LEYENDA
MAYOR
Por
SAN BUENAVENTURA
PARTE
PRIMERA
PRÓLOGO
O1.
Ha aparecido la gracia de Dios, salvador nuestro, en estos últimos tiempos,
en su siervo Francisco, y a través de él se ha manifestado a todos los hombres
verdaderamente humildes y amigos de la santa pobreza, los cuales, al venerar en
su persona la sobreabundante misericordia de Dios, son amaestrados con su
ejemplo a renunciar por completo a la impiedad y a los deseos
mundanos, a llevar una vida en todo conforme a la de Cristo y a anhelar con
sed insaciable la gran dicha que se espera . El Altísimo, en efecto,
fijó su mirada en Francisco como en el verdadero pobrecillo y abatido
con tal efusión de benignidad y condescendencia, que no sólo lo levantó, como
al desvalido, del polvo de la vida contaminada del mundo, sino que,
convirtiéndole en seguidor, adalid y heraldo de la perfección evangélica, lo
puso como luz de los creyentes, a fin de que, dando testimonio de la luz, preparase
al Señor un camino de luz y de paz en los corazones de los fieles.
01. En
verdad, Francisco, cual lucero del alba en medio de la niebla matinal,
irradiando claros fulgores con el brillo rutilante de su vida y doctrina,
orientó hacia la luz a los que estaban sentados en tinieblas y en sombras de
muerte; y como arco iris que reluce entre nubes de gloria, mostrando en sí la
señal de la alianza del Señor, anunció a los hombres la buena noticia de la
paz y de la salvación, siendo él mismo ángel de verdadera paz, destinado por
Dios - a imitación y semejanza del Precursor - a predicar la penitencia con el
ejemplo y la palabra, preparando en el desierto el camino de la altísima
pobreza.
01.
Francisco - según aparece claramente en el decurso de toda su vida - fue
prevenido desde el principio con los dones de la gracia divina, enriquecido
después con los méritos de una virtud nunca desmentida, colmado también del
espíritu de profecía y destinado además a una misión angélica, todo él
abrasado en ardores seráficos y elevado a lo alto en carroza de fuego como un
hombre jerárquico. Por todo lo cual, bien puede concluirse que estuvo investido
con el espíritu y poder de Elías. Asimismo, se puede creer con
fundamento que Francisco fue prefigurado en aquel ángel que subía del oriente
llevando impreso el sello de Dios vivo, según se describe en la verídica
profecía del otro amigo del Esposo: Juan, apóstol y evangelista. En efecto, al
abrirse el sexto sello - dice Juan en el Apocalipsis - , vi otro ángel que
sabía del oriente llevando el sello de Dios vivo.
02. Que
este embajador de Dios tan amable a Cristo, tan digno de imitación para
nosotros y digno objeto de admiración para el mundo entero fuese el mismo
Francisco, lo deducimos con fe segura si observamos el alto grado de su eximia
santidad, pues, viviendo entre los hombres, fue un trasunto de la pureza
angélica y ha llegado a ser propuesto como dechado de los perfectos seguidores
de Cristo.
02. A
interpretarlo así fiel y piadosamente nos induce no sólo la misión que tuvo
de llamar a los hombres al llanto y luto, a raparse y ceñirse de saco y a
grabar en la frente de los que gimen y se duelen el signo tau, como
expresión de la cruz de la penitencia y del hábito conformado a la misma cruz,
sino que aún más lo confirma como testimonio verdadero e irrefragable el sello
de su semejanza con el Dios viviente, esto es, con Cristo crucificado, sello que
fue impreso en su cuerpo no por fuerza de la naturaleza ni por artificio del
humano ingenio, sino por el admirable poder del Espíritu de Dios vivo.
O3.
Mas, sintiéndome indigno e incapaz de escribir la vida de este hombre tan
venerable, dignísima, por otra parte, de ser imitada por todos, confieso
sinceramente que de ningún modo hubiera emprendido tamaña empresa si no me
hubiese impulsado el ardiente afecto de mis hermanos, el apremiante y unánime
ruego del capítulo general y la especial devoción que estoy obligado a
profesar al santo Padre. En efecto, gracias a su invocación y sus méritos,
siendo yo niño - lo recuerdo perfectamente - fui librado de las fauces de la
muerte; por tanto, si yo me resistiera a publicar sus glorias, temo ser acusado
de crimen de ingratitud. Este ha sido, pues, el motivo principal que me ha
inducido a asumir el presente trabajo: el reconocimiento de que Dios me ha
conservado la salud del cuerpo y del alma por intercesión de Francisco, cuyo
poder he llegado a experimentar en mi propia persona.
03. Por
todo lo cual me he afanado en recoger por doquiera - no plenamente, que es
imposible, sino como en fragmentos - los datos referentes a las virtudes, hechos
y dichos de su vida que se habían olvidado o se hallaban diseminados por
diversos lugares, con objeto de que no se perdieran para siempre una vez
desaparecidos de este mundo los que habían convivido con el siervo de Dios.
04.
Para adquirir un conocimiento más claro y seguro de la verdad acerca de su vida
y poder transmitirlo a la posteridad, he acudido a los lugares donde nació,
vivió y murió el Santo; y he tratado de informarme diligentemente sobre el
particular conversando con sus compañeros que aún sobreviven, especialmente
con aquellos que fueron testigos cualificados de su santidad y sus seguidores
más fieles, a quienes debe darse pleno crédito, no sólo por haber conocido
ellos de cerca la verdad de los hechos, sino también por tratarse de personas
de virtud bien probada.
04. En
la descripción de todo aquello que el Señor se dignó realizar mediante su
siervo, he optado por prescindir de las formas galanas de un estilo florido, ya
que un lenguaje sencillo ayuda más a la devoción del lector que el ataviado
con muchos adornos. Además, al narrar la historia, con el fin de evitar
confusiones, no he seguido siempre un orden estrictamente cronológico, sino que
he procurado guardar un orden que mejor se adaptara a relacionar unos hechos con
otros, en cuanto que sucesos acaecidos en un mismo tiempo parecía más
conveniente insertarlos en materias distintas, al par que acontecimientos
sucedidos en diversos tiempos correspondía mejor agruparlos en una misma
materia.
05. El
principio, desarrollo y término de la vida de Francisco están descritos en los
quince distintos capítulos que se señalan a continuación: Capítulo 1. Vida
de Francisco en el siglo. Capítulo 2. Perfecta conversión a Dios y
restauración de tres iglesias . Capítulo 3. Fundación de la Religión y
aprobación de la Regla. Capítulo 4. Progreso de la Orden durante el gobierno
dei Santo y confirmación de la Regla ya aprobada. Capítulo 5. Austeridad de
vida y consuelo que le daban las criaturas. Capítulo 6. Humildad y obediencia
del Santo y condescendencia divina a sus deseos. Capítulo 7. Amor a la pobreza
y admirable solución en casos de penuria. Capítulo 8. Sentimiento de piedad
del Santo y afición que sentían hacia él los seres irracionales. Capítulo 9.
Fervor de su caridad y ansias de martirio. Capítulo 10. Vida de oración y
poder de sus plegarias. Capítulo 1 1. Inteligencia de las Escrituras y
espíritu de profecía. Capítulo 12. Eficacia de su predicación y don de
curaciones. Capítulo 13. Las sagradas llagas. Capítulo 14. Paciencia del Santo
y su muerte. Capítulo 15. Canonización. Traslado de su cuerpo 21. Por
último, se insertan algunos milagros realizados después de su dichosa muerte.
Capítulo
I Vida de Francisco en el siglo
01.1
Hubo en la ciudad de Asís un hombre llamado Francisco, cuya memoria es
bendita, pues, habiéndose Dios complacido en prevenirlo con bendiciones
de dulzura, no sólo le libró, en su misericordia, de los peligros de la
vida presente, sino que le colmó de copiosos dones de gracia celestial. En
efecto, aunque en su juventud se crió en un ambiente de mundanidad entre los
vanos hijos de los hombres y se dedicó - después de adquirir un cierto
conocimiento de las letras a los negocios lucrativos del comercio, con todo,
asistido por el auxilio de lo alto, no se dejó arrastrar por la lujuria de la
carne en medio dio jóvenes lascivos, si bien era él aficionado a las fiestas;
ni por más que se dedicara al lucro conviviendo entre avaros mercaderes, jamás
puso su confianza en el dinero y en los tesoros.
O1.1
Había Dios infundido en lo más íntimo del joven Francisco una cierta
compasión generosa hacia los pobres, la cual, creciendo con él desde la
infancia, llenó su corazón de tanta benignidad, que convertido ya en un
oyente no sordo del Evangelio, se propuso dar limosna a todo el que se la
pidiere, máxime si alegaba para ello el motivo del amor de Dios.
01.1
Mas sucedió un día que, absorbido por el barullo del comercio, despachó con
las manos vacías, contra lo que era su costumbre, a un pobre que se había
acercado a pedirle una limosna por amor de Dios. Pero, vuelto en sí al
instante, corrió tras el pobre y, dándole con clemencia la limosna, prometió
al Señor Dios que, a partir de entonces, nunca jamás negaría el socorro -
mientras le fuera posible - a cuantos se lo pidieran por amor suyo. Dicha
promesa la guardó con incansable piedad hasta su muerte, mereciendo con ello un
aumento copioso de gracia y amor de Dios. Solía decir, cuando ya se había
revestido perfectamente de Cristo, que, aun cuando estaba en el siglo, apenas
podía oír la expresión "amor de Dios" sin sentir un profundo
estremecimiento."
01.1
Además, la suavidad de su mansedumbre, unida a la elegancia de sus modales; su
paciencia y afabilidad, fuera de serie; la largueza de su munificencia, superior
a sus haberes - virtudes estas que mostraban claramente la buena índole de que
estaba adornado el adolescente - , parecían ser como un preludio de bendiciones
divinas que más adelante sobre él se derramarían raudales. De hecho, un
hombre muy simple de Asís, inspirado, al parecer, por el mismo Dios, si alguna
vez se encontraba con Francisco por la ciudad, se quitaba la capa y la extendía
a sus pies, asegurando que éste era digno de toda reverencia, por cuanto en un
futuro próximo realizaría grandes proezas y llegaría a ser honrado
gloriosamente por todos los fieles.
01.2
Ignoraba todavía Francisco los designios de Dios sobre su persona, ya que,
volcada su atención - por mandato del padre - a las cosas exteriores y
arrastrado además por el peso de la naturaleza caída hacia los goces de aquí
abajo, no había aprendido aún a contemplar las realidades del cielo ni se
había acostumbrado a gustar las cosas divinas. Y como quiera que el azote de la
tribulación abre el entendimiento al oído espiritual, de pronto se hizo sentir
sobre él la mano del Señor y la diestra del Altísimo operó en su espíritu
un profundo cambio, afligiendo su cuerpo con prolijas enfermedades para disponer
así su alma a la unción del Espíritu Santo.
01.2
Una vez recobradas las fuerzas corporales y cuando - según su costumbre - iba
adornado con preciosos vestidos, le salió al encuentro un caballero noble, pero
pobre y mal vestido. A la vista de aquella pobreza, se sintió conmovido su
compasivo corazón, y, despojándose inmediatamente de sus atavíos, vistió con
ellos al pobre, cumpliendo así, a la vez, una doble obra de misericordia:
cubrir la vergüenza de un noble caballero y remediar la necesidad de un pobre.
01.3 A
la noche siguiente, cuando estaba sumergido en profundo sueño, la demencia
divina le mostró un precioso y grande palacio, en que se podían apreciar toda
clase de armas militares, marcadas con la señal de la cruz de Cristo,
dándosele a entender con ello que la misericordia ejercitada, por amor al gran
Rey, con aquel pobre caballero sería galardonada con una recompensa
incomparable. Y como Francisco preguntara para quién sería el palacio con
aquellas armas, una voz de lo alto le aseguró que estaba reservado para él y
sus caballeros.
01.3 Al
despertar por la mañana - como todavía no estaba familiarizado su espíritu en
descubrir el secreto de los misterios divinos e ignoraba el modo de remontarse
de las apariencias visibles a la contemplación de las realidades invisibles -
pensó que aquella insólita visión sería pronóstico de gran prosperidad en
su vida. Animado con ello y desconociendo aún los designios divinos, se propuso
dirigirse a la Pulla con intención de ponerse al servicio de un noble conde, y
conseguir así la gloria militar que le presagiaba la visión contemplada.
Emprendió poco después el viaje, dirigiéndose a la próxima ciudad, y he
aquí que de noche oyó al Señor que le hablaba familiarmente: Francisco,
"¿quién piensas podrá beneficiarte más: el señor o el siervo, el rico
o el pobre?" A lo que contestó Francisco que, sin duda, el señor y el
rico. Prosiguió la voz del Señor: «Por qué entonces abandonas al Señor por
el siervo y por un pobre hombre dejas a un Dios rico?» Contestó Francisco: «Qué
quieres, Señor, que haga?» Y el Señor le dijo: "Vuélvete a
tu tierra, porque la visión que has tenido es figura de una realidad espiritual
que se ha de cumplir en ti no por humana, sino por divina disposición".
01.4
Desentendiéndose desde entonces de la vida agitada del comercio, suplicaba
devotamente a la divina demencia se dignara manifestarle lo que debía hacer. Y,
en tanto que crecía en él muy viva la llama de los deseos celestiales por el
frecuente ejercicio de la oración y reputaba por nada - llevado de su amor a la
patria del cielo las cosas todas de la tierra? creía haber encontrado el tesoro
escondido, y, cual prudente mercader, se decidía a vender todas las cosas para
hacerse con la preciosa margarita. Pero todavía ignoraba cómo hacerlo; lo
único que vislumbraba su espíritu era que el negocio espiritual exige desde el
principio el desprecio del mundo y que la milicia de Cristo debe iniciarse por
la victoria de sí mismo.
01.5
Cierto día, mientras cabalgaba por la llanura que se extiende junto a la ciudad
de Asís, inopinadamente se encontró con un leproso, cuya vista le provocó un
intenso estremecimiento de horror. Pero, trayendo a la memoria el propósito de
perfección que había hecho y recordando que para ser caballero de Cristo
debía, ante todo, vencerse a sí mismo, se apeó del caballo y corrió a besar
al leproso. Extendió éste la mano como quien espera recibir algo, y recibió
de Francisco no sólo una limosna de dinero, sino también un beso. Montó de
nuevo, y, dirigiendo en seguida su mirada por la planicie? amplia y despejada
por todas partes, no vio más al leproso. Lleno de admiración y gozo, se puso a
cantar devotamente las alabanzas del Señor, proponiéndose ya escalar siempre
cumbres más altas de santidad.
01.5
Desde entonces buscaba la soledad, amiga de las lágrimas; allí, dedicado por
completo a la oración acompañada de gemidos inefables y tras
prolongadas e insistentes súplicas, mereció ser escuchado por el Señor.
