Reino de Dios
DJN
 

SUMARIO: 1. Introducción. -2. El reino de Dios (proclamado por Jesús) a lo largo del AT. 2.1. El Reino inaugurado por David prometido eterno. 2.2. La desaparición del «reino davídico» y la fe puesta a prueba. 2.3. El alma judía respecto al «reino" en las postrimerías del AT. - 3. La esperanza fallida del «reino terrestre» en el NT. 3.1. El punto de partida y observaciones previas. 3.2. Los discípulos ante la muerte el fracaso de Jesús: 1°- La «fe» primera de los discípulos; 2° «Fe» que permanece idéntica a lo largo del ministerio terreno de Jesús; 3° La reacción primera ante la muerte de Jesús; 4°. La superación del fracaso en la visión de los apóstoles. - 4. La repercusion del fracaso del «reino terrestre» (esperado). 4.1. La despolitización y espiritualización del Mesías y del Reino. 1°. Espiritualización del Reino. 2° La desaparición definitiva del «Reino terrestre». 3° El reino terrestre a partir de S. Justino. 4° Despolitización de «Jesús-Mesías». 4.2. La motivación de la espiritualización. 4.3. ¿Fue transformado el cristianismo al pasar al mundo romano?- 5. Epílogo: ¿Cumplió o no cumplió Dios la promesa del «reino»? 5.1. La nueva hermenéutica. 5.2. Lo espiritual y lo material.


1. Introducción

El «Reino de Dios» llena todo el Evangelio. La inminencia de su venida constituye lo más fundamental de la predicación de Jesús. Pero Jesús anunciaba algo que había sido prometido por Dios, en el Antiguo Testamento y que estaba, después de muchos siglos, sin cumplimiento. Jesús anunció el cumplimiento para el tiempo de su vida terrena. Pero el «Reino», tal como lo esperaban, por lo menos la inmensa mayoría del pueblo de Israel, no vino ni antes de la muerte de Jesús, ni tampoco en una inminente esperada "segunda vuelta» para la inauguración gloriosa del Reino. Ante ese fracaso de cumplimiento que fue un problema en el cristianismo, como lo fuera en Israel a lo largo del Antiguo Testamento, el «Reino» fue reinterpretado y espiritualizado. Lo que arrastraba de reino político terminó siendo liquidado, aunque un gran sector opuso fuerte resistencia, con el utópico reino milenario, en los cinco primeros siglos del cristianismo.

En estas breves líneas está la síntesis de lo que se va a exponer sobre el Reino de Dios. Se desprenderá claramente de la exposición que el «Reino de Dios» es el concepto más importante y céntrico que llena no sólo el Evangelio, sino toda la Biblia (Antiguo y Nuevo Testamento).

  1. El reino de Dios (proclamado por Jesús) a lo largo del AT.

La predicción habitual de Jesús está sintetizada en esta frase: «El tiempo se ha cumplido. El reino de Dios ha llegado. Creed a la buena noticia, y "convertíos"». (Mc 1,14-15).

Con la frase «el tiempo se ha cumplido» se coloca al «reino» como al final de una promesa hecha ya muy desde antiguo por cuyo cumplimiento se venía ya desde largo tiempo suspirando. La buena noticia, la gran noticia (Evangelio) es que por fin se cumple.

Para los que reciben la predicación de Jesús la expresión «reino de Dios» tiene resonancias determinadas que son las que vienen del AT. Camino del monte de la Ascensión preguntan a Jesús los discípulos si es entonces cuando se va a restituir el «reino de Israel» (Hch 1,6). Para ellos «el reino de Dios» está relacionado con el reino de Israel y es algo de restitución o restauración.

Así pues como punto de partida se trata de una intervención de Dios respecto a Israel que puede ser designada con la expresión «reino» y que estaba prometida, naturalmente, en el AT.

Estos aspectos nos llevan ya sin más a comenzar por el «reino de David», el reino conferido por Dios a David (en atención a su pueblo), que es el germen, de lo que sería, en su desarrollo y consumación, el reino de Dios de los pasajes neotestamentarios.

Seguiremos, a través de la historia, los momentos más importantes del Reino de Dios. Decimos ya de antemano, como una tesis (tesis no de prejuicio, sino de conclusión), que se trata de un reino material, terreno, pero de enormes valores religiosos, como son el de ser la estructura o encuadramiento social de la justicia perfecta establecida en la tierra.

