Revelación del Padre por el Hijo
DJN
 

SUMARIO: 1. El Revelador se autoexpresa como tal. -2. Jesús es el Revelador en cuanto enviado por el Padre. -3. Jesús es el revelador en cuanto Hijo del hombre. -4. Jesús es el revelador en cuanto Palabra. - 5. Jesús es el revelador en cuanto "parábola de Dios". - 6. Jesús es el revelador por su doble dimensión.


La expresión "mi" Padre puede ser considerada como el "lema" de una cristología del Revelador. La relación única con Dios Padre se pone de relieve al distanciarse de los demás hombres, de los discípulos incluso, llamando a Dios "mi" Padre. Dondequiera que aparece se acentúa su conciencia de Hijo. Esta relación única con el Padre le convierte en su conocedor más íntimo y le confiere la plenitud del poder en orden a revelar al Padre. Poder que le ha sido concedido para que haga partícipes del mismo a cuantos quieran aceptarlo. Jesús se atribuye la plenitud del poder porque Dios se lo ha concedido como un padre a su hijo. "Mi" Padre es, por tanto, una palabra de revelación.

Estas consideraciones no pertenecen al último período de la reflexión teológica recogida en los evangelios. Por el contrario, se retrotraen hasta el fermento de la más antigua y elemental cristología que refleja, ya desde el principio, la fe inmutable de la comunidad cristiana original. "Bienaventurado tú, Simón Bar Jona, porque no ha sido ni la carne ni la sangre las que te han revelado eso, sino mi Padre, que está en los cielos" (Mt 16,17).

Jesús trae la revelación definitiva: "No penséis que he venido a abrogar la Ley olos Profetas, no he venido a abrogarla, sino a consumarla" (Mt 5,17). En las parábolas de la misericordia, Jesús es presentado como el reflejo más fiel de Dios (Lc 15,4-7: la oveja perdida; la dracma perdida, vv. 8-10; el hijo pródigo, vv. 11-32). Las tres tienen como denominador común la alegría del Padre por el encuentro de lo perdido. En esta misma línea se expresa Jesús con otras palabras: "Toda planta que no ha plantado mi Padre celestial será arrancada" (Mt 15,13).

1. El Revelador se autoexpresa como tal

La exclamación jubilosa nos ofrece una magnífica síntesis de Jesús como revelador del Padre. Nuestra reflexión sobre ella debe partir de su estructuración literaria. El contenido de este precioso logion (Mt 11,25-27) se centra en cuatro afirmaciones:

1º) Todo me ha sido entregado por mi Padre.

2º) Nadie conoce bien al Hijo sino el Padre.

3º) Ni al Padre le conoce bien sino el Hijo.

4º) Y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.

En la primera línea se destacaría el pleno conocimiento que Jesús posee de su Padre. Este conocimiento tiene que hacer referencia a la manifestación que Jesús hace de Dios Padre. Dicho de otro modo: A Jesús le ha sido concedido conocer el misterio de la revelación. Jesús estaría afirmando que el Padre le ha concedido todo lo tocante a la revelación de sí mismo o a su apertura y comunicación a los hombres.

La segunda línea estaría subordinada a la tercera, es decir, que el Hijo conoce bien al Padre porque ha sido conocido por él. Nótese que este conocimiento, al estilo bíblico, no se queda en el terreno lógico-especulativo.

La cuarta línea se centra de nuevo en el terreno de la revelación. Puesto que el Hijo conoce al Padre, puede darlo a conocer (Jn 1,18). Nos hallamos, por tanto, ante una afirmación central de Jesús sobre su misión. Jesús es el receptor y comunicador del conocimiento-revelación de Dios. Un aspecto que se halla iluminado desde el contexto general de los evangelios "A vosotros se os ha dado a conocer el misterio del reino de los cielos" (Mt 13, 11 y par.; la forma pasiva "os ha sido dado" indica que el sujeto es Dios. Pero esto, naturalmente, no excluye el interrogante, ¿por medio de quién ha llevado a cabo esta revelación?).

