DISENSO
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La posibilidad del disenso se debe a que la mayor parte de las enseñanzas de la Iglesia no están dentro de la estrecha categoría de las doctrinas infalibles e irreformables (>Infalibilidad). Sólo lo que ha sido revelado, o ha sido definido infaliblemente, puede reclamar un asentimiento incondicional. Todas las demás doctrinas pueden ser erróneas, aunque sería una gran equivocación sostener que la mayor parte de las enseñanzas son defectuosas o acercarse a las enseñanzas del magisterio con suspicacia, sospechando en todas partes el error. Un católico ha de asumir más bien que la doctrina de la Iglesia es correcta y aceptable. Pero la eclesiología tiene que afrontar la posibilidad de la disidencia, dado el hecho indudable de que en el pasado ha habido errores en las enseñanzas del >magisterio. La cuestión ha de responderse de acuerdo con los principios teológicos y eclesiológicos, aun cuando el asunto sea principalmente práctico, a la vista de los conflictos planteados en las décadas de 1970 y 1980 entre determinados teólogos y la Santa Sede.

La cuestión del disenso se planteó durante el Vaticano II: cuatro obispos hablaron de la posibilidad de que una persona culta no prestara asentimiento interno a enseñanzas no infalibles. La comisión doctrinal no quiso tratar el tema en LG 25, pero dijo: «Sobre esta materia consúltense las exposiciones teológicas aprobadas (probatae expositiones theologicae)». Con esto se quería remitir en esta época casi con toda seguridad a los manuales de teología usados en las escuelas teológicas. Algunos de estos admitían que en circunstancias excepcionales el asentimiento interno pudiera retirarse, pero no que se hiciera pública la disensión respecto de la doctrina autorizada de la Santa Sede.

Después del Vaticano II, tras la publicación de la encíclica Humanae vitae (1968), sobre la regulación de la natalidad, se dio el fenómeno nuevo de un considerable grupo de teólogos, y un número aún mayor de laicos, que rechazaban públicamente la enseñanza del papa. Aunque la disidencia se basaba en parte en argumentos no teológicos, como la dificultad o imposibilidad de observar las normas propuestas por el papa, había una buena parte de la opinión que rechazaba la doctrina como errónea y no apodíctica. La disidencia en relación con la regulación de los nacimientos se refería a materias morales. Hubo también disidencia en materias doctrinales por parte del arzobispo >Lefebvre, que acabó en >cisma. Ha sido también muy fuerte la disidencia respecto de la declaración Sobre la admisión de las mujeres al sacerdocio. Por otro lado, algunos teólogos han sido censurados o llamados al orden por la Santa Sede, especialmente H. >Küng, L. >Boff y E. >Schillebeeckx.

Podemos distinguir en la práctica la disidencia en materias morales de la disidencia doctrinal. En materia moral las personas han de seguir su conciencia, que es un juicio práctico sobre la rectitud o no de seguir una actuación determinada. Según el Vaticano II, «los cristianos, en la formación de su conciencia, deben prestar diligente atención (diligenter attendere) a la doctrina sagrada y cierta de la Iglesia» (DH 14). El nuevo Catecismo afirma que en la formación de la conciencia somos «guiados por» la enseñanza autorizada de la Iglesia (n 1785). El concilio no aprobó una expresión más restrictiva, a saber, que los fieles debían formar su conciencia «de acuerdo con» la enseñanza de la Iglesia. En este delicado tema de la formación de la conciencia son muchas las posibilidades de comportamiento inauténtico: puede no atenderse suficientemente a las enseñanzas de la Iglesia; puede haber un acercamiento a estas enseñanzas que no vaya acompañado de un asentimiento sincero; puede no haber razones suficientes o el conocimiento necesario para justificar la disidencia; puede haber imprudencia o arrogancia, etc. De este modo, aunque es posible que una persona tenga que disentir de la doctrina moral del magisterio con el fin de seguir los dictados de su conciencia, sería fácil también poner ejemplos de disensos procedentes de una conciencia errónea, incluso de una conciencia culpablemente errónea. Con respecto a la disensión en materia doctrinal, sería muy raro que una persona estuviera en posesión de un conocimiento que hiciera su disidencia obligatoria. Más frecuentes son los casos en que lo que se plantea no es la obligación de la disidencia, sino el derecho a la misma. Hay que tener en cuenta que la búsqueda de la verdad es un proceso, y que en una determinada fase puede no disponerse aún de una respuesta definitiva. El magisterio puede dar las orientaciones que considere apropiadas, considerando incluso que de este modo cierra la discusión sobre la materia. Pero puede haber otras cuestiones, hechos, argumentos y circunstancias no tomados en consideración por los teólogos empleados por el magisterio, de modo que una directriz parezca imperfecta, si no incluso errónea.

