1. Hasta los 26 años de su edad
fue hombre dado a las vanidades del mundo y principalmente se deleitaba en
ejercicio de armas con un grande y vano deseo de ganar honra. Y así, estando en
una fortaleza que los franceses combatían, y siendo todos de parecer que se
diesen, salvas las vidas, por ver claramente que no se podían defender, él dió
tantas razones al alcaide, que todavía lo persuadió a defenderse, aunque
contra parecer de todos los caballeros, los cuales se conhortaban con su ánimo
y esfuerzo. Y venido el día que se esperaba la batería, él se confesó con
uno de aquellos sus compañeros en las armas; y después de durar un buen rato
la batería, le acertó a él una bombarda en una pierna, quebrándosela toda; y
porque la pelota pasó por entrambas las piernas, también la otra fue mal
herida.
2. Y así, cayendo él, los
de la fortaleza se rendieron luego a los franceses, los cuales, después de se
haber apoderado della, trataron muy bien al herido, tratándolo cortés y
amigablemente. Y después de haber estado 12 ó 15 días en Pamplona, lo
llevaron en una litera a su tierra; en la cual hallándose muy mal, y llamando
todos los médicos y cirujanos de muchas partes, juzgaron que la pierna se debía
otra vez desconcertar, y ponerse otra vez los huesos en sus lugares, diciendo
que por haber sido mal puestos la otra vez, o por se haber desconcertado en el
camino, estaban fuera de sus lugares, y así no podía sanar. Y hízose de nuevo
esta carnecería; en la cual, así como en todas las otras que antes había
pasado y después pasó, nunca habló palabra, ni mostró otra señal de dolor,
que apretar mucho los puños.
3. Y iba todavía empeorando, sin
poder comer y con los demás accidentes que suelen ser señal de muerte. Y
llegando el día de San Juan, por los médicos tener muy poca confianza de su
salud, fue aconsejado que se confesase; y así, recibiendo los sacramentos, la víspera
de San Pedro y San Pablo, dijeron los médicos que, si hasta la media noche no
sentía mejoría, se podía contar por muerto. Solía ser el dicho infermo
devoto de San Pedro, y así quiso nuestro Señor que aquella misma media noche
se comenzase a hallar mejor; y fue tanto creciendo la mejoría, que de ahí a
algunos días se juzgó que estaba fuera de peligro de muerte.
4. Y viniendo ya los huesos a
soldarse unos con otros, le quedó abajo de la rodilla un hueso encabalgado
sobre otro, por lo cual la pierna quedaba más corta; y quedaba allí el hueso
tan levantado, que era cosa fea; lo cual él no pudiendo sufrir, porque
determinaba seguir el mundo, y juzgaba que aquello lo afearía, se informó de
los cirujanos si se podía aquello cortar; y ellos dijeron que bien se podía
cortar; mas que los dolores serían mayores que todos los que había pasado, por
estar aquello ya sano, y ser menester espacio para cortarlo; y todavía él se
determinó martirizarse por su propio gusto, aunque su hermano más viejo se
espantaba y decía que tal dolor él no se atrevería a sofrir; lo cual el
herido sufrió con la sólita paciencia.
5. Y cortada la carne y el hueso
que allí sobraba, se atendió a usar de remedios para que la pierna no quedase
tan corta, dándole muchas unturas, y estendiéndola con instrumentos
continuamente, que muchos días le martirizaban. Mas nuestro Señor le fue dando
salud; y se fue hallando tan bueno, que en todo lo demás estaba sano, sino que
no podía tenerse bien sobre la pierna, y así le era forzado estar en el lecho.
Y porque era muy dado a leer libros mundanos y falsos, que suelen llamar de
Caballerías, sintiéndose bueno, pidió que le diesen algunos dellos para pasar
el tiempo; mas en aquella casa no se halló ninguno de los que él solía leer,
y así le dieron un Vita Christi y un libro de la vida de los Santos en romance.
6. Por los cuales leyendo muchas
veces, algún tanto se aficionaba a lo que allí hallaba escrito. Mas dejándolos
de leer, algunas veces se paraba a pensar en las cosas que había leído; otras
veces en las cosas del mundo que antes solía pensar. Y de muchas cosas vanas
que se le ofrecían una tenía tanto poseído su corazón, que se estaba luego
embebido en pensar en ella dos y tres y 4 horas sin sentirlo, imaginando lo que
había de hacer en servicio de una señora, los medios que tomaría para poder
ir a la tierra donde ella estaba, los motes, las palabras que le diría, los
hechos de armas que haría en su servicio. Y estaba con esto tan envanecido, que
no miraba quán imposible era poderlo alcanzar; porque la señora no era de
vulgar nobleza: no condesa, ni duquesa, mas era su estado más alto que ninguno
destas.
7. Todavía nuestro Señor le
socorría, haciendo que sucediesen a estos pensamientos otros, que nacían de
las cosas que leía. Porque, leyendo la vida de nuestro Señor y de los santos,
se paraba a pensar, razonando consigo: ¿qué sería, si yo hiciese esto que
hizo San Francisco, y esto que hizo Santo Domingo? y así discurría por muchas
cosas que hallaba buenas, proponiéndose siempre a sí mismo cosas dificultosas
y graves, las cuales cuando proponía, le parecía hallar en sí facilidad de
ponerlas en obra. Mas todo su discurso era decir consigo: Santo Domingo hizo
esto; pues yo lo tengo de hacer. San Francisco hizo esto; pues yo lo tengo de
hacer. Duraban también estos pensamientos buen vado, y después de interpuestas
otras cosas, sucedían los del mundo arriba dichos, y en ellos también se
paraba grande espacio; y esta sucesión de pensamientos tan diversos le duró
harto tiempo, deteniéndose siempre en el pensamiento que tornaba; o fuese de
aquellas hazañas mundanas que deseaba hacer, o destas otras de Dios que se le
ofrecían a la fantasía, hasta tanto que de cansado lo dejaba, y atendía a
otras cosas.
8. Había todavía esta diferencia:
que cuando pensaba en aquello del mundo, se deleitaba mucho; mas cuando después
de cansado lo dejaba, hallábase seco y descontento; y cuando en ir a Jerusalem
descalzo, y en no comer sino yerbas, y en hacer todos los demás rigores que veía
haber hecho los santos; no solamente se consolaba cuando estaba en los tales
pensamientos, mas aun después de dejando, quedaba contento y alegre. Mas no
miraba en ello, ni se paraba a ponderar esta diferencia, hasta en tanto que una
vez se le abrieron un poco los ojos, y empezó a maravillarse desta diversidad y
a hacer reflexión sobre ella. Cogiendo por experiencia que de unos pensamientos
quedaba triste, y de otros alegre, y poco a poco viniendo a conocer la
diversidad de los espíritus que se agitaban, el uno del demonio, y el otro de
Dios. Este fue el primero discurso que hizo en las cosas de Dios; y después
cuando hizo los ejercicios, de aquí comenzó a tomar lumbre para lo de la
diversidad de espíritus.
9. Y cobrada no poco lumbre de
aquesta leción, comenzó a pensar más de veras en su vida pasada, y en quánta
necesidad tenía de hacer penitencia della. Y aquí se le ofrecían los deseos
de imitar los santos, no mirando más circunstancias que prometerse así con la
gracia de Dios de hacerlo como ellos lo habían hecho. Mas todo lo que deseaba
de hacer, luego como sanase, era la ida de Hierusalem, como arriba es dicho, con
tantas disciplinas y tantas abstinencias, cuantas un ánimo generoso, encendido
de Dios, suele desear hacer.
10. Y ya se le iban olvidando los
pensamientos pasados con estos santos deseos que tenía, los cuales se le
confirmaron con una visitación, desta manera. Estando una noche despierto, vido
claramente una imagen de nuestra Señora con el santo Niño Jesús, con cuya
vista por espacio notable recibió consolación muy excesiva, y quedó con tanto
asco de toda la vida pasada; y especialmente de cosas de carne, que le parecía
habérsele quitado del ánima todas las especies que antes tenía en ella
pintadas. Así desde aquella hora hasta el Agosto de 53 que esto se escribe,
nunca más tuvo ni un mínimo consenso en cosas de carne; y por este efeto se
puede juzgar haber sido la cosa de Dios, aunque él no osaba determinarlo, ni
decía más que afirmar lo susodicho. Mas así su hermano como todos los demás
de casa fueron conociendo por lo exterior la mudanza que se había hecho en su
ánima interiormente.
11. El, no se curando de nada,
perseveraba en su lección y en sus buenos propósitos; y el tiempo que con los
de casa conversaba, todo lo gastaba en cosas de Dios, con lo cual hacía
provecho a sus ánimas. Y gustando mucho de aquellos libros, le vino al
pensamiento de sacar algunas cosas en breve más esenciales de la vida de Cristo
y de los Santos; y así se pone a escrebir un libro con mucha diligencia (porque
ya comenzaba a levantarse un poco por casa); las palabras de Cristo de tinta
colorada, las de nuestra Señora de tinta azul. Y el papel era bruñido y
rayado, y de buena letra, porque era muy buen escribano. Parte del tiempo
gastaba en escrebir, parte en oración. Y la mayor consolación que recebía era
mirar el cielo y las estrellas, lo cual hacía muchas veces y por mucho espacio,
porque con aquello sentía en sí un muy grande esfuerzo para servir a nuestro
Señor. Pensaba muchas veces en su propósito, deseando ya ser sano del todo
para se poner en camino. El cual tuvo cuasi 300 hojas todas escritas de cuarto.
12. Y echando sus cuentas, qué es
lo que haría después que viniese de Jerusalem para que siempre viviese en
penitencia, ofrecíasele meterse en la Cartuja de Sevilla, sin decir quién era
para que en menos le tuviesen y allí nunca comer sino yerbas. Mas cuando otra
vez tornaba a pensar en las penitencias, que andando por el mundo deseaba hacer,
resfriábasele el deseo de la Cartuja, temiendo que no pudiese ejercitar el odio
que contra sí tenía concebido. Todavía a un criado de casa, que iba a Burgos,
mandó que se informase de la regla de la Cartuja, y la información que della
tuvo le pareció bien. Mas por la razón arriba dicha y porque todo estaba
embebido en la ida que pensaba presto hacer, y aquello no se había de tratar
sino después de la vuelta, no miraba tanto en ello; antes, hallándose ya con
algunas fuerzas, le pareció que era tiempo de partirse, y dijo a su hermano: «señor,
el duque de Nájera, como sabéis, ya sabe que estoy bueno. Será bueno que vaya
a Navarrete» (estaba entonces allí el duque). El hermano le llevó a una cámera
y después a otra, y con muchas admiraciones le empieza a rogar que no se eche a
perder; y que mire quánta esperanza tiene dél la gente, y quánto puede valer,
y otras palabras semejantes, todas a intento de apartarle del buen deseo que tenía.
Mas la respuesta fue de manera que, sin apartarse de la verdad, porque dello tenía
ya grande escrúpulo, se descabulló del hermano. Sospechaba el hermano y
algunos de casa que él quería hacer alguna gran mutación.
13. Y así, cabalgando en una mula,
otro hermano suyo quiso ir con él hasta Oñate, al cual persuadió en el camino
que quisiesen tener una vigilia en nuestra Señora de Aránzazu. En la cual
haciendo oración aquella noche para cobrar nuevas fuerzas para su camino, dejó
el hermano en Oñate en casa de una hermana que iba a visitar, y él se fue a
Navarrete. Y viniéndole a la memoria de unos pocos de ducados que le debían en
casa del duque, le pareció que sería bien cobrarlos, para lo cual escribió
una cédula al tesorero; y diciendo el tesorero que no tenía dineros, y sabiéndolo
el duque, dijo que para todo podía faltar, mas que para Loyola no faltasen; al
cual deseaba dar una buena tenencia, si la quisiese acetar, por el crédito que
había ganado en lo pasado. Y cobró los dineros, mandándolos repartir en
ciertas personas a quienes se sentía obligado, y parte a una imagen de nuestra
Señora, que estaba mal concertada, para que se concertase y ornase muy bien. Y
así, despidiendo los dos criados que iban con él, se partió solo en su mula
de Navarrete para Monserrate. Desde el día que se partió de su tierra siempre
se disciplinaba cada noche.
14. Y en este camino le acaeció
una cosa, que será bueno escribirse, para que se entienda cómo nuestro Señor
se había con esta ánima, que aún estaba ciega, aunque con grandes deseos de
servirle en todo lo que conociese, y así determinaba de hacer grandes
penitencias, no teniendo ya tanto ojo a satisfacer por sus pecados, sino agradar
y aplacer a Dios. Y así, cuando se acordaba de hacer alguna penitencia que
hicieron los Santos, proponía de hacer la misma y aún más. Y en estos
pensamientos tenía toda su consolación, no mirando a cosa ninguna interior, ni
sabiendo qué cosa era humildad, ni caridad, ni paciencia, ni discreción para
reglar ni medir estas virtudes, sino toda su intención era hacer destas obras
grandes exteriores, porque así las habían hecho los Santos para gloria de
Dios, sin mirar otra ninguna más particular circunstancia. Tenía tanto
aborrecimiento a los pecados pasados, y el deseo tan vivo de hacer cosas grandes
por amor de Dios, que, sin hacer juicio que sus pecados eran perdonados, todavía
en las penitencias que emprendía a hacer no se acordaba mucho dellos.