2.1. El Reino inaugurado por David prometido eterno. La realización de David instituyendo la monarquía en Israel, después del intento fracasado de Saúl, fue inmensa. Libró a su pueblo a punto de extinción. Es conveniente distinguir en David, como en otros personajes bíblicos, lo que fue el David de la fe y el David de lahistoria. La figura de David y su reino han quedado idealizados en la memoria del pueblo. Fácilmente se persuadían los israelitas, bajo la actuación de los teólogos de la corte, que una nación a la que se le había concedido un David, estaba necesariamente elegida, llamada a realizar grandes cosas.

Se comprende también que la esperanza mesiánica (de un rey ideal) se construya sobre el idealizado reino de David.

Se podría estudiar cómo David y su reino fue incluido (no sin dificultades) en el Credo de Israel como uno de los hechos salvíficos, al par del hecho del Exodo y de la ocupación de la tierra de Canaán concedida por Yahvé (cf. Ez, 34,20 ss.).

Entre los elementos de la idealización de David conviene relatar uno que había de tener influjo enorme en lo sucesivo para bien o para mal. Es la profecía de Natán (2 Sam 7,8-17), en la que se le promete a David de parte de Dios una dinastía eterna. Siempre se sentaría en su trono uno salido de sus entrañas. La profecía, en el oráculo de Natán, es absoluta y no está vinculada al comportamiento del davídida. Más adelante, algunos pasajes, sin duda compelidos por las circunstancias, la hacen condicionada a la obediencia a Dios del soberano; no así el oráculo de Natán. Este da la posibilidad de la desobediencia del soberano. En ese caso, Dios castigará con mano dura, pero no retirará su misericordia de la casa de David (cf. 2 R 8,19).

Se puede prescindir de investigar cómo se formó y en virtud de qué la creencia en la eternidad de la dinastía. Esta creencia se formó fuertemente, e iba a ser una verdadera angustia y un problema de fe para el alma judía a través de toda su historia.

Es preciso resaltar también las dos características de este «reino de David» que había de durar para siempre.

1.° Desde luego, es un reino terreno y lo será siempre (a juzgar por las descripciones) como todos los reinos de este mundo y con su mismo funcionamiento, no excluido lo militar para mantener a raya a los enemigos y consiguientemente disfrutar permanentemente del don precioso de la paz. Según algunos pasajes, la esperanza escatológica incluía la desaparición de la guerra (Cf. Miq 4,3-4: «Y trocarán sus espadas en azadones y sus lanzas en podaderas. No alzará espada pueblo contra pueblo...»).

2.° Esto no obsta para los grandes valores religiosos, entendiendo religión en el más amplio sentido. El rey tiene como misión específica establecer la justicia perfecta en su reino (mispat wesedaqah). El rey es el vicediós en la tierra, y Yahvé, el Dios que se reveló a Israel se reveló como el Dios de la justicia interhumana. Citemos algún que otro testimonio. De David (del real o del idealizado) se dice expresamente (2 Sam 8,15) que «reinó sobre todo Israel administrando derecho y justicia (mispat wesedagah) a todo su pueblo». Esta es la finalidad del reino establecido por Dios. Lo mismo se dice de Salomón en palabras de la reina de Sabá (1 R 10,9): «Te ha puesto como rey para administrar derecho y justicia (mispat wesedaqah)».

Del rey idealizado (que es el caso del Mesías) se hace la descripción en el Salmo 72: «Oh Dios dale al rey tu mispat y al hijo del rey tu sedagah». Eso que caracteriza a Dios que es el mispat wesedaqah (el empeño por la justicia respecto especialmente de aquellos que tienen sus derechos conculcados) se le pide para el rey como un don permanente. En la continuación del Salmo se describe cómo el rey (equipado con el «mispat» divino) se preocupa de los pobres (contra los opresores) y establece una verdadera paz y duradera dentro de sus fronteras.

Lo mismo se puede notar sobre la figura de Enmanuel (Is 9,6). «La paz no tendrá fin (la paz fruto de la justicia, según Is 32,17). El trono de David será consolidado para siempre por la equidad y la justicia» (mispat wesedaqah).

