Resurrección
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SUMARIO: 1. Aspecto apologético inservible. - 2. Nueva forma de vida. -3. Constatación del hecho. - 4. Historicidad del acontecimiento.


La resurrección de Jesús fue la intervención suprema de Dios en la historia humana, el milagro máximo. Nada tiene de particular que, por un lado, la realidad de la resurrección haya sido considerada como el principal argumento apologético de la verdad del cristianismo y, por otro, haya sido puesta en duda o simplemente negada.

1. Aspecto apologético inservible

La consideración de la resurrección de Jesús en un nivel primario y casi exclusivamente apologético ha tenido consecuencias nefastas. Dicha presentación dio la impresión de que la importancia de la misma residía en su fuerza "probativa" o demostrativa de la verdad del cristianismo. Por el contrario, la salvación de la humanidad habría tenido lugar en la cruz. El enfoque objetivo y correcto del problema obliga a considerar la resurrección dentro de su dimensión de acontecimiento salvífico. Es ahí donde debe verse su significado principal. La pasión, muerte, resurrección y ascensión constituyen una acción indisoluble para la salvación del hombre, como Pablo lo reconoce implícitamente al formular el hecho cristiano, en paralelismo estricto, tanto desde la entrega de Jesús como desde su resurrección:

"...que fue entregado (Jesús nuestro Señor) por nuestros pecados y resucitado por nuestra justificación" (Rom 4,25: cada uno de los dos hechos mencionados —la entrega y la resurrección— traduce todo el acontecimiento cristiano; la mención del segundo no añade nada al primero, ni el primero es considerado simplemente como una parte del segundo).

Para tener la claridad posible en una cuestión tan compleja es imprescindible considerar los diversos aspectos y puntos de vista desde donde debe ser enfocada. Para ello precisamos romper las fronteras dentro de las cuales se mueve este Diccionario acarreando el material que se halla disperso sobre el particular a lo largo y ancho del N.T.

2. Nueva forma de vida

a) La resurrección de Jesús no debe ser considerada en el plano de la reanimación, no es la vuelta de un cadáver a la vida. Dicho cadáver vuelto a la vida estaría regido por las mismas leyes biológicas y fisiológicas anteriores y, en consecuencia, estaría necesariamente abocado a la muerte. Ahora bien, Cristo resucitado ya no muere más, la muerte ya no tiene dominio sobre él (Rom 6, 9).Por eso, las resurrecciones narradas en los evangelios no sirven en absoluto como punto de referencia para explicar la de Jesús.

b) La resurrección de Jesús es la participación plena de la vida de Dios, sin ninguna clase de limitación, también en su naturaleza humana. Una verdadera creación. Y ahí está precisamente la dificultad para describirla. ¿Cómo puede ser descrita semejante acción de Dios?

c) La resurrección de Jesús es el cumplimiento y la plenitud de su vida. En ella había demostrado su poder y jurisdicción en el terreno de la muerte (las resurrecciones realizadas que nos cuentan los evangelios), su anuncio de haber venido a comunicar la vida en toda su plenitud (Jn 10, 10). La resurrección de Jesús le introduce plenamente en el terreno de la vida de Dios.

d) La resurrección de Jesús es el fundamento mismo de la predicación y de la fe, de tal manera que sin ella no hay liberación del pecado. La vida "en Cristo", la vida de la fe, carecería por completo de sentido, y los que edifican su vida sobre él serían dignos de lástima y los más desgraciados de todos los hombres (1 Cor 15, 19).

e) La resurrección de Jesús es la gran demostración del poder de Dios, la victoria sobre la muerte (1 Cor 15, 55-57). En este poder confían y se apoyan con razón los creyentes (Rom 4, 17). Por tanto, la primera dimensión de la resurrección es teológica, no cristológica. Volveremos más abajo sobre este aspecto.

f) La resurrección de Cristo es su entronización como Señor. Por ella, Jesucristo que, desde el principio, era Hijo de Dios (Rom 1,3-4) es constituido en Hijo de Dios según el Espíritu de santificación y se sienta a la derecha de Dios (su humanidad participa plenamente en la vida de Dios y en plano de igualdad con él).

