Salvación
DJN
 

SUMARIO: 1. El anuncio en el A. T 1.1. Dios Salvador. 1.2. Anuncio de la salvación mesiánica. - 2. Jesucristo salvador. Jesús es el Salvador único y definitivo. Novedad sorprendente. - 3. Contenido de la salvación. 3.1. Liberación de la Ley mosaica. 3.2. La liberación del pecado (la gracia santificante). 3.3. Liberación de la muerte (resurrección). 3.4. Liberación de la posesión diabólica y de las enfermedades. 3.5. Salvación fundamentalmente espiritual, pero que lleva consigo exigencias de orden social-político. 3.6. Salvación universal. - 4. Exigencias de la salvación. 4.1. La conversión. 4.2. La fe. 4.3. El amor a Dios y al prójimo. 4.4. La nueva justicia.


1. El anuncio en el A. T.

1.1. Dios Salvador

El término «salvación» (del verbo vasá; salvar, que aparece unas cien veces en el AT, al que corresponde sódsein en los L)OX), tiene un sentido muy amplio; puede expresar la liberación de un peligro, de una enfermedad, de los enemigos, de la esclavitud, de la muerte. A nosotros nos interesa la salvación que proviene de Dios.

En el AT Yahveh aparece como Dios Salvador. Libera a las personas: a Noé del diluvio (Gén 7,23;Sab 10,4), a Moisés en el país de Egipto, a David dándole la victoria sobre los enemigos (2Sam 8,6.14; 23, 10.12). Y al pueblo elegido, de la cautividad egipcia, con «mano fuerte y tenso brazo» (Dt 5,15). Lo liberó después de los pueblos que rodeaban la Tierra Prometida, suscitando Jueces-Salvadores (Jue 2,18), hombres carismáticos movidos por el Espíritu de Yahveh (Jue 14,6). Más tarde lo liberó de la cautividad babilónica. Dios dice, por medio del profeta Isaías, al anunciarla: «Yo soy Yahveh y fuera de mí no hay Salvador» (43,11). Y después: «Y sabrás que yo soy Yahveh tu Salvador, el que te rescata, el Fuerte de Jacob» (60,16). Dios es el único Salvador. Este título se aplica exclusivamente a Dios. Los salmistas, en respuesta a las acciones salvíficas de Dios, afirman que la salvación de los justos viene de Yahveh (36,39), la invocan confiados: «¡Yahveh, danos la salvación! ¡Danos el éxito, Yahveh!» (117,25) y dan gracias a Dios cuando han sido liberados del peligro (17,20). La consideran como un don de Dios.

1.2. Anuncio de la salvación mesiánica

Las liberaciones indicadas, peculiarmente la de la babilónica, fueron consideradas como anuncio o prefiguración de la que en la plenitud de los tiempos traería el Mesías. El gran profeta Isaías, a medio camino entre Moisés y Jesús, anuncia que el Mesías haría pasar al pueblo de las tinieblas a la luz (Is 9,12). El Deuteroisaías se siente llamado a anunciar la liberación de la cautividad babilónica. Pero, en sus frecuentes anuncios, está pensando en la liberación que tendrá como autor al Mesías y que será universal: «Volved a mí -dice Dios por medio de él- y seréis salvados todos los confines de la tierra, porque yo soy Dios, no existe ningún otro» (Is 45,22). Dice que el «Siervo de Yahveh» ha sido puesto para luz de las gentes (42,6; 49,6;61,1ss). El destierro en Babilonia llevó a los israelitas a un profundo examen de conciencia y llegaron a la conclusión de que ellos no habían sido elegidos por Dios para grandezas terrenas, sino para una misión religiosa. Se purifica la concepción de Israel y la salvación adquiere una perspectiva universal y espiritual. «El esplendor de la restauración -anunciada por Isaías- está representada con tales caracteres morales de justicia y con tal contenido religioso de santidad que va más allá de las aspiraciones humanas de una nación, aunque sea escogida por Dios, y se toca el horizonte propiamente espiritual sobre cuyo plano se desenvuelve el programa divino de la salvación y de la redención por obra de Cristo» (G. GiRoni).