Y otros muchos textos que se podrían citar: Is 11, 1-9; Jr 23,5-6; etc. Pero si el Mesías, o el rey ideal, tiene de parte de Yahvé la misión de establecer la justicia,esta justicia, insistimos, no es una justicia, metaempírica, sino la justicia terrena, la justicia que es necesaria para la convivencia social en este mundo y no en un mundo distante extratosférico.

2.2. La desaparición del «reino davídico» y la fe puesta a prueba

La promesa de la dinastía eterna era absoluta y no condicionada. No dependía propiamente de la conducta del soberano. Fuera estilo de corte la promesa de Natán (en nombre de Dios), fuera lo que fuera, en Israel se entendió a la letra como un «dogma» y había de convertirse en un verdadero trauma cuando a través de la historia se observaba que aquella promesa de eternidad de la dinastía no se cumplía ni llevaba camino de cumplirse. El reino de David desapareció para siempre sin esperanza de vuelta en el exilio babilónico. Tal como se le entendía generalmente en Israel, no volvió nunca. Israel vuelto del destierro sería una simple colonia, bajo los persas, los griegos, los romanos.

El creyente que conocía el oráculo de Natán y lo tomaba a la letra como era lo ordinario en Israel, si abría los ojos a la situación histórica, no podía menos de encontrar su fe confrontada con una cruda realidad. Ejemplo claro el salmista del salmo 89 que es una oración patética sobre el oráculo de Natán que no se cumple. Ese salmista, con una fe heroica, ante Dios que, según las apariencias, no cumple sus promesas respecto al reino davídico prometido eterno, termina con un amén, amén. «Bendito Dios por siempre». Este salmista es un salmista de fe heroica.

Había sin duda también otros de la misma fe, pero es de presumir que habría quienes, ante el espectáculo continuado del no cumplimiento, se pasasen a la increencia. Los autores de la Biblia no dudan de que Dios, siendo lo que es (el Fiel), terminaría interviniendo para realizar en esta tierra las utópicas maravillas de las pinturas proféticas, aunque esa intervención se retrase una y otra vez. Dios no podía fallar. Las pinturas de ese reino, el reino mesiánico que por fin vendría, son fantásticas. Serían tiempos que califican como una vuelta al Paraíso, maravillosa fertilidad de la tierra renovada, desaparición de las guerras y de las enfermedades, desaparición del pecado, establecimiento de la justicia perfecta en la nueva tierra.

2.3. El alma judía respecto al «reino" en las postrimerías del AT.

Se puede ir siguiendo detalladamente al alma judía a través de los escritos bíblicos. Una tensa espera que va subiendo cada vez más a medida que pasa el tiempo, es la tónica psicológica del alma judía en las postrimerías del Antiguo Testamento. Los «creyentes» judíos, creyentes a pesar de todo, en el fondo de su ser se preguntan «HASTA CUANDO» diferirá Dios su intervención. Entre muchos escritos puede ser un indicio de esa situación de ánimo el Salmo 74.

En esa situación de ánimo intensificada por la intolerable ocupación romana de Palestina, la nueva potencia opresora de turno (después de Babilonia, Persia, Grecia), surge Jesús con su mensaje en síntesis: «El tiempo se ha cumplido. El Reino de Dios está ahí. Creed a la "buena noticia" y "convertíos"».

3. La esperanza fallida del «reino terrestre» en el NT

3.1. El punto de partida y observaciones previas

Acabamos de ver cómo fue el reino davídico a través del AT, la creída promesa de eternidad de la dinastía, la desaparición de la dinastía sin esperanza de vuelta en lo humano, la fe que no se rinde nunca sino que se reinterpreta fracaso tras fracaso. Notamos que el comportamiento del alma judía a través del AT quedaría como paradigmático y se repetiría fundamentalmente en el comportamiento del alma cristiana. Ese comportamiento consiste fundamentalmente en «una esperanza o promesa que no se cumple o no parececumplirse y que se reinterpreta continuamente".

Resaltamos también algo muy importante, que es fruto de atenta observación de los textos. La esperanza de una restauración del Reino de David se mantiene siempre en el sentido real, terreno, político, y no espiritual y trascendente. Esto no obsta a que ese reino que se espera (apoyándose los creyentes en la fidelidad de Dios, por cuanto creen que ha sido Dios quien hizo la promesa) sea un reino de grandes contenidos religiosos como son el de ser un reino de la justicia perfecta, pero siempre en este mundo, no de una «justicia metaempírica».