Sucedió, pues, un día en que oraba de este modo, retirado en la soledad, todo
absorto en el Señor por su ardiente fervor, que se le apareció Cristo Jesús
en la figura de crucificado. A su vista quedó su alma como derretida; y de
tal modo se le grabó en lo más íntimo de su corazón la memoria de la pasión
de Cristo, que desde aquella hora - siempre que le venía a la mente el recuerdo
de Cristo crucificado - a duras penas podía contener exteriormente las
lágrimas y los gemidos, según él mismo lo declaró en confianza poco antes de
morir. Comprendió con esto el varón de Dios que se le dirigían a él
particularmente aquellas palabras del Evangelio: Si quieres venir en pos de
mí, niégate a ti mismo, toma tu cruz y sígueme.
01.5 Al
despuntar el nuevo día, lleno de seguridad y gozo, vuelve apresuradamente a
Asís, y, convertido ya en modelo de obediencia, espera que el Señor le
descubra su voluntad. Revistióse, a partir de este momento, del espíritu de
pobreza, del sentimiento de la humildad y del afecto de una tierna compasión.
Si antes, no ya el trato de los leprosos, sino el sólo mirarlos, aunque fuera
de lejos, le estremecía de horror, ahora, por amor a Cristo crucificado, que,
según la expresión del profeta, apareció despreciable como un leproso,
con el fin de despreciarse completamente a sí mismo, les prestaba con benéfica
piedad a los leprosos sus humildes y humanitarios servicios. Visitaba
frecuentemente sus casas, les proporcionaba generosas limosnas y con gran afecto
y compasión les besaba la mano y hasta la misma boca.
01.6 En
cuanto se refiere a los pobres mendigos, no sólo deseaba entregarles sus
bienes, sino incluso su propia persona, llegando, a veces, a despojarse de sus
vestidos, y otras, a descoserlos o rasgarlos cuando no tenía otra cosa a mano.
A los sacerdotes pobres los socorría con reverencia y piedad, sobre todo
proveyéndoles de ornamentos de altar, para participar así de alguna manera en
el culto divino ~ remediar la pobreza de los ministros del culto.
01.6
Por este tiempo visitó con religiosa devoción el sepulcro del apóstol Pedro,
y, viendo a la puerta de la iglesia una multitud de pobres, movido por una
afectuosa compasión hacia ellos y atraído por su amor a la pobreza, entregó
sus propios vestidos a uno que parecía ser más necesitado, y, cubierto con sus
harapos, pasó todo aquel día en medio de los pobres con extraordinario gozo de
espíritu. Buscaba con ello despreciar la gloria mundana y ascender gradualmente
a la perfección evangélica. Ponía gran cuidado en mortificar la carne, para
que la cruz de Cristo que llevaba impresa dentro de su corazón rodease también
el exterior todo su cuerpo. Todo esto lo practicaba ya el varón de Dios
Francisco cuando todavía no se había apartado del mundo ni en su vestido ni en
su modo de vivir.
Capítulo
II Perfecta conversión a Dios y restauración de tres iglesias
02.1.
Como quiera que el siervo del Altísimo no tenía en su vida más maestro que
Cristo, plugo a la divina demencia colmarlo de nuevos favores visitándole con
la dulzura de Su gracia. Prueba de ello es el siguiente hecho. Salió un día
Francisco al campo a meditar, y al pasear junto a la iglesia de San Damián,
cuya vetusta fábrica amenazaba ruina, entró en ella - movido por el Espíritu
- a hacer oración; y mientras oraba postrado ante la imagen del Crucificado, de
pronto se sintió inundado de una gran consolación espiritual. Fijó sus ojos,
arrasados en lágrimas, en la cruz del Señor, y he aquí que oyó con sus
oídos corporales una voz procedente de la misma cruz que le dijo tres veces:
"Francisco, vete y repara mi casa, que, como ves, está a punto de
arruinarse toda ella!"
02.1
Quedó estremecido Francisco, pues estaba solo en la iglesia, al percibir voz
tan maravillosa, y, sintiendo en su corazón el poder de la palabra divina, fue
arrebatado en éxtasis. Vuelto en sí, se dispone a obedecer, y concentra todo
su esfuerzo en su decisión de reparar materialmente la iglesia, aunque la voz
divina se refería principalmente a la reparación de la iglesia que Cristo
adquirió con su sangre, según el Espíritu Santo se lo dio a entender y el
mismo Francisco lo reveló más tarde a sus hermanos.
02.1
Así, pues, se levantó signándose con la señal de la cruz, tomó consigo
diversos paños dispuestos para la venta y se dirigió apresuradamente a la
ciudad de Foligno, y allí lo vendió todo, incluso el caballo que montaba.
Tomando su precio, vuelve el afortunado mercader a la ciudad de Asís y se
dirige a la iglesia, cuya reparación se le había ordenado. Entró devotamente
en su recinto, y, encontrando a un pobrecillo sacerdote, tras rendirle cortés
reverencia, le ofreció el dinero obtenido a fin de que lo destinara para la
reparación de la iglesia y el alivio de los pobres. Luego le pidió
humildemente que le permitiera convivir por algún tiempo en su compañía.
Accedió el sacerdote al deseo de Francisco de morar en su casa, pero rechazó
el dinero por temor a los padres. Entonces, el verdadero despreciador de las
riquezas, sin dar más valor al dinero que al vil polvo, lo arrojó a una
ventana.
02.2
Moraba el siervo de Dios en casa de dicho sacerdote, y, habiéndose informado de
ello su padre, corrió, todo enfurecido, al lugar. Francisco, empero, todavía
novel atleta de Cristo, al oír los gritos y amenazas de los perseguidores y
presentir su llegada, con intención de dar tiempo para que se calmara su ira,
se escondió en una oculta cueva. Refugiado allí unos cuantos días, pedía
incesantemente al Señor con los ojos bañados en lágrimas que librase su vida
de las manos de sus perseguidores y se dignase benignamente llevar a feliz
término los piadosos deseos que le había inspirado. Como fruto de esta
oración se apoderó de todo su ser una extraordinaria alegría y comenzó a
reprenderse a sí mismo por su cobarde pusilanimidad. En consecuencia, abandonó
la cueva, y, desechando de sí todo temor, dirigió sus pasos hacia la ciudad de
Asís. Al verle sus conciudadanos en aquel extraño talante: con el rostro
escuálido y cambiado en sus ideas, pensaban que había perdido el juicio,
arremetían contra él, arrojándole piedras y lodo de la calle, y, como a loco
y demente, le insultaban con gritos desaforados. Mas el siervo de Dios, sin
descorazonarse ni inmutarse por ninguna injuria, lo soportaba todo haciéndose
el sordo.
02.2
Tan pronto oyó su padre este clamoreo, acudió presuroso; pero no para
librarlo, sino, más bien, para perderlo. Sin conmiseración alguna lo arrastró
a su casa, atormentándolo primero con palabras, y luego con azotes y cadenas.
Francisco, empero, se sentía desde ahora más dispuesto y valiente para llevar
a cabo lo que había emprendido, recordando aquellas palabras del Evangelio: Dichosos
los que padecen persecución por la justicia, porque de ellos es el reino de los
cielos.
02.3 No
mucho después se vio precisado el padre a ausentarse de Asís, y la madre, que
no aprobaba la conducta del marido y veía imposible doblegar la constancia
inflexible del hijo, lo libró de la prisión, dejándole partir. Y Francisco,
dando gracias al Señor todopoderoso, retornó al lugar en que había morado
antes.
02.3
Pero volvió el padre, y, al no encontrar en casa a su hijo, después de
desatarse en insultos y denuestos contra su esposa, corrió bramando al lugar
indicado para conseguir, si no podía apartarlo de su propósito, al menos
alejarlo de la provincia. Pero Francisco, confortado por Dios, salió
espontáneamente al encuentro de su enfurecido padre, clamando con toda libertad
que nada le importaban sus cadenas y azotes y que estaba además dispuesto a
sufrir con alegría cualquier mal por el nombre de Cristo. Viendo, pues, el
padre que le era del todo imposible cambiarle de su intento, dirigió sus
esfuerzos a recuperar el dinero. Y, habiéndolo encontrado, por fin, en el nicho
de una pequeña ventana, se apaciguó un tanto su furor. Dicho hallazgo fue como
un trago que en cierto sentido atemperó su sed de avaricia.
02.4
Intentaba después el padre según la carne llevar al hijo de la gracia -
desposeído ya del dinero - ante la presencia del obispo de la ciudad, para que
en sus manos renunciara a los derechos de la herencia paterna y le devolviera
todo lo que tenía. Se manifestó muy dispuesto a ello el verdadero enamorado de
la pobreza, y, llegando a la presencia del obispo, no se detiene ni vacila por
nada, no espera órdenes ni profiere palabra alguna, sino que inmediatamente se
despoja de todos sus vestidos y se los devuelve al padre. Se descubrió entonces
cómo el varón de Dios, debajo de los delicados vestidos, llevaba un cilicio
ceñido a la carne. Además, ebrio de un maravilloso fervor de espíritu, se
quita hasta los calzones y se presenta ante todos totalmente desnudo, diciendo
al mismo tiempo a su padre: Hasta el presente te he llamado padre en la tierra,
pero de aquí en adelante puedo decir con absoluta confianza: "Padre
nuestro, que estás en los cielos 5, en quien he depositado todo mi tesoro y
toda la seguridad de mi esperanza".
02.4 Al
contemplar esta escena el obispo, admirado del extraordinario fervor del siervo
de Dios, se levantó al instante y - piadoso y bueno como era - llorando lo
acogió entre sus brazos y lo cubrió con el manto que él mismo vestía. Ordenó
luego a los suyos que le proporcionaran alguna ropa para cubrir los miembros de
aquel cuerpo. En seguida le presentaron un manto corto, pobre y vil,
perteneciente a un labriego que estaba al servicio del obispo. Francisco lo
aceptó muy agradecido, y con una tiza que encontró allí lo marcó con su
propia mano en forma de cruz, haciendo del mismo el abrigo de un hombre
crucificado y de un pobre semidesnudo. Así, quedó desnudo el siervo del Rey
altísimo para poder seguir al Señor desnudo en la cruz, a quien tanto amaba.
Del mismo modo se armó con la cruz, para confiar su alma al leño de la
salvación y lograr salvarse del naufragio del mundo.
02.5
Desembarazado ya el despreciador del siglo de la atracción de los deseos
mundanos, deja la ciudad y - libre y seguro - se retira a lo escondido de la
soledad para escuchar solo y en silencio la voz misteriosa del cielo. Y mientras
el varón de Dios Francisco atraviesa el bosque oscuro bendiciendo al Señor en
francés con cánticos de júbilo, unos ladrones irrumpieron desde la espesura,
arrojándose sobre él. Preguntáronle con ánimo feroz quién era, y Francisco,
lleno de confianza, les respondió con palabras proféticas: "Yo soy el
pregonero del gran Rey" Pero ellos, golpeándole, lo arrojaron a una fosa
llena de nieve mientras le decían: "Quédate allí, rústico pregonero de
Dios!" Al desaparecer los ladrones, salió de la hoya, y, lleno de un
intenso gozo, se puso a cantar con voz más vibrante todavía, a través del
bosque, las alabanzas al Creador de todos los seres.
02.6
Llegó después a un monasterio próximo, y pidió allí limosna como un
mendigo, y fue recibido como un desconocido y despreciado. De aquí marchó a
Gubbio, donde un antiguo amigo suyo le reconoció y recibió en su casa, y
además le cubrió, como a pobrecillo de Cristo, con una corta y pobre túnica.
02.6 El
amante de toda humildad se trasladó de Gubbio a los leprosos, y convivió con
ellos, prestándoles con suma diligencia sus servicios por Dios. Les lavaba los
pies, vendaba sus heridas, extraía el pus de las úlceras y limpiaba la materia
hedionda, y hasta besaba con admirable devoción las llagas ulcerosas el que
había de ser después el médico evangélico. Por lo cual consiguió del Señor
el extraordinario poder de curar prodigiosamente las enfermedades espirituales y
corporales.
02.6
Referiré tan sólo uno de los muchos hechos prodigiosos acaecidos cuando la
fama del Santo se había ya divulgado. Una horrible enfermedad iba de tal modo
devorando y corroyendo la boca y la mejilla de un hombre del condado de Espoleto,
que no había medicina alguna para curarla. Ante esta situación apurada, se fue
a visitar el sepulcro de los santos apóstoles para impetrar por sus méritos la
gracia de la curación; y cuando regresaba de su peregrinación, he aquí que se
encuentra con el siervo de Dios. El enfermo, movido por su devoción, quiso
besarle los pies, pero el humilde varón no se lo consintió; más aún, él
mismo le dio un ósculo en la boca al que quería besar las plantas de sus pies.
Y al tiempo que Francisco, el siervo de los leprosos, en un rasgo maravilloso de
piedad, tocaba con sus labios aquella horrible llaga, desapareció al punto la
enfermedad y aquel hombre recobró la salud deseada. No sé qué se ha de
admirar más en esto: si la profunda humildad en un beso tan cariñoso o la
portentosa virtud en milagro tan estupendo.
02.7
Asentado ya Francisco en la humildad de Cristo, trae a la memoria la orden que
se le dio desde la cruz de reparar la iglesia de San Damián; y, como verdadero
obediente, vuelve a Asís, dispuesto a someterse a la voz divina, al menos
mendigando lo necesario para dicha restauración. Así, depuesta toda vergüenza
por amor al pobre crucificado, pedía limosna a aquellos entre los que antes
vivía en la abundancia y arrimaba al peso de las piedras los hombros de su
débil cuerpo, extenuado por los ayunos.
02.7
Una vez restaurada esta iglesia con la ayuda de Dios y la piadosa colaboración
de los ciudadanos, con objeto de que no se entorpeciera el cuerpo por la pereza
después de aquel trabajo, comenzó a reparar otra iglesia, dedicada a San
Pedro, que se hallaba algo distante de la ciudad. La devoción especial que con
fe pura y sincera profesaba al príncipe de los apóstoles le movió a emprender
dicha obra.
02.8
Cuando hubo concluido esta reconstrucción, llegó a un lugar llamado
Porciúncula, donde había una antigua iglesia construida en honor de la
beatísima Virgen María, que entonces se hallaba abandonada, sin que nadie se
hiciera cargo de la misma. Al verla el varón de Dios en semejante situación,
movido por la ferviente devoción que sentía hacia la Señora del mundo,
comenzó a morar de continuo en aquel lugar con intención de emprender su
reparación. Al darse cuenta de que precisamente, de acuerdo con el nombre de la
iglesia, que se llamaba Santa María de los Ángeles, eran frecuentes allí las
visitas angélicas, fijó su morada en este lugar tanto por su devoción a los
ángeles como, sobre todo, por su especial amor a la madre de Cristo. Amó el
varón santo dicho lugar con preferencia a todos los demás del mundo, pues
aquí comenzó humildemente, aquí progresó en la virtud, aquí terminó
felizmente el curso de su vida; en fin, este lugar lo encomendó encarecidamente
a sus hermanos a la hora de su muerte, como una mansión muy querida de la
Virgen.
02.8 A
propósito de lo dicho es digna de notarse una visión que tuvo un devoto
hermano antes de su conversión. Veía una ingente multitud de hombres heridos
por la ceguera que, con el rostro vuelto al cielo y las rodillas hincadas en el
suelo, se hallaban en torno a esta iglesia. Todos ellos, con las manos en alto,
clamaban entre lágrimas a Dios pidiendo misericordia y luz. De pronto
descendió del cielo un extraordinario resplandor, que, envolviendo a todos en
su claridad, otorgó a cada uno la vista y la salud deseada.