También los profetas siguientes anuncian la salvación mesiánica: Jeremías dice que en los días del Mesías «estará a salvo Judá y vivirá seguro Israel» (23,6). Ezequiel anuncia que Dios salvará a sus ovejas y las conducirá a buenos pastos, las limpiará de sus impurezas y les infundirá un espíritu nuevo (34,22; 36,26s). Salvación, dice Joel, que se otorgará a todos los que invoquen el nombre del Señor (3,5). Los salmistas añoran esa salvación escatológica y la piden a Dios con profundo lirismo (13,7; 79,3s.8.20; 105,47). «Así, a lo largo de los textos (del AT) la idea de salvación se enriquecerá con toda una gama de armónicos. Ligada con el reino de Dios, es sinónima de paz y de felicidad (Is 52,7), de purificación (Ez 36,29) y de liberación (Jer 31,7). Su artífice humano, el rey escatológico, merece también el título de Salvador (Zac 9,9 L)OX) pues salvará a los pobres oprimidos (Sal 71,4.13). Todos estosaspectos de la profecía preparan directamente el NT» (X. LEÓN-DUFOUR, Vocabulario de Teología Bíblica, Herder 1965, 734).

2. Jesucristo salvador

El verbo sódsein (salvar) aparece 105 veces en el NT y sotería (salvación) 46. El primero se utiliza en los evangelios 50 veces y el segundo 5. Ello indica la importancia del tema en el NT y concretamente en los evangelios. Pero, a pesar de la importancia trascendental que en los evangelios tiene la misión salvadora de Cristo, el título de Salvador, que le corresponde de modo singular y único, solamente aparece en ellos en tres ocasiones. La primera en Lc 1,47 en boca de María en el Magníficat: «se alegra mi espíritu en Dios mi salvador». El título se refiere a Dios y Lucas introduce con él uno de sus temas peculiares: la salvación. La segunda en Lc 2,11 en que el ángel anuncia a los pastores: «os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador que es el Cristo Señor»; aparece en primer lugar el título más típicamente lucano. Estos textos conectan con la tradición anticotestamentaria en la que siempre aparece Dios como Salvador (cf He 13,23). La tercera vez en Jn 4,42 en que los habitantes de Samaría, instruidos directamente por Jesús, después del encuentro con la samaritana, confiesan que él es «verdaderamente el Salvador del mundo» (cf 1 Jn 4,14 y la idea en Jn 1,29). La expresión corresponde a la que se aplicaba a emperadores en el culto imperial. Mateo no utiliza el título de Salvador, pero en 1,21 constata el «le pondrás por nombre Jesús porque él salvará a su pueblo de sus pecados». Jesús significa: «Yahveh salva».

- Jesús es el Salvador único y definitivo. Así aparece a lo largo del contexto sinóptico. Fuera de él no hay salvación. El que se declare por él ante los hombres, también se declarará por él ante el Padre, pero a quien le niegue ante ellos también le negará él ante su Padre (Mt 10,32s; Lc 12,8s). La actitud ante Cristo es lo que decide la suerte del hombre en el Más Allá. «El que cree en él se salva; el que no cree se condena» (Jn 3,18;12,48). Él es el Camino para ir al Padre, la Verdad que enseña ese camino, la Vida que se obtiene siguiendo ese camino (Jn 14,6). No hay otro camino, otra verdad, otra vida realmente Salvíficas. Sólo él es la puerta para entrar en el Reino (Jn 10,7;Lc 13,23s). Pedro dirá, en los inicios de la predicación apostólica, ante las autoridades judías: «No hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres (que el de Jesús) por el que nosotros debamos salvarnos» (He 4,12). «Jesús es Salvador enviado por Dios como tal. No un Salvador en contraposición al Salvador que puede ser objeto de reverencia o de culto en otros grupos religiosos o étnicos, sino el Salvador de todos los hombres, el único Salvador. El lenguaje teológico del NT es al mismo tiempo exclusivista e integrador. Excluye la posibilidad de otros «salvadores», al mismo tiempo que integra cuanto de positivo puede darse en la concepción de aquéllos, polarizándolo en la persona de Jesús, no en virtud de cierto eclecticismo doctrinal, sino para destacar la tesis central de que Jesús es Salvador de manera absoluta» (J. DíAz y Díaz, Enciclopedia de la Biblia Ed. Garriga v. VI 1963, 416).

La razón por la que se utiliza tan parcamente el título de Salvador aplicado a Cristo puede ser debida: por parte de los judíos al hecho de que éstos esperaban un salvador de orden político y temporal; había que evitar malos entendidos. Por parte de los paganos, debido a la frecuencia con la que se aplicaba este título a sus dioses, reyes, emperadores, filósofos, en determinadas ocasiones. La salvación que traía Cristo era específicamente distinta de la de unos y otros. Sólo después de la predicación de Cristo, cuando se clarificó la naturaleza de su salvación, pudo ser utilizado sin problemas. De hecho aparece desde un principio de la predicación apostólica (cf. He 13,23). Sin duda alguna, la utilización por parte de Lucas tuvo singular resonancia en las ciudades del Asia Menor y en el mundo romano, frente a la decepción de los «dioses'salvadores» del mundo pagano.

