Liberalismo, libre mercado y dignidad humana

Reflexiones sobre la economía y la persona desde la Doctrina

Social de la Iglesia

 

Sergio Rubén Maldonado

 

 

Este trabajo se suma a una larga serie de textos que pretenden recobrar el sentido integral de la razón, porque en ello se está jugando la misma dignidad humana. Seguramente llamará la atención del lector el estatuto "poco práctico" de estas consideraciones (más de un lector reclamará un plan de acción concreto e inmediato), y esto sería un claro síntoma de que tampoco está vacunado contra el imperio de la praxis y piensa, erróneamente, que los problemas prácticos (el maltrato continuo a la dignidad humana, entre ellos) se arregla fundamentalmente desde la práctica. Mi ensayo defiende tres tesis. Primera, que la defensa de la dignidad de la persona humana exige necesariamente la defensa de unas condiciones materiales de vida igualmente digna. Segunda, que el libre mercado no garantiza necesaria e indefectiblemente estas condiciones de vida dignas. Tercera, que es posible deslindar el libre mercado del neoliberalismo doctrinal, y por tanto, que podemos plantear alguna justificación alternativa para una economía de mercado y rediseñar algunos de sus mecanismos para que cumplan realmente este objetivo. Finalmente, acabo con una reflexión que puede resumirse como sigue: Las estructuras de injusticia, las estructuras de pecado, deben llevar a los fieles cristianos (con la Jerarquía) a examinar la sinceridad de su fe.

 

 

 

Introducción

 

Nietzsche ha triunfado rotundamente; pero el filósofo alemán no se hubiera imaginado que su triunfo no iba a darse en los campos de batalla, sino en las casas de bolsa, en los gobiernos de los Estados y en la dirección de las grandes corporaciones. La "bella bestia rubia", el salvaje amoral elogiado por Nietzsche no es un animal andrajoso y sanguinario; es un ejecutivo o un financiero, elegantemente vestido (corbata de seda, traje a la medida y zapatos de tres mil dólares) que no se preocupa por valorar y justificar racionalmente sus acciones. El éxito sólo se regula por el éxito; lo demás es "rollo", teoría, especulación elaborada por académicos y clérigos que desconocen el mundo real.

 

Algunos ingenuos pensaron que la caída del muro de Berlín traería como consecuencia un mundo mejor, como si el socialismo fuera el padre de todos los males. Más simplista no pudo ser el razonamiento de numerosos intelectuales de Occidente. Curiosamente, el criticado Francis Fukuyama advirtió el riesgo, de una manera velada, cuando en su polémico libro, The End of History, señaló que el desmembramiento del bloque socialista marcaba el fin de la historia, porque ya no habría otros motores de la historia, es decir, por que la humanidad ya no tendría un lugar a dónde llegar. Expresado en términos kantianos, la caída del socialismo real eliminó los ideales regulativos de la historia y con ellos, la esperanza de un mundo mejor. Esto lo ha visto con nitidez el catedrático alemán Robert Spaemann, quien habló, desde hace algún tiempo, de la crisis de las utopías políticas.

 

Los últimos años del siglo XX están marcados por la crisis de la razón utópica (la razón aplicada a la búsqueda de una ciudad ideal). El hombre occidental se ha quedado -voluntariamente-, con la razón instrumental, capaz de transformar, de cambiar, de ganar, pero carente una regulación teleológica. La razón instrumental pura no tiene un objetivo claro qué perseguir. El hombre occidental sabe utilizar medios, pero le son indiferentes los fines que se persiguen. En definitiva, la imagen del hombre y la visión del mundo van perdiendo un papel relevante en la praxis económica. Este es el triunfo de Nietzsche: la renuncia a la reflexión teórica en favor de la acción en bruto. Nietzsche representa, precisamente, la vitalidad explosiva que renuncia a detenerse en "contemplaciones". Nietzsche proclama el dejar fluir, mansa o explosivamente, lo mismo da, la fuerzas de la naturaleza y los instintos.

 

La mayoría de los críticos de Nietzsche suelen preocuparse por su influencia en el desbocamiento de otros apetitos (por aquello de los instintos brutales), soslayando un aspecto de la vida muy importante: la creación y distribución de la riqueza. El mercado actual es, un mundo escandalosamente nietzscheano. Lo describe perfectamente la frase "el cruel mundo de los negocios", o la metáfora, tan popular como poco afortunada, de "la jungla de los negocios". Me lo decía de una manera muy clara el catedrático de una importante escuela de negocios, cuando hace unos meses hablaba con él sobre la licitud del préstamo por interés, "ya podrás demostrar lo que quieras, nadie te va a leer. Los hombres prácticos sólo leen folletos para saber moverse en los mercados de derivados".

