CLEMENTE ROMANO
Papa y santo
DicEc
 

Aunque algunas tradiciones lo colocan como el segundo o tercer sucesor de Pedro, Clemente puede haber sido sólo uno de los varios episkopoi de Roma entre el 91-101 d.C. Estas tradiciones, recogidas por personajes como Tertuliano o Ireneo, dan testimonio también de su importancia e influencia; su Carta a los corintios se leyó en la Iglesia aproximadamente durante un siglo y en muchos sitios fue considerada como parte de la Escritura. La Carta es un texto ocasional en el que se reacciona contra la expulsión de unos presbíteros de Corinto, pero nos permite asomarnos a ciertas cuestiones eclesiológicas importantes a finales del siglo 1.

La Carta comienza con una justificación por el retraso en abordar el tema. Fuera o no solicitada la intervención de la Iglesia de Roma, no cabe duda de que esta se siente con cierta autoridad para intervenir en la cuestión. Sería anacrónico ver en este texto una concepción desarrollada del primado pontificio, pero, «parece como si la Iglesia de Roma fuera ya consciente de tener, y así fuera aceptado ya por las demás, cierto tipo de responsabilidad en la situación de Iglesias distintas de la Iglesia local de Roma». No están claras cuáles fueron las causas del cisma, pero es evidente que Clemente considera injustificada la destitución de los ancianos jefes e invita a la Iglesia a restablecer el orden (19-20; 46,9; 56-57). Apela al orden establecido en el Antiguo Testamento (40,1—41,1) antes de describir el orden instaurado por los apóstoles en dos pasajes claves que serían citados luego por el Vaticano II (LG 20): «Los apóstoles nos predicaron el Evangelio de parte del Señor Jesucristo; Jesucristo fue enviado de Dios. En resumen, Cristo de parte de Dios, y los apóstoles de parte de Cristo. (...) Y así, según pregonaban por lugares y ciudades la buena nueva y bautizaban a los que obedecían al designio de Dios, iban estableciendo a los que eran primicias de ellos —después de probarlos por el espíritu— por inspectores y ministros de los que habían de creer» (42,1.4). Y también: «Nuestros apóstoles tuvieron conocimiento, por inspiración de nuestro Señor Jesucristo, de que habría contienda sobre este nombre y dignidad del episcopado. Por esta causa, pues, como tuvieran perfecto conocimiento de lo por venir, establecieron a los susodichos y juntamente impusieron para adelante la norma de que, en muriendo estos, otros que fueran varones aprobados les sucedieran en el ministerio» (44, 1-2). Clemente cita también la analogía paulina del cuerpo (37,4—38,1; cf 1Cor 12,14-26). Si es cierto que la cuestión que se dirimía en Corinto era el principio de la meritocracia, sigue siendo relevante la insistencia de Clemente en el respeto a la autoridad que se encuentra en la Iglesia. La alabanza de la armonía en la Iglesia (19,1—20,12) es otro de sus valores, pero un valor que reclama discernimiento; no hay que buscar la paz a toda costa; la paz tiene que ser creativa y no consistir en una estéril ausencia de puntos de vista enfrentados.

El prestigio de Clemente en la Iglesia primitiva está atestiguado por el gran número de obras pseudónimas atribuidas a él (>Pseudoclemente), especialmente la Segunda Carta, las «homilías clementinas» y las >Constituciones apostólicas.