Qué pensó Jesús de ese reino y de su naturaleza no lo vamos a considerar en el punto de partida, sino que podrá ser deducible a través de lo que entendieron sus discípulos, cuando le oyeron predicar lo que fue prácticamente el único tema de su actividad: la proclamación de la inminente venida del Reino (en un principio), y más tarde la proclamación complementaria de que él era el Rey de ese reino próximo, el Reino de David que Dios restituía a su pueblo. Si Jesús predicó también una «Metanoia» (conversión) radical, esa «metanoia» era un elemento tradicional en la "constelación ideológica del Reino».

Los discípulos (en el estado antes de la resurrección) lo entendieron literalmente de un reino político, sin ningún género de espiritualizaciones, tal como la idea venía del Antiguo Testamento.

En el ángulo de visión de los discípulos antes de la resurrección nos colocamos. Ese será el punto de partida. La visión de los discípulos que evoluciona (después del trauma de la muerte de Jesús) será la que nos transmita el cristianismo y sus comportamientos religiosos ante las realidades de esta vida.

3.2. Los discípulos ante la muerte y el fracaso de Jesús

1.° La «fe» primera de los discípulos. Los discípulos en sus esperanzas y aspiraciones son una expresión del alma judía que venía caldeándose cada vez más por la intervención de los apocalípticos. El momento solemne de la intervención de Dios haciendo por fin irrumpir milagrosamente en Israel el reino dado en David y prometido eterno, pero desaparecido y, no obstante, con una reiterada promesa de restauración, estaba cerca. La esperanza era tensa y febricitante. La intolerable ocupación romana (que consta por los documentos) avivaba la espera.

En esa coyuntura psicológica se presenta Jesús anunciando que ya viene el Reino y exigiendo «creer» a la «buena noticia» de la llegada del Reino (Mc 1, 14-15). Jesús era además el Rey (Mesías) de ese Reino. Los discípulos «creyeron» de una manera singular a la «buena noticia» que predicaba el Profeta de Nazaret. Esa fe especial fue lo que les constituyó en «grupo escogido» del Nuevo Profeta venido de parte de Dios.

Los discípulos creyeron a la «buena noticia» predicada, dándole a «Reino» el sentido que tenía a lo largo de todo el Antiguo Testamento y que nadie había trasmutado o espiritualizado. (Si Jesús lo había espiritualizado, no se explica suficientemente como para que se lo entendieran de diverso modo que el tradicional judaico de los Profetas y Apocalípticos).

2.° «Fe» que permanece idéntica a lo largo del ministerio terreno de Jesús. La prueba de que lo entendieron en el sentido tradición del AT está clara a lo largo de los Evangelios. Es verdad que a partir de Cesarea de Filipo, según la actas: presentación de los Evangelios, Jesús insiste en el desenlace trágico de su carrera y en dar un sentido salvífico a su muerte, tratando de explicárselo a los «embotados» discípulos. Pero esta presentación tiene todos los visos de ser una elaboración postpascual (cf. Mc 8, 27-33). Los apóstoles lo entendieron a la letra, y sin duda su fiebre interior de ser testigos (y también actores) del gran acontecimiento subió hasta el máximo. Los sacrificios que se habían impuesto dejándolo todo iban a ser ampliamente compensados en breve. Aun en laactual presentación evangélica (no obstante la intención de disipar el escándalo del fracaso de la muerte en cruz).Y quedan detalles muy significativos.

¿Les habló Cristo en alguna manera del Reino que ellos lo entendieran al estilo del Antiguo Testamento en alguno de los aspectos como era el de fertilidad material de la «nueva tierra»? En Ireneo (V, 3, 33) nos encontramos con lo siguiente: "Los presbíteros que han visto a Juan, el discípulo del Señor, se acuerdan de haberle oído referir lo que decía el Señor a propósito de estos tiempos: `Vendrán días en que cada viña tendrá 10.000 sarmientos, cada sarmiento 10.000 ramos, cada ramo 10.000 brotes, cada brote 10.000 racimos, cada racimo 10.000 uvas, cada una de las cuales proporcionará 10.000 medidas de vino. (PG 7, 1213-1214)-

El Apocalipsis de Baruc (29, 5) ofrece informes casi idénticos. Lucas 19, 11 dice de los discípulos que «creían que el Reino de Dios iba a aparecer inmediatamente». Por esa razón comienzan a tomar posiciones. Ciertamente lo entienden en sentido material (y no en sentido trascendente). En concreto, los discípulos Santiago y Juan piden al Maestro que les reserve los dos primeros puestos en el Reino, uno a su derecha y otro a su izquierda (Mc 10, 37). Todavía en la última Cena, cuando de nuevo Jesús les habla del Reino próximo, los Apóstoles discuten sobre los puestos (Lc 22, 24).