g) La resurrección de Cristo es el principio de la nueva creación. El es "el primogénito de entre los muertos" (1 Cor 15, 20; Col 1, 18). La resurrección de Jesús está así en una particular relación con la nuestra. Nuestra futura resurrección hasido ya incoada en el bautismo (Rom 6, 5. 11. 22) por la inserción en el misterio de la muerte y resurrección de Jesús

h) La resurrección de Jesucristo y el haber sido comprehendidos por el Resucitado exige al Apóstol una vida al servicio del Señor, en lugar de Cristo (2Cor 5, 20; 6, 1), como colaborador de Dios (1Cor 3, 9), abriendo así a otros el acceso al Padre (Fil 1,5; 2, 1; 3, 10).

i) La importancia de la resurrección de Cristo la resume san Pablo con estas palabras: Para mí, la vida es Cristo (Fil 1, 21). Este aspecto salvífico-teológico, y no el apologético, es el que puso en la pluma del Apóstol la frase siguiente; "Si Cristo no resucitó, nuestra predicación carece de sentido y vuestra fe sería un total sinsentido" (1 Cor 15, 14)..

La acentuación del aspecto teológico-salvífico de la resurrección no debe hacernos perder de vista la consideración histórico-apologética de la misma. Es lo que haremos a continuación siguiendo el ejemplo de sobriedad estremecedora que nos ofrece el N.T. sobre el particular.

3. Constatación del hecho

a) En una primera fase se afirma de una forma sencilla, aunque tajante, el hecho mismo. El acontecimiento cristiano es presentado en forma bipartita, recogiendo la vida terrena, controlable, de Jesús, y su vida ultraterrena, no controlable (Hch 10, 37-39. 40-43). El hecho concreto de la resurrección también es presentado en forma bipartita, contraponiendo lo hecho por vosotros (vosotros le disteis muerte) y lo hecho por Dios: Dios le resucitó (Hch 4, 10; e, 23-24. 32. 36...).

Llama la atención la invariabilidad de la fórmula Dios le resucitó. Esto nos hace pensar que el autor de Hechos está utilizando una fórmula de fe. Igualmente se subraya que, en el hecho cristiano, en el misterio pascual, es Dios quien tiene la iniciativa. El primer centro de gravedad del enunciado es, como ya apuntamos anteriormente, antes teológico que cristológico, pero es evidente también la acentuación cristológica y soteriológica: es Cristo y Señor (Hch 2, 36); juez (Hch 10, 42; 17, 31); piedra angular (4, 10-11); el que perdona los pecados y justifica (13, 38); el único "nombre" con poder salvador (4, 12). La acción de Dios en la resurrección de Jesús es interpretada, desde el principio, como un hecho histórico-salvífico

b) En una segunda fase comienzan a aparecer las formulaciones que unen la muerte y la resurrección en el plan salvador de Dios. El ejemplo más elocuente nos lo ofrece I Cor 15,3-5, un texto que es prepaulino y que puede remontarse a los años cuarenta. La muerte y la resurrección de Jesús (nótese que sólo ellas ocurren "según las Escrituras", expresión no aplicada ni a la sepultura ni a las apariciones) son el cumplimiento de las Escrituras. Estamos en el segundo momento del desarrollo histórico de la predicación cristiana. Junto a la afirmación del hecho se siente la necesidad de garantizarlo aduciendo testigos. De ahí que a la fórmula estricta de fe siga la lista de testigos (1 Cor 15, 5-8). Dicha enumeración de testigos se halla en la línea de la identificación del Resucitado con el Crucificado, con Jesús de Nazaret.

