CAPÍTULO VII

RESPUESTA A LAS OBJECIONES DEL CAPÍTULO II

Falso punto de partida: creen que los mandamientos se cumplen para guardar luego por medio de ellos los consejos, cuando es al revés: los consejos se guardan para cumplir con más perfección los mandamientos de la caridad para con Dios y para con el prójimo.

Con estas nociones podemos refutar fácilmente los argumentos en que se apoya la tesis contraria.

1) Esta objeción no tiene eficacia alguna, según San Jerónimo, pues, como dice comentando ese pasaje de San Mateo: "Miente el joven, porque si hubiese cumplido realmente lo que se ordena en los mandamientos: Amarás a tu prójimo como a ti mismo ¿cómo después al oír: Ve y vende todo lo que tienes y dáselo a los pobres se marchó entristecido?" Y Orígenes narra, hablando del mismo pasaje, que en "el Evangelio según los Hebreos está escrito que al decirle el Señor: Ve y vende todo lo que tienes, comenzó el joven rico a arrancarse los cabellos. Entonces le dijo el Señor: ¿Cómo dices: cumplí la ley y los profetas? Está escrito en la ley: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Y he aquí que muchos hermanos tuyos hijos de Abraham, se han rodeado de estiércol porque morían de hambre, mientras tu casa está repleta de abundantes bienes y de ella nada sale para socorrerlos. Por eso el Señor lo reprendió diciendo: Si quieres ser perfecto, etc. Es imposible cumplir el mandamiento que dice: Amarás a tu prójimo como a ti mismo y ser rico, máxime poseyendo tantas riquezas".

Pero esto se ha de entender en cuanto al modo perfecto de cumplir este mandamiento. Nada impide creer que el joven había cumplido los mandamientos, y en cuanto a esto no mintiese, como dice San Crisóstomo y otros expositores. Pero aun siendo así, el hecho de que el Señor haya dado el consejo de perfección a uno que había practicado ya en cierta medida los mandamientos, no arguye necesariamente que sea ésta la única entrada para practicar los consejos. San Mateo no había practicado los mandamientos, antes bien, había vivido en el pecado; y sin embargo fue llamado a seguir los consejos, para que así ni a los pecadores ni a los inocentes estuviese cerrado el camino de los consejos.

2) Esta objeción no viene al caso, porque la instrucción en los mandamientos es necesaria a todos, tanto para los que se quedan en el siglo, como para los que emprenden el camino de la perfección haciéndose religiosos. Los misterios de la fe y los sacramentos de que allí se habla, son también comunes a unos y otros.

3) Realmente cumpliendo los mandamientos llega el hombre a la plenitud de la sabiduría, lo cual no significa otra cosa que por la observancia de los mandamientos merece el hombre la sabiduría de los misterios. Por eso se suele citar aquello del Eclesiástico -según otra versión- : Desea la sabiduría, guarda los mandamientos y Dios te la concederá (1, 33), lo que, evidentemente, no viene al caso.

4) Esta objeción la discutiremos más detenidamente, pues a pesar de su frivolidad, alardean mucho con ella y le dan un valor que no tiene.

En esa cita sólo se trata de la instrucción de los recién convertidos a la fe, como se ve por el contexto de la glosa. En efecto, comienza diciendo que "después del bautismo somos instruidos en las buenas obras y nos alimentan con la leche de doctrinas sencillas, hasta que ya más grandecitos, de la leche materna pasamos a la mesa del padre; es decir, de la doctrina más elemental sobre el Verbo que se hizo carne, llegamos a Verbo del Padre que está desde el principio en Dios". Lo que evidentemente se refiere a un orden de enseñanza; por eso propone en seguida el ejemplo de aquella costumbre observada por la Iglesia en cinco etapas, a saber: en la primera, los recién convertidos a la fe se van penetrando de las verdades elementales del Cristianismo por los exorcismos y el catecismo; en la segunda son alimentados en el seno de la Iglesia hasta el Sábado Santo; en la tercera son dados a luz por el bautismo; en la cuarta la Iglesia los lleva en brazos y los alimenta con leche hasta Pentecostés. Durante este tiempo no se les prescriben cosas difíciles, como ayunar y levantarse a medianoche. Es en la quinta época cuando, confirmados con el Espíritu Paráclito, como ya destetados, comienzan a ayunar y a observar ciertas prácticas difíciles.

Al parecer, este ejemplo vendría muy bien para tesis de los adversarios. Sin embargo, notemos tres puntos en que les falla el argumento.

En primer lugar, hay que distinguir muy bien entre aquellas cosas que se abrazan espontáneamente y las que se imponen por obligación. Igual distinción se debe hacer en el caso de los recién convertidos a la fe, que son como niños de pecho; y de los penitentes, que son como enfermos que deben ser curados. Cuando se trata de los recién convertidos a la fe no se les puede imponer obligatoriamente prácticas difíciles, sino ejercitarlos primero en otras más livianas para imponerles progresivamente otras más costosas. Así se obra con los niños: hay que nutrirlos primero con leche y luego con alimentos más sólidos. A este caso se refiere la citada glosa. Ahora, si los recién convertidos a la fe quieren por propia iniciativa abrazar prácticas más elevadas ¿quién osará impedírselo? Además -para no apartarnos del ejemplo de la glosa- así como después del solemne bautismo que tiene lugar en la Vigilia de Pascua se concede un descanso de obras trabajosas en atención a los débiles; así también después del bautismo solemne que se celebra en la Vigilia de Pentecostés, la Iglesia restituye inmediatamente los ayunos, para significar que aquellos que con fervoroso espíritu fueron recibidos en el bautismo, se deben sujetar sin tardanza a una vida más severa.

Muy diverso es el caso de los pecadores arrepentidos, puesto que al principio se les impone una penitencia más severa, que se les va mitigando poco a poco, como se hace con los enfermos: en la convalecencia se les prescribe una dieta muy estricta que se les mitiga poco a poco mientras van sanando. La Iglesia, siguiendo este método, comienza imponiendo a los inocentes cargas más ligeras en materia de mandamientos que obligatoriamente hay que cumplir; no les obliga a guardar los consejos, ni tampoco se lo prohíbe en el caso de que quieran guardarlos voluntariamente. A los penitentes en cambio les impone en los primeros años -según lo establecido en los cánones- penitencias mucho más rigurosas.

Segunda falla: Si bien es verdad que en cada oficio y estado se ha de ascender de lo más fácil a lo más difícil, sin embargo no es necesario que quien abraza un estado superior deba ejercitarse antes en uno inferior. En efecto, cualquiera que sea la profesión que uno quiera tomar, no es absolutamente imprescindible ejercitarse antes en una inferior, sino que dentro de la misma profesión se ha de pasar de los más fácil a lo más difícil. Lo mismo en el estado religioso: quienes quieran abrazarlo por la observancia de los consejos, no tienen obligación de aplicarse previamente en el siglo a la observancia de los mandamientos. Lo que hay que hacer es imponerle tal principio, de entre aquellas prácticas propias del mismo estado religioso, las que les sean más fáciles. Del mismo modo, no es obligatorio para los que aspiran a un cargo en el clero, ejercitarse antes en la vida seglar; ni para los que quieren guardar continencia ser primeros continentes en el matrimonio.

