Sacrificio de la Nueva Alianza
DJN
 

SUMARIO: I. La muerte de Cristo y su interpretación sacrificial 1. Introducción: a) La vida de Jesús como entrega a su misión divina, que culmina en su muerte como sacrificio de propiciación; b) Alcance soteriológico universal del sacrificio de Jesús en la cruz; c) La pronta comprensión de la muerte de Jesús como sacrificio después de Pascua. 2. La muerte de Jesús como culmen de su obra salvífica y entrega sacrificial al Padre por todos los hombres (Mc 10,45; Mt 26,28b; Mc 14,24b; Lc 22,19b.20b; 1Cor 11,24b): a) La entrega completa de Jesús a la voluntad del Padre; b) El aspecto sacrificial de la muerte de Jesús según sus palabras en la Última Cena. 3. La interpretación sacrificial de la muerte de Jesús por la Iglesia de Jerusalén: a) La rama de lengua aramea de la Iglesia de Jerusalén en torno a Pedro y los doce apóstoles; b) La rama de lengua griega o "helenistas" en torno a Esteban y "los siete diáconos". 4. Pablo y su interpretación sacrificial de la muerte de Jesús: a) El alcance universal del sacrificio de Cristo según san Pablo. 5. Otros escritos del Nuevo Testamento.-2. La Última Cena y la Eucaristía en cuanto a su aspecto sacrificial y referencia a la muerte de Cristo. 1. La última cena y su carácter sacrificial:1) Observaciones previas generales; 2) Razones a favor del carácter sacrificial de la Última Cena. a) Argumentos en general. -Misión y muerte de Jesús a semejanza de la muerte sacrificial del Siervo de Yahvé; -La alusión al sacrificio de la alianza y comida sacrificial según Ex 24,1-10 en los relatos de la institución; -El contexto pascual de los relatos de la Última Cena según los sinópticos; b) Los argumentos en particular. 2. La eucaristía y su carácter sacrificial: 1) Según los relatos de la institución; 2) Otros textos relativos a la Eucaristía y su posible valor sacrificial (1Cor 10,14-22; 11,27-34). - 3. La vida cristiana y su aspecto sacrificial.


1. LA MUERTE DE CRISTO Y SU INTERPRETACIÓN SACRIFICIAL

1. Introducción

a) La vida de Jesús como entrega a su misión divina, que culmina en su muerte como sacrificio de propiciación. De la interpretación sacrificial de la muerte de Jesús no encontramos en el NT, a excepción de P y Carta a los Hebreos, tantos testimonios como desearíamos, apesar de la importancia del tema. Sin embargo, su escasez queda compensada por la antigüedad de las fórmulas de fe y el contexto teológico en que aparecen los textos que se refieren al carácter sacrificial de su muerte, principalmente en los relatos de la Cena del Señor. Además, hay que tener en cuenta la continuidad del tema -aunque implícito- en la misión de Jesús, que culmina en su muerte. Al hablar del concepto de sacrificio distinguimos anteriormente entre oblación y sacrificio. Toda la vida de Jesús no fue otra cosa que una oblación que desembocó en el sacrificio de la cruz. Su misión fue un vivir única y exclusivamente para la obra que el Padre le había confiado; su vida entera fue "proexistencia" (así designa el insigne exegeta católico H. Schürmann la misión de Jesús); es decir, Jesús vivió orientado radicalmente a Dios y la salvación de los hombres, de lo que su muerte es la expresión máxima; toda su vida implica un ofrecerse permanentemente al Padre por los hombres. La preposición latina "pro", antepuesta a existencia contiene dos significados que aparecen en el concepto de sacrificio expiatorio: "a favor de" y "en lugar de". "Proexistencia" nos sugiere asimismo la idea de preexistencia, es decir, su existencia junto al Padre antes de la encarnación (Jn 1,1). Incluso podemos afirmar que la vida terrena de Jesús en cuanto proexistencia radica en su preexistencia eterna o existencia sin comienzo junto al Padre. Puesto que Jesús es "la Palabra junto a Dios Padre" (Jn 1,1), el Hijo enviado por él, "que no conoció pecado" (2Cor 5,21) ni experimentó la limitación que impone la condición humana y pecadora y careció del más mínimo asomo de egoísmo, pudo entregarse radical e ilimitadamente al Padre por los hombres. Su entrega terminó en el sacrificio por excelencia, el sacrificio de la cruz y nueva alianza. El concepto de sacrificio implica que la cosa o animal ofrecido a la divinidad, en el que se realiza algún cambio o modificación que le convierte en sagrado, sustituye a las personas que lo ofrecen y por quienes se ofrece, a las que reporta beneficios. Esto conviene a Jesús que se entregó a la muerte por los demás como ofrenda al Padre. De las diversas clases de sacrificios del AT reseñados anteriormente, el que mejor cuadra a la muerte de Jesús es el sacrificio por el pecado ("jattát") o por la culpa ("asam"), pues Jesús se ofrece y muere por los pecados de los hombres para redimirlos. En la Ultima Cena Jesús declaró su muerte próxima sacrificio "de la (nueva) alianza por muchos", es decir, por todos los hombres. La oblación de Jesús comenzó ya desde el principio de su existencia (Heb 10,7-10) y se consumó en el sacrificio de la cruz (9,12.28; 10,12.14).