Este pensamiento se halla implícito en la exclamación jubilosa de Jesús: "has ocultado estas cosas", tauta en griego, indica la revelación hecha por Dios en él. La Biblia de Jerusalén en la nota a Mt 11,25 comenta acertadamente: «No estando este pasaje, vv.25-27, en estrecha relación con el contexto en que Mateo lo ha insertado (el texto paralelo de Lucas lo sitúa en un contexto muy diferente), "estas cosas" no se refieren a lo que precede, sino que se deben entender de "los misterios del Reino", Mt 13,11, revelados a los "pequeños", los discípulos (ver Mt 10,42), pero ocultos a los "sabios", los fariseos y sus doctores».

En el lugar paralelo Lucas añade un texto que, en nuestro contexto, se convierte en el mejor comentario del mismo: «Vuelto a los discípulos, aparte les dijo: "Dichosos los ojos que ven lo que vosotros veis, porque yo os digo que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que vosotros veis y no lo vieron, y oír lo que oís, y no lo oyeron"» (Lc 10,23-24).

2. Jesús es el Revelador en cuanto enviado por el Padre

El pensamiento fundamental del cuarto evangelio es que Jesús es el Revelador. El título no le es dado nunca explícitamente. Sin embargo, es el que mejor refleja el ser específico de Jesús; el que mejor traduce toda la profundidad y altura de la cristología joánica. El mismo Jesús manifiesta con toda claridad este pensamiento: Salí del Padre y vine al mundo; ahora dejo el mundo para volver al Padre (Jn 16,28).En pensamiento que coloca Juan en el pórtico solemne de la pasión: "Jesús, con plena conciencia de haber salido del Padre y de que ahora volvía a él..." (Jn 13,3). De una forma u otra esta presentación de Jesús se repite hasta 37veces en el cuarto evangelio. Un ejemplo que ponemos a parte para destacar la "obsesión" de este pensamiento:

"Una prueba evidente de que el Padre me ha enviado es que hago lo que el Padre me encargó hasta llevarlo a feliz término. También habla a mi favor el Padre que me envió... Su palabra no ha tenido acogida en vosotros; así lo prueba el hecho de que no queréis creer en el enviado de Dios" (Jn 5,36-38).

Jesús es el "enviado del Padre" o, simplemente, el Enviado. Remitimos a lo que acabamos de exponer. Jesús "ha venido de Dios o del Padre": "Pero yo no he venido por mi propia cuenta, sino que he sido enviado por aquel que es veraz, a quien vosotros no conocéis. Yo sí le conozco, porque procedo de él y es él quien me ha enviado" (Jn 7,28-29; dentro del evangelio de Juan este pensamiento aparece casi con tanta frecuencia como el anterior; 3,19;5,43;10,10; 18,37...).Jesús "ha descendido del cielo" (Jn 3,13; 6, 33-38. 41-42...).

Esta realidad misteriosa es la mejor prueba del amor que Dios tiene al hombre: "Tanto amó Dios al mundo que le envió a su propio Hijo" (Jn 3,16). El ha sido enviado por Dios como la oferta divina de la salvación en persona. El es el acontecimiento escatológico por excelencia. El, y únicamente él, "habla las palabras de Dios": "Porque yo no he hablado de mí mismo; el Padre mismo que me ha enviado es quien me mandó lo que he de decir y hablar" (Jn 12,49) y realiza las obras de su Padre: "Pero yo tengo un testimonio mayor que el de Juan, porque las obras que mi Padre me dio hacer, esas obras que yo hago dan testimonio en favor de que el Padre me ha enviado" (Jn 5,36).

Todos los demás títulos dados a Cristo en el evangelio de Juan tienen la significación "funcional" de subrayar aquello que el evangelista considera como más importante: destacar la figura de Jesús como revelador del Padre. El Padre envió a su Hijo al mundo como su revelador, como el Revelador. Este aspecto presenta a Dios, en el espejo de su Hijo, como la única alternativa al mundo de la mentira, de las tinieblas y de la muerte. Tanto su venida a nosotros como su retorno al Padre significan la descalificación y el juicio condenatorio del mundo en su hostilidad frente a Dios (Jn 3,iss.3lss; 4,13ss), así como la salvación para los suyos (Jn 3,18; 5,24).