- Novedad sorprendente. Cristo será Salvador por el camino del «Siervo de Yahveh». Llevará a cabo la redención de la humanidad por el camino del sufrimiento. Lo había anunciado Isaías en los poemas del «Siervo» (50,4-11;52,13-53,12) y los salmos 21 y 68. En el Bautismo, el Padre lo proclama Mesías sufriente al utilizar las palabras con las que comienza el primer canto del Siervo de Yahveh (Mc 1,11; Is 42,1). Rechaza con energía a Satanás que le propone en el desierto un camino diferente (Mt 4,1-11) y llama Satanás a Pedro, con toda su buena intención, quiere apartarle del camino señalado por el Padre (Mc 8,32s). Lucas presenta, a partir de 9,51 a Cristo mirando hacia Jerusalén donde tendrán lugar los grandes acontecimientos salvíficos: su pasión, muerte y resurrección. Juan lo presenta como el Buen Pastor que da la vida por sus ovejas (10,11) y atraerá a todos hacia sí cuando sea exaltado en la cruz (12,32s).

3. Contenido de la salvación

El contenido de la salvación que aporta Cristo es singular, específico, frente a la salvación que se ofrecía en el mundo contemporáneo. Frente a la que ofrecía el culto imperial que se enmarcaba en el orden meramente temporal: la paz, el bienestar humano y político, la fecundidad del suelo, de los ganados, de los hogares. Frente a la «sotería» estoicista, bien de orden humano y eminentemente moral, que niega toda trascendencia y que el hombre ha de conseguir mediante su esfuerzo, viviendo conforme a la naturaleza y aceptando con desasimiento y resignación la ley inexorable del Logos (razón o ley universal que regula los acontecimientos). También frente a la salvación que ofrece la religión de los misterios. En ella se acude a Dios ante los distintos peligros, como la enfermedad, la guerra, pero comporta también un matiz escatológico individual al hacer referencia a los peligros que acechan al alma después de la muerte garantizando la ayuda de la divinidad en esa situación. Puede haber coincidencias con la religión predicada por Cristo -hay en las diversas religiones elementos comunes- pero en la cristiana hay algo singular: la Persona de Cristo, Mesías anunciado en el AT, Hijo de Dios y la salvación que lleva consigo la filiación divina que otorga.

3.1. Liberación de la Ley mosaica

Cristo no abolió la Ley en cuanto a su contenido dogmático y moral, sino que la llevó a su plenitud (Mt 5,17). Sí la abolió en cuanto a su contenido ritual-ceremonial (circuncisión, sacrificios de animales, leyes sobre las purificaciones, distinción de alimentos, etc.), a la que los fariseos habían añadido la ley oral con sus 613 preceptos, a la que daban el mismo valor que a la ley escrita. Estas cosas tenían carácter provisorio; llegado lo definitivo perdieron su valor. Constituían el «muro de separación» entre judíos y gentiles que fue preciso derribara Cristo para poder hacer de unos y otros un solo Pueblo (cf. Ef 2,15). Además, los gentiles jamás se habrían convertido al cristianismo si Cristo no hubiese abolido la parte ritual del AT debido a que ni los judíos eran capaces de cumplirla (cf Jn 7,19; He 7,53; 15,10; Rom 2,17ss) y al carácter étnico-nacional que en la circuncisión y otros ritos había suplantado al carácter ético-religioso que tuvieron en un principio. Respecto de los alimentos y purificaciones Cristo declara que lo que contamina no es el comer sin lavarse las manos, sino lo que sale del corazón, como las malas intenciones, los robos, los adulterios, los asesinatos (Mc 7,18-23). Y declara puros todos los alimentos (Mc 7,19). De todo ello libera Cristo que exigirá como condición para la salvación la fe acompañada de las obras de la nueva Ley: la caridad y los sacramentos. «La libertad frente a las ataduras de la ley proviene de Jesús, quien declaró el amor al hombre como criterio del auténtico amor a Dios» (H. GNILKA).

Más aún, Cristo nos libera «de toda ley». El móvil de toda acción del cristiano tiene que ser el amor a Dios y el amor al prójimo. No la ley, que tiene que ser mero indicador, aunque necesario en toda la sociedad. El que se conduce sólo por la ley no es libre, ni humanamente (le falta el autodominio), ni cristianamente (no obra impulsado por el amor).