 

Este trabajo se suma a una larga serie de textos que pretenden recobrar el sentido integral de la razón, porque en ello se está jugando la misma dignidad humana. Seguramente llamará la atención del lector el estatuto "poco práctico" de estas consideraciones (más de un lector reclamará un plan de acción concreto e inmediato), y esto sería un claro síntoma de que tampoco está vacunado contra el imperio de la praxis y piensa, erróneamente, que los problemas prácticos (el maltrato continuo a la dignidad humana, entre ellos) se arregla fundamentalmente desde la práctica. Podrá objetarse que mi planteamiento tiene un sabor quijotesco. No lo niego; pero invoco a mi favor a Jorge Luis Borges, quien exclamó en una terrible ocasión, respondiendo a un estudiante que le señalaba su obcecación en marchar en contra del curso de la historia: "¿no sabe usted que los caballeros sólo defendemos las causas perdidas?".

 

Este ensayo defiende tres tesis. Primera, que la defensa de la dignidad de la persona humana exige necesariamente la defensa de unas condiciones materiales de vida igualmente digna. Segunda, que el libre mercado no garantiza necesaria e indefectiblemente estas condiciones de vida dignas. Tercera, que es posible deslindar el libre mercado del neoliberalismo doctrinal, y por tanto, que podemos plantear alguna justificación alternativa para una economía de mercado y rediseñar algunos de sus mecanismos para que cumplan realmente este objetivo.

 

Esta exposición no es un tratado de economía (precisamente lo que sostenemos es que la economía debe ser regulada por una "teoría"; llámesele "antropología" o "teoría social", si se quiere), y no deben esperarse reflexiones técnicas económicas o financieras. También evitaré, hasta donde sea posible, discursos históricos y análisis de autores. La finalidad es proveer algunas reflexiones de orden teórico que permitan repensar estas técnicas económicas para hacer de la economía ("el arte de asignar los recursos relativamente escasos") una práctica más humana.

 

Dignidad humana y condiciones de vida

 

El significado de la palabra dignidad es más bien ambiguo. Los hombres de la Edad Media aplicaban la palabra dignitates a las verdades que debíamos de buscar para tener como cimientos. Esto es, los fundamento absoluto de algo, lo radical en cualquier cuestión, un punto de partida. Las dignidades son lo valioso, lo más alto. Asimismo, cuando los lógicos medievales usaban el ejemplo del hombre como "la más digna de las criaturas" pensaban en esto: que era la más valiosa. La más alta dignidad era atribuida al ser humano.

No es extraño encontrar en Latinoamérica, como ecos de una reacción contra cierta teología de la liberación, que muchos pensadores sociales tiendan a hacer una defensa de la dignidad de la persona humana en términos, digámoslo así, "angelicales". La dignidad humana se defendería apelando exclusivamente al "espíritu" que anima a los sujetos. Esta perspectiva, si bien comprensible contextualmente, tiende a soslayar la importancia de las condiciones materiales de vida para el desarrollo pleno del ser humano.

 

El error cometido por tal "angelismo" es concebir la dignidad de la persona humana como algo abstracto, al margen de las condiciones reales de su existencia. Los seres humanos se dignificarían por su "espíritu", la reflexión y preocupación acerca de las condiciones de vida se equipararía a "materialismo" o "consumismo". Esta posición esconde una especie de esencialismo platónico, cuando lo adecuado parece ser un sano realismo crítico. Expliquémoslo de otra manera: la dignidad de la persona humana no se reduce, ciertamente, a sus condiciones materiales de vida, como tampoco procede de su estirpe o de su educación; sin embargo es un hecho que esa dignidad sólo puede ejercerse plenamente si se cuenta con el conjunto de condiciones que soporte la realización de una vida humana. La persona, de acuerdo, se define por ser inteligente y libre, pero el desarrollo de estas capacidades requiere de un minino de calorías diarias. La libertad humana consiste, de acuerdo, en poder elegir; pero si las condiciones de vida son precarias, cuando ni siquiera se puede elegir qué se va a comer hoy (es más, no es seguro si se va a comer hoy), la voluntad no se encuentra en condiciones propicias para determinar el curso de la vida.

 

Cuando se habla de dignidad humana, por tanto, se habla de varias cosas. Una de ellas es el respeto para no atentar contra la espiritualidad humana; y otra, no menos importante, es el esfuerzo por proveer del mínimo de bienestar material necesario para vivir “humanamente”.

 

Comprendemos que en los países desarrollados la batalla a favor de la dignidad humana se oriente fundamentalmente a señalar las diversas actitudes (como la pornografía o el consumismo) que lesionan los atributos "espirituales" de la vida humana; pero en los países en desarrollo (como México), buena parte de la lucha debe centrarse en el combate a lo que Juan Pablo II ha llamado "estructuras de pecado", entre las cuales, la estructuras de explotación económica no son las menos importantes.

