ECLESIOLOGÍA
DicEc
 

La Iglesia existía antes de que hubiera eclesiología (>Historia del Tratado teológico sobre la Iglesia). Si por esta entendemos doctrina o teología sobre la Iglesia, ya en el Nuevo Testamento hay eclesiología (>Eclesiologías neotestamentarias). Asimismo hay mucha eclesiología desde tiempos de la >Didaché o las cartas de >Ignacio de Antioquía. Hay una fértil eclesiología patrística, todavía no plenamente explotada por los teólogos; en distintas voces de esta obra pueden encontrarse indicaciones al respecto.

Los medievales tenían una rica eclesiología (>Tomás de Aquino). Pero el primer tratado específicamente sobre la Iglesia fue probablemente De regimine christiano, de Jaime de Viterbo (ca. 1301), siendo el primero realmente completo la Summa de Ecclesia de Juan de Torquemada (+ 1468), que proponía una eclesiología papista frente al conciliarismo. El cisma de >Aviñón dio lugar a muchos escritos sobre la Iglesia. En los siglos que siguieron a Trento el principal interés de la eclesiología se centraba en la apologética (>Notas de la Iglesia). No obstante, hubo teólogos importantes, como J. A. >Máhler y M. > Scheeben, que escribieron obras sistemáticas; otros, como J. H. >Newman presentan una eclesiología profunda en distintos lugares de sus obras.

La colocación del tratado sobre la Iglesia da ya una indicación de la eclesiología del autor. Así, por ejemplo, M. Scheeben trata de la eucaristía, luego de la Iglesia, luego de otros sacramentos; M. Schmaus se ocupa de la redención, luego de la Iglesia, luego de la gracia; Y. Congar, durante una época, se inclinaba a tratar de la cristología, dedicando luego un tratado a la antropología cristiana, dentro del cual se ocupaba también del ecumenismo eclesial y de María; algunos autores ortodoxos colocan la Iglesia después de los sacramentos y antes de la escatología; quizá la mayoría de los católicos colocan la Iglesia después de la redención y antes de los sacramentos.

Una pregunta simple, pero a la que no puede darse una respuesta fácil, es «¿por qué la Iglesia?» (>Iglesia: ¿por qué?). La respuesta habrá de señalar, entre otras cosas, que la Iglesia es >sacramento de salvación y el lugar de la economía trinitaria. Al nivel experiencial de la vivencia religiosa, habrá de apuntar al hecho de que Jesús, su Señor, es poder y sabiduría.

Llegado a cierto punto, uno puede preguntarse: «¿qué es la Iglesia?». Hay muchas respuestas posibles, y muchas han sido las que se han dado de hecho a lo largo de la historia. Las diferentes respuestas se presentan a distintos niveles. Podemos describir la Iglesia como «el conjunto de las Iglesias locales a lo largo y ancho del mundo, unidas entre sí y con el sucesor de Pedro en una vida común de fe apostólica, apoyada en el ministerio apostólico». Tal respuesta no nos introduce en la comprensión de la Iglesia. Un paso adelante es el acercamiento fenomenológico de A. >Dulles. Este toma cinco paradigmas, o visiones esenciales de la Iglesia, y muestra cómo pueden aglutinarse en torno a estos otras ideas. Pero al final el método de los >modelos es incapaz de ofrecer una visión global de la Iglesia, ya que cada modelo tiene que complementarse con los demás. El mismo Dulles afirma que los cinco «son de hecho características permanentes de la Iglesia»; «no hay ningún supermodelo que haga plena justicia a todas las características de la Iglesia». No obstante, Dulles propondrá más tarde otro modelo, el de la Iglesia como comunidad de discípulos; pero al final acabará admitiendo que también este necesita complementarse con los otros. Recientemente, más allá del marco señalado por Dulles, se ha desarrollado también el modelo del siervo. Parece que los modelos filosóficos no tienen más éxito a la hora de presentar una visión unificada: cada uno se limita a hacer su propia aportación.

