MADRE (La Iglesia como)
DicEc
 

En el Nuevo Testamento encontramos algunos textos que apuntan a la dimensión materna de la vida en la comunidad cristiana. La Iglesia recordaba el dicho de Jesús comparándose con una gallina que reúne y protege a sus polluelos; es a Jerusalén a la que apostrofa (Mt 23,37), a Jerusalén que había de ser la madre de todos los pueblos (Is 66,10-23). La primitiva reflexión cristiana mira a la nueva Jerusalén, la verdadera Jerusalén de lo alto, que es nuestra madre (Gál 4,26.31). Rasgos esponsales y maternos de la Iglesia aparecen en los escritos paulinos (2Cor 11,2; Gál 4,19; Ef 5,24-33; 1Tes 2,7-9), así como en el corpus joánico (2Jn 1,4.13; Ap 12).

Los autores cristianos primitivos adoptan y desarrollan la idea de la Iglesia como figura materna, como por ejemplo, el Pastor de >Hermas. >Orígenes la desarrolla enormemente en Oriente. Pero fue quizá la Iglesia africana la que más popularizó la idea de la Iglesia como madre, introduciendo incluso la palabra en el credo: «Creo en la santa madre Iglesia». >Cipriano lo tiene también presente: «No puedes tener a Dios como Padre si no tienes a la Iglesia como madre», idea expresada ya en Orígenes y asumida posteriormente por >Agustín. Optato de Milevi, que escribe hacia el 365, tiene frases de sabor agustiniano: «Una madre, la Iglesia, nos dio a luz; un Padre, Dios, nos recibió (excepit)». Parece ser que el primero en usar de forma generalizada esta idea fue >Tertuliano, que habla de Domina mater Ecclesia (señora y madre), incluyendo la reverencia y el amor. Se encuentra desarrollada en Ambrosio: la Iglesia es virgen y madre fecunda. Su contemporáneo Zenón de Verona habla también elocuentemente de la Iglesia como madre fecunda a la que hay que amar y obedecer.

El desarrollo más sustancioso del tema es probablemente el de Agustín, que explota a fondo el conjunto de las funciones y símbolos maternos: «La Iglesia es de manera realísima madre de los cristianos»; es una madre casta; «A la Iglesia, como a María, le corresponde la integridad perpetua y la fecundidad incorrupta», tema frecuente en sus homilías navideñas; la Iglesia alimenta como una madre («puesto que te han dado pecho, da tú alabanza; puesto que te han sostenido en brazos, eleva tu alabanza; puesto que te han alimentado, crece en sabiduría y edad»"); «La Iglesia es una madre con dos senos, el Antiguo y el Nuevo Testamento, en los que mamar la leche de todos los sacramentos»; la Iglesia se alimenta con el pan del cielo y por eso puede amamantar a sus hijos; la Iglesia es la madre del amor; es maestra; es virgen («La Iglesia entera es llamada por el mismo nombre, virgen»); «La Iglesia es esposa, pero es virgen por la fe, la esperanza y el amor»; «La Iglesia entera es la esposa de Cristo, cuyo principio y primer fruto es la carne de Cristo; la esposa se une al esposo en la carne»; la Iglesia es una madre afligida a causa del pecado, la tribulación, el cisma y la herejía; en su descendencia hay tanto buenos como malos hijos, hijos que se remontan también al Antiguo Testamento.

Está claro que Agustín piensa en la Iglesia entera, y no sólo en la jerarquía, cuando habla de la Iglesia como madre: la Iglesia entera es madre y la Iglesia entera es virgen; «La Iglesia entera ata y desata el pecado», porque todos trabajan por la conversión del pecador. San Agustín expresa frecuentemente la necesidad de honrar, amar y respetar a la Iglesia: «Amemos a Dios, nuestro Dios; amemos a su Iglesia; al primero como Padre; a la segunda como madre». Por último Agustín reconoce como madre a la Iglesia celeste: «Conocemos otra madre, la Jerusalén celestial, que es la Iglesia santa, una parte de la cual peregrina en la tierra» «La Iglesia de abajo tiende al cielo»

Después de Agustín el tema de la Iglesia como madre se convirtió en un lugar común del pensamiento patrístico, apareciendo también en los períodos carolingio y escolástico, por ejemplo, en santo Tomás de Aquino. En los concilios medievales de reunificación y en las declaraciones pontificias, se encuentra la expresión «retorno a la madre Iglesia» en relación con la sede romana. Los reformadores y los protestantes modernos mantuvieron el epíteto de «madre», pero sin insistir mucho en él (así por ejemplo, Calvino y Lutero). Con frecuencia iba asociado a la idea de la >esposa.