02.8
Este es el lugar en que San Francisco - siguiendo la inspiración divina - dio
comienzo a la Orden de Hermanos Menores. Por designio de la divina Providencia,
que guiaba en todo al siervo de Cristo antes de fundar la Orden y entregarse a
la predicación del Evangelio, reconstruyó materialmente tres iglesias,
procediendo de este modo no sólo para ascender, en orden progresivo, de las
cosas sensibles a las inteligibles, y de las menores a las mayores, sino
también para manifestar misteriosamente al exterior, mediante obras
perceptibles, lo que había de realizar en el futuro. Pues al modo de las tres
iglesias restauradas bajo la guía del santo varón, así sería renovada la
Iglesia de triple manera, según la forma, regla y doctrina de Cristo dadas por
el mismo Santo, y triunfarían las tres milicias de los llamados a la salvación
tal como hoy día vemos que se ha cumplido.
Capítulo
III Fundación de la Religión y aprobación de la Regla
03. 1
Mientras moraba en la iglesia de la Virgen, madre de Dios, su siervo Francisco
insistía, con continuos gemidos ante aquella que engendró al Verbo lleno de
gracia y de verdad, en que se dignara ser su abogada, al fin logró - por
los méritos de la madre de misericordia - concebir y dar a luz el espíritu de
la verdad evangélica.
03.1 En
efecto, cuando en cierta ocasión asistía devotamente a una misa que se
celebraba en memoria de los apóstoles, se leyó aquel evangelio en que Cristo,
al enviar a sus discípulos a predicar, les traza la forma evangélica de vida
que habían de observar, esto es, que no posean oro o plata, ni tengan dinero
en los cintos, que no lleven alforja para el camino, ni usen dos túnica, ni
calzado, ni se provean tampoco de bastón.
03.1
Tan pronto como oyó estas palabras y comprendió su alcance, el enamorado de la
pobreza evangélica se esforzó por grabarlas en su memoria, y lleno de
indecible alegría exclamó: "Esto es lo que quiero, esto lo que de todo
corazón ansío" Y al momento se quita el calzado de sus pies, arroja el
bastón, detesta la alforja y el dinero y, contento con una sola y corta
túnica, se desprende la correa, y en su lugar se ciñe con una cuerda, poniendo
toda su solicitud en llevar a cabo lo que había oído y en ajustarse
completamente a la forma de vida apostólica.
03.2
Desde entonces, el varón de Dios, fiel a la inspiración divina, comenzó a
plasmar en sí la perfección evangélica y a invitar a los demás a penitencia.
Sus palabras no eran vacías ni objeto de risa, sino llenas de la fuerza del
Espíritu Santo, calaban muy hondo en el corazón, de modo que los oyentes se
sentían profundamente impresionados.
03.2 Al
comienzo de todas sus predicaciones saludaba al pueblo, anunciándole la paz con
estas palabras: «El Señor os dé la paz!». Tal saludo lo aprendió por
revelación divina, como él mismo lo confesó más tarde. De ahí que, según
la palabra profética y movido en su persona del el espíritu de los profetas,
anunciaba la paz, predicaba la salvación y con saludables exhortaciones
reconciliaba en una paz verdadera a quienes, siendo contrarios a Cristo, habían
vivido antes lejos de la salvación.
03.3
Así, pues, tan pronto como llegó a oídos de muchos la noticia de la verdad,
tanto de la sencilla doctrina como de la vida del varón de Dios, algunos
hombres, impresionados con su ejemplo, comenzaron a animarse a hacer penitencia,
y, abandonadas todas las cosas, se unieron a él, acomodándose a su vestido y
vida
03.3 El
primero de entre ellos fue el venerable Bernardo, quien, hecho partícipe de la
vocación divina, mereció ser el primogénito del santo Padre tanto por la
prioridad del tiempo como por la prerrogativa de su santidad. En efecto,
habiendo descubierto Bernardo la santidad del siervo de Dios, decidió, a la luz
de su ejemplo, renunciar por completo al mundo, y acudió a consultar al Santo
la manera de llevar a la práctica su intención. Al oírlo, el siervo de Dios
se llenó de una gran consolación del Espíritu Santo por el alumbramiento de
su primer vástago, y le dijo: "Es a Dios a quien en esto debemos pedir
consejo".
03.3
Así que, una vez amanecido, se dirigieron juntos a la iglesia de San Nicolás,
donde, tras una ferviente oración, Francisco, que rendía un culto especial a
la Santa Trinidad, abrió por tres veces el libro de los Evangelios, pidiendo a
Dios que, mediante un triple testimonio, confirmase el santo propósito de
Bernardo.
03.3 En
la primera apertura del libro apareció aquel texto: Si quieres ser perfecto,
anda, vende todo lo que tienes y dalo a los pobres. En la segunda: No
toméis nada para el camino. Finalmente, en la tercera se les presentaron
estas palabras: El que quiera venirse conmigo, que cargue con su cruz y me
siga. Tal es - dijo el Santo - nuestra vida y regla, y la de todos aquellos
que quieran unirse a nuestra compañía. Por tanto, si quieres ser perfecto,
vete y cumple lo que has oído
03.4 No
mucho después, se sintieron llamados por el mismo Espíritu otros cinco
hombres, con los que llegó a seis el número de los hijos de Francisco; entre
éstos ocupó el tercer lugar el santo padre Gil, varón lleno de Dios y digno
de gloriosa memoria. De hecho destacó en el ejercicio de sublimes virtudes, tal
como había predicho de él el siervo del Señor, y, aunque sencillo y sin
letras, fue elevado a la cumbre de una alta contemplación. Entregado por largos
y continuados espacios de tiempo a la sobreelevación, de tal modo era
arrebatado hasta Dios con frecuentes éxtasis como yo mismo lo presencié y
puedo dar fe de ello, que su vida entre los hombres parecía más angélica que
humana.
03.5
Por este mismo tiempo, el Señor le mostró a un sacerdote de Asís llamado
Silvestre, hombre de vida honesta, una visión que no debe silenciarse. Dicho
sacerdote - llevado de criterios meramente humanos - sentía aversión por la
forma de vida de Francisco y de sus hermanos, y para que no se dejara arrastrar
por la temeridad en sus juicios fue benignamente visitado por la gracia de lo
alto. Veía, en efecto, en sueños cómo rondaba por toda la ciudad un dragón
descomunal, ante cuya extraordinaria magnitud parecía estar abocada al
exterminio toda aquella región. A continuación vio salir de la boca de
Francisco una cruz de oro: su extremidad tocaba los cielos, y sus brazos,
extendidos a los lados, parecían llegar hasta los confines del mundo. A vista
de esta cruz resplandeciente huía velozmente aquel espantoso y terrible
dragón. Al mostrársele por tres veces esta visión, pensó que se trataba de
un oráculo divino, y por ello lo refirió detalladamente al varón de Dios y a
sus hermanos. Poco después abandonó el mundo, y tal fue su constancia en
seguir de cerca las huellas de Cristo, que su vida en la Orden demostró ser
auténtica la visión que había tenido en el siglo.
03.6 No
se dejó llevar de vanagloria el varón de Dios al oír el relato de dicha
visión, antes por el contrario, reconociendo la bondad de Dios en sus
beneficios, se sintió más animado a rechazar la astucia del antiguo enemigo y
a predicar la gloria de la cruz de Cristo.
03.6
Cierto día en que reflexionaba en un lugar solitario sobre los años de su vida
pasada, deplorándolos con amargura, de pronto se sintió lleno de gozo del
Espíritu Santo, y fue cerciorado entonces de que se le habían perdonado
completamente todos sus pecados. Luego fue arrebatado en éxtasis, todo
sumergido en una luz maravillosa, y, dilatada la pupila de su mente, vio con
claridad el porvenir suyo y el de sus hijos. Vuelto seguidamente a sus hermanos,
les dijo: Confortáos, carísimos, y alegraos en el Señor, no estéis tristes
porque sois pocos, ni os amedrente mi simplicidad ni la vuestra, ya que - según
me ha sido mostrado realmente por el Señor - El nos hará crecer en una gran
muchedumbre y con la gracia de su bendición nos expandirá de mil formas por el
mundo entero".
03.7 En
aquellos mismos días, con la entrada en la Religión de otro buen hombre,
ascendió a siete miembros la bendita familia del varón de Dios. Entonces
llamó junto a sí el piadoso Padre a todos sus hijos y, después de hablarles
largo y tendido acerca del reino de Dios, del desprecio del mundo, de la
abnegación de la propia voluntad y de la mortificación del cuerpo, les
manifestó su proyecto de enviarlos a las cuatro partes del mundo. Ya la
estéril y pobrecita simplicidad del santo Padre había engendrado siete hijos,
y ansiaba dar a luz para Cristo el Señor al conjunto de todos los fieles,
llamándolos a los gemidos de la penitencia. Id - les dijo el dulce Padre a sus
hijos - , anunciad la paz a los hombres y predicadles la penitencia para la
remisión de los pecados. Sed sufridos en la tribulación, vigilantes en la
oración, fuertes en los trabajos, modestos en las palabras, graves n vuestro
comportamiento y agradecidos en los beneficios; y sabed que por todo esto os
está reservado el reino eterno».
03.7
Ellos entonces, humildemente postrados en tierra ante el siervo de Dios,
recibieron, con gozo del espíritu, el mandato de la santa obediencia. Entre
tanto decía a cada uno en particular: Descarga en el Señor todos tus
afanes, que El te sustentará. Francisco solía repetir estas palabras
siempre que sometía a algún hermano a la obediencia. Pero, consciente de que
había sido puesto para ejemplo de los demás, de suerte que enseñara antes
con las obras que con las palabras, se encaminó con uno de sus compañeros
hacia una parte del mundo, asignando en forma de cruces otras tres partes a los
seis restantes hermanos.
03.7 En
aquellos días se les agregaron otros cuatro hombres virtuosos, con los que se
completó el número de doce. Bien pronto sintió el bondadoso Padre deseos
vehementes de encontrarse con su querida prole, y, al no poder reunirla por sí
mismo, pedía le concediera esta gracia Aquel que congrega a los dispersos de
Israel. Y así sucedió al poco tiempo que - sin haber mediado ningún llamado
humano - , inesperadamente y con gran sorpresa se encontraran todos juntos,
conforme al deseo de Francisco, haciéndose patente en ello la intervención de
la divina demencia.
03.8
Viendo el siervo de Cristo que poco a poco iba creciendo el numero de los
hermanos, escribió con palabras sencillas, para sí y para todos los suyos, una
pequeña forma de vida, en la que puso como fundamento inquebrantable la
observancia del santo Evangelio, e insertó otras pocas cosas que parecían
necesarias para un modo uniforme de vida. Deseando, empero, que su escrito
obtuviera la aprobación del sumo pontífice, decidió presentarse con aquel
grupo de hombres sencillos ante la Sede Apostólica, confiando únicamente en la
protección divina. Y el Señor, que miraba desde lo alto el deseo de Francisco,
confortó los ánimos de sus compañeros, atemorizados a vista de su
simplicidad, mostrando al varón de Dios la siguiente visión.
03.8
Parecíale que andaba por cierto camino a cuya vera se erguía un árbol
gigantesco y que se acercaba a él; estaba cobijado bajo el mismo árbol,
admirando sus dimensiones, cuando de repente se sintió elevado por divina
virtud a tanta altura, que tocaba la cima del árbol y muy fácilmente lograba
doblegar su punta hasta el suelo. Al comprender el varón lleno de Dios que el
presagio de aquella visión se refería a la condescendencia de la dignidad
apostólica, quedó inundado de alegría espiritual, y, confortando en el Señor
a sus hermanos, emprendió con ellos el viaje.
03.9
Una vez que hubo llegado a la curia romana y fue introducido a la presencia del
sumo pontífice, le expuso su objetivo, pidiéndole humilde y encarecidamente le
aprobara la sobredicha forma de vida. Al observar el vicario de Cristo, el
señor Inocencio III - hombre distinguido por su sabiduría - , la admirable
pureza y simplicidad de alma del varón de Dios, el decidido propósito y
encendido fervor de su santa voluntad, se sintió inclinado a acceder
piadosamente a las súplicas de Francisco. Con todo, difirió dar cumplimiento a
la petición del pobrecillo de Cristo, dado que a algunos de los cardenales les
parecía una cosa nueva y tan ardua, que sobrepujaba las fuerzas humanas.
03.9
Pero había entre los cardenales un hombre venerable, el señor Juan de San
Pablo, obispo de Sabina, amante de toda santidad y protector de los pobres de
Cristo, el cual - inflamado en el fuego del Espíritu divino - dijo al sumo
pontífice y a sus hermanos Si rechazamos la demanda de este pobre como cosa del
todo nueva y en extremo ardua, siendo así que no pide sino la confirmación de
la forma de vida evangélica, guardémonos de inferir con ello una injuria al
mismo Evangelio de Cristo. Pues si alguno llegare a afirmar que dentro de la
observancia de la perfección evangélica o en el deseo de la misma se contiene
algo nuevo, irracional o imposible de cumplir, sería convicto de blasfemo
contra Cristo, autor del Evangelio".
03.9 Al
oír tales consideraciones, volvióse al pobre de Cristo el sucesor del apóstol
Pedro y le dijo: "Ruega, hijo, a Cristo que por tu medio nos manifieste su
voluntad, a fin de que, conocida más claramente, podamos acceder con mayor
seguridad a tus piadosos deseos". Entregóse de lleno a la oración el
siervo de Dios omnipotente, y con sus devotas plegarias obtuvo para sí el
conocimiento de las palabras que debía proferir, y para el papa, los
sentimientos que debía abrigar en su interior.
03.9 En
efecto, le narró - tal como se lo había inspirado el Señor - la parábola de
un rey rico que se complació en casarse con una mujer hermosa pero pobre, y de
los hijos tenidos, que se parecían al rey su padre, y a quienes, por tanto,
debía alimentarles de su propia mesa. Interpretando esta parábola, añadió:
"No hay por qué temer que perezcan de hambre los hijos y herederos del Rey
eterno, los cuales - nacidos, por virtud del Espíritu Santo, de una madre
pobre, a imagen de Cristo Rey - han de ser engendrados en una religión
pobrecilla por el espíritu de la pobreza. Pues si el Rey de los cielos promete
a sus seguidores el reino eterno, ¿con cuánta más razón les suministrará
todo aquello que comúnmente concede a buenos y malos?"
03.9
Escuchó con gran atención el Vicario de Cristo esta parábola y su
interpretación, quedando profundamente admirado; y reconoció que, sin duda
alguna, Cristo había hablado por boca de aquel hombre. Además les manifestó
una visión celestial que había tenido esos mismos días, asegurando -
iluminado por el Espíritu Santo - habría de cumplirse en Francisco. En efecto,
refirió haber visto en sueños cómo estaba a punto de derrumbarse la basílica
lateranense y que un hombre pobrecito, de pequeña estatura y de aspecto
despreciable, la sostenía arrimando sus hombros a fin de que no viniese a
tierra. Y exclamó: "Este es, en verdad, el hombre que con sus obras y su
doctrina sostendrá a la Iglesia de Cristo.
