LYON II (Concilio de)
(1274)
DicEc
 

Durante siglos el segundo concilio de Lyon (1274) ha sido considerado como ecuménico (el decimocuarto ecuménico): fue convocado, dirigido y aprobado por el papa. Nunca ha sido aceptado como ecuménico por los ortodoxos, ya que ninguno de los patriarcas estaba presente y sus decretos no fueron recibidos en Oriente. Recientemente se ha hecho una distinción entre los «grandes concilios» del primer milenio y los concilios occidentales; Pablo VI, en el séptimo centenario del segundo concilio de Lyon, en 1974, pareció moverse en esta línea. Además, a finales de la Edad media y comienzos de la época moderna el concilio de >Florencia fue conocido a menudo como el octavo concilio ecuménico.

El objetivo principal de Gregorio X (1271-1276) era buscar apoyo para Tierra Santa (>Cruzadas). El primer período del concilio (mayo de 1274) estuvo enteramente dedicado a este asunto. Gregorio pidió y obtuvo seis años de diezmos de todos los ingresos eclesiásticos.

El segundo objetivo era la reunificación con los griegos. Aunque el año 1054, con sus excomuniones, había constituido un momento decisivo en la progresiva enajenación de Oriente y Occidente, fue el saqueo de Constantinopla durante la cuarta cruzada (1204) el que finalmente confirmó la ruptura. No obstante, en el siglo XIII hubo intentos de diálogo y reunificación. La llegada al trono imperial del poco escrupuloso Miguel Paleólogo en 1258 llevó a un incremento de tales esfuerzos; el emperador ofrecía la unión a cambio de la paz. Todos los papas, desde Urbano IV (1261-1264) hasta Gregorio X, insistían en que la unión debía preceder a la paz. Ya en 1267 Clemente IV (1265-1268) había enviado una carta a Miguel que incluía una profesión de fe acerca de la Trinidad y el primado romano. Este exigió por medio de los legados papales que el credo griego y las tradiciones canónicas y litúrgicas permanecieran intactos. El acto oficial de unión tuvo lugar en Constantinopla en febrero de 1274; en la cuarta sesión del concilio (6 de julio de 1274) Gregorio anunció el sometimiento de Oriente. Este no sobreviviría a sus protagonistas: el emperador (+ 1282) y el papa (+ 1276). Las razones del fracaso son complejas: el papa buscaba la ampliación de su autoridad, mientras que el emperador quería estabilidad política; existía un abismo eclesial entre Oriente y Occidente; Lyon II no fue un concilio marcado por el debate ni un encuentro de mentalidades; la profesión de fe impuesta a Oriente por el emperador y el papa estaba elaborada según un modelo escolástico; por encima de todo, no hubo ningún intento serio de tener en cuenta la postura de los patriarcas de Oriente, que desde el concilio de Letrán IV (1215) habían sido tratados más o menos como si fueran latinos.

Con respecto al tercer objetivo del concilio —la reforma— se leyeron doce constituciones el 4 de junio; al final del concilio, o después de él, se presentaron otros documentos de reforma. Una reforma importante —Ubi periculum— fue la relativa a los cónclaves papales. Sus disposiciones, frecuentemente revisadas, se mantendrían en gran medida hasta los tiempos modernos. Otros decretos concernían a la aprobación de algunas órdenes, especialmente los franciscanos y los dominicos, y la supresión de fundaciones recientes.

En la sesión final (17 de julio) se promulgó la constitución dogmática sobre la procesión del Espíritu Santo, Fideli ac devota, aunque su redacción definitiva fue posterior al concilio.

El concilio tuvo pocas consecuencias a largo plazo: la unión con los griegos tuvo corta vida; la cruzada nunca se emprendió; los decretos disciplinares se quedaron muy lejos de la necesaria reforma «en la cabeza y en los miembros».