En el Vaticano II podemos distinguir a grandes rasgos dos tipos de textos: aquellos en los que «madre» aparece sólo como una denominación de la Iglesia (cf SC 4, 60, 122; IM 2; GE prólogo y 3; DV 11, 19), y aquellos en los que aparece cierta reflexión teológica sobre la maternidad de la Iglesia. Estos últimos forman una serie rica y compleja: LG 6 desarrolla la pareja de conceptos «esposa» y «madre», pero insistiendo más en el primero; PO 6 afirma que «la comunidad eclesial ejerce, por la caridad, la oración, el ejemplo y las obras de penitencia, una verdadera maternidad para conducir las almas a Cristo»; LG 14 observa que «la madre Iglesia los abraza (a los catecúmenos) en amor y solicitud como suyos»; LG habla del objetivo de la unidad de los cristianos y añade: «Para conseguir esto, la Iglesia madre no cesa de orar, esperar y trabajar, y exhorta a sus hijos a la purificación y renovación, a fin de que la señal de Cristo resplandezca con más claridad sobre la faz de la Iglesia» (una idea que vuelve a repetirse en GS 43); CD 13 declara que los obispos deben proclamar en su enseñanza la solicitud materna de la Iglesia por todos los hombres, tanto si son católicos comosi no; LG 41 afirma que los esposos, por medio de su amor, «contribuyen al establecimiento de la fraternidad en la caridad y se constituyen en testigos y colaboradores de la fecundidad de la madre Iglesia»; LG 42, hablando de los consejos evangélicos, dice: «La madre Iglesia goza de que en su seno se hallen muchos varones y mujeres que siguen más de cerca el anonadamiento del Salvador»; LG 64 es el texto más denso sobre la Iglesia como madre, virgen y esposa: «La Iglesia, contemplando su profunda santidad e imitando su caridad y cumpliendo fielmente la voluntad del Padre, se hace también madre mediante la palabra de Dios aceptada con fidelidad».

La reflexión teológica sobre la maternidad de la Iglesia no ha de perder de vista que, como afirman Agustín y toda la tradición, es la Iglesia entera, y no sólo los pastores, la que es madre. Debe partir del doble aspecto de la maternidad, que consiste, primero, en dar la vida, y, luego, en criar y educar. Ha de subrayar el amor y los cuidados de la madre Iglesia, y poner de manifiesto la obligación que tienen todos, a su vez, de mostrarle su amor. Parece necesario profundizar en las implicaciones de Mc 3,35 par.: los que hacen la voluntad del Padre son la madre de Jesús. Por medio de su obediencia engendran en efecto a Jesús y lo hacen presente allí donde su influencia no había podido penetrar anteriormente. Finalmente, la insistencia en la maternidad de la Iglesia debería animar a todos a cuidar de ella (de su madre), y también a participar en ella. Resulta paradójico quizá que muchos de los que usan la expresión «madre Iglesia» son personas con una concepción fuertemente institucional de la Iglesia. Uno podría esperar que el calor humano que se desprende de la imagen de la maternidad suavizara en alguna medida estas concepciones rígidamente institucionales y jurídicas, como en la fluida meditación de H. >De Lubac sobre la Iglesia, en la que reflexiona sobre cómo un homo ecclesiasticus, o persona leal a la Iglesia, debería pensar y actuar. [En este sentido puede ser útil la distinción patrística entre la Ecclesia mater congregans y la Ecclesia fraternitas congregata como expresión de la «única compleja realidad» (LG 8) que es la Iglesia, fórmulas que recogen los calificativos de san Isidoro de Sevilla —la Ecclesia congregans et congregata—, y de san Cipriano —la Ecclesia mater et fraternitas—. En efecto, ambas abrazan toda la realidad eclesial: la Ecclesia mater congregans expresa el don de Dios que es la Iglesia, que ofrece siempre los tres dones santos y permanentes: el Espíritu, la Palabra y el Sacramento, que la hacen santa (cf LG 26). La Ecclesia fraternitas congregata describe en cambio su realidad humana como comunidad peregrina e histórica de cristianos, santos y pecadores —la Ecclesia permixta de san Agustín—, que la hacen «necesitada de purificación y reforma» (cf LG 8; UR 6).]