15. Pues yendo por su camino le
alcanzó un moro, caballero en su mulo; y yendo hablando los dos, vinieron a
hablar en nuestra Señora; y el moro decía, que bien le parecía a él la
Virgen haber concebido sin hombre; mas el parir, quedando virgen, no lo podía
creer, dando para esto las causas naturales que a él se le ofrecían. La cual
opinión, por muchas razones que le dió el peregrino, no pudo deshacer. Y así
el moro se adelantó con tanta priesa, que le perdió de vista, quedando
pensando en lo que había pasado con el moro. Y en esto le vinieron unas
mociones, que hacían en su ánima descontentamiento, pareciéndole que no había
hecho su deber, y también le causan indignación contra el moro, pareciéndole
que había hecho mal en consentir que un moro dijese tales cosas de nuestra Señora,
y que era obligado volver por su honra. Y así le venían deseos de ir a buscar
el moro y darle de puñaladas por lo que había dicho; y perseverando mucho en
el combate destos deseos, a la fin quedó dubio, sin saber lo que era obligado a
hacer. El moro, que se había adelantado, le había dicho que se iba a un lugar,
que estaba un poco adelante en su mismo camino, muy junto del camino real, mas
no que pasase el camino real por el lugar.
16. Y así después de cansado de
examinar lo que sería bueno hacer, no hallando cosa cierta a que se
determinase, se determinó en esto, scilicet, de dejar ir a la mula con la
rienda suelta hasta al lugar donde se dividían los caminos; y que si la mula
fuese por el camino de la villa, él buscaría el moro y le daría de puñaladas;
y si no fuese hacia la villa, sino por el camino real, dejarlo quedar. Y haciéndolo
así como pensó, quiso nuestro Señor que, aunque la villa estaba poco más de
treinta o cuarenta pasos, y el camino que a ella iba era muy ancho y muy bueno,
la mula tomó el camino real, y dejó el de la villa. Y llegando a un pueblo
grande antes de Monserrate, quiso allí comprar el vestido que determinaba de
traer, con que había de ir a Hierusalem; y así compró tela, de la que suelen
hacer sacos, de una que no es muy tejida y tiene muchas púas, y mandó luego de
aquella hacer veste larga hasta los pies, comprando un bordón y una calabacita,
y púsolo todo delante el arzón de la mula. Y compró también unas esparteñas,
de las cuales no llevó más de una; y esto no por cerimonia, sino porque la una
pierna llevaba toda ligada con una venda y algo maltratada; tanto que, aunque
iba a caballo, cada noche la hallaba hinchada: este pie le pareció era
necesario llevar calzado.
17. Y fuese su camino de Monserrate,
pensando, como siempre solía, en las hazañas que había de hacer por amor de
Dios. Y como tenía todo el entendimiento lleno de aquellas cosas, Amadís de
Gaula y de semejantes libros, veníanle algunas cosas al pensamiento semejantes
a aquellas; y así se determinó de velar sus armas toda una noche, sin sentarse
ni acostarse, mas a ratos en pie y a ratos de rodillas, delante el altar de
nuestra Señora de Monserrate, adonde tenía determinado dejar sus vestidos y
vestirse las armas de Cristo. Pues partido deste lugar, fuese, según su
costumbre, pensando en sus propósitos; y llegado a Monserrate, después de
hecha oración y concertado con el confesor, se confesó por escrito
generalmente, y duró la confesión tres días; y concertó con el confesor que
mandase recoger la mula, y que la espada y el puñal colgase en la iglesia en el
altar de nuestra Señora. Y este fue el primer hombre a quien descubrió su
determinación, porque hasta entonces a ningún confesor lo había descubierto.
18. La víspera de nuestra Señora
de Marzo en la noche, el año de 22, se fue lo más secretamente que pudo a un
pobre, y despojándose de todos sus vestidos, los dió a un pobre, y se vestió
de su deseado vestido, y se fue a hincar de rodillas delante el altar de nuestra
Señora; y unas veces desta manera, y otras en pie, con su bordón en la mano,
pasó toda la noche. Y en amaneciendo se partió por no ser conocido, y se fue,
no el camino derecho de Barcelona, donde hallaría muchos que le conociesen y le
honrasen, mas desvióse a un pueblo, que se dice Manrresa, donde determinaba
estar en un hospital algunos días, y también notar algunas cosas en su libro,
que llevaba él muy guardado, y con que iba muy consolado. Y yendo ya una legua
de Monserrate, le alcanzó un hombre, que venía con mucha priesa en pos dél, y
le preguntó si había él dado unos vestidos a un pobre, como el pobre decía;
y respondiendo que sí, le saltaron las lágrimas de los ojos, de compasión del
pobre a quien había dado los vestidos; de compasión, porque entendió que lo
vejaban, pensando que los había hurtado. Mas por mucho que él huía la
estimación, no pudo estar mucho en Manrresa sin que las gentes dijesen grandes
cosas, naciendo la opinión de lo de Monserrate; y luego creció la fama a decir
más de lo que era: que había dejando tanta renta, et cetera.
19. Y él demandaba en Manresa
limosna cada día. No comía carne, ni bebía vino, aunque se lo diesen. Los
domingos no ayunaba, y si le daban un poco de vino, lo bebía. Y porque había
sido muy curioso de curar el cabello, que en aquel tiempo se acostumbraba, y él
lo tenía bueno, se determinó dejarlo andar así, según su naturaleza, sin
peinarlo ni cortarlo, ni cobrirlo con alguna cosa de noche ni de día. Y por la
misma causa dejaba crecer las uñas de los pies y de las manos, porque también
en esto había sido curioso. Estando en este hospital le acaeció muchas veces
en día claro veer una cosa en el aire junto de sí, la cual le daba mucha
consolación, porque era muy hermosa en grande manera. No devisaba bien la
especie de qué cosa era, mas en alguna manera le parecía que tenía forma de
serpiente, y tenía muchas cosas que resplandecían como ojos, aunque no lo
eran. El se deleitaba mucho y consolaba en ver esta cosa; y cuanto más veces la
veía, tanto más crecía la consolación; y cuando aquella cosa le desaparecía,
le desplacía dello.
20. Hasta este tiempo siempre había
perseverado cuasi en un mesmo estado interior con una igualdad grande de alegría,
sin tener ningún conocimiento de cosas interiores espirituales. Aquestos días
que duraba aquella visión, o algún poco antes que comenzase (porque ella duró
muchos días), le vino un pensamiento recio que le molestó, representándosele
la dificultad de su vida, como que si le dijeran dentro del ánima: «¿y cómo
podrás tu sufrir esta vida 70 años que has de vivir?» mas a esto le respondió
también interiormente con grande fuerza (sintiendo que era del enemigo): «¡ o
miserable ! ¿puédesme tú prometer una hora de vida?» y ansí venció la
tentación y quedó quieto. Y esta fue la primera tentación que le vino después
de lo arriba dicho. Y fue esto entrando en una iglesia, en la cual oía cada día
la misa mayor y las vísperas y completas, todo cantado, sintiendo en ello
grande consolación; y ordinariamente leía a la misa la Pasión, procediendo
siempre en su igualdad.
21. Mas luego después de la
susodicha tentación empezó a tener grandes variedades en su alma, hallándose
unas veces tan desabrido, que ni hallaba gusto en el rezar, ni en el oír la
misa, ni en otra oración ninguna que hiciese; y otras veces viniéndole tanto
al contrario desto, y tan súbitamente, que parecía habérsele quitado la
tristeza y desolación, como quien quita una capa de los hombros a uno. Y aquí
se empezó a espantar destas variedades, que nunca antes había probado, y a
decir consigo: «¿qué nueva vida es esta, que agora comenzamos?» en este
tiempo conversaba todavía algunas veces con personas espirituales, las cuales
le tenían crédito y deseaban conversarle; porque, aunque no tenía
conocimiento de cosas espirituales, todavía en su hablar mostraba mucho hervor
y mucha voluntad de ir adelante en el servicio de Dios. Había en Manresa en
aquel tiempo una muger de muchos días y muy antigua también en ser sierva de
Dios, y conocida por tal en muchas partes de España; tanto, que el Rey católico
la había llamado una vez para comunicalle algunas cosas. Esta muger, tratando
un día con el nuevo soldado de Cristo, le dijo: «o ! plega a mi Señor Jesu
Cristo que os quiera aparecer un día». Mas él espantóse desto, tomando la
cosa ansí a la grosa; ¿cómo me ha a mí de aparecer Jesu Cristo?. Perseveraba
siempre en sus sólitas confesiones y comuniones cada domingo.
22. Mas en esto vino a tener muchos
trabajos de escrúpulos. Porque, aunque la confesión general, que había hecho
en Monserrate, había sido con asaz diligencia, y toda por escrito, como está
dicho, todavía le parescía a las veces que algunas cosas no había confesado,
y esto le daba mucha aflicción; porque, aunque confesaba aquello, no quedaba
satisfecho. Y así empezó a buscar algunos hombres espirituales, que le
remediasen destos escrúpulos; mas ninguna cosa le ayudaba. Y en fin un doctor
de la Seo, hombre muy espiritual, que allí predicaba, le dijo un día en la
confesión, que escribiese todo lo que se podia acordar. Hízolo así; y después
de confesado, todavía le tornaban los escrúpulos, adelgazándose cada vez las
cosas, de modo que él se hallaba muy atribulado; y aunque casi conocía que
aquellos escrúpulos le hacían mucho daño, que sería bueno quitarse dellos,
mas no lo podía acabar consigo. Pensaba algunas veces que le sería remedio
mandarle su confesor en nombre de Jesu Cristo que no confesase ninguna de las
cosas pasadas, y así deseaba que el confesor se lo mandase, mas no tenía osadía
para decírselo al confesor.
23. Mas, sin que él se lo dijese,
el confesor vino a mandarle que no confesase ninguna cosa de las pasadas, si no
fuese alguna cosa tan clara. Mas como él tenía todas aquellas cosas por muy
claras, no aprovechaba nada este mandamiento, y así siempre quedaba con
trabajo. A este tiempo estaba el dicho en una camarilla, que le habían dado los
dominicanos en su monasterio, y perseveraba en sus siete horas de oración de
rodillas, levantándose a media noche continuamente, y en todos los más
ejercicios ya dichos; mas en todos ellos no hallaba ningún remedio para sus
escrúpulos, siendo pasados muchos meses que le atormentaban; y una vez, de muy
atribulado dellos, se puso en oración, con el fervor de la cual comenzó a dar
gritos a Dios vocalmente, diciendo: «socórreme, Señor, que no hallo ningún
remedio en los hombres, ni en ninguna criatura; que si yo pensase de poderlo
hallar, ningún trabajo me sería grande. Muéstrame tú, Señor, dónde lo
halle; que aunque sea menester ir en pos de un perrillo para que me dé el
remedio, yo lo haré».
24. Estando en estos pensamientos,
le venían muchas veces tentaciones con grande ímpetu para echarse de un
agujero grande que aquella su cámara tenía, y estaba junto del lugar donde hacía
oración. Mas conociendo que era pecado matarse, tornaba a gritar: «Señor, no
haré cosa que te ofenda»; replicando estas palabras, así como las primeras,
muchas veces. Y así le vino al pensamiento la historia de un santo, el cual,
para alcanzar de Dios una cosa que mucho deseaba, estuvo sin comer muchos días
hasta que la alcanzó. Y estando pensando en esto un buen rato, al fin se
determinó de hacello, diciendo consigo mismo que ni comería ni bebería hasta
que Dios le proveyese o que se viese ya del todo cercana la muerte; porque si le
acaeciese verse in extremis, de modo que, si no comiese, se hubiese de morir
luego, entonces determinaba de pedir pan y comer (cuasi vero lo pudiera él en
aquel extremo pedir, ni comer).
25. Esto acaeció un domingo después
de haberse comulgado; y toda la semana perseveró sin meter en la boca ninguna
cosa, no dejando de hacer los sólitos ejercicios, etiam de ir a los oficios
divinos, y de hacer su oración de rodillas, etiam a media noche, etc. Mas
venido el otro domingo, que era menester ir a confesarse, como a su confesor solía
decir lo que hacía muy menudamente, le dijo también cómo en aquella semana no
había comido nada. El confesor le mandó que rompiese aquella abstinencia; y
aunque él se hallaba con fuerzas todavía obedesció al confesor, y se halló
aquel día y el otro libre de los escrúpulos; mas el tercero día, que era el
martes, estando en oración, se comenzó acordar de los pecados; y así como una
cosa que se iba enhilando, iba pensando de pecado en pecado del tiempo pasado,
pareciéndole que era obligado otra vez a confesallos. Mas en la fin destos
pensamientos le vinieron unos desgustos de la vida que hacía, con algunos ímpetus
de dejalla; y con esto quiso el Señor que despertó como de sueño. Y como ya
tenía alguna experiencia de la diversidad de espíritus con las liciones que
Dios le había dado, empezó a mirar por los medios con que aquel espíritu era
venido, y así se determinó con grande claridad de no confesar más ninguna
cosa de las pasadas; y así de aquel día adelante quedó libre de aquellos escrúpulos,
teniendo por cierto que nuestro Señor le había querido librar por su
misericordia.
26. Ultra de sus siete horas de
oración, se ocupaba en ayudar algunas almas, que allí le venían a buscar, en
cosas espirituales, y todo lo más del día que le vacaba, daba a pensar en
cosas de Dios, de lo que había aquel día meditado o leído. Mas cuando se iba
acostar, muchas veces le venían grandes noticias, grandes consolaciones
espirituales, de modo que le hacían perder mucho del tiempo que él tenía
destinado para dormir, que no era mucho; y mirando él algunas veces por esto,
vino a pensar consigo que tenía tanto tiempo determinado para tratar con Dios,
y después todo el resto del día; y por aquí empezó a dubdar si venían de
buen espíritu aquellas noticias, y vino a concluir consigo que era mejor
dejallas, y dormir el tiempo destinado, y lo hizo así.