Tercera falla: encontramos una doble dificultad con respecto a la realización de la obra: la primera procede únicamente de la magnitud de la obra, y esta dificultad, por requerir una virtud perfecta, no se debe imponer a los imperfectos. La segunda nace de una cohibición, de la que necesitan mucho más quienes tienen una virtud imperfecta. El niño, por ejemplo, necesita una vigilancia más diligente mientras está en manos de su maestro, que después cuando ha llegado a una edad más avanzada. Ahora bien, el estado religioso es una disciplina que impide caer en pecados y que lleva más fácilmente a la perfección, como consta por lo dicho anteriormente.

Por eso los que tienen una virtud más imperfecta, como aquellos que no han observado aún los mandamientos, necesitan mucho más de esa vigilancia, por cuanto les es más fácil abstenerse de pecados estando sujetos a tal disciplina, que viviendo con más libertad en el mundo.

En cuanto a lo que agrega la glosa: "Muchos pervierten este orden, como los herejes y cismáticos", se refiere -así se colige evidentemente por lo que sigue- al orden que se debe observar en la enseñanza: "Este -continúa- afirma con juramento haberlo guardado, no sólo en sus demás cosas, sino también en la ciencia: porque tenía yo sentimientos humildes cuando era alimentado primero con leche, es decir con la doctrina del Verbo hecho carne, para que una vez crecido pueda comer el Pan de los Ángeles, o sea el Verbo que está desde el principio en Dios". Y así vuelve a lo de antes. Por lo cual se ve que las palabras que están entre ambas citas no son sino un ejemplo.

5) Esta objeción, tomada del ejemplo de los cinco mil hombres que Cristo alimentó con cinco panes, y de los cuatro mil que alimentó con siete panes, es tan inútil que no merece respuesta. No es infalible que sucedan conforme a las figuras, las cosas que por tales figuras se representan, puesto que algunas veces las primeras representan a las segundas y viceversa. Ni tampoco es eficaz una argumentación por medio de tales figuras, como dice San Agustín en una carta contra los Donatistas. Y Dionisio dice en una carta a Tito que la teología simbólica no sirve para argumentar. No obstante todo esto, concedemos que este orden de los milagros significa el paso de los preceptos a los consejos, pero eso con respecto al género humano todo entero. En efecto, no se dieron los consejos en el Antiguo Testamento, sino en el Nuevo, porque la Ley ninguna cosa llevó a la perfección. Así lo prueba la glosa al decir que los cinco panes son los preceptos de la ley, y los siete la perfección evangélica. Pero no se sigue de ahí que unos mismos hombres se tengan que ejercitar en los preceptos de la ley, como seglares primero, y después en los consejos como religiosos. No consta, en efecto, que hayan sido unos mismos hombres los que se encontraban entre los cinco mil, y después entre los cuatro mil.

6) La cita de aquellos cuatro elementos de que están estructurados los Evangelios tampoco viene al caso, porque la perfección de que allí se habla con respecto a los ejemplos, no se refiere a los consejos, sino al modo perfecto de observar los mandamientos que tratan de los actos de virtud, como lo observara Cristo. La misma glosa trae algunos ejemplos, como: Aprended de mí que soy manso, etc.... Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto; Ejemplo os he dado... .

7) Consideremos algo más detenidamente la relación de la vida activa con la contemplativa, ya que es uno de los argumentos que más gustan. Es verdad que la vida activa precede a la contemplativa; pero ignoran, según parece, qué cosa sea la vida activa. En primer lugar, creen que la vida activa consiste únicamente en repartir bienes temporales; y así llegan a afirmar que los religiosos no pueden ser perfectos en cuanto a la vida activa. Error que ponen de manifiesto aquellas palabras de San Gregorio (II homilía, 2? parte, sobre Ezequiel): "La vida activa es dar pan al hambriento; enseñar la sabiduría al ignorante; corregir al que yerra; restituir al camino de la humildad al prójimo soberbio; cuidar a los enfermos; dar a cada uno lo que le hace falta y proveer a la subsistencia de aquellos que nos han sido encomendados". Como se ve, es del dominio de la vida activa mirar por los demás, no sólo en las cosas temporales, sino también en las espirituales -corrigiendo y enseñando-, obras que pueden cumplir mucho mejor quienes nada poseen en el mundo. Por eso el Señor despojó a sus Apóstoles, futuros doctores del Universo, de todos los bienes de este mundo, como se lee en San Mateo, capítulo 10.

Adelantemos nuestra investigación y veamos si la práctica de las virtudes morales del hombre con respecto a sí mismo, concierne a la vida activa. Y efectivamente, siguiendo la doctrina de Aristóteles, todas las virtudes morales pertenecen a la vida activa (libro X de la Ética) y las intelectuales a la contemplativa. Lo mismo sostiene San Agustín en el libro XII sobre la Trinidad. Por eso atribuye a la acción la razón inferior que administra los bienes temporales, propios o ajenos; y a la contemplación, la razón superior aplicada a las razones eternas.

Asentado esto, fácil es ver por qué la vida activa precede a la contemplativa: el hombre no llega a ser apto para contemplar la verdad divina si no ha depurado su alma de las pasiones por medio de las virtudes morales -que es trabajo propio de la vida activa-. Así lo prueba aquello de San Mateo (5, 8): Bienaventurados los limpios de corazón porque ellos verán a Dios por una contemplación imperfecta en esta vida y perfecta en la otra. Por consiguiente, el ejercicio de la vida activa es propia no sólo de los seglares, sino también de los religiosos: en primer lugar porque con las virtudes morales refrenan las pasiones del alma; en segundo lugar porque también ellos pueden ejercer para con los demás las obras de caridad enseñando, corrigiendo, o por lo menos visitando a los enfermos, consolando a los tristes, ya vivan en el mundo o entre ellos en el monasterio. Con respecto a estos dos puntos se lee en la epístola de Santiago (1, 27): La religión pura y sin mancha delante de Dios Padre es esta: visitar a los huérfanos y las viudas en sus tribulaciones y preservarse de la corrupción de este siglo. En tercer lugar, porque al ingresar a la religión repartieron sus bienes temporales dándolos a los pobres. Por consiguiente, la razón por la cual la glosa citada dice que los mandamientos pertenecen a la vida activa, no es precisamente porque los mandamientos sean únicamente de la vida activa, pues dice San Gregorio en el lugar citado: "La vida contemplativa es tener siempre fija en el pensamiento la caridad de Dios y del prójimo, que son los mandamientos más grandes de la ley"; ni tampoco porque los consejos sean solamente de la vida contemplativa, como se ha demostrado; sino porque son principalmente los consejos los que disponen a la vida contemplativa. En efecto, los mandamientos guardados sin los consejos, no disponen suficientemente para la vida contemplativa, para la que se requiere mayor perfección. Por lo tanto, no es imprescindible que se quede uno en el siglo para practicar allí la vida activa: también en el estado religioso puede el hombre abrazar la vida activa tanto cuanto sea menester para llegar a la contemplación.

