MOVIMIENTOS DE RENOVACIÓN PRECONCILIARES
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El Vaticano II, que Juan XXIII y Pablo VI quisieron que fuera un concilio de renovación, fue a su vez resultado de la convergencia de varios movimientos de renovación, algunos de los cuales tenían sus orígenes en el siglo anterior. No todos obtuvieron igual desarrollo tras la apertura del concilio, pero muchos de ellos dejaron su huella en la autoconciencia de la Iglesia tal como quedó enunciada en los documentos del concilio.

El movimiento de renovación bíblica se inició en el siglo pasado, al desarrollarse la lingüística, junto a otros métodos y técnicas, como la crítica textual, la comprensión de las formas literarias, la arqueología y el método histórico. Estos y otros descubrimientos transformaron radicalmente los planteamientos y posibilidades de los exegetas. León XIII, en su encíclica Providentissimus Deus de 1893, reconocía al mismo tiempo los peligros y posibilidades que encerraban los nuevos planteamientos. El precursor de los estudios bíblicos modernos en la Iglesia católica fue M. J. Lagrange (1855-1938), por quien se fundó la Ecole Biblique y la influyente «Revue biblique». Otro hito temprano fue el Dictionnaire de la Bible (1891-1912); su Supplément, desde 1926, sitúa la obra anterior más en línea con la exégesis moderna. En el período modernista (> Modernismo), la Comisión Bíblica, fundada en 1902, publicó una serie de decretos extremadamente cautos, incluso de carácter represivo. El giro decisivo lo marcó la encíclica de > Pío XII Divino afflante Spiritu (1943), en la que se exhortaba insistentemente a los estudiosos católicos de la Biblia a usar los mejores instrumentos científicos a su alcance. Desde el punto de vista de la eclesiología, durante el período entre 1930 y 1960 se produjeron muchos estudios capitales sobre temas como el >cuerpo de Cristo y el >pueblo de Dios.

Otro movimiento de renovación fue el patrístico (>Padres de la Iglesia). El estudio intensivo de los Padres se había iniciado ya en el siglo XVIII y a comienzos del XIX por obra de J. A. >Móhler y otros. Recibió un poderoso estímulo gracias a las completísimas ediciones de la Patrologia graeca y de la Patrologia latina de J. P. Migne. Son importantes para la eclesiología los estudios sobre el cristianismo primitivo de P. Batiffol y otros como respuesta a las críticas del protestantismo liberal, personificadas principalmente en A. von Harnack (1851-1930). Con la aparición de ediciones críticas, especialmente las de la importante serie Sources chrétiennes (a partir de 1942), las décadas inmediatamente anteriores al Vaticano 11 contemplaron la aparición de la rica eclesiología de los Padres, en contraste con la eclesiología más bien árida e institucional de los manuales contemporáneos. [En castellano antes del Vaticano II la Editorial Católica en la Biblioteca de Autores Cristianos (BAC) publicó un buen número de textos y traducciones patrísticas que ha continuado en la etapa posconciliar. Por otro lado, la editorial Ciudad Nueva además de divulgar en ediciones populares textos de los Padres, a partir de 1991 ha comenzado a publicar una colección de «Fuentes Patrísticas» con los textos originales y su traducción, junto con una introducción y notas especializadas, colección dirigida por E. Romero Pose.]