27. Y perseverando en la
abstinencia de no comer carne, y estando firme en ella, que por ningún modo
pensaba mudarse, un día a la mañana, cuando fue levantado, se le representó
delante carne para comer, como que la viese con ojos corporales, sin haber
precedido ningún deseo della; y le vino también juntamente un grande asenso de
la voluntad para que de allí adelante la comiese; y aunque se acordaba de su
propósito de antes, no podía dudar en ello, sino determinarse que debía comer
carne. Y contándolo después a su confesor, el confesor le decía que mirase
por ventura si era aquello tentación; mas él, examinándolo bien, nunca pudo
dudar dello. En este tiempo le trataba Dios de la misma manera que trata un
maestro de escuela a un niño, enseñandole; y ora esto fuese por su rudeza y
grueso ingenio, o porque no tenía quien le enseñase, o por la firme voluntad
que el mismo Dios le había dado para servirle, claramente él juzgaba y siempre
ha juzgado que Dios le trataba desta manera; antes si dudase en esto, pensaría
ofender a su divina majestad: y algo desto se puede ver por los cinco puntos
siguientes.
28. Primero. Tenía mucha devoción
a la santísima Trinidad, y así hacía cada día oración a las tres personas
distintamente. Y haciendo también a la santísima Trinidad, le venía un
pensamiento, que cómo hacía 4 oraciones a la Trinidad? mas este pensamiento,
le daba poco o ningún trabajo, como cosa de poca importancia. Y estando un día
rezando en las gradas del mesmo monasterio las Horas de nuestra Señora, se le
empezó a elevar el entendimiento, como que vía la santísima Trinidad en
figura de tres teclas, y esto con tantas lágrimas y tantos sollozos, que no se
podía valer. Y yendo aquella mañana en una procesión, que de allí salía,
nunca pudo retener las lágrimas hasta el comer; ni después de comer podía
dejar de hablar sino en la santísima Trinidad; y esto con muchas comparaciones
y muy diversas, y con mucho gozo y consolación; de modo que toda su vida le ha
quedado esta impresión de sentir grande devoción haciendo oración a la santísima
Trinidad.
29. 2º. Una vez se le representó
en el entendimiento con grande alegría espiritual el modo con que Dios había
criado el mundo, que le parecía ver una cosa blanca, de la cual salían algunos
rayos, y que della hacía Dios lumbre. Mas estas cosas ni las sabía explicar,
ni se acordaba del todo bien de aquellas noticias espirituales, que en aquellos
tiempos le imprimía Dios en el alma. 3º. En la misma Manresa, a donde estuvo
cuasi un año, después que empezó a ser consolado de Dios y vió el fructo que
hacía en las almas tratándolas, dejó aquellos extremos que de antes tenía;
ya se cortaba las uñas y cabellos. Así que, estando en este pueblo en la
iglesia del dicho monasterio oyendo misa un día, y alzándose el corpus Domini,
vió con los ojos interiores unos como rayos blancos que venían de arriba; y
aunque esto después de tanto tiempo no lo puede bien explicar, todavía lo que
él vió con el entendimiento claramente fue ver cómo estaba en aquel santísimo
sacramento Jesu Cristo nuestro Señor. 4º. Muchas veces y por mucho tiempo,
estando en oración, veía con los ojos interiores la humanidad de Cristo, y la
figura, que le parecía era como un cuerpo blanco, no muy grande ni muy pequeño,
mas no veía ninguna distinción de miembros. Esto vió en Manresa muchas veces:
si dijese veinte o cuarenta, no se atrevería a juzgar que era mentira. Otra vez
lo ha visto estando en Hierusalem, y otra vez caminando junto a Padua. A nuestra
Señora también ha visto en símil forma, sin distinguir las partes. Estas
cosas que ha visto le confirmaron entonces, y le dieron tanta confirmación
siempre de la fe, que muchas veces ha pensado consigo: si no huviese Escriptura
que nos enseñase estas cosas de la fe, él se determinaría a morir por ellas,
solamente por lo que ha visto.
30. 5º. Una vez iba por su devoción
a una iglesia, que estaba poco más de una milla de Manresa, que creo yo que se
llama sant Pablo, y el camino va junto al río; y yendo así en sus devociones,
se sentó un poco con la cara hacia el río, el cual iba hondo. Y estando allí
sentado se le empezaron abrir los ojos del entendimiento; y no que viese alguna
visión, sino entendiendo y conociendo muchas cosas, tanto de cosas
espirituales, como de cosas de la fe y de letras; y esto con una ilustración
tan grande, que le parecían todas las cosas nuevas. Y no se puede declarar los
particulares que entendió entonces, aunque fueron muchos, sino que recibió una
grande claridad en el entendimiento; de manera que en todo el discurso de su
vida, hasta pasados sesenta y dos años, coligiendo todas cuantas ayudas haya
tenido de Dios, y todas cuantas cosas ha sabido, aunque las ayunte todas en uno,
no le parece haber alcanzado tanto, como de aquella vez sola. Y esto fue en
tanta manera de quedar con el entendimiento ilustrado, que le parescía como si
fuese otro hombre y tuviese otro intelecto, que tenía antes.
31. Y después que esto duró un
buen rato, se fue a hincar de rodillas a una cruz, que estaba allí cerca, a dar
gracias a Dios, y allí le apareció aquella visión que muchas veces le aparecía
y nunca la había conocido, es a saber, aquella cosa que arriba se dijo, que le
parecía muy hermosa, con muchos ojos. Mas bien vió, estando delante de la
cruz, que no tenía aquella cosa tan hermosa color como solía; y tuvo un muy
claro conoscimiento, con grande asenso de la voluntad, que aquel era el demonio;
y así después muchas veces por mucho tiempo le solía aparecer, y él a modo
de menosprecio lo desechaba con un bordón que solía traer en la mano.
32. Estando enfermo una vez en
Manresa, llegó de una fiebre muy recia a punto de muerte, que claramente
juzgaba que el ánima se le había de salir luego. Y en esto le venía un
pensamiento que le decía que era justo, con el cual tomaba tanto trabajo, que
no hacía sino repugnarle y poner sus pecados delante; y con este pensamiento
tenía más trabajo que con la misma febre; mas no podía vencer el tal
pensamiento por mucho que trabajaba por vencerle. Mas aliviado un poco de la
fiebre, ya no estaba en aquel extremo de expirar, y empezó a dar grandes gritos
a unas señoras, que eran allí venidas por visitalle, que por amor de Dios,
cuando otra vez le viesen en punto de muerte, que le gritasen a grandes voces,
diciéndole pecador, y que se acordase de las ofensas que había hecho a Dios.
33. Otra vez, veniendo de Valencia
para Italia por mar con mucha tempestad, se le quebró el timón a la nave, y la
cosa vino a términos que, a su juicio y de muchos que venían en la nave,
naturalmente no se podría huir de la muerte. En este tiempo, examinándose
bien, y preparándose para morir, no podía tener temor de sus pecados, ni de
ser condenado; mas tenía grande confusión y dolor, por juzgar que no había
empleado bien los dones y gracias que Dios Nuestro Señor le había comunicado.
Otra vez el año de 50 estuvo muy malo de una muy recia enfermedad que a juicio
suyo y aun de muchos, se tenía por la última. En este tiempo pensando en la
muerte tenía tanta alegría y tanta consolación espiritual en haber de morir,
que se derritía todo en lágrimas; y esto vino a ser tan continuo, que muchas
veces dejaba de pensar en la muerte, por no tener tanto de aquella consolación.
34. Veniendo el invierno, se infermó
de una enfermedad muy recia, y para curarle le ha puesto la cibdad en una casa
del padre de un Ferrera, que después ha sido criado de Baltasar de Faria; y allí
era curado con mucha diligencia; y por la devoción que ya tenían con él
muchas señoras principales, le venían a velar de noche. Y rehaciéndose desta
enfermedad, quedó todavía muy debilitado y con frequente dolor de estómago. Y
así por estas causas, como por ser el invierno muy frío, le hicieron que se
vistiese y calzase y cubriese la cabeza; y así le hicieron tomar dos ropillas
pardillas de paño muy grueso, y un bonete de lo mismo, como media gorra. Y a
este tiempo había muchos días que él era muy ávido de platicar de cosas
espirituales, y de hallar personas que fuesen capaces dellas. Ibase allegando el
tiempo que él tenía pensado para partirse para Hierusalem.
35. Y así al principio del año de
23 se partió para Barcelona para embarcarse. Y aunque se le ofrecían algunas
compañías, no quiso ir sino solo; que toda su cosa era tener a solo Dios por
refugio. Y así un día a unos que le mucho instaban, porque no sabía lengua
italiana ni latina, para que tomase una compañía, diciéndole quánto le
ayudaría, y loándosela mucho, él dijo que, aunque fuese hijo o hermano del
duque de Cardona, no iría en su compañía; porque él deseaba tener tres
virtudes: caridad y fe y esperanza; y llevando un compañero, cuando tuviese
hambre esperaría ayuda dél; y cuando cayese, que le ayudaría a levantar; y así
también se confiara dél y le ternía afición por estos respectos; y que esta
confianza y afición y esperanza la quería tener en solo Dios. Y esto, que decía
desta manera, lo sentía así en su corazón. Y con estos pensamientos él tenía
deseos de embarcarse, no solamente solo, mas sin ninguna provisión. Y empezando
a negociar la embarcación, alcanzó del maestro de la nave que le llevase de
valde, pues que no tenía dineros, mas con tal condición, que había de meter
en la nave algún biscocho para mantenerse, y que de otra manera de ningún modo
del mundo le recibirían.
36. El cual biscocho queriendo
negociar, le vinieron grandes escrúpulos: ¿esta es la esperanza y la fe que tu
tenías en Dios, que no te faltaría? etc. Y esto con tanta eficacia, que le
daba gran trabajo. Y al fin, no sabiendo qué hacerse, porque dentrambas partes
veía razones probables, se determinó de ponerse en manos de su confesor; y así
le declaró quánto deseaba seguir la perfección, y lo que más fuese gloria de
Dios, y las causas que le hacían dubdar si debría llevar mantenimiento. El
confesor se resolvió que pidiese lo necesario y que lo llevase consigo; y pidiéndolo
a una señora, ella le demandó para dónde se quería embarcar. El estuvo
dudando un poco si se lo diría; y a la fin no se atrevió a decirle más, sino
que venía a Italia y a Roma. Y ella, como espantada, dijo: «¿a Roma queréis
ir? pues los que van allá, no sé cómo vienen»: (queriendo decir que se
aprovechaban en Roma poco de cosas de espíritu). Y la causa por que él no osó
decir que iba a Hierusalem fue por temor de la vanagloria; el cual temor tanto
le afligía, que nunca osaba decir de qué tierra ni de qué casa era. Al fin,
habido el biscocho, se embarcó; mas hallándose en la playa con cinco o seis
blancas, de las que le habían dado pidiendo por las puertas (porque desta
manera solía vivir), las dejó en un banco que halló allí junto a la playa.
37. Y se embarcó, habiendo estado
en Barcelona poco más de veinte días. Estando todavía aún en Barcelona antes
que se embarcase, según su costumbre, buscaba todas las personas espirituales,
aunque estuviesen en hermitas lejos de la cibdad, para tratar con ellas. Mas ni
en Barcelona ni en Manresa, por todo el tiempo que allí estuvo, pudo hallar
personas, que tanto le ayudasen como él deseaba; solamente en Manresa aquella
muger, de que arriba está dicho, que le dijera que rogaba a Dios le aparesciese
Jesu Cristo: esta sola le parescía que entraba más en las cosas espirituales.
Y así, después de partido de Barcelona, perdió totalmente esta ansia de
buscar personas espirituales.
38. Tuvieron viento tan recio en
popa, que llegaron desde Barcelona hasta Gaeta en cinco días con sus noches,
aunque con harto temor de todos por la mucha tempestad. Y por toda aquella
tierra se temían de pestilencia; mas él, como desembarcó, comenzó a caminar
para Roma. De aquellos que venían en la nave se le juntaron en compañía una
madre, con una hija que traía en hábitos de muchacho, y un otro mozo. Estos le
seguían, porque también mendicaban. Llegados a una casería, hallaron un
grande fuego, y muchos soldados a él, los cuales les dieron de comer, y les
daban mucho vino, invitándolos, de manera que parecía que tuviesen intento de
escallentalles. Después los apartaron; poniendo la madre y la hija arriba en
una cámara, y el pelegrino con el mozo en un establo. Mas cuando vino la media
noche, oyó que allá arriba se daban grandes gritos; y, levantándose para ver
lo que era, halló la madre y la hija abajo en el patio muy llorosas, lamentándose
que las querían forzar. A él le vino con esto un ímpetu tan grande, que empezó
a gritar, diciendo: «¿esto se ha de sufrir?» y semejantes quejas; las cuales
decía con tanta eficacia, que quedaron espantados todos los de la casa, sin que
ninguno le hiciese mal ninguno. El mozo había ya huído, y todos tres empezaron
a caminar así de noche.
39. Y llegados a una cibdad que
estaba cerca, la hallaron cerrada; y no pudiendo entrar, pasaron todos tres
aquella noche en una iglesia que allí estaba, llovida. A la mañana no les
quisieron abrir la cibdad; y por de fuera no hallaban limosna, aunque fueron a
un castillo que parecía cerca de alli, en el cual el pelegrino se halló flaco,
así del trabajo de la mar, como de lo demás etc. Y no pudiendo más caminar,
se quedó allí; y la madre y la hija se fueron hacia Roma. Aquel día salieron
de la cibdad mucha gente; y sabiendo que venía allí la señora de la tierra,
se le puso delante, diciéndole que de sola flaqueza estaba enfermo; que le pedía
le dejase entrar en la cibdad para buscar algún remedio. Ella lo concedió fácilmente.
Y empezando a mendicar por la cibdad, halló muchos cuatrines, y rehaciéndose
allí dos días, tornó a proseguir su camino, y llegó a Roma el domingo de
ramos.
