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SAN FRANCISCO DE SALES

(I567-I622)

 

VIDA

 

Nacido en Chate au de Thorens, cerca de Annecy, en una época en que la Saboya, aunque de lengua frances, era una nación autónoma, con sus instituciones y tradiciones bajo el gobierno de su “Soberano Senado”, Francisco de Sales es saboyardo tanto de carácter como de origen.

Era el mayor de una familia de l3 hijos. Un curso de curiosas coincidencias parecía predestinarlo a ser un protegido de San Francisco. En efecto, su padre se llamaba Francisco; su madre, Francisca de Boisy; su padrino, francisco; y el niño nació en una recámara dedicada al Poverello de Asis. Además, cuando supo leer, el primer libro que tuvo entre sus manos, y que lo marcó profundamente, fue la vida de San Francisco, por San Buenaventura.

Destinado por su padre a la magistratura, el joven Francisco, por su parte, se sentía llamado alestado eclesióstico: “Desde que tuve l2 años me resolví tan fuertemente a ser aclesiástico, que yo no hubiese cambiado por un reino esta resolución”. Con la perspectiva de verlo cuando menos beneficiario eclesiástico, su familia consintió en dejar que se le confiriera la tonsura.

A los l5 años, Francisco va a París en compañia de su preceptor Juan Deage y entra como alumno de los jesuitas el el Colegio de Clermont. Muy pronto bachiller en artes, luego estudiante en Filosofía, es atraído por la teología y sigue los cursos de la Sorbona. “En París -----decía él----- aprendí varias cosas para complacer a mi padre, y la teología por gusto personal”.

¡Pero aún no tiene sino l9 años! Y desprovisto de la formación intelectual y de la maderez de espíritu suficiente, es extraviado por la enseñanza de ciertos profesores de tendencias calvinistas, sobre el problema de la predestinación. Esta es la tentación de la desesperanza: “Si Dios me ha predestinado para el infierno, ¡a mi pesar sería separado de El por toda la eternidad, y por lo mismo constreñido a odiarlo!”. Sufrió una depresión psíquica que fue fatal para su salud. En la oración encuentra sin embargo el secreto del voto heroico que le ofrece desde aquí abajo una compensación anticipada a su desdicha aterna: “Si por un decreto de vuestra Providencia que no puedo comprender, Dios mío, debo ser separado de Vos, al menos no permitáis que alguna vez os maldiga y blasfeme contra Vos. Y si no puedo amaros en la otra vida, puesto que nadie os alaba en el infierno, que al menos aproveche yo, para amaros, todos los momentos de mi propia existencia aquí abajo”.

En l588 Francisco está en Padua, en la Universidad de 20,000 estudiantes, en la durante cuatro años dedica cuatro horas al Derecho y cuatro a la Teología de las ocho de trabajo cotidiano. Es también entonces cuando entra en contacto con sabios y santos autores como San Felipe Neri, San Carlos Borromeo y el autor del “Combate espiritual”,el Padre Scupoli.

Doctor en Derecho, de vuelta en Saboya en l592 se hace registrar como abogado en el Senado. Pero atrayéndolo más y más la vida eclesiástica, no acepta un proyecto de matrimonio elaborado por su padre, y gracias a la intervención de Luis de Sales es presentado con Mons. De Granier, Obispo de Ginebra, a quien la persecución calvinista había obligado a refugiarse en Annecy. Inmediatamente el prelado decide nombrar preboste del capítulo de su Catedral a este joven de 25 años, y en el curso de pocos meses le confiere las órdenes menores y luego las mayores o sagradas. (l593).

Ese mismo año Berna y Ginebra se ven obligadas a restituir a la Saboya la provincia del Chablis que medio siglo antes habían invadido. El Obispo, por su parte, pensó al instante en restaurar en esa población la fe católica que la ocupación calvinista había desterrado.

Dos voluntarios se prestaron inmediatamente para esta peligrosa misión: los dos primeros canónigos, Francisco y luis de Sales, a los que muy pronto se reunieron religiosos, jesuitass y capuchinos. Conversiones en masa fueron el fruto del esclarecido celo y de la radiosa santidad de los misioneros: el propio Teodoro de Beza, el patriarca de la Reforma, por un momento pareció conmovido por la predicación de Francisco de Sales.

Delegado en Roma para rendir cuentas del estado de la diócesis, el preboste entró en relaciones con eminentes personajes, como los Cardenales Coronio y Belarmino. Luego, a petición de Mons. De Granier, que se sentía envejecer, fue designado Obispo coadjutor de Ginebra por el Papa Clemente Viii (l598). Durante un examen canónico que el futuro Obispo hubo de sufrir en presencia del Sacro Colegio, el Papa en persona le rindió este honor: “Ninguno de los que hemos examinado hasta el día de hoy nos ha satisfecho tan plenamente”.