Un tercer movimiento de renovación fue el litúrgico, que suele remontarse al P. Guéranger (1805-1875). Su obra pionera se vería con el tiempo ampliamente desarrollada por la edición y el estudio de textos litúrgicos primitivos, por liturgistas posteriores con una mayor inquietud pastoral, por la profunda teología especulativa de O. >Carel y por las relaciones de mutuo enriquecimiento con la catequesis. Una vez más fue Pío XII quien dio aliento y orientación a este movimiento de renovación con la encíclica Mediator Dei (1947). La liturgia señala importantes aspectos de la vida de la Iglesia, vitales para una eclesiología total. [En España, además del importante influjo de monasterios benedictinos como Montserrat y Santo Domingo de Silos, fue muy significativa la creación del Centro de Pastoral Litúrgica de Barcelona en 1958, de donde surgió la revista de pastoral litúrgica bimestral «Phase» en 1961. Su fundador fue P. Tena, después subsecretario de la Congregación del Culto y de los Sacramentos y posteriormente obispo auxiliar de Barcelona, y entre sus colaboradores más conocidos están P. Farnés, A. Franquesa, L Oñatibia, R. Pou, J. Gomis, A. Taulé, J. Llopis, J. Bellavita, J. Aldazábal, J. Lligadas, J. Urdeix, P. Llabrés, L. Maldonado, D. Borobio, E. Vilanova, J. Castellanos,

A otro movimiento de renovación podría dársele el nombre de misionero. Aunque la misión había sido un aspecto central en la vida de la Iglesia desde el principio, empezó a desarrollarse una nueva conciencia de la naturaleza de la misión tras la publicación del libro de A. Godin La Frunce Pays de mission? (1943). [En España y América Latina fue importante la creación de la OCSHA (Obra de Cooperación Sacerdotal Hispano-Americana) que posibilitó la formación y el envío de misioneros a Latinoamérica"]. La misión no era sólo la proclamación del evangelio a los pueblos que nunca habían oído hablar de Jesucristo, sino también la evangelización de países que, al menos nominalmente, eran cristianos. El ímpetu misionero y la nueva concepción delmismo se insertaron en el Vaticano II (AG 2-4) dentro de una profunda teología trinitaria y dieron cierta urgencia a muchos de sus documentos.

Podría hablarse también de un quinto movimiento de renovación en el terreno de la historia. Son varias las instancias con que nos encontramos aquí. Una es el desarrollo de la conciencia histórica y de las filosofías y teorías de la historia misma y de la historiografía, que se inició a comienzos de este siglo. Otra los escritos más objetivos y menos polémicos de historiadores de la Iglesia como H. > Jedin (1900-1980). En eclesiología se notan los frutos de esta historiografía en una valoración más pormenorizada y equilibrada del pasado de la Iglesia católica, así corno de las otras Iglesias. Es importante el sentido del carácter peregrinante de la Iglesia, avanzando por la historia hacia su destino escatológico.

Por último, hay que comprender la significación del " movimiento ecuménico. Suele datarse el nacimiento del ecumenismo moderno con la Conferencia Misionera Internacional celebrada en Edimburgo en 1910. La Iglesia católica tardó en tomar parte en el ecumenismo, siendo la primera apertura oficial la carta del Santo Oficio Ecclesia Catholica, de 1949, que permitía a los católicos una participación limitada en las actividades ecuménicas. Durante la década siguiente aumentó mucho el interés teológico por el ecumenismo, y la institución en 1960 del Secretariado para la unidad preparó el camino para los gestos y afirmaciones ecuménicos del Vaticano II. Bajo el nombre de ecumenismo hay que entender no sólo los trabajos encaminados directamente a la unidad de los cristianos, sino también el redescubrimiento por parte de los teólogos católicos de la riqueza de los filones de la teología protestante y luterana y, sobre todo, de la teología oriental. Esto último se vio facilitado por el establecimiento de escuelas teológicas de emigrados procedentes de la Europa comunista y por centros tales como la abadía de Chevetogne, en Bélgica, y el Instituto Pontificio Oriental, en Roma.

Todos los grandes eclesiólogos posteriores a la década de 1920 han estado influidos por estos movimientos de renovación. Aunque cada uno de estos movimientos tuvo su existencia propia antes del Vaticano II, es importante hacer notar que, después del concilio, unos y otros han quedado interrelacionados. Todos ellos son de vital importancia para la elaboración de una eclesiología integral, que no ha de perder de vista tampoco los logros posteriores al Vaticano II.