la vida comunitaria se ocupan de normalizaciones, descripciones, caracterizaciones y distinciones entre grupos y grupos, que la psicología actual intenta iluminar con sus intervenciones interpretativas.

En la "novedad" de las nuevas formas comunitarias se encuentra casi todo lo "antiguo", aunque de modos menos oficiales, especialmente en la fraternidad de vida consagrada laical y en las terceras órdenes religiosas; pero existe indudablemente algo "nuevo", no sólo en las formas, sino sobre todo en los contenidos, inspirados en el evangelio, en la autenticidad de la Iglesia como pueblo de Dios, en el valor social y comunitario de la oración litúrgica, en el primado de la caridad como amor fraterno y como acción de ayuda y de suplencia a lo que falta en la realización del programa cristiano. Sea permitido concluir diciendo que no todo el pasado de la vida comunitaria se transfunde a la vida de hoy en día, sino que se ha realizado una comprobación sustancial de lo que vale todavía y de lo que ya no vale. La elección parece que, prescindiendo de algunas excepciones, no ha sido equivocada. El Espíritu del Señor guía a su pueblo en el nuevo éxodo al encuentro de la nueva venida de Jesús entre nosotros.

A. Mercatali

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