Después de la invasión de la Saboya por Enrique lV y el tratado de Lyon (l60l) que cedía a francia ciertas regiones de la diócesis, Francisco fue a París para negociar el estatuto durante siete meses, que le dieron al joven Obispo la ocasión de revelar su talento de oarador sagrado, en la capilla del Louvre, en Norte-Dame y en varias iglesias de la capital, y de Director espiritual por su tratado con Madame Acarie y sus pláticas con el futuro Cardenal de Bérulle. El propio Enrique lV se jactaba de tratarlo como amigo, y para intentar retenerlo en Francia le propuso la rica abadía de Santa Genoveva, y luego el título de coadjutor de Arzobispo de París.

En el camino de regreso, en Lyon, supo casi simultáneamente de la llegada de las Bulas que lo hacían obispo coadjutor de Ginebra y de la muerte del titular Mons. De Granier, muerte que lo convertía en el sucesor de pleno derecho (l602). Desde entonces, dedicado por entero a la reorganización de una diócesis durante probada, “ su pobre esposa”, como se llamaba, trabajó sin descanso en promover la enseñanza, la práctica de los Sacramentos, la forma de las estructuras y del clero. Su bondad, su paciencia, su dulzura son proverbiales, no menos que su frugalidad y su amorosa protección a los pobres. Lo cual no le impedía asegurar cada año las predicaciones del Adviento y de la Cuaresma en diversas poblaciones, especialmente en Annecy. Durante una Cuaresma en Dijon, en l604 se convirtió en el Director espiritual de la Baronesa Juana Fremiot de Chantal, con la que fundó una nueva Congregación religiosa, la Visitación de Santa María (Las Visitandinas). Y con tareas tan diversas, trabajaba en firme en la composición de sus obras.

Vuelto a París en misión oficial, para negociar el matrimonio del Príncipe del Piamonte Víctor-Amadeo con la Princesa Cristina de Francia, Francisco de Sales se alió esta vez con Vicente de Paul, quien a la muerte del Obispo de Ginebra debería ser el consejero de Juana de Chantal y de la Visitación.

Fatigado, San Francisco de Sales pidió y obtuvo como coadjutor a su hermano menor Juan Francisco (l62l). un viaje a Avignon, acompañando al Duque Carlos Emmanuel, para encontrarse con el Rey Luis Xlll, acabó de arruinar su salud. Y se extinguió en el Monasterio de la Visitación de Bellecour, cerca de Lyon, a la edad de 55 años (28 de diciembre de l622). Beatificado en l66l, canonizado en l665, fue proclamado Doctor de la Iglesia por Pío lX en l877.

 

OBRAS

 

Al terminar el brillante examen que sostuvo el preboste Francisco de Sales, candidato a Episcopado, el Papa Clemente Vlll, a quisa de felicitación, le dirigió estas palabras del libro de los Proverbios: “Hijo mío, bebe el agua de tu cisterna, la que brota de en medio de tu pozo. Que se desborden por fuera tus arroyos y envíen corrientes de agua por las plazas” (Proverbios, 5, l5-l6).

Este deseo venía a ser una predicación. “He tocado -----confiesa el Santo Doctor----- muchos puntos de teología con cuidadosa simplicidad, pero sin espíritu de contienda, proponiendo buenamente no lo que he aprendido en las disputas sino lo que la atención en el servicio de las almas y la experiencia de 24 años de santa predicación me han hecho buscar como lo más conveniente para la gloria del Evangelio y de la Iglesia” (Tratado del Amor de Dios, Prefacio).

Esto equivale a decir con suficiente claridad que la Teología de San Francisco de Sales no se presentará a la manera de un estudio ordenado y sistemático que conviene a un manual o a una Suma, sino más bien esparcida a lo largo de tratados inspirados por las circunstancias de tiempos y de personas, o por las necesidades inmediatas de las almas.

Se ha reunido bajo el título de Controversias toda una serie de Meditaciones,y de edictos, lo que ahora se llamarían “tractos” o cartelones, que San Francisco de Sales, verdadero precursor de los métodos contemporáneos, hacía distribuir en las casas o pegar en los muros, durante su misión en el Chablais, pensando en los protestantes a quienes los prejuicios o el respeto humano les impedirían el acudir a oír sus predicaciones.