 

Modelos económicos y cuerpos de doctrina

 

Se ha discutido mucho sobre la naturaleza de un sistema económico. Nosotros partiremos de una definición simple: un sistema económico es una estructura de producción y distribución de la riqueza. Esta generación y distribución ha adquirido, a lo largo de la historia, diversas formas. La evolución de los distintos modelos de organización económica y social nos llevan a conjeturar una relación entre la organización política y económica con las formas que tiene el hombre de entenderse a sí mismo y al mundo que le rodea; así, muchos pensadores han tratado de fundamentar los sistemas económicos existentes mediante la construcción de doctrinas antropológicas, políticas y sociales, o bien han tratado de deducir estos sistemas a partir de ciertas preconcepciones acerca de la naturaleza humana. Por ejemplo, los antiguos estados esclavistas basaban la organización social en la estirpe, a causa de cierta concepción "genética" de la vida social, la organización económica feudal refleja la creencia en una jerarquía natural, reflejada en la existencia del señor feudal, sus vasallos y siervos. La coexistencia de esta continuidad entre práctica económica y concepción humana nos sugiere que el estudio de los fundamentos morales de las distintas doctrinas que intentan justificar la práctica económica puede ayudarnos en la búsqueda de una congruencia entre los principios correctos que salvaguarden la dignidad de la persona y favorezcan el desarrollo económico de la sociedad.

 

Las relaciones entre un sistema económico y un cuerpo de doctrina, sin embargo, son tan complejas como las relaciones entre práctica y teoría. En la filosofía política clásica (Platón, Aristóteles, san Agustín, santo Tomás) la práctica política (y la economía) se encuentran claramente subordinadas a un concepto del hombre y a una visión del universo; la práctica política y económica es consecuencia clara de una teoría y es considerada como la aplicación particular de unos principios universales. Sin embargo, a partir del Renacimiento esta concepción de la filosofía política clásica ha sido gradualmente cuestionada por diversas tendencias:

 

1. En primer lugar, se encuentra el maquiavelismo. Maquiavelo, o al menos algunas lecturas de su obra El príncipe, escinde ética y política; por ende, la práctica política no está subordinada a una preceptiva ética emanada de una antropología filosófica o de un credo religioso.

 

2. En segundo lugar se encuentra el pragmatismo, entendido en su versión "popular". Una versión sofisticada de este pragmatismo se encuentra en las Tesis sobre Feuerbach, donde Marx considera que el problema de la verdad y objetividad del pensamiento no se resuelve en la "teoría" (a la que considera una forma de "escolasticismo"); es en la práctica donde se demuestra la terrenalidad, el poderío de la razón. Este enfoque remata, a continuación, con el conocido aforismo "los filósofos han contemplado el mundo, mientras que lo hace falta es transformarlo". Sin entrar aquí en discusiones eruditas sobre el modo correcto de interpretar las tesis del joven Marx, puede afirmarse que en el marxismo la teoría es considerada una consecuencia de la praxis y no al revés (como venía haciendo la teoría política clásica). Una versión menos "intelectualista" es ofrecida por James: una idea se corrobora cuando conduce a una observación; un juicio es verdadero cuando su aceptación produce resultados. El término escogido por James para significar esta corroboración práctica no puede ser más elocuente: es cash. La teoría política y económica, lo mismo que cualquier reflexión jurídica, filosófica o teológica, es una justificación ideológica de las prácticas reales; más en concreto, las prácticas económicas.

 

3. En tercer lugar, se encuentra la tecnocracia, caracterizado por concebir que las presunciones teóricas del sistema económico y político deben ser reducidas al mínimo. Para un planteamiento tecnócrata es fundamentalmente incorrecto apelar a teorías acerca del hombre y del universo y tratar de deducir de ellas algunas consecuencias para la vida pública. No hace falta ninguna justificación ética, política o antropológica para la aplicación de determinadas técnicas económicas.

 

Evidentemente, entre el maquiavelismo, el pragmatismo y la tecnocracia existe una cierta afinidad. En cualquier caso, estas tendencias tratan claramente de rechazar la necesidad de una justificación teórica de la actividad política y económica. El Estado moderno, así como las instituciones intermedias, la empresa, la universidad, e incluso las organizaciones pro derechos humanos, han asimilado imperceptiblemente esta influencia, y se han dado a la tarea de reducir al mínimo posible el conjunto de presunciones teóricas sobre el hombre para la justificación de programas económicos, asistenciales o educativos. Para constatarlos basta, por ejemplo, leer con detenimiento los idearios de la mayoría de los partidos políticos. Es patente que se intentan evitar cualquier tipo de compromiso con alguna noción acerca de la naturaleza humana. Se habla, eso sí, de la dignidad humana, pero difícilmente se intentará plantearse una justificación antropológica; se opta, ordinariamente, por justificaciones funcionales más o menos camufladas tras una retórica de la dignidad de la persona humana.

 

La justificación del liberalismo

 

            Aunado a este movimiento de "injustificación" de las prácticas económicas, las transformaciones producidas en el seno de la sociedad después del Renacimiento eliminaron paulatinamente las antiguas formas de organización económica y sus respectivas justificaciones. En la actualidad, el sistema económico predominante es el capitalismo, y sus bases teóricas provienen precisamente de la doctrina liberal. Aunque resulta difícil definir estos términos, sus afinidades permiten reconocer algunas constantes.

 

El liberalismo es una corriente bastante compleja pues, entre otras cosas, siempre ha existido serias diferencias entre las doctrinas defendidas por los distintos autores liberales (una característica típica de esta tendencia, que exáltalas libertades, entré ellas, la de opinión y pensamiento) y al diverso desarrollo que sufrió en los distintos países que lo recibieron. Las notas comunes parecen ser, sin embargo, las siguientes: idea del ser humano como un individuo autodeterminable, la propiedad privada como un concepto extensivo a cualquier ámbito, la exaltación de las libertades como derechos, y la reducción del Estado a funciones periféricas.