8) Aquello de San Gregorio: "Nadie llega a lo más alto de repente", no viene muy a cuento en la presente cuestión, aunque a ellos les parezca un buen argumento. Se puede considerar lo más alto y lo más bajo en el mismo estado y en el mismo hombre, o en diversos estados y diversos hombres. Considerado en el mismo estado y mismo hombre, es evidente que nadie puede llegar a lo más alto de repente, porque quien vive correctamente va progresando durante su vida entera hacia lo más alto. Pero tratándose de estados diversos, no es necesario que quien quiere llegar a un estado superior, tenga que empezar por estados inferiores, así como no es necesario al que quiere hacerse clérigo, ejercitarse antes en la vida de laico, puesto que muchos hay inscritos en la milicia del clero desde la infancia. Lo mismo si se trata de personas diversas: algunos comienzan por un grado más alto de santidad que el grado sumo a que llegaría otro en toda su vida. Por lo que dice San Gregorio en el libro segundo de sus Diálogos: ". . .Para que todos los hombres, presentes y futuros, sepan con qué gran perfección recibió Benito la gracia de la conversión".

9) y 10) Dos objeciones fuera de tema, porque en estas citas se habla de la dignidad episcopal, que requiere una virtud perfecta y que, por lo tanto, no se debe conferir a los imperfectos. Los consejos, en cambio, promueven a la perfección e impiden caer en pecado. De ellos necesitan las paredes nuevas para secarse de la humedad de los vicios, y por los cuales, como por escalones obligados, se llega a la perfección.

11) Ya hemos dicho en qué sentido es verdad que en el orden de la naturaleza sean anteriores los preceptos a los consejos. Si se trata de los mandamientos que son de por sí fines de los demás, a saber: el amor de Dios y del prójimo, es evidente que los consejos se ordenan a ellos como a su fin. La relación de los consejos a estos mandamientos es la misma que la de los medios para con el fin. Ahora bien, el fin es anterior en la intención y posterior en la ejecución. Por consiguiente, si los consejos se ordenan a esos mandamientos de tal modo que sin los consejos no se los pudiese observar, se seguiría que uno no podría amar a Dios y al prójimo sin observar antes los consejos, lo que es evidentemente falso. Los consejos se ordenan a los predichos mandamientos de tal modo que por medio de ellos se guarden éstos más fácil y perfectamente: de ahí que por los consejos se llegue al perfecto amor de Dios y del prójimo. Este amor precede a los consejos en la intención, pero en la ejecución posterior.

Si comparamos los consejos con los demás preceptos que se ordenan al amor de Dios y del prójimo, se puede descubrir entre ellos una doble relación. En primer lugar, los consejos no se pueden guardar sin los mandamientos, y en cambio, muchos guardan los mandamientos sin los consejos. De ahí resulta la primera relación: la de los consejos a los mandamientos en común. Así los consejos se ordenan a los mandamientos como lo propio a lo común, en lo que hay en cierto modo una anterioridad de naturaleza, pero no necesariamente de tiempo. Y según esto, no es necesario ejercitarse en la observancia de los mandamientos antes de pasar a cumplir los consejos.

La segunda relación a considerar es la de los consejos a los mandamientos de que hablamos, en cuanto se observan sin necesidad de los consejos. Y esta relación es como la que guardan una especie perfecta con otra imperfecta: el animal racional, por ejemplo, con el que carece de razón. Y así los consejos son anteriores en el orden de la naturaleza a los preceptos, puesto que en cualquier género lo perfecto es naturalmente anterior: la naturaleza, como dice Boecio, comienza con lo perfecto. No es de necesidad que los mandamientos así considerados sean anteriores en tiempo a los consejos, así como no es necesario que una cosa esté primero en una especie imperfecta para llegar a una perfecta, sino que dentro de los límites de la misma especie debe pasar de lo perfecto a lo imperfecto.

12) Esta objeción procede de entender mal el asunto que tratamos: no decimos que los consejos se ordenan a los mandamientos de modo que sin los primeros no se puedan cumplir los segundos, sino que los mandamientos se cumplen mejor y más perfectamente por medio de los consejos.

CAPÍTULO VIII

OBJECIONES

"Antes de entrar en religión se debe deliberar largamente y con muchos".

Después de haber tratado el punto anterior, veamos si es necesario -como dicen algunos- a los que quieren entrar en religión, pedir consejos a muchas personas.

Objeciones: 1) Antes de emprender una obra difícil a la que se ha de atar uno por toda la vida, se debe consultar el parecer de muchos. Ahora bien, nada es, al parecer, más arduo y difícil en la vida del hombre que negarse a sí mismo y apartarse del mundo entrando en religión, en la que obligatoriamente ha de permanecer toda la vida. En este caso, por consiguiente hay que pedir consejo a muchos y reflexionar largo tiempo.

2) Esto mismo se prueba por la definición del voto: "Promesa de un bien mejor, consolidada con la deliberación del espíritu". De la deliberación, pues, depende la firmeza del voto. Ahora bien, el voto del religioso es algo firmísimo que no se puede infringir suceda lo que suceda; por lo que se requiere antes de hacerlo una detenida meditación.

3) No creáis a todo espíritu -dice San Juan (1, 4, 1)- mas examinad si los espíritus son de Dios, palabras que se refieren al ingreso a la religión, puesto que San Benito en su Regla y el Papa Inocencio en una decretal citan ese pasaje a este mismo propósito. Ahora bien, para un discernimiento de esa clase es necesario un diligente examen que sólo se logra consultando a muchas personas. Por consiguiente, quien quiere entrar en religión debe pedir antes consejo a muchas personas.

4) Se debe pedir estos consejos cuando hay inminente peligro de engañarse, como sucede en h entrada en religión. En efecto, dice San Pablo (2 Co 11, 14): Satanás se disfraza de ángel de luz para engañar a los incautos con apariencias de bien. Por lo tanto hay que entrar en religión habiéndolo consultado ya con muchos.

5) Lo que puede tener un mal resultado, hay que examinarlo pidiendo diligentemente consejos. Y el ingreso a la religión suele resultar desastroso para muchísimos que después apostatan o llegan a la desesperación. Por eso antes de entrar en religión hay que consultarlo muy bien.

6) (Una objeción muy frecuente): Se lee en los Hechos de los Apóstoles (5, 39): Si es designio o cosa de Dios no la podréis destruir. Ahora bien, en muchos casos la apostasía destruye el propósito de entrar en religión; y en este caso el propósito no venía de Dios. Por lo cual es muy necesario deliberar largamente y con muchas personas si puede uno entrar en religión.

Estas son las razones con que pretenden imponer la obligación de deliberar largamente y con muchos a los que quieren entrar en religión; con la intención de que, multiplicando los consejos, por un motivo cualquiera se les presente algún impedimento.

CAPÍTULO IX

NATURALEZA Y ORIGEN DE LA VOCACIÓN

La vocación es el llamado de Dios. Este llamado puede ser externo -por sus mismos labios, como en el caso de sus discípulos, o por la Escritura-; o interno -por la inspiración del Espíritu Santo-. Ambos llamados, proviniendo de Dios, no pueden someterse al juicio de los hombres, máxime al de los allegados. Sólo se debe consultar con un prudente director o confesor.

a) Prontitud para responder a la vocación.

