La gran preocupación de Dianich versa sobre el estatuto epistemológico de la eclesiología, en que centra su último libro. Su convicción es que toda la reflexión teológica sobre la Iglesia debe partir de la consideración del anuncio evangélico y de la relación que lo une indisolublemente al don de la comunión, y aquí radicaría la «eclesiogénesis» o momento en que la Iglesia nace como sujeto histórico y entra en la historia. En este sentido quiere recuperar la dimensión histórica y de relación como elementos de una eclesiología global y a su vez manifiesta la dificultad de una criteriología que se debate entre el plano confesional, y por tanto con una concepción más estricta de la Iglesia, o una visión más radicada en la comunicación de la fe, que da una visión más amplia y englobante de la Iglesia. En definitiva, Dianich constata la dificultad de organizar un tratado de eclesiología y a su vez subraya que tal propuesta conlleva siempre la forma con la cual uno se sitúa ante la Iglesia como tal. Sus preguntas incisivas sobre el método aparecen pues como su aportación más decisiva a la eclesiología.