b) Alcance soteriológico universal del sacrificio de Jesús en la cruz. En la Ultima Cena Jesús, después del fracaso -desde un punto de vista meramente humano- de su acción simbólica de expulsar a los vendedores del templo, como último intento de llamar a Israel a la conversión, concibió su inevitable y próxima muerte como un sacrificio propiciatorio por el pueblo de Israel, que mayoritariamente había rechazado la salvación escatológica, mesiánica de los últimos tiempos, esperada y deseada vehementemente durante tantos siglos. Era el mayor desaire en la historia de la salvación no sólo a Jesús, sino, sobre todo, a Dios. Jesús, el mensajero por excelencia del Reino, respondía a ese rechazo, no vengándose o entregando a Israel al juicio divino definitivo, sino entregándose a sí mismo a la muerte como víctima propiciatoria en lugar del Israel impenitente y en su favor. Según el EvJn Jesús muere como el cordero pascual por excelencia no sólo por su pueblo, sino por todo el mundo, quedando así perdonado objetivamente el pecado de Israel y mundo entero (Jn 1,29; 1Jn 2,2) y abriéndose la posibilidad de la salvación para todos, judíos y no judíos (Jn 8,28 y 19,37). Objetivamente no ha abolido Jesús la antigua alianza de Yahvé con su pueblo elegido,sino que la ha renovado y, por así decir, declarado explícitamente universal, universalidad que ya estaba profetizada en Is 2,1-5; 51,4: "Este cáliz es la nueva alianza en mi sangre" (Lc 22,20; 1Cor 11,25). Objetivamente ni el judío está en mejores condiciones que el no judío ni el no judío que el judío, pues "todo el que invoque el nombre del Señor se salvará" (Rom 10,13; cf. también v.9-10). Al hombre moderno y crítico, hijo de la ilustración, le resulta extraño e inaceptable el concepto de expiación, propicición o reparación, pues sospecha que detrás de este concepto se esconde una idea de un Dios cruel y justiciero, que exige a su Hijo una satisfacción por los pecados del hombre, y ve amenazadas la libertad y responsabilidad personal. ¿Por qué ha de expiar por mis culpas otra persona, sobre todo, si es inocente? Esa objeción no tiene en cuenta, sin embargo, el amor infinito que impulsa al Padre a donar a su Hijo al mundo (Jn 3,16-17) y a Jesús a entregarse por los hombres (Gál 2,20).

c) La pronta comprensión de la muerte de Jesús como sacrificio después de Pascua. Los sacrificios del AT fueron concebidos por los primeros cristianos como "símbolos prefigurativos" (en griego "tipoi", es decir, "figuras") que se referían a Jesús y significaban ya, aunque vaga-mente, su entrega a la muerte por los demás hombres, pero con la pecularidad de que su realización en Cristo había superado inimaginablemente la realidad del AT, por lo cual los teólogos llaman a la realidad veterotestamentaria tipo, mientras que la realización plena de los sacrificios y demás figuras del AT en Cristo es designada con el término antitipo, es decir, "símbolo contrario", si bien se debe tener en cuenta la desproporción existente entre tipo y antitipo. A raíz de Pascua sus discípulos comprendieron que la vida de Jesús, sobre todo su muerte, implicaba sentido sacrificial (Jn 17,19). La Iglesia de Jerusalén de habla aramea interpretó muy pronto, a juzgar por el credo tradicional más primitivo que nos ha trasmitido Pablo, la muerte de Jesús como sacrificio expiatorio: "Cristo murió por nuestros pecados según las Escrituras" (1 Cor 15,3c). Probablemente se remonta también a la Iglesia de Jerusalén, pero en este caso a la rama de habla griega, conocida como los "helenistas", la afirmación de Rom 3,25: "...a quien Dios ha exhibido públicamente como instrumento de expiación por medio de la fe". Los exegetas actuales opinan que Pablo no ha inventado esta afirmación acerca de la muerte de Jesús, sino que la ha tomado del grupo de los "helenistas", al que pertenecía el primer mártir san Esteban y que rechazaban decididamente el culto sacrificial del templo (cf. He 6,15-14; 7,48.52-53). Pablo, consecuente con esta línea cristológica de los "helenistas", a la vez que considera caducos los sacrificios del templo de Jerusalén, va a emplear con más frecuencia el concepto de sacrificio expiatorio o propiciatorio para expresar el valor salvífico de la muerte de Cristo y significar que ésta es la realización escatológica de los sacrificios del AT (Rom 10,4).

2. La muerte de Jesús como culmen de su obra salvífica y entrega sacrificial al Padre por todos los hombres (Mc 10,45; Mt 26,28b; Mc 14,24b; Lc 22,19b.20b; 1 Cor 11,24b)

a) La entrega completa de Jesús a la voluntad del Padre. El ministerio público de Jesús aparece exclusivamente animado por su conciencia de ser el Hijo querido del Padre, el último y más importante de los mensajeros (Mc 12,6: "Todavía tenía uno sólo, su Hijo querido; envióle el último a ellos"; Lc 10,22: "Todo me ha sido entregado por mi Padre y nadie conoce al Hijo sino el Padre y al Padre sino el Hijo y aquel a quien quiera revelárselo"). En su persona y obra se hace presente, aunque de forma incipiente, el Reino (1,15). Jesús se siente como arrastrado por una fuerza interior, que le llevará a la muerte (Lc 12,49-50; cf. Bovon 1996), a proclamar con palabras y significar con las obras que la soberanía de Dios, o sea, su bondad y misericordia, comienza a realizarse de forma irresistible entre los hombres bien dispuestos, con cierta preferencia de Jesús por los pecadores y marginados (Mc 4,8.20). Porque Jesús se entrega y consagra de lleno a esta misión en conformidad con la voluntad del Padre, su vida se convierte en contraste y escándalo permanente para los piadosos de Israel y está avocada a la muerte violenta a causa del Reino. El Reino, anunciado por Jesús, conlleva otros parámetros distintos de los acostumbrados entre los hombres, que incluso Pedro no entiende: "No he venido a llamar a justos sino a pecadores" (Mc 2,17); "negarse a sí mismo y tomar la cruz a cuestas" y "perder la vida por el Evangelio" (8,34-36); "el que quiera ser el primero, ha de ser el último de todos y de todos servidor" (9,35). Este aspecto predominante de la vida de Jesús y el Reino por él anunciado lo hemos llamado proexistencia, que podríamos llamar también oblación de sí mismo y sugiere actitud de sacrificio y servicio. Jesús define así su misión: "El Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos" (10,45). Los diez discípulos estaban enojados porque Santiago y Juan pretendían obtener los primeros puestos en el futuro Reino. Según Jesús "ser el primero" significa, en cambio, servir y hacerse el último de todos y "dar la vida en rescate por los demás". Estas últimas palabras nos recuerdan el cuarto cántico del Siervo de Yahvé (Is 52,13-53,12, especialmente v.4-6.11-12). Aunque el dicho de Jesús de Mc 10,45 haya podido ser formulado, en su forma actual, después de Pascua, según algunos exegetas, refleja perfectamente, sin duda alguna, el pensamiento y actitud personales de Jesús.

