REALIDAD ÚLTIMA (RES) DE LA IGLESIA
DicEc
 

La Lumen gentium en su inicio expresa con fuerza la «realidad última (res)» del sacramento (La Iglesia como >sacramento). En efecto, al describirla «como un» (veluti) sacramento afirma cuál es la eficacia de este «signo e instrumento»: «la unión íntima con Dios y la unidad de todo el género humano» (LG 1). Así, el Vaticano II indica que «la filiación divina», y su correlato, «la fraternidad humana», son el efecto y la realidad última de la sacramentalidad eclesial, la res sacramenti, según la tradición teológica. Filiación divina y fraternidad humana, pues, expresan la síntesis de la salvación cristiana y de la finalidad radical de la Iglesia.

En este sentido es interesante recordar que precisamente la originalidad de santo >Tomás de Aquino en eclesiología es haber percibido la primacía del aspecto de unión con Dios sobre todos los medios visibles, así como el primado de la dimensión de comunidad/comunión sobre la sociedad/institución. Así, privilegia la «realidad última», efecto del don del Espíritu Santo inscrito en el corazón de los creyentes que para Tomás es la >«comunión de los santos». A su vez, concibe la visibilidad eclesial como sólo «dispositiva» para la gracia del Espíritu Santo [III, q.80, a.4, c]. La unidad de ambos aspectos la radica en el Espíritu Santo que une lovisible a lo definitivo en un solo sujeto: la Iglesia, que es escatológica porque tiene una dimensión absolutamente teologal gracias al don de Dios, pero que existe en situación itinerante por medio de una forma social y visible.

A diferencia de lo que resulta patente para la mayoría de la eclesiología posterior, santo Tomás concibe, pues, la Iglesia como fruto de la acción salvífica de Cristo, especialmente de su cruz y resurrección, y no ya consecuencia y, en este sentido, a imagen de la encarnación. Y, por tanto, en cuanto fruto de la gracia se remonta hasta Abel (Iglesia desde >Abel). En efecto, gracia y comunión divina existieron también antes de Cristo, y no sólo en la alianza antigua, sino desde el comienzo del mundo, ya entre la caída en el pecado y el establecimiento de la antigua alianza, pues Cristo es la cabeza de todos los hombres y no sólo de la Iglesia. «¡Qué cerca está —exclama con razón O. H. Pesch— Tomás de Lutero al insistir en la pura instrumentalidad de la "Iglesia externa" frente a la Iglesia como obra de la gracia!».