03.9
Por eso, lleno de singular devoción, accedió en todo a la petición del siervo
de Cristo, y desde entonces le profesó siempre un afecto especial. De modo que
le otorgó todo lo que le había pedido y le prometió que le concedería
todavía mucho más. Aprobó la Regla, concedió al siervo de Dios y a todos los
hermanos laicos que le acompañaban la facultad de predicar la penitencia y
ordenó que se les hiciera tonsura para que libremente pudieran predicar la
palabra de Dios.
Capítulo
IV Progreso de la Orden durante el gobierno del Santo y confirmación de la
Regla ya aprobada
04.1
Así, pues, apoyado Francisco en la gracia divina y en la autoridad pontificia,
emprendió con gran confianza el viaje de retorno hacia el valle de Espoleto,
dispuesto ya a practicar y enseñar el Evangelio de Cristo. Durante el
camino iba conversando con sus compañeros sobre el modo de observar fielmente
la Regla recibida, sobre la manera de proceder ante Dios en toda santidad y
justicia y cómo podrían ser de provecho para sí mismos y servir de
ejemplo a los demás. Y, habiéndose prolongado mucho en estos coloquios, se les
hizo una hora tardía. Fatigados y hambrientos después de la larga caminata, se
detuvieron en un lugar solitario. No había allí modo de proveerse del alimento
necesario.
04.1
Pero bien pronto vino en su socorro la divina Providencia, pues de improviso
apareció un hombre con un pan en la mano y se lo entregó a los pobrecillos de
Cristo, desapareciendo súbitamente sin que se supiera de dónde había venido
ni a dónde se dirigía. Comprendieron con esto los pobres hermanos que se les
hacía presente la ayuda del cielo en la compañía del varón de Dios, y se
sintieron mas reconfortados con el don de la liberalidad divina que con los
manjares que se habían servido. Además, repletos de consolación divina,
decidieron firmemente - confirmando su determinación con un propósito
irrevocable - no apartarse nunca, por más que les apremiara la escasez o la
tribulación, de la santa pobreza que habían prometido.
04.2
Deseosos de cumplir tan santo propósito, volvieron de allí al valle de
Espoleto, donde se pusieron a deliberar sobre la cuestión de si debían vivir
en medio de la gente o más bien retirarse a lugares solitarios. Mas el siervo
de Cristo Francisco, que no se fiaba de su propio criterio ni del de sus
hermanos, acudió a la oración, pidiendo insistentemente al Señor se dignara
manifestarle su beneplácito sobre el particular. Iluminado por el oráculo de
la divina revelación, llegó a comprender que él había sido enviado por el
Señor a fin de que ganase para Cristo las almas que el diablo se esforzaba en
arrebatarle. Por eso prefirió vivir para bien de todos los demás antes que
para sí solo, estimulado por el ejemplo de Aquel que se dignó morir él solo
por todos.
04.3 En
consecuencia, se recogió el varón de Dios con otros compañeros suyos en un
tugurio abandonado cerca de la ciudad de Asís, donde, con harta fatiga y
escasez, se mantenían al dictado de la santa pobreza, procurando alimentarse
más con el pan de las lágrimas que con el de las delicias.
04.3 Se
entregaban allí de continuo a las preces divinas, siendo su oración devota
más bien mental que vocal, debido a que todavía no tenían libros litúrgicos
para poder cantar las horas canónicas. Pero en su lugar repasaban día y noche
con mirada continua el libro de la cruz de Cristo, instruidos con el ejemplo y
la palabra de su Padre, que sin cesar les hablaba de la cruz de Cristo.
04.3
Suplicáronle los hermanos les enseñase a orar, y él les dijo: Cuando oréis
decid. Padre nuestro; y también: "Te adoramos, Cristo, en todas las
iglesias que hay en el mundo entero y te bendecimos, porque por tu santa cruz
redimiste al mundo".
04.3
Les enseñaba, además, a alabar a Dios en y por todas las criaturas, a honrar
con especial reverencia a los sacerdotes, a creer firmemente y confesar con
sencillez las verdades de la fe tal y como sostiene y enseña la santa Iglesia
romana. Ellos guardaban en todo las instrucciones del santo Padre, y así, se
postraban humildemente ante todas las iglesias y cruces que podían divisar de
lejos, orando según la forma que se les había indicado.
04.4
Mientras moraban los hermanos en el referido lugar, un día de sábado se fue el
santo varón a Asís para predicar - según su costumbre - el domingo por la
mañana en la iglesia catedral. Pernoctaba, como otras veces - entregado a la
oración - , en un tugurio sito en el huerto de los canónigos. De pronto, a eso
de media noche sucedió que, estando corporalmente ausente de sus hijos -
algunos de los cuales descansaban y otros perseveraban en oración - , penetró
por la puerta de la casa un carro de fuego de admirable resplandor que dio tres
vueltas a lo largo de la estancia; sobre el mismo carro se alzaba un globo
luminoso, que, ostentando el aspecto del sol, iluminaba la oscuridad de la
noche.
04.4
Quedaron atónitos los que estaban en vela, se despertaron llenos de terror los
dormidos; y todos ellos percibieron la claridad, que no sólo alumbraba el
cuerpo, sino también el corazón, pues, en virtud de aquella luz maravillosa, a
cada cual se le hacía transparente la conciencia de los demás. Comprendieron
todos a una - leyéndose mutuamente los corazones - que había sido el mismo
santo Padre - ausente en el cuerpo, pero presente en el espíritu y
transfigurado en aquella imagen - el que les había sido mostrado por el Señor
en el luminoso carro de fuego, irradiando fulgores celestiales e inflamado por
virtud divina en un fuego ardiente, para que, como verdaderos israelitas,
caminasen tras las huellas de aquel que, cual otro Elías, había sido
constituido por Dios en carro y auriga de varones espirituales.
04.4 Se
puede creer que el Señor, por las plegarias de Francisco, abrió los ojos de
estos hombres sencillos para que pudieran contemplar las maravillas de Dios, del
mismo modo que en otro tiempo abrió los ojos del criado de Eliseo para que
viese el monte lleno de caballos y carros de fuego que estaban alrededor del
profeta.
04.4
Vuelto el santo varón a sus hermanos, comenzó a escudriñar los secretos de
sus conciencias, procuró confortarlos con aquella visión maravillosa y les
anunció muchas cosas sobre el porvenir y progresos de la Orden. Y al
descubrirles estos secretos que transcendían todo humano conocimiento,
reconocieron los hermanos que realmente descansaba el Espíritu del Señor en su
siervo Francisco con tal plenitud, que podían sentirse del todo seguros
siguiendo su doctrina y ejemplos de vida.
04.5
Después de esto, Francisco, pastor de la pequeña grey, condujo - movido por la
gracia divina - a sus doce hermanos a Santa María de la Porciúncula, con el
fin de que allí donde, por los méritos de la madre de Dios, había tenido su
origen la Orden de los Menores, recibiera también con su auxilio un renovado
incremento.
04.5
Convertido en este lugar en pregonero evangélico, recorría las ciudades y las
aldeas anunciando el reino de Dios, no con palabras doctas de humana sabiduría,
sino con la fuerza del Espíritu. A los que lo contemplaban, les parecía ver en
él a un hombre de otro mundo, ya que - con la mente y el rostro siempre vueltos
al cielo - se esforzaba por elevarlos a todos hacia arriba. Así, la viña de
Cristo comenzó a germinar brotes de fragancia divina y a dar frutos ubérrimos
tras haber producido flores de suavidad, de honor y de vida honesta.
04.6 En
efecto, numerosas personas, inflamadas por el fuego de su predicación, se
comprometían a las nuevas normas de penitencia, según la forma recibida del
varón de Dios. Dicho modo de vida determinó el siervo de Cristo se llamara
Orden de Hermanos de Penitencia. Pues así como consta que para los que tienden
al cielo no hay otro camino ordinario que el de la penitencia, se comprende
cuán meritorio sea ante Dios este estado que admite en su seno a clérigos y
seglares, a vírgenes y casados de ambos sexos, como claramente puede deducirse
de los muchos milagros obrados por algunos de sus miembros.
04.6
Convertíanse también doncellas a perpetuo celibato, entre las cuales destaca
la virgen muy amada de Dios, Clara, la primera plantita de éstas, que - cual
flor blanca y primavera exhaló singular fragancia, y, como rutilante estrella,
irradió claros fulgores. Clara, glorificada ya en los cielos, es dignamente
venerada en la tierra por la Iglesia. Ella que fue hija en Cristo del pobrecillo
padre San Francisco, es, a su vez, madre de las Señoras pobres.
04.7
Asimismo, otras muchas personas, no sólo compungidas por devoción, sino
también inflamadas en el deseo de avanzar en la perfección de Cristo,
renunciaban a todas las vanidades del mundo y se alistaban para seguir las
huellas de Francisco; y en tal grado iban aumentando los hermanos con los nuevos
candidatos que diariamente se presentaban, que bien pronto llegaron hasta los
confines del orbe.
04.7 En
efecto, la santa pobreza, que llevaban como su única provisión, los convertía
en hombres dispuestos a toda obediencia, fuerte para el trabajo y expeditos para
los viajes. Y como nada poseían sobre la tierra, nada amaban y nada temían
perder en el mundo, se sentían seguros en todas partes, sin que les agobiase
ninguna inquietud ni les distrajese preocupación alguna. Vivían como quienes
no sufren en su espíritu turbación de ningún género, miraban sin angustias
el día de mañana y esperaban tranquilos el albergue de la noche.
04.7 Es
cierto que en diversas partes del mundo se les inferían atroces afrentas como a
personas despreciables y desconocidas; pero el amor que profesaban al Evangelio
de Cristo los hacía tan sufridos, que buscaban preferentemente los lugares
donde pudiesen padecer persecución en su cuerpo más que aquellos otros donde -
reconocida su santidad - recibieran gloria y honor de parte del mundo. Su misma
extremada penuria de las cosas les parecía sobrada abundancia, pues - según el
consejo del sabio - en lo poco se conformaban de igual modo que en lo mucho.
04.7
Como prueba de ello sirva el siguiente hecho. Habiendo llegado algunos hermanos
a tierra de infieles, sucedió que un sarraceno - movido a compasión - les
ofreció dinero para que pudieran proveerse del alimento necesario. Pero al ver
que se negaban a recibirlo pese a su gran pobreza—quedó altamente admirado.
Averiguando después que se habían hecho pobres voluntarios por amor a Cristo y
que no querían poseer dinero, sintió por ellos un afecto tan entrañable, que
se ofreció a suministrarles - en la medida de sus posibilidades - todo lo que
les fuera necesario.
04.7
¡Oh inestimable preciosidad de la pobreza, por cuya maravillosa virtud la
bárbara fiereza de un alma sarracena se convirtió en tamaña dulzura de
conmiseración! Sería, por tanto, un horrendo y detestable crimen que un
cristiano llegase a pisotear esta noble margarita, cuando hasta un sarraceno la
exaltó con tan gran veneración.
04.8 En
aquel tiempo se hallaba en un hospital próximo a Asís cierto religioso de la
Orden de los crucíferos llamado Morico. Sufría una enfermedad tan grave y
prolija, que los médicos pronosticaban muy inminente su desenlace final. Ante
esta situación apurada, el enfermo acudió suplicante al varón de Dios: envió
un emisario a Francisco para que le suplicara encarecidamente se dignase
interceder por él ante el Señor. Accedió benignamente el santo Padre a tal
petición y, después de haberse recogido en oración, tomó unas migas de pan,
las mezcló con aceite extraído de la lámpara que ardía junto al altar de la
Virgen y envió este mejunje al enfermo en propias manos de los hermanos,
diciéndoles: Llevad a nuestro hermano Morico esta medicina, por cuyo medio la
fuerza de Cristo no sólo le devolverá por completo la salud, sino que,
convirtiéndolo en robusto guerrero, le hará incorporarse para siempre en las
filas de nuestra milicia.
04.8
Tan pronto como el enfermo gustó aquel antídoto, confeccionado por
inspiración del Espíritu Santo, se levantó del todo sano y con tal vigor de
alma y cuerpo, que, ingresando poco después en la Religión del santo varón,
tuvo fuerzas para llevar en ella una vida muy austera. En efecto, cubría su
cuerpo con una sola y corta túnica, debajo de la cual llevó por largo tiempo
un cilicio adosado a la carne; en la comida se contentaba exclusivamente con
alimentos crudos, es decir, con hierbas, legumbres y frutas; no probó durante
muchos lustros ni pan ni vino; y, no obstante, se conservó siempre sano y
robusto.
04.9
Crecían también en méritos de una vida santa los pequeñuelos de Cristo, y el
olor de su buena fama - difundida por el mundo entero - atraía a multitud de
personas que venían de diversas partes con ilusión de ver personalmente al
santo Padre.
04.9
Entre éstos cabe destacar a un célebre compositor de canciones profanas que en
atención a sus méritos había sido coronado por el emperador, y era llamado
desde entonces "el rey de los versos". Se decidió, pues, a
presentarse al siervo de Dios, al despreciador de los devaneos mundanales; y lo
encontró mientras se hallaba predicando en un monasterio situado junto al
castro de San Severino. De pronto se hizo sentir sobre él la mano de Dios. En
efecto, vio a Francisco predicador de la cruz de Cristo, marcado, a modo de
cruz, por dos espadas transversales muy resplandecientes; una de ellas se
extendía desde la cabeza hasta los pies, la otra se alargaba desde una mano a
otra, atravesando el pecho. No conocía personalmente al siervo de Cristo, pero,
cuando se le mostró de aquel modo maravilloso, lo reconoció al instante.
04-9
Estupefacto ante tal visión, se propuso emprender una vida mejor. Finalmente,
compungido por la fuerza de la palabra de Francisco - como si le hubiera
atravesado la espada del espíritu que procedía de su boca - , renunció por
completo a las pompas del siglo y se unió al bienaventurado Padre, profesando
en su Orden. Y viéndolo el Santo perfectamente convertido de la vida agitada
del mundo a la paz de Cristo, lo llamó hermano Pacífico. Avanzando después en
toda santidad y antes de ser nombrado ministro en Francia - él fue el primero
que ejerció allí este cargo - , mereció ver de nuevo en la frente de
Francisco una gran tau, que, adornada con variedad de colores,
embellecía su rostro con admirable encanto.
04.9 Se
ha de notar que el Santo veneraba con gran afecto dicho signo: lo encomiaba
frecuentemente en sus palabras y lo trazaba con su propia mano al pie de las
breves cartas que escribía, como si todo su cuidado se cifrara en grabar el
signo tau según el dicho profético - sobre las frentes de los hombres
que gimen y se duelen, convertidos de veras a Cristo Jesús.
04.10
Con el correr del tiempo fue aumentando el número de los hermanos, y el
solícito pastor comenzó a convocarlos a capítulo general en Santa María de
los Ángeles con el fin de asignar a cada uno - según la medida de la
distribución divina - la porción que la obediencia le señalara en el campo de
la pobreza. Y si bien había allí escasez de todo lo necesario y a pesar de que
alguna vez se juntaron más de cinco mil hermanos, con el auxilio de la divina
gracia no les faltó el suficiente alimento, les acompañó la salud corporal y
rebosaban de alegría espiritual.