En el pasado ha habido muchos intentos de unificar las verdades acerca de la Iglesia. La concepción predominante antes del Vaticano II era la de la societas perfecta: la Iglesia, como el Estado, es una > sociedad perfecta en el sentido de que contiene en sí todo lo necesario para alcanzar su fin. En la Mystici corporis (1943) >Pío XII trató de integrar esta visión de la Iglesia con la doctrina paulina del cuerpo de Cristo. C. >Journet, por ejemplo, buscó otra integración considerando a la Iglesia una, santa, católica y apostólica. Suele pensarse que la imagen del >pueblo de Dios constituye una visión unificadora, pero necesita también completarse con otras imágenes.

El ecumenismo moderno aporta concepciones sobre la Iglesia tanto del Occidente protestante como, sobre todo, del Oriente ortodoxo. Otra cuestión relacionada es si la Iglesia es sujeto o persona. La tendencia a hipostasiar a la Iglesia está implícita con mucha frecuencia en la teología.

Muchos eclesiólogos advierten contra el peligro de establecer paralelos de las herejías cristológicas en la eclesiología. Un monofisismo eclesiológico puede subrayar tanto lo divino en la Iglesia que destruya la economía y descuide lo humano. La tentación del nestorianismo consiste en acentuar excesivamente la economía mundana, viendo a la Iglesia como celeste y terrena, pero sólo con una unidad abstracta. Frente a estas desviaciones es menester mantener una visión de la eclesiología calcedoniana: en la que haya una visión inseparable de lo divino y de lo humano, sin división ni confusión (cf LG 8). La cristología proporciona también otras orientaciones: así como esta puede ser «desde abajo», desde la humanidad de Jesús, que es en definitiva la Palabra encarnada, o «desde arriba», como comenzando con el descenso de la Palabra a la humanidad, así también la eclesiología puede empezar «desde abajo», desde la comunidad histórica, o «desde arriba», desde su comienzo en la economía divina y en las relaciones trinitarias.

Nosotros buscamos una concepción unificante, que tenga en cuenta la eclesiología y la situación de la Iglesia a finales del siglo XX. Empezaremos enumerando algunos criterios que deberían servir para enjuiciar toda visión de la Iglesia. En primer lugar, hay criterios generales que pueden aplicarse a cualquier época de la historia de la Iglesia. Pueden usarse para juzgar cualquier eclesiología, de cualquier período, y pueden señalar deficiencias en anteriores intentos de referirse a la Iglesia de manera global. Algunos de estos criterios son: el carácter central de Jesucristo y de su misión; una perspectiva trinitaria de la existencia de la Iglesia; pecado y debilidad; las características esenciales de unidad, santidad, catolicidad y apostolicidad; una congregación de personas; el papel de la ley y la autoridad; la Iglesia en el mundo.

En segundo lugar, hay criterios derivados de nuestra perspectiva de finales del siglo XX. Entre estos están: la identidad de la Iglesia en el Vaticano II como pueblo de Dios (LG 13; NA 4), cuerpo de Cristo (LG 7, 14, 48...; AA 2; AG 6), templo del Espíritu Santo (PO 1; LG 17; AG 7); los planteamientos de las teologías de la liberación; el papel de los laicos; el carisma; la espiritualidad; la ecología. En décadas recientes se ha puesto un énfasis especial en la ley de la cruz; G. OCollins escribe: «Una auténtica teología de la cruz pondría en cuestión gran parte de lo que se dice acerca del "éxito" de la Iglesia, una diócesis "bien gobernada", una congregación "floreciente", una parroquia "en buena forma". La comunidad cristiana en sus distintas formas de agrupación debería tener en cuenta el principio "el poder se hizo fuerte en la debilidad". La Iglesia en el poder del Espíritu de Moltmann habla con razón de "la comunidad de la cruz (Kreuzgemeinde)". En su mayor parte, sin embargo, las eclesiologías o al menos las católicas no se ocupan prácticamente de este tema».