40. Donde todos los que le
hablaban, sabiendo que no llevaba dineros para Hierusalem, le empezaron a
disuadir la ida, afirmándole con muchas razones que era imposible hallar pasaje
sin dineros; mas él tenía una grande certidumbre en su alma, que no podía
dubdar, sino que había de hallar modo para ir a Hierusalem. Y habiendo tomado
la bendición del papa Adriano sexto, después se partió para Venecia, ocho días
o nueve después de pascua de resurrección. Llevaba todavía seis o siete
ducados, los cuales le habían dado para el pasaje de Venecia a Hierusalem, y él
los había tomado, vencido algo de los temores que le ponían de no pasar de
otra manera. Mas dos días después de ser salido de Roma empezó a conozer que
aquello había sido la desconfianza que había tenido, y le pesó mucho de haber
tomado los ducados, y pensaba si sería bueno dejarlos. Mas al fin se determinó
de gastarlos largamente en los que se ofrescían, que ordinariamente eran
pobres. Y hízolo de manera, que, cuando después llegó a Venecia, no llevaba más
que algunos cuatrines, que aquella noche le fueron necesarios.
41. Todavía por este camino hasta
Venecia, por las guardas que eran de pestilencia, dormía por los pórticos; y
alguna vez le acaeció, en levantándose a la mañana, topar con un hombre, el
cual, en viendo que le vió, con grande espanto se puso a huir, porque paresce
que le debía de ver muy descolorido. Caminando ansí llegó a Choza, y con
algunos compañeros que se le habían ajuntado supo que no les dejarían entrar
en Venecia; y los compañeros determinaron ir a Padua para tomar allí cédula
de sanidad, y ansí partió él con ellos; mas no pudo caminar tanto, porque
caminaban muy recio. Dejándole, cuasi noche, en un grande campo; en el cual
estando, le aparesció Cristo de la manera que le solía aparescer, como arriba
hemos dicho, y lo confortó mucho. Y con esta consolación, el otro día a la mañana,
sin contrahacer cédula, como (creo) habían hecho sus compañeros, llega a la
puerta de Padua y entra, sin que las guardas le demanden nada; y lo mismo le
acaeció a la salida; de lo cual se espantaron mucho sus compañeros, que venían
de tomar cédula para ir a Venecia, de la cual él no se curó.
42. Y llegados a Venecia venieron
las guardas a la barca para examinar a todos, uno por uno, cuantos había en
ella; y a él solo dejaron. Manteníase en Venecia mendicando, y dormía en la
plaza de San Marcos; mas nunca quiso ir a casa del embajador del emperador, ni
hacía diligencia especial para buscar con que pudiese pasar; y tenía una gran
certidumbre en su alma, que Dios le había de dar modo para ir a Hierusalem; y
esta le confirmaba tanto, que ningunas razones y miedos que le ponían le podían
hacer dubdar. Un día le topó un hombre rico español y le preguntó lo que hacía
y dónde quería ir; y sabiendo su intención, lo llevó a comer a su casa, y
después lo tuvo algunos días hasta que se aparejó la partida. Tenía el
peregrino esta costumbre ya desde Manresa, que, cuando comía con algunos, nunca
hablaba en la tabla, si no fuese responder brevemente, mas estaba escuchando lo
que se decía, y cogiendo algunas cosas, de las cuales tomase ocasión para
hablar de Dios; y, acabada la comida, lo hacía.
43. Y esta fue la causa porque el
hombre de bien con toda su casa tanto se aficionaron a él, que le quisieron
tener, y esforzaron a estar en ella; y el mismo huésped lo llevó al Duque de
Venecia para que le hablase, id est, le hizo dar entrada y audiencia. El Duque,
como oyó al peregrino, mandó que le diesen embarcación en la nave de los
gobernadores que iban a Cipro. Aunque aquel año eran venidos muchos peregrinos
a Hierusalem, los más dellos eran vueltos a sus tierras por el nuevo caso que
había acaescido de la tomada de Rodas. Todavía había trece en la nave
pelegrina, que partió primero, y ocho o nueve quedaban para la de los
gobernadores; la cual estando para partirse, le viene al nuestro peregrino una
grave enfermedad de calenturas; y después de haberle tratado mal algunos días,
le dejaron, y la nave se partía el día que él había tomado una purga.
Preguntaron los de casa al médico si podría embarcarse para Hierusalem, y el médico
dijo que, para allá ser sepultado, bien se podría embarcar; mas él se embarcó
y partió aquel día; y vomitó tanto, que se halló muy ligero y fue del todo
comenzando a sanar. En esta nave se hacían algunas suciedades y torpezas
manifiestas, las cuales él reprehendía con severidad.
44. Los españoles que allí iban
le avisaban no lo hiciese, porque trataban los de la nave de dejarlo en alguna
ínsula. Mas quiso nuestro Señor que llegaron presto a Cipro, a donde, dejada
aquella nave, se fueron por tierra a otro puerto que se dice las Salinas, que
estaba diez leguas de allí, y entraron en la nave pelegrina, en la cual tampoco
no metió más para su mantenimiento, que la esperanza que llevaba en Dios, como
había hecho en la otra. En todo este tiempo le aparescía muchas veces nuestro
Señor, el cual le daba mucha consolación y esfuerzo; mas parescíale que vía
una cosa redonda y grande, como si fuese de oro, y esto se le representaba después
de partidos de Cipro llegaron a Jafa; y caminando para Hierusalem en sus
asnillos, como se acostumbra, antes de llegar a Hierusalem dos millas, dijo un
español, noble, según parescía, llamado por nombre Diego Manes, con mucha
devoción a todos los pelegrinos, que, pues de ahí a poco habían de llegar al
lugar de donde se podría ver la santa cibdad, que sería bueno todos se
aparejasen en sus consciencias, y que fuesen en silencio.
45. Y paresciendo bien a todos, se
emepezó cada uno a recojer; y un poco antes de llegar al lugar donde se veía,
se apearon, porque vieron los frailes con la cruz, que los estaban esperando. Y
viendo la cibdad tuvo el pelegrino grande consolación; y según los otros decían,
fue universal en todos, con una alegría que no parescía natural; y la misma
devoción sintió siempre en las visitaciones de los lugares santos. Su firme
propósito era quedarse en Hierusalem, visitando siempre aquellos lugares
santos; y tambíen tenía propósito, ultra desta devoción, de ayudar las ánimas;
y para este efecto traía cartas de encomienda para el guardián, las cuales le
dió y le dijo su intención de quedar allí por su devoción; mas no la segunda
parte, de querer aprovechar las ánimas, porque esto a ninguno lo decía, y la
primera había muchas veces publicado. El guardián le respondió que no veía cómo
su quedada pudiese ser, porque la casa estaba en tanta necesidad, que no podía
mantener los frailes, y por esa causa estaba determinado de mandar con los
pelegrinos algunos a estas partes. Y el peregrino respondió que no quería
ninguna cosa de la casa, sino solamente que, cuando algunas veces él viniese a
confesarse, le oyesen de confesión. Y con esto el guardián le dijo, que de
aquella manera se podría hacer; mas que esperase hasta que viniese el
provincial (creo que era el supremo de la orden en aquella tierra), el cual
estaba en Belem.
46. Con esta promesa se aseguró el
pelegrino, y empezó a escribir cartas para Barcelona para personas
espirituales. Teniendo ya escrita una y estando escribiendo la otra, víspera de
la partida de los pelegrinos, le vienen a llamar de parte del provincial y del
guardián porque había llegado; y el provincial le dice con buenas palabras cómo
había sabido su buena intención de quedar en aquellos lugares santos; y que
había bien pensado en la cosa; y que, por la experiencia que tenía de otros,
juzgaba que no convenía. Porque muchos habían tenido aquel deseo, y quién había
sido preso, quién muerto; y que después la religión quedaba obligada a
rescatar los presos; y por tanto él se aparejase de ir el otro día con los
pelegrinos. El respondió a esto: que él tenía este propósito muy firme, y
que juzgaba por ninguna cosa dejarlo de poner en obra; dando honestamente a
entender que, aunque al provincial no le paresciese, si no fuese cosa que le
obligase a pecado, que él no dejaría su propósito por ningún temor. A esto
dijo el provincial que ellos tenían autoridad de la Sede apostólica para hacer
ir de allí, o quedar allí, quien les paresciese, y para poder descomulgar a
quien no les quisiese obedescer, y que en este caso ellos juzgaban que él no
debía de quedar etc.
47. Y queriéndole demostrar las
bulas, por las cuales le podían descomulgar, él dijo que no era menester
verlas; que él creía a sus Reverencias; y pues que ansí juzgaban con la
autoridad que tenían, que él les obedescería. Y acabado esto, volviendo donde
antes estaba, le vino grande deseo de tornar a visitar el monte Olivete antes
que se partiese, ya que no era voluntad de nuestro Señor que él se quedase en
aquellos santos lugares. En el monte Olivete está una piedra, de la cual subió
nuestro Señor a los cielos, y se ven aún agora las pisadas impresas; y esto
era lo que él quería tornar a ver. Y así, sin decir ninguna cosa ni tomar guía
(porque los que van sin Turco por guía corren grande peligro), se descabulló
de los otros, y se fue solo al monte Olivete. Y no lo querían dejar entrar las
guardas. Les dió un cuchillo de las escrivanías que llevaba; y después de
haber hecho su oración con harta consolación, le vino deseo de ir a Betphage;
y estando allá, se tornó a acordar que no había bien mirado en el monte
Olivete a qué parte estaba el pie derecho, o a qué parte el esquierdo; y
tornando allá creo que dió las tijeras a las guardas para que le dejasen
entrar.
48. Cuando en el monasterio se supo
que él era partido así sin guía, los frailes hicieron diligencias para
buscarle; y así, descendiendo él del monte Olivete, topó con un cristiano de
la cintura, que sirvía en el monasterio, el cual con un grande bastón y con
muestra de grande enojo hacía señas de darle. Y llegando a él trabóle
reciamente del brazo, y él se dejó fácilmente llevar. Mas el buen hombre
nunca le desasió. Yendo por este camino así asido del cristiano de la cintura,
tuvo de nuestro Señor grande consolación, que le parescía que vía Cristo
sobre él siempre. Y esto, hasta que allegó al monasterio, duró siempre en
grande abundancia.
49. Partieron el otro día y,
llegados a Cipro, los pelegrinos se apartaron en diversas naves. Había en el
puerto tres o cuatro naves para Venecia. Una de turcos, y otra era un navío muy
pequeño, y la tercera era una nave muy rica y poderosa de un hombre rico
veneciano. Al patrón desta pidieron algunos pelegrinos quisiese llevar el
pelegrino; mas él, como supo que no tenía dineros, no quiso, aunque muchos se
lo rogaron, alabándole etc. Y el patrón respondió que, si era santo, que
pasase como pasó Santiago, o una cosa símile. Estos mismos rogadores lo
alcanzaron muy fácilmente del patrón del pequeño navío. Partieron un día
con próspero viento por la mañana, y a la tarde les vino una tempestad, con
que se despartieron unas de otras, y la grande se fue a perder junto a las
mismas islas de Cipro, y sólo la gente salvó; y la nave de los turcos se perdió,
y toda la gente con ella, con la misma tormenta. El navío pequeño pasó mucho
trabajo, y al fin vinieron a tomar una tierra de la Pulla. Y esto en la fuerza
del invierno; y hacía grandes fríos y nevaba; y el peregrino no llevaba más
ropas que unos zaragüelles de tela gruesa hasta la rodilla, y las piernas
nudas, con zapatos, y un jubón de tela negra, abierto con muchas cuchilladas
por las espaldas, y una ropilla corta de poco pelo.
50. Llegó a Venecia mediado Enero
del año 24, habiendo estado en el mar desde Cipro todo el mes de Noviembre y
Deciembre, y lo que era pasado de Enero. En Venecia le halló uno de aquellos
dos, que le habían acojido en su casa antes que partiese para Hierusalem, y le
dió de limosna 15 ó 16 julios y un pedazo de paño, del cual hizo muchos
dobleces, y le puso sobre el estómago por el gran frío que hacía. Después
que el dicho pelegrino entendió que era voluntad de Dios que no estuviese en
Hierusalem, siempre vino consigo pensando quid agendum, y al fin se inclinaba más
a estudiar algún tiempo para poder ayudar a las ánimas, y se determinaba ir a
Barcelona; y así se partió de Venecia para Génova. Y estando un día en
Ferrara en la iglesia principal, cumpliendo con sus devociones, un pobre le pedió
limosna, y él le dió un marquete, que es moneda de 5 ó 6 cuatrines. Y después
de aquel vino otro, y le dió otra monedilla que tenía, algo mayor. Y al 3º,
no teniendo sino julios, le dió un julio. y como los pobres veían que daba
limosna, no hacían sino venir, y así se acabó todo lo que traía. Y al fin
vinieron muchos pobres juntos a pedir limosna. El respondió que le perdonasen,
que no tenía más nada.
51. Y así se partió de Ferrara
para Génova. Halló en el camino unos soldados españoles, que aquella noche le
hicieron buen tratamiento; y se espantaron mucho cómo hacía aquel camino,
porque era menester pasar cuasi por medio de entrambos los ejércitos, franceses
y imperiales, y le rogaban que dejase la vía real, y que tomase otra segura que
le enseñaban. Mas él no tomó su consejo; sino caminando su camino derecho,
topó con un pueblo quemado y destruído, y así hasta la noche no halló quien
le diese nada para comer. Mas cuando fue a puesta de sol, llegó a un pueblo
cercado, y las guardas le cogieron luego, pensando que fuese espía; y metiéndole
en una casilla junto a la puerta, le empezaron a examinar, como se suele hacer
cuando hay sospecha; y respondiendo a todas las preguntas que no sabía nada. Y
le desnudaron, y hasta los zapatos le escudriñaron, y todas las partes del
cuerpo, para ver si llevaba alguna letra. Y no pudiendo saber nada por ninguna vía,
trabaron dél para que viniese al capitán; que él le haría decir. Y diciendo
él que le llevasen cubierto con su ropilla, no quisieron dársela, y lleváronle
así con los zaragüelles y jubón arriba dichos.