04.10
En lo que se refiere a los capítulos provinciales, como quiera que Francisco no
podía asistir personalmente a ellos, procuraba estar presente en espíritu
mediante el solícito cuidado y atención que prestaba al régimen de la Orden,
con la insistencia de sus oraciones y la eficacia de su bendición, aunque
alguna vez - por maravillosa intervención del poder de Dios - apareció en
forma visible.
04.10
Así sucedió, en efecto, cuando en cierta ocasión el insigne predicador y hoy
preclaro confesor de Cristo Antonio predicaba a los hermanos en el capítulo de
Arlés acerca del título de la cruz: Jesús Nazareno, Rey de los Judíos: un
hermano de probada virtud llamado Monaldo miró - por inspiración divina -
hacia la puerta de la sala del capítulo, y vio con sus ojos corporales al
bienaventurado Francisco, que, elevado en el aire y con las manos extendidas en
forma de cruz, bendecía a sus hermanos. Al mismo tiempo se sintieron todos
inundados de un consuelo espiritual tan intenso e insólito, que por
iluminación del Espíritu Santo tuvieron en su interior la certeza de que se
trataba de una verdadera presencia del santo Padre. Más tarde se comprobó la
verdad del hecho no sólo por los signos evidentes, sino también por el
testimonio explícito del mismo Santo.
04.10
Se puede creer, sin duda, que la omnipotencia divina que concedió en otro
tiempo al santo obispo Ambrosio la gracia de asistir al entierro del glorioso
Martín para que con su piadoso servicio venerase al santo pontífice concediera
también a su siervo Francisco poder estar presente a la predicación de su
veraz pregonero Antonio para aprobar la verdad de sus palabras, sobre todo en lo
referente a la cruz de Cristo, cuyo portavoz y servidor era.
04.11
Estando ya muy extendida la orden, quiso Francisco que el papa Honorio le
confirmara para siempre la forma de vida que había sido ya aprobada por su
antecesor el señor Inocencio. Se animó a llevar adelante dicho proyecto,
gracias a la siguiente inspiración que recibiera del Señor.
04.11
Parecíale que recogía del suelo unas finísimas migajas de pan que debía
repartir entre una multitud de hermanos suyos famélicos que le rodeaban.
Temeroso de que al distribuir tan tenues migajas se le deslizaran por las manos,
oyó una voz del cielo que le dijo: "Francisco, con todas las migajas haz
una hostia y dad de comer a los que quieran". Hízolo así, y sucedió que
cuantos no recibían devotamente aquel don o que lo menospreciaban después de
haberlo tomado, aparecían todos al instante visiblemente cubiertos de lepra.
04.11 A
la mañana siguiente, el Santo dio cuenta de todo ello a sus compañeros,
doliéndose de no poder comprender el misterio encerrado en aquella visión.
Pero, perseverando en vigilante y devota oración, sintió al otro día esta voz
venida del cielo: "Francisco, las migajas de la pasada noche son las
palabras del Evangelio; la hostia representa a la Regla; la lepra, a la
iniquidad".
04.11
Ahora bien, queriendo Francisco - según se le había mostrado en la visión -
redactar la Regla que iba a someter a la aprobación definitiva en forma más
compendiosa que la vigente, que era bastante profusa a causa de numerosas citas
del Evangelio, subió - guiado por el Espíritu Santo - a un monte con dos de
sus compañeros - y allí, entregado al ayuno, contentándose tan sólo :con pan
y agua, hizo escribir la Regla tal como el Espíritu divino se lo sugería en la
oración.
04.11
Cuando bajó del monte, entregó dicha Regla a su vicario para que la guardase;
y al decirle éste, después de pocos días, que se había perdido por descuido
la Regla, el Santo volvió nuevamente al mencionado lugar solitario y la
recompuso en seguida de forma tan idéntica a la primera como si el Señor le
hubiera ido sugiriendo cada una de sus palabras. Después - de acuerdo con sus
deseos - obtuvo que la confirmara el susodicho señor papa Honorio en el octavo
año de su pontificado.
04.11
Cuando exhortaba fervorosamente a sus hermanos a la fiel observancia de la
Regla, les decía que en su contenido nada había puesto de su propia cosecha,
antes, por el contrario, la había hecho escribir toda ella según se lo había
revelado el mismo Señor. Y para que quedara una constancia más patente de ello
con el mismo testimonio divino, he aquí que, pasados unos pocos días, le
fueron impresas, por el dedo de Dios vivo, las llagas del Señor Jesús, como si
fueran una bula del sumo pontífice Cristo para plena confirmación de la Regla
y recomendación de su autor, según se dirá en su debido lugar después de
narrar las virtudes del Santo.
Capítulo
V Austeridad de vida y consuelo que le daban las criaturas
05.1
Viendo el varón de Dios Francisco que eran muchos los que, a la luz de su
ejemplo, se animaban a llevar con ardiente entusiasmo la cruz de Cristo,
enardecíase también él mismo - como buen caudillo del ejército de Cristo -
por alcanzar la palma de la victoria mediante el ejercicio de las más excelsas
y heroicas virtudes.
05.1
Por eso tenía ante sus ojos las palabras del Apóstol: Los que son de Cristo
han crucificado su carne con sus vicios y concupiscencias. y con objeto de
llevar en su cuerpo la armadura de la cruz, era tan rigurosa la disciplina con
que reprimía los apetitos sensuales, que apenas tomaba lo estrictamente
necesario para el sustento de la naturaleza, pues decía que es difícil
satisfacer las necesidades corporales sin condescender con las inclinaciones de
los sentidos. De ahí que, cuando estaba bien de salud, rara vez tomaba
alimentos cocidos, y, Si los admitía, los mezclaba con ceniza o - como sucedía
muchas veces - los hacía insípidos añadiéndoles agua.
05.1 Y
¿qué decir del uso del vino, si apenas bebía agua en suficiente cantidad
cuando estaba abrasado de sed? Inventaba nuevos modos de abstinencia más
rigurosa y cada día adelantaba en su ejercicio. Y, aunque hubiese alcanzado ya
el ápice de la perfección, descubría siempre - como un perpetuo principiante
- nuevas formas para castigar y mortificar la liviandad de la carne.
05.1
Mas cuando salía afuera, por conformarse a la palabra del Evangelio, se
acomodaba en la calidad de los manjares a la gente que le hospedaba; pero tan
pronto como volvía a su retiro, reanudaba estrictamente su sobria abstinencia.
De este modo, siendo austero consigo mismo, humano para con los demás y fiel en
todo al Evangelio de Cristo, no sólo con la abstinencia, sino también con el
comer, daba a todos ejemplos de edificación.
05.1 La
desnuda tierra servía ordinariamente de lecho a su cuerpecillo fatigado; la
mayoría de las veces dormía sentado, apoyando la cabeza en un madero o en una
piedra, cubierto con una corta y pobre túnica; y así servía al Señor en
desnudez y en frío.
05.2
Preguntáronle en cierta ocasión cómo podía defenderse con vestido tan ligero
de la aspereza del frío invernal, y respondió lleno de fervor de espíritu:
"Nos sería fácil soportar exteriormente este frío si en el interior
estuviéramos inflamados por el deseo de la patria celestial".
05.2
Aborrecía la molicie en el vestido, amaba su aspereza, asegurando que
precisamente por esto fue alabado Juan Bautista de labios del mismo Señor. Si
alguna vez notaba cierta suavidad en la túnica que se le había dado, le cosía
por dentro pequeñas cuerdas, pues decía que - según la palabra del que es la
verdad - no se ha de buscar la suavidad de los vestidos en las chozas de los
pobres, sino en los palacios de los príncipes. Ciertamente, había aprendido
por experiencia que los demonios sienten terror a la aspereza, y qué, en
cambio, se animan a tentar con mayor ímpetu cuantos viven en la molicie y entre
delicias.
05.2
Así sucedió, en efecto, cierta noche en que, a causa de un fuerte dolor de
cabeza y de ojos, le pusieron de cabecera - fuera de costumbre - una almohada de
plumas. De pronto se introdujo en ella el demonio, quien de mil maneras le
inquietó hasta el amanecer, estorbándole en el ejercicio de la santa oración,
hasta que, llamando a su compañero, mandó que se llevara muy lejos de la celda
aquella almohada. Juntamente con el demonio. Pero, al salir de la celda el
hermano con dicha almohada, perdió las fuerzas y se vio privado del movimiento
de todos sus miembros, hasta tanto que a la voz del santo Padre, que conoció en
espíritu cuanto le sucedía, recobró por completo el primitivo vigor de alma y
cuerpo.
05.3
Riguroso en la disciplina, estaba en continua vigilancia sobre sí mismo,
prestando gran atención a conservar incólume la pureza del hombre interior y
exterior. De ahí que en los comienzos de su conversión se sumergía con
frecuencia durante el tiempo de invierno en una fosa llena de hielo, con el fin
de someter perfectamente a su imperio al enemigo que llevaba dentro y preservar
intacta del incendio de la voluptuosidad la cándida vestidura de la pureza.
Aseguraba que al hombre espiritual debe hacérsele incomparablemente más
llevadero sufrir un intenso frío en el cuerpo que sentir en el alma el más
leve ardor de la sensualidad de la carne.
05.4
Cuando una noche estaba entregado el Santo a la oración en una celdita del
eremitorio de Sarteano, le llamó su antiguo enemigo por tres veces, diciendo:
"¡Francisco, Francisco, Francisco!" Preguntóle el Santo qué
quería, y prosiguió el demonio muy astutamente: No hay pecador en el mundo
que, si se arrepiente, no reciba de Dios el perdón. Pero todo el que se mata a
sí mismo con una cruel penitencia, jamás hallará misericordia.
05.4 Al
punto, el varón de Dios, iluminado de lo alto, conoció el engaño del demonio,
que pretendía sumirle en la flojedad y tibieza. Así lo puso de manifiesto el
siguiente suceso. En efecto, poco después de esto, por instigación de aquel
cuyo aliento hace arder a los carbones, fue acometido por una violenta
tentación carnal. Pero apenas sintió sus primeros atisbos este amante de la
castidad, se despojó del hábito y comenzó a flagelarse muy fuertemente con la
cuerda, diciendo: "¡Ea, hermano asno, así te conviene permanecer, así
debes aguantar los azotes! El hábito está destinado al servicio de la
Religión y es divisa de la santidad. No le es lícito a un hombre lujurioso
apropiarse de él. Pues, si quieres ir por otro camino, ¡vete!»
05.4
Además, movido por un admirable fervor de espíritu, abrió la puerta de la
celda, salió afuera al huerto y, desnudo como estaba, se sumergió en un
montón de nieve. Comenzó después a formar con sus manos llenas siete bolas o
figuras de nieve. Y, presentándoselas a sí mismo, hablaba de este modo a sus
sentimientos naturales: "Mira, esta figura mayor es tu mujer; estas otras
cuatro son tus dos hijos y tus dos hijas; las dos restantes, el criado y la
criada que conviene tengas para tu servicio. Ahora, pues, date prisa en
vestirlos, que se están muriendo de frío. Pero, si te resulta gravosa la
múltiple preocupación por los mismos, entrégate con toda solicitud a servir
sólo a Dios". Al instante desapareció vencido el tentador y el santo
varón regresó victorioso a la celda; pues si externamente padeció un frío
tan atroz, en su interior se apagó de tal suerte el ardor libidinoso, que en
adelante no llegó a sentir nada semejante.
05.4 Un
hermano, que entonces estaba haciendo oración, fue testigo ocular de todo lo
sucedido gracias al resplandor de la luna, en fase creciente. Enterado de ello
el varón de Dios, le reveló todo el proceso de la tentación, ordenándole al
mismo tiempo que mientras él viviera no revelase a nadie lo que había visto
aquella noche.
05.5
Enseñaba que no sólo se deben mortificar los vicios de la carne y frenar sus
incentivos, sino que también deben guardarse con suma vigilancia los sentidos
exteriores, por los que entra la muerte en el alma. Recomendaba evitar con gran
cautela las familiaridades, conversaciones y miradas de las mujeres, que para
muchos son ocasión de ruina, asegurando que a consecuencia de ello suelen
claudicar los espíritus débiles y quedan con frecuencia debilitados los
fuertes. Y añadía que el que trata con ellas - a excepción de algún hombre
de muy probada virtud - , difícilmente evitara su seducción, pues - según la
Escritura - es como caminar sobre brasas y no quemarse la planta de los pies.
05.5
Por eso, él mismo de tal suerte apartaba sus ojos para no ver la vanidad,
que manifestó en cierta ocasión a un compañero suyo que no reconocería casi
a ninguna mujer por las facciones de su rostro. Creía, en efecto, peligroso
grabar en la mente la imagen de sus formas, que fácilmente pueden reavivar la
llama libidinosa de la carne ya domada o también mancillar el brillo de un
corazón puro.
05.5
Afirmaba, de igual modo, .ser una frivolidad conversar con las mujeres, excepto
el caso de la confesión o de una brevísima instrucción referente a la
salvación y a una vida honesta. "¿Qué asuntos - decía - tendrá que
tratar un religioso con una mujer, si no es el caso de que ésta le pida la
santa penitencia o un consejo de vida más perfecta? A causa de una excesiva
confianza, uno se precave menos del enemigo; y, si éste consigue apoderarse de
un solo cabello del hombre, pronto lo convierte en una viga".
05.6
Enseñaba, asimismo, la necesidad de evitar a toda costa la ociosidad, sentina
de todos los malos pensamientos; y demostraba con su ejemplo cómo debe domarse
la carne rebelde y perezosa mediante una continua disciplina y una actividad
provechosa. De ahí que llamaba a su cuerpo con el nombre de hermano asno, al
que es preciso someterle a cargas pesadas, castigarlo con frecuentes azotes y
alimentarlo con vil pienso.
05.6 Si
veía a alguno entregado a la ociosidad y vagabundeo, pretendiendo comer a costa
del trabajo de los demás, pensaba que se le debía llamar hermano mosca, pues
ese tal, que no hace nada bueno y estropea las obras buenas de los demás, se
convierte para todos en una persona vil y detestable. Por eso dijo en alguna
ocasión: Quiero que mis hermanos trabajen y se ejerciten en alguna ocupación,
no sea que, entregados a la ociosidad, sean arrastrados a deseos o
conversaciones malas.
05.6
Quería que sus hermanos observaran el silencio evangélico, es decir, que se
abstuvieran siempre solícitamente de toda palabra ociosa, teniendo conciencia
de que de ello se ha de rendir cuenta en el día del juicio. Y si encontraba
a algún hermano habituado a palabras inútiles, lo reprendía con acritud.
Afirmaba que la modesta taciturnidad guarda puro el corazón y es una virtud de
no pequeña valía, puesto que - como está escrito - la vida y la muerte
están en poder de la lengua, no tanto por razón del gusto como por ser el
órgano de la palabra.
05.7 Y
aunque el Santo animaba con todo su empeño a los hermanos a llevar una vida
austera, sin embargo, no era partidario de una severidad intransigente, que no
se reviste de entrañas de misericordia ni está sazonada con la sal de la
discreción. Prueba de ello es el siguiente hecho:
05.7
Cierta noche, un hermano - entregado en demasía al ayuno - se sintió
atormentado con un hambre tan terrible, que no podía hallar reposo alguno.
