Tentación
DJN
 

Cuando la tentación viene de Dios, es una prueba que Dios pone al hombre para purificar y medir su fe y su fidelidad (Ex 16,4; 20,20; Dt 8,2; Jue 2,22), nunca para empujar al mal; en este último sentido, Dios jamás tienta (Sant 1,12-15). En el A. T. son clásicas las pruebas que Dios puso a nuestros primeros padres (Gen 3,1-19), a Abrahán (Gén 22,1-14) y a Job (Sab 2,24). Entre las pruebas de Dios (adversidades, enfermedades, dolor) resaltan las que Dios enviará a la humanidad entera al fin de los tiempos (Mt 24,21-28). El hombre también puede tentar a Dios, desconfiando de su omnipotencia, de su fidelidad y de su providencia; es como una protesta, como una contestación al modo de actuar divino; en este sentido es famosa la murmuración, la contestación del pueblo elegido en Masá o Meribá (rebelión, contestación, murmuración) (Ex 17,17; Jn 6,41.43.52); también puede tentarle pidiéndole un milagro (Is 7,11-12; Mt 12,38-39; 16,1; Lc 11,28; Jn 6,30). Cuando la tentación no es de Dios, es una seducción, una positiva incitación al mal; puede venir del Diablo, el Tentador, soberano de este mundo (Lc 8,13; Jn 12,31); del mundo (1 Jn 12,16) o de la concupiscencia, de las pasiones humanas (Rom 7,8; Sant 1,14). Dios prueba o deja tentar sólo hasta cierto límite, pues el hombre nunca es tentado por encima de sus fuerzas y tiene siempre a mano la victoria por la fe (1 Cor 10,13; 2 Pe 2,9). Una vez superada la prueba o la tentación, el hombre adquiere solidez en la virtud y en la fe. Por eso el hombre debe pedir a Dios no que le libre de toda tentación, sino que no le deje caer en ella (Mt 6,13; Lc 11,4). Israel fue tentado en el desierto y cayó en las tentaciones. Jesucristo fue también tentado por el Diablo en el desierto, para corregir con su entrega absoluta a Dios las tentaciones de los israelitas, del mismo género que las que El sufrió: uso inmenso del poder divino (Dt 8,3; Mt 4,4), vanagloria (Dt 6,16; Mt 4,7) y ambición (Dt 6,13; Mt 4,10). Jesucristo fue tentado más veces a lo largo de su vida: por Pedro, a quien llama Satanás (Mt 16,23); por las multitudes que quieren proclamarle rey (Jn 6,15); por los jerifaltes judíos, que le incitan a que baje de la cruz (Mt 27,42; Mc 15,30); y siempre sale vencedor. Esta actuación de Jesucristo es el modelo y, sobre todo, la fuerza que asegura la victoria diaria del cristiano y la de la Iglesia, y de una manera especial ante la tentación de Satán, por medio del anticristo, en los tiempos que precederán a la parusía (Mt 24,21-28; Mc 13,14-23; Lc 21,20-24).

E. M. N.