Su objeto es demostrar que “se equivocan todos los que permanecen separados de la Iglesia Católica, Apostólica y Romana”. Apoyándose en la Sagrada Escritura, exclusiva autoridad para los protestantes, el autor establece primeramente la autoridad de la iglesia, “la verdadera Esposa”, sociedad visible, universar, infalible, imperecedera. Luego señala los puntos en los que la regla de fe es violada por la Reforma: el libre examen da lugar a “interpretaciones tan diversas cuantas cabezas hay en el mundo”; la unidad de la Fe no puede ser salvaguardada sino gracias a la enseñanza de la Iglesia proveniente de los Santos Padres, de los Concilios, y garantizada por el primado del Papa, sucesor de San Pedro: “La Iglesia no puede estar siempre reunida en un Concilio general, y ni un solo Concilio general hubo durante los tres primeros siglos. Luego, en las dificultades que sobrevienen diariamente, ¿a quién dirigirse, de dónde tomar la ley más segura, la regla más cierta, sino del Jefe General y Vicario de Jesucristo? Ahora bien, todo esto no se ha verificado solamente en San Pedro, sino en sus sucesores; porque permaneciendo la causa, permanece el efecto. La Iglesia necesita de un confirmador infalible al que se pueda dirigir, de un fundamento que las puertas del infierno no puedan trastornar, y que su Pastor no pueda conducir al error a sus hijos. Así es que los sucesores de San pedro tienen estos mismos privilegios que no son de la persona sino de la dignidad y del cargo público”. En fin, el apologista opone a las prácticas protestantes que han alterado hasta la forma de los Sacramentos y abolido los dogmas del puergatorio y de los sufragios por los muertos, la creencia y los ritos de la Iglesia católica conformes con la tradición secular y apostólica.

“La defensa del estandarte de la Santa Cruz” es una refutación del libelo del ministro La Faye contra el culto de la Cruz. Después de una distinción entre los diferentes grados o formas de culto: latría, dulía, hiperdulía, San Francisco de Sales muestra, por el testimonio de las Escrituras y la doctrina de los Padres (más de cuatrocientos textos), la legitimidad de los honores rendidos a la Cruz; luego recuerda los milagros de su conservación y de su Invención, los beneficios concedidos a sus devotos contrastando con las maldiciones que han herido a sus profanadores; subraya el uso del siglo de la Cruz como profesión de fe y como modo de bendición; en fin, precisa que aunque la adoración perfecta y absoluta está reservada a la Divinidad, conviene una adoración relativa “a las pertenencias de Jesucristo”, y especialmente a la Cruz, instrumento de la Redención. En cuanto a la crítica insolente que La Faye creyó deber hacer de este Tratado, San Francisco de Sales le hace justicia: “Jamás han querido mis amigos que yo me tome ni siquiera la pena de tratar de replicar: a tal grado les parecería indigna cualquier respuesta. Han creído que mi libro proporcionaba suficiente defensa contra los que lo atacaban, sin que tenga yo que agregarle absolutamente nada”.

“La Introducción a la vida devota” no fue en su origen sino un pequeño ramillete de avisos prácticos, o “memoranda”, dirigidos por el Santo obispo a una de sus parientas Madame de Charmoisy. Pero más allá de esta primera “Filotea” (amiga de Dios), el Santo obispo tenía en mente otras almas, igualmente deseosas de progresar en la vida cristiana: “Es un error -----decía él----- y aun una herejía, el querer desterrar la vida devota de la Compañia de los soldados, del taller de los artesanos, de la corte de los príncipes, del quehacer de las gentes casadas”. Varios arreglos de estas primitivas notas dieron, pues, nacimiento a la pequeña obra maestra cuyo designio es honrar y poner al alcance de todos la devoción: “La verdadera devoción es la facilidad de hacer diligentes y bien las acciones en servicio de Dios”. Pero no son nada más los actos precisamente culturales los que deben estar animados por la devoción: todas las acciones, cualesquiera que sean, realizadas por un alma cristiana, pueden estar inspiradas por el amor divino y valer como un servicio de Dios: “La verdadera y viva devoción, oh Filotea, presupone el amor de Dios; pero en sí misma no es sino un verdadero amor de Dios. En cuanto el amor divino embellece nuestra alma, se llama Gracia, que nos hace agradables a suDivina Majestad; en cuanto nos da la fuerza para obrar bien, se llama Caridad; pero cuando ha llegado hasta el grado de perfección en el cual, no contento con llevarnos a obrar bien, nos hace obrar cuidadosa, frecuente y prontamente, entonces se llama devoción”.

El libro comprende cinco partes: después de un preámbulo sobre la existencia de la devoción, la exposoción de las “ayudas y de los medios” de adquirirla, la oración y los Sacramentos; luego el “cuerpo” de la devoción constituido por la práctica de las virtudes; en seguida el estar en guardia contra las tentaciones que la obstaculizan; en fin, el “retiro” para la periódica renovación de las resoluciones. Todo está marcado por un conocimiento profundo del corazón humano y lleno de consejos juiciosos y medidos, en un estilo sencillo y claro, con un dejo de gracia que le quita a la devoció sus aspectos otrorad austeros si no es que chocantes: cualidades universalmente apreciadas, que explican la prodigiosa difusión del libro: “En el claustro se relegaba la vida interior y espiritual, y era tenida por demasiado incivil para aparecer en la corte y en el mundo. Francisco de Sales fue escogido para ir a sacarla de su retiro” (Bossuet). “Desde su introducción a la Vida Devota, Francisco de Sales se convirtió en el abanderado de la escuela francesa de espiritualidad católica” (Mons. Calvet). “La Introducción a la vida devota ha sido también la introducción a la lengua francesa” (Víctor Berard). Gran humanista, San Francisco de Sales fundó en Annecy la Academia florimontana que precedió con treina años a la Academia francesa, y de la que formó parte Claudio Fabre de Vaugelas, el célebre gramático francés.