Demostraremos ahora la falsedad de la tesis contraria:

En San Mateo (4, 20) se lee que Pedro y Andrés, no bien fueron llamados por el Señor, dejando las redes le siguieron. En su alabanza dice San Juan Crisóstomo: "Estaban en pleno trabajo; pero al oír al que les mandaba, no se demoraron, no dijeron: Volvamos a casa y consultémoslo con nuestros amigos; sino que dejando todo lo siguieron, como hizo Eliseo con Elías. Cristo quiere de nosotros una obediencia semejante, de modo que no nos demoremos un instante." En los versículos siguientes se lee de Santiago y Juan que llamados por Dios, dejando al instante las redes y a su padre, le siguieron. Y, como dice San Hilario comentando este pasaje: "Al dejar su trabajo y la casa paterna, nos enseñan cómo hemos de seguir a Cristo, y a no esclavizarnos con las preocupaciones del siglo y los lazos de la vida familiar".

Más adelante (Mt 9) se narra de San Mateo que al llamado del Señor se levantó y le siguió. "Advierte la obediencia del que fue llamado -comenta San Juan Crisóstomo-; no se resiste, no pide ir a su casa y comunicárselo a los suyos". Y aun menospreció los castigos humanos que le amenazaban de parte de las autoridades por dejar sin concluir las operaciones de su banca -como dice San Remigio comentando este lugar-. De todo esto se deduce evidentemente que ningún motivo humano nos debe retardar en el servicio de Dios.

Se lee también en San Mateo (8, 21) y en San Lucas (9, 59) que un discípulo de Cristo le dijo: Señor, déjame ir primero y enterrar a mi padre. Y Jesús le dijo: Sígueme y deja que los muertos entierren a sus muertos. San Juan Crisóstomo dice comentando este lugar: "Esto lo dijo, no precisamente para obligarnos a rechazar el amor hacia los padres, sino para demostrarnos que ninguna cosa nos es más necesaria que ocuparnos en las cosas del cielo; que debemos aplicarnos a ellas con todo interés y no tardar un instante, aunque nos atraigan otras circunstancias, inevitables e incitadoras. ¿Qué más necesario que sepultar al padre? ¿Qué más fácil que eso?, no se perdería en ello gran tiempo. Pero el diablo insiste con ardor para ver si puede así hallarse una entrada; y donde halla una pequeña negligencia, introduce por allí un gran desaliento. Por eso nos advierte el Sabio: No lo difieras de un día para otro. Esto nos avisa que no debemos perder un minuto de tiempo, aunque nos salgan al paso mil dificultades; y a preferir las cosas espirituales a todas las demás aunque nos sean necesarias".

"Hay que honrar al padre -dice San Agustín en el Tratado de las Palabras del Señor- pero también hay que obedecer a Dios. Yo, nos dice, te llamo para predicar el Evangelio. En esta tarea te necesito, y esta obra es más grande que la que tú quieres hacer: otros quedan para sepultar a sus muertos. No es lícito subordinar lo anterior a lo posterior. Amad a los padres, pero amad más a Dios". Por consiguiente, si el Señor reprende al discípulo que le pide un plazo tan corto para una cosa tan necesaria, ¿cómo pretender que para seguir los consejos de Cristo se necesita deliberar un largo tiempo?

Sigamos en el Evangelio de San Lucas: Y otro le dijo: Yo te seguiré Señor, pero primero déjame ir a despedirme de mi casa (9, 61). Comentando este pasaje dice San Cirilo, el insigne doctor griego: "La promesa es digna de ser imitada y alabada. Pero el querer despedirse de los suyos y pedirles permiso es señal de que en algo se ha apartado del Señor, cuando en su espíritu había propuesto seguirlo sin restricción. En efecto, querer consultarlo con prójimos que no van a condescender con su determinación, indica que por algún lado iba flaqueando. Por eso el Señor lo reprende: Y Jesús le dijo: Quien pone la mano en el arado y vuelve la vista atrás, no es apto para el reino de Dios (62). Pone las manos en el arado quien con el afecto sigue a Cristo; pero vuelve la vista atrás quien pide un plazo para volver a su casa y consultar con los suyos. Como vemos, no es ésta la conducta de los Santos Apóstoles, sino que dejaron con prontitud la nave y el padre y siguieron a Cristo. San Pablo no consultó carne ni sangre. Así pues deben ser los que quieren seguir a Cristo".

San Agustín explica esto en su Tratado de las Palabras del Señor: "Te llama el Oriente, y tú miras al Occidente". El Oriente es Cristo, según aquello de Zacarías (6, 12): He aquí un hombre cuyo nombre es Oriente. El occidente es el hombre que cae en la muerte, o está expuesto a caer en las tinieblas del pecado y de la ignorancia.

Por consiguiente, es injuriar a Cristo en quien están encerrados todos los tesoros de la sabiduría de Dios (Col 2, 3), creer que después de haber oído el consejo de Cristo, se debe recurrir al consejo de hombre mortal.

b) Dios nos hace conocer el bien del estado religioso por medio de las Sagradas Escrituras.

Y aquí nos quieren atajar con un ridículo subterfugio. Todo esto -dicen- no vale sino en el caso de ser llamados directamente por la voz del Señor. Entonces, claro está, no hay que demorarse ni recurrir al consejo de nadie. Pero cuando el hombre es llamado a la religión sólo interiormente, entonces sí que es necesario una larga deliberación y el consejo de muchos para conocer si el llamado procede realmente de una inspiración divina.

Réplica llena de errores. Las palabras de Cristo contenidas en las Escrituras, las debemos recibir como si las oyésemos de los mismos labios del Señor. Así se lee en San Marcos: Lo que a vosotros digo, a todos lo digo: velad (13, 37). Y en la Epístola a los Romanos leemos: Todas las cosas que han sido escritas, para nuestra enseñanza han sido escritas. Y San Juan Crisóstomo dice: "Si todas estas cosas se hubiesen predicado sólo para los contemporáneos, nunca se hubiesen escrito. Por eso fueron predicadas para ellos y escritas para nosotros". San Pablo dice en la Epístola a los Hebreos (12, 5) citando el Antiguo Testamento: Os habéis olvidado ya de las palabras de consuelo que os dirige como a hijos diciendo: Hijo mío, no desprecies la corrección. Por consiguiente las palabras de la Sagrada Escritura se dirigen no sólo a los contemporáneos, sino también a los venideros.

