DIÁLOGO
DicEc
 

«Diálogo» es en buena medida una palabra del siglo XX, aun cuando la realidad que representa sea algo de todas las épocas y de todos los pueblos. El diálogo debe sus principales intuiciones a las filosofías personalistas, y de manera particular a la de M. Buber (1878-1965). Se ha convertido además en nuestro siglo en una palabra clave dentro del >movimiento ecuménico. Entró a formar parte del vocabulario del magisterio con el >Vaticano II. Al comienzo de su segundo período de sesiones, >Pablo VI señaló como dos de los principales objetivos del concilio la promoción de la unidad de los cristianos y el diálogo con el mundo contemporáneo. Un año después, en su primera encíclica, habló largamente del diálogo proponiéndolo como la actitud mental que la Iglesia católica debía adoptar ante el mundo contemporáneo (n 58). Con notable profundidad teológica, mostró cómo el diálogo debía configurarse según el modelo del diálogo divino de la salvación (nn 70-77). Como razón para el diálogo proponía repetidamente el mensaje que la Iglesia tenía para el mundo (nn 65, 69, 78, 80...). Fue indicando, como en círculos concéntricos, aquellos a quienes debía ir encaminado el diálogo: los cristianos separados, los judíos y los musulmanes, la humanidad entera, incluidos los ateos. Aunque afirmaba que el diálogo «dará lugar al descubrimiento de elementos de verdad en las opiniones de los otros y nos llevará a querer expresar nuestra doctrina con gran sinceridad» (n 83), la idea de la Iglesia aprendiendo del diálogo no estaba realmente muy presente en la encíclica.

El Vaticano II desarrolló de tal modo la idea del diálogo, y de formas tan distintas, que la palabra pasó a ser una de las más importantes asociadas al concilio. El diálogo es un medio por el que el pueblo llega a la verdad (DH 3); es algo que ha de aprenderse, por lo que es necesario poner especial empeño en desarrollar en los seminarios las cualidades que favorezcan el diálogo con los fieles (OT 19) y con los no cristianos (AG 16); la escuela católica ha de fomentar el diálogo con la comunidad humana (GE 8); las instituciones educativas superiores de la Iglesia han de procurar que «se promueva el diálogo con los hermanos separados y con los no cristianos» (GE 11); el diálogo tiene particular importancia en el contexto de la actividad misionera (AG 11, 20, 34, 41); la Iglesia busca el diálogo con las culturas y con toda la humanidad con el fin de edificar una paz auténtica (GS 28, 56, 92); el acercamiento del diálogo supone cortesía, amor a la verdad y caridad (GS 28).

Hasta el final del concilio no encontramos la indicación más clara de la significación del diálogo dentro de la Iglesia y de las características del acercamiento al mismo de la Iglesia (>Aconsejar en la Iglesia). Se trata de la norma dada por Juan XXIII antes del concilio: «Haya unidad en lo necesario, libertad en lo dudoso, caridad en todo» (GS 92).

Algunas características clave del diálogo ecuménico y de su ámbito pueden encontrarse en el decreto sobre ecumenismo: está el diálogo entre los expertos (UR 4); este se realiza con un espíritu religioso (UR 4); el resultado es que «todos adquieren un conocimiento más auténtico y un aprecio más justo de la doctrina y de la vida de cada comunión» (UR 4); el diálogo es necesario para «adquirir un mejor conocimiento de la doctrina y de la historia, de la vida espiritual y cultural, de la psicología religiosa y de la cultura propia de los hermanos» (UR 9). El diálogo supone que ambas partes se encuentran en un nivel de igualdad (unusquisque par cum parí agat, UR 9); en el diálogo ecuménico tiene que haber amor a la verdad, caridad y humildad; de este modo «se preparará el camino por el que todos (...) se estimularán para un conocimiento más profundo y una exposición más clara de las irrastreables riquezas de Cristo» (UR 11).

El conocimiento de los orígenes de las Iglesias orientales y de las relaciones de Oriente y Occidente durante el primer milenio «servirá en gran medida para el diálogo que se pretende» (UR 14); urge la necesidad del «diálogo fraterno con Oriente» (UR 18). A causa de las dificultades especiales que encierra, se establecen las bases para el diálogo con los otros cristianos (UR 19): la Sagrada Escritura, custodiada como un tesoro por los protestantes, es «un instrumento precioso en la mano poderosa de Dios» para la tarea del diálogo (UR 21); «la doctrina sobre la cena del Señor, sobre los demás sacramentos, sobre el culto y los ministerios de la Iglesia, debe ser objeto del diálogo» (UR 22); «el diálogo ecuménico puede partir de la aplicación del evangelio a las cuestiones morales» (UR 23).

