CONFERENCIA EPISCOPAL ESPAÑOLA
DicEc
 

La asamblea constituyente de la CEE se celebró en Madrid del 24 de febrero al 4 de marzo de 1966, donde se aprobó el proyecto de estatutos que fueron ratificados por la Santa Sede el 14 de mayo de 1966. Esta nueva institución consiguió la personalidad jurídica el 3 de octubre del mismo año, aunque no obtuvo el reconocimiento civil hasta los Acuerdos Iglesia-Estado de 1979. Como inmediato predecesor de la CEE existió durante varias décadas (1921-1965) la «Junta de Reverendísimos Metropolitanos». La eclesiología subyacente a los documentos magisteriales de la CEE puede verse de la siguiente forma, teniendo presentes las cuidadosas monografías recientes que le ha dedicado F. Chica:

1) Los primeros pasos: aplicar el Concilio en el ocaso de un régimen político (1966-1975): etapa marcada por el documento inicial del episcopado con motivo de la clausura del Concilio. En él se propugnaba el nacimiento de una nueva fase de la vida de la Iglesia de España. Esta etapa habría de caracterizarse por la renovación de la vida cristiana y por una fe más consciente y lúcida, más cultivada y con repercusiones para la transformación de la convivencia social. Sobre la recepción de la eclesiología conciliar se da un acento significativo en la GS por su incidencia más concreta en el mundo, así como en el Decreto sobre la libertad religiosa, por el desfase que suponía con la legislación vigente que declaraba el catolicismo como religión de Estado.

2) La preocupación por la unidad eclesial interna (1975-1982): que se inicia a partir de la muerte del general Franco (20 de noviembre de 1975) e incluye la transición política que ofrece estos puntos sobresalientes: la renuncia al privilegio de presentación de Obispos el 13 de julio de 1976; la nueva Constitución Española de 1978, que reconoce la no discriminación por razón de religión (art. 14), que ninguna confesión tenga carácter estatal —cosa que en cambio se daba en el Concordato de 1953— y el mantenimiento de relaciones de cooperación con la Iglesia católica y las demás confesiones (art. 16, 1), y los Acuerdos Iglesia-Estado de 1979, que de forma significativa sustituyen la frase del Concordato que reconocía para la Iglesia «el carácter de sociedad perfecta», por la de se reconoce su «derecho a ejercer su misión apostólica». Como afirma con razón P. M. García Fraile «en esta sencilla expresión —en función de su misión— se encuentra la raíz de la autonomía de la Iglesia, y contiene la síntesis de un tratado de eclesiología». Esta perspectiva ya había sido propuesta en clave teológica de sacramentalidad por J. M. Rovira Belloso en un estudio programático anterior a los Acuerdos. La eclesiología subyacente de esta etapa aparece en el esfuerzo por la vigorización de la comunión eclesial interna, ante el hecho del pluralismo político ahora público de los cristianos, para así posibilitar una germinación misionera eclesial en la nueva fase política del país.

3) Los primeros planes pastorales: evangelizar como tarea en tiempos de increencia (1982-1990): como cristalización de todo el material elaborado anteriormente, y con el estímulo del primer viaje del Papa a España (1982), la CEE elabora sus primeros planes pastorales que manifiestan más claramente una subyacente eclesiología donde la Iglesia aparece como evangelizadora presente y en diálogo, especialmente, con la increencia. Sobre este anuncio se subraya su carácter «sacramental» (La Iglesia como >Sacramento), es decir,hecho en nuestro mundo «con obras y palabras».

4) La hora de la nueva evangelización (1990-1996): esta fuerte invitación se plasma en los planes pastorales de esta época. En ellos se insiste en la necesidad de fortalecer la vida cristiana, la urgencia de consolidar la comunión eclesial, el dar prioridad a la participación de los laicos en la vida y misión de la Iglesia, y la intensificación de la solidaridad con los pobres. Junto a estas insistencias se resume toda la etapa en la llamada urgente para que resuene de nuevo la Buena Nueva ante los sectores de la sociedad que no están suficientemente evangelizados, ante aquellos otros a los que apenas llega el anuncio de Jesucristo y ante los no creyentes.

5) Una nueva etapa: rumbo al tercer milenio (1997-2000): esta etapa está marcada de forma decisiva por la Carta apostólica Tertio millennio adveniente (1994) que sugiere el título del plan pastoral que la caracteriza: «Proclamar el año de gracia del Señor». El hilo conductor de este plan señala como prioritario el robustecimiento de la fe y del testimonio de los cristianos, el desarrollo de un verdadero anhelo de santidad en cada creyente, de un fuerte deseo de conversión y renovación personal en un clima de oración siempre más intensa y de solidaria acogida del prójimo, especialmente el más necesitado (cf TMA 42).

En resumen, a través del magisterio de la CEE desde el Vaticano II hasta el año 2000 se puede seguir de forma relevante la evolución de una eclesiología jurídica a una eclesiología de comunión y de misión, tal como se encuentra en el Concilio y se ha desarrollado en importantes hitos eclesiológicos posconciliares (especialmente: la Evangelii nuntiandi, el Sínodo de 1985, la Christifideles laici, la Redemptoris missio, la Tertio millennio adveniente...). A su vez se ha insistido en la eclesialidad de la fe y en el credo Ecclesiam como vía para acceder a la realidad eclesial y captarla en su genuinidad. Los diversos acentos eclesiológicos durante esta andadura de la CEE desde el Vaticano II hasta los inicios del tercer milenio han puesto de relieve los rasgos comunitarios y evangelizadores, la unidad y corresponsabilidad eclesial, la diaconía a la sociedad concreta...

Conclusión: ¿Cuáles son las tareas que hoy tienen la primacía de la Iglesia en España? Siguiendo el diagnóstico de O. González de Cardedal se pueden enumerar estas cuatro: la primera tarea y primordial hoy es la transmisión de la fe; la segunda tarea es la preparación de hombres y mujeres que entreguen su vida entera al servicio del evangelio; la tercera tarea ante la que está la Iglesia en España es la dinamización de los laicos, y la cuarta tarea de la Iglesia en España es aportar a la sociedad su contribución propia en el orden moral, social y cultural. Y se puede concluir así: «sin nostalgia de la historia pasada, sin voluntad ninguna de imposición, sin resentimiento contra nadie, la Iglesia acepta su condición de minoría cognitiva, de grano de mostaza, de trozo de levadura, y se inserta fraternalmente en la masa, dispuesta a cumplir un servicio a los hombres en la medida en que les acerca en nombre de Dios, el evangelio de Cristo y la esperanza absoluta...».

En este contexto se puede recordar para finalizar la conclusión de uno de los documentos más significativos de la CEE, Testigos del Dios vivo, donde los Obispos constatan que «no faltan quienes se sienten desorientados, asustados o decepcionados. A todos os dirigimos una palabra de aliento y de invitación: caminemos juntos de la mano del Señor. Unidos a El por la fe y el amor, fijos los ojos en la gran esperanza de la gloria, en unión con el sucesor de Pedro y de todos los hermanos en la fe, recorramos los caminos del mundo anunciando el Evangelio y sirviendo a nuestros hermanos en su nombre».