 

El liberalismo se basa en una gran valorización de la libertad individual. Es decir, se concibe al hombre como individuo, con el derecho fundamental de "ser dejado en paz", porque la libertad se entiende por independencia, ausencia de trabas. Alimentado por el racionalismo, el liberalismo concibe a la razón como autónoma, de este modo, es libre de estudiar todo y desechar lo que no sea estrictamente racional. El naturalismo irrumpe en el liberalismo al postular éste que existe una soberanía absoluta de la naturaleza, por lo que todo está regulado por el mecanicismo de la naturaleza, no hay diferencias esenciales entre los seres: todo es plano y uniforme.

 

¿Qué es entonces lo social? Un invento, un artificio ideado para la defensa de los intereses individuales. Si el individuo es el único señor de sí mismo, lo auténticamente suyo es lo que se encuentra en lo privado; la intervención de terceros sería una invasión a la privacidad. La renuncia a atacamos es la .sociedad, es la donación de libertades de los individuos para la no agresión. Este convenio debe ser respetado, pero ¿quién lo vigila? El individuo se sacrifica y cede poder a este invento -el Estado- sólo tendrá la función de vigilar para que se garantice un campo amplio de acción libre a los individuos. El egoísmo y la sospecha serán los móviles de la sociedad.

 

El punto fundamental del liberalismo (en todas sus formas).es el individualismo. Entiéndase por individualismo la creencia de que la producción y generación de la riqueza es fundamental y eminentemente individual. En consecuencia, la propiedad privada es la única manera lícita de poseer algo. Todo aquello que vulnera la propiedad privada “atenta” –según esta concepción- contra la dignidad del ser humano.

 

El derecho por antonomasia del liberalismo es la propiedad privada. El resto de los derechos tiende a ser interpretado en términos de posesión. La vida, el trabajo, la salud son considerados como propiedades individuales, de las que puede disponer libremente el titular del derecho. La dignidad del ser humano se desdibuja así y queda conformada como un haz de propiedades (de bienes). La naturaleza humana no es una esencia, sino un concepto funcional que denota la capacidad de un individuo de disponer de una serie de propiedades.

 

La consecuencia económica de estas ideas se refleja en las diversas versiones de capitalismo: la idea de que la distribución de bienes y servicios se logra a través del mercado libre, en el que idealmente no hay intervención del Estado para regular los precios de compraventa ni organizar la producción. En un sistema semejante, se supone ingenuamente, los actores económicos disfrutan de una libertad natural para interactuar y producir, espontáneamente, "el mejor orden posible", o en términos utilitaristas, "la mayor felicidad para el mayor número".

 

La producción y distribución de la riqueza está regida por unas leyes "naturales", resumidos en la "ley de la oferta y la demanda". La oferta y la demanda libres (libre mercado) son la única manera racional (y moral) de producción. Cualquier intento de regular el mercado desde instancias extrínsecas (religiosas, políticas, filosóficas) terminará por reducir la producción de riqueza.

 

Este modelo de libre mercado no es sino la versión humana de la selección natural y la supervivencia del más apto. En el libre mercado sobreviven lo más aptos, lo más capacitados, los más trabajadores. El liberalismo tiene un componente de darwinismo social. La distribución y generación de la riqueza" es justa porque hay una decantación natural. En consecuencia, el fracaso económico adquiere tintes de pecado. La pobreza es, por ende, resultado de la poca aptitud para desenvolverse en un hábitat natural (libre mercado).

 

Ordinariamente, el liberalismo asume una igualdad inicial de todos los actores de la vida social. Como si, en una especie de competencia, todos los competidores partieran del mismo lugar en igualdad de circunstancias.

 

Junto con el derecho a la propiedad, casi confundido con él, se encuentra la libertad como valor fundamental. El ejercicio de la libertad es la condición de posibilidad del desarrollo de la naturaleza: las leyes de la oferta y demanda sólo funcionan si los actores de la vida social puede ofrecer y demandar libremente bienes y servicios.

 

Por tanto, la tolerancia se convierte en un valor fundamental para la inserción social. La tolerancia liberal implica encerrar al ámbito de la vida privada todas aquellas    convicciones   (principios   teóricos)   que   puedan   limitar innecesariamente la libertad (capacidad de disponer propiedades) de los otros.

 

El Estado deber reducir su tamaño, presencia y actuación pública al mínimo. Su papel, su legitimación, proviene de su capacidad de evitar que un individuo atente contra los derechos de otros individuos en la esfera pública. El Estado no es un promotor activo de nada, sino un guardia de tráfico que evita las colisiones.

 

Capitalismo liberal y dignidad humana

 

El capitalismo es un sistema económico apoyado en el liberalismo doctrinario, que propone al libre mercado como el único mecanismo de creación y distribución de la riqueza, y que reconoce el derecho de propiedad como radical.