Pero veamos especialmente si el consejo que dio Nuestro Señor (Mt 19, 21 ): Si quieres ser perfecto ve, vende todo lo que tienes y dalo a los pobres, se dirigía a él solo, o también a todos los hombres. Podemos deducir lo segundo por lo que sigue. En efecto, al decirle Pedro: He aquí que hemos dejado todo y te hemos seguido, estableció una recompensa general que valdría para todos: Y cualquiera que habrá dejado casa o hermanos... por causa de mi nombre, recibirá cien veces más y poseerá la vida eterna. Por lo tanto, cada cual debe seguir este consejo como si lo oyese de los mismos labios del Señor. "Habiendo oído -dice a este propósito San Jerónimo escribiendo al Presbítero Paulino- la sentencia del Salvador: Si quieres ser perfecto anda, y vende todo lo que tienes y dalo a los pobres, y luego ven y sígueme: traduce en obras estas palabras; y siguiendo desnudo la Cruz desnuda, subirás con más prontitud y libertad la escala de Jacob". Es verdad que mientras Jesús hablaba al adolescente le dirigía a él solo la palabra. Pero en otro lugar (Mt 16, 24), da el mismo consejo de una manera universal: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo y cargue con su cruz y sígame. San Juan Crisóstomo comenta: "Propone esta verdad común para todo el mundo: Si alguno quiere, es decir, si un hombre, si una mujer, si un rey, si un libre, si un esclavo..." La negación de sí mismo, según San Basilio, es un total olvido de lo pasado y alejamiento de la propia voluntad. Y así se ve que esta negación de sí mismo comprende también el abandono de las riquezas, las cuales se poseen dependiendo de la propia voluntad. Concluimos pues, que el consejo que el Señor dio al adolescente debemos recibirlo como si cada uno lo oyera de labios del Señor.

c) Luego nos incita a abrazarlo por un llamado interior.

Aun queda algo que considerar en la réplica anteriormente citada. Hemos demostrado ya que aquellas palabras que el Señor nos comunica por medio de las Escrituras tienen la misma autoridad que si las oyésemos de los mismos labios del Señor. Consideremos ahora el otro modo con el que el Señor nos habla interiormente, según lo del Salmo (84, 9): Escucharé lo que me hable el Señor. Este modo de expresión precede a toda palabra externa, pues según San Gregorio en la homilía de Pentecostés: "El Creador no abre su boca para enseñar al hombre sin haberle hablado antes por la unción del espíritu. Sin duda Caín, antes de consumar el fratricidio había oído: Has pecado, detente. Mas estando como fuera de sí por sus pecados, recibió el aviso sólo de palabra y no con la unción del Espíritu. Pudo sí oír las palabras, pero no quiso obedecerlas". Por consiguiente, si como conceden ellos mismos, hay que obedecer al instante el mandato del Señor que viene de afuera, con mayor razón debemos obedecer sin vacilar un momento, sin resistirlas por ningún motivo, las voces interiores con que el Espíritu Santo mueve el alma. Por eso en Isaías (50, 5) se dice por boca del profeta, o mejor, del mismo Cristo: El Señor Dios me abrió el oído, es decir, inspirándome interiormente, y yo no me resistí ni me volví atrás, tendiendo a lo venidero como ya olvidado de lo pasado (Flp 3, 14). Todos aquellos que se rigen por el Espíritu de Dios -dice San Pablo (Rm 8, 14)- ésos son hijos de Dios. "No porque no hagan nada -comenta San Agustín- sino porque son regidos por el impulso de la gracia". Y este impulso no rige a quien se resiste o se demora. Lo propio de los hijos de Dios es dejarse conducir por el impulso de la gracia a cosas mayores, sin andar buscando consejos. De este impulso habla Isaías al decir (59, 19): Cuando venga como un río impetuoso, impelido por el Espíritu del Señor. Y que hay que seguirlo lo dice San Pablo escribiendo a los Gálatas: Proceded según el Espíritu (5, 16); si sois conducidos por el Espíritu, no estáis sujetos a la Ley (vers. 18); si vivimos por el Espíritu, procedamos también según el Espíritu (vers. 25). San Esteban, como si se tratase de un gran crimen, increpaba a unos individuos diciéndoles: Vosotros resistís siempre al Espíritu Santo (Hch 7, 5). El Apóstol advierte a los Tesalonicenses: No apaguéis el Espíritu (1, 5, 19), sobre lo que dice la glosa: "Si el Espíritu Santo quiere revelar algo a alguno en cualquier momento, no le impidáis a ese tal decir lo que siente". Y el Espíritu Santo revela diciendo no sólo lo que el hombre debe hablar, sino también sugiriéndole lo que debe hacer, como dice San Juan (c. 14). Por consiguiente, cuando el hombre es impulsado por inspiración del Espíritu Santo a entrar en religión, no se lo debe detener para que vaya a pedir consejos a los hombres, sino que al instante debe seguir ese impulso; por lo que se dice en Ezequiel: A cualquier parte donde iba el Espíritu, allá se dirigían también en pos de él las ruedas.

Además de la autoridad de la Escritura, se pueden citar a este propósito muchos ejemplos de los Santos.

Narra San Agustín (Conf. VIII, 6) el caso de dos soldados, uno de los cuales después que acabó de leer la vida de San Antonio Abad, inflamado de repente en santo amor, dijo a su amigo: "Estoy resuelto a seguir a Dios, y quiero comenzar desde este momento y en este preciso lugar. Si no tienes ánimo para imitarme, por lo menos no te opongas. El otro le respondió que quería participar de tan gran recompensa y tan gran milicia. Y ambos, ya siervos tuyos, comenzaron a edificar la torre con el caudal proporcionado, que consistía en dejar todas sus cosas y seguirte". En el mismo libro San Agustín se reprocha a sí mismo el haber retardado su conversión: "Convencido ya -dice- de la verdad, no tenía nada más absolutamente que responder, sino unas palabras lánguidas y soñolientas: luego, sí, luego: déjame otro poco. Pero el "luego" no tenía término, y el "déjame otro poco" se hacía ya demasiado largo". También en ese libro dice: "Yo me avergonzaba mucho porque aun oía el murmullo de aquellas fruslerías (mundanas y carnales) que me tenían indeciso".

Como se ve, no es nada laudable, sino más bien censurable, tanto el retardar el cumplimiento de una vocación hecha interior o exteriormente de palabra o por medio de la Escritura: cuanto el andar pidiendo consejo como si se tratara de cosa dudosa.

d) Gracias que acompañan a este llamado.

Otro resultado de la eficacia de la inspiración interior, es impulsar a los hombres inspirados a cosas más altas. Símbolo de esta realidad es aquello que relatan los Hechos de los Apóstoles (c. 2) cuando reunidos los discípulos en un mismo lugar, vino de repente sobre ellos el Espíritu Santo y comenzaron a predicar las maravillas del Señor. "La gracia del Espíritu Santo -comenta la glosa- nunca procede con lentitud". Y en el Eclesiástico (11, 19) se lee: Fácil cosa es para Dios enriquecer al pobre en un momento. San Agustín demuestra esta eficacia de la inspiración interna de Dios en el Tratado de la Predestinación de los Santos, citando aquel pasaje de San Juan (6, 45): Todo el que ha escuchado al Padre y ha aprendido, viene a Mí. "Muy ajena -dice- a los sentidos de la carne es esta escuela en la que el Padre es escuchado y enseña el camino para llegar al Hijo. Y esto no lo obra por los oídos de la carne, sino por los del corazón... Así pues, la gracia que la divina largueza infunde secretamente en los corazones de los hombres, no es resistida por ningún corazón endurecido: aun más, la infunde precisamente para quitar de raíz la dureza de corazón".

