LIMBO
DicEc
 

La cuestión del limbo, del latín limbus (borde), surgió en el contexto del destino de los niños no bautizados. La Escritura y la tradición hablan de la necesidad del >bautismo para la salvación. En el caso de los adultos, los actos de amor asistidos por la gracia han sido considerados durante mucho tiempo como sustitutorios del bautismo cuando se trataba de personas que no lo conocían o no podían recibirlo. Los niños no tienen esta posibilidad de realizar un acto de caridad sobrenatural. Agustín pensó al principio que estos niños podían entrar en una especie de estado intermedio entre la bienaventuranza y la condenación. Pero luego, al ahondar en la polémica con los pelagianos, llegó a la conclusión de que debían de estar en el infierno, aunque sufriendo el más suave de los castigos junto con la exclusión de la visión de Dios.

En la Edad media se pensaba generalmente que los niños que morían sin bautizar eran excluidos de la visión beatífica. En la época patrística, al igual que en la escolástica, se hablaba del limbus patrurn, el estado de los «padres» del Antiguo Testamento que aguardaban la redención de Cristo. Gradualmente, por analogía, los teólogos empezaron a hablar del limbus puerorum, el limbo de los niños que estaban privados de la visión beatífica por no haber sido bautizados. Estaban por ello en el «borde» del infierno, pero no en el infierno, y no sufrían ninguno de los dolores del infierno.

En el concilio de >Trento se discutió un poco sobre el estado de los no bautizados, pero no se llegó a ninguna pronunciación al respecto. La primera declaración del magisterio acerca del limbo reclama una exégesis detenida. En el siglo XVIII muchos teólogos católicos consideraban el limbo como un estado de pura felicidad natural para los que, sin culpa propia, quedaban privados de la visión beatífica.

El sínodo jansenista de >Pistoya (1786) declaró que esta postura era herética. Fue esta postura extrema la que Pío VI condenó como «falsa, temeraria y perjudicial para las escuelas (teológicas) católicas». El papa no expuso ninguna doctrina explícita sobre el limbo, pero reconoció claramente que era una posición teológica admisible.

En las décadas de 1940 y 1950 los teólogos escribieron mucho sobre el destino de los niños no bautizados. Trataban de mantener y armonizar dos verdades: la necesidad del bautismo y la voluntad salvífica universal de Dios. Hoy hay consenso acerca de que los niños no bautizados se salvan, pero no hay una explicación teológica generalmente aceptada sobre el modo en que se efectúa esta salvación. Ya no se enseña la doctrina del limbo; en el nuevo Catecismo de la Iglesia católica no aparece. Nunca fue un dogma de la Iglesia, sino una opinión teológica usada en algunas ocasiones por el magisterio. «La reciente concepción del Vaticano II acerca de la posibilidad de salvación también de las personas que no hayan recibido el bautismo. Quedan así superadas todas las teorías acerca del limbo».

La cuestión pastoral sigue planteándose para las madres y otras personas relacionadas con niños que mueren sin bautizar. La teología no dispone de una respuesta convincente y satisfactoria para quienes se sienten ansiosos por el tema. El mejor planteamiento pastoral sería una afirmación vigorosa de que Dios ama a los niños mucho más que sus propios padres, por lo que los niños están a salvo en sus manos.