b) El aspecto sacrificial de la muerte de Jesús según sus palabras en la Ultima Cena. Lc 22,19b ha subrayado expresamente la entrega permanente de Jesús al mencionar sus palabras sacramentales sobre el pan, cuyo origen se remonta sin duda alguna a la Última Cena: "Este es mi cuerpo que se entrega (el participio de presente griego didómenon ["en permanente entrega' expresa el aspecto inacabado de la acción de Jesús durante la Cena que se concluirá sólo con su muerte) por vosotros": la oblación de Jesús tendrá su consumación en el sacrificio de la cruz; la relación de la entrega u oblación de Jesús durante la Última Cena con el sacrificio próximo de la cruz es evidente. En las palabras sobre el cáliz Jesús interpreta su muerte con un doble motivo: el motivo de la alianza, bien según Ex 24,8: "Esta es mi sangre de la alianza que se derrama..." (cf. Mt 26,28; Mc 14,24) o según (Jer 31,31) "la nueva alianza en mi sangre ("por vosotros" [1 Cor 11,23]; "que se derrama por vosotros" [Lc 22,20]) y el motivo del rescate expiatorio por los muchos (cf. Mt 26,28; Mc 14,24: cf. Is 52,13-53,12). La tradición antioquena, de la que dependen Lc y P (Lc 22,19b.20c: "que se entrega por vosotros"; "que se derrama por vosotros"; 1 Cor 11,24: "mi cuerpo por vosotros"), refleja también el motivo sacrificial del rescate propiciatorio del cuarto canto del Siervo de Yahvé, aunque haya cambiado la expresión "por muchos" por la más griega y personal "por vosotros". La expresión original empleada por Jesús fue ciertamente "por muchos" -más cercana al cuarto canto del Siervo de Yahvé (Is 53,12 LXX)-, o sea por Israel, aunque su sentido no se limita a Israel, sino que por medio y a través de Israel alcanza al mundo no judío (42,6).

Algunos exegetas opinan que el tema del Siervo de Yahvé que se entrega "por muchos" y aparece en la Ultima Cena es una creación de la comunidad pospascual. Pero ¿por qué no atribuir a Jesús de Nazaret lo que no hay inconveniente en atribuir a la comunidad pospascual, cuando, incluso, no hay dificultad en afirmar que ésta aplicó muy pronto categorías sacrificiales a la muerte de Jesús? A más tardar, desde el fracaso -desde un punto de vista humano- de la expulsión de los vendedores del templo, que significaba el intento de abolir el culto sacrificial, Jesús tuvo que contar con su posiblecondena a muerte y muerte en la cruz. Si a pesar de todo Jesús siguió afirmando la cercanía del Reino (cf. Mc 14,25: este dicho se atribuye unánimemente a Jesús), lo más probable era que interpretase su muerte como propiciatoria, siguiendo el cuarto canto del Siervo de Yahvé (Is 52,13-53,12). La aniquilación de Jesús hubiera supuesto la supresión completa de la realidad del Reino. Jesús, sin embargo, confiaba plenamente en el Padre y estaba convencido de que, a pesar de la oposición de las autoridades judías, su mensaje de la cercanía del Reino no había sido vano, sino que seguía siendo válido y su muerte adquiría el sentido de muerte propiciatoria para Israel y el mundo. Además, Jesús no era un mero profeta galileo que sólo criticó el culto del templo, sino el Hijo de Dios (Lc 10,22), el Hijo único querido, el último de los mensajeros (Mc 12,6), en cuya persona y obra comienza a realizarse ya el Reino. H. Schürmann (FS H. Zimmermann [BBB 53] 273-309) afirma que la predicación de Jesús acerca del Reino es completamente compatible con la interpretación de su muerte como salvífica y expiatoria. Si Jesús en la Última Cena no concibió su muerte como sacrificio propiciatorio por los pecados, no se explica por qué la comunidad pospascual dejó de asistir al culto sacrificial del templo y consideraba el templo sólo como "casa de oración" (Mc 11,17; He 3,1). Si la comunidad pospascual rechazó desde el principio de modo consecuente el culto sacrificial es porque sabía que la muerte de Jesús era ya el único sacrificio aceptable a Dios. Las palabras sobre el pan y el cáliz (A: Lk/P) o sólo el cáliz (M: Mc 14,24), que se recitaban en celebración de la Cena del Señor, recordaban a la Iglesia primitiva que no había otro sacrificio acepto a Dios que el de Jesús. En conclusión, se puede afirmar que Jesús concibió su próxima muerte violenta como un sacrificio expiatorio por la multitud incontable de judíos y no judíos que aceptarían su mensaje, sin excluir a nadie. Su muerte propiciatoria es el "sacrificio de la Nueva Alianza".

3. La interpretación sacrificial de la muerte de Jesús por la Iglesia de Jerusalén

a) La rama de lengua aramea de la Iglesia de Jerusalén en torno a Pedro y los doce apóstoles. La fórmula más antigua de la fe de la Iglesia nos ha sido trasmitida por P en 1 Cor 15,3c-4. Esa breve fórmula constituye el núcleo más antiguo de lo que, más tarde, se llamará credo apostólico. En ella se afirma que "Cristo murió por nuestros pecados según las Escrituras". La muerte de Cristo viene interpretada en esta confesión de fe con las imágenes del sacrificio de expiación o propiciación del cuarto cántico del Siervo de Yahvé (Is 52,13-53,12). La comunidad en torno a Pedro retomó el motivo de la expiación del Siervo de Yahvé que Jesús se había aplicado a sí mismo en la Ultima Cena, en forma de confesión de fe: "Jesús ha muerto por nuestros pecados según las Escrituras" (cf. 1 Cor 15,3c y Is 53,5-6.8-9.12). La firme convicción de los primeros discípulos de que Jesús había muerto por los pecados de los hombres es el motivo que les impulsó ya desde el principio a la misión de los judíos, es decir, a proclamar que la muerte de Jesús de Nazaret en la cruz no significaba la condena definitiva de los que le habían rechazado sino, al contrario, la posibilidad y garantía de salvación para todos, si aceptaban a Jesús como el Mesías crucificado e Hijo de Dios. Las apariciones del Resucitado, solas, sin la intuición sobrenatural de que su crucifixión había sido una muerte salvífica, es decir, un sacrificio propiciatorio, no habría impulsado a Pedro y demás apóstoles a anunciar de nuevo a Jesús como el único camino de salvación; las apariciones de por sí solas, sin la comprensión de su muerte como salvífica, habrían creado en los primeros discípulos, más bien, una actitud pasiva, en espera del juicio para los que le habían rechazado, semejantes a la de los círculos llamados apocalípticos. La experiencia pascual de las apariciones del Resucitado (1 Cor 15,5-7, etc.) se traduce en la confesión de fe: "Dios ha resucitadoa Jesús de entre los muertos" (He 3,15; 4,10; Rom 10,9; 1Cor 6,14; 15,15; 1Tes 1,10), ratifica y corrobora las palabras de Jesús en la Ultima Cena y va acompañada de la comprensión y convicción de que el misterio pascual de la "muerte propiciatoria" y "resurrección" de Jesús es el fundamento y garantía de la salvación para todos los hombres, sin excepción, el principio de la misión.