También San Gregorio habla de esta eficacia de la inspiración interior en la homilía de Pentecostés: "?Qué gran artífice es este Espíritu! No tarda un instante para enseñar. Apenas toca el alma, le enseña todo cuanto quiere: tocarla y enseñarla es una sola cosa para El, pues al mismo tiempo que ilumina al alma, la transforma. Quita de repente lo que antes había y muestra de repente lo que no había". Por consiguiente, quien detiene el impulso del Espíritu Santo con largas consultas, o ignora o rechaza conscientemente el poder del Espíritu Santo.

Además de la autoridad de los Doctores Sagrados, citemos para comprobar la falsedad de esa afirmación los escritos de los filósofos. Aristóteles dice en un capítulo de la Ética que se titula De la buena fortuna: "Pregúntase cuál es en el alma el principio del movimiento. Naturalmente que como en todas las cosas, es Dios. En efecto, el principio de la razón no es la razón misma, sino algo superior. ¿Y qué otra cosa habrá superior a la ciencia y al entendimiento, sino sólo Dios? " Sigue hablando después de aquellos que son movidos por Dios, "los cuales no deben ir en busca de consejo: ya que tienen un principio tal que es mejor que toda inteligencia y consejo". Avergüéncense los que se dicen católicos y se entrometen a dar consejos humanos a los inspirados por Dios: un filósofo pagano les enseña que no hay necesidad de tales consejos.

e) Cuándo y a quién se ha de consultar sobre la vocación.

Tratemos de ver ahora en qué casos necesitan consejo aquellos a quienes ha sido inspirado el propósito de entrar en religión. En un primer caso, porque podría dudarse de si realmente lo que Cristo aconseja es lo mejor. Pero semejante duda es sacrílega. En un segundo caso, porque se vacila en cumplir el propósito de entrar en religión por no contrariar a los amigos, o por no perder los bienes temporales, lo cual es propio de un alma enredada aún en amores carnales. En su carta a Eliodoro dice San Jerónimo a este propósito: "Aunque tu pequeño hijo se te cuelgue del cuello; aunque tu madre con los cabellos desgreñados y rasgándose los vestidos te muestre los pechos que te amamantaron; aunque tu padre se tire en el umbral, pasa por encima de él y vuela sin una lágrima en los ojos, hacia el signo de la Cruz. En este caso, el único modo de ser piadoso es ser cruel... El enemigo empuña su espada para matarme, ¿y yo he de parar mientes en las lágrimas de mi madre? ¿He de desertar de la milicia por mi padre, a quien por causa de Cristo no debo ni la sepultura?" Trae después otros argumentos semejantes.

Tal vez alguno crea necesario pedir consejo para conocer si tiene fuerzas suficientes para poner en práctica su propósito. Pero también a esta duda sale al paso San Agustín -quien temía entregarse a la guarda de la continencia- hablando de sí mismo: "En aquella misma parte en que tenía puesta mi atención y adonde temía pasar, se me descubría la virtud de la continencia, con una casta dignidad, serena y alegre sin disipación: honestamente me halagaba, para que me llegara a ella resueltamente. Me extendía sus piadosas manos llenas de una multitud de buenos ejemplos, para recibirme en su seno y abrazarme. Allí había un gran número de jóvenes y doncellas; una juventud numerosa, personas de toda edad, viudas venerables y vírgenes ancianas. Y se burlaba de mí con una risa llena de alientos, como si dijera: Lo que pudieron éstos y éstas, ¿no lo podrás tú? ¿O acaso éstos y éstas lo pueden por sí mismos y no por su Dios? El Señor Dios me entregó a ellos. ¿Por qué te apoyas en ti mismo, si no puede estar en pie? Arrójate en El y no temas; no se retirará para dejarte caer. Arrójate seguro en sus brazos que El te recibirá y te sanará".

Resta examinar dos casos en que les sería necesario pedir consejos a los que se proponen entrar en religión. Uno, con respecto al modo de entrar en religión: y el otro con respecto a alguna traba especial que les impida tomar el estado religioso; ser esclavo, estar casado u otro semejante.

Ante todo, no debe consultar a sus parientes, pues como se lee en los Proverbios (25, 9): Tus cosas trátalas con tu amigo, y no descubras tus secretos a un extraño. Los parientes no entran en este caso en la categoría de amigos, sino más bien en la de enemigos, según aquello de Miqueas: Los enemigos del hombre son sus familiares (7, 6), frase que el Señor cita en San Mateo (10, 36). En este caso, como decimos, se deben descartar especialmente las consultas con los parientes. A esto se refiere San Jerónimo cuando en su carta a Eliodoro enumera los impedimentos que suelen poner los parientes a quienes han propuesto hacerse religiosos: "Ahora -dice- tu hermana viuda, te abraza tiernamente; tus domésticos, con los que has crecido, te dicen: ¿A quién hemos de servir si tú nos dejas? Ahora la que fue tu nodriza, ya anciana: tu padre nutricio, que ocupa un segundo lugar en tu corazón después de tu padre natural, te suplican: Espera a que muramos y nos sepultes". San Jerónimo dice en el libro tercero de la Moral: "El astuto adversario, como se ve expulsado del corazón de los buenos, va en busca de aquellos a quienes éstos aman y le dirige por medio de ellos palabras halagadoras, haciéndoles creer que son amados más que cualquier otro; para que así, mientras la fuerza del amor perfora el corazón, pueda él introducir fácilmente la espada de su persuasión hasta los fundamentos más íntimos de la rectitud". Por eso San Benito, como refiere San Gregorio en el libro segundo de sus Diálogos, huyendo ocultamente de su nodriza, se retiró a un desierto; pero comunicó su intención a un monje de Roma, el cual lo guardó en secreto y favoreció su propósito.

Hay que descartar también los consejos de los hombres carnales, que tienen por tontería la Sabiduría de Dios.

De ellos se burla el Eclesiástico diciendo (38, 12): Ve a tratar de santidad con un hombre sin religión, y de justicia con un injusto... No tomes consejos de éstos sobre tal cosa, sino más bien trata de continuo con el varón piadoso, al cual sí se ha de pedir consejo si hubiese en este caso algo que necesite consultar.

CAPÍTULO X

RESPUESTA A LAS OBJECIONES DEL CAPÍTULO VIII

Fácil nos será ahora refutar las objeciones.

1) Ante una empresa ardua es necesario, sí, pedir consejo; pero eso en el caso de que la verdad no sea evidente. Pero cuando lo mejor está claramente definido por un dictamen superior, resulta injurioso ponerlo en duda yéndolo a consultar de nuevo.

2) Dicen: el voto adquiere su firmeza por una deliberación del alma. No viene al caso. Esta deliberación consiste en una resolución interior por la cual elige uno el bien mayor obligándose a él. En efecto, toda acción procedente de una elección, procede asimismo de una deliberación o consejo, porque la elección es un acto de la voluntad previamente aconsejada, como dice Aristóteles en el libro tercero de la Ética. Ahora bien, así como el Espíritu Santo, siendo espíritu de fortaleza y de piedad, inspira al hombre este propósito; así también, siendo espíritu de consejo y de ciencia, le da esa deliberación interior.