Su aspecto de revelador se expresa con mayor claridad cuando el Enviado ha abandonado gozosamente el mundo hostil a Dios y ha vuelto al reino de la gloria. Es entonces cuando realiza plenamentesu actividad salvadora. Y esto se manifiesta en la audición-escucha de sus deseos y súplicas, en la garantía de un lugar seguro en la casa del Padre o en la participación plena de los creyentes en la vida divina (Jn 14,1ss; 17,20ss).

En cuanto enviado del Padre tiene sus mismos poderes. Puede decidir sobre la vida y la muerte. Pero su categoría de Revelador le sitúa en el mismo plano de quien le ha enviado y a quien debe dar a conocer. Más aún, le presenta actuando del mismo modo y forma a como Dios lo hace. Se sitúa en el plano existencial y es en este nivel en el que quiere que se decida su suerte. La suerte o destino del hombre, tanto si es positivo como si lo es negativo, se juega en la confrontación personal del hombre con el Revelador. Entonces, ahora y siempre. Y ello es así porque en Jesús, en cuanto revelador y revelación de Dios -en Jesús coinciden el ser el Revelador y el contenido de la revelación-, Dios ha manifestado su gloria: "nosotros (los creyentes) hemos visto su gloria" (Jn 1,14).

En él coinciden, en cuanto a su unidad esencial, el Revelador y lo revelado, el Mitente (el que envía, que es el Padre) y el enviado.

3. Jesús es el revelador en cuanto Hijo del hombre

Como final de una titulatura cristológica adelantada e insertada en el relato de la vocación de los discípulos Jesús les garantiza que "verán el cielo abierto y a los ángeles de Dios subiendo y bajando sobre el Hijo del hombre" (Jn 1,51). Estas palabras del Maestro hacen suponer que descubrirle como Hijo del hombre es la meta última a la que puede llegar el creyente.

Para el conocimiento del significado del Hijo del hombre, la frecuencia con que aparece en los evangelios, el hecho de que siempre se halle en labios de Jesús, la prehistoria del mismo que es necesario tener en cuenta para llegar a su significado remitimos a la entrada Hijo del hombre, ampliamente desarrollada en este diccionario. Aquí nos centraremos en el aspecto que nos interesa.

Jesús utiliza la expresión o título con algunas matizaciones importantes. Con ella se autodesigna como el hombre de los tiempos últimos, como el hombre nuevo, el hombre perfecto por excelencia, el nuevo Adán, el iniciador de una humanidad nueva (Rom 5,12-21; 1Cor 15,22). El Ecce horno no designa otra cosa. Esto habla claramente de un "plus" existente en dicho hombre. Jesús utilizó este título porque era el menos comprometido, el menos cargado de mesianismo político y militar-guerrillero, el menos alarmante y sospechoso para oídos romanos. Además, este título ponía de relieve la dignidad del Mesías matizando ésta a través del filtro del "siervo paciente". El Hijo del hombre es, por un lado, una figura celeste, y, por otro, el siervo paciente. Es el Hombre sufriente, el hombre por excelencia. No es un hombre cualquiera, sino el Hombre-Juez de los últimos días; investido por Dios con autoridad judicial sobre toda la humanidad, según la representación apocalíptica (Mt 25,31-46).

Para descubrir su función reveladora es preciso liberarlo de los condicionamientos apocalíptcos. Es una tarea que hizo el evangelio de Juan al que nos referiremos para que el título de este apartado no se desvíe del título general que estamos desarrollando. Ya apuntamos que la expresión o título de Hijo del hombre la utiliza Jesús para describir la meta última a la que puede llegar el creyente.(Jn 1,51). En el evangelio de Juan el título aparece 12 veces.