3.2. La liberación del pecado (la gracia santificante)

San Pablo hace una impresionante descripción de la situación religiosa al venir Cristo al mundo; todos, judíos y gentiles, se encontraban bajo su dominio (Rom 1,13-3,20). El Bautista presenta a Cristo como «el Cordero que quita el pecado del mundo» (Jn 1,29). Mateo dice que viene a salvar a su pueblo de los pecados (1,21). Cristo afirma que tiene poder para perdonar los pecados y lo confirma con la curación del paralítico (Mc 2,10). Perdona a la mujer pecadora, lleva la salvación a la casa de Zaqueo y promete el Paraíso al buen ladrón arrepentido (Lc 7,48; 19,9; 23,48). Cristo mismo testifica que ha sido enviado para salvar al mundo (Jn 3,17; 12,47).

Pero, añadamos, la misión salvadora de Cristo no concluye con el mero perdón de los pecados. El confiere, además, la gracia santificante, que nos hace partícipes de la naturaleza misma de Dios (1 Pe 4,1) y nos confiere la vida eterna. Juan lo testifica constantemente: «A todos los que recibieron la Palabra les dio (el Padre) el poder de hacerse hijos de Dios» (Jn 1,12; cf. 1Jn 3,2; 5,7), lo que se obtiene por el «nacimiento del agua y del Espíritu» (3,5) (el bautismo). Cristo, en quien está la Vida (Jn 1,5), testifica que la comunica a los hombres (5,21) y la promete a quienes se alimenten con su cuerpo y con su sangre (Jn 6,54). Los justos, garantiza, irán a la vida eterna (Mt 25,46) y de los que hacen buen uso de los bienes de este mundo dice que serán recibidos en las moradas eternas (Lc 16,9).

3.3. Liberación de la muerte (resurrección)

La salvación que aporta Cristo lleva consigo también la liberación de la muerte corporal por la resurrección de los cuerpos. Cristo lo afirma en la discusión con los saduceos que la negaban en contra de los fariseos (Mc 12,18-27 y lug. par.). En respuesta al caso que le presentan (¿de quién será la mujer que tuvo siete maridos?) responde: «cuando tenga lugar la resurrección de los muertos, ni los hombres tendrán mujer, ni las mujeres maridos, sino que serán como ángeles en el cielo» (v.25). Resurrección que, por tanto, no es el retorno a la vida terrena, la reanimación de un cadáver, sino un estado semejante al de los ángeles, con un cuerpo completamente distinto del terreno. Todo el hombre, en cuerpo y alma, estará en la vida eterna (Mc 9,43-47). Lo mismo se concluye del argumento tomado del Pentateuco (únicos libros que admitían como Escritura los saduceos, por eso Cristo acude a él y no a otros textos más claros posteriores al mismo): «Dios -les dice Cristo refiriéndose a Abraham, Isaac y Jacob- no es un Dios de muertos sino de vivos» (v.26s.). Cristo asume la concepción de los judíos de que no hay vida verdadera sin cuerpo (concepción unitaria del ser humano) y por tanto la continuación de la vida de los muertos comporta necesariamente la resurrección.

Mt 27,52s relaciona la resurrección de Cristo con la «resurrección de los cuerpos de muchos santos difuntos». Muchos Padres de la Iglesia y exegetas posteriores hasta nuestros días han interpretado este texto en el sentido de que justos del AT (¿patriarcas y profetas?) fueron resucitados por Cristo y entraron con él en la gloria celestial. Sea lo que fuere, el relato de Mt marca un signo de la era escatológica (cf. Is 26,19;Ez c.37;Dan 12,2). Y es, al menos, un anuncio de la liberación de los muertos al final de los tiempos por la acción de Cristo. Lucas presenta la exhortación de Cristo a hacer el bien a quienes no pueden agradecerlo en este mundo, pues «se te recompensará en la resurrección de los justos» (14,14). Jesús avala la fe de los judíos en la resurrección de los muertos con sus perspectivas de integridad corporal recobrada (X. León-Dufour). En Jn 11,25 Jesús dice a Marta: «Yo soy la Resurrección y la Vida». Aunque dichas en el contexto de la muerte de Lázaro, tienen un sentido más amplio que el referido a la muerte de éste. La resurrección y la vida son en sí bienes escatológicos. Gracias a la fe se resucita de la muerte (Jn 5,24.29). Cristo prometió repetidamente la resurrección es el último día en el discurso eucarístico (Jn 6.39s.40.44.54).