No han faltado espíritus escrupulosos que se escandalizan de su “manga ancha” y de lo atrevido de su lenguaje, cuando habla, por ejemple, de la legitimidad de las deversiones o de la honestidad del l numpcial. El autor mismo enjuicia esas críticas: “El dicho libro ha recibido en general una benévola acogida; sin embargo, no le ha faltado una ruda censura de algunos. Me reprecharé ¿el decirle a Filotea que el baile es una acción indiferente en sí misma? * Yo quisiera que hicieran ellos el favor de considerar que esta proposición está tomada de la común y verdadera doctrina de los más sabios y santos teólogos, puesto que he escrito para las gentes que viven en medio del mundo y las cortes y, en fin, que enseguida subrayo el extremo peligro que trae consigo las danzas” (Tratado del Amor de Dios, Prefacio) “El mal no está en hacerlo, sino en aficionarse a él” (Vida Devota l, 23). “pienso haber dicho todo lo que quería decir, y hacer entender sin decirlo lo que yo no quería decir” (Vida Devota, l, 39)

El “Tratado del Amor de Dios” fue escrito teniendo en mente a Santa Juana de Chantal y a las primeras Visitandinas: “Cuando puedo tener un rato libre, escribo una vida admirable de una santa de la cual no habéis oído hablar”. En el prefacio de la obra el autor mismo expone su designio: “Me he propuesto representar simplemente y sinceramente, sin arte y aun sin retoque, ha historia del nacimiento, del progreso, de la decadencia, de la operación de las propiedades, ventajas y excelencias del Amor divino”.

El preámbulo es un estudio psicológico de la voluntad humana que ordena a todas las potencias y pasiones del alma, sin exceptuar el amor. En desquite, el amor se impone a la voluntad como una tendencia irresistible y exige que le presente ella un objeto a su medida, de cierta manera infinito. Es entonces cuando, bajo la presión del amor, la voluntad se ve obligada a desdeñar las obras perecederas para orientarse hacia Dios.

Los atractivos divinos nos solicitan, y especialmente los “amorosos atractivos de Nuestro Señor”, que por su Encarnción y su Redención nos revela el divino Amor, y luego nos justifica, esto es, nos hace capaces de corresponderle, de hacer nacer en nosotros la caridad, “amor de amistad, amistad de dilección de preferencia, pero de preferencia incomparable, soberana y sobrenatural”, que es “fácil” de hacer prograsar sin cesar puesto que toda buena acción puede contribuir a ello, pero que no será plenamente acabada sino en el cielo “por la perfecta conjunción del alma en Dios” ( l, ll, lV ).

Las “operaciones o ejercicios del amor dvino” son la “complacencia” o “condolencia” y la “benevolencia”, que se practican alternativamente por la conformidad con la avoluntad de Dios. “Oración y teología mística no son sino una mismacosa. Es teología puesto que habla de Dios; pero, a diferencia de la teologia especulativa, trata de la amabilidad de Dios más que de su Ser, tiende menos a conocer a Dios que a amarlo, y no contento con hacer, de párvulos, doctos sabios, los hace ardientes, apasionados, verdaderos amadores de Dios, Filoteas o Teófilos”. La meditación es el primer agrado de la oración o teología mística; de allí, por ascensiones sucesivas, el alma llega a la contemplación, a la quietud, a la herida de amor, luego a la oración de unión, al rapto y al éxtasis que preparan la muerte de amor ( l, Vl-Vll ).

El amor efectivo de Dios no es sino la sumisión de la voluntad humana a la voluntad divina “significa” ora por sus mandamientos, ora por sus consejos o inspiraciones: amor de “resignación y de indiferencia” en los acontecimientos y las aflicciones de la vida: “No amar nada sino por el Amor de voluntad de Dios. . . Hasta la muerte gratísima de la voluntad que, estando muerta a síi misma, vive puramente en la voluntad de Dios” ( l, Vlll-lX ).

Las “propiedades, ventajas y excelencias” del amor divino son tales que debe domonar y regir en el corazón humano todos los efectos secundarios con relación a creaturas, al prójimo y a nosotros mismos, y que de esta suerte ejerce una autoridad soberana sobre todas las acciones, virtudes y perfecciones del alma ( l. X-Xl ).

El Sanro Doctor concluye con algunos consejos prácticos para progresar en el amor divino: la rectitud de intención, el ofrecimiento de actos, las aspiraciones piadosas.