3.° La reacción primera ante la muerte de Jesús. Esto supuesto, se comprende perfectamente la reacción primera de los Apóstoles ante el fracaso de la muerte de Jesús. Nunca pensaron que Dios le abandonaría a sus enemigos. La reacción de los Apóstoles está diciendo o que Jesús no les dijo nada (en contra de la actual presentación evangélica) o que estaban profundamente embotados sus espíritus para entender otra clase de mesianismo o «reino de Dios» diverso del que venía del AT. (Esta es la presentación - postpascual de los Evangelistas.)

Jesús, por lo menos aparentemente y ciertamente a los ojos de los Apóstoles, tiene un rotundo fracaso. Había anunciado como profeta el reino próximo. El se había proclamado el rey de ese reino. La irrupción del Reino por una espectacular intervención divina, iba a ser de un momento a otro. Jesús exigía fe en la veracidad de este anuncio. Los discípulos habían respondido con plena fe al mensaje y continuaban creyendo firmemente. Las gentes de Galilea, especialmente en Corozaim y Cafarnaum, si en un principio habían prestado fe al profeta venido de Nazaret, se la retiraron tan pronto como comprobaron que el Reino, anunciado para muy pronto, no venía. Jesús les recrimina por su incredulidad, pero su incredulidad se apoyaba en el no-cumplimiento del anuncio (cf. Mt 11, 20-24).

Jesús se aleja de la incrédula Galilea que le niega fe al anuncio y se encamina a Judea y Jerusalem, donde tendrá lugar, por fin, la intervención de Dios.

Jesús es entregado a los romanos y juzgado como sedicioso político. Aun en la situación límite, como en la situación límite de la fe de Abraham, Dios podía intervenir trayendo el reino anunciado. Pero Dios no interviene, al menos como se esperaba, y Jesús muere en la cruz. ¿Qué significaban las palabras de Jesús en la cruz: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado'?» (Mc 15, 34).

Desde luego, en aquel momento, para los Apóstoles, a través de cuya visión tratamos de contemplar los hechos, no podían significar otra cosa que Dios se había retirado de su profeta y dejaba falsos o incumplidos sus anuncios.

Por el mensaje creído, los Apóstoles se habían jugado su vida. Merecía la pena haberlo hecho, si el mensaje (de la venida del Reino) era verdadero. Pero ahora, no cumplido el mensaje y desaparecido trágicamente el profeta, todo se derrumba. Es una vida rota y hay que recomponerla.

El comportamiento de los Apóstoles es como de quienes no saben que la muerte trágica es la realización de un programa que Jesús lo había anunciado de antemano. Se encuentran con el fracaso imprevisto. Huyen o se vuelven a su Galilea natal, a sus ocupaciones, después de la ardiente ilusión de unos meses que terminó en el más estrepitoso fracaso.

Esta huida a Galilea iba a ser un gran problema para los Evangelistas, como se puede advertir críticamente a través de sus redacciones (¿cómo aquella huida o vuelta no fue la expresión de su fracaso comprobado y una prueba lata de que no habían sido advertidos de antemano del desenlace de la muerte en cruz?).

4.° La superación del fracaso en la visión de los apóstoles.

— La fe en la resurrección. Pretendientes mesiánicos se habían presentado muchos, por ejemplo, Judas de Gamala (cf Hch 5, 34-38). Terminaron en general a manos de los romanos. El pueblo, si los creyó, al ver su fracaso y el no cumplimiento de la venida del Reino prometido, vio en el fracaso que realmente tales pretendientes no eran el Mesías esperado. Los tuvo por heroicos patriotas noblemente entregados a la causa y liberación de sus paisanos contra los romanos, pero nada más. De todos modos, la esperanza de la liberación permaneció inflexible y sobrevivió.