52. En esta ida tuvo el pelegrino
como una representación de cuando llevaban a Cristo, aunque no fue visión como
las otras. Y fue llevado por tres grandes calles; y él iba sin ninguna
tristeza, antes con alegría y contentamiento. El tenía por costumbre de
hablar, a cualquiera persona que fuese, por vos, teniendo esta devoción, que así
hablaba Cristo y los apóstoles etc. Yendo ansí por estas calles, le pasó por
la fantasía que sería bueno dejar aquella costumbre en aquel trance y hablar
por señoría al capitán, y esto con algunos temores de tormentos que le podían
dar etc. Mas como conosció que era tentación: pues así es, dice, yo no le
hablaré por señoría, ni le haré reverencia, ni le quitaré caperuza.
53. Llegan al palacio del capitán,
y déjanle en una sala baja, y de allí a un rato le habla el capitán. Y él
sin hacer ningún modo de cortesía, responde pocas palabras, y con notable
espacio entre una y otra. Y el capitán le tuvo por loco, y ansí lo dijo a los
que lo trajeron: «este hombre no tiene seso; dalde lo suyo y echaldo fuera».
Salido de palacio, luego halló un español que allí vivía, el cual lo llevó
así a su casa, y le dió con qué se desayunase y todo lo necesario para
aquella noche. Y partido a la mañana, caminó hasta la tarde, que le vieron dos
soldados que estaban en una torre, y bajaron a prendelle. Y llevándolo al capitán,
que era francés, el capitán le preguntó entre las otras cosas, de qué tierra
era: y entendiendo que era de Guipusca, le dijo; «yo soy de allí de cerca»,
paresce ser junto a Bayona; y luego dijo: «llevalde, y dalde de cenar, y
hacelde buen tratamiento». En este camino de Ferrara para Génova, pasó otras
cosas muchas menudas, y a la fin llegó a Génova, adonde le conosció un
viscaino que se llamaba Portundo, que otras veces le había hablado cuando él
servía en la corte del rey católico. Este le hizo embarcar en una nave que iba
a Barcelona, en la cual corrió mucho peligro de ser tomado de Andrea Doria, que
le dió caza, el cual entonces era francés.
54. Llegado a Barcelona comunicó
su inclinación de estudiar con Guisabel Roscer, y con un Maestro Ardévol que
enseñaba gramática. A entrambos paresció muy bien, y él se ofresció enseñarle
de valde, y ella de dar lo que fuese menester para sustentarse. Tenía el
pelegrino en Manresa un fraile, creo que de sant Bernardo, hombre muy
espiritual, y con este deseaba estar para aprender, y para poderse dar más cómodamente
al espíritu, y aún aprovechar a las ánimas. Y así respondió que aceptaba la
oferta, si no hallase en Manresa la comodidad que esperaba. Mas ido allá halló
que el fraile era muerto; y así, vuelto a Barcelona, comenzó a estudiar con
harta diligencia. Mas impedíale mucho una cosa, y era que, cuando comenzaba a
decorar, como es necesario en los principios de gramática, le venían nuevas
inteligencias de cosas espirituales y nuevos gustos; y esto con tanta manera,
que no podía decorar, ni por mucho que repugnase las podía echar.
55. Y ansí, pensando muchas veces
sobre esto, decía consigo: «ni cuando yo me pongo en oración y estoy en la
misa no me vienen estas inteligencias tan vivas»; y así poco a poco vino a
conoscer que aquello era tentación. Y después de hecha oración se fue a santa
María de la Mar, junto a la casa del maestro, habiéndole rogado que le
quisiese en aquella iglesia oír un poco. Y así sentados, le declara todo lo
que pasaba por su alma fielmente, y quán poco provecho hasta entonces por
aquella causa había hecho; mas que él hacía promesa al dicho maestro,
diciendo: «yo os prometo de nunca faltar de oíros estos dos años, en cuanto
en Barcelona hallare pan y agua con que me pueda mantener». Y como hizo esta
promesa con harta eficacia, nunca más tuvo aquellas tentaciones. El dolor de
estómago, que le tomó en Manresa, por causa del cual tomó zapatos, le dejó,
y se halló bien del estómago desque partió para Hierusalem. Y por esta causa,
estando en Barcelona estudiando, le vino deseo de tornar a las penitencias
pasadas; y así empezó hacer un agujero en las suelas de los zapatos. Ibalos
ensanchando poco a poco, de modo que, cuando llegó el frío del invierno, ya no
traía sino la pieza de arriba.
56. Acabados dos años de estudiar,
en los cuales, según le decían, había harto aprovechado, le decía su maestro
que ya podía oír artes, y que se fuese a Alcalá. Mas todavía él se hizo
examinar de un doctor en teología, el cual le aconsejó lo mismo: y ansí se
partió solo para Alcalá, aunque ya tenía algunos compañeros, según creo.
Llegado a Alcalá empezó a mendicar y vivir de limosnas. Y después, de allí a
10 ó 12 días que vivía desta manera, un día un clérigo, y otros que estaban
con él, viéndole pedir limosna, se empezaron a reír dél, y decirle algunas
injurias, como se suele hacer a estos que, siendo sanos, mendican. Y pasando a
este tiempo el que tenía cargo del hospital nuevo de Antezana, mostrando pesar
de aquello, le llamó, y le llevó para el hospital, en el cual le dió una cámara
y todo el necesario.
57. Estudió en Alcalá cuasi año
y medio; y porque el año de 24o en la cuaresma llegó en Barcelona en la cual
estudió dos años, el año de 26 llegó Alcalá, y estudió términos de Soto,
y phísica de Alberto, y el Maestro de las Sentencias. Y estando en Alcalá se
ejercitaba en dar ejercicios espirituales, y en declarar la doctrina cristiana:
y con esto se hacía fruto a gloria de Dios. Y muchas personas hubo, que
vinieron en harta noticia y gusto de cosas espirituales; y otras tenían varias
tentaciones: como era una que queriéndose disciplinar, no lo podía hacer, como
que le tuviesen la mano, y otras cosas símiles, que hacían rumores en el
pueblo, máxime por el mucho concurso que se hacía adonde quiera que él
declaraba la doctrina. Luego como allegó a Alcalá, tomó conoscimiento con D.
Diego de Guía, el cual estaba en casa de su hermano que hacía emprempta en
Alcalá, y tenía bien el necesario; y así le ayudaban con limosnas para
mantener pobres, y tenía los tres compañeros del pelegrino en su casa. Una
vez, viniéndole a pedir limosna para algunas necesidades, dijo D. Diego que no
tenía dineros; mas abrióle una arca, en que tenía diversas cosas, y así le
dió paramentos de lechos de diversas colores, y ciertos candeleros, y otras
cosas semejantes, las cuales todas, envueltas en una sábana, el pelegrino se
puso sobre las espaldas, y fue a remediar los pobres. Acordarme he del temor que
el mismo pasó una noche.
58. Como arriba está dicho, había
grande rumor por toda aquella tierra de las cosas que se hacían en Alcalá, y
quién decía de una manera, y quién de otra. Y llegó la cosa hasta Toledo a
los inquisidores; los cuales venidos Alcalá, fue avisado el pelegrino por el huésped
dellos, diciéndole que les llamaban los ensayalados, y creo que alumbrados; y
que habían de hacer carnicería en ellos. Y ansí empezaron luego hacer
pesquisa y proceso de su vida, y al fin se volvieron a Toledo sin llamarles,
habiendo venido por aquel solo efecto; y dejaron el proceso al vicario Figueroa,
que agora está con el emperador. El cual de ahí algunos días les llamó y les
dijo cómo se había hecho pesquisa y proceso de su vida por los inquisidores, y
que no se hallaba ningún error en su doctrina ni en su vida, y que por tanto
podían hacer lo mismo que hacían sin ningún impedimento. Mas no siendo ellos
religiosos, no parescía bien andar todos de un hábito; que sería bien, y se
lo mandaba, que los dos, mostrando el pelegrino y Artiaga, tiñesen sus ropas de
negro; y los otros dos, Calisto y Cáceres, las tiñesen de leonado; y Juanico,
que era mancebo francés, podría quedar así.
59. El pelegrino dice que harán lo
que les es mandado. Mas no sé, dice, qué provecho hacen estas inquisiciones:
que a uno tal no le quiso dar un sacerdote el otro día el sacramento porque se
comulga cada ocho días, y a mí me hacían dificultad. Nosotros queríamos
saber si nos han hallado alguna heresía. «No, dice Figueroa, que si la
hallaran, os quemaran». «También os quemaran a vos, dice el pelegrino, si os
hallaran heresía». Tiñen sus vestes, como les es mandado, y de ahí a 15 ó
20 días le manda el Figueroa al peregrino que no ande descalzo, mas que se
calce; y él lo hace así quietamente, como en todas las cosas de esa cualidad
que le mandaban. De ahí a 4 meses el mismo Figueroa tornó a hacer pesquisa
sobre ellos; y, ultra de las sólitas causas, creo que fuese también alguna
ocasión, que una muger casada y de cualidad tenía especial devoción al
peregrino; y, por no ser vista, venía cubierta, como suelen en Alcalá de
Henares, entre dos luces, a la mañana, al hospital; y entrando se descubría, y
iba a la cámara del peregino. Mas ni desta vez les hicieron nada; ni aun después
de hecho el proceso les llamaron, ni dijeron cosa alguna. De lo que me contó
Bustamante.
60. De ahí a otros 4 meses que él
estaba ya en una casilla, fuera del hospital, viene un día un alguacil a su
puerta, y le llama y dice: «veníos un poco conmigo». Y dejándole en la cárcel,
le dice: «no salgáis de aquí hasta que os sea ordenada otra cosa». Esto era
en tiempo de verano, y él no estaba estrecho, y así venían muchos a visitalle;
y hacía lo mismo que libre, de hacer doctrina y dar ejercicios. No quiso nunca
tomar advogado ni procurador, aunque muchos se ofrescían. Acuérdase
especialmente de doña Teresa de Cárdenas, la cual le envió a visitar, y le
hizo muchas veces ofertas de sacarle de allí; mas no aceptó nada, diciendo
siempre: «aquel, por cuyo amor aquí entré, me sacará, si fuere servido dello».
m.ª uno, y era confessor.
61. Diecisiete días estuvo en la
prisión, sin que le examinasen ni él supiese la causa dello; al fin de los
cuales vino Figueroa a la cárcel, y le examinó de muchas cosas, hasta
preguntarle si hacía guardar el sábado. Y si conoscía dos ciertas mugeres,
que eran madre y hija; y desto dijo que sí. Y si había sabido de su partida
antes que se partiesen; y dijo que no, por el juramento que había recebido. Y
el vicario entonces, poniéndole la mano en el hombro con muestra de alegría,
le dijo: «esta era la causa porque sois aquí venido». Entre las muchas
personas que seguían al peregrino había una madre y una hija, entrambas
viudas, y la hija muy moza, y muy vistosa, las cuales habían entrado mucho en
espíritu, máxime la hija; y en tanto que, siendo nobles, eran idas a la Verónica
de Jaén a pie, y no sé si mendicando, y solas; y esto hizo grande rumor en
Alcalá; y el doctor Ciruelo, que tenía alguna protección dellas, pensó que
el preso las había inducido, y por eso le hizo prender. Pues como el preso vió
lo que había dicho el vicario, le dijo: «queréis que hable un poco más largo
sobre esta materia?» dice: sí. «Pues habéis de saber, dice el preso, que
estas dos mugeres muchas veces me han instado para que querían ir por todo el
mundo servir a los pobres por unos hospitales y por otros; y yo las he siempre
desviado deste propósito, por ser la hija tan moza y tan vistosa, etc.; y les
he dicho que, cuando quisiesen visitar a pobres, lo podían hacer en Alcalá, y
ir acompañar el santísimo sacramento». Y acabadas estas pláticas, el
Figueroa se fue con su notario, llevando escrito todo.
62. En aquel tiempo estaba Calixto
en Segovia, y sabiendo de su prisión, se vino luego, aunque recién
convalescido de una grande enfermedad, y se metió con él en la cárcel. Mas él
le dijo que sería mejor irse presentar al vicario; el cual le hizo buen
tratamiento, y le dijo que le mandaría ir a la cárcel, porque era menester que
estuviese en ella hasta que viniesen aquellas mugeres, para ver si confirmaban
con su dicho. Estuvo Calixto en la cárcel algunos días; mas viendo el
peregrino que le hacía mal a la salud corporal, por estar aún no del todo
sano, le hizo sacar por medio de un doctor, amigo mucho suyo. Desde el día que
entró en la cárcel el peregrino, hasta que le sacaron, se pasaron cuarenta y 2
días; al fin de los cuales, siendo ya venidas las dos devotas, fue el notario a
la cárcel a leerle la sentencia, que fuese libre, y que se vistiesen como los
otros estudiantes, y que no hablasen de cosas de la fee dentro de 4 años que
hoviesen más estudiado, pues que no sabían letras. Porque, a la verdad, el
peregrino era el que sabía más, y ellas eran con poco fundamento: y esta era
la primera cosa que él solía decir cuando le examinaban.
63. Con esta sentencia estuvo un
poco dubdoso lo que haría, porque parece que le tapaban la puerta para
aprovechar a las ánimas, no le dando causa ninguna, sino porque no había
estudiado. Y en fin él se determinó de ir al arzobispo de Toledo, Fonseca, y
poner la cosa en sus manos. Partióse de Alcalá, y halló el arzobispo en
Valladolid; y contándole la cosa que pasaba fielmente, le dijo que, aunque no
estaba ya en su jurisdicción, ni era obligado a guardar la sentencia, todavía
haría en ello lo que ordenase (hablándole de vos, como solía a todos). El
arzobispo le recibió muy bien, y [entendiendo que deseaba pasar a Salamanca,
dijo] que también en Salamanca tenía amigos y un colegio, todo le ofreciendo;
y le mandó luego, en se saliendo cuatro escudos.