Verdadera síntesis de la teología católica -----dogma, morar y espiritual-----, puesto que allí se tocan los puntos de doctrina, y con una incomparable seguridad de miras: atributos divinos, Santisíma Trinidad, Providencia, Encarnación y Redención, sin exceptuar las prerrogativas de la Santísima Virgen y aun su Inmaculada Concepción; luego, el pecado original y la justificación, las virtudes y los vicios, el pecado mortal y el pecado venial, la economía de la Gracia; en fin, el ascetismo inspirado por las dos formas de amor -----afectivo y efectivo----- y orientando hacia las más altas cimas de la vida mística.

“Las verdaderas pláticas espiritualeas”, conjunto de 2l conferencias familiares dirigidas por San Francisco de Sales a su hijas de la visitación, redactadas conforme a las notas de ellas mismas. Que éstas observen sus Constituciones, que les inculcarán las virtudes piadosas de su estado: la confianza, la firmeza, la humildad la cordialidad, la generosidad, la igualdad de humor, el abandono; que sean fieles a los votos de religión -----la pobreza, la castidad y la modestia, la obediencia-----y se estimulen recíprocamente mediante la corrección fraterna. El espíritu de la Congregación está marcado por una profunda humildad delante de Dios y de una gran dulzura respecto al prójimo; el renunciamiento al amor propio, “la terneza que se tiene consigo mismo”, la simplicidad y la puntualidad deben suplir a las austeridades impuestas por las otras Ordenes. “Las hijas de la Visitación están llamadas a una grandísima perfección, y su propósito es el más alto y el más elevado que se podía pensar, por cuanto no solamente tiene la pretensión de unirse a la Voluntad de Dios, sino a sus deseos, aun a sus intenciones, casi desde antes de que éstas queden significadas. Y si fuera posible pensar algo más perfecto, sin duda tratarían ellas de alcanzarlo, puesto que tienen una vocación que a ello las obliga” (Pláticas, V). Algunos detalles prácticos conciernen a las relaciones de las Visitandinas con los predicadores y confesores, a la frecuentación de los Sacramentos y a la celebración del Oficio Divino, a las condiciones de admisión en la Comunidad. Se propone como modelo a San José, cuya oculta abnegación recuerda “la aspiración que debemos tener al entrar en religión”.

Estas Pláticas se terminan con la suprema exhortación del Santo obispo al monasterio de la Visitación de Lyon, la antevíspera de su muerte, sobre este tema: No pedir nada, no negar nada”.

San Francisco de Sales mucho predicó, por ejemplo, durante sus dos estancias en París, “tantas veces cuantos días hay en el año”. Sus Sermones se presentan de tres maneras diferentes: unos, enteramente escritos de su mano, son generalmente de los primeros años de su apostolado, y tienen lo que él mismo llamaba “excrecencias” o adornos que parecen excesivos. Los otros son esquemas más o menos detalladosde textos de la Escritura y de Padres de la Iglesia. En fin, una tercera categoría está hecha, como las pláticas espirituales, de notas tomadas por las religiosas de la Visitación, con las lagunas y las inexactitudes que este procedimiento supone.

Su elogio ha sido hecho por la más alta autoridad posible, la del Soberano Pontífice, en el documento oficial que elevó a San Francisco de Sales al rango de los Doctores de la Iglesia: “El gran amor que el santo obispo le tenía a la Iglesia, el ardiente celo de que estaba animado por su defensa, le inspiraron ek mérito de predicación que adoptó, ora para anunciar al pueblo cristiano los elementos de la Fe, ora para formar las costumbres de los más instruidos, ora para conducir a las almas de élite hacia las cumbres de la perfección. Reconociéndose deudor tanto respeto de los doctos como respeto de los ignorantes, y haciéndose todo para todos, supo ponerse al alcance de los sencillos al mismo tiempo que hablaba la sabiduría entre los perfectos. Dio también las enseñanzas más pertinentes sobre la predicación; y, haciendo valer los ejemplos de los Padres, contribuyó de gran manera a restaurar en su antiguo esplendor la elocuencia sagrada, que había sido oscurecida por la desdicha de los tiempos. De esta escuela salieron los eminentes oradores que han producido frutos tan maravillosos de salud en la Iglesia universal. Por lo cual San Francisco de Sales merece ser reconocido por todos como restaurador y maestro de la elocuencia sagrada” (Obras, t. l, p. 20).

¿será verdad, como lo atestiguan algunos de sus oyentes, que a veces se le vio, en la cátedra, transfigurado y resplandeciente como un serafín? Más autorizado es el homenaje que le rinde un eminente eclesiástico:

“¡Qué hombre éste! Tan magistralmente maneja la teología que hace que las cosas más difíciles y más altas las entiendan y comprendan las mujeres y los hombres de la másbaja condición” (Histoire du Bx Francois de Sales, por Charles-Auguste, l, lX).