3) La cita: Examinad si el espíritu viene de Dios tampoco viene al caso. Ese examen es necesario cuando no hay certeza. Por eso dice la glosa comentando aquello de la epístola a los tesalonicenses (1, 5, 20): Examinad todas las cosas: "Las cosas ciertas no necesitan discusión". Aquellos a quienes compete admitir a otros en la religión, pueden ignorar qué espíritu mueve a éstos a abrazar ese estado: si el deseo de la perfección espiritual o, como sucede a veces, para espiar e intrigar. Pueden asimismo dudar de su aptitud para el estado religioso. Por eso tanto las leyes eclesiásticas, como las constituciones religiosas, mandan a los superiores probar a aquellos a quienes deben recibir. Pero a los mismos interesados: los que quieren entrar en religión, no les puede caber duda alguna acerca de la intención que llevan. Por eso no tienen necesidad alguna de consultas, sobre todo si están seguros de que no les han de faltar fuerzas corporales. En último caso, a todo el que quiere entrar en religión se le concede un año de prueba para ver si estas fuerzas pueden serles suficientes.

4) Satanás se transforma en ángel de luz y sugiere bienes con la intención de engañar, es verdad. Pero, como dice la glosa comentando esta cita, cuando el diablo engaña los sentidos corporales, mas no puede apartar al alma de la verdadera y recta doctrina que la induce a vivir fielmente, no hay entonces ningún peligro en ingresar a la vida religiosa. Y en el caso de que el demonio, fingiéndose bueno, obrara y hablara como un ángel bueno, no se caería en un error peligroso o funesto, aunque se le haga caso como si realmente fuera bueno. Pero aun suponiendo que el mismo demonio incite a entrar en religión, siendo esto de suyo una obra buena y propia de ángeles buenos, no hay ningún peligro en seguir en este caso su consejo. Eso sí, debemos cuidar de resistirle siempre que nos incite a la soberbia o a otros vicios. En efecto, acontece frecuentemente que Dios se vale de la malicia del demonio para beneficiar a los santos, a quienes prepara sendas coronas si logran vencer siempre; y así Dios burla al demonio por medio de sus Santos.

Con todo se debe advertir que si el diablo -y aun un hombre- sugiere a alguien entrar en religión para emprender en ella el seguimiento de Cristo, tal sugestión no tiene eficacia alguna si no es atraído interiormente por Dios. En efecto, dice San Agustín en el Libro de la Predestinación de los Santos, que todos los santos son enseñados por Dios, no porque de hecho todos lleguen a Cristo, sino porque no se puede llegar por otro camino. Por consiguiente sea quien fuese el que sugiere el propósito de entrar en religión, siempre este propósito viene de Dios.

5) Dicen: se debe pedir consejo especialmente ante aquellas empresas que pueden tener un mal resultado. Aquí hay que hacer una distinción. En efecto, el mal resultado puede provenir de parte de la cosa misma en cuya empresa se corre peligro, o de parte del hombre que la emprende. Si el peligro amenaza de parte de la cosa que se ha emprender, en el caso de que esto suceda con frecuencia, es necesario deliberar mucho para salvar el peligro o desistir por completo de tal cosa. Pero si el peligro sólo existe en contados casos, no es necesaria una larga deliberación, sino un poco de cuidado y cautela para no caer en él alguna vez que otra. De otro modo no se podría emprender ninguna obra humana, pues, como dice el Eclesiastés (11, 4): Quien anda observando el viento no siembra, y el que atiende a que hay nubes nunca se pondrá a segar. Y los Proverbios (26, 13): Dice el perezoso: hay un león en el camino; está una leona en los desfiladeros. "Muchos -comenta la glosa- cuando oyen palabras de exhortación, dicen que sí quieren comenzar el camino de la santidad, pero que no pueden seguirlo por miedo a Satanás".

Otras veces sucede que la cosa en sí misma es segura, pero tiene malos resultados por la razón de que el hombre cambia de propósito. Con todo, el hecho de que algunos, abandonando su propósito, apostaten de la vida religiosa y se hagan peores que antes, no es motivo para echarnos atrás o diferir el ingreso a la religión con la excusa de una mayor deliberación. De lo contrario, lo mismo habría que decir acerca del acceso a la fe y a los sacramentos, porque -como dice San Pedro- (2, 2 , 21): Mejor les fuera no haber conocido el camino, que después de conocido volverse atrás. Y San Pablo en la Epístola a los Hebreos (10, 29); ?Cuántos más grandes suplicios merece aquel que tuviere por vil la sangre del Testamento y ultrajare al Espíritu de Gracia! Por la misma razón tampoco deberíamos hacer obras de justicia, porque se lee en el Eclesiástico (27, 27): A quien de la justicia se vuelve al pecado, lo destina Dios a la perdición.

6) Concedamos un poco más de atención a la cita de los Hechos: Si este designio u obra viene de Dios, no lo podréis destruir. Y esto porque lo repiten con frecuencia, y porque lleva escondido el veneno de una malicia herética. En efecto, de esta cita interpretada torcidamente los herejes contemporáneos pretenden deducir dos errores: que los cuerpos que se corrompen no fueron hechos por Dios, y que si alguien obtiene de Dios la gracia o la caridad, ya no puede condenarse. Nosotros podríamos agregar otros más por el estilo: si el diablo pecó, no fue creado por Dios; si Judas apostató del colegio apostólico, no fue elegido por Dios; si Simón Mago cayó en la herejía después del bautismo, no fue obra de Dios el que Felipe lo bautizara. A estos argumentos añadamos el tan admirable argumento de todos éstos, tan eficaz como aquéllos: "Si el que entró en religión, sale después de ella, el propósito con que entró no provenía de Dios", o también: "El celo de aquellos que lo indujeron a hacerse religioso no era inspirado por Dios". Contra ellos citemos las palabras de San Agustín en el libro primero contra Juliano, que afirmaba: "La raíz del mal no puede estar en lo que es don de Dios", contra el cual San Agustín: "Saldrá vencedor el maniqueo si no se le resiste a él y también a ti... Por eso la verdad de la fe católica venció al maniqueo, porque te venció a ti". Para que nuestros adversarios sean vencidos junto con los maniqueos, afirmamos: Los designios de Dios nunca se destruyen, según aquello de Isaías (46, 10): Mis resoluciones se sostendrán y todos mis deseos se cumplirán. Y así como por su inmutable designio hace que las cosas corruptibles existan en el tiempo y no en la eternidad; así también da a algunos la justicia por cierto tiempo, pero no les concede el don de la perseverancia, como dice San Agustín en su tratado sobre la Perseverancia. Y así como se derrota a los maniqueos probándoles que las cosas corruptibles son creadas por un inmutable designio de Dios, para que sólo existan cierto tiempo, del mismo modo se derrota a nuestros adversarios probándoles que Dios, en sus designios inmutables, inspira a algunos el propósito de entrar en religión, pero no les concede la gracia de perseverar en ella.