 

Aunque históricamente el capitalismo puede anotarse muchos tantos a su favor (el    American  Dream), contra el capitalismo pesa, en efecto, la grave acusación de que es un sistema que ha favorecido la concentración de la riqueza, al mismo tiempo que ha fomentado el empobrecimiento de grandes masas de población, deteriorando gravemente las condiciones de vida de las personas y atentando, así, contra la dignidad de la persona.

 

Esta situación fue denunciada clamorosamente por el comunismo. Aunque el comunismo clásico se encuentre en decadencia por el fracaso de sus predicciones y su escasa viabilidad económica, nos interesa resaltar algunos de sus principios y señalar cómo su oposición al planteamiento liberal denuncia acertadamente muchas de sus deficiencias. El comunismo al mismo tiempo, nos sirve de ejemplo de una teoría que trata de construir un modelo económico a partir de ciertos presupuestos sociológicos y antropológicos. En efecto, aunque el comunismo se suele entender como una doctrina económica, no debe deslindarse de su surgimiento como movimiento social y filosófico, de gran influencia en muchos países. Por estas razones, destacaremos algunos de los fundamentos antropológicos y epistemológicos que lo sustentan.

 

El materialismo dialéctico e histórico es la base teórica del comunismo. Las          tesis que sustentan al materialismo dialéctico, tal y como su nombre lo indica, es que únicamente da materia constituye a la realidad, o en palabras de Lenin "la materia es una categoría filosófica que sirve para designar la realidad objetiva". La diferencia entre el materialismo dialéctico y el materialismo clásico consistiría en que los materialistas dialécticos afirman que el proceso general y del desarrollo del Universo, o de cualquier proceso en éste, tiene solo una verdad relativa. El desarrollo de todo proceso objetivo está lleno de contradicciones y luchas y también lo está el desarrollo del movimiento del conocimiento humano. Para el materialismo dialéctico no hay, por tanto, principios eternos e inmutables, pues el conocimiento humano es limitado y obedece a las leyes de la dialéctica, al cambio que se origina por la lucha de los contrarios.

 

Dentro de este discurso, no existen valores universales, sino justificaciones ideológicas en una determinada fase histórica de una determinada clase social, que obtiene beneficios de su dominio sobre los otros. No hay, consecuentemente, una doctrina moral trascendente, sino que éstas obedecen a las luchas y contradicciones internas de la sociedad y del hombre en particular. (Sin embargo, el supuesto conocimiento de las leyes dialécticas de la evolución de la sociedad permitiría a los teóricos del comunismo identificar cuál es su lugar en la historia, como sucesores del régimen capitalista-liberal).

 

A partir de la revolución industrial en Europa, y principalmente en Inglaterra, empezó a formarse una nueva clase económica conocida como el proletariado. Entre sus filas se encontraban obreros y campesinos despojados de sus tierras cuyo destino fue presenciar la reducción de su trabajo a una mercancía, a cambio de un salario, el cual nunca fue "justo", según la interpretación del comunismo (teoría de la plusvalía).

 

Los marxistas clásicos condenaron las soluciones de los socialistas previos (como Owen o Saint-Simon) a este problema, por considerarlos una trampa tendida por la clase económica dominante para mantener vigentes las instituciones y las formas de vida; o bien por que tales socialistas desconocían estas "leyes de la dialéctica" que explican y producen las leyes de lo social.

 

La apreciación más interesante de Marx al respecto fue reconocer en el trabajo la esencia del hombre (afirmación digna de muchos matices). Si el trabajo constituye su esencia, éste no puede ser propiedad de otro, como si se tratara de un objeto. El trabajo, así entendido, está enajenado, pues el trabajador ya no posee su propia esencia, sino que se la entrega al quien le contrata. Estas fueron las injusticias denunciadas por el marxismo; la explotación del hombre por el hombre a través del sistema capitalista.

 

El marxismo defiende un concepto materialista del hombre. El marxismo tiene un fuerte compromiso ontológico: el hombre es materia y toda la actividad humana puede reducirse a materia. El ser humano se plenifica en el trabajo, entendido éste como transformación de la materia. El ser humano se hace humano trabajando. En la creación de la riqueza el trabajo no es individual, sino social. Si la producción de la riqueza es social, la apropiación tiene que ser social. La propiedad privada de los medios de producción es, desde esta perspectiva, antinatural. En consecuencia, la apropiación privada de la riqueza es el atentado por excelencia contra la dignidad de la persona, pues lo despoja (enajena, aliena) de lo que es más propio: su trabajo. El capitalismo es enajenante, destruye, aliena la esencia humana.

 

El liberalismo surge en una sociedad industrial, donde sistemáticamente se explota al trabajador estructuralmente, se cometen injusticias, el hombre se reduce a una mercancía y no es tomado en cuenta de ninguna otra manera. El individualismo transforma, quizá inconscientemente, a la persona en un medio para la obtención de bienestar. El modo de que los demás se conviertan en mis medios de bienestar es convirtiendo su trabajo en una mercancía dentro del libre mercado. El trabajo en el libre mercado es reducido a un factor empleado en la producción de bienes y servicios, sujeto también a la una oferta y la demanda, que determinan su precio (salario) en el mercado. Puede parecer que el libre mercado rebaja al trabajo a una condición de mercancía, pero al aplicarle los instrumentos conceptuales usados para los bienes objetos de transacción económica, sólo se dice cuál es su comportamiento en el sistema económico. No olvidemos, sin embargo, que todo sistema económico es sustentado por una doctrina social. Combinado con el liberalismo, el libre mercado priva al ser humano su humanidad, al quitarle el fruto de su trabajo.