Generalmente persuadido “De que vale más exponer que discutir, no retrocedía sin embargo ante la controversia cuando a ello lo obligaban las circunstancias, particularmente durante su misión en el Chablais. Pero entonces ninguna de las objeciones de los herejes resistía a su cerrada argumentación”.

Su “Carta sobre la Predicación”, dirigida a Andrés Fremyot, Arzobispo de Bourges y hermano de la baronesa de Chantal, nos entrega, mejor que cualquier análisis, la concepción del Santo Doctor sobre esta materia: “¿Quién debe predicar? Aquel que ha recibido tal misión y que sabe hacerse capaz de ella por la doctrina y la virtud. ¿Con qué fin se debe predicar? Para hacer lo que hace Nuestro Señor mismo, para que los pecadores recobren la vida sobrenatural que han perdido y los justos la tengan en mayor abundancia. ¿Qué se debe predicar? La Biblia, los Padres, las vidas de los santos, y excepcionalmente el gran libro de la naturaleza, ‘como si se tratara de hongos’, citas y ejemplos profanos. ¿Cómo predicar? De manera de hacerse entender claramente al menos por los oyentes de mediana cultura, en un lenguaje con imágenes que ayude a hacerse comprender, y además simplemente y cándidamente, con amor y con devoción, de manera de inspirar confianza”.

Más de dos mil cartas, al mismo tiempo que revelan el corazón del hombre y el alma del santo, le proporciona al teólogo otras tantas ocasiones de precisar su doctrina, explicándola a casos particulares, y manifiestan la extensión de la cultura y de la influencia del gran Doctor. Porque si la mayor parte de esas cartas son cartas de dirección, están dirigidas a personas de condiciones muy diversas, desde las humildes religiosas de la Visitación hasta príncipes y obispos. Sus consejos son propios para todas las situaciones y para todas las necesidades; trata todas las materias con la misma seriedad y a todas las almas con la misma solicitud. Alternativamente es el amigo efectuoso, el consejero juicioso, el político agudo, el sociólogo ponderado, el predicador de la Fe, el defensor de la justicfia, el moralista íntegro, el jefe autoritario, el asceta y el místico, y siempre el guía de las conciencias “que con gusto se hace cargo de una alma deseosa de virtud y de perfección y que la lleva en sus brazos como lo hace una madre con sus hijito, sin quejarse del amado peso” (Vida Devota, Prefacio).

Para el uso particular de sus religiosas, San Francisco de Sales escribió “La Regla de San Agustín y las Constituciones para las Hermanas de la Visitación”, legislación que desde Clemente Xl hasta San Pío X han alabado a porfía los Papas por “su sabiduría, discreción y suavidad”.

Se le agrega para la misma Congregación un “Orinario y Directorio” que se ha llamado “el molde de la Visitandina”, especie de cuadro, o método práctico, para unirse a Dios día a día, esforzándose por hacer cada acto tan perfectamente cuando sea posible, para agradarle a imitación de Jesucristo.

Alrededor de ochenta opúsculos completan la obra literaria y teológica de San Fancisco de Sales: Pastoral, estatutos sinodales de la diócesis de Ginebra o de sociedades sacerdotales; consejos a los confesores y directores; métodos catequísticos. En teología, un pequeño tratado de “la Fe católica en la Santísima Trinidad”, otro de “Demonomanía”, y algunos escritos polémicos sobre la Sagrada Eucaristía y la Virginidad de María. En espiritualidad, primeramente sus reglamentos personales para las diversas etapas de su vida: durante sus estudios en Padua, “para la conversación con toda clase de personas”;cuando fue clérigo y sacerdote, las piadosas consideraciones y oraciones que él se había prescrito “antes y después de la Sagrada Comunión y de la Santa Misa”; luego su regla de vida episcopal. En seguida toda una serie de pequeños tratados y consejos: el Ejercicio de la mañana, la Preparación del día, el Recogimiento y el retiro espiritual, el Desasimiento y el perfecto abandono de sí mismo en las manos de Dios, etc., etc. . . Pero,, sobre todo, la Declaración mística sobre el Cantar de los Cantares, que estudia los diferentes obstáculos y los diversos grados de la oración, de la que se ha podido decir qu “inundándolo Dios con las aguas celestiales de su gracia, abrió el espíritu del Santo obispo para hacerle comprender las Escrituras y permitirle el hacerlas accesibless tanto a los ignorantes como a los sabios” (Breve de Doctorado).

Tradicionalista en su conjunto, la teología de San Francisco de Sales hunde sus raíces en la Sagrada Escritura y en los Padres de la Iglesia, particularmente en San Agustín. Discípulo iguaalemte de Santo Tomás de Aquino, se separa de él sin embargo en algunos puntos: por ejemplo: con Duns Scoto admite que el Verbo de Dios se habría encarnado aun cuando el hombre no hubiese pecado; luego, con Molina, que la predestinación de los elegidos es decretada por Dios en razón de la previsión de sus méritos.