En los documentos posconciliares se ofrecen orientaciones más específicas sobre el diálogo. Ha sido un período de creciente diálogo ecuménico entre todas las Iglesias, incluida la Iglesia católica (>Ecumenismo e Iglesia católica y otras voces sobre >Ecumenismo). Se ha señalado que en los documentos conciliares hay dos visiones del diálogo fundamentalmente diferentes, aunque no exclusivas. La primera, «explicativa», tiene por objeto la comprensión mutua entre los cristianos. La segunda, «indagadora», es una reflexión en común, una escucha en común del mensaje de Cristo con el fin de conseguir expresarlo más profundamente (cf UR 4, 9, 11). Una de las finalidades del recientemente instituido Consejo de los laicos (1967) era promover el diálogo dentro de la Iglesia entre la jerarquía y los laicos y entre las distintas formas de la actividad laical.

La primera parte del Directorio ecuménico (1967) del Secretariado para la unidad de los cristianos encomienda a comisiones ecuménicas diocesanas y territoriales la tarea de promover el diálogo. La teología y la práctica del bautismo en su conjunto han de ser examinadas en el diálogo intereclesial, así como la cuestión de la mutua participación en las cosas espirituales (communicatio in spiritualibus).

En la segunda parte (1970), dedicada al ecumenismo y la educación superior, se hacen algunas afirmaciones importantes: los fieles han de educarse en la fe católica del modo más conveniente para participar en el diálogo ecuménico; el examen del «tesoro espiritual y de las riquezas doctrinales que cada comunidad cristiana tiene como propias (...) puede llevar a todos los cristianos a una comprensión más profunda de la naturaleza de la Iglesia»; las instituciones de educación superior desempeñan un papel importante en el diálogo, porque, aunque hay que evitar el falso irenismo, es indispensable «tener una mente abierta y dispuesta a fundamentar la vida más profundamente en la propia fe a través del conocimiento más pleno derivado del diálogo con los demás». Se ve aquí claramente expresado lo que hasta entonces sólo estaba latente: que los católicos pueden ahondar en su propia fe a través de lo que han aprendido en el diálogo. En un texto del Secretariado para la unidad de los cristianos, Reflexiones y sugerencias en torno al diálogo ecuménico, publicado en 1970, vuelve a insistirse en la idea de que se puede aprender de los otros. En este amplio documento se insiste también en que el diálogo debe aprenderse, en que este tiene lugar en circunstancias y formas diferentes, y en que ha de desarrollarse «en pie de igualdad entre los participantes». Es notable también el reconocimiento de que puede brotar un diálogo ecuménico genuino y valioso de manera espontánea al encontrarse los cristianos, y sin estructuras precisas en los distintos centros de estudio.

En los documentos posconciliares el acento más fuerte recae en las relaciones amorosas y respetuosas en que ambos interlocutores pueden aprender a conocer mejor al otro. En su carta al patriarca Atenágoras de Constantinopla, Pablo VI llamaba la atención sobre la necesidad de mantener «un diálogo sincero, hecho posible por el restablecimiento de la caridad fraterna, con el fin de conocerse mutuamente y respetar las distintas tradiciones litúrgicas espirituales, disciplinares y teológicas». Los interlocutores católicos pueden beneficiarse además conociendo mejor su propia fe. La Iglesia católica está actualmente comprometida en el diálogo con once organismos mundiales confesionales cristianos.