En los escritos del NT encontramos otras fórmulas que se remontan también con toda probabilidad a la Iglesia de Jerusalén y desarrollan la anterior, subrayando la entrega de Jesús a la muerte: "dar su vida como rescate por muchos" (Mc 10,45c); "fue entregado por nuestros pecados" (Rom 4,25a; cf. también 1Tim 2,6; 1Jn 3,16). Estas fórmulas están inspiradas también en la traducción griega (LXX) del cuarto canto del Siervo de Yahvé (Is 53,12b: "porque entregó su vida a la muerte"; v.12e: "y fue entregado por los pecados de ellos").

b) La rama de lengua griega o "helenistas" en torno a Esteban y "los siete diáconos". Los helenistas en torno a Esteban y "los siete diáconos" son los discípulos, que más consecuentemente llevaron a la práctica la convicción de que el culto sacrificial del templo había quedado abolido por la muerte y resurrección de Cristo: si la resurrección de Jesús, testificada por las aparaciones y otras manifestaciones sobrenaturales, ratificaba que su entrega a la muerte como sacrificio por Israel, y por los no judíos inclusive, había sido agradable a Dios Padre, los ritos del templo de Jerusalén habían perdido su valor y sentido; el lugar del culto de la nueva alianza no era ya el templo de Jerusalén sino el cuerpo crucificado y resucitado de Jesús.

Las acusaciones de que Esteban "no deja de hablar en contra del lugar santo y la ley" y afirma que "Jesús, el Nazareno, destruirá este lugar y cambiará las costumbres que nos trasmitió Moisés" (He 6,13-14) así como la objeción de Esteban de que Dios "no habita en templos construidos por manos de hombres" (7,48-50) apoyan la opinión de que los helenistas en torno a Esteban daban el culto sacrificial del templo de Jerusalén por abolido, no sólo siguiendo el ejemplo Jesús, que con la acción simbólica de la expulsión de los vendedores del templo lo había declarado inválido y superado, sino, sobre todo, porque su muerte inauguraba el único y definitivo culto de los últimos tiempos.

El rechazo del templo y la afirmación de que la muerte de Cristo era el único culto sacrificial de los tiempos mesiánicos ahondan sus raíces en la concepción cristológica de los helenistas de que la Sabiduría preexistente se había encarnado en Jesús de Nazaret, el Hijo de Dios. Los helenistas son los primeros discípulos que introdujeron el concepto de preexistencia en la cristología, ya mucho antes de P. Así, pues, ya no se necesitan los sacrificios del templo para salvarse, sino sólo "invocar el nombre del Señor", o sea, de Jesús (Rom 10,13; cf. He 2,21). De aquí se desprende cristológicamente, según EvJn, que Cristo es el nuevo templo de Dios (2,21; 4,21-24) y eclesiológicamente que la comunidad cristiana es "el templo de Dios en el que habita el Espíritu de Dios" (1 Cor 3,16-17).

P nos ha conservado un fragmento que refleja la teología de los helenistas y está de acuerdo con lo deducido de He 6,1-7,60: "...al cual exhibió Dios como instrumento de propiciación... por su propia sangre, para manifestar su fuerza salvadora, pasando por alto los pecados cometidos en el pasado en el tiempo de la paciencia de Dios" (Rom 3,25-26a). La expresión más importante es instrumento de propiciación, que traduce el término griego (ilasterion, que a su vez corresponde a la palabra hebrea kappóret, la placa dorada que cubría el arca de la alianza (Ex 25,17-22). El gran día de la expiación el sumo sacerdote rociaba el kappóret o superficie del propiciatorio, el lugar de la presencia de Dios en el templo de Jerusalén, para borrar las culpas del pueblo (Lev 16,1-19). Según P y sus antecesores, loshelenistas, el lugar en que ahora mora Dios y se realiza la expiación por los pecados no es ya la placa del arca de la alianza mediante la aspersión con sangre, sino el cuerpo crucificado y resucitado de Cristo.

Finalmente hay que observar que los conceptos de la alianza y expiación, que se encuentran unidos en el AT (Ex 25,17-22; Lev 16,1-19), reaparecen en los relatos de la institución de la Cena (Mt 26,28; Mc 14,24; Lc 22,20; 1Cor 11,25). Implícita-mente encontramos también los motivos de propiciación y alianza en Rom 3,24-25: "la justicia" de Dios, que "ha pasado por alto los pecados pasados" y "ahora manifiesta su fuerza salvadora en el momento presente", no es otra cosa que la fidelidad de Dios a la alianza; la alianza de Dios con su pueblo elegido ha sido renovada y sellada con la sangre de Cristo que expía los pecados.

En 1 Cor 5,7 nos ha conservado P también uno de los testimonios más antiguos del NT en que la cristología viene expresada con imágenes sacrificiales: "Cristo, nuestro cordero pascual, ha sido inmolado". Parece tratarse de una frase hecha, tradicional, que P no ha inventado sino recibido de la Iglesia primitiva. En ella concurren las imágenes de "cordero inmolado", sacrificio y alianza (CONZELMANN, Korinther, 119-120).