Desde un examen serio de los textos, éstos nos orientan hacia el terreno de la mediación. El Hijo del hombre es el mediador entre el cielo y la tierra. Eso es lo que significa el "veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subiendo y bajando sobre el Hijo del hombre". El texto es una referencia clara a la escalera vista en sueños por Jacob (Gen 28,12), que unía el cielo y la tierra. Los ángeles que suben ybajan son un género literario, figuras puramente funcionales que tienen la misión de acentuar el pensamiento siguiente: Entre el cielo y la tierra se ha producido una comunicación. ¿Cómo? Mediante la aparición del Hijo del hombre.

Para el evangelio de Juan el Hijo del hombre no es otra cosa que el Hijo o el Hijo de Dios, que se encontró con el hombre, con el mundo humano, en Jesús de Nazaret. Dicho encuentro hace posible la comunicación salvífica con el mundo de arriba, con Dios. Este Hijo del hombre tiene tanta importancia que la designación como tal tiende a destacar toda la dimensión de esta figura apocalíptica que, en nuestro lenguaje, no acertaríamos a describir.

El Hijo del hombre no es la designación del hombre, ni de la humanidad de Jesús -como tantas veces se ha dicho-, ni la representación del antiguo pueblo de Dios. El Hijo del hombre es el ser Preexistente, el Dios celeste, que descendió al mundo de las tinieblas y de la mentira, que llama a los suyos a la filiación divina y que, después de una breve actividad salvífica, sin haberse separado nunca del mundo celeste, vuelve a disfrutar de su gloria, que tenía junto al Padre antes de que el mundo existiese. (Jn 17,5). A los suyos, a los renacidos del Espíritu, los llevará a vivir en la casa celeste en la que el Padre ha preparado lugar para todos. Se les garantiza la participación en la vida de Dios, en la plenitud de la vida. Esa era la misión que le trajo a la tierra (Jn 10,10b).

4. Jesús es el revelador en cuanto Palabra

Jesús es el Hijo del hombre, el mediador entre Dios y el hombre, el puente por el que llega a nosotros el misterio de Dios. Este pensamiento de la mediación y de la misión o envío pone de relieve la relación particular de Jesucristo con el hombre. En el evangelio de Juan, Jesús es el que habla al hombre, el que le acerca al mundo de Dios. Es el aspecto del misterio de Cristo que expresa el cuarto evangelio designándole como Palabra. El Logos o Palabra pueden estar escritos con mayúscula o con minúscula. En el primer caso se trata de un título cristológico: presenta a Cristo como la palabra del Padre proyectada desde siempre para hablar al hombre. Este aspecto aparece dos veces en Juan (Jn.1,1.14).

En el segundo caso, las "palabras" de Jesús son las del revelador divino: Dios habla en ellas (Jn 3,34). Ahora bien, el hablar de Dios no es otra cosa que el actuar divino. En la medida en que se revela, Dios es palabra. Por su misma naturaleza, la palabra tiene como función esencial el hablar, el comunicar, el ser signo de comunión. De ahí que cuando se habla de la palabra o de las palabras de Jesús deba entenderse toda su actuación: sus sonidos articulados —lo que comúnmente se entiende por palabras—, sus acciones, sus gestos, su conducta, su vida, su muerte y también su resurrección. La Palabra se hizo carne en Jesús. Esto significa que las palabras de Jesús son la traducción de todo el actuar divino. Incluso el actuar salvífico, es decir, lo que es Cristo para el hombre. Cristo introduce al hombre en el mundo de la vida divina.

La comunicación para el hombre, expresada mediante la presentación de Jesús como la Palabra y la acentuación del significado de sus palabras, se hace posible desde la unidad de Jesús con el Padre: "El Padre y yo somos uno" (Jnl 0,30; 17,22). Jesús puede comunicar al hombre todo el misterio de Dios porque participa íntimamente en su vida. Es necesario partir de esta unidad para entender una serie de expresiones que resultarían totalmente enigmáticas sin ella. Las palabras de Jesús no son suyas, sino del Padre: "Cuando habla Aquel a quien Dios ha enviado, es Dios mismo quien habla, ya que Dios le ha comunicado plenamente su Espíritu" (Jn 3,34). Las obras de Jesús no son suyas, sino del Padre (Jn 5,18-19). Jesús no hace su voluntad, sino la del Padre (Jn 4,34). El Padre le ha concedido plenos poderes (Jn 5,27; 17,2).