Pero el diálogo no se limita a las comunidades cristianas. Los textos citados muestran cómo el Vaticano II exhorta al diálogo con los no cristianos. Veinticinco años después de la Declaración del concilio sobre las religiones no cristianas (NA), el Consejo pontificio para el diálogo interreligioso, en colaboración con la Congregación para la evangelización de los pueblos, elaboró un documento de capital importancia: Diálogo y proclamación. Reflexiones y orientaciones sobre el diálogo interreligioso y la proclamación del evangelio de Jesucristo. Empieza notando que el diálogo interreligioso propuesto por el Vaticano II «sólo poco a poco va entendiéndose. Su práctica en algunos lugares sigue siendo vacilante». El diálogo y la proclamación no se excluyen mutuamente: ambos forman parte de la misión de la Iglesia. El diálogo puede entenderse de distintos modos: a nivel humano, como una comunicación recíproca; como una actitud de respeto y amistad en la misión evangelizadora de la Iglesia; en el contexto de la pluralidad religiosa, «todas las relaciones interreligiosas positivas y constructivas con individuos y comunidades de otras religiones encaminadas a la mutua comprensión y enriquecimiento en la obediencia a la verdad y el respeto a la libertad»". Se dice muy claramente que la Iglesia puede aprender del diálogo: «Aun manteniendo su identidad intacta, los cristianos deben estar preparados para aprender y recibir de los otros, y por medio de ellos, los valores positivos de sus tradiciones. A través del diálogo pueden ser conducidos a abandonar prejuicios arraigados, a revisar ideas preconcebidas y, a veces, a dejar incluso que se purifique la comprensión de su propia fe». El documento describe en rasgos generales cuatro formas de diálogo: el diálogo de la vida, en el que la gente comparte sus alegrías y sus penas con un espíritu de cercanía; el diálogo de la acción, en el que la gente colabora en la liberación integral del pueblo; el diálogo del intercambio teológico, «en el que los especialistas tratan de ahondar en la comprensión de sus respectivas herencias religiosas y de apreciar mutuamente sus valores espirituales», y el diálogo de la experiencia religiosa, «en el que las personas (...) comparten sus riquezas espirituales, en relación por ejemplo con la oración y la contemplación, la fe y los modos de búsqueda de Dios o del Absoluto». Está además el diálogo a nivel cultural. La disposición requerida para el diálogo es no ser «ni ingenuo ni extremadamente crítico, sino abierto y receptivo», manteniendo la adhesión a la propia convicción religiosa con apertura a la verdad". El diálogo interreligioso tropieza con obstáculos: a diferencia de los diálogos intereclesiales, en los que los representantes son designados por sus respectivas Iglesias, o de algún modo las representan, el diálogo con las otras religiones no encuentra fácilmente figuras representativas o investidas de autoridad; brotan además dificultades «de la falta de comprensión de la verdadera naturaleza y finalidad del diálogo interreligioso».

Los años posconciliares han sido testigos de un incremento del diálogo con las religiones no cristianas (>No cristianos) a todos los niveles. El diálogo sigue siendo una tarea prioritaria de las Iglesias, de cara a la comprensión mutua y la promoción de la unidad entre los cristianos. Es una tarea que incumbe a la Iglesia misionera, que se acerca alas grandes religiones de Asia y Africa y trata de descubrir implantada ya en ellas la preparación del evangelio (cf LG 16)3D. Pero se trata de un diálogo en el que la Iglesia debe ser autocrítica y respetuosamente crítica con los demás, en una busca en común de la verdad. Una nueva necesidad en la que suele llamarse una «época poscristiana» es el diálogo dentro de la cultura de las sociedades pluralistas.

Considerando el interés en el diálogo a todos los niveles de la vida de la Iglesia desde el concilio, uno puede sorprenderse por la escasez de textos sobre el diálogo, a excepción del diálogo con los otros cristianos y los miembros de las otras religiones. Pero lo esencial se ha dicho: ha de haber diálogo con la gente de buena voluntad en materias relacionadas con el bien común de la sociedad (AA 14, 29; GE 1; GS 23, 25, 43, 56, 92); los obispos han de mantener un diálogo regular con sus sacerdotes (CD 28); los obispos han de elegir sacerdotes especialmente habilitados para trabajar con los laicos en el apostolado y dialogar con ellos (AA 25); deben promoverse en los seminaristas las actitudes que favorecen el diálogo (OT 19). Al tratar de la obediencia religiosa, se hace probablemente una referencia indirecta al diálogo: «Oigan los superiores de buengrado a sus hermanos» (PC 14); la referencia al diálogo es explícita en la exhortación apostólica posconciliar sobre la renovación de la vida religiosa. Aunque no se menciona expresamente con mucha frecuencia, el diálogo está en el corazón del importante documento de 1978, Mutuae relationes, sobre las relaciones entre los obispos y los religiosos (nn 38, 40, 49, conclusión).

El derecho canónico no menciona el diálogo con mucha frecuencia, a excepción del diálogo con los no cristianos (CIC 787). Está implícito, sin embargo, en las numerosas afirmaciones sobre las consultas en relación con temas tanto pastorales como disputados. De hecho, podría decirse que sin un espíritu de diálogo el código entero, en lugar de fomentar la libertad cristiana bajo la ley de Cristo en su Iglesia, podría resultar muy opresivo.

Por último, es confiando en el diálogo en >comunión como la >autoridad de la Iglesia se ejerce mejor a todos los niveles; el diálogo impide que la autoridad se convierta en una lucha por el poder y una forma de dominación y manipulación, y que sea rechazada por aquellos precisamente a quienes la autoridad pretende servir. El diálogo ha de configurarse según el modelo del eterno diálogo divino, el ejemplo de la Palabra encarnada en la humanidad y los inciertos pasos de quienes entran en una búsqueda dialógica de la intimidad con Dios.