TERTULIANO
(ca. 155-ca. 220)
DicEc
 

A pesar de la vastedad de su obra y de la gran cantidad de estudios realizados sobre él, buena parte de la vida y doctrina de Tertuliano siguen siendo en cierto modo enigmáticas y motivo de disputas. Nació hacia el año 155 de padres paganos. Vivió, según confesión propia, una juventud disipada. Se casó y se convirtió al cristianismo antes del año 197. Jerónimo afirma que fue sacerdote, dato este del que no se encuentra confirmación por ningún otro lado. Estudió retórica y derecho, y en sus escritos muestra un notable conocimiento de los sistemas filosóficos. Gran parte de su obra es apologética, y está escrita a menudo en agria polémica. Desde aproximadamente el año 207 empieza a mostrar influencia del >montanismo, grupo al que más tarde se unió (ca. 212). Tras su escrito sobre la modestia (De pudicitia, 217-222) se le pierde el rastro, habiendo relatos contradictorios y no fiables sobre su vida posterior y su muerte.

Se le ha llamado el padre de la teología latina, lo que parece una denominación excesiva. Lo cierto es que no hizo una exposición equilibrada y unificada de la teología. No obstante, contribuyó a forjar el lenguaje latino de la teología y planteó muchas cuestiones cruciales en su época y para la teología posterior. Parece haber sido el primero en usar la palabra trinitas y en formular cuestiones de teología trinitaria; distinguió también dos sustancias en la única persona de Cristo, dando así un planteamiento inicial de un problema que no se resolvería hasta >Calcedonia. Fue autor del primer tratado teológico amplio sobre el bautismo.

En su período premontanista fue un oponente cáustico de la herejía y se ocupó mucho de temas de moral. Durante su período montanista se mostró extremadamente rigorista en las prácticas ascéticas y en su rechazo de las segundas nupcias, así como del perdón de los pecados muy graves —idolatría, fornicación, asesinato (cf De pudicitia)—. Niega también el derecho de la Iglesia a perdonar pecados, sosteniendo que sólo pueden hacerlo los «hombres espirituales» —los apóstoles y los profetas, es decir, los montanistas—.

Su contribución a la eclesiología es importante. Aunque conviene no exagerarla, hay un contraste entre la visión más objetiva y eclesial del primer Tertuliano y la postura más subjetiva y espiritual del Tertuliano montanista. Fue probablemente el primero en llamar a la Iglesia T «madre», término que conservó durante su período montanista. La Iglesia es también >«cuerpo», según los términos reflejados en Rom 12 y lCor 12; aquí como en otros lugares Tertuliano parece moverse más a gusto entre los vínculos legales y jurídicos que en el amor cristiano. Considera a la Iglesia nacida del costado de Cristo en la cruz. Escribió con gran belleza y pasión sobre el >martirio, aunque durante su período montanista negó la legitimidad de huir del martirio, a pesar de que buena parte de la tradición cristiana usaba textos como Mt 10.23 en sentido contrario. Pero donde se encuentran algunas de sus doctrinas eclesiológicas más importantes es en su obra capital De praescriptione haereticorum. Una praescriptio (praescribere, «escribir previamente») era un informe de la defensa que cancelaba un juicio legal. Tertuliano presentaba dos argumentos de este tipo: Cristo envió a los apóstoles, y no debería aceptarse a nadie más como predicadores; los apóstoles fundaron las Iglesias en las que se predica la verdadera doctrina. Bastan estas dos afirmaciones para demoler cualquier herejía. Sigue luego diciendo que «estamos en comunión con las Iglesias apostólicas porque nuestra doctrina no es en modo alguno diferente de la suya. Este es nuestro testimonio de la verdad». Los herejes no tienen derecho a las Escrituras, que pertenecen a las Iglesias apostólicas, sólo en las cuales puede encontrarse el significado auténtico de las mismas.

Aunque al final Tertuliano no resulte una figura muy atractiva, su vida y sus obras nos introducen en las hondas preocupaciones de la Iglesia primitiva y nos muestran la respuesta de un cristiano incondicional a los principales problemas de su tiempo. Su compromiso con el montanismo, más que una conversión intelectual, fue quizá consecuencia de su apasionada personalidad, que evitó siempre las componendas con la fragilidad humana, aun cuando su inflexible espíritu lo llevara fuera de la Iglesia a la que antes había defendido con tanta vehemencia.