Finalmente, las resurrecciones referidas por los evangelistas, la de la hija de Jairo (Mc 5,12-43 y lug.par.), la del hijo de la viuda de Naím (Lc 8,7,11-17) y la de Lázaro (Jn 11,1-44) son anuncio y prefiguración de la resurrección de Cristo y de la resurrección de los muertos, lo que queda clarificado con las enseñanzas de Cristo que acompañan a la de Lázaro. San Pablo clarificará que la Resurrección de Cristo lleva consigo la nuestra. La de Cristo constituye las «primicias» (1 Cor 15,20;Col 1,18). Y viene exigida por la realidad del Cuerpo Místico, del que Cristo es la Cabeza y nosotros los miembros. La resurrección de aquélla lleva consigo la de éstos. Cf Rom 8,11.

3.4. Liberación de la posesión diabólica y de las enfermedades

No es fácil dilucidar, en los relatos de curaciones y de expulsión de demonios en los evangelios, si se trata de una simple enfermedad o de una posesión diabólica. No era fácil en la mentalidad popular de entonces trazar la frontera entre una y otra.

Mc, el evangelio más cercano a los acontecimientos, presenta a Jesús al principio de su ministerio en lucha con satanás y como liberador de su acción sobre los hombres (1,12s.23-27.34;5,1-20 etc.). Los judíos del tiempo de Cristo atribuían a los demonios la mayoría de los males que sufrían los hombres: vicios, pecados, enfermedades mentales y de todo género.Tanto en la concepción de los judíos como de los orientales en el cuerpo del hombre puede habitar un espíritu bueno o un espíritu malo. Por la actitud de cada persona puede comprobarse qué espíritu le domina. De ahí la presentación de la actividad salvífica de Cristo como liberación del poder de satanás. «Jesús no se opone a tal mentalidad, antes bien se sirve de ella para unificar los aspectos de su ministerio que le muestran en situación conflictiva, en lucha abierta contra el mal en todas sus formas. Pero en esta lucha, el vencedor es Jesús: Satanás, que personifica el poder del mal, «cae del cielo como un rayo» (Lc 10,18) (P. GRELOT, en X. LÉON-DUFOUR, Los milagros de Jesús, Ed. Cristiandad, Madrid 1979,71).

En realidad, toda enfermedad, como todo mal (el pecado, la muerte; antes hemos constatado su liberación por Cristo) proviene del Maligno y es signo del poder de satán sobre los hombres (cf Lc 13,11.16). La intencionalidad de los evangelistas en los relatos de curación de posesos es poner de manifiesto el poder de Cristo sobre el maligno, la instauración del Reino de Dios (cf. Mt 12,28). Si descendemos a textos concretos, nos encontramos con relatos en los que se utilizan las expresiones «curar» y «expulsar demonios» (cf. Mt 17,15s.18: el endemoniado epiléptico); en estos casos podría tratarse simplemente de curación de una enfermedad, en el caso indicado de epilepsia. Pero hay otros relatos en los que no aparecen síntomas de enfermedad y Cristo increpa de tal manera al demonio «que no pueden explicarse como una razonable adaptación a la mentalidad de sus contemporáneos sobre los espíritus y demonios» (A. LÁPPLE, El Mensaje de los Evangelios-hoy, Ed. Paulinas, Madrid 1968,239). Cfr. Mc 1,23-26.

Añadamos que las curaciones de enfermedades «realizan incoativamente lo que significan, aportan las arras de la salvación mesiánica que tendrá su remate en el reino escatológico» (X. LÉON-DUFOUR). Cristo ha venido a realizar la redención total, del alma y del cuerpo, lo que refleja muy bien su actitud con el paralítico: «tus pecados te son perdonados» y «levántate y anda»» (Mt 9,6s). Las enfermedades son consecuencia del pecado; la liberación de éste tiene que llevar consigo la de sus efectos. Así las curaciones de enfermedades por parte de Cristo son como una anticipación de la redención total. Con ello Cristo confiere las arras, algo que lleva consigo la salvación escatológica y es parte de ella. «Que los ciegos vean, que los sordos oigan, que los paralíticos anden y que los muertos resuciten, es la primera floración de una nueva creación, que llegará a ser realidad con nuestra resurrección y glorificación; es un comienzo que tiende en esperanza a la plenitud; es, al mismo tiempo, una prenda que, de alguna manera, realiza ya esta esperanza» (A. de GROOT, El milagro en la Biblia. Verbo Divino, Estella 1970,63).