Dándose cuenta el piadoso pastor del peligro que acechaba a su ovejuela, llamó
al hermano, le puso delante unos manjares y - para evitarle toda posible
vergüenza - comenzó él mismo a comer primero, invitándole dulcemente a hacer
otro tanto. Depuso el hermano la vergüenza y tomó el alimento necesario,
sintiéndose muy confortado, porque, gracias a la circunspecta condescendencia
del pastor, había no sólo superado el desvanecimiento corporal, sino también
recibido no pequeño ejemplo de edificación.
05.7 A
la mañana siguiente, el varón de Dios convocó a sus hermanos y les refirió
lo sucedido a la noche, añadiéndoles esta prudente amonestación:
"Hermanos, que os sirva de ejemplo en este caso no tanto el alimento como
la caridad". Les enseñó además a guardar la discreción, como reguladora
que es de las virtudes; pero no la discreción que sugiere la carne, sino la que
enseñó Cristo, cuya vida sacratísima consta que es un preclaro ejemplo de
perfección.
05.8
Pero como quiera que al hombre, rodeado de la debilidad de la carne, no le es
posible seguir perfectamente al Cordero sin mancilla muerto en la cruz sin que
al mismo tiempo contraiga alguna mancha, aseguraba como verdad indiscutible que
cuantos se afanan por la vida de perfección deben todos los días purificarse
en el baño de las lágrimas. El mismo Francisco - aunque había ya conseguido
una admirable pureza de alma y cuerpo - , con todo, no cesaba de lavar
constantemente con copiosas lágrimas los ojos interiores, no importándole
mucho el menoscabo que a consecuencia de ello pudieran sufrir sus ojos
corporales.
05.8 Y
como hubiese contraído, por el continuo llanto, una gravísima enfermedad de la
vista, le advirtió el médico que se abstuviera de llorar, si no quería quedar
completamente ciego; mas el Santo le replicó: "Hermano médico, por mucho
que amemos la vista, que nos es común con las moscas, no se ha de desechar en
lo más mínimo la visita de la luz eterna, porque el espíritu no ha recibido
el beneficio de la luz por razón de la carne, sino la carne por causa del
espíritu". Prefería, en efecto, perder la luz de la vista corporal antes
que reprimir la devoción del espíritu y dejar de derramar lágrimas, con las
que se limpia el ojo interior para poder ver a Dios.
05.9
Ante el consejo de los médicos y las reiteradas instancias de los hermanos, que
le persuadían a someterse al cauterio, se doblegó humildemente el varón de
Dios, porque pensaba que dicha operación no sólo sería saludable para el
cuerpo, sino desagradable para la naturaleza.
05.9
Así, pues, llamaron al cirujano, el cual, tan pronto como vino, puso al fuego
el instrumento de hierro para realizar el cauterio. Mas el siervo de Cristo,
tratando de confortar su cuerpo, estremecido de horror, comenzó a hablar así
con el fuego, como si fuera un amigo suyo: "Mi querido hermano fuego, el
Altísimo te ha creado poderoso, bello y útil, comunicándote una deslumbrante
presencia que querrían para sí todas las otras criaturas. ¡Muéstrate
propicio y cortés conmigo en esta hora! Pido al gran Señor que te creó
tempere en mí tu calor, para que, quemándome suavemente, te pueda
soportar".
05.9
Terminada esta oración, hizo la señal de la cruz sobre el instrumento de
hierro incandescente, y desde entonces se mantuvo valiente. Penetró a todo
crujir el hierro en aquella carne delicada, extendiéndose el cauterio desde el
oído hasta las cejas. El mismo Santo expresó del siguiente modo el dolor que
le había producido el fuego: Alabad al Altísimo - dijo a sus hermanos - ,
pues, a decir verdad, no he sentido el ardor del fuego ni he sufrido dolor
alguno en el cuerpo. Y dirigiéndose al médico añadió: "Si no está bien
quemada la carne, repite de nuevo la operación". Al observar el médico la
presencia, en aquel cuerpo endeble, de una fuerza tan poderosa del espíritu,
quedó profundamente maravillado, y no pudo menos de manifestar que se trataba
de un verdadero milagro de Dios, diciendo: Os aseguro, hermanos, que hoy he
visto maravillas.
05.9 Y
como había llegado a tan alto grado de pureza que, en admirable armonía, la
carne se rendía al espíritu, y éste, a su vez, a Dios, sucedió por designio
divino que la criatura que sirve a su Hacedor se sometiera de modo tan
maravilloso a la voluntad e imperio del Santo.
05.10
En otra ocasión, el siervo de Dios se hallaba muy grave mente enfermo en el
eremitorio de San Urbano, y, sintiendo el desfallecimiento de la naturaleza,
pidió un vaso de vino. Al responderle que les era imposible acceder a su deseo,
puesto que no había allí ni una gota de vino, ordenó que se le trajera agua.
Una vez presentada, la bendijo haciendo sobre ella la señal de la cruz. De
pronto, lo que había sido pura agua, se convirtió en óptimo vino, y lo que no
pudo ofrecer la pobreza de aquel lugar desértico, lo obtuvo la pureza del santo
varón. Apenas gustó el vino, se recuperó con tan gran presteza, que la
novedad del sabor y la salud restablecida - fruto de una acción renovadora
sobrenatural en el agua y en el que la gustó - confirmaron con doble testimonio
cuán perfectamente estaba el Santo despojado del hombre viejo y revestido del
nuevo.
05.11
Pero no sólo se sometían las criaturas a la voluntad del siervo de Dios, sino
que la misma providencia del Creador condescendía con sus deseos doquiera que
se encontrara.
05.11
Cierta vez, por ejemplo, en que estaba abrumado su cuerpo por la presencia de
tantas enfermedades, sintió vivos deseos de oír los acordes de algún
instrumento músico para alegrar su espíritu; y, pensando que no sería
correcto ni conveniente interviniera en ello alguna persona humana, he aquí que
acudieron los ángeles a brindarle este obsequio y satisfacer su ilusión. En
efecto, mientras estaba velando cierta noche, puesto el pensamiento en el
Señor, de repente oyó el sonido de una cítara de admirable armonía y
melodía suavísima. No se veía a nadie, pero las variadas tonalidades que
percibía su oído insinuaban la presencia de un citarista que iba y venía de
un lado a otro. Fijo su espíritu en Dios, fue tan grande la suavidad que
sintió a través de aquella dulce y armoniosa melodía, que se imaginó haber
sido transportado al otro mundo.
05.11
No permaneció esto oculto a los más íntimos de sus compañeros, quienes
frecuentemente observaban, mediante indicios ciertos, que Francisco era visitado
por Dios con extraordinarias y frecuentes consolaciones en tal grado, que no las
podía ocultar del todo.
05.12
Sucedió también en otra ocasión que, viajando el varón de Dios con un
compañero suyo, con motivo de predicación, entre Lombardía y la Marca
Trevisana, junto al río Po, les sorprendió la espesa oscuridad de la noche. El
camino que debían recorrer era sumamente peligroso a causa de las tinieblas, el
río y los pantanos. Viéndose en tal situación apurada, dijo el compañero al
Santo: Haz oración, Padre, para que nos libremos de los peligros que nos
acechan. Respondióle el varón de Dios lleno de una gran confianza: Poderoso es
Dios, si place a su bondad, para disipar las sombrías tinieblas y derramar
sobre nosotros el don de la luz.
05.12
Apenas había terminado de decir estas palabras, cuando de pronto - por
intervención divina - comenzó a brillar en torno suyo una luz tan esplendente,
que, siendo oscura la misma noche en otras partes, al resplandor de aquella
claridad distinguían no sólo el camino sino también otras muchas cosas que
estaban a su alrededor. Guiados materialmente y reconfortados en el espíritu
por esta luz, después de haber recorrido gran trecho del camino entre cantos y
alabanzas divinas, llegaron por fin sanos y salvos al lugar de su hospedaje.
05.12
Pondera, pues, qué niveles tan maravillosos de pureza y de virtud alcanzó este
hombre, a cuyo imperio modera su ardor el fuego, el agua cambia de sabor, las
melodías angélicas le proporcionan consuelo y la luz divina le sirve de guía
en el camino. Todo ello parece indicar que la máquina entera del mundo estaba
puesta al servicio de los sentidos santificados de este varón santo.
Capítulo
VI Humildad y obediencia del Santo y condescendencia de Dios a sus deseos
06.1 La
humildad, guarda y decoro de todas las virtudes, llenó copiosamente el alma del
varón de Dios. En su opinión, se reputaba un pecador, cuando en realidad era
espejo y preclaro ejemplo de toda santidad. Sobre esta base trató de levantar
el edificio de su propia perfección, poniendo - cual sabio arquitecto - el
mismo fundamento que había aprendido de Cristo. Solía decir que el hecho de
descender el Hijo de Dios desde la altura del seno del Padre hasta la bajeza de
la condición humana tenía la finalidad de enseñarnos como Señor y Maestro,
mediante su ejemplo y doctrina la virtud de la humildad.
06.1
Por eso, como fiel discípulo de Cristo, procuraba envilecerse ante sus ojos y
en presencia de los demás, recordando el dicho del soberano Maestro: Lo que
los hombres tienen por sublime, es abominación ante Dios. Solía decir
también estas palabras: Lo que es el hombre delante de Dios, eso es, y no más
.De ahí que juzgara ser una necedad envanecerse con la aprobación del mundo,
y, en consecuencia, se alegraba en los oprobios y se entristecía en las
alabanzas. Prefería oír de sí más bien vituperios que elogios, consciente de
que aquéllos le impulsaban a enmendarse, mientras que éstos podían serle
causa de ruina.
06.1 Y
así, muchas veces, cuando la gente enaltecía los méritos de su santidad,
ordenaba a algún hermano que repitiese insistentemente a sus oídos palabras de
vilipendio en contra de las voces de alabanza. Y cuando el hermano - si bien muy
a pesar suyo - le llamaba rústico, mercenario, inculto e inútil, lleno de
íntima alegría, que se reflejaba en su rostro, le respondía: "Que el
Señor te bendiga, hijo carísimo, porque lo que dices es la pura verdad, y
tales son las palabras que debe oír el hijo de Pedro Bernardone".
06.2 Y,
con objeto de hacerse despreciable a los ojos de los demás, no se avergonzaba
de manifestar ante todo el pueblo sus propios defectos en la predicación.
06.2
Sucedió una vez que, abrumado por la enfermedad, tuvo que mitigar algo el rigor
de la abstinencia con el fin de recobrar la salud. Mas, apenas recobró un tanto
las fuerzas corporales, el verdadero despreciador de sí mismo, llevado por el
deseo de humillar su persona, se dijo: "No está bien que el pueblo me
tenga por penitente, cuando yo me refocilo ocultamente a base de carne".
Levantóse, pues, al instante, inflamado en el espíritu de la santa humildad, y
convocado el pueblo en la plaza de la ciudad en la iglesia catedral acompañado
de muchos hermanos que había llevado consigo. Iba con una soga atada al cuello
y sin más vestido que los calzones. En esa forma se hizo conducir, a la vista
de todos, a la piedra donde se solía colocar a los malhechores para ser
castigados. Subido a ella, no obstante ser víctima de fiebres cuartanas y de
una gran debilidad corporal y bajo la acción de un frío intenso, predicó con
gran vigor de animo, diciendo a los oyentes que no debían venerarle como a un
hombre espiritual, antes, por el contrario, todos deberían despreciarlo como a
carnal y glotón.
06.2
Ante semejante espectáculo quedaron atónitos los congregados en la iglesia, y
como tenían bien comprobada la austeridad de su vida, devotos y compungidos,
proclamaban que tal humildad era digna, más bien, de ser admirada que imitada.
Y aunque este hecho, más que ejemplo, parece un portento parecido al que
narra el vaticinio profético, queda ahí como verdadero documento de perfecta
humildad, por el que todo seguidor de Cristo es instruido en la forma de
despreciar los honores y alabanzas efímeras, a reprimir la altanería y
jactancia, a desechar la mentira de una falsa hipocresía.
06.3
Solía realizar otras muchas acciones parecidas a ésta con objeto de aparecer
al exterior como un vaso de perdición; si bien en su interior poseía el
espíritu de una alta santidad. Procuraba esconder en lo más recóndito de su
pecho los bienes recibidos del Señor, no queriendo exponerlos a una gloria que
pudiera serle ocasión de ruina. De hecho, cuando con frecuencia era ensalzado
por muchos como santo, solía expresarse así: No me alabéis como si estuviera
ya seguro, que todavía puedo tener hijos e hijas. Nadie debe ser alabado
mientras es incierto su desenlace final.
06.3 De
este modo respondía a los que lo elogiaban; hablando, empero, consigo mismo, se
decía: Francisco, si el Altísimo le hubiera concedido al ladrón más perdido
los beneficios que te ha hecho a ti, sin duda que sería mucho más agradecido
que tú. Repetía frecuentemente a sus hermanos la siguiente consideración:
Nadie debe complacerse con los falsos aplausos que le tributan por cosas que
puede realizar también un pecador. Este - decía - puede ayunar, hacer
oración, llorar sus pecados y macerar la propia carne. Una sola cosa está
fuera de su alcance: permanecer fiel a su Señor. Por tanto, hemos de cifrar
nuestra gloria en devolver al Señor su honor y en atribuirle a El -
sirviéndole con fidelidad - los dones que nos regala".
06.4
Con el fin de aprovechar de mil variadas formas y hacer meritorios todos los
momentos de la vida presente, este mercader evangélico prefirió ser súbdito
que presidir, obedecer antes que mandar. Por eso, al renunciar al oficio de
ministro general, pidió se le concediera Un guardián, a cuya voluntad
estuviera sujeto en todo. Aseguraba ser tan copiosos los frutos de la santa
obediencia, que cuantos someten el cuello a su yugo están en continuo
aprovechamiento. De ahí que acostumbraba prometer siempre obediencia al hermano
que solía acompañarle y la observaba fielmente.
06.4 A
este respecto dijo en cierta ocasión a sus compañeros: Entre las gracias que
el bondadoso Señor se ha dignado concederme, una es la de estar dispuesto a
obedecer con la misma diligencia al novicio de una hora - si me fuere dado como
guardián - que al hermano más antiguo y discreto. El súbdito - añadía - no
debe mirar en su prelado tanto al hombre como a Aquel por cuyo amor se ha
entregado a la obediencia. Cuanto más despreciable es la persona que preside,
tanto más agradable a Dios es la humildad del que obedece.
06.4
Preguntáronle en cierta ocasión quién debía ser tenido, a su juicio, por
verdadero obediente, y él por toda respuesta les propuso como ejemplo la imagen
del cadáver: "Tomad - les dijo - un cadáver y colocadlo donde os plazca.
Veréis que no se opone si se le mueve, ni murmura por el sitio que se le
asigna, ni reclama si es que se le retira. Si lo colocáis sobre una cátedra,
no mirará arriba, sino abajo; si lo vestís de púrpura, doblemente se
acentuará su palidez. Así es - añadió - el verdadero obediente: no juzga por
qué le trasladan de una parte a otra; no se preocupa del lugar donde vaya a ser
colocado ni insiste en que se le cambie de sitio; si es promovido a un alto
cargo, mantiene su habitual humildad; cuanto más honrado se ve, tanto más
indigno se siente".