64. Llegado a Salamanca, estando
haciendo oración en una iglesia, le conoció una devota que era de la compañía,
porque los 4 compañeros ya había días que allí estaban, y le preguntó por
su nombre, y así lo llevó a la posada de los compañeros. Cuando en Alcalá
dieron sentencia que se vistiesen como estudiantes, dijo el peregrino: «cuando
nos mandastes teñir las vestes lo habemos hecho; mas agora esto no lo podemos
hacer, porque no tenemos con qué comprarlas». Y así el mismo vicario les ha
proveído de vestiduras y bonetes, y todo lo demás de estudiantes; y desta
manera vestidos habían partido de Alcalá. Confesábase en Salamanca con un
fraile de santo Domingo en sant Esteban; y hubiendo 10 ó 12 días que era
allegado, le dijo un día el confesor: «los Padres de la casa os querían
hablar»; y él dijo: «en nombre de Dios». «Pues, dijo el confesor, será
bueno que os vengáis acá a comer el domingo; mas de una cosa os aviso, que
ellos querrán saber de vos muchas cosas». Y así el domingo vino con Calixto;
y después de comer, el soprior, en absencia del prior, con el confesor, y creo
yo que con otro fraile, se fueron con ellos en una capilla, y el soprior con
buena afabilidad empezó a decir quán buenas nuevas tenían de su vida y
costumbres, que andaban predicando a la apostólica; y que holgarían de saber
destas cosas más particularmente. Y así comenzó a preguntar qué es lo que
habían estudiado. Y el peregrino respondió: «entre todos nosotros el que más
ha estudiado soy yo», y le dió claramente qüenta de lo poco que había
estudiado, y con quán poco fundamento.
65. Pues luego ¿qué es lo que
predicáis? nosotros, dice el peregrino, no predicamos, sino con algunos
familiarmente hablamos cosas de Dios, como después de comer con algunas
personas que nos llaman. Mas, dice el fraile, «¿de qué cosas de Dios habláis?
que eso es lo que queríamos saber». «Hablamos, dice el peregrino, quándo de
una virtud, quándo de otra, y esto alabando; quándo de un vicio, quándo de
otro, y reprehendiendo». «Vosotros no sois letrados, dice el fraile, y habláis
de virtudes y de vicios; y desto ninguno puede hablar sino en una de dos
maneras: o por letras, o por el Espíritu santo. No por letras; ergo por Espíritu
santo». Aquí estuvo el peregrino un poco sobre sí, no le pareciendo bien
aquella manera de argumentar; y después de haber callado un poco, dijo que no
era menester hablar más destas materias. Instando el fraile: «pues agora que
hay tantos errores de Erasmo y de tantos otros, que han engañado al mundo ¿no
queréis declarar lo que decís?». Y esto que es del Espíritu santo, es lo que
queríamos saber.
66. El peregrino dijo: «Padre, yo
no diré más de lo que he dicho, si no fuese delante de mis superiores, que me
pueden obligar a ello». Antes desto había demandado por qué venía Calisto así
vestido, el cual traía un sayo corto y un grande sombrero en la cabeza, y un
bordón en la mano, y unos botines cuasi hasta media pierna; y por ser muy
grande, parescía más deforme. El peregrino le contó cómo habían sido presos
en Alcalá, y les habían mandado vestir de estudiantes; y aquel su compañero,
por las grandes calores, había dado su loba a un pobre clérigo. Aquí dijo el
fraile como entre dientes, dando señas que no le placía: «La caridad empieza
por sí mismo». Pues tornando a la historia, no pudiendo el soprior sacar otra
palabra del peregrino sino aquella, dice: «pues quedaos aquí, que bien haremos
con que lo digáis todo». Y así se van todos los frailes con alguna priesa.
Preguntando primero el peregrino si querrían que quedasen en aquella capilla, o
adónde querrían que quedase, respondió el soprior, que quedasen en la
capilla. Luego los frailes hicieron cerrar todas las puertas, y negociaron, según
parece, con los jueces. Todavía los dos estuvieron en el monasterio 3 días sin
que nada se les hablase de parte de la justicia, comiendo en el refitorio con
los frailes. Y cuasi siempre estaba llena su cámara de frailes, que venían a
velles; y el peregrino siempre hablaba de lo que solía; de modo que entre ellos
había ya como division, habiendo muchos que se mostraban afectados.
67. Al cabo de los 3 días vino un
notario y llevóles a la cárcel. Y no los pusieron con los malhechores en bajo,
mas en un aposento alto, adonde, por ser cosa vieja y deshabitada, había mucha
suciedad. Y pusiéronlos entrambos en una misma cadena, cada uno por su pie; y
la cadena estaba apegada a un poste que estaba en medio de la casa, y sería
larga de 10 ó 13 palmos; y cada vez que uno quería hacer alguna cosa, era
menester que el otro le acompañase. Y toda aquella noche estuvieron en vigilia.
Al otro día, como se supo en la cibdad de su prisión, les mandaron a la cárcel
en qué durmiesen, y todo el necesario abundantemente; y siempre venían muchos
a visitalles, y el peregrino continuaba sus ejercicios de hablar de Dios etc. El
bachiller Frías les vino a examinar a cada uno por sí, y el peregrino le dió
todos sus papeles, que eran los Ejercicios, para que los examinasen. Y preguntándolos
si tenían compañeros, dijeron que sí y adonde estaban, y luego fueron allí
por mandado del bachiller, y trajeron a la cárcel Cáceres y Artiaga, y dejaron
a Juanico, el cual después se hizo fraile. Mas no los pusieron arriba con los
dos, sino abajo, adonde estaban los presos comunes. Aquí también menos quiso
tomar advogado ni procurador.
68. Y algunos días después fue
llamado delante de cuatro jueces, los tres doctores, Sanctisidoro, Paravinhas y
Frías, y el cuarto el bachiller Frías, que ya todos habían visto los
Ejercicios. Y aquí le preguntaron muchas cosas, no sólo de los Ejercicios, mas
de teología, verbi gratia, de la Trinidad y del Sacramento, cómo entendía
estos artículos. Y él hizo su prefación primero. Y todavía, mandado por los
jueces, dijo de tal manera, que no tuvieron qué reprehendelle. El bachiller Frías,
que en estas cosas se había mostrado siempre más que los otros, le preguntó
también un caso de cánones; y a todo fue obligado a responder, diciendo
siempre primero que él no sabía lo que decían los doctores sobre aquellas
cosas. Después le mandaron que declarase el primero mandamiento de la manera
que solía declarar. El se puso a hacello, y detúvose tanto y dijo tantas cosas
sobre el primero mandamiento, que no tuvieron gana de demandalle más. Antes
desto, cuando hablaban de los Ejercicios, insistieron mucho en un solo punto,
que estaba en ellos al principio; de quándo un pensamiento es pecado venial, y
de quándo es mortal. Y la cosa era, porque, sin [ser] él letrado, determinaba
aquello. El respondía: «si esto es verdad o no, allá lo determinad; y si no
es verdad, condenaldo»; y al fin ellos, sin condenar nada, se partieron.
69. Entre muchos que venían
hablalle a la cárcel vino una vez D. Francisco de Mendoza, que agora se dice
cardenal de Burgos, y vino con el bachiller Frías. Preguntándole familiarmente
cómo se hallaba en la prisión y si le pesaba de estar preso, le respondió: «yo
responderé lo que respondí hoy a una señora, que decía palabras de compasión
por verme preso». Yo le dije: «en esto mostráis que no deseáis de estar
presa por amor de Dios. ¿pues tanto mal os paresce que es la prisión? pues yo
os digo que no hay tantos grillos ni cadenas en Salamanca, que yo no deseo más
por amor de Dios». Acaesció en este tiempo que los presos de la cárcel
huyeron todos, y los dos compañeros, que estaban con ellos, no huyeron. Y
cuando en la mañana fueron hallados con las puertas abiertas, y ellos solos sin
ninguno, dió esto mucha edificación a todos, y hizo mucho rumor por la cibdad;
y así luego les dieron todo un palacio, que estaba allí junto, por prisión.
70. Y a los 22 días que estaban
presos les llamaron a oír la sentencia, la cual era que no se hallaba ningún
error ni en vida ni en doctrina; y que así podrían hacer como antes hacían,
enseñando la doctrina y hablando de cosas de Dios, con tanto que nunca
difiniesen: esto es pecado mortal, o esto es pecado venial, si no fuese pasados
4 años, que huviesen más estudiado. Leída esta sententia, los jueces
mostraron mucho amor, como que querían que fuese aceptada. El peregrino dijo
que él haría todo lo que la sentencia mandaba, mas que no la aceptaría; pues,
sin condenalle en ninguna cosa, le cerraban la boca para que no ayudase los prójimos
en lo que pudiese. Y por mucho que instó el doctor Frías, que se demostraba
muy afectado, el peregrino no dijo más, sino que, en cuanto estuviese en la
jurisdicción de Salamanca haría lo que se le mandaba. Luego fueron sacados de
la cárcel, y él empezó a encomendar a Dios y a pensar lo que debía de hacer.
Y hallaba dificultad grande de estar en Salamanca; porque para aprovechar las ánimas
le parescía tener cerrada la puerta con esta prohibición de no difinir de
pecado mortal y de venial.
71. Y ansí se determinó de ir a
París a estudiar. Cuando el peregrino en Barcelona consultaba si estudiaría y
quánto, toda su cosa era si, después que hubiese estudiado, si entraría en
religión, o si andaría ansí por el mundo. Y cuando le venían pensamientos de
entrar en religión, luego le venía deseo de entrar en una estragada y poco
reformada, habiendo de entrar en religión, para poder más padescer en ella; y
también pensando que quizá Dios les ayudaría a ellos; y dábale Dios una
grande confianza que sufriría bien todas las afrentas y injurias que le
hiciesen. Pues como a este tiempo de la prisión de Salamanca a él no le
faltasen los mismos deseos que tenía de aprovechar a las ánimas, y para el
efecto estudiar primero y ajuntar algunos del mismo propósito, y conservar los
que tenía; determinado de ir para París, concertóse con ellos que ellos
esperasen por allí, y que él iría para poder ver si podría hallar modo para
que ellos pudiesen estudiar.
72. muchas personas principales le
hicieron grandes instanzias que no se fuese, mas nunca lo pudieron acabar con él;
antes 15 ó 20 días después de haber salido de la prisión, se partió solo,
llevando algunos libros en un asnillo: y llegado a Barcelona, todos los que le
conoscían le desuadieron la pasada a Francia por las grandes guerras que había,
contándole ejemplos muy particulares, hasta decirle que en asadores metían los
españoles; mas nunca tuvo ningún modo de temor.
73. Y así se partió para París
solo y a pie, y llegó a París por el mes de Hebrero, poco más o menos; y según
me cuenta, esto fue el año de 1528 ó de 27. Púsose en una casa con algunos
españoles, y iba a estudiar humanidad a Monteagudo. Y la causa fue, porque,
como le habían hecho pasar adelante en los estudios con tanta priesa, hallábase
muy falto de fundamentos; y estudiaba con los niños, pasando por la orden y
manera de París. Por una cédula de Barcelona le dió un mercader, luego que
llegó a París, veinte y cinco escudos, y estos dió a guardar a uno de los
españoles de aquella posada, el cual en poco tiempo lo gastó, y no tenía con
qué pagalle. Así que, pasada la cuaresma, ya el peregrino no tenía nada
dellos, así por haber él gastado, como por la causa arriba dicha; y fue costreñido
a mendicar, y aun a dejar la casa en que estaba. Cuando estaba preso en Alcalá,
nasció el príncipe de España; y por aquí se puede hacer la cuenta de todo,
etiam de lo pasado.
74. Y fue recogido en el hospital
de sant Jaques, ultra los Innocentes. Tenía grande incomodidad para el estudio,
porque el hospital estaba del colesio de Monteagudo un buen trecho, y era
menester, para hallar la puerta abierta, venir al toque del Avemaría, y salir
de día; y así no podía tan bien atender a sus lecciones. Era también otro
impedimento el pedir limosna para se mantener. Ya había cuasi 5 años que no le
tomaba el dolor de estómago, y así él empezó a darse a mayores penitencias y
abstinencias. Pasando algún tiempo en esta vida del hospital y de mendicar, y
viendo que aprovechaba poco en las letras, empezó a pensar qué haría; y
viendo que había algunos, que sirvían en los colegios a algunos regentes y tenían
tiempo de estudiar, se determinó de buscar un amo.
75. Y hacía esta consideración
consigo y propósito, en el cual hallaba consolación, imaginando que el maestro
sería Cristo, y a uno de los escolares pornía nombre San Pedro, y a otro San
Juan, y así a cada uno de los apóstoles; y cuando me mandare el maestro,
pensaré que me manda Cristo; y cuando me mandare otro, pensaré que me manda
San Pedro. Puso hartas diligencias por hallar amo: habló por una parte al
bachiller Castro, y a un fraile de los Cartujos, que conoscía muchos maestros,
y a otros, y nunca fue posible que le hallasen un amo.
76. Y al fin, no hallando remedio,
un fraile español le dijo un día que sería mejor irse cada año a Flandes, y
perder dos meses, y aun menos, para traer con qué pudiese estudiar todo el año;
y este medio, después de encomendarle a Dios, le paresció bueno. Y usando
deste consejo, traía cada año de Flandes con que en alguna manera pasaba; y
una vez pasó también a Inglaterra, y trujo más limosna de la que solía los
otros años.
77. Venido de Flandes la primera
vez, empezó más intensamente que solía a darse a conversaciones espirituales,
y daba cuasi en un mismo tiempo ejercicios a tres, es a saber: a Peralta, y al
bachiller Castro que estaba en Sorbona, y a un viscaíno que estaba en santa Bárbara,
por nombre Amador. Estos hicieron grandes mutaciones, y luego dieron todo lo que
tenían a pobres, etiam los libros, y empezaron a pedir limosna por París, y
fueronse a posar en el hospital de San Jaques, adonde de antes estaba el
peregrino, y de donde ya era salido por las causas arriba dichas. Hizo esto
grande alboroto en la universidad, por ser los dos primeros personas señaladas
y muy conoscidas. Y luego los españoles comenzaron a dar batalla a los dos
maestros; y no los podiendo vencer con muchas razones y persuasiones a que
viniesen a la universidad, se fueron un día muchos con mano armada y los
sacaron del hospital.