 

Pluralismo de sistemas económicos

 

Hay enfermedades que pueden ser tratadas de dos o tres maneras igualmente eficaces, sin que ello implique una diversidad de concepciones sobre el organismo humanos; y así como en lógica es posible obtener diversas teorías a partir de simples variaciones de un mismo cuerpo de axiomas, así a partir de pequeñas variaciones en los cuerpos de doctrina es posible justificar una diversidad de soluciones económicas. Este punto lo vieron con claridad los antiguos filósofos, cuando se dieron cuenta que en los saberes prácticos (la economía y la política, por ejemplo) caben diversidad de soluciones correctas para un mismo problema a partir de los mismos principios. Por ejemplo, el liberalismo doctrinario -como lo hemos enunciado- es compatible con una democracia presidencialista o con una democracia parlamentaria. Hay un rango de interpretación, digámoslo así, de la doctrina que puede generar una diversidad de sistemas económicos.

 

Este punto nos parece particularmente relevante cara al papel que puede jugar la llamada doctrina social de la Iglesia en el planteamiento de alternativas a los modelos económicos establecidos. Este cuerpo de doctrina no es, como piensan algunos, un receptáculo de políticas económicas. Es un cuerpo de doctrina, un conjunto de principios antropológicos, éticos y sociales, capaz de sustentar una diversidad de modelos económicos. No se trata, como en la doctrina liberal, de reducir al sujeto humano al mínimo para "soportar" mínimamente una doctrina económica, más o menos voluble, de acuerdo a las condiciones empíricas; tampoco se trata, como en el caso del comunismo, de proponer una teoría cosmológica y antropológica que derive en una práctica económica definida y determinada. Se trata de principios generales compatibles con diversas "implementaciones" (implantaciones) variables. Esto se ve claramente, al observar la compatibilidad de los principios del catolicismo con el modo de producción feudal y con cierta economía de libre mercado.

 

En otras palabras, si bien a partir de un sistema de producción se pueden inferir algunos de los principios teóricos que lo sustentan, de un cuerpo de doctrina se pueden inferir diversos sistemas económicos. Hemos señalado que la forma "estándar" del liberalismo parece intrínsecamente atentatoria contra la dignidad humana; pero desde esta nueva perspectiva nos podemos plantear la pregunta: ¿es compatible el sistema de libre mercado con la dignidad humana?

 

La doctrina social de la Iglesia

 

Junto con el liberalismo y el comunismo, entonces, considero que el tercer gran cuerpo de doctrina con implicaciones sociales y políticas de nuestro tiempo es aquello que se denomina doctrina social de la Iglesia. Sin entrar en una discusión sobre lo que constituye la esencia de este cuerpo de doctrina, nosotros nos limitamos a recoger algunos principios que nos interesa resaltar cara a determinar la posible compatibilidad de la economía de libre mercado con el la doctrina social católica.

 

El ser humano es cuerpo y espíritu. Esto tiene una doble consecuencia. Por un lado, la espiritualidad lo caracteriza como persona, lo dota de una dignidad intransferible, irrepetible, como sujeto moral, que conlleva que todo ser humano merece ser tratado como agente libre, y como un fin en sí mismo, y no como medio. Por otro, la corporeidad hace que las condiciones materiales de vida sean condiciones de posibilidad de esta dignidad. Los seres humanos no se plenifican sino con la ayuda de recursos materiales; y el medio par excellence para producirlos y distribuirlos es el trabajo. En esto están de acuerdo la doctrina comunista y la doctrina social de la Iglesia. La diferencia radical entre el marxismo y la doctrina social es el reconocer la espiritualidad del ser humano. Ambas notas, la corporalidad y la espiritualidad son los ingredientes que definen ese "algo" que hace digno al hombre. Volviendo al principio, a la discusión acerca de la dignidad humana, podemos agregar que los lógicos medievales hablaban del ser humano como "la más digna de las criaturas" por ambos motivos: porque Dios-Hijo (espíritu perfecto) se había hecho humano, corpóreo, como nosotros.

 

Consecuencia de la dignidad espiritual del ser humano, es la preeminencia del hombre sobre el sistema productivo. La economía es para el hombre y no el hombre para la economía. El sistema económico debe estar subordinado al desarrollo y plenitud de la dignidad de todos y cada uno de los individuos. Por tanto, ni los sistemas productivos, ni la ciencia económica son saberes autónomos, cuyas leyes estén al margen de la dignidad humana. El mercado no es una instancia autónoma e irregulable.

