GREGORIO I MAGNO, Papa y santo
(590-604)
DicEc
 

Nacido hacia el 540, Gregorio fue hijo de un senador romano y estuvo al servicio del Estado hasta el 573, fecha en que entró en uno de los varios monasterios que él mismo había fundado. A lo largo de su ajetreada vida nunca lo abandonaría cierta nostalgia de la vida monástica. El 578 fue nombrado diácono de Roma y apocrisiario o embajador en Bizancio un año después. Regresó a Roma el 585/586, volviendo a ingresar en el monasterio, pero fue elegido papa el 590. Aunque papa a su pesar, se convirtió en uno de los más destacados, mereciendo que la historia posterior le diera el sobrenombre de Magno. Fue él quien adoptó el nombre de «siervo de los siervos de Dios» (servus servorum Dei) que todavía usan los papas.

Su pontificado estuvo marcado por el servicio a los pobres y un esfuerzo infatigable por conseguir la paz en Italia. Es recordado por su dedicación a la evangelización de Inglaterra, adonde envió a san >Agustín (t ca. 604) el año 596 con 40 monjes, a los que añadió refuerzos cinco años más tarde. Su nombre está asociado a la reforma litúrgica (Sacramentario gregoriano) y a la música sagrada (canto gregoriano), pero su labor exacta en estas áreas es difícil de establecer.

Es uno de los cuatro grandes >doctores de la Iglesia de Occidente y sus obras incluyen 850 cartas, comentarios a la Escritura, una obra sobre los obispos (El cuidado pastoral) y un comentario espiritual y alegórico sobre Job (Moralia); estas dos últimas obras ejercerían una gran influencia en la Edad media. El reciente intento de F. C. Clark de negar la autenticidad de los Diálogos, un libro sobre los milagros de san Benito y de otros santos italianos, no ha sido bien recibido.

Su lugar en la historia de la espiritualidad y del papado está asegurado; no menos importante fue su influencia en el papado medieval y en la eclesiología, de la que se encuentran apuntes a lo largo de sus obras. Una idea dominante en su eclesiología es la de la Iglesia universal, que no sólo tiene su origen en >Abel, sino que se extiende además desde Abel hasta el último de los elegidos, incluyendo al parecer a los >ángeles como miembros de Cristo. Como maestro espiritual, insiste en la santidad, en la «santa Iglesia de los elegidos», que por sus obras de amor y humildad ha de ascender a los cielos. Los pecadores, sin embargo, permanecen en la Iglesia; es Dios quien discierne lo bueno de lo malo. La Iglesia como «esposa» incluye no sólo a los que están en la gloria, sino también a los santos de la tierra: «La Esposa es en efecto la Iglesia misma en su perfección. (...) El que ama a Dios perfectamente representa a la esposa»; en cambio, los que tienen que esforzarse todavía por crecer espiritualmente son los que acompañan a Cristo, el Esposo". Su visión del >reino de Dios es espiritual y moral, aunque, como señala Y. Congar, su celo misionero lo lleva a buscar la expansión efectiva de la Iglesia.

Su actitud ante las autoridades temporales parece a veces poco clara: parece algo servil cuando pide a los gobernantes temporales que convoquen concilios locales y, sin embargo, considera el papel de los monarcas como esencialmente al servicio de los fines religiosos e insta de la manera más imperiosa a que se haga justicia. Su influencia en los siglos posteriores estuvo en la idea de que los gobernantes temporales son en definitiva servidores de un proyecto más alto proclamado por la Iglesia. Pero quizá su principal contribución a la eclesiología haya consistido en el influjo ejercido por sus obras espirituales en los obispos y monjes a lo largo de la Edad media, impidiendo que las concepciones institucionales prevalecieran excesivamente en la teoría y la práctica de la vida de la Iglesia. Una medida de su prestigio en la actualidad puede darla el pequeño número de citas —sólo seis— que de él se hacen en el nuevo Catecismo, a pesar de lo mucho que se ha publicado sobre todos los aspectos de su vida y de su obra.