Esta unión se expresa mediante la fórmula de reciprocidad: "¿No crees que yo estoy en el Padre y el Padre en mí?" (Jn 14,10). Su significado es que Dios se halla representado por Jesús y únicamente por él: "El que cree en mí, no solamente cree en mí, sino también en el que me ha enviado; al verme a mí, ve también al que me envió" (Jn 12,44-45). La insistencia en esta unión tiene la finalidad de subrayar la misión o el quehacer del Enviado. El es el portador de la revelación o del conocimiento salvador (Jn 17,3). Él y solamente él, porque a Dios nadie le ha visto más que el Hijo (Jn 5,37; 6,46).

El carácter revelador de Jesús lo ponen de relieve de forma singular las expresiones "Yo soy" (= egó eim0, típicas del evangelio de Juan: "Yo soy", el pan, la luz, la puerta, el pastor, la resurrección y la vida, el camino, la verdad y la vida, la vid verdadera. En estas autopresentaciones de Jesús se centra toda la revelación que él aporta al hombre. En realidad, Jesús revela sólo una cosa: que él es el Revelador. De este modo se subraya que la revelación es un don absolutamente gratuito y la salvación eterna. Este Revelador único, realizador de todas las esperanzas escatológicas, invita a la participación en dichas promesas: "Quien viene a mí, no tendrá más hambre, y quien cree en mí no volverá a tener sed" (Jn 6,51 a; lo mismo puede decirse de las demás precisiones añadidas al "Yo soy", como la luz, la vida...).

5. Jesús es el revelador en cuanto "parábola de Dios"

Jesús fue el más insigne parabolista de su época. Y la afirmación es sumamente importante si tenemos en cuenta el número de parábolas rabínicas que superan con bastante el millar. Las suyas destacan por su frescor, su fuerza expresiva y su carácter preponderante de proclamación. Se puede, por tanto, afirmar que las parábolas de Jesús no tuvieron predecesoras ni tuvieron tampoco seguidoras. Destacan, además -y esto es aún mucho más importante-, por la inseparabilidad de las mismas de su persona. A diferencia de las parábolas rabínicas que el Talmud no atribuye sistemáticamente a un rabino, son parábolas huérfanas (aunque algunas sí tengan un padre reconocido), las de Jesús le tienen a él como protagonista. Las parábolas reciben de Jesús su criterio de verdad. En ellas se ve implicado y complicado directamente Jesús en cuanto revelador de Dios.

En sus parábolas Jesús habla de Dios y de su Reino: de la naturaleza del mismo, de su nacimiento humilde, de su crecimiento desproporcionado, de su valor existencial incalculable, de las reglas por las que se rige, de la meta a la que conducen; de su inminencia, presencia y ocultamiento. Son un medio para hablar de la presencia de Dios y de su poder transformante.

En un momento determinado, a partir de la Pascua, "Jesús, que había proclamado a Dios en las parábolas, la Iglesia primitiva -la que más directamente se nos refleja en los evangelios- proclamó a Jesús como la parábola de Dios" (J. D. Crossan). La confesión cristiana de la fe: "Jesús es el Cristo o el Hijo de Dios" le convirtió en la parábola de Dios. Las parábolas de Jesús, sus palabras, enseñanzas y hechos le convirtieron en la parábola de Dios. Del Dios revelador, por mediación de Jesús, se convirtieron en el Dios revelado en Jesucristo. Las parábolas se convirtieron en palabras con poder, algo así como en una explicitación del misterio del evangelio (Rom 1,16-17). Esto nos obliga a situar las parábolas de Jesús en el conjunto de los evangelios.

Las parábolas de Jesús son un relato menor dentro del relato mayor, un microcosmo cristiano dentro del macrocosmo evangélico. El Parabolista se identifica con el Salvador que vive, enseña y actúa en nombre de Dios, cuya imagen comunica a los lectores del evangelio. Y, desde la coherencia total de su vida, de su enseñanza y acciones, es el revelador del Padre. Su suerte última será la muerte como castigo por la presentación que había hecho de Dios y que se hallaba en abierto contraste con la oficialmente establecida.