La búsqueda de una visión unificada puede verse facilitada por las recientes eclesiologías eucarísticas, cuyo primer cultivador moderno ha sido >Afanasiev y cuya influencia no deja de aumentar, nos advierten de la importancia de la eclesiología eucarística las afirmaciones del Vaticano II de que la eucaristía es la fuente y la cumbre (fons et culmen) de toda la vida cristiana (LG 11) y una de las principales manifestaciones de la Iglesia (SG 41). La eclesiología eucarística puede ser la más satisfactoria de las disponibles. Pero supone una apreciación profunda de la significación de la eucaristía, para la cual mucha gente en Occidente todavía no está capacitada. Una visión de la eucaristía como un acto puramente cúltico, alejado de la vida cristiana real, no podría ser base suficiente para una eclesiología. Como estrategia pastoral, podría ser mejor presentar todo lo que está implicado en una eclesiología eucarística pero en términos diferentes, en términos que permitieran a la gente desarrollar su visión de la eucaristía y, por consiguiente, de la Iglesia. En el Vaticano II las palabras «para la gloria del Creador y del Redentor» (LG 31) se añadieron a petición de varios miembros del concilio, con el fin de hacer resaltar el aspecto cultual de toda la Iglesia y de centrar la atención en la creación y en la redención.

Parece que el planteamiento más adecuado sería el de la koinónia o >comunión, central en la eclesiología del Vaticano II. El término en cuestión no es fácilmente traducible. J. M. R. Tillard señala como posibles traducciones de la koinónia de la Iglesia primitiva en He 2,42-47 «asociación», «vida en común», «coparticipación». La noción de koinónia incluye una dimensión vertical, la vida divina y los dones recibidos por la Iglesia, y otra horizontal, el compartir con los demás esta vida y estos dones. La Iglesia, además, existe para interiorizar esta koinónia y, de este modo, hacer que otros a su vez puedan interiorizarla también.

Lo que sigue es un intento de visión unificada: La Iglesia en la tierra es la comunidad de los discípulos de Cristo en peregrinación hacia el reino escatológico, configurada según la persona y la misión de María, y sabedora de que su Señor es la encarnación del poder y la sabiduría. Es en el mundo secular el sacramento de la salvación universal, llamada como está a desarrollar y actualizar los valores del reino y a trabajar por la unidad de todos los discípulos de Cristo. Está llena del Espíritu Santo, que mora en ella como en un templo, hace de sus miembros del cuerpo de Cristo y el pueblo de Dios, hijos adoptivos del Padre. El Espíritu concede a la Iglesia una, santa, católica y apostólica sus dones institucionales y carismáticos, llamándola a una conversión cada vez más profunda. La Iglesia, a través de la comunión de todos sus miembros con sus diferentes ministerios (petrino, jerárquicos y laicales), ha de responder a los dones que ha recibido por medio de un culto que presente a la humanidad y a toda la creación ante el Padre en la alabanza y la intercesión, y que abra a la Iglesia a la recepción de dones aún mayores a través de la vida sacramental, la oración y el ofrecimiento de sus miembros bajo el signo de la cruz. Continuamente fortalecida por este culto, la Iglesia se mantiene en la fe bajo la palabra de Dios y persevera en su auténtica tradición, de modo que, a pesar del pecado y la debilidad, sigue viviendo en la esperanza y continúa la misión de Cristo sacerdote, profeta y rey, difundiendo la buena noticia liberadora del reino y sirviendo así en el amor al mundo y a toda la creación a nivel de sus más hondas necesidades. La Iglesia se caracteriza por el amor entre sus miembros; se preocupa porque sus miembros sean purificados después de la muerte en el purgatorio, y se alegra en comunión con ellos, con los que todavía están en la tierra y con los que han alcanzado ya la gloria.