c) Para la formulación de un hecho que escapa al control humano, los primeros teólogos cristianos se sirvieron de dos categorías principales: "resurrección" y "humillación-exaltación". La primera, que es la que se hizo habitual, es una interpretación escatológica. Tiene como punto de referencia la esperanza judía de la resurrección en el último día (Hch 4, 2). Al utilizar esta categoría judía, el cristianismo eliminó de ella la "materialización" con que era entendida dicha esperanza (Mc 12, 18-22; 1 Cor 15, 35ss: la imaginaban como la vida presente corregida y aumentada, de la que eran eliminadas todas las limitaciones actuales y le eran añadidas todas las esperanzas y deseos que ahora anhelamos). Esta categoría acentúa que Jesús vive realmente; pone de relieve la identidad del Resucitado con el crucificado; presupone el sepulcro vacío y las apariciones. Sin embargo, esta categoría, utilizada para presentar la realidad de Cristo vivo, ofrecía gravísimas dificultades para el anuncio del evangelio a los judíos, sobre todo cuando al anuncio se añadió el "según las Escrituras". Los judíos no estaban dispuestos a aceptar tal Mesías. El libro de los Hechos nos ofrece una buena prueba de ello al acentuar la falta de coherencia que suponía no aceptar la resurrección de Jesús como anticipación de algo que pertenece a la esencia de la fe judía: la resurrección.

d) La segunda fórmula, humillación-exaltación, es de tipo apocalíptico. Tenía como punto de referencia la esperanza judía, según la cual Dios exaltaría al justo paciente y humillado. El ejemplo del Siervo de Yahvé es elocuente al respecto. Esta categoría interpretativa de la resurrección tuvo una importancia excepcional en el cristianismo primitivo, como lo demuestran los textos siguientes: Fil 2, 6-11 (el célebre himno cristológico); Lc 24, 26 (necesidad del padecimiento para entrar en la gloria); Hch 3,1 - 4, 31 (tesis de Pedro: Dios ha glorificado a su siervo santo y justo). Es el mismo pensamiento y esquema que se desarrolla en el himno cristológico de 1Tim 3, 16 ("... exaltado a la gloria").

Esta segunda categoría presupone el sepulcro vacío. Sin ello no sería posible dicho esquema interpretativo (el discurso de Pedro, Hch 3, 12ss, lo pone de relieve). Sin embargo, en este segundo esquema no serían necesarias las apariciones, y en él tampoco era necesario separar la Pascua de la Ascensión (así nos es presentada la "jornada pascual" en Lc 24).

Esta segunda forma de presentar el acontecimiento tenía otras ventajas: era más conforme a las Escrituras; hablaba con mayor claridad de la historia de opresión vivida por el pueblo de Dios y de la consiguiente esperanza en la victoria que Dios le concedería; establecía de forma más concreta la relación de Jesús con el Mesías-Rey (2 Sal 7, 11-14), que suponía y ponía de relieve la unidad del pueblo y del rey: Israel y el Mesías-Rey constituyen una unidad mesiánica, una unidad histórico-sociológico-salvífica. Los Sal 2 (citado en Heb 4, 26) y 110 (citado en Hch 2, 34-35) interpretan la resurrección como entronización del Mesías-Rey, como la constitución de Jesús en Señor y Cristo, como Señor y Salvador. De esta forma aparece Jesús unido inseparablemente a su pueblo y a la historia de la salvación (Hch 3, 25-26; Gal 3, 16).

Esta segunda fórmula perdió terreno en favor de la primera, a la que enriqueció extraordinariamente. Sus contenidos fueron vinculándose también a la fórmula de la resurrección. Más aún, se halla latente en la descripción que hace el cuarto evangelio sobre la resurrección como retorno o vuelta al Padre (Jn 20, 17). Es otra posibilidad de describir la resurrección. La misma realidad nos es presentada por el autor de la carta a los Hebreos, que no habla de la resurrección y expresa este concepto con la categoría de entrada en el santuario; Cristo, como Sumo Sacerdote de la nueva alianza, que entra en el Santo de los Santos para interceder por sus hermanos.

4. Historicidad del acontecimiento

Al abordar el tema o la cuestión de la historicidad de la resurrección es preciso tener absoluta claridad sobre dos cosas igualmente importantes: a) Estamos ante un acontecimiento estrictamente sobrenatural. Escapa a las pruebas objetivas e históricas en sentido estricto. Teniendo en cuenta este aspecto, hay que afirmar que la resurrección no fue un acontecimiento histórico (se trata de una realidad metahistórica, a la que no puede llegar el historiador mediante pruebas documentales ni el filósofo mediante el ejercicio de la razón); es uno de esos acontecimientos que no admiten testigos (de hecho no hubo testigos de la resurrección). b) El segundo aspecto que debe destacarse es su profunda vinculación o enraizamiento en nuestra historia, expresada en el sepulcro vacío y en las apariciones.