06.5
Dijo una vez a su compañero: No me consideraría verdadero hermano menor si no
me encontrare en el estado de ánimo que te voy a describir. Figúrate que,
siendo yo prelado, voy a capítulo y en él predico y amonesto a mis hermanos, y
al fin de mis palabras éstos dicen contra mí: "No conviene que tú seas
nuestro prelado, pues eres un hombre sin letras, que no sabe hablar, idiota y
simple". Y, por último, me desechan ignominiosamente, vilipendiado de
todos. Te digo que, si no oyere estas injurias con idéntica serenidad de
rostro, con igual alegría de ánimo y con el mismo deseo de santidad que si se
tratara de elogios dirigidos a mi persona, no sería en modo alguno hermano
menor". Y añadía: En la prelacía acecha la ruina; en la alabanza, el
precipicio; pero en la humildad del súbdito es segura la ganancia del alma.
¿Por qué, pues, nos dejamos arrastrar más por los peligros que por las
ganancias, siendo así que se nos ha dado este tiempo para merecer?"
06.5 De
ahí que Francisco, ejemplo de humildad, quiso que sus hermanos se llamaran menores,
y los prelados de su Orden ministros, para usar la misma nomenclatura
del Evangelio, cuya observancia había prometido, y a fin de que con tal hombre
se percataran sus discípulos de que habían venido a la escuela de Cristo
humilde para aprender la humildad. En efecto, el maestro de la humildad, Cristo
Jesús, para formar a sus discípulos en la perfecta humildad, dijo: El que
quiera ser entre vosotros el mayor, sea vuestro servidor, y el que entre
vosotros quiera ser el primero, sea vuestro esclavo.
06.5 Un
día, el señor Ostiense, protector y promotor principal de la Orden de los
Hermanos Menores, que más tarde, según le había predicho el Santo, fue
elevado a la categoría de sumo pontífice bajo el nombre de Gregorio IX,
preguntó a Francisco si le agradaba que fueran promovidos sus hermanos a las
dignidades eclesiásticas. Este le respondió: Señor, mis hermanos se llaman
menores precisamente para que no presuman hacerse mayores. Si queréis que den
fruto en la Iglesia de Dios, mantenedlos en el estado de su vocación y no
permitáis en modo alguno que sean ascendidos a las prelacías eclesiásticas.
06.6 Y
como quiera que, tanto en sí como en todos sus súbditos, prefería Francisco
la humildad a los honores, Dios - que ama a los humildes - lo juzgaba digno de
los puestos más encumbrados, según le fue revelado en una visión celestial a
un hermano, varón de notable virtud y devoción. Iba dicho hermano acompañando
al Santo, y, al orar con él muy fervorosamente en una iglesia abandonada, fue
arrebatado en éxtasis, y vio en el cielo muchos tronos, y entre ellos uno más
relevante, adornado con piedras preciosas y todo resplandeciente de gloria.
Admirado de tal esplendor, comenzó a averiguar con ansiosa curiosidad a quién
correspondería ocupar dicho trono. En esto oyó una voz que le decía: Este
trono perteneció a uno de los ángeles caídos, y ahora estoy reservado para el
humilde Francisco.
06.6
Vuelto en sí de aquel éxtasis, siguió acompañando - como de costumbre - al
Santo, que había salido ya afuera. Prosiguieron el camino, hablando entre sí
de cosas de Dios; y aquel hermano, que no estaba olvidado de la visión tenida,
preguntó disimuladamente al Santo qué es lo que pensaba de sí mismo. El
humilde siervo de Cristo le hizo esta manifestación: "Me considero como el
mayor de los pecadores". Y como el hermano le replicase que en buena
conciencia no podía decir ni sentir tal cosa, añadió el Santo: "Si
Cristo hubiera usado con el criminal más desalmado la misericordia que ha
tenido conmigo, estoy seguro que éste le sería mucho más agradecido que
yo".
06.6 Al
escuchar una respuesta de tan admirable humildad, aquel hermano se confirmó en
la verdad de la visión que se le había mostrado y comprendió lo que dice el
santo Evangelio: que el verdadero humilde será enaltecido a una gloria sublime,
de la que es arrojado el soberbio.
06.7 En
otra ocasión en que Francisco oraba en una iglesia desierta de Monte Casale, en
la provincia de Massa, conoció por inspiración divina que había allí
depositadas unas sagradas reliquias. Al advertir - no sin dolor - que dichas
reliquias habían permanecido por mucho tiempo privadas de la debida
veneración, mandó a sus hermanos que las trasladasen reverentemente a su
propio lugar. Pero, habiéndose ausentado de sus hijos por una causa apremiante,
éstos olvidaron el mandato del Padre, descuidando el mérito de la obediencia.
06.7
Mas un día en que quisieron celebrar los sagrados misterios, al remover el
mantel superior del altar, encontraron, con gran admiración, unos huesos muy
hermosos que exhalaban una fragancia suavísima, y contemplaron aquellas
reliquias, que habían sido llevadas allí no por mano humana, sino por una
poderosa intervención divina. Vuelto poco después el devoto varón de Dios,
comenzó a indagar diligente mente si se habían cumplido sus disposiciones
respecto a las reliquias. Confesaron humildemente los hermanos su culpa de haber
descuidado el cumplimiento de dicha obediencia, por lo cual obtuvieron el
perdón, juntamente con una penitencia. Y dijo el Santo: Bendito el Señor Dios
mío, que se dignó hacer por sí mismo lo que vosotros debíais haber hecho.
06.7
Considera atentamente el solícito cuidado que tiene la divina Providencia
respecto al polvo de nuestro cuerpo y reconoce, por otra parte, la excelencia de
la virtud del humilde Francisco ante los ojos de Dios, pues el Señor
condescendió con los deseos del Santo, a cuyos mandatos no se había sometido
el hombre.
06.8
Llegado un día a Imola, se presentó ante el obispo de la ciudad y humildemente
le suplicó le diera su beneplácito para convocar al pueblo y predicarle la
palabra de Dios. El obispo le respondió con aspereza: Me basto yo, hermano,
para predicar a mi pueblo. Inclinó la cabeza el verdadero humilde y salió
afuera; mas al poco tiempo volvió a entrar. Al verlo de nuevo en su presencia,
el obispo le preguntó, algo turbado, qué es lo que quería; a lo que
respondió Francisco con un corazón y un tono de voz que rezumaban humildad:
Señor, si un padre despide por una puerta a su hijo, éste debe volver a entrar
por otra.
06.8
Vencido por semejante humildad, el obispo, con una gran alegría que se
reflejaba en su rostro, le dio un abrazo, diciéndole: Tú y todos tus hermanos
tenéis en adelante licencia general para predicar en mi diócesis, pues bien se
merece esta concesión tu santa humildad.
06.9
Sucedió también que en cierta ocasión llegó Francisco a Arezzo cuando toda
la ciudad se hallaba agitada por unas luchas internas tan espantosas, que
amenazaban hundirla en una próxima ruina. Alojado en el suburbio, vio sobre la
ciudad unos demonios que daban brincos de alegría y azuzaban los ánimos
perturbados de los ciudadanos para lanzarse a matar unos a otros. Con el fin de
ahuyentar aquellas insidiosas potestades aéreas, envió delante de sí - como
mensajero - al hermano Silvestre, varón de colombina simplicidad, diciéndole:
Marcha a las puertas de la ciudad y, de parte de Dios omnipotente, manda a los
demonios, por santa obediencia, que salgan inmediatamente de allí.
06.9
Apresúrase el verdadero obediente a cumplir las órdenes del Padre, y,
prorrumpiendo en alabanzas ante la presencia del Señor, llegó a la puerta de
la ciudad y se puso a gritar con voz potente: "¡De parte de Dios
omnipotente y por mandato de su siervo Francisco, marchaos lejos de aquí,
demonios todos!" Al punto quedó apaciguada la ciudad, y sus habitantes, en
medio de una gran serenidad, volvieron a respetarse mutuamente en sus derechos
cívicos. Expulsada, pues, la furiosa soberbia de los demonios - que tenían
como asediada la ciudad - por intervención de la sabiduría de un pobre, es
decir, de la humildad de Francisco, tornó la paz y se salvó la ciudad. En
efecto, por los méritos de sus heroicas virtudes de humildad y obediencia
había conseguido Francisco un dominio tan grande sobre aquellos espíritus
rebeldes y protervos, que le fue dado reprimir su feroz arrogancia y desbaratar
sus importunos y violentos asaltos.
06.10
Es cierto que los soberbios demonios huyen de las excelsas virtudes de los
humildes, fuera de aquellos casos en que la divina demencia permite que éstos
sean abofeteados para guarda de su humildad, como de sí mismo escribe el
apóstol Pablo, y Francisco llegó a probarlo por propia experiencia. Así
sucedió, en efecto, cuando fue invitado por el señor León, cardenal de la
Santa Cruz, a permanecer por algún tiempo consigo en Roma. El Santo
condescendió humildemente con sus deseos movido por la reverencia y amor que le
profesaba. Mas he aquí que la primera noche, cuando después de la oración
quiso entregarse al descanso, se presentaron los demonios en plan de atacar
ferozmente al caballero de Cristo, al que le azotaron tan duramente y por tan
largo espacio de tiempo, que le dejaron medio muerto.
06.10
Apenas huyeron los demonios, el Santo llamó a su compañero, a quien refirió
todo lo sucedido, y añadió después. Pienso, hermano, que el hecho de haberme
atacado tan cruelmente en esta ocasión los demonios - que nada pueden hacer
fuera de lo que la divina Providencia les permite - es una prueba de que no
causa buena impresión mi estancia en la curia de los grandes. Mis hermanos, que
moran en lugares pobrecillos, al enterarse de que estoy viviendo con los
cardenales, quizás vayan a sospechar que me ocupo de asuntos mundanos, que me
dejo llevar de los honores y que lo estoy pasando muy bien. Por lo cual, juzgo
ser mejor que el que está puesto para ejemplo de los demás huya de las curias
y viva humildemente entre los humildes en lugares humildes, para fortalecer el
ánimo de los que sufren penuria, compartiéndola también él mismo". Así
que, a la mañana siguiente, el Santo presenta humildemente sus excusas y se
despide del cardenal juntamente con su compañero.
06.11
Si grande era, en verdad, el aborrecimiento que el Santo tenía a la soberbia,
origen de todos los males, y a su pésima prole, la desobediencia, no era menor
el aprecio que sentía por la humildad y penitencia.
06.11
Sucedió una vez que le presentaron un hermano que había cometido alguna falta
contra la obediencia, a fin de que se le aplicara un justo castigo. Mas, viendo
el varón de Dios que aquel hermano daba señales evidentes de un sincero
arrepentimiento, en atención a su humildad, se sintió movido a perdonarle la
desobediencia. Con todo, para que la facilidad del perdón no se convirtiera
para otros en incentivo de transgresión, mandó que le quitasen al hermano la
capucha y la arrojasen al fuego, dando con ello a entender cuán grave castigo
merece toda falta de obediencia. Después que la capucha estuvo un tiempo en
medio de las llamas, ordenó que la sacaran del fuego y se la restituyesen al
hermano humildemente arrepentido. Y ¡oh prodigio! Sacaron la capucha de en
medio de las llamas, sin que se hallara en ella el menor rastro de quemadura.
Con tan singular milagro aprobaba el Señor la virtud y la humildad de la
penitencia del santo varón.
06.11
Es, pues, digna de ser imitada la humildad de Francisco, que ya en la tierra
consiguió la maravillosa prerrogativa de rendir al mismo Dios a sus deseos, de
cambiar la disposición afectiva de un hombre, de avasallar con su mandato la
protervia de los demonios y refrenar con un simple gesto de su voluntad la
voracidad de las llamas. Ciertamente, ésta es la virtud que exalta a los que la
poseen, y, al par que muestra a todos la reverencia debida, se hace digna de que
todos la honren.
Capítulo
VII Amor a la pobreza y admirable solución en casos de penuria
07.1
Entre los diversos dones y carismas que obtuvo Francisco del generoso Dador de
todo bien, destaca, como una prerrogativa especial, el haber merecido crecer en
las riquezas de la simplicidad mediante su amor a la altísima pobreza.
07.1
Considerando el Santo que esta virtud había sido muy familiar al Hijo de Dios y
al verla ahora rechazada casi en todo el mundo, de tal modo se determinó a
desposarse I con ella mediante los lazos de un amor eterno, que por su
causa no sólo abandonó al padre y a la madre, sino que también se desprendió
de todos los bienes que pudiera poseer. No hubo nadie tan ávido de oro como él
de la pobreza, ni nadie fue jamás tan solícito en guardar un tesoro como él
en conservar esta margarita evangélica 3. Nada había que le alterase tanto
como el ver en sus hermanos algo que no estuviera del todo conforme con la
pobreza. De hecho, respecto a su persona, se consideró rico con una túnica, la
cuerda y los calzones desde el principio de la fundación de la Religión hasta
su muerte y vivió contento con eso sólo.
07.1
Frecuentemente evocaba - no sin lágrimas - la pobreza de Cristo Jesús y de su
madre; y como fruto de sus reflexiones afirmaba ser la pobreza la reina de las
virtudes, pues con tal prestancia había resplandecido en el Rey de los reyes y
en la Reina, su madre. Por eso, al preguntarle los hermanos en una reunión
cuál fuera la virtud con la que mejor se granjea la amistad de Cristo,
respondió como quien descubre un secreto de su corazón: "Sabed, hermanos,
que la pobreza es el camino especial de salvación, como que fomenta la humildad
y es raíz de la perfección, y sus frutos - aunque ocultos - son múltiples y
variados. Esta virtud es el tesoro escondido del campo evangélico; por cuya
adquisición merece la pena vender todas las cosas, y las que no pueden venderse
han de estimarse por nada en comparación con tal tesoro".
07.2
Decía también: "El que quiera llegar a la cumbre de esta virtud debe
renunciar no sólo a la prudencia del mundo, sino también en cierto sentido a
la pericia de las letras, a fin de que, expropiado de tal posesión, pueda
adentrarse en las obras del poder del Señor y entregarse desnudo en los
brazos del Crucificado, pues nadie abandona perfectamente el siglo mientras en
el fondo de su corazón se reserva para sí la bolsa de los propios
afectos".
07.2
Cuando hablaba con sus hermanos acerca de la pobreza, que lo hacía a menudo,
les inculcaba aquellas palabras del Evangelio: La zorras tienen guaridas, y
las aves del cielo nidos; pero el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar su
cabeza. Por esta razón enseñaba a sus hermanos que las casas que
edificasen fueran humildes, al estilo de los pobres; que no las habitasen como
propietarios, sino como inquilinos, considerándose peregrinos y advenedizos,
pues constituye norma en los peregrinos - decía - ser alojados en casa ajena,
anhelar ardientemente la patria y pasar en paz de un lugar a otro.
07.2 A
veces ordenaba derribar las casas edificadas o mandaba que las abandonaran sus
hermanos si en ellas observaba algo que - por razón de la apropiación o de la
suntuosidad - era contrario a la pobreza evangélica. Decía que esta virtud es
el fundamento de la Orden, sobre el cual se apoya primordialmente toda la
estructura de la Religión; pero, si se resquebrajara la base de la pobreza,
sería totalmente destruido el edificio de la Orden.
