TRADICIÓN
DicEc
 

El tema de la Tradición fue la parte más delicada de la DV. En efecto, la cuestión se planteaba así en los años anteriores al Concilio: ¿La Tradición transmite o no alguna verdad revelada que no esté contenida en la Escritura? Después del concilio de Trento (cf DENZINGER-HÜNERMANN, 1501) fue común la primera alternativa, y así se interpretó mayoritariamente en la teología católica (cf los ejemplos próximos de H. Lennerz de la Universidad Gregoriana de Roma, promotor de la teoría de las «dos fuentes» a partir de su Mariología de 1957, y del divulgadísimo manual latino de Teología Fundamental de J. Salaverri de 1950, profesor de la Universidad Pontificia Comillas). El texto preparatorio de la DV se alineaba claramente en la alternativa de la «doble fuente» de la Revelación y esto provocó el rechazo mayoritario de los padres conciliares. No fue hasta las dos últimas sesiones cuando se replanteó con nuevas coordenadas, lo que posibilitó su aprobación final.

El cambio de perspectiva operado partió de un estudio más particularizado del decreto tridentino que puso de relieve el carácter sólo interpretativo de la Tradición en lo que toca a la Fe, puesto que, como afirma santo Tomás, en la Escritura se encuentran «las verdades necesarias para la salvación» (ST I-II, gq.106, 108). La Tradición, en cambio, tiene carácter sólo constitutivo para el resto, es decir, para «la disciplina y las costumbres». Este enfoque dejó vía libre para una línea de conciliación propuesta por el Vaticano II que evidencia la diferencia entre los datos constitutivos de la Escritura y la función criteriológica de la Tradición. De esta forma queda superado el sentido dado a la «teoría de las dos fuentes», más propia de la comprensión católica mayoritaria, y la de la «sola Escritura», más propia del pensamiento protestante.

Nótese además que la DV usa la palabra tradición en dos sentidos: por un lado, siguiendo su uso más divulgado, para describir aquello que no está escrito en la Escritura (cf la propia palabra «tradición» en minúscula), y, por otro lado, y que es lo más relevante y novedoso en la DV, para exponer el proceso de transmisión viviente de la Revelación en la Iglesia (cf sobre todo con la palabra sinónima «transmisión», el mismo título del cap. II: «La transmisión de la revelación» y las expresiones Evangelio, Predicación apostólica e Iglesia). A partir de la aportación conciliar y de los estudios y reflexiones que la han proseguido se puede descubrir el principio católico de Tradición entendido como «la Escritura en la Iglesia».

De esta forma la Tradición, transmite la Revelación a través de «la Escritura en la Iglesia», la cual, «con su enseñanza, su vida, su culto, conserva y transmite a todas las edades lo que es y lo que cree» gracias al «Espíritu Santo, por quien la voz viva del Evangelio resuena en la Iglesia, y por ella al mundo entero» (DV 8). Los diversos testimonios de esta tradición, desde los santos padres, la liturgia, los credos, los textos conciliares, las intervenciones magisteriales, hasta el mismo testimonio de los santos y la vida de los cristianos, son importantes para conocerla, y aunque no son la tradición misma, son su actualización significativa. Y cuando estos son ejercicio del Magisterio realizan «la misión de interpretar auténticamente la palabra de Dios, no por encima de ella sino a su servicio» (DV 10).

De esta forma, el principio católico de Tradición, «la Escritura en la Iglesia», intenta superar las puras interrelaciones entre Escritura, Tradición y Magisterio para centrarse en su unidad orgánica en torno a la Iglesia, que es la Tradición viviente y el eje de toda la transmisión de la Revelación a través de los tiempos (cf DV 7-12). Además, fiel a la concepción sacramental de la Iglesia propia del Vaticano II, se comprende que cada testimonio concreto de la tradición es un «signo-tipológico» acerca de la comprensión eclesial de la Escritura, ya sea vinculante o ya sea indicativo según el grado de la declaración magisterial correspondiente.

Nótese además que la Dei Verbum describe la Tradición de forma totalmente novedosa con la fórmula «viva vox Evangelii» (DV 8), que recuerda un motivo luterano homónimo. En efecto, Lutero tratando del Evangelio subraya su carácter «oral» y «vivo», como verbum vocale y viva vox. He aquí un texto significativo suyo con sorprendentes paralelismos con la DV 8: «el Evangelio (= DV) no es propiamente aquello que está escrito en los libros y concebido en la letra, sino una predicación oral y una palabra viva y una voz (viva vox = DV) que resuena en todo el mundo (resonat in mundo = DV) que viene públicamente invocada y escuchada por todos los sitios» (WA 12.259,8-12). La expresión «viva vox Evangelii» resume perfectamente las múltiples afirmaciones de Lutero sobre el Evangelio como expresión oral de la palabra prometida, equivalente al «Verbum Dei», que es el medio de conocimiento y de vida, más aún, la vida misma (cf WA 30.1,5; 42,57...).

Sobre el origen más inmediato de esta fórmula debe observarse que DV 8 retoma literalmente la frase propuesta precisamente por Y. Congar, perito de la subcomisión doctrinal, que decía así: viva vox Evangelii resonat in Ecclesia et per Ecclesiam in mundo. Se trata de una formulación que recoge sus estudios histórico-teológicos sobre la tradición, donde relanza el concepto de «tradición viviente» —concepto que está en el fondo de la DV— forjado por J. A. Móhler. Este es descrito por Y. Congar como quien retomó la idea clásica de la teología católica, atestiguada explícitamente ya en el siglo XVI por el obispo M. Pérez Ayala, que habla del Evangelium como viva vox, y por el cardenal Osio, que trata del Evangelium vivum, y cubierta por pensadores protestantes como G. E. Lessing y F. D. E. Schleiermacher, sobre la anterioridad cronológica y el primado de la «palabra viviente». Por esto no es extraño que Móhler afirmara en este contexto y de forma novedosa que «la tradición es el evangelio vivo y completo predicado por los apóstoles», donde resuena claramente la expresión luterana y después usada por el Vaticano II de viva vox Evangelii.

Así, la Dei Verbum relanza una visión dinámica y personal de la Tradición, enraizada en Cristo, que se identifica con el Evangelio (palabra citada cinco veces en singular en DV 3, 7, 8, 17) y hecha voz viva en la Iglesia gracias a la presencia de su Espíritu: he aquí pues la gran riqueza de la expresión Evangelio, tanto porque favorece la recuperación de la prioridad de la palabra de Dios, tan justamente subrayada por la tradición de la Reforma, como por su articulación eclesial, acentuada precisamente por la tradición católica.