Antes de tratar explícitamente estos dos hechos es importante caer en la cuenta de lo siguiente: la diversidad, e incluso contradicciones, en la presentación de los hechos se explica por la variabilidad de la tradición oral en la transmisión de sucesos que escapan al control humano; añádase que la imprecisión de un hecho "evangélico" es perfectamente compatible con la multiplicidad de representaciones del mismo. No estamos ante relatos estrictamente históricos constatados por un notario que levanta acta de lo ocurrido. Lo importante, el centro de gravedad, es la resurrección de Jesús. En ello coinciden todos los relatos. Las circunstancias en que es contada pueden variar sin ninguna clase de atentado a la verdad histórica, ya que, repitámoslo una vez más, lo que aquí tenemos es la historia o verdad "evangélica".

c) Las observaciones precedentes nos harán comprender la importancia extraordinaria de lo que vamos a decir: las variantes e incluso contradicciones en la presentación de los hechós pascuales aparecen en la tercera fase, cuando aquellos cristianos tuvieron la "osadía" de describir el suceso en cuanto tal (es el estadio correspondiente al relato de las apariciones, en cuya formulación han intervenido muchos factores. En todo caso, tomar estas descripciones al pie de la letra equivaldría a desconocer la verdadera naturaleza de estos relatos evangélicos).

Justificamos, en primer lugar, las afirmaciones inmediatamente anteriores sobre la diversidad e incluso contradicciones en la presentación de los hechos.

d) Las mujeres se dirigen al sepulcro de Jesús con aromas para ungir su cadáver (así nos lo presentan Marcos y Lucas). Esta versión contradice la que nos ofrece el evangelio de Juan (19, 39-40), según el cual este acto había sido realizado, incluso con magnanimidad, por,José de Arimatea y por Nicodemo. El relato de Mateo (28, 11) habla de una "visita" al sepulcro. Las visitas a los sepulcros eran normales durante los tres primeros días (Jn 11, 31-39, el caso de Lázaro) posteriores al sepelio.

e) Camino del sepulcro, las mujeres se plantean el problema sobre "quién nos removerá la piedra de la entrada al monumento". ¿No debían haberse planteado la cuestión antes de tomar la decisión de ir al sepulcro? Más aún: ninguna de las otras versiones evangélicas hace referencia alguna a este problema. Las mujeres entraron en el sepulcro (así lo afirma la versión de Marcos y lo mismo hace suponer el relato de Lucas) y allí recibieron la información adecuada sobre la desaparición del cadáver de Jesús; esta información les fue dada ante el sepulcro, sin entrar en él, según el evangelio de Mateo. En el de Juan, la Magdalena se percata del problema, va corriendo a avisar a Pedro, y es él, y después de él también el discípulo al que Jesús tanto quería, quienes entran en el sepulcro. Finalmente, el descubrimiento del sepulcro vacío, afirmado unánimemente por todos los evangelios, es desconocido en el resto del N.T., que silencia absolutamente el hecho.

f) Estamos ante tradiciones distintas. El descubrimiento del sepulcro vacío y las apariciones del Resucitado se muestran tan íntimamente ligados en nuestros evangelios que pudieran hacernos pensar que se trata de una única tradición. Originariamente fueron dos tradiciones distintas. Una primera prueba nos la ofrece el hecho ya mencionado; en el resto del N.T. son conocidas y narradas las apariciones del Señor, pero no se menciona para nada lo relativo al sepulcro vacío. A ella debe añadirse que el descubrimiento del sepulcro vacío tuvo lugar, como es natural, en Jerusalén, mientras que las apariciones son localizadas en Galilea. (Lucas constituye una excepción al situarlas en Jerusalén o en sus cercanías. Las razones que tuvo para ello no es posible explicarlas aquí. Baste decir que tiene mucho que ver con la concepción literaria de su evangelio, que viaja hacia Jerusalén en la persona de Jesús y, desde la ciudad santa, sigue su camino hasta Roma, en la persona de Pablo en el libro de los Hechos. Volver a Galilea significaría, en esta concepción, un retroceso en el viaje).