¿Por qué con Jesús no sucedió lo mismo, a saber, que dejaran de tenerle por Mesías los que por Mesías le tuvieron? En el caso de Jesús surge un fenómeno nuevo, su resurrección, explíquese como se explique. No entramos en el hecho (de la resurrección, ya que el tema que intentamos desarrollar versa sobre otra cosa. La fe de Pedro en la resurrección, surgida en Galilea, a donde se había retirado después del cataclismo primero de todas las esperanzas, la comunica a sus compañeros, que le creen. Esa fe le hace a Pedro retornar a Jerusalem. Retorna como apóstol de la nueva fe. El contenido de esa fe era que Jesús, que continuaba viviendo, volvería inmediatamente de junto a Dios (proclamado Mesías y con poderes) para realizar el Reino. Era preciso creerlo y estar preparados. El acontecimiento había sufrido un breve retraso por los pecados del pueblo. La conversión era necesaria.

- La teologización de la muerte y la «nueva fe». ¿Y el fracaso de la muerte? ¿Y por qué la muerte? Empieza un lento proceso de teologización del fracaso de la muerte. La muerte de Jesús entraba dentro del plan salvífico de Dios. (Véase Fasc. 27: La muerte de Jesús como muerte redentora. PPC, Fascículos bíblicos).

El contenido de la «fe cristiana» se modifica. El contenido de la fe, cuando predicaba Jesús, era que el Reino venía, y, según lo entendieron los discípulos, venía durante la proclamación de Jesús. El contenido de la predicación de Pedro y de los demás discípulos es que «Jesús vive, está declarado solemnemente Mesías por Dios, y va a venir en breve a traer el Reino que no ha llegado durante su vida terrena». Es la segunda venida, pero inminente.

Algunos creyeron a Pedro y a los discípulos. Otros, como es natural, no le creyeron.

- Otra vez el dinamismo de la reinterpretación en acción. El fenómeno que se estaba dando no era sino una repetición (tal vez con modalidades nuevas) del que se había dado sobre todo en la última época del judaísmo, fenómeno de esperanzas fallidas y nuevamente reinterpretadas.

Puede ser ejemplo el libro de Daniel (cap.7), en el que se anuncia, en la persecución de Antíoco Epífanes, la próxima intervención de Dios trayendo la esperada restauración del Reino de Israel. El reino no vino. Sin embargo la esperanza, si no en todos, en muchos sobrevivió. El mensaje de Jesús, en lo externo, no se diferenciaba gran cosa del mensaje del autor del libro de Daniel. También aquí la esperanza de inauguración del reino (tal como fue formada en el alma de los apóstoles) para el tiempo de la vida terrena de Jesús no se cumplió. Sin embargo, la esperanza fallida rebrota y es relanzada hacia una segunda venida de Jesús para muy pronto.

También esta forma de esperanza falló, y la esperanza vuelve a reinterpretarse.

Este es el trasfondo general sobre el que están compuestos los evangelios, que son la expresión del alma cristiana a partir de los años 70.

La nueva visión de los apóstoles como elemento de hermenéutica. Por todo lo dicho hasta aquí, son claramente discernibles las dos etapas en la psicología de los Apóstoles o las «dos visiones» respecto a la persona y mensaje de Jesús:

Una visión es la que tuvieron durante la vida terrena de Jesús; otra visión, que podemos llamar la «visión postpascual», es la que fueron teniendo cuando estaba en.marcha la reinterpretación de sus primeras esperanzas fallidas.

En los actuales evangelios alternan promiscuamente las dos visiones, no pocas veces de una manera contradictoria. Este hecho ha de tenerse en cuenta a la hora de valorar o interpretar el Evangelio y el Nuevo Testamento en general.

La espera de la 2a vuelta se vive con intensidad en determinadas circunstancias históricas, como se adivina en el «Pequeño Apocalipsis Sinóptico» (Mc 13 y par.) en torno a la guerra del 66-70 y la gran catástrofe de la destrucción de Jerusalén. Tampoco entonces tuvo lugar la ansiada segunda vuelta de Jesús para la inauguración del reino glorioso.