Al convertirse en parábola de Dios, en su audiovisual completo y auténtico, sus parábolas deben ser valoradas dentro del engranaje más amplio que comprende todo el ser y el quehacer de Jesús. De tener como centro de gravedad a Dios evolucionaron a ser presencia de Dios y de su reinado en Jesús. De revelador magisterial -a través de su vida y enseñanzas- le convirtieron en revelador vivencia!, en el Revelador, sin más. De este modo se produjo la cristologuización de las parábolas. Su centro de interés no se desplazó, sino que se concretó y se personalizó en Jesús. Durante el período de reflexión iniciado con la resurrección de Jesús, las parábolas se convirtieron en relatos reales o ficticios que no sólo representan sino que hacen surgir la proximidad del reino de Dios como un acontecimiento del que Cristo es parte integrante. Mientras las parábolas ejerzan este efecto, tendrán vida. Si se desconectan de los Protagonistas que las hicieron surgir se convertirán en relatos muertos.

La inseparabilidad del Parabolista de las parábolas utilizadas por él es la que hizo posible este proceso hasta llegar a su "cristologuización". Y, al llegar a esta fase, las parábolas se "escaparon", en cierto modo, del tiempo y del lugar en los que habían nacido y se revistieron de la trascendencia necesaria para poder seguir hablando a los hombres de todos los tiempos. La historia del proceso de las parábolas dibuja ante nuestros ojos el surco que traza el poder creador de la metáfora, su facultad de excitar la imaginación, de intrigar al lector, de buscar una aplicación existencial, sin dejarse nunca atrapar por ella.

Jesús, como parábola de Dios, nos revela su bondad infinita. Así lo demuestran su actitud y actividad frente a los marginados de su época; en su relación con los pecadores, a los que acoge y perdona; con los publicanos, considerados como impuros y como paganos, a cuya mesa se deja invitar o se autoinvita; con la mujer adúltera a la que libera de una lapidación segura mediante las palabras dirigidas a sus acusadores, o con la mujer pública, a la que ofrece la salvación.

Jesús, como parábola de Dios, habla de forma constante y perfectamente inteligible de la bondad de Dios y de la oferta de la salvación a cuantos desean aceptarla. Únicamente quedaron excluidos aquellos que se autoexcluyeron porque pensaban bastarse con su propia justicia, la que obtenían por su puritanismo e integrismo en la interpretación y en la observancia de la ley.

Este mismo aspecto de Jesús como parábola de Dios debe extenderse a toda su enseñanza y a todas sus acciones. En él se revela la imagen de un Dios existencial que, como rey, sería el Enmanuel, el Dios en medio de los suyos; que, como padre, quiere mantener relaciones paterno-filiales con el hombre; que, como infinitamente compasivo, acoge con los brazos abiertos a los hijos alejados que vuelven a casa; que, como salvador, tiende la mano ofreciendo siempre la liberación del peligro mortal; que, como invisible, actúa misteriosamente en el hombre a través de su Espíritu; que, como amor, trastorna los valores establecidos colocando en el trono de su interés al hombre y haciendo descender del mismo a la ley; que ofrece al hombre la amistad y la gracia, la paz y la salvación, la cercanía protectora como Señor bondadoso, las exigencias ineludibles ante las cuales la decisión humana se juega su destino definitivo; la visibilidad acercada en su imagen perfecta; la alianza de paz, el gozo de su casa, la esperanza firme de un final feliz, la remuneración que supera con mucho los méritos que el hombre haya podido adquirir con la respuesta generosa a su llamada, la vida plena libre de las limitaciones que nos impone la existencia humana.