78. Y trayéndolos a la
universidad, se vinieron a concertar en esto: que después que huviesen acabado
sus estudios, entonces llevasen adelante sus propósitos. El bachiller Castro
después vino a España, y predicó en Burgos algún tiempo, y se puso fraile
cartujo en Valencia. Peralta se partió para Hierusalem a pie y peregrinando.
Desta manera fue tomado en Italia por un capitán, su pariente, el cual tuvo
medios con que le llevó al papa, y hizo que le mandase que se tornase para España.
Estas cosas no pasaron luego, sino algunos años después. Levantáronse en París
grandes murmuraciones, máxime entre españoles, contra el peregrino; y nuestro
maestro de Govea, deciendo que había hecho loco a Amador, que estaba en su
colesio, se determinó y lo dijo, la primera vez que viniese a santa Bárbara,
le haría dar un sala por seductor de los escolares.
79. El español, en cuya compañía
había estado al principio, y le había gastado los dineros, sin se los pagar se
partió para España por vía de Ruán; y estando esperando pasaje en Ruán, cayó
malo. Y estando así enfermo, lo supo el peregrino por una carta suya; y viniéronle
deseos de irle a visitar y ayudar; pensando también que en aquella conjunción
le podría ganar para que, dejando el mundo, se entregase del todo al servicio
de Dios. Y para poder conseguirlo le venía deseo de andar aquellas 28 leguas
que hay de París a Ruán a pie descalzo sin comer ni beber; y haciendo oración
sobre esto, se sentía muy temeroso. Al fin fue a Santo Domingo, y allí se
resolvió a andar al modo dicho habiendo ya pasado aquel grande temor que sentía
de tentar a Dios. Al día siguiente por la mañana en que debía partir, se
levantó de madrugada, y al comenzar a vestirse le vino un temor tan grande que
casi le parecía que no podía vestirse. A pesar de aquella repugnancia salió
de casa, y aun de la ciudad antes que entrase el día. Con todo, el temor le
duraba siempre y le siguió hasta Argenteuil, que es un pueblo distante tres
leguas de París en dirección de Ruán donde se dice que se conserva la
vestidura de Nuestro Señor. Pasado aquel pueblo con este apuro espiritual,
subiendo a un altozano, le comenzó a dejar aquella cosa y le vino una gran
consolación y esfuerzo espiritual, con tanta alegría, que empezó a gritar por
aquellos campos y hablar con Dios etc. Y se albergó aquella noche con un pobre
mendigo en un hospital habiendo caminado aquel día 14 leguas. Al día siguiente
fue a recogerse en un pajar y al tercer día llegó a Ruán. En todo este tiempo
permaneció sin comer ni beber y descalzo como había determinado. En Ruán
consoló al enfermo y ayudó a ponerlo en una nave para ir a España; y le dio
cartas, dirigiéndole a los compañeros que estaban en Salamanca, esto es
Calixto, Cáceres y Arteaga.
80. Y para no hablar más de estos
su fin fue el que sigue: Mientras el peregrino estaba en París les escribía
con frecuencia según el acuerdo que habían tomado, mostrándole las pocas
facilidades que había para hacerles venir a estudiar en París. A pesar de
esto, se ingenió para escribir a D.ª Leonor Mascarenhas que ayudase a Calixto
con cartas para la corte del rey de Portugal, a fin de que pudiese tener una
beca de las que el rey de Portugal daba en París. Doña Leonor dio las cartas a
Calixto y una mula para el viaje, y dinero para los gastos. Calixto se fue a la
corte de Portugal, pero al fin no fue a París; antes volviendo a España se fue
a la India del emperador con una cierta mujer espiritual. Y después, vuelto a
España, marchó otra vez a la misma India, y entonces regresó a España rico,
e hizo maravillar en Salamanca a todos los que antes le habían conocido. Cáceres
volvió a Segovia, que era su patria, y allí comenzó a vivir de tal modo, que
parecía haberse olvidado del primer propósito. Arteaga fue hecho comendador.
Después, estando ya la Compañía en Roma, le dieron un obispado de Indias. El
escribió al peregrino que lo diese a uno de la Compañía, y habiéndosele
respondido negativamente, se fue a la India del emperador, hecho obispo, y allí
murió por un accidente extraño, esto es, que, estando él enfermo, y habiendo
dos frascos de agua para refrescarse, uno del agua que el médico le prescribía,
y el otro de agua de solimán venenosa, le dieron por error el segundo, que lo
mató.
81. El peregrino volvió de Ruán a
París, y encontró que, por lo que había pasado con Castro y Peralta, se habían
levantado grandes rumores acerca de él, y que el inquisidor le había hecho
llamar. Mas él no quiso esperar, y se fue al inquisidor, diciéndole que había
oído que lo buscaba; que estaba dispuesto a todo lo que quisiese (este
inquisidor se llamaba nuestro maestro Ori, fraile de Santo Domingo),pero que le
rogaba que lo despachase pronto porque tenía intención de entrar por San
Remigio de aquel año en el curso de Artes; que deseaba que esto pasase antes,
para poder mejor atender a sus estudios. Pero el inquisidor no le volvió a
llamar, sino sólo le dijo que era verdad que le habían hablado de sus cosas,
etc.
82. Poco después vino San Remigio,
que cae al principio de ocubre, y entró a oír el curso de Artes bajo un
Maestro llamado Mro. Juan Pena, y entró con propósito de conservar aquellos
que habían propuesto servir al Señor, pero no seguir buscando otros, a fin de
poder estudiar más cómodamente. Empezando a oír las lecciones del curso,
comenzaron a venirle las mismas tentaciones que le habían venido cuando en
Barcelona estudiaba gramática; y cada vez que oía la lección, no podía estar
atento, con las muchas cosas espirituales que le ocurrían. Y viendo que de este
modo hacía poco provecho en las letras, se fue a su maestro le prometió que no
faltaría nunca de seguir todo el curso, mientras pudiese encontrar pan y agua
para poder sustentarse. Y hecha esta promesa, todas aquellas devociones que le
venían fuera de tiempo le dejaron, y prosiguió sus estudios tranquilamente. En
este tiempo conversaba con Mro. Pedro Fabro con Mro. Francisco Javier, los
cuales después ganó para el servicio de Dios por medio de los Ejercicios. En
aquel tiempo del curso no le perseguían como antes. Y a este propósito, una
vez le dijo el doctor Frago que se maravillaba de que anduviese tan tranquilo,
sin que nadie le molestase. Y él le respondió: -La cosa es porque yo no hablo
con nadie de las cosas de Dios; pero, terminado el curso, volveremos a lo de
siempre.
83. Y mientras los dos hablaban, se
acercó un fraile para pedir al doctor Frago que le buscase una casa, porque en
aquella donde él se hospedaba habían muerto muchos, y creía que de peste,
porque entonces comenzaba la peste en París. El doctor Frago y el peregrino
quisieron ir a ver la casa, y llevaron a una mujer que entendía mucho en esto,
la cual, entrando en la casa, afirmó que era peste. El peregrino quiso entrar
también, y encontrando un enfermo, lo consoló, tocándole en la mano la llaga;
y después de haberle consolado y animado un poco, se fue solo; y la mano le
empezó a doler, de modo que le pareció que tenía la peste. Y esta imaginación
era tan vehemente, que no la podía vencer, hasta que con gran ímpetu se metió
la mano en la boca, dándole muchas vueltas dentro, diciendo: -Si tú tienes la
peste en la mano, la tendrás también en la boca. Y habiendo hecho esto, se le
quitó la imaginación y el dolor en la mano.
84. Pero, cuando volvió al colegio
de Santa Bárbara, donde entonces vivía y seguía el curso, los del colegio,
que sabían que había estado en la casa apestada, huían de él, y no quisieron
dejarle entrar; y así se vio obligado a vivir fuera algunos días. Es costumbre
en París que los que estudian Artes, al tercer año, para hacerse bachilleres,
tomen una piedra, como ellos dicen; y como en esto se gasta un escudo, algunos
estudiantes muy pobres no lo pueden hacer. El peregrino empezó a dudar si sería
bueno que la tomase; y encontrándose muy dudoso y sin resolverse, deliberó
poner el asunto en manos de su maestro; y aconsejándole éste que la tomase, la
tomó. A pesar de lo cual no faltaron murmuradores, a lo menos un español, que
lo noto. En París se encontraba ya a este tiempo muy mal del estómago, de modo
que cada quince días tenía dolor de estómago, que le duraba una hora larga y
le hacía venir fiebre. Y una vez le duró el dolor de estómago dieciséis o
diecisiete horas. Y habiendo ya en este tiempo pasado el curso de las Artes, y
habiendo estudiado algunos años teología y ganando a los compañeros, la
enfermedad iba siempre muy adelante, sin poder encontrar ningún remedio, aun
cuando se probasen muchos.
85. Los médicos decían que no
quedaba otro remedio que el aire natal. Además, los compañeros le aconsejaban
lo mismo y le hicieron grandes instancias. Ya por este tiempo habían decidido
todos lo que tenían que hacer, esto es: ir a Venecia y a Jerusalén y gastar su
vida en provecho de las almas; y si no consiguiesen permiso para quedarse en
Jerusalén, volver a Roma y presentarse al Vicario de Cristo, para que los
emplease en lo que Juzgase ser de más gloria de Dios y utilidad de las almas.
Habían propuesto también esperar un año la embarcación en Venecia y si no
hubiese aquel año embarcación para Levante, quedarían libres del voto de
Jerusalén y acudirían al Papa, etc. Al fin, el peregrino se dejó persuadir
por los compañeros, y también porque los españoles de entre ellos tenían
algunos asuntos que él podía despachar. Y lo que se acordó fue que, después
que él se encontrase bien, fuese a despachar los asuntos de los compañeros, y
después se dirigiese a Venecia y esperase allí a los compañeros.
86. Esto era el año 35, y los
compañeros estaban para partir, según el pacto, el año 37, el día de la
conversión de San Pablo, aun cuando después, por las guerras que vinieron,
partieron el ano 36, en noviembre. Y estando el peregrino para partir, oyó que
le habían acusado al inquisidor y que se había hecho proceso contra él.
Oyendo esto y viendo que no le llamaban, se fue al inquisidor y le dijo lo que
había oído, y que estaba para marcharse a España, y que tenía compañeros
que le rogaba que diese sentencia. El inquisidor dijo que era verdad lo de la
acusación, pero que no veía que hubiese cosa de importancia. Solamente quería
ver sus escritos de los Ejercicios; y habiéndolos visto, los alabó mucho y le
pidió al peregrino que le dejase la copia de ellos; y así lo hizo. Con todo
esto, volvió a instar para que quisiese seguir adelante en el proceso hasta
dictar la sentencia. Y excusándose el inquisidor, fue él con un notario público
y con testigos a su casa y tomó fe de todo ello.
87. Y hecho esto, montó en un
caballo pequeño que los compañeros habían comprado, y se fue solo hacia su
tierra. En el camino se encontróo mucho mejor. Y llegando a la Provincia dejó
el camino común y tomó el del monte, que era más solitario; por el cual
caminando un poco, encontró dos hombres armados que venían a su encuentro (y
tiene aquel camino alguna mala fama por los asesinos), los cuales, después de
haberle adelantado un poco, volvieron atrás, siguiéndole con mucha prisa, y
tuvo un poco de miedo. Con todo, habló con ellos, y supo que eran criados de su
hermano, el cual los mandaba para buscarle. Porque, según parece, de Bayona de
Francia, donde el peregrino fue reconocido, había tenido noticia de su venida;
y así ellos anduvieron delante, y el siguió por el mismo camino. Y un poco
antes de llegar a la tierra, encontró a los susodichos que le salían al
encuentro, los cuales le hicieron muchas instancias para conducirlo a casa del
hermano, pero no le pudieron forzar. Así se fue al hospital, y después, a hora
conveniente, fue a buscar limosna en el pueblo.
88. Y en este hospital comenzó a
hablar con muchos que fueron a visitarle de las cosas de Dios, por cuya gracia
se hizo mucho fruto. Tan pronto como llegó, determinó enseñar la doctrina
cristiana cada día a los niños; pero su hermano se opuso mucho a ello,
asegurando que nadie acudiría. El respondió que le bastaría con uno. Pero
después que comenzó a hacerlo, iban continuamente muchos a oírle, y aun su
mismo hermano. Además de la doctrina cristiana, predicaba también los domingos
y fiestas, con utilidad y provecho de las almas, que de muchas millas venían a
oirle. Se esforzó también por suprimir algunos abusos,y con la ayuda de Dios
se puso orden en alguno, verbi gratia: en el juego, hizo que con ejecución se
prohibiese, persuadiéndolo al que tenía el cargo de la justicia. Había también
allá un abuso,y era éste: en aquel país las muchachas van siempre con la
cabeza descubierta, y no se cubren hasta que se casan, pero hay muchas que se
hacen concubinas de sacerdotes y otros hombres y les guardan fidelidad, como si
fuesen sus mujeres. Y esto es tan común, que las concubinas no tienen ninguna
vergüenza en decir que se han cubierto la cabeza por alguno,y por tales son
conocidas.
