Retribución
DJN
 

En el A. T. está bien patentizada la idea de que Dios premia la virtud (Ex 20,5; Dt 5,10; Tob 14,1-4) y castiga el pecado (Ex 34,7; Núm 14,18; Jer 32,18). Aparte del premio y del castigo por las acciones individuales (Prov 24,12; Ecl 3,17; 11,9; Eclo 6,123), el A. T. sanciona una retribución colectiva (Dt 28; Núm 16,20-22; Jue 3,7.12; 2 Sam 24,16-17; Ez 21-3.8-9; Am 7,17). Por fin, queda bien asentada la doctrina de la responsabilidad individual y, por tanto, también la retribución personal de cada individuo (Jer 31,30; Ez 18); pero todo esto se refiere a una retribución terrena, en esta vida. La creencia de la retribución ultraterrena llegó muy tarde en Israel. Es el libro de la Sabiduría el que distingue entre la suerte ultraterrena de los justos (Sab 3,4; 6,18-19; 15,3) y de los pecadores (Sab 3,18-194,20; 5). Los evangelios establecen de una manera clara y terminante la doctrina de la retribución, como se puede comprobar en las parábolas de los talentos (Mt 25,14-30; Lc 19,11-27) y de los obreros enviados a la viña (Mt 20,1-16). Cada uno será retribuido según sus obras (Mt 16,27): La retribución, aunque en algunos textos evangélicos se refiere también a la vida presente (Mt 19,29; Mc 10,30; Lc 18,30). se centra sobre todo en la otra vida (Mt 16,27; 25,31-36), en el día de la resurrección (Lc 14,4; Jn 5,28-30) y en el último día (Jn 12,47-50); el premio o el castigo eterno está en función de la fe en Jesucristo (Jn 12,47-52) y de las buenas obras (Mt 25,31-46; Jn 5,29). El premio de ultratumba está expresado de diversas maneras y con diversos simbolismos: entrar en las bodas (Mt 25,10), sentarse a la mesa en el reino de Dios (Mt 8,11; Lc 13,29), tomar posesión del reino (Mt 25,34), poseer la vida eterna (Mt 19,16-29; Mc 9,44; Lc 10,25). Para San Juan, esta vida eterna, retribución futura, la poseemos ya aquí (Jn 5,24). El destino eterno de los pecadores será el castigo de no entrar en las bodas (Mt 25,12) ni en el reino de Dios (Lc 13,28), el ser arrojados a las tinieblas exteriores (Mt 8,12; 22,12; 25,30), al fuego eterno (Mt 18,8; 25,4), a la muerte eterna (Jn 3,14). La separación final de buenos y malos será absolutamente irreductible y el paso de unos a otros totalmente infranqueable (Lc 16,19-31). No hay, por fin, que olvidar que el premio y el castigo son obra de la justicia y de la gracia de Dios (Mt 16,27; 25,46).

E. M. N.