 

Uno de los puntos más concretos de la doctrina social cristiana es la preeminencia del trabajo sobre el capital. La posesión sólo se legitima si está ordenada al servicio del trabajo. El binomio capital-trabajo es el que genera la riqueza. Y la apropiación debe ser equitativa, hasta el punto de que el capital esté subordinado al trabajo. En este aspecto, la diferencia entre el comunismo y la doctrina social no es tan tajante como algunos neoliberales cristianos quisieran. Es en este tipo de aspectos donde la Iglesia hace notar nuevamente el valor de la dignidad humana. El trabajo humano no puede ser simplemente una mercancía.

 

El hombre es, además, naturalmente social. En este sentido, la doctrina social de la Iglesia está más cerca del marxismo que del liberalismo. Mientras que para el liberalismo doctrinario la sociabilidad del hombre es contractual, sean cuales fueren los términos en que se explique este contrato social, para el marxismo y la doctrina social de la Iglesia el ser humano es esencialmente social. El estatuto social del ser humano no es algo que le adviene de fuera, sino que es intrínsecamente humano.

 

Consecuencia de esta dimensión social de la vida humana es el carácter relativo (no-absoluto) de la propiedad privada, lo que se ha querido significar señalando el destino universal originario de todos los bienes. A diferencia del comunismo, la doctrina social cristiana no considera que la propiedad privada sea intrínsecamente inmoral. La propiedad privada es un derecho, pero subordinado; este derecho se legitima en la medida que es necesario para desarrollar y salvaguardar la dignidad de todos los seres humanos. Esto puede verse, por ejemplo, en los casos extremos, donde el derecho de propiedad privada está, digámoslo así, suspendido. Por ejemplo, si en una isla viven únicamente dos habitantes, uno de los cuales ha traído de su tierra una multitud de comestibles y el otro, por un naufragio, carece de comida, existe un obligación indeclinable de convidar alimento al náufrago y, al hacerlo, no está haciendo un favor, una limosna, sino que está cumpliendo una obligación de estricta justicia; el derecho de propiedad no está por encima de la dignidad humana. Es lo que ha dado en llamarse la hipoteca social sobre la propiedad. El dominio sobre las propiedades no es absoluto. Los padres de la Iglesia llegan a hablar del derecho de propiedad como una potestad para administrar y no un derecho ilimitado. Vinculada a esta idea, se encuentra que la dignidad no es entendida como una propiedad (con derecho de uso y abuso). El cuerpo y la vida humana no son en, estricto sentido, una propiedad del individuo, son el individuo, y por tanto, no puede ser objeto de compra-venta. Atentan contra esta dimensión de la dignidad humana tanto el esclavismo como la prostitución y la eutanasia.

 

El sindicalismo es algo perfectamente lícito e incluso recomendable en la defensa de los obreros. Es una manifestación elemental del derecho de asociación.

 

Finalmente, la doctrina social cristiana afirma que el Estado no sólo tiene el derecho sino también el deber de intervenir en economía en orden a salvaguardar los intereses de los más débiles. Determinar los mecanismos idóneos para esta tarea es otro asunto, que puede y debe ser discutido minuciosamente en cada caso particular. No obstante, debe quedar muy claro que la "no-intervención" del Estado en el proceso de generación y distribución de la riqueza no es, de ninguna manera, una verdad absoluta.

 

Coincide la doctrina social cristiana con el marxismo clásico en defender que el trabajo constituye una parte fundamental de la esencia del hombre; sin embargo, consideramos erróneo el materialismo que sustenta. Respecto a éste, es necesario decir que, si bien existe lo material como constitutivo del hombre, no es todo lo que lo conforma como ser humano. Las necesidades económicas o materiales pertenecen únicamente a una dimensión del problema.

 

 

 

 

Conclusión

 

Me parece fundamental distinguir, una y otra vez, entre el hecho del mercado (que es un fenómeno natural y espontáneo) de las ideologías que justifican, explican y legitiman el proceso económico. En cierto sentido, pero sólo en cierto sentido, puede distinguirse el libre mercado del liberalismo económico.

 

El reto actual con que se encuentra la humanidad es la de articular un cuerpo de doctrina capaz de asumir las innovaciones y necesidades del actual proceso productivo con los más elementales derechos humanos. Es obvio, que el comunismo falló en dos campos. Por un lado, en el terreno productivo se mostró ineficaz. Por otro, en el terreno doctrinal es inconsistente y falso. Queremos subrayar que el argumento en contra del comunismo no debe basarse fundamentalmente en su terreno práctico. Centrar la argumentación contra el comunismo en su inviabilidad práctica es, en el fondo, una argumentación de hondo sabor maquiavélico.

 

Desafortunadamente, el liberalismo doctrinario se impone actualmente como ideología triunfadora amparándose en los éxitos de la economía de libre mercado. De esta suerte, el liberalismo suele descartar cualquier otro proyecto económico o de justificación. Quizá lo más duro sea precisamente, la ausencia de una discusión racional de los principios en la economía sustituidos ahora por un mero cálculo. Dicho de otra manera, la econometría sustituye en la actualidad a la economía política, y la política misma se convierte en pura administración pública. En este contexto, la dignidad de la persona humana termina siendo, en el mejor de los casos, un tópico más o menos retórico y desvinculado de la vida productiva de un país.