4. Pablo y su interpretación sacrificial de la muerte de Jesús

a) El alcance universal del sacrificio de Cristo según san Pablo. P -lo mismo que los helenistas- interpreta la muerte de Cristo como sacrificio expiatorio y la explica con las categorías cúlticas del AT, pero de acuerdo a su teología de la justificación por la fe y la gracia. El horizonte de P es más universal que el de los helenistas; la misión de los gentiles iniciada por los helenistas distaba aún mucho de la de R Estos declaran derogados los sacrificios del templo, ya que "la muerte de Jesús es el instrumento de propiciación... por los pecados pasados en el tiempo de la paciencia de Dios" (Rom 3,25-26a); pero P no sólo afirma la abolición de los sacrificios del templo y centra su mirada preferentemente en la eficacia de la muerte propiciatoria de Jesús con respecto a los pecados pasados, sino que extiende universalmente su alcance propiciatorio por medio de la fe (v.25ab: la expresión por medio de la fe se considera adición paulina) al momento presente (v.26bc: adición paulina) hasta que venga el Señor (1 Cor 11,26d). La aplicación de la muerte expiatoria de Cristo al presente tiene lugar por medio de la fe sin las obras de la ley, es decir, sin las normas rituales de comidas, la observancia del calendario de las fiestas judías y, sobre todo, la circuncisión. La misión de los gentiles impulsó a P a descubrir todo el alcance salvífico de la muerte de Cristo.

b) Presentación de algunas fórmulas de Pablo relativas al significado sacrificial de la muerte de Cristo. Las fórmulas relativas al significado sacrificial de la muerte de Cristo en P presentan bien la estructura breve de entregrarse o morir por.. (p. ej., Rom 5,6.8; Gál 2,20), o larga de entregarse o morir por nuestros pecados (p. ej., Rom 4,25; 1 Cor 15,3; Gál 1,4). La fórmula breve "entregarse o morir por mí, vosotros, nosotros" es una refundición conforme a la mentalidad griega de la fórmula larga que refleja claramente aún la concepción cultual hebrea. Las expresiones paulinas referentes al valor sacrificial de la muerte de Jesús están concebidas generalmente en conceptos cúlticos, pero no es necesario repetir que éstos representan en la cristología y soteriología paulina sólo un papel secundario, pues lo importante es el aspecto salvífico de la muerte de Cristo.

Respecto al importante texto de Rom 3,25-26, ya indicamos cómo P lo universaliza, adaptándolo a su teología de la justificación por la fe: la muerte de Jesús adquiere un significado salvífico universal que se expande en todas las direcciones de la historia de la salvación. La justificación por la fe sustituye el intento fallido de conseguir la purificación por las obras de la ley, sean éstas el culto del templo o las normas rituales. En Rom 5,8-9 se afirma que hemos sido justificados por el sacrificio propiciatorio de la muerte de Cristo: la expresión "murió por nosotros" corresponde a "justificados por su sangre"; las alusiones sacrificiales son evidentes. La alusión a la muerte de Cristo como sacrificio expiatorio en Rom 8,3 no puede tampoco pasar desapercibida: "Dios, habiendo enviado a su propio Hijo con una naturaleza semejante a la del hombre pecador y como víctima por el pecado, condenó al pecado en la carne".

En otros textos aplica P a Cristo el aspecto de propiciación o sustitución, típico del sacrificio expiatorio. Como los sacerdotes judíos por medio del gesto de la imposición de las manos sobre la víctima significaban que el oferente pecador se identificaba en cierto sentido con la víctima, así afirma el Apóstol tipológicamente que Dios ha identificado a Cristo con los pecadores (cf. 2Cor 5,21; Gál 3,13). Puesto que ha sido Dios quien ha constituido a Cristo víctima en sustitución de los hombres pecadores (cf. Rom 8,3), la muerte de Cristo posee objetivamente valor salvífico infinito; para que la salvación se haga real de forma subjetiva o personal, se requiere la muerte sacramental del hombre pecador por medio de la fe y el bautismo (Rom 6,3-11; Gál 2,19).

5. Otros escritos del Nuevo Testamento

El aspecto sacrificial de la muerte de Cristo aparece en otros escritos del NT. Dado que nuestro interés se ha centrado principalmente en los comienzos de la teología del NT y no es posible realizar aquí un estudio exhaustivo del tema en todo el NT, nos limitaremos a los textos más relevantes. Digno de tenerse en cuenta por su impronta tradicional es Ef 5,2: "Vivid en el amor como Cristo os amó y se entregó por nosotros como oblación y víctima sacrificial a Dios de suave aroma". Que el autor de Ef emplea en v.2b fórmulas tradicionales, lo confirman una comparación con Ef 5,25 y Gál 2,20 y las expresiones "oblación y víctima sacrificial (cf. Sal[LXXj 39,7) a Dios de suave aroma" (Ex[LXXj 29,18). El tema enunciado en Ef 5,2 será desarrollado ampliamente en la Carta a los Heb. En 1Pe 1,18-19 aparece la muerte propiciatoria de Cristo descrita con imágenes sacrificiales: "Fuisteis rescatados...con la sangre preciosa de Cristo, como de cordero sin tacha ni mancilla". Los autores del NT no inventan sino que toman conceptos e imágenes corrientes en el cristianismo primitivo. En el EvJn no se menciona explícitamente el aspecto expiatorio, propiciatorio de la muerte de Jesús, sino que se recalca el objetivo de su venida y exaltación: la salvación eterna. Sin embargo, hay expresiones que recuerdan los conceptos cúlticos: "He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo" (1,29.36). La fórmula de entregarse a la muerte se encuentra detrás de diversos textos joánicos: "Así amó Dios al mundo que entregó a su Hijo..." (3,16). Repetidas veces la encontramos en el discurso del Buen Pastor (10,11.15.17; cf. también 15,13). En 1Jn la muerte como sacrificio expiatorio aparece recalcada con una insistencia especial, más que en el EvJn, probablemente porque los herejes que ataca la carta de Jn negaban el valor expiatorio de la muerte de Jesús (1,7.9; 2,2; 4,10; 5,6.8).

El escrito del NT que más consecuentemente ha interpretado la muerte de Jesús con categorías sacrificiales es la Carta a los Hebreos. Jesús es presentado en ella como el "sacerdote misericordioso y fiel" (2,17), cuyo sacerdocio supera al levítico (5,5-10). Se afirma que "Jesús ha entrado con su propia sangre en el santuario celeste para realizar una vez por siempre la expiación por los pecados y realizar la redención eterna" (9,11-12). No es posible desarrollar aquí más ampliamente el tema de la muerte de Jesús como sacrificio.