A través del Apocalipsis de Juan y de los escritos de Pablo podríamos observar un comportamiento parecido de los cristianos. Jesús, que había de volver pronto, no volvía, y la historia seguía desarrollándose en plena indiferencia para las esperanzas fallidas de los cristianos creyentes.

- La superación de la indefinida dilación. La fe de muchos siguió inflexible, no obstante que las esperanzas no se cumplían nunca. Otros se refugiaron en la increencia, como lo refleja 2 Ped 3,4 (escrito tardío) refiriendo palabras que dicen tales incrédulos: «¿En qué ha venido a quedar la promesa de que Cristo volvería? Nuestros padres han muerto y nada ha cambiado; todo sigue igual desde que el mundo es mundo». Esta situación psicológica que se alargaba y necesitaba una solución.

4. La repercusión del fracaso del «reino terrestre» (esperado)

El trasfondo psicológico del cristianismo primitivo que se le puede designar como de una tensa espera que en definitiva queda defraudada, al menos en la forma de lo que esperaban, condiciona muchos aspectos de la Teología y de la Ética que han venido a quedar reflejados en pasajes neotestamentarios que pertenecen a sectores y tiempos diversos.

Enumeremos algunos. Omitimos lo referente a la ética de «interim" si es para un comportamiento en un tiempo de corta espera, o si se refiere a una ética intemporal, para un tiempo de larga duración. Fijémonos en otros aspectos.

4.1. La despolitización y espiritualización del Mesías y del Reino

Determinadas fuerzas están aquí en acción que surgen de las circunstancias históricas y psicológicas de la Iglesia en marcha bajo el impacto del fracaso del Reino que ya no viene.

1.° Espiritualización del Reino. Ese Reino que era político y que no acababa de venir es espiritualizado y trasladado (con una fe heroica) de la tierra al cielo. De esta manera se conseguían dos objetivos: paliar el fracaso y evitar oposición de parte de los romanos hacia el cristianismo, una vez que el cristianismo (procedente del judaísmo) no era un movimiento político subversivo (contra los romanos), como lo había sido originariamente en el zelotismo. Esta despolitización es visible en muchos textos. Citemos sólo algunos.

Juan no habla de «Reino», sino de «vida eterna» aquí y ahora. Cuando Jesús está ante Pilatos y se le pregunta si es Rey de los judíos, responde, según Juan, que «su Reino no es de este mundo» (Jn 18,33-37). Si en otra ocasión emplea Reino (Jn 3, 5) es para afirmar que «sólo el que renaciere del Espíritu podría entrar en el Reino». Según Juan, la «segunda venida de Cristo» tiene lugar en la presencia del Espíritu (cf. v. g. Jn 16, 4 ss.).

Otro texto que citamos es la Epístola a los Hebreos. La epístola a los Hebreos es un campo magnífico de observación, de sondeo de la opinión del cristianismo en marcha. Aquí claramente el reino político esperado por los judíos (esperanza que pasa a los cristianos) se ha convertido en el «cielo». La verdadera patria de los cristianos no está aquí abajo; está en el cielo (13, 14: «No tenemos aquí ciudad permanente, sino que andamos buscando la del futuro»). Esa patria es la Jerusalem celeste, donde reside el Dios vivo, donde residen las multitudes angélicas, adonde han llegado ya las almas de los justos que han concluido su peregrinación, particularmente las almas de los cristianos de la primera generación (12, 22-23). Ese «cielo» lo esperan (11, 1) los cristianos que caminan sobre la tierra. Por lo demás, su espera no será larga, pues se acerca el Día (10, 25). La inminente venida del «Reino político» tendrá lugar en el cielo. «Estamos al final de los tiempos». Cristo se ha manifestado ahora una sola vez, en la plenitud de los tiempos («el tiempo se ha cumplido») para la destrucción del pecado mediante su sacrificio (9, 26).

2.° La desaparición definitiva del «Reino terrestre». Damos a continuación a grandes rasgos la suerte que corrió en los primeros siglos del cristianismo el «reino terrestre». Basta su desaparición del ámbito del pensamiento y sustitución por el fenómeno histórico de la Iglesia en marcha. El «Reino» se realizaba en la Iglesia. La esperanza de la segunda vuelta para inaugurar el Reino, al diferirse una y otra vez, llegó a crear en varios ambientes, como ya demos indicado antes, el escepticismo. Eso es lo que refleja la 2 Ped (3 3-6) y la Primera Carta de Clemente Romano (23, 3). En otros ambientes se superó la dificultad de la dilación insistiendo en la escatología realizada, como en el cuarto evangelio y en la epístola a los Efesios, donde la nota de la escatología clásica ha desaparecido totalmente y el acento está puesto en el aspecto místico de la unión con Cristo aquí y ahora.