3.5. Salvación fundamentalmente espiritual, pero que lleva consigo exigencias de orden social-político

La salvación anunciada por Cristo que aporta el Reino predicado por él tiene una dimensión esencialmente religiosa. Lo proclamó con sus palabras: «Mi Reino no es de este mundo» (Jn 18,36) declaró ante Pilatos. Y con sus actitudes: cuando las turbas intentaban proclamarlo rey se apartaba rápidamente de ellas (Jn 6,15). El llamamiento que Cristo hace a sus discípulos, lo mismo que las exigencias que él impone, no son «un llamamiento a una vinculación político-mesiánica para luchar por la libertad, sino para una imitación religiosa que se orienta en la persona del que llama y tiene ante los ojos objetivos religiosos concretos» (R. SCHNACKENBURG, Reino y reinado de Dios. Ed. Fax, Madrid 1970,106). Y su realización no será obra de una evolución histórica, sino obra de Dios. Y las armas con las que se conquista la salvación que trae Cristo son las armas del espíritu: la conversión y la fe, la humildad y la sencillez, el desprendimiento de las cosas de la tierra que cautivan y seducen el corazón, la renuncia y la abnegación en aras de la voluntad de Dios y el seguimiento de Cristo, la nueva justicia y sobre todo el amor.

Pero la Iglesia, depositaria del mensaje de Cristo, tiene que decir una palabra desde el Evangelio, dentro de su misión profética, y desde él iluminar las realidades culturales, sociales, políticas y económicas. «Deber de la fe cristiana, y por ellotambién de la Iglesia oficial, es el exigir la verdad y la justicia en el mundo en la forma de un poder espiritual, crítico y ético, un poder que tiene por misión mantener viva en el corazón de la humanidad la voluntad de convertir la sociedad humana en una polis, una ciudad, un lugar habitable, adecuado para vivir todo el mundo... De ahí que las Iglesias puedan e incluso deban permanecer oficialmente activas en la política, aunque con su propio estilo, y no como un tercero o cuarto bloque de poder político en la sociedad» (E. SCHILLEBEECKX, Jesús en nuestra cultura. Mística, Ética y Política, Sígueme, Salamanca 1987,45).

3.6. Salvación universal

Hay quien ha planteado la cuestión de si el universalismo de la Iglesia proviene de Jesús mismo o si es algo que, surgido después sobre todo con la predicación de San Pablo, se ha puesto en boca de Jesús y en sus hechos. Dados los anuncios universalistas de los Profetas en torno a la misión del Mesías, su Reino y la Nueva Alianza, y habida cuenta de la conexión de Cristo con las enseñanzas más espirituales y elevadas de los Profetas, puede afirmarse ya a priori que el universalismo tiene que formar parte esencial de la misión y enseñanzas de Cristo. Así lo testifican todos los evangelios, en palabras y actitudes que se remontan a Jesús mismo.

En Mc, Cristo cita Is 56,7 en el relato de la expulsión de los vendedores del Templo: «Mi Casa será llamada casa de oración para todas las gentes» (Mc 11,17), con las que el profeta anunciaba el universalismo del culto mesiánico. En el discurso escatológico declara a sus discípulos que antes del fin del mundo «es preciso que sea proclamada la Buena Nueva a todas las naciones» (Mc 13,10). Y ante la acción de la mujer que en Betania ungió su cabeza con un perfume puro de nardo, Cristo afirma: «Yo os aseguro: donde quiera que se proclame la Buena Nueva, en el mundo entero, se hablará también de lo que ésta ha hecho para memoria suya» (Mc 14,9). También con sus hechos Cristo deja entrever el universalismo de la salvación que él trae. El limitó su actividad apostólica al pueblo judío; predicarla al mundo entero será tarea que encomendó a sus discípulos (Mt 28,19). Pero en su actividad curativa no se limita a los miembros del pueblo judío, sino que cura en el relato de Mc, al endemoniado de Gerasa (5,1-20) y a la hija de una sirofenicia (7,24,30). Constituyen estas curaciones un anuncio de que la salvación llegará también a los gentiles.

También Mt, escrito en ambientes judaicos, tiene afirmaciones claramente universalistas. Sobresale la pronunciada por Cristo mismo ante la admirable fe del centurión que pidió la curación de su siervo: «Os digo que vendrán muchos de oriente y occidente y se pondrán a la mesa con Abraham, Isaac y Jacob en el reino de los Cielos, mientras que los hijos del Reino serán echados a las tinieblas de fuera» (Mt 8,11s). Los semitismos garantizan su autenticidad. Las parábolas del Reino revelan que todos, sin excepción, están llamados a participar en su salvación. En la parábola de los viñadores homicidas Cristo anuncia a los dirigentes del pueblo que se les quitará el Reino y será entregado a otro pueblo (Mt 21,43), que es la Iglesia formada por judíos y gentiles. Y Mt concluye su evangelio con el encargo de: «Id y haced discípulos a todas las gentes» (28,19). En cuanto a los hechos, a los citados por Mc, añade la curación de otro pagano, el siervo del centurión (8,5-13).