II. LA ÚLTIMA CENA Y LA EUCARISTÍA EN CUANTO A SU ASPECTO SACRIFICIAL Y REFERENCIA A LA MUERTE DE CRISTO

1. La última cena y su carácter sacrificial

1.1. Observaciones previas generales

En primer lugar, la solución a la pregunta de si la Ultima Cena de Jesús tuvo carácter sacrificial, viene dada al creyente por la fe de la Iglesia: el CTr. definió que "en la Ultima Cena" Cristo instituyó "un sacrificio... visible, para que por medio de él se representase aquél (sacrificio) cruento que debía realizarse una sola vez en la cruz..."; "...que ofreció su cuerpo y sangre bajo las especies de pan y vino a Dios Padre" y constituyó a los apóstoles "sacerdotes del NT" (DH 1740.143.1751-1754; CVat II: LG 3; SC 47). En este apartado tratamos de exponer estas verdades de fe mediante un estudio exegético y la interpretación teológica de los relatos de la Última Cena (Mt 26,26-29; Mc 14,22-25: Lc 22,15-20; 1Cor 11,23-26; cf. además Jn 6,51-59; 13,1-35). Los argumentos de la ciencia exegética no pueden reemplazar nunca el testimonio divino de las verdades de fe propuestas como tales por la Iglesia, ya que la fe no se apoya en argumentos humanos, sino en la autoridad de Dios. El lector deberá, además, tener en cuenta que el CTr no se pronunció acerca de cuestiones exegéticas, siempre que no pusieran en duda la fe católica. Una reconstrucción, aunque hipotética, de los hechos y palabras de Jesús en la Ultima Cena, rigorosamente fundada en un estudio filológico, histórico y teológico de los relatos de la institución, ayuda a conocer y comprender mejor el significado de los gestos y palabras de la gran acción simbólico-sacramental de Jesús. En segundo lugar, conviene recordar lo que se dijo acerca del "sacrificio", en especial, la noción de sacrificio según Sto. Tomas: "Algo que se ofrece a Dios por razón del honor que le es propio y en lo que se efectúa alguna modificación o cambio". Se trata de una definición sencilla que no se debe llenar con los detalles de los sacrificios del AT, sino que apunta hacia el sacrificio por excelencia de Cristo en la cruz, desde el cual se mira retrospectivamente a los sacrificios del AT.

El punto de referencia de la Última Cena y la Eucaristía que celebra la Iglesia ininterrumpidamente es respectivamente el sacrificio de la Cruz, el sacrificio de la nueva alianza por excelencia: la Última Cena lo anticipó simbólica y realmente, mientras que la Eucaristia se refiere a él de forma retrospectiva a la vez que lo actualiza sacramentalmente cada vez que es celebrado por la Iglesia y apunta hacia la presencia futura, no velada sacramentalmente, del Señor cuando venga (1 Cor 11,26). No está de más recordar que la palabra "símbolo" o "simbólico" se entiende aquí en sentido bíblico como "signo que no sólo significa sino que también realiza lo que expresa", no, en cambio, como "algo puramente mental o abstracto" (cf. DH 1753). El carácter sacrificial de la Última Cena así como de la Eucaristía radica en su estrecha e íntima relación con la muerte de Jesús en la cruz, como expresan las palabras consecratorias de Jesús por las que el pan y el vino quedan separados de su realidad profana y se convierten en una realidad nueva, o sea, en Jesús mismo que se entrega al Padre por los demás. Los apóstoles entendieron después de Pascua que Jesús les había confiado como testamento o voluntad última la celebración de la Cena hasta su venida al final de los tiempos (Lc 22,19c; 1 Cor 11,24c. 25c-26).

1.2. Razones a favor del carácter sacrificial de la Última Cena.

a) Argumentos en general:

— Misión y muerte de Jesús a semejanza de la muerte sacrificial del Siervo de Yahvé. El sentido de la misión de Jesús en Galilea y los hechos relativos a su actividad en Jerusalén antes de su pasión y muerte, o sea la entrega total a la voluntad del Padre, llega en el acontecimiento altamente significativo de la Última Cena a su culmen. La Última Cena representa la acción "simbólica" cumbre de todas las acciones de Jesús durante su vida terrena. Su contenido es la entrega de su vida al Padre a favor de Israel y los demás pueblos, como fue la misión del Siervo de Yahvé (Is 42,4.6; 49,6; 53,12). La expresión "por muchos" (Mt 26,28b; Mc 14,24c) o "por vosotros" (Lc 22,20c; 1 Cor 11,24b) nos hace recordar la muerte martirial del Siervo de Yahvé (Is 53,12); la adición de Mt "para perdón de los pecados" interpreta claramente la muerte de Jesús como sacrificio, ya que el perdón de los pecados está unido en el AT al sacrificio expiatorio.

La alusión al sacrificio de la alianza y comida sacrificial según Ex 24,1-10 en los relatos de la institución. Aunque no es posible probar con argumentos exegéticos de forma contundente que Jesús en la Última Cena emplease el término "(nueva) alianza" y categorías sacrificiales para interpretar su muerte como propiciatoria (Mt 26,28; Mc 14,24; Lc 22,19b.20b; 1Cor 11,24b.25b), tampoco es posible probar contundentemente que no lo hiciera. Es, sin embargo, muy probable que Jesús emplease en la Ultima Cena expresiones equivalentes semánticamente a las que nos han trasmitido las tradiciones M y A, de que dependen los relatos de la Cena de 1Cor y los evangelistas, ya que resultaría difícil de explicar por qué la comunidad primitiva habría utilizado tan pronto después de Pascua expresiones y categorías sacrificiales, de no haberlo hecho Jesús mismo. Incluso exegetas críticos modernos reconocen que la comunidad de Jerusalén introdujo muy pronto después de Pascua en los relatos de la Eucaristía el concepto de alianza y las categorías sacrificiales. Según nuestra opinión es más probable que los rasgos llamativos que caracterizaron la Última Cena quedaran impresos en la memoria de los discípulos; a estos rasgos carácterísticos pertenecen las categorías de alianza y sacrificio.