CAPÍTULO XI

OBJECIONES

"Es más meritorio un acto de virtud hecho sin la obligación del voto. Por consiguiente, nadie debe obligarse con voto o juramento a entrar en religión.

Se cita, además, la legislación eclesiástica".

Examinemos ahora las razones con que nuestros adversarios pretenden probar que es ilícito obligarse con voto a entrar en religión.

1) Es mejor hacer actos de virtud sin voto que hacerlos obligados con él. En efecto, dice San Próspero a este propósito en el libro segundo de la Vida Contemplativa: "Debemos abstenernos de carne y ayunar, pero no como si estuviésemos sujetos a una obligación ineludible de ayunar; porque entonces no lo haríamos por devoción, sino contra nuestro agrado y voluntad". Ahora bien, quien hace voto de ayunar, se sujeta a una obligación ineludible de ayunar -y lo mismo dígase de los demás actos de virtud- . No parece, pues, laudable, obligarse con voto a ayunar, a entrar en religión o a cualquier otro acto de virtud.

2) Cuanto más necesaria es una cosa, tanto menos meritoria es. Ahora bien, cuando uno ha hecho ya voto de entrar en religión o de realizar cualquier obra virtuosa, está por ello obligado necesariamente a cumplir lo prometido. Por consiguiente es más laudable y meritorio realizar una obra virtuosa sin obligarse con voto, que obligándose con él.

3) Está vedado expresamente obligarse con voto o juramento a entrar en religión. Así se deduce de una resolución del Concilio de Toledo (que se encuentra en los decretos, dist. XLV, en el capítulo referente a los judíos): "(Los judíos) no han de ser convertidos a la fuerza, sino por propia libertad, para que su justificación sea perfecta; porque así como el hombre usando de su libre albedrío hizo caso a la serpiente y cayó, así también se debe salvar por la fe, respondiendo al llamado de la gracia con el consentimiento de su alma". No han de ser, pues, convertidos a la fuerza, sino con libre voluntad y consentimiento. Todo esto se debería observar con mayor razón tratándose del ingreso a la religión, que es, en realidad, menos necesaria para la salvación. Ahora bien, aquellos que se obligan con juramento o con voto a entrar en religión, no van a ella voluntariamente, sino obligados por una necesidad. Por eso no parece conveniente contraer semejante obligación.

A la misma conclusión lleva un decreto del Papa Urbano (XIX, 9, 2, cap. Duae sunt). En él se dice que aquellos que entran en religión, van a ella por una ley privada inspirada por el Espíritu Santo; y donde está el Espíritu del Señor -dice el Apóstol (2 Co 3, 17)- allí hay libertad. A la libertad se opone la necesidad. Y el voto o el juramento traen consigo esta necesidad. Por tanto, no es conveniente inducir a ciertas almas a obligarse con voto o juramento a entrar en religión.

4) Lo mismo aconseja el resultado experimentado en muchos que habiendo entrado en religión obligados por este voto, no perseveraron en su cumplimiento, sino que vueltos al siglo, desesperados de sí mismos, se entregaron a toda suerte de iniquidades.Y aquí se cumple aquello que el Señor echó en cara a los escribas y fariseos (Mt 23, 15): Andáis girando por mar y tierra a trueque de convertir un gentil; y después de convertido lo hacéis digno del infierno dos veces más que vosotros.

5) Algunos hubo que habiendo hecho este voto, no lo cumplieron; y sin embargo llegaron a ser buenos obispos y arcedianos, lo que no podrían aceptar en virtud del voto hecho.

6) No hay que inducir a nadie a ingresar en religión por los beneficios temporales -mostrándole, por ejemplo, las dignidades que puede tener-. Así lo prescribe un decreto del Papa Bonifacio (I, q. 2, cap. Quam pio): "Nunca hemos leído que los discípulos del Señor, o los convertidos por su predicación, hayan atraído a algunos al culto de Dios por medio de dádivas".

7) Es una falta de fidelidad obligarse sin experiencia alguna a las gravosas cargas de la vida religiosa: a levantarse temprano, a pesadas vigilias, ayunos, disciplinas y a otras asperezas parecidas; para ser luego conducidos a ellas como buey al sacrificio. Y así, por no cumplir lo prometido, se han tendido a sí mismos un lazo para la muerte eterna.

8) Es además, ilícito contraer tal obligación, como que va contra un decreto de Inocencio IV, en el que se manda conceder un año de prueba a los que quieren entrar en religión y prohíbe atarse con votos religiosos antes de los catorce años; lo cual está de acuerdo con las reglas de San Benito, en las que se concede un año de prueba a los recién convertidos a la fe.

9) Es particularmente ilícito que los niños no llegados aún a la pubertad se obliguen con voto a entrar en religión. En efecto, es ilícito atarse con una obligación que puede ser justamente anulada por otro. Ahora bien, si un impúber se obliga con voto a entrar en religión, pueden sus padres o tutores impedírselo, según un decreto (XX, 9, 2 ): "Si una niña recibiese el santo velo antes de los doce años, por propia voluntad; pueden sus padres o tutores anular al momento ese acto, si así lo quisieren". Por lo tanto no es permitido a los impúberes obligarse con voto o juramento a entrar en religión.

10) Quien no ha llegado aún a la pubertad aunque sea capaz de dolo; no puede obligarse a entrar en religión. En efecto, una glosa de Bernardo sobre el decreto de Inocencio III De los regulares y los que entran en religión, dice: Si se sabe ya que estos menores no tienen aún los trece o catorce años, puede sobrevenir esta duda: tal vez sean capaces de dolo; y en este caso la malicia supliría la edad: lo que vale también para el matrimonio (extrav. de desponsatione impuberum, cap. A nobis y cap. Tuae), lo cual se aplicaría también aquí; pues así como pudieron ligarse al demonio, así también pueden obligarse al servicio de Dios. Pero el Papa (Inocencio III) responde que éstos pueden ser recibidos por los obispos y tener cargos en sus diócesis. Lo cual quiere decir que no pueden obligarse con voto antes de los catorce años.

Hugucio, en cambio, decía que sí quedan obligados los que son capaces de dolo; y puesto que pueden ligarse al diablo, deben también cumplir el voto haciéndose monjes. Y en realidad Inocencio III fue de la misma opinión, puesto que en el citado decreto dice que si la malicia suplía la falta de edad, estaba obligado a entrar en religión, como consta en el original. Pero esto no vale para nuestro tiempo; tanto que Raimundo y Godofredo afirman los mismos en sus respectivas sumas.

11) Los niños antes de los catorce años no pueden ligarse con juramento (Decretos, XXII, quaest. 5, cap. Pueri y cap. Honestum). Por la misma razón no pueden obligarse con voto a entrar en religión antes de los catorce años.

12) La palabra religión viene de las palabras latinas religare, volverse a atar, o reeligere, volver a elegir, según dice San Agustín en el libro décimo de La Ciudad de Dios. De ahí se concluye que los niños que no están ligados no pueden re-ligarse y los que no han elegido no pueden re-elegir por el ingreso en religión.

De todos estos argumentos concluyen: desdichados e insensatos aquellos niños que entran o se obligan con voto a entrar en religión.