Lc tiene como característica poner de relieve el universalismo de la salvación; a través de todo su evangelio Cristo aparece como el Salvador del mundo. Aparece ya en el evangelio de la Infancia: los ángeles ante el nacimiento del Niño anuncian la paz a los hombres en quienes Dios se complace (2,14;cf. 1Tim 2,4). Simeón lo proclama «luz para iluminación de las gentes» (2,32). Hace ascender la genealogía hasta Adán y la coloca al principio del ministerio público (la de Mt se detiene en Abraham). El Bautista cita a Is 40,5: «Y toda carne verá la salvación de Dios» (3,6). En la predicación de Cristo recogida por Lc, comienza aludiendo a la vocación de los gentiles (4,24-28). Se consignan también el: «vendrán de oriente y occidente, del norte y del sur, y se pondrán a la mesa en el Reino de Dios» (13,29; cf Mt 8,11). Las parábolas del c.15 (oveja perdida, dracma extraviado e hijo perdido) simbolizan la situación de los paganos y el amor de Dios que los perdona. Dimensión universal que aparece también en las actitudes de Cristo con los samaritanos (9,5ss; 10,30ss; 17,11-19) y con los paganos: cura al siervo del centurión y alaba su fe (7,1-10) y al endemoniado de Gerasa (8,26-39), curaciones que anuncian, como hemos indicado, que la salvación se extiende también a los gentiles. Y entre las últimas recomendaciones de Cristo a sus discípulos, Lc transmite la de que prediquen en su nombre «la penitencia para la remisión de los pecados a todas las naciones» (24,47).

Juan escribe su evangelio cuando ya estaba superada en la Iglesia la división entre judíos y gentiles y la exclusividad de aquéllos respecto del Reino, y supone siempre la salvación universal. Cristo viene a iluminar a todo hombre al venir a este mundo (Jn 19). El principio del diálogo con la samaritana es un diálogo abierto a la universalidad y una instrucción a los discípulos de cómo deben acoger a los extranjeros, y al final los mismos samaritanos lo reconocen como el Salvador del mundo (Jn 6,42). En la discusión con los judíos, Cristo les niega el derecho a llamarse sólo ellos hijos de Abraham; tal denominación corresponde a todos aquellos, judíos o gentiles, que imiten la fe del Patriarca, a la que va vinculada la salvación (Jn 8,31ss). Cristo dijo que cuando él fuese exaltado sobre la cruz atraería a todos (a «todo hombre», dice una lección variante) hacia sí (Jn 12,32). Las expresiones «Yo soy» con una determinación: Yo soy la luz, yo soy la puerta... tienen todas ellas una dimensión universalista.

4. Exigencias de la salvación

La salvación de Dios es un don, que hay que conquistar. «El que te creó a ti sin ti, no te salvará a ti sin ti» (San Agustín), es decir sin tu colaboración. Entre las exigencias que lleva consigo la salvación cristiana señalamos las cuatro fundamentales siguientes:

4.1. La conversión. Su exigencia radica en la inclinación de la naturaleza al pecado y en la llamada de Dios a una vida santa. Fue tema de la predicación de los profetas del AT. Con él comenzó la suya Juan Bautista (Mc 1,15). Y con ésta conecta la de Jesús: «Convertíos porque el Reino de Dios está cerca» (Mt 4,17). Se trata, según la significación del término griego «metanoia», de un cambio de mente y de actitud, del ordenamiento de toda la vida hacia Dios. Pero ahora, con Cristo, la conversión mira expresamente a él. La conversión es la aceptación de su Persona y de su Obra. La conversión a la que llama Cristo es la conversión interior, total y transformadora, que supone la renuncia al pecado, al orgullo, a la autosuficiencia, a la entrega desordenada al mundo. Y hay que aceptar esta invitación de Cristo. No hay otro camino de salvación. Pero la conversión es más bien la parte negativa de la exigencia de Jesús. Ella mira a la fe.