89. Del cual uso nace mucho mal. El
peregrino persuadió al gobernador que hiciese una ley, según la cual todas
aquellas que se cubriesen la cabeza por alguno, no siendo sus mujeres, fuesen
castigadas por la justicia; y de este modo empezó a quitarse este abuso. Hizo
que se diese orden para que a los pobres se les socorriese publica y
ordinariamente, y que se tocase tres veces el " Ave María", esto es,
por la mañana, al mediodía y a la tarde, para que el pueblo hiciese oración,
como en Roma. Mas, aunque al principio se encontraba bien, después se enfermó
gravemente. Y después que se curó, decidió partirse para despachar los
asuntos que le habían confiado sus compañeros, y partirse sin dinero; de lo
cual se enojó mucho su hermano, avergonzándose de que quisiese ir a pie. Y por
la tarde el peregrino quiso condescender en esto de ir hasta el fin de la
Provincia a caballo con su hermano y con sus parientes.
90. Pero, cuando hubo salido de la
Provincia, dejó el caballo, sin tomar nada, y se fue en dirección de Pamplona,
y de allí a Amazán, pueblo del P. Laínez, y después a Sigüenza y Toledo, y
de Toledo a Valencia. Y en todas estas tierras de los compañeros no quiso tomar
nada, aun cuando le hiciesen grandes ofrecimientos con mucha insistencia. En
Valencia habló con Castro, que era monje cartujo;y queriéndose embarcar para
venir a Génova, los devotos de Valencia le rogaron que no lo hiciese, porque
decían que estaba en el mar Barbarroja con muchas galeras, etc. Y por muchas
cosas que le dijeron, suficientes para ponerle miedo, con todo, nada bastó para
hacerle dudar.
91. Y embarcando en una nave
grande, pasó la tempestad de la cual se ha hecho mención más arriba, cuando
se dijo que estuvo tres veces a punto de muerte. Llegado a Génova, emprendió
el camino hacia Bolonia, y en él sufrió mucho, máxime una vez que perdió el
camino y empezó a andar junto a un río, el cual estaba abajo y el camino en
alto, y este camino, cuanto más andaba, se iba haciendo más estrecho; y llegó
a estrecharse tanto, que no podía seguir adelante, ni volver atrás, de modo
que empezó a andar a gatas, y así caminó un gran trecho con gran miedo,
porque cada vez que se movía creía que caía en el río. Y esta fue la más
grande fatiga y penalidad corporal que jamás tuvo; pero al fin salió del
apuro. Y queriendo entrar en Bolonia teniendo que atravesar un puentecillo de
madera, cayó abajo del puente; y así, levantándose cargado de barro y de
agua, hizo reír a muchos que se hallaron presentes. Y entrando en Bolonia,
empezó a pedir limosna, y no encontró ni siquiera un cuatrín, aunque la
recorrió toda. Estuvo en Bolonia algún tiempo enfermo; después se fue a
Venecia siempre de la misma manera.
92. En Venecia por aquel tiempo se
ejercitaba en dar los ejercicios y en otras conversaciones espirituales. Las
personas mas señaladas a quienes los dio son Mro. Pedro Contarini y Mro. Gaspar
de Doctis, y un español llamado por nombre Rozas. Y estaba también allá otro
español, que se llamaba el bachiller Hoces, el cual trataba mucho con el
peregrino y también con el obispo de Cette,y aunque tenía algún deseo de
hacer los ejercicios, con todo no lo ponía en ejecución. Al fin resolvió
hacerlos; y después que los hizo, a los tres o cuatro días, expuso su intención
al peregrino, diciéndole que tenía miedo no fuese que le enseñase en los
ejercicios alguna doctrina mala, por las cosas que le habia dicho un tal. Y por
eso había llevado consigo ciertos libros para recurrir a ellos en el caso de
que quisiese engañarle. Este se ayudó muy notablemente en los, ejercicios, y
al fin se resolvió a seguir el camino del peregrino. Fue también el primero
que murió.
93. En Venecia tuvo también el
peregrino otra persecución, pues, habia muchos que decían que había sido
quemada su estatua en España y en Paris. Y pasó eso tan adelante, que se hizo
proceso, y fue dada sentencia en favor del peregrino. Los nueve compañeros
llegaron a Venecia a principio del 37. Allí se dividieron para serir en
diversos hospitales. Después de dos o tres meses se fueron todos a Roma para
tomar la bendición para pasar a Jerusalen. El peregrino no fue por causa del
doctor Ortiz, y también del nuevo cardenal Teatino. Los compañeros volvieron
de Roma con pólizas de 200 o 300 escudos, los cuales le fueron dados de limosna
para pasar a Jerusalen, y ellos no los quisieron tomar mas que en pólizas.
Estos escudos, después, no pudiendo ir a Jerusalen, los devolvieron a aquellos
que se los habían dado. Los compañeros volvieron a Venecia del mismo modo que
habían ido, es decir, a pie y mendigando, pero divididos en tres grupos, y de
tal modo que siempre eran de diferentes naciones. En Venecia se ordenaron de
misa los que no estaban ordenados, y les dio licencia el nuncio que estaba
entonces en Venecia, el cual despues se llamó el cardenal Verallo. Se ordenaron
a título de pobreza, haciendo todos votos de castidad y pobreza.
94. Aquel año no había naves que
fuesen a Levante, porque los habian roto con los turcos. Y asi ellos, viendo que
se alejaba la esperanza de pasar a Jerusalen, se dividieron por el Veneto con
intención de esperar el año que habían determinado, y si después de cumplido
no hubiese pasaje, se irían a Roma. Al peregrino tocó ir con Fabro y Laínez a
Vicenza. Allí encontraron una cierta casa fuera de la ciudad, que no tenía ni
puertas ni ventanas, en la cual dormían sobre un poco de paja que habían
llevado. Dos de ellos iban siempre a pedir limosna en la ciudad dos veces al día,
y era tan poco lo que traían, que casi no podían sustentarse. Ordinariamente
comían un poco de pan cocido, cuando lo tenían, y cuidaba de cocerlo el que
quedaha en casa. De este modo pasaron cuarenta días, no atendíendo más que a
la oración.
95. Pasados los cuarenta días,
llegó el Mro. Juan Coduri, y los cuatro decidieron empezar a predicar, y dirigiéndose
los cuatro a diversas plazas, en el mismo día y a la misma hora comenzaron su
sermón, gritando primero fuerte y llamando a la gente con el bonete. Con estos
sermones se hizo mucho ruido en la ciudad, y muchas personas se movieron a
devoción, y ellos tenían con más abundancia las cosas necesarias para la
vida. En el tiempo que estuvo en Vicenza tuvo muchas visiones espirituales,y
muchas, casi ordinarias, consolaciones; y lo contrario le sucedió en París.
Principalmente, cuando comenzó a prepararse para ser sacerdote en Venecia, y
cuando se preparaba para decir la misa, durante todos aquellos viajes tuvo
grandes visitaciones sobrenaturales de aquellas que solía tener cuando estaba
en Manresa. También estando en Vicenza supo que uno de los compañeros, que
estaba en Bassano, se encontraba enfermo y a punto de morir, y él se hallaba
también en aquel mismo tiempo enfermo de fiebre. Con todo, se puso en camino, y
andaba tan fuerte, que Fabro, su compañero, no le podía seguir. Y en este
viaje tuvo certidumbre de Dios, y lo dijo a Fabro, que el compañero no moriría
de aquella enfermedad.Y llegando a Bassano, el enfermo se consoló mucho y sanó
pronto. Despues volvieron todos a Vicenza, y estuvieron allá por algún tiempo
los diez, y algunos iban a pedir limosna por los pueblos cercanos.
96. Después, acabado el año, y no
encontrándose pasaje, decidieron ir a Roma, y también quiso ir el peregrino,
porque la otra vez, cuando fueron a Roma los compañeros, aquellos dos de los
cuales él dudaba, se mostraron muy benévolos. Se dirigieron a Roma, divididos
en tres o cuatro grupos, y el peregrino con Fabro y Laínez; y en este viaje fue
muy especialmente visitado del Senor. Había determinado, después que fuese
sacerdote, estar un año sin decir misa, preparándose y rogando a la Virgen que
le quisiese poner con su Hijo. Y estando un día, algunas millas antes de llegar
a Roma, en una iglesia, y haciendo oración, sintó tal mutación en su alma y
vió tan claramente que Dios Padre le ponía con Cristo, su Hijo, que no tendría
ánimo para dudar de esto, sino que Dios Padre le ponía con su Hijo.
97. Después, viniendo a Roma, dijo
a los compañeros que veía las ventanas cerradas, queriendo decir que habían
de tener allí muchas contradicciones. Y dijo también: -Debemos estar muy sobre
nosotros mismos y no entablar conversación con mujeres, si no fuesen ilustres-.
Y a este propósito, después en Roma Mro. Francisco confesaba a una mujer y la
visitaba alguna vez para tratar de cosas espirituales, y esta mujer fue
encontrada después encinta; pero quiso el Señor que se descubriese el que había
hecho el mal. Algo semejante sucedió a Juan Coduri con una hija espiritual
suya, que fue encontrada con un hombre. Y yo, que escribo estas cosas, dije al
peregrino, cuando me narraba esto, que Laínez lo contaba con otros pormenores,
según había yo oído. Y él me dijo que todo lo que decía Laínez era verdad,
porque él no se acordaba tan detalladamente; pero entonces, cuando lo narraba,
sabe cierto que no había dicho más que la verdad. Esto mismo me dijo entre
otras cosas.
98. Desde Roma fue el peregrino a
Montecasino para dar los ejercicios al doctor Ortiz, y permaneció allí
cuarenta días, en los cuales vió una vez al bachiller Hoces que entraba en el
cielo, y en esto tuvo grandes lágrimas y gran consolación espiritual; y esto
lo vio tan claramente, que si dijese lo contrario le parecería que decía
mentira. Y Montecasino trajo consigo a Francisco Estrada. Volviendo a Roma, se
ejercitaba en ayuda de las almas, y estaban todavía en la viña, y daba los
ejercicios espirituales a un mismo tiempo a varios; de los cuales uno estaba en
Santa María la Mayor y el otrojunto al Puente Sixto. Comenzaron después las
persecuciones, y comenzó Miguel a molestar y hablar mal del peregrino, el cual
le hizo llamar en presencia del gobernador, mostrando antes a este una carta de
Miguel en la que alababa mucho al peregrino. El gobernador examinó a Miguel y
la conclusión fue expulsarlo de Roma. Despues empezaron a perseguir Mudarra y
Barreda, diciendo que el peregrino y los compañeros eran fugitivos de España,
de París y Venecia- Al fin, en presencia del gobernador y del que entonces era
legado de Roma, los dos confesaron que no tenían nada malo que decir contra
ellos ni en las costumbres ni en la doctrina. El legado mandó que se impusiese
silencia en toda aquella causa, pero el peregrino no lo aceptó, diciendo que
quería la sentencia final. No gusto esto al legado ni al gobernador, ni
siquiera a aquellos que favorecían antes al peregrino; pero al fin, después de
algunos meses, vino el Papa a Roma. El peregrino fue a Frascati para hablar con
él, y le representó algunas razones, y el papa se hizo cargo y mandó se diese
sentencia, la cual se dio a su favor, etc. Hiciéronse en Roma con ayuda del
peregrino y de los compañeros algunas obras pías, como son los catecúmenos,
Santa Marta, los Huérfanos, etc. Las otras cosas podrá contarlas el Mro.
Nadal.
99. Yo, después de contadas estas
cosas, a 20 de octubre pregunté al peregrino sobre los Ejercicios y las
Constituciones, deceando saber cómo las había hecho. El me dijo que los
Ejercicios no los había hecho todos de una sola vez, sino que algunas cosas que
observaba en su alma y las encontraba útiles, le parecía que podrían ser útiles
también a otros, y así las ponía por escrito, verbi gratia, del examinar la
conciencia con aquel modo de las lineas, etc. Las elecciones especialmente me
dijo que las había sacado de aquella variedad de espíritu y pensamientos que
tenía cuando estaba en Loyola, estando todavia enfermo de una pierna. Y me dijo
que de las Constituciones me hablaría por la tarde. El mismo día, antes de
cenar, me llamó con un aspecto de persona que estaba mas recogida de lo
ordinario, y me hizo una especie de protestación, la cual en substancia consistía
en mostrar la intención y simplicidad con que había narrado estas cosas,
diciendo que estaba bien cierto que no contaba nada de más; y que habia
cometido muchas ofensas contra Nuestro Senor después que había empezado a
servirle, pero que nunca había tenido consentimiento de pecado mortal, más aún,
siempre creciendo en devoción, esto es, en facilidad de encontrar a Dios, y
ahora más que en toda su vida. Y siempre y a cualquier hora que quería
encontrar a Dios, lo encontraba. Y que aún ahora tenía muchas veces visiones,
máximeaquellas, de las que arriba se dijo, der a Cristo como sol, etc. Y esto
le sucedía frecuentemente cuando estaba tratando de cosas de importancia, y
aquello le hacía venir en confirmación, etc.
100. Cuando decía misa tenía
también muchas visiones, y cuando hacía las Constituciones las tenía también
con mucha frecuencia; y que ahora lo puede afirmar más fácilmente, porque cada
día escribía lo que pasaba por su alma y lo encontraha ahora escrito. Y así
me mostró un fajo muy grande de escritos de los cuales me leyó una parte. Lo más
cran visiones que él veía en confirmación de alguna de las Constituciones y
viendo unas veces a Dios Padre, otras las tres personas de la Trinidad, otras a
la Virgen que intercedía, otras que confirmaba. En particular me habló sobre
las determinaciones, en las cuales estuvo cuarenta días diciendo misa cada día,
y cada día con muchas lágrimas y lo que se trataba era si la iglesia tendría
alguna renta, y si la Compañía se podría ayudar de ella.
101. El modo que el Padre guardaba cuando hacía las Constituciones era decir misa cada día y representar el punto que trataba a Dios y hacer oración sobre aquello y siempre hacía la oración y decía misa con lágrimas. Yo deseaba ver todos aquellos papeles de las Constituciones y le rogué me los dejase un poco; pero él no quiso.
Es
una gentileza de http://www.jesuitas.es
para la BIBLIOTECA BÁSICA DEL CRISTIANO