6. Jesús es el revelador por su doble dimensión

Los aspectos de la unidad y de la unión de Jesús con Dios los destaca de forma especial el evangelio de Juan. Dos aspectos que pueden crear confusión. La unidad supone la igualdad; la unión implica el esfuerzo por ajustar dos voluntades. Ambas se dan en Jesús. Ambas se expresan medianrte la consideración de Jesús como el Hijo de Dios. El es igual que el Padre; se halla a su mismo nivel; posee su misma naturaleza. La cristología joánica establece así la relación de igualdad con Dios, una relación metafísica. Las expresiones al respecto se multiplican en el cuarto evangelio. La más clara y significativa es el primer versículo del evangelio: el Hijo de Dios, que se encarnó en Jesús de Nazaret, vive desde siempre con Dios.

La cristología joánica armoniza con perfecto equilibrio el pensamiento de la unidad con el de la unión. Este implica el esfuerzo por ajustar dos voluntades. Entramos en el terreno moral, en el campo en el que se desarrolla el tema de la obediencia: "Yo os aseguro que el Hijo no puede hacer nada por su propia cuenta; él hace únicamente lo que ve hacer al Padre; lo que hace el Padre, eso hace también el Hijo (Jn 5,19-30). Si la unidad expresa la igualdad del Hijo con el Padre, la unión manifiesta la obediencia del hombre Jesús de Nazaret con Dios: una relación de sumisión.

La plena armonía de esta relación doble de Jesucristo con Dios la pone particularmente de relieve la primera carta de Juan. Frente a los herejes, que separaban al Cristo celeste de Jesús de Nazaret -éste habría sido únicamente una especie de medium utilizado por aquel desde el bautismo hasta el comienzo de la pasión, para transmitir su mensaje; así pensaban los gnósticos- el autor de la carta subraya de forma casi obsesiva la unidad entre ambos. Es algo que pertenece a la esencia de la fe cristiana (1 Jn 4,2-3).

La afirmación del prólogo: E/ Logos se hizo carne y la confesión de Tomás: "Señor mío y Dios mío" (Jn 1,14; 20,28) subrayan esta doble realidad. Precisamente en cuanto Palabra preexistente hecha carne, la persona de Jesús tiene que manifestarse en su vida terrena con gran poder realizando milagros-signos. La encarnación, la vida terrena, el "origen humano", utilizado por los judíos y por el mundo como argumento en contra de su divinidad, no debe reducir a Jesús al terreno de lo controlable, ser hijo de José (Jn 1,45; 6,42) y, en todo caso, un taumaturgo, sino que le sitúa en el nivel del revelador celeste. La unión de la preexistencia con la encarnación no limitan sino que potencian y ponen de relieve toda la dignidad de Jesús. El evangelista lo formula así a renglón seguido de haber afirmado dicha unión: "Hemos visto su gloria" (Jn 1,14).

En cuanto enviado y redentor está por encima del mundo y de la esfera terrena, pero su divinidad la mantiene en su unión inseparable con la forma y figura del ser humano. Justamente la dimensión humana establece el necesario contacto salvífico y posibilita la comunicación del mundo celeste-divino con el terreno-humano. Este es el sentido de su venida a un mundo necesitado de salvación: Que el Padre sea manifestado-revelado a través del Hijo. Únicamente el Enviado puede transmitirnos el conocimiento sobre el Padre celestial y el Dios creador. Dicho conocimiento del Padre celestial y el de su Hijo inaugura la hora de la salvación, la vida eterna (Jn 17,3). Su presencia "transitoria en nuestro mundo —puso su tienda entre nosotros, Jn 1,14- culmina en su retorno al Padre de donde había venido (Jn 16,28). Así se termina el ciclo del descenso y del ascenso y comienza el mismo cielo entre "los suyos", entre los que le aceptan en toda su realidad.

BIBL. - J. GNILKA, jesús de Nazaret. Mensaje e Historia, Herder, 1993; JOHN P. METER, Un judío Marginal. Nueva visión del jesús histórico, Verbo Divino, 1998; J. D. CROSSAN, jesús: Vida de un Campesino judío, Crítica, Barcelona, 1994; J. R. GEISELMANN, Revelación, en "Conceptos Fundamentales de la Teología", IV, Cristiandad, 1967.

Felipe F. Ramos