 

Me parece que los principios de la doctrina social cristiana, sin constituir realmente un proyecto económico, sí proporcionan una serie de principios que deben guiar la articulación de modelos productivos. Paradójicamente, este carácter "abierto" e indeterminado de la doctrina social de la Iglesia es al mismo tiempo su grandeza y su miseria. Su grandeza, porque permite un pluralismo económico. La Iglesia no impone soluciones determinadas; existe una amplia gama de diversas soluciones compatibles con sus principios. Su miseria, porque en ocasiones se antojaría un programa más concreto, saber qué hacer en cada caso.

 

No podemos desechar como absurdo el argumento esgrimido por algunos teólogos de la liberación: la doctrina social de la Iglesia, es poco práctica. En algo tienen razón, la doctrina social de la Iglesia no es un recetario; es un conjunto de principios y criterios teológicos, antropológicos y éticos, no un prontuario de política monetaria. A la vez, resulta verdaderamente bochornoso que en un país con cuatro siglos de evangelización se presenten situaciones aberrantes de explotación. Claman al cielo especialmente las situaciones -propias de una sociedad de castas nada cristiana- que imperan, por ejemplo, en algunas regiones de Chiapas, a pesar que fueron tempranamente evangelizadas. Para decirlo de una manera cruda, las situaciones de explotación incrustadas en algunas regiones de nuestro país es muestra ostensible de los fracasos (al lado de grandes e innegables triunfos) de la evangelización en México. Si hay algo que los misioneros del siglo XVI tuvieron muy claro, y no pensemos sólo en el polémico Las Casas, sino también en Vasco de Quiroga, Motolinía y Sahagún, es que la evangelización tenía y debía tener una vertiente temporal, unas manifestaciones concretas en las estructuras humanas, en la organización del trabajo y la vida económica. El cristianismo, no lo podemos olvidar, considera que la plenitud del reino del los cielos está fuera de la historia, pero se inicia en la historia, y en este sentido, las estructuras de injusticia, las estructuras de pecado, deben llevar a los fieles cristianos (con la Jerarquía) a examinar la sinceridad de su fe.

 

Propuestas

 

No es mi pretensión elaborar un programa económico. Sencillamente pretendo señalar algunos puntos que deberían enfatizarse en los ámbitos empresariales, políticos y académicos cristianos.

 

1) La superioridad del trabajo sobre el capital, que se debe manifestar en la justa retribución del trabajo. El salario justo no es una gracia que el patrono debe otorgar, sino una obligación absoluta. En momentos de crisis, la equidad debe regir esta retribución: quien primero debe absorber la disminución de utilidades es el patrono, y sólo en último lugar la mano de obra. No es lo mismo que un empresario vea desplomarse sus ingresos anuales de 200,000 dólares a 100,000 dólares, y que un obrero vea disminuidos sus ingresos anuales de 3,000 dólares a 2,000. Las políticas de salarios mínimos no son de suyo ineficaces ni antieconómicas. El Estado y los sindicatos tienen aquí mucho que hacer.

 

2) El Estado tiene el deber de promover el empleo. Sin entrar aquí en discusiones sobre la validez de modelos económicos, lo importante es resaltar que los impuestos no deben abrumar al empleador (el impuesto sobre nóminas), sino al capital inactivo. Podría discutirse la racionalidad de los impuestos sobre nómina.

 

3) El Estado debe promover una equitativa distribución de la riqueza, que convendría hacerse no a través de la redistribución de dinero (a través de subsidios, por ejemplo, que complica la transparencia en la administración pública y genera dependencias) sino a través de la creación de condiciones de igualdad en la competencia, y sobre todo, en la educación y la capacitación. En este punto, el Estado debería promover un mejor sistema de becas para las clases más pobres, descentralizar la educación fortaleciendo las Universidades del Interior, y apoyarse más y mejor en el sector educativo privado, como hacen actualmente algunos países europeos.

 

4) El Estado debe promover, también, la pequeña propiedad. Dos políticas que ilustran cómo propiciar esto es la norteamericana, en donde la primera casa que se compra como vivienda es deducible de impuestos, o la española, donde existe una cuenta de ahorro de banco para vivienda, que está exenta de impuesto. Se trata, precisamente, de una política fiscal diametralmente opuesta a la mexicana.

 

5) Igualmente, el Estado debe buscar mecanismos fiscales que desalienten las inversiones financieras y favorezcan las inversiones productivas. Incluso países de cierta tradición liberal como Chile y estados Unidos tienen políticas menos "financieras" que las políticas mexicanas.

 

6) Finalmente, las universidades cristianas tienen el deber de evitar que los cuadros que están formando apuesten a la financierización de la economía en detrimento de la economía real, la del hogar, el tianguis y la fábrica. Se trata, más que del desarrollo de una habilidad técnica, de la reevaluación de la perspectiva de la empresa. La empresa financiera es empresa en un sentido secundario, ínfimo, pues sólo es lícita en la medida que está al servicio de la economía real. Se trata, en nuestra opinión, de una aplicación práctica del principio de la superioridad del trabajo sobre el capital, enunciado en la encíclica Laborem exercens.