g) En este primer momento, el descubrimiento del sepulcro vacío no fue comunicado a los discípulos, ni éstos, por tanto, pudieron hacer la comprobación visual, in situ, de un hecho tan desconcertante. El único relato que lo recoge, el del cuarto evangelio, tiene signos inconfundibles de ser una adición posterior al relato original, que sólo hablaba de María Magdalena. Ella, después de la visita de Pedro y del discípulo amado, se halla de nuevo sola ante el sepulcro. ¿Es esto verosímil después que Pedro y el discípulo amado habían comprobado lo que ella les había anunciado? Ellos desaparecen del sepulcro con la mayor naturalidad del mundo y dejan sola a María Magdalena.¿No es más verosímil que María Magdalena haya protagonizado sola toda la historia y que, posteriormente, se introdujese en el relato de la misma la verificación llevada a cabo por Pedro y por el discípulo amado?

A pesar de tratarse de tradiciones distintas, fueron unificadas muy pronto. Era lógico que fuese así. Un narrador judío que relatase las apariciones de Jesús tenía que pensar que el sepulcro estaba vacío. Si Jesús había resucitado no podía seguir en el sepulcro su cadáver. Por otra parte, el anuncio de la resurrección de Jesús tenía que provocar de forma inevitable -sobre todo cuando la proclamación se hacía en Jesuralén- la pregunta por su cadáver. Bastaría con remitir al sepulcro de Jesús para deshacer la predicación de su resurrección. Y en ello estaban muy interesados los dirigentes judíos.

En la misma línea debe aducirse el caso frecuente de investigadores de esta historia, que admiten como verídico el hecho del sepulcro vacío, aunque no acepten el mensaje pascual. Sencillamente porque el descubrimiento del sepulcro vacío pertenece al terreno de lo experimentalmente constatable. Y esto no ocurre con la proclamación de la fe en el Resucitado.

h) El sepulcro vacío es un hecho que no puede ser negado. Las explicaciones recogidas por Mateo sobre el robo del cadáver de Jesús dan por supuesto el hecho. Y la transmisión de este hecho es inseparable de la presencia de las mujeres en el sepulcro. Ellas eran las únicas que sabían dónde estaba y cuál era el sepulcro; no lo sabían los discípulos, que ni siquiera habían estado en el entierro del Maestro.(También lo sabían José de Arimatea y Nicodemo, pero ellos no aparecen en estos relatos).

La reconstrucción histórica de lo ocurrido encierra grandes dificultades. Lo más probable es que el descubrimiento lo hiciese María Magdalena. A ella se añadieron después las otras mujeres, bien fuese en el sepulcro mismo -lo cual no es improbable- o bien en la tradición posterior que las asoció. De hecho, María Magdalena es la única que aparece de forma invariable tanto en la lista de los nombres de las mujeres (Mc 15, 40. 47; 16, 1) como en general en la mención de las mujeres en el sepulcro (Mt 28, 1; Lc 24, 10). María Magdalena aparece en todos los textos y además siempre en primer lugar

i) Lo más sorprendente dentro del relato de Marcos (16, 8). es el silencio de las mujeres después de su experiencia en el sepulcro. Y no pensemos en razones psicológicas, que nada tienen que ver en la cuestión. El silencio afirmado por Marcos se halla en abierta contraposición a los textos paralelos de los otros tres evangelios. Además, dicho silencio significaría la desobediencia formal de las mujeres a las indicaciones celestes, que les mandaron comunicárselo a los discípulos y a Pedro. De este modo, ellas, las mujeres, habían sido constituidas en las primeras mensajeras de la resurrección. ¿Por qué renunciar a un privilegio tan singular?