4.2. La fe. Es el aspecto positivo: la entrega a la persona de Cristo. Los dos términos que prevalecen en el vocabulario hebreo significan: áman, solidez, seguridad; batah, confianza, seguridad. Solemos definir la fe diciendo que es creer lo que no vemos porque Dios lo ha revelado. Pero eso es sólo su aspecto intelectual. La fe bíblica, la que salva, es la entrega de nuestra persona a la Persona de Cristo. Y como el ser humano es fundamentalmente inteligencia, voluntad y corazón, la fe implica la entrega del entendimiento para creer lo que Dios revela, pero también la entrega de la voluntad para practicar lo que Cristo manda, y, sobre todo, la entrega del corazón para amar conforme al mandato de Cristo. Esa es la fe que salva.

El que cree en él está salvado, el que no cree se condena a sí mismo (Jn 3,18.36). La fe tiene que actuarse por la caridad (Gál 5,6).

4.3. El amor a Dios y al prójimo. Las obras en las que tiene que manifestarse la fe son las obras de amor a Dios, y como exigencia radical del mismo, las de amor al prójimo. A la pregunta del escriba sobre cuál es el precepto mayor de la Ley, Cristo contesta: «Amarás al Señor, tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente; el segundo es semejante a éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos penden toda la Ley y los profetas» (Mt 22,37-40). Pablo simplificaría todavía más: «Toda la Ley alcanza su plenitud en este solo precepto: Amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Gál 5,14; Rom 13,8-10); con razón, pues, el amor cristiano al prójimo no es posible sin el amor a Dios. De ahí la regla de oro: «todo cuanto queráis que os hagan los hombres, hacédselo también vosotros a ellos; porque ésta es la Ley y los Profetas» (Mt 5,12). Cristo propone como modelo de la misericordia para con el prójimo la que el Padre tiene con nosotros: «Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso» (Lc 6,36). Y Cristo en la noche de la Cena se propone como modelo al llevar el precepto del amor a sus últimas exigencias: «Amaos unos a otros como yo os he amado» (Jn 13,34;cf. 15,13). Lc que implica anteponer el bien del prójimo al bien propio. Incluso en el caso del enemigo (Mt 5,43s.). Por eso al ocaso de la vida el juicio versará sobre el amor al prójimo, sobre todo al más necesitado (Mt 25).

4.4. La nueva justicia. La conversión, la fe y el amor constituyen la nueva justicia exigida por Cristo. Una justicia superior a la del AT, conforme a la declaración de Cristo en el sermón de la montaña: ya no basta el acto exterior contra el prójimo (injurias, homicidio), sino que habrá que evitar la mera ira contra él (Mt 5,21-26). No podrá contentarse el cristiano con evitar los pecados externos contra la castidad, sino que deberá vencer incluso los mismos deseos concupiscibles (Mt 5,27-30). No cumplirá con devolver el mal sólo en la medida en que le haya sido inferido, sino que deberá hacer positivamente el bien (Mt 5,38-48). Una justicia superior a la de los escribas y fariseos: «Si vuestra justicia no es de mejor condición que la de escribas y fariseos no podéis salvaros» (Mt 5,20). La justicia de estos dirigentes del pueblo era meramente exterior (cf. Mt c.6), habiendo reducido la religión a un formulismo religioso. La justicia salvífica de Cristo ha de ser interior, en espíritu y verdad (Jn 4,23); que la vea el Padre que ve en lo recóndito de los corazones. Y con actos exteriores que implica la nueva justicia hay que hacerlos, no por vanagloria, sino buscando la gloria de Dios (Mt 5,16). La nueva justicia consiste fundamentalmente en el cumplimiento de la voluntad del Padre, que invita a la conversión y la fe, y exige la caridad. «No todo el que me diga "Señor", "señor" entrará en el Reino de los Cielos, sino el que cumpla con la voluntad de mi Padre» (Mt 7,21).

La salvación es lo único absolutamente necesario (Lc 11,42), ante lo cual todo lo demás tiene un valor secundario y relativo. Por ello decía Cristo: ¿de qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si pierde la vida eterna? (Mc 8,36). Y recomendaba: «Buscad primero el Reino de Dios y su justicia; las demás cosas se os darán por añadidura» (Mt 6.33). ->salvador; signos; curación.

BIBL. —TOMÁS CASTRILLO, Jesucristo Salvador, BAC 1957; J. DíAz y DíAz, Salvación-Salvador, Enciclopedia de la Biblia, Ed. Garriga v. VI, Barcelona 1963, 407-418; COLOMBAN LESQUIVIT - PIERRE FRELOT, Salvación, cu. XAVIER LÉON DUFOUR, Vocabulario de Teología Bíblica, Herder, Barcelona 1965,733-738.

Gabriel Pérez