De tal suerte expone la doctrina “que en los pasajes más difíciles de sus disertaciones reina una verdadera y grata claridad”. Cuidado tuvo siempre de darle a su enseñanza un carácter afectivo: no se dirige solamente a la inteligencia, sino al corazón, como si quisiera hacer de todo estudio una verdadera oración. De una notable perspicacia para escrutar los repliegues de la conciencia humana, estudia el drama de la voluntad en lucha con el pecado, pero descubre al instante las perspectivas de la Gracia y los atractivos de la perfección en el amor de Dios.

Su espirualidad es tan sencilla como elevada: “Sumisión y fidelidad amorosa, delicada, generosa, confiada en la Voluntad de Dios, la cual se expresa prácticamente por el deber de estado en el momento presente” (Tratado de Amor de Dios, Xll, 6). Si es necesario, para llegar a este objeto, “combatir la naturaleza viciada”, la mortificación necesaria es menos la de los sentidos que la del espíritu, de la voluntad y del corazón, siempre posible aun sin las austeridades corporales, y tanto más eficaz para predisponer al Amor divino. El modelo acabado y el poderoso sostén de esta unión con Dios es Jesucristo, que resume su vida en esta frase: “Yo hago siempre lo que le agrada a mi Padre”. Por lo tanto: “Conoced sus comportamientos y conformaréis vuestras acciones a la imagen de la suyas”. . . Todo por El, todo para El, todo con El” (Vida Devota, ll, l). Y las prácticas usuales para conservar e intensificar esta unión son: la oración sencilla y eficaz, el hábito de la presencia de Dios, la renovación frecuente de la intención, las invocaciones verbales, y las aspiraciones del corazóon. La meditación que él preconiza es “un pensamiento atento, reiterado o mantenido voluntariamente en la mente, a fin de ejercitar la voluntad de santas y saludables resoluciones”. Nada de largos discursos: donde baste una sola consideración, no hay por qué poner muchas. “Soltad la rienda a los afectos; en los efectos nuestros espíritu se debe derramar y expansionar lo más posible”.

¿Se ha dicho que San Francisco de Sales hizo más fácil la virtud? Sería calumniarlo el interpretarlo en el sentido de una atenuación de las exigencias de la moral o de una dulcificación del Evangelio. “Es es santo más amante de la mortificación”, decía M. Olier. Pero aunque es inexorable con los defectors de la naturaleza humana, jamás se detiene en los renunciamientos y castigos como si éstos tuviesen un valor en sí mismos: entrevé inmediatamente y acentúa las virtudes y los beneficios que se desprenden de esas operaciones previas; la penitencia deja de ser repelente, de tan atractivos que son sus efectos. La continuidad del esfurzo requerido y la totalidad del don de sí mismo perpetuamente consentido no deja de constituir un auténtico heroísmo.

Otro rasgo característico de San Francisco de Sales, siempre sin embargo en la misma línea general de la unión con Dios y de los medios de ayudarla, es su campaña a favor de la comunión frecuente. El Concilio de Trento había condenado el hábito muchas veces secular de comulgar muy raramente; pero la reacción era lenta tanto entre el clero como entre los fieles. Siendo todavía estudiante, Francisco se fijó la regla de la comunión semanal. Ya sacerdote y obispo, se hizo intrépido apóstol de ella en sus predicaciones, en sus libros, en sus cartas. Cosa inaudita para la época, Santa Juana de Chantal fue invitada a comulgar diariamente. Facilidad, por otra parte, tan alejada cuanto es imaginable de todo relajamiento, puesto que las disposiciones previas no dejaban de ser la ausencia de toda afección al pecado venial. Y los motivos que dictaban los consejos del Santo Doctor en este punto fueron repetidos tales cuales tres siglos más tarde por el Santo Papa Pío X en sus decretos sobre la comunión frecuente: “Dos clases de personas deben comulgar frecuentemente: los perfectos, perque esndo bien dispuestos, sufrirían perjuicio con no acercarse a la fuente y origen de la perfección; y los imperfectos a fin de poder precisamente aspirar a la perfección; los fuertes a fin de que no se vuevan débiles, y los débiles a fin de que se vuelvan fuertes; los enfermos a fin de ser curados, y los sanos a fin de que no caigan enfermos” (Vida Devota, ll, 2l ).