Es menester hacer una observación general: que las autoridades de la Iglesia han tenido más éxito diciendo a los teólogos lo que no tienen que hacer, que desarrollando un auténtico proceso de diálogo en materias en las que se presentan disidencias. La instrucción para la >Congregación de la doctrina de la fe (CDF) Sobre la vocación eclesial del teólogo (1990) es una importante reflexión sobre el papel de los >teólogos .

En el n 17 se hace una observación importante: «Hay que tener en cuenta, pues, el carácter propio de cada una de las intervenciones del magisterio y la medida en que se encuentra implicada su autoridad». Se trata de una necesidad ampliamente reconocida en teología, pero el documento continúa luego con estas distinciones: «Pero [hay que tener en cuenta! también el hecho de que todas ellas derivan de la misma fuente, es decir, de Cristo, que quiere que su pueblo camine en la verdad plena. Por este mismo motivo las decisiones magisteriales en materia de disciplina, aunque no estén garantizadas por el carisma de la infalibilidad, no están desprovistas de la asistencia divina, y requieren la adhesión de los fieles». El problema aquí es la apelación a Cristo. Se da por supuesta su ayuda, pero hay también otra fuente de los actos del magisterio, a saber, la frágil aportación humana, que en los actos disciplinares no está protegida por el carisma de la infalibilidad; podría pensarse que la instrucción da por supuesta que es poca la diferencia en la adhesión que se pide al magisterio cuando sus actos son infalibles y cuando no lo son.

Más de la cuarta parte del documento está dedicada al disenso (nn 32-41), que parece querer eliminar. Algunos de los puntos que establece están evidentemente fuera de discusión. Trata del disenso que brota de la ideología del «liberalismo filosófico» (n 32), de «un modelo de protesta inspirado en la sociedad política» (n 33), de una hermenéutica que no reconoce la posición especial de las doctrinas del magisterio (n 34), de una visión sociológica del sentido de los fieles (n 35; >Sensus fidei/sensus fidelium), de una apelación a los derechos humanos (n 36). Tal como se presentan en la instrucción, ninguna de estas es base adecuada para la disidencia pública.

Brotando como brota en el contexto de los problemas de la década de 1980, la instrucción pone gran empeño en eliminar muchos de los fundamentos aducidos para el disenso. Se opone enérgicamente a cualquier intento de manipular la opinión pública de la Iglesia contra las posturas del magisterio (n 39). De hecho parece interesarse por el disenso en particular por lo que se refiere a las contestaciones públicas en los medios de comunicación. Pero ¿puede considerarse que es «ejercer la presión de la opinión pública» publicar posturas disidentes en revistas científicas? Uno de los modos principales en que las posiciones teológicas son evaluadas es el juicio de los otros teólogos, y esto supone que las opiniones han de circular y publicarse. Sin embargo, los periodistas que se ocupan habitualmente de los asuntos religiosos y teológicos suelen repasar las revistas especializadas. La instrucción no entra realmente en la cuestión práctica a este nivel, ni en su fundamentación teórica.

Al teólogo que tiene dificultades a la hora de dar su asentimiento a alguna enseñanza del magisterio, se le hacen dos recomendaciones. «Frente a una proposición a la que siente que no puede dar su asentimiento intelectual, el teólogo debe no obstante permanecer dispuesto a examinar más profundamente el problema. Para un espíritu leal, animado por el amor a la Iglesia, esta situación puede ser ciertamente una prueba difícil. Puede ser una llamada a sufrir por la Iglesia, en el silencio y en la oración, pero con la certeza de que, si la verdad está realmente en juego, al final acabará prevaleciendo» (n 31).

La segunda solución propuesta puede, como la primera, dar la impresión de que, si hay problemas, lo más probable es que sea el teólogo el que esté equivocado: «Si ocurre que estos (los teólogos) encuentran dificultades debidas al carácter de su investigación, han de buscar la solución en diálogo confiado con los pastores, con espíritu de verdad y caridad, que es el de comunión con la Iglesia» (n 40).