El contexto pascual de los relatos de la Última Cena según los sinópticos. A la cuestión discutida —a causa principalmente de EvJn— de si la Ultima Cena de Jesús fue pascual o no, ya nos referimos al hablar de la Eucaristía. Según los sinópticos Jesús instituyó la Eucaristía en el marco de su última cena pascual antes de la muerte (el 15 del mes Nisán). La cena pascual judía era considerada por los judíos como sacrificio. Según EvJn Jesús muere a la hora en que los corderos pascuales eran degollados en el templo y se derramaba su sangre (19,14.36) (el 14 del mes Nisán). El que "el velo del templo se rasgase de dos de arriba abajo" a la muerte de Cristo (Mc 15,38 par.) alude también a su carácter sacrificial, que reemplaza los sacrificios levíticos. Aparece, pues, insinuado una vez más el carácter sacrificial tanto de la muerte de Jesús como de la Ultima Cena.

b) Los argumentos en particular:

Un examen de la tradición A, que muy probablemente es la original, muestra cómo el aspecto sacrificial aparece, en primer lugar, destacado y concentado en las palabras sacramentales sobre el pan eucarístico: "Esto es mi cuerpo, (que se entrega: aclaración lucana) por vosotros" (1 Cor 11,24b; Lc 22,19b). Si damos un paso más hasta Jesús mismo en la Ultima Cena, sus palabras sobre el pan rezaron así: "Esto es mi cuerpo (que se entrega [por los muchos]). Con ellas se expresa el sentido salvífico propiciatorio de la muerte de Jesús, que se hace presente sacramentalmente bajo las especies del pan y del vino en la Ultima Cena. Más claramente aún aparece en las palabras sobre el cáliz: "Este cáliz es la nueva alianza en mi sangre" (1 Cor 11,25b; Lc 22,20b), "que es derramada por vosotros" (Lc 20,20c; aclaración lucana, procedente de Mc 14,24c, que sigue también Mt 26,28 con pocas variantes). Con la expresión paulina "la nueva alianza en mi sangre", más breve que la lucana, se afirma también el valor salvífico sacrificial de la muerte de Jesús (cf. I Cor 11,25b y 24b). En los cuatro relatos de la institución se relaciona la "sangre" de Jesús o el cáliz que la contiene con "la nueva alianza". Mientras que según Mt/Mc dice Jesús: "mi sangre de la alianza" con referencia a Ex 24,8, habla, según Lc/Pablo, de la "nueva alianza en mi sangre" con referencia a la nueva alianza profetizada por Jer 31,31. La idea de la nueva alianza de Jer 31,31-34 no aparece apenas en los escritos judíos contemporáneos del NT; encontró aceptación sólo por parte de grupos disidentes dentro del judaísmo (Qumrán: CD 6,19; 8,21; 19,34; 20,12-13; 1QpHab 2,3; y en el cristianismo: Lc 22,20; 1Cor 11,25; 2Cor 3,6; Heb 8,8; 9,15). Si Jesús no habló explícitamente en la Última Cena de "nueva alianza" en Mt 26,28; Mc 14,26, ciertamente lo insinúa el respectivo contexto de la situación, de tal modo que la comunidad pospascual ya anterior a Pablo (tal vez los helenistas de Jerusalén, que llevaron el concepto de "nueva alianza" a Antioquía) vio en la Última Cena una referencia a la nueva alianza que Jesús había sellado con su sangre en la cruz. La expresión de la tradición marquina "Esto es mi sangre de la alianza" (Mt/Mc) evidentemente no se refiere a la antigua alianza, sino a la alianza de Jesús: con las palabras de Jesús, también en la tradición M, se significa que Jesús instituye un nuevo orden salvífico. En ese sentido fueron pronunciadas las palabras sobre el cáliz por Jesús. Una rotura o tergiversación de la intención y palabras de Cristo en la Última Cena por la Iglesia pospascual es inconcebible. En el fondo, los cuatro relatos afirman que por medio de la sangre de Cristo, o sea, por su sacrificio en la cruz ha sido instituido el nuevo orden escatológico de la salvación. La Última Cena de Jesús estaba orientada a su muerte sacrificial "por muchos", o sea "por todos", de donde se desprende su carácter sacrificial. La entrega sacramental de Jesús en la Última Cena al Padre a favor de los hombres, que anticipa simbólica, es decir, realmente su muerte en la cruz, expresa el carácter sacrificial de la Última Cena.

2. La eucaristía y su carácter sacrificial

2.1. Según los relatos de la institución

En los relatos de la institución de P y los sinópticos no se contiene sólo la tradición acerca del origen de la Eucaristía sino que se refleja también la praxis litúrgica de las primeras comunidades cristianas (cf. también Jn 6,51-58): la parte propiamente eucarística aparece ya separada del ágape fraterno, formando una unidad propia, y concentrada en la presencia sacramental del Señor bajo las especies de pan y vino. Los argumentos del apartado precedente acerca del carácter sacrificial de la Última Cena tienen también su valor para la Eucaristía o Cena del Señor, que celebraba ya la Iglesia de Jerusalén probablemente diariamente (He 2,46), mientras que en las Iglesias cristianas del mundo helenístico tenía lugar el primer día de la semana judía, es decir, el domingo (He 20,7, 1 Cor 16,2; la celebración dominical se insinúa también en Jn 20,26 [cf.v.19]; Ap 1,10). Aunque con mucha cautela y reserva, incluso exegetas protestantes admiten que las expresiones de los relatos institucionales "sangre de la (nueva) alianza", "que se derrama" y "por muchos" o "por vosotros" tienen significado sacrificial, si bien tienden a minimizar su importancia respecto a la Cena del Señor o incluso a negarlo (cf. F. Hahn, en Opfer [Dialog der Kirchen,3] 1983, 84-91; Roloff, Neues Testament 1999, 280.283). Si se interpretan las palabras de la institución solamente como un don que crea la unión de la comunidad, que viene entendida, además, aunque no se afirme explícitamente como algo intencional, no propiamente sacramental, es lógico que se niegue el carácter sacrificial de la Cena del Señor; pero eso significa violentar el texto de las palabras institucionales, que, en primer lugar, hablan, no de don a los discípulos, sino de entrega a Dios Padre por vosotros, es decir, los discípulos (cf. 1 Cor 11,24b: "Este es mi cuerpo, el que [se entrega] por vosotros"; no se dice: "que se dona a vosotros"; Lc 22,19b: "que se entrega por vosotros"; no afirma Jesús: " que se entrega a vosotros"; véase también Mt 26,28b y Mc 14,24c).

