IGLESIAS UNIATAS
DicEc
 

Las Iglesias uniatas son >Iglesias orientales católicas, la mayoría de las cuales fueron reconciliándose con la Iglesia a lo largo de los siglos, aunque dos de ellas, la Iglesia católica maronita (principalmente en el Líbano) y la Iglesia católica ítalo-albanesa (en el sur de Italia), nunca estuvieron en cisma o herejía. Agrupadas por ritos, las veintiuna Iglesias uniatas son: de rito alejandrino: la Iglesia copta (patriarcado; >Coptos) y la Iglesia etíope; de rito antioqueno: la Iglesia malankar, la Iglesia maronita (patriarcado) y la Iglesia siria (patriarcado); de rito armenio: la Iglesia armenia (patriarcado); de rito caldeo: la Iglesia caldea (patriarcado) y la Iglesia siro-malabar; de rito constantinopolitano/bizantino: la Iglesia albanesa, la bielorrusa, la búlgara, la griega, la húngara, la ítalo-albanesa, la melquita (patriarcado), la rumana, la rusa, la rutena, la eslovaca, la ucraniana y la yugoslava (croata). El número total de sus miembros, algo más de 10 millones, en un total de más de 550 millones de católicos en todo el mundo, no guarda proporción con su importancia, ya que mantienen en la Iglesia católica las tradiciones y los ritos de Oriente como parte de la herencia de toda la Iglesia (OE 5). De este modo potencian la diversidad en la unidad, que es uno de los dones de la catolicidad (>Católico) de la Iglesia. Es común entre los católicos romanos considerar a estas Iglesias como puentes hacia las Iglesias ortodoxas y orientales; el Vaticano II dijo: «Corresponde a las Iglesias orientales en comunión con la sede apostólica romana la especial misión de promover la unión de todos los cristianos, especialmente de los orientales» (OE 24). Pero la actitud hacia ellas de la Iglesia ortodoxa y de las Iglesias orientales es en general negativa; se las considera infieles a la ortodoxia; engañadas por Roma o romanizadas/latinizadas; se piensa que han renunciado a su propia identidad; que constituyen un obstáculo para toda auténtica comunicación entre la ortodoxia y el catolicismo romano. Estas acusaciones siguen haciéndose a pesar de los intentos del Vaticano II de tratar de modo íntegro y abierto con la Iglesia ortodoxa y con las otras Iglesias orientales en el Decreto sobre ecumenismo (UR 14-18) y en el Decreto sobre las Iglesias orientales católicas (OE). Se ha dejado sentir particularmente el nombramiento de obispos uniatas en la Europa del Este tras la caída del comunismo en 1989. Son muchos los ortodoxos que creen que la Iglesia católica está llevando a cabo un >proselitismo encubierto.

El Decreto sobre las Iglesias orientales católicas del Vaticano II fue un paso importantísimo en la comprensión y valoración de la tradición oriental dentro de la Iglesia. Muy influenciado por los observadores de las Iglesias orientales, tuvo en algunas de ellas, de manera significativa, una acogida al mismo tiempo positiva y cautelosa, aunque hubo algún distinguido teólogo ortodoxo que lo consideró «un texto latino sobre la tradición oriental». Se pueden distinguir en el documento seis partes: tras la introducción, trata en general (OE 2-4) de las Iglesias o >ritos particulares, afirmando claramente que «gozan de igual dignidad: ninguna de ellas aventaja a las demás por razón del rito» (OE 3); la herencia espiritual de Oriente (OE 5-6) se ve reforzada por el hecho de gobernarse ellas mismas según su propia tradición y a través de un conocimiento cada vez mayor de su propio rito; los >patriarcas (OE 7-11) son padres y maestros de sus patriarcados, por lo que el concilio decreta «que sus derechos y privilegios sean restaurados según las antiguas tradiciones de cada Iglesia y los decretos de los sínodos ecuménicos»; se promulgan leyes canónicas en relación con los sacramentos (OE 13-18), el culto divino (OE 19-23) y las relaciones con los hermanos de las Iglesias separadas (OE 24-29); en la conclusión se afirma que las disposiciones jurídicas «se establecen para las circunstancias actuales, hasta que la Iglesia católica y las Iglesias orientales separadas lleguen a la plenitud de la comunión» (OE 30). A las Iglesias uniatas se les dio en 1990 un Código de Derecho canónico denominado Código de cánones de las Iglesias orientales (abreviado en latín CCEO, >Derecho canónico); en este código se refleja el Vaticano II y el trabajo de décadas anteriores.

Un desarrollo importante fue la legislación sobre la communicatio in sacris (>Intercomunión). Dado que los peligros asociados habitualmente a la intercomunión están en gran medida ausentes entre la Iglesia católica y las otras Iglesias de Oriente, puede seguirse «una manera de obrar más suave» (OE 26): si están bien dispuestos y ellos mismos lo piden espontáneamente, hay que administrar a los miembros de las otras Iglesias orientales los sacramentos de la penitencia, la eucaristía y la unción de enfermos; los católicos, por su parte, pueden pedir estos mismos sacramentos «a ministros acatólicos de Iglesias que tienen sacramentos válidos, siempre que lo aconseje la necesidad o un verdadero provecho espiritual y sea física o moralmente imposible acudir a un sacerdote católico» (OE 27). Este desarrollo no ha tenido correspondencia por parte ortodoxa.

Un importante ámbito para la renovación es la forma específicamente oriental del monaquismo, que ha desaparecido casi por completo en algunas Iglesias uniatas o ha sido desplazada por congregaciones religiosas de estilo occidental. Llevará varias décadas comprobar hasta qué punto dará resultados la revisión del derecho canónico oriental de 1990 en este y otros terrenos (>Ritos, >Derecho canónico). Pero el principal reto con que se enfrentan las Iglesias uniatas y el Occidente latino es dar testimonio vivo de la descripción que hace el Vaticano II del primer milenio: «Las Iglesias de Oriente y de Occidente, durante muchos siglos, siguieron su propio camino, unidas, sin embargo, por la comunión fraterna de la fe y de la vida sacramental, siendo la sede romana, por común consentimiento, la que resolvía cuando entre las Iglesias surgían discrepancias en materia de fe o de disciplina» (UR 14). La Iglesia ortodoxa observa atenta y continuamente para ver si esto vuelve a ser realidad hoy.

Durante siglos el uniatismo fue la estrategia principal de la Iglesia católica. En el diálogo entre la Iglesia ortodoxa y la Iglesia católica romana, la Comisión Conjunta, en su declaración de Balamand (1993), afirmaba que el uniatismo «no puede seguir aceptándose como un método a seguir ni como el modelo de la unidad que buscan nuestras Iglesias»>. Dada la aprensión que suscita la palabra entre los ortodoxos, se ha sugerido recientemente sustituir el nombre de «uniatas» por el de «católicas» para referirse a las Iglesias orientales en comunión con Roma.