07.3
Por tanto, enseñaba - ilustrado por revelación que el ingreso en la santa
Religión debía comenzar dando cumplimiento a aquellas palabras del Evangelio: Si
quieres ser perfecto, anda, vende cuánto tienes y dalo a los pobres 13. De
ahí que no admitía en la Orden sino a los que se habían expropiado de todo y
nada retenían para sí, ya para observar la palabra del Evangelio, ya también
para evitar que los bienes reservados les sirvieran de piedra de escándalo.
07.3
Así procedió el verdadero patriarca de los pobres con uno que en la Marca de
Ancona le pidió ser recibido en la Orden. Si quieres unirte a los pobres de
Cristo - le dijo - , distribuye tus bienes entre los pobres del mundo. Al oír
esto, se fue el hombre, y, movido del amor carnal, repartió entre sus parientes
todos sus bienes, pero no dio nada a los pobres. Vuelto al santo varón, le
refirió lo que había hecho con sus bienes. En oyéndolo Francisco, le increpó
con áspera dureza, diciendo: Sigue tu camino, hermano mosca, porque todavía no
has salido de tu casa y de tu parentela. Repartiste tus bienes entre tus
consanguíneos, y has defraudado a los pobres; no eres digno de convivir con los
santos pobres. Has comenzado por la carne, y, por tanto, has puesto un
fundamento ruinoso al edificio espiritual".
07.3
Este hombre, que actuaba guiado por criterios naturales, volvió a los suyos y
recuperó sus bienes, que había rehusado dar a los pobres; y bien pronto
abandonó sus ideales de virtud.
07.4 En
otra ocasión, en Santa María de la Porciúncula había tanta escasez, que no
se podía atender convenientemente - según lo exigía la necesidad - a los
hermanos huéspedes que llegaban. Acudió entonces el vicario al Santo, y,
alegándole la penuria de los hermanos, le pidió que permitiese reservar algo
de los bienes de los novicios que ingresaban para poder recurrir a dicho fondo
en caso de necesidad.
07.4 El
Santo, que no ignoraba los designios divinos, le contestó: "Lejos de
nosotros, hermano carísimo, proceder infielmente contra la Regla por
condescender a cualquier hombre. Prefiero que despojes el altar de la gloriosa
Virgen, cuando lo requiera la necesidad, antes que faltar en lo más mínimo
contra el voto de pobreza y la observancia del Evangelio. Más le agradará a la
bienaventurada Virgen que, por observar perfectamente el consejo del santo
Evangelio, sea despojado su altar, que, conservándolo bien adornado, seamos
infieles al consejo de su Hijo, que hemos prometido guardar".
07.5
Pasaba una vez el varón de Dios con su compañero por la Pulla, cerca de Bari,
y encontraron en el camino una gran bolsa - llamada vulgarmente funda - , bien
hinchada, por lo que parecía estar repleta de dinero. El compañero dio cuenta
de ello al pobrecillo de Cristo y le insistió en que se recogiera del suelo la
bolsa para entregar el dinero a los pobres. Rehusó el hombre de Dios acceder a
tales deseos, receloso de que en aquella bolsa pudiera esconderse algún ardid
diabólico y pensando que lo que le sugería el hermano no era cosa meritoria,
sino pecaminosa, porque era apoderarse de lo ajeno para dárselo a los pobres.
Se apartan del lugar, apresurándose a continuar el camino emprendido.
07.5
Mas no quedó tranquilo el hermano, engañado por una falsa piedad; incluso
echaba en cara al siervo de Dios su proceder, como que se despreocupaba de
socorrer la penuria de los pobres.
07.5
Consintió, al fin, el manso varón de Dios en volver al lugar, no ciertamente
para hacer la voluntad del hermano, sino para ponerle de manifiesto el engaño
diabólico. Vuelto, pues, al lugar donde estaba la bolsa con su compañero y un
joven que encontraron en el camino, vio primero y después mandó al compañero
que levantara la bolsa. Se llenó de temor y temblor el hermano, como si ya
presintiese al monstruo infernal. Con todo, impulsado por el mandato de la santa
obediencia, desechó toda duda y extendió la mano para recoger la bolsa. De
pronto salió de la bolsa un culebrón, que desapareció súbitamente junto con
la misma bolsa. De este modo le hizo ver al hermano el engaño diabólico que
estaba allí encerrado. Desenmascarada, pues, la falacia del astuto enemigo,
dijo el Santo a su compañero: "Hermano, para los siervos de Dios el dinero
no es sino un demonio y una culebra venenosa".
07.6
Después de esto, al trasladarse el Santo requerido por un asunto a la ciudad de
Siena, le sucedió un caso admirable. En una gran planicie que se extiende entre
Campillo y San Quirico le salieron al encuentro tres pobrecillas mujeres del
todo semejantes en la estatura, edad y facciones del rostro, las cuales le
brindaron un saludo muy original, diciéndole: "Bienvenida sea dama
Pobreza!"
07.6 Al
oír tales palabras, llenóse de un gozo inefable el verdadero enamorado de la
pobreza, pues pensaba que no podía haber otra forma más halagüeña de
saludarse entre sí los hombres que la empleada por aquellas mujeres. Al
desaparecer rápidamente éstas, y considerando los compañeros de Francisco la
extraña novedad que en ellas se apreciaba por su semejanza, su forma de
saludar, su encuentro y desaparición, concluyeron - no sin razón - que todo
aquello encerraba algún misterio relacionado con el santo varón.
07.6 En
efecto, aquellas tres pobrecillas mujeres de idéntico aspecto, con su forma tan
insólita de saludar y su desaparición tan repentina, parecían indicar bien a
las claras que en el varón de Dios resplandecía perfectamente y de igual modo
la hermosura de la perfección evangélica en lo que se refiere a la castidad,
obediencia y pobreza, aunque prefería gloriarse en el privilegio de la pobreza,
a la que solía llamar con el nombre unas veces de madre; otras, de esposa, así
como, de señora.
07.6 En
esta virtud deseaba sobrepujar a todos el que por ella había aprendido a
considerarse inferior a los demás. Por esto, si alguna vez le sucedía
encontrarse con una persona más pobre que él en su porte exterior, al instante
se reprochaba a sí mismo, animándose a igualarla, como si al luchar en esta
emulación temiera ser vencido en el combate. Le sucedió efectivamente
encontrarse en el camino con un pobre, y, al ver su desnudez, se sintió
compungido en el corazón, y con acento lastimoso dijo a su compañero: Gran
vergüenza debe causarnos la indigencia de este pobre. Nosotros hemos escogido
la pobreza como nuestra más preciada riqueza, y he aquí que en éste
resplandece más que en nosotros.
07.7
Por amor a la santa pobreza, el siervo de Dios omnipotente tomaba más a gusto
las limosnas mendigadas de puerta en puerta que las ofrecidas espontáneamente.
Por eso si, invitado alguna vez por grandes personajes, iba a ser obsequiado con
una mesa rica y abundante, primero mendigaba por las casas vecinas algunos
mendrugos de pan, y, enriquecido así con tal indigencia, se sentaba a la mesa.
07.7
Habiendo procedido de esta manera en una ocasión en que fue convidado por el
señor Ostiense, que distinguía al pobre de Cristo con un afecto especial,
quejósele el obispo por la injuria hecha a su honor, pues, siendo huésped
suyo, había ido a pedir limosna. Pero el siervo de Dios le repuso: Gran honor
os he tributado, señor mío, al honrar a otro Señor más excelso. En efecto,
el Señor se complace en la pobreza; máxime en aquella que, por amor a Cristo,
se manifiesta en la voluntaria mendicidad. No quiero cambiar por la posesión de
las falsas riquezas, que os han sido concedidas para poco tiempo, aquella
dignidad real que asumió el Señor Jesús, haciéndose pobre por nosotros a
fin de enriquecernos con su pobreza y constituir a los verdaderos pobres de
espíritu en reyes y herederos del reino de los cielos".
07.8
Cuando a veces exhortaba a sus hermanos a pedir limosna, les hablaba así: Id,
porque en estos últimos tiempos los hermanos menores han sido dados al mundo
para que los elegidos cumplan con ellos las obras por las que serán elogiados
por el Juez, escuchando estas dulcísimas palabras: Cuanto hicisteis a uno de
estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis". Por eso
afirmaba que debía ser muy gozoso mendigar con el título de hermanos menores,
ya que el maestro de la verdad evangélica expresó tan claramente dicho título
al hablar de la retribución de los justos.
07.8
Aun en las fiestas importantes, si es que se le presentaba la oportunidad,
solía salir a mendigar, pues aseguraba que entonces se cumplía en los santos
pobres aquel dicho profético: El hombre comió pan de ángeles. De
hecho, afirmaba ser verdadero pan angélico aquel que, pedido por amor de Dios y
donado por su amor mediante la inspiración de los bienaventurados ángeles,
recoge de puerta en puerta la santa pobreza.
07.9
Hallábase una vez en la solemnidad de Pascua en un eremitorio tan separado de
todo consorcio humano, que difícilmente podía ir a mendigar, y, recordando a
Aquel que ese mismo día se apareció en traje de peregrino a los discípulos
que iban de camino a Emaús, también él como peregrino y pobre comenzó a
pedir limosna a sus hermanos. Y, habiéndola recibido humildemente, los
instruyó en las Sagradas Escrituras, animándoles a pasar como peregrinos y
advenedizos por el desierto de este mundo y a celebrar continuamente en
pobreza de espíritu, como verdaderos hebreos, la Pascua del Señor, esto
es, el paso de este mundo al Padre, y como a pedir limosna no le movía
la ambición del lucro, sino la libertad de espíritu, por eso, Dios, Padre
de los pobres, parecía tener de él un cuidado especial.
07.10
Habiéndose enfermado gravemente el siervo del Señor en Nocera, fue trasladado
a Asís por ilustres embajadores, enviados expresamente por la devoción del
pueblo asisiense. De camino a Asís, llegaron a un pueblo pobrecito llamado
Satriano, donde, apremiados por el hambre y por ser ya hora de comer, fueron a
comprar alimentos; pero, no habiendo nadie que los vendiese, regresaron de
vacío.
07.10
Entonces les dijo el Santo: "No habéis encontrado nada porque confiáis
más en vuestras moscas que en Dios. - Llamaba moscas a los dineros - . Pero
volved - añadió - por las casas que habéis recorrido, y, ofreciéndoles por
precio el amor de Dios, pedid humildemente limosna. Y no juzguéis, llevados de
una falsa apreciación, que esto sea algo vil o vergonzoso, porque, después del
pecado, el gran Limosnero, con generosa misericordia, reparte todos los bienes
como limosna tanto a dignos como a indignos. Deponen la vergüenza aquellos
caballeros y piden espontánea mente limosna, consiguiendo, por amor de Dios,
mucho más de lo que hubieran podido comprar con dineros. Efectivamente, los
pobres habitantes de aquel poblado, tocados en su corazón por moción divina,
no sólo les ofrecieron sus cosas, sino que se pusieron generosamente a
disposición de ellos. Y así resultó que la necesidad que no pudo ser
remediada por el dinero, la solucionara la opulenta pobreza de Francisco.
07.11
Durante un tiempo en que yacía enfermo en un eremitorio cercano a Rieti, le
visitaba frecuentemente un médico que le prestaba sus servicios. No pudiendo el
pobre de Cristo pagarle sus trabajos con una condigna recompensa, Dios -
liberalísimo - en lugar del pobrecillo vino a compensar esos piadosos servicios
- para que no quedaran sin una presente remuneración - con el siguiente
singular beneficio.
07.11
Acababa de construir el médico una casa de nueva planta, gastando en ello todos
sus ahorros, y he aquí que aparecieron en sus paredes unas profundas grietas
que se extendían de arriba abajo" amenazando una ruina tan inminente, que
no se veía ningún medio humano que pudiera evitar su caída. Pero, confiando
plenamente en los méritos del Santo, pidió a sus compañeros, con gran fe y
devoción, el favor de darle algo que hubiese tocado con sus manos el varón de
Dios. Tras reiteradas instancias, pudo obtener un poco del cabello de Francisco,
que él mismo colocó al atardecer en una de las grietas de la pared. Al
levantarse a la mañana siguiente, comprobó que se había cerrado tan estrecha
y fuertemente la grieta, que no pudo extraer las reliquias que había depositado
ni encontrar rastro alguno de la anterior hendidura. Y sucedió esto así para
que quien había cuidado tan diligentemente del ruinoso cuerpecillo del siervo
de Dios se librara del peligro de ruina que amenazaba su propia casa.
07.12
Quiso en otra ocasión el varón de Dios trasladarse a un eremitorio para
dedicarse allí más libremente a la contemplación; pero, como estaba muy
débil, se hizo llevar en el asnillo de un pobre campesino. Era un día caluroso
de verano. El hombre subía a la montaña siguiendo al siervo de Cristo, y,
cansado por la áspera y larga caminata, se sintió desfallecer por una sed
abrazadora. En esto comenzó a gritar insistentemente detrás del Santo:
07.12
"Eh, que me muero de sed, me muero si inmediatamente no tomo para
refrigerio algo de beber!" Sin tardanza, se apeó del jumentillo el hombre
de Dios, e, hincadas las rodillas en tierra y alzadas las manos al cielo, no
cesó de orar hasta que comprendió haber sido escuchado. Acabada la oración,
dijo al hombre: "Corre a aquella roca y encontrarás allí agua viva, que
Cristo en este momento ha sacado misericordiosamente de la piedra para que
bebas".
07.12
¡Estupenda dignación de Dios, que condesciende tan fácilmente con los deseos
de sus siervos! Bebió el hombre sediento del agua brotada de la piedra en
virtud de la oración del Santo y extrajo el líquido de una roca durísima. No
hubo allí antes ninguna corriente de agua; ni, por mas diligencias que se han
hecho, se ha podido encontrar posteriormente.
07.13
Como más adelante, en su debido lugar 33, se hará mención de cómo Cristo, en
atención a los méritos de su pobrecillo, multiplicó los alimentos durante una
travesía por el mar, bástenos ahora recordar tan sólo que, gracias a una
pequeña limosna que le habían entregado, pudo librar por espacio de muchos
días a los que navegaban con él del peligro del hambre y de la muerte. Bien
puede deducirse de estos hechos que, así como el siervo de Dios todopoderoso
fue semejante a Moisés en sacar agua de la piedra, así se pareció también a
Eliseo en la multiplicación de los alimentos.
07.13 Que desechen, pues, los pobres de Cristo toda suerte de desconfianza. Porque si la pobreza de Francisco fue de una suficiencia tan copiosa que su admirable virtud vino a socorrer las necesidades que se presentaban, de modo que no faltó ni comida, ni bebida, ni casa cuando fallaron los poderes del dinero, de la inteligencia y de la naturaleza, ¿con cuánta más razón obtendrá todo aquello que comúnmente se concede en el orden habitual de la divina Providencia? Pues si una árida roca - repito - , a la voz del pobrecillo, proporcionó agua abundante a aquel campesino sediento, ninguna criatura negará ya su obsequio a los que han dejado todo por el Autor de todas las cosas.