Asimismo no se puede pasar por alto el contexto sacramental de la entrega a la muerte propiciatoria de los textos de la institución (1 Cor 11,23; Lc 22,15-18). Si se niega la presencia real y el aspecto sacrificial de la Eucaristía como actualización sacramental del sacrificio de la cruz, se desvirtúan tanto el don como la comunión o "koinonía" de los participantes. Si se admite, en cambio, la "presencia personal y real" o sacramental de Cristo muerto, resucitado, exaltado y glorificado (cf. Jn 6,51-58), no hay razón para negar el carácter sacrificial de la Eucaristía El concepto de entrega o sacrificio es algo esencial, muy precioso al cristianismo, de lo que no se puede prescindir y cuya importancia es necesario volver a redescubrir en la cristología, liturgia, espiritualidad y apostolado. La indiferencia no sólo de la juventud actual sino también de los mayores respecto a la Eucaristía dominical radica en que el concepto de sacrificio se les ha vuelto totalmente extraño; comulgar es fácil, pero identificarse con Cristo que se ofrece sin reserva al Padre y exige de sus discípulos un amor como el suyo, se puede convertir en "lenguaje duro" (Jn 6,60). La objeción de que en el NT no se presenta a la Iglesia realizando el sacrificio de Cristo y de que, a lo sumo, se podría hablar de un "sacrificio de alabanza" (Heb 13,15), se basa en los falsos presupuestos ya indicados así como en la negación de que el presidente o presidentes de la reunión litúrgica actúen en virtud de la potestad recibida de Cristo por medio de la ordenación sacerdotal. Además, hay que tener en cuenta que el concepto de sacrificio que se aplica a la Eucaristía no se debe llenar con las notas de los sacrificios de la antigua alianza; es suficiente el ya mencionado de Sto. Tomás: "Algo que se ofrece a Dios por razón del honor que le es propio y en lo que se efectúa alguna modificación o cambio".

2.2. Otros textos relativos a la Eucaristía y su posible valor sacrificial (1 Cor 10,14-22; 11,27-34)

P advierte a los corintios de lo que significa participar en los banquetes sacrificiales de los templos paganos: equivale a entrar en comunión con los demonios —pues lo que se ofrece a los ídolos, que no son nada, en realidad se ofrece a los demonios-, así como el que participa de la Eucaristía cristiana entra en comunión con "la sangre de Cristo" y con "el cuerpo de Cristo" (v.16). La comparación la extiende el Apóstol también a los sacrificios del "Israel según la carne", o sea, del templo de Jerusalén, que han dejado de tener vigor para los cristianos: los que comen de las víctimas entran en comunión con el altar.

Dado que la comunión representa la culminación de la Eucaristía y de los sacrificios paganos y judíos (1 Cor 10,14-22; cf. 11,27-30), es evidente que P no trata de comparar a la Eucaristía en cuanto sacrificio con los sacrificios paganos o judíos, sino sólo poner en guardia a los corintios ante el peligro de tomar parte en los sacrificios paganos. Si P, por una parte, establece una cierta semejanza al hablar de la "comunión", por otra, subraya la diferencia y distancia entre la Eucaristía y los otros sacrificios. Sin embargo, el hecho de que la comunión, culminación de la Eucaristía, se compare con la comunión de los sacrificios paganos y judíos, también culminación de éstos, parecen insinuar, por lo menos, alguna semejanza estructural de las acciones sacrificiales que presuponen la comunión en los tres casos. Además, las expresiones "sangre de Cristo" y "cuerpo de Cristo", de carácter sacrificial, se refieren inequívocamente a las palabras de la institución. En 1 Cor 11,27a encontramos precisamente las expresiones "comer... el pan" y "beber el cáliz del Señor", que corresponden a "beber el cáliz del Señor" (en relación con "beber el cáliz de los demonios") y "participar de la mesa del Señor" (en relación con "la de los demonios" (10,21); asimismo la "comunión con la sangre de Cristo" y "comunión con el cuerpo de Cristo" (10,16) se contraponen a "ser reo del cuerpo y de la sangre del Señor" (11,27b). Finalmente 11,30 P echa mano del tabú que proviene del culto sacrificial: el que comulga entra en el ambito divino. Si la Eucaristía se puede llamar sacrificio en alguna manera, se trata de un sacrificio pura y simplemente distinto de todos los paganos y judíos. El EvJn ha recalcado no sólo la presencia real de Cristo en la Eucaristía, sino también su caracter sacrificial y la aplicación salvífica al cristiano que recibe el sacramento.

III. LA VIDA CRISTIANA Y SU ASPECTO SACRIFICIAL

La terminología del sacrificio cultual aplicado metafóricamente al apostolado de P y vida de los cristianos aparece con mucha frecuencia en el NT, sobre todo, en las cartas paulinas. P describe su ministerio apostólico como "servidor de la nueva alianza" (2Cor 3,6) y "embajador de Cristo", que pide a los corintios: "Reconciliaos con Dios" (5,20). En Rom 15,16 se denomina "ministro sagrado del culto": "Ministro sagrado (leiturgós) de Cristo Jesús ante los gentiles, ejerciendo la función sagrada del evangelio de Dios, para que la oblación de los gentiles sea grata a Dios". La predicación del evangelio viene descrita con las expresiones sacrificiales "fragancia" y "buen olor" (cf. 2Cor 2,14-16; Gén 8,21; Ex 29,18; Lev 1,9; Ez 20,41). P compara su vida ante una posible muerte como "libación sobre el sacrificio" y "ofrenda de la fe" de los filipenses (Fil 2,17; cf. 2Tim 4,6). La comunidad de Corinto es llamada "templo de Dios" (1 Cor 3,16; 2Cor 6,16; 1Pe 2,5-6) y la persona del cristiano "templo del Espíritu Santo" (6,19). Las ayudas materiales y las colectas de las Iglesias por él fundadas son "fragancia de suavidad, sacrificio acepto, agradable a Dios" (Fil 4,18) y "servicio agradable". Al aplicar la terminología cultual a su apostolado y a la vida cristiana, P no espiritualiza el culto del AT, influenciado por el pensamiento griego, sino que lo renueva y lleva a la vida cristiana de cada día. ->eucaristía; cena; sacrificio; siervo.

Miguel Rodríguez Ruiz