Autor y Doctor de teología mística tanto como Dogma y Moral, San Francisco de Sales tiene en estas materias las mismas cualidades básicas: seguridad de la doctrina, claridad en la exposición, giro afectivo. Aunque abrevó su enseñanza en autores conocidos, en particular en Santa Teresa, su obra es original al entegar su experiencia personal y descubrir los estados de que ha sido testigo especialmente en sus hijas de la Visitación. “Este bienaventurado enseño, no tanto lo que él sabía, sino lo que él sentía” (Proceso de Canonización). “No escribía nada que no hubiese recibido del Espíritu Santo, y mil veces gustado y experimentado” (P. de Coex). La inmensa bondad de Dios distinguía a estas queridas almas con favores completamente sobrenaturales. Por la divina gracia, muchas tuvieron en poco tiempo oración de quietud, de amoroso sueño, de unión altísima; otras; luces extrordinarias sobre los diversos misterios en los que estaban santamente absortas; otras, frecuentes raaptos y sanas salidas de sí mismas para ser felizmente tomadas por Dios, para recibir grandes dones y gracias de su divina liberalidad” (Madre de Changy, Memorias, ll, 2 ).

Enemigo sin embargo de toda excentricidad y de cuanto se prestara a equívoco, no trata él de “fenómenos místicos”, visiones, revelaciones, etc., y se mantiene en la oración propiamente dicha, pero llevándola hasta su “supremo efecto, el amor efectivo que se perfecciona con la muerte de amor”.- Por lo demás, “no hay que pretender tales gracias, puesto que de ninguna manera son necesarias para servir bien y emar a Dios” (Vida Devota, lll, 2 ).

“Si los éxtasis del entendimiento y los éxtasis del efecto son demasiado altos para nuestra pequeñez, no quedan los éstasis raptos de la acción, en los que podemos encarrerarnos libremente, cuando ya no vivimos conforme a las razones e inclinaciones humanas, sino por encima de ellas, de acuerdo con las aspiraciones e instintos del Divino Salvador de nuestras almas”. . . “Y aunque no podemos aspirar a un estado prolongado de semejante unión, al menos podemos practicarla en cortas y pasajeras, pero frecuentes elevaciones a nuestro corazón a Dios, mediante jaculatorias hechas con esta intención” (Amor de Dios, Vll, 3, 8 ).

Hay quienes disputan sobre San Francisco de Sales. Durante la querella del Quietismo, a fines del siglo XVll, los antagonistas alternativamente pretendieron o acaparlo o dicutirlo. Fenelón creía poder fundar sobre la “ Santa indiferencia” preconizada por el Obispo de Ginebra, y sobre la máxima de “nada pedir, nada rehusar”, su teoría del “puro amor” en virtud de la cual el alma humana, considerando a Dios como infinitamente amable en Sí, puede volverse indiferente a todo, aun en la virtud y a la salvación. Bossuet trató inmediatamente de restablecer la ortodoxia y de vengar al Santo Doctor, demostrando que “la santa indiferencia de la que éste habla no concierne sino a las cosas temporales y contingentes, y no se propone sino renovar todas las potencias del alma para conocer y cumplir la voluntad de Dios. Pero, llevado por la polémica, el águila de Meaux, a fin de refutar los argumentos de su adversario, llegó a poner en duda la autoridad de San Francisco de Sales en materia de dogma hasta creerlo sospechoso de semi-pelagianismo: “Jamás se verá su doctrina ni tan sólida ni tan exacta como sería de desear. . . Así, la inclinación natural del hombre a Dios por encima de todas las cosas ¿no es para él un comienzo de amor y en sí un movimiento sobrenatural?” En realidad, el Santo Doctor no ve en ese sentimiento natural sino una predisposición que le permite a la gracia gratuita apoderarse del alma y justificarla.

La integridad doctrinal y el prestigio de San Francisco de Sales son corroborados por el juicio de los Papas: Benedicto XlV, que lo califica como “el más sabio director de almas”; Pío lX, que lo califica “entre los principales maestros con que ha dotado Cristo a su Iglesia”; y Pío Xll, que subraya “su equilibrio en el ejercicio de las virtudes apostólicas “, y descubre “el secreto de la armonía superior en la serenidad de un alma que sin cesar vive en la contemplación y el amor de la voluntad divina”.

La influencia póstuma de San Francisco de Sales sigue siendo grande, primeramente por sus escritos, siempre tan actuales que han penetrado los secretos inmutables del alma humana. ¿No lo declaró Pío Xl patrón de los escritores catlicos? (l923). En seguida, por acción de las familias religiosas que viven bajo su patrono y se alimentan de su espíritu. Aparte de la Visitación, por la que se ha extendido la devoción al Sagrado Corazón, ahora tan popular, los misioneros de Annecy, luego los salecianos de San Juan Bosco, diversas congregaciones de oblatos y de oblatas, la sociedad de sacerdotes fundada por M. Chaumont, etc. . . , constituyen su posteridad espiritual, quezá la más numerosa de cuantas han dejado los fundadores de Ordenes en el curso de los siglos y continúan guiando a las almas por los caminos de la simplicidad confiada en la Providencia, de la oración mental, de la devoción auténtica y de la perfección por un sincero Amor de Dios.