MONTANISMO
DicEc
 

Montano apareció en Frigia entre el 155 y el 160 d.C. con la pretensión de ser portavoz del Espíritu Santo. Junto a dos profetisas, Prisc(il)a y Maximila, Montano se presentó hablando en nombre de Cristo y del Espíritu. Sus doctrinas se difundieron a causa de un cierto enfriamiento del fervor espiritual después del siglo I. El montanismo se extendió por Asia Menor, Galia y el norte de Africa. Los principales escritos montanistas han sido destruidos, y sólo los conocemos fragmentariamente, por las noticias manifiestamente sesgadas de sus adversarios y por los escritos de >Tertuliano, su converso más ilustre (207 d.C). Dada la fuerte personalidad de Tertuliano y la independencia de su espíritu, puede no dar siempre una imagen objetiva del movimiento.

Los montanistas se caracterizaban por un extremado rigorismo, el entusiasmo, la profecía extática y la glosolalia. Apelaban en sus actos a la autoridad del.Espíritu Santo y rechazaban toda jerarquía. Era un movimiento apocalíptico, que esperaba el fin inminente del mundo. Sostenían que sólo los santos (pneumatici) formaban parte de la Iglesia y, por tanto, sólo ellos podían bautizar válidamente. El hecho de que en todo lo demás no mantuvieran doctrinas heterodoxas hizo que fuera muy difícil para las autoridades de la Iglesia combatir el montanismo; se trataba más de una cuestión de discernimiento espiritual que de simple examen de su ortodoxia. Aunque incluido en las listas de herejías durante muchos siglos, lo cierto es que el montanismo se extinguió más bien pronto en la mayoría de los sitios; no obstante, tenemos noticias de algunos grupúsculos escindidos todavía en el siglo IX. La reacción contra el montanismo llevó a la convocación de los primeros sínodos episcopales, que se celebraron en Asia Menor.

La experiencia del montanismo suele aducirse como una de las (principales) razones del declive de los >carismas, especialmente la profecía, en la Iglesia primitiva: los carismas podían convertirse en una amenaza para las instituciones de la Iglesia, por lo que se les restó importancia o, por lo menos, no se fomentó la ampliamente difundida expectativa de los mismos en la Iglesia.