Puede decirse que la Iglesia no ha encontrado el modo de afrontar constructivamente la disidencia. Se plantea el problema de una especie de «doble mentalidad». Mientras que, por un lado, la gente está dispuesta a aceptar que ciertas enseñanzas del magisterio han sido imperfectas, e incluso erróneas, en el pasado, por otro lado, existe, la tendencia a hablar y actuar como si esto no pudiera volver a ocurrir en el presente o en el futuro. La instrucción, no obstante, parece suponer que las anteriores enseñanzas defectuosas del magisterio tuvieron un efecto providencial en la vida de la Iglesia (n 24).

Podemos hacer algunas indicaciones prácticas. Es posible que los teólogos necesiten aprender estilos adecuados de disidencia, que no parezcan impugnar la autoridad doctrinal de la Iglesia misma. Piénsese, por ejemplo, en la manera como Y. Congar eludió las enseñanzas, a última hora sin consecuencias, de Pío XII sobre la pertenencia a la Iglesia; criticó indirectamente la postura del papa al estudiar el tema de la Iglesia desde >Abel.

Hay que distinguir, sin embargo, entre la investigación de los teólogos y lo que conviene a la enseñanza en las facultades de teología, especialmente a nivel de no graduados. Las autoridades de la Iglesia tienen derecho a asegurar la transmisión de la doctrina oficial de la Iglesia, lo que hacen por medio de la profesión de fe (>Credos y profesiones de fe), la >censura de libros y la autorización otorgada a los miembros de las facultades eclesiásticas por medio de la misión canónica (CIC 229, 812, 818) o sus equivalentes. Este derecho de las autoridades eclesiásticas no puede obviarse apelando a la libertad académica, una noción más bien reciente que incluso en las disciplinas seculares no es absoluta.

Los que tienen la responsabilidad doctrinal en la Iglesia no sólo deben consultar a los expertos (lo que sin duda hacen), sino que además sería beneficioso que fuera un proceso abierto. El sistema de los «papeles verdes» en algunas democracias parlamentarias no carece de interés: las propuestas para la acción del gobierno se publican y presentan a discusión y comentario. El último «papel blanco» contiene la propuesta de ley efectiva después del proceso de consulta. Los esquemas o lineamento para los sínodos de los obispos son algo semejante a los «papeles verdes». El secretismo más bien obsesivo que envuelve a muchas de las consultas de la Iglesia no es beneficioso. El peor de los escenarios posibles para la Iglesia sería el que constituirían un magisterio temeroso, a la defensiva o represivo, y unos teólogos marginados y, por consiguiente, en una actitud de pasividad o desprecio. El marco que representa la instrucción es importante; pero todavía queda mucho por hacer, por parte tanto del magisterio como de los teólogos. Afortunadamente el proceso continúa". La virtual reducción al silencio de los teólogos en la década de 1950 no debería volver a repetirse. [Sobre el disenso en relación con el Magisterio en estos últimos años han aparecido reflexiones significativas de miembros de la CDF: así la conferencia del cardenal J. Ratzinger sobre la Situación actual de la fe en la teología de 1996; las consideraciones del secretario dela CDF, T. Bertone, A propósito de la aceptación de los documentos del Magisterio y del disenso público de 1997 y las reflexiones del jefe de la sección teológica de la CDF, A. Garuti, sobre el problema del disenso a la luz de la Nota doctrinal ilustrativa de la fórmula conclusiva de la «Professio fidei». Reflexiones en torno a la relación entre los pronunciamientos del Magisterio y la teología de 1998. Por otro lado, diversos miembros de la Asociación Española Juan XXIII de teólogos —aunque entre ellos tan sólo dos son profesores de Facultad— ha apoyado en 1999 un documento crítico titulado Teología y magisterio: relaciones conflictivas.

Con todo, el momento actual parece marcado no tan fuertemente por el disenso cuanto más bien por el debate crítico acerca de los últimos documentos magisteriales sobre el significado de la enseñanza «definitiva», fruto del magisterio ordinario y universal. En este sentido, por citar un ejemplo ilustrativo, puede verse precisamente el diálogo entre 1998/1999 por parte del teólogo canonista L. Orsy y el cardenal J. Ratzinger sobre el valor de la enseñanza «definitiva».