El mismo Marcos explica dicho silencio desde el asombro y el miedo. Lo repite por tres veces (16, 5. 8). Y, considerando el hecho mismo de las causas que lo provocaron, es comprensible el silencio: el mismo hecho del sepulcro vacío era ya algo inaudito; a ello se añade la voz del mensajero celeste que lo interpreta -y lo hace, por cierto, utilizando una fórmula de fe -; la reacción de las mujeres ante el sepulcro es la misma que comprobamos ante otras apariciones: temor, asombro, duda, desconcierto ante lo inaudito. ¿Cómo admitir que, en Jesús, se ha hecho ya realidad la esperanza judía de la resurrección al fin de los tiempos? La reacción mencionada: asombro, miedo, duda, desconcierto, temor... son sinónimos de la incomprensión y la ceguera. Es la misma reacción que encontramos a lo largo del evangelio, cuando Dios entra en acción. La alegría vendría después, como fruto del encuentro y de la visión del Resucitado. De momento sólo existe el temor.

j) El sepulcro vacío, ¿es un argumento para demostrar la resurrección? La razón última del silencio que Marcos impone a las mujeres -y sólo él lo hace- es la convicción siguiente: el sepulcro vacío no es una prueba de la resurrección. (Tal vez sea conveniente añadir que, en la hipótesis de que alguien adujese el relato de las mujeres, su testimonio sería considerado sin valor alguno, ya que en la época carecían de credibilidad y no podían ser aducidas como testigos en un proceso judicial).

El sepulcro vacío no es una prueba de la resurrección. No lo fue nunca ni para nadie. Desde este punto de vista, el hecho carece de importancia, tanto en los evangelios como en el resto del A.T. Del milagro del sepulcro vacío debe decirse lo mismo que del resto de los milagros: lo decisivo en todas las historias de apariciones no es el sepulcro vacío en sí mismo -como no es lo decisivo en los relatos de milagros el hecho en sí mismo, por asombroso que parezca-, sino el mensaje de que en él, en Jesús, se ha cumplido lo que él anunciaba; en él se ha iniciado la resurrección de los muertos; en él ha tenido ya lugar la irrupción del mundo futuro, del que se esperaba la resurrección; en su resurrección se han anticipado las realidades que la esperanza judía tenía puestas en los últimos días.

El sepulcro vacío no suscitó la fe en nadie; la fe pascual no es fruto de un proceso lento cuyo punto de partida fue el sepulcro vacío (el único texto, confuso en este sentido, y que no puede ser aducido como prueba en contra de lo que estamos diciendo, es Jn 20, 8: el discípulo amado "vio y creyó"; está muy claro que no creyó porque vio vacío el sepulcro; el sepulcro vacío es presentado en este texto como un "signo" que, con la ayuda de la Escritura, obliga a pensar en otra realidad más profunda de la que se está viendo); la certeza de la resurrección tiene su fundamento último y único en el encuentro del hombre con el Resucitado. Para quien ha tenido esta experiencia, el sepulcro vacío puede ser un "signo" de lo ocurrido, de la acción de Dios que llama a la vida, "que da la vida a los muertos y llama a las cosas que no son para que sean" (Rom 4, 17).

k) El encuentro con el Resucitado es el que explica que en Jerusalén, lugar de la crucifixión y de la sepultura, poco después surgiese una comunidad constituida a partir de la resurrección de Jesús y sobre la base de la misma. La resurrección de Jesús restablece las relaciones rotas: se transmite la noticia a los que habían huido y, en particular, al que explícitamente le había negado -que era el primero de los apóstoles-; de nuevo son buscados por la gracia del perdón para continuar el proyecto de Jesús en la línea ya perfeccionada del seguimiento al que habían sido llamados. -> apariciones.

BIBL. — P. BENOIT, Pasión y resurrección del Señor, Fax, Madrid, 1971; I. DANIÉLOU, La Resurrección, Studium, Madrid, 1971; A. AMMASSARI, La Resurrezione, nell'insegnamento, nella profezia, nelle apparizioni di Gesú, Cittá Nuova Edit, Roma, 1975; B. RIGAUx, Dieu 1'a ressuscité, Duculot, Bruselas, 1972; U. WILCKENS, La Resurrección de jesús. Estudio histórico-crítico del testimonio bíblico, Sígueme, 1981.

Felipe F Ramos