El Apocalipsis de Juan, que es una síntesis y una reinterpretación de las promesas antiguas entendidas a la letra, recogió también la esperanza judía referente al milenio o duración de mil años del reino de Cristo cuando volviera (Ap 20, 2 ss.).

3.° El reino terrestre a partir de S. Justino. A S. Justino le siguen en la línea del reino milenarista otros Padres como Ireneo (5,32,1), de los cinco primeros siglos del cristianismo. Fue principalmente Orígenes quien provocó eficazmente, mediante la espiritualización y alegorización de los textos, la desaparición de la idea del reino terrestre. Tenía ya bastante base en algunas indicaciones precedentes. Del Apocalipsis, Dionisio (discípulo de Orígenes, Eusebio 7, 24 y 25) afirma que no se debe entender literalmente. También dice del Apocalipsis que el autor no es el Apóstol Juan, aunque se trata de un autor inspirado.

Jerónimo llama al milenio «fábula judaica». Sin embargo, enumera los autores que lo siguen (cfr. 18 Proemio al Comentario a Isaías).

Agustín se adhirió al principio al milenarismo (25). Pero luego se separó e interpretó alegóricamente el Apocalipsis. El reino es la Iglesia. Sus exégesis no dejan de producir cierta impresión de embrollo, pero expulsaron el milenarismo de la teología. (De civitate Dei)

4.° Despolitización de «Jesús-Mesías». Paralelamente a la espiritualización del Reino, corre por los escritos del Nuevo Testamento la espiritualización del título de «Mesías», título que originariamente (por su significado de Rey) iba contra los romanos. El título llevaba enorme carga política, tanta como Reino. El Mesías era el rey del reino. De proclamarse rey (o Mesías) fue acusado Jesús ante Pilatos (Lc23, 2-3) y fue ese título, como apareció sobre la cruz, la causa principal de la condena a muerte.

El título (con el significado de rey político) se evapora. Se le conserva a Jesús el título de Cristo, traducción griega de Mesías (procedente del ámbito judío), pero ese título se vació de su primer sentido y quedó convertido en un puro nombre (Cristo o Jesús-Cristo). Pero el título Cristo ya no connotaba la destrucción del imperio romano y el restablecimiento del trono de David. Jesús a los ojos de los creyentes no era un Rey. Era el «Hijo de Dios» redentor universal de la humanidad. La muerte que le habían infligido los romanos bajo la acusación de hacerse rey o caudillo de Israel, fue teologizada y convertida en muerte redentora, liberadora del pecado de la humanidad. El proceso de espiritualización y eliminación de connotaciones políticas es manifiesto, como también es fácil de descubrir el tipo de fuerzas o motivaciones que están actuando aquí y que son las propias de la aculturación.

4.2. La motivación de la espiritualización

El aspecto de reivindicaciones judaicas que el reino y el Mesías llevaban consigo, fuera de ser peligroso oficialmente ante el poder romano, no tenía garantías de aceptación entre los gentiles que se convirtieran al cristianismo. Si el movimiento cristiano hubiera quedado confinado en el mundo judío, el título de «Mesías» (con su contenido original), lo mismo que el Reino, hubieran más fácilmente conservado su vigencia. Pero el cristianismo, aceptado dentro del judaísmo por algunos, se desvincula del judaísmo y va a los gentiles. Los futuros nuevos cristianos de procedencia gentil ni participaban ni estaban sensibilizados ni a las esperanzas ni a los odios de los judíos. No execraban al poder romano al que veían como garantía del orden y la paz. No podían vibrar como los judíos con la esperanza de la restauración del reino de Israel. Y era normal que el título de Rey en Jesús (rey del reino davídico restaurado) les dijera muy poco.

En cambio, el reino universalizado y espiritualizado era como para hacer impacto en el ambiente greco-romano, trabajado profundamente, no obstante sus lacras morales (y tal vez a causa de ellas), por una profunda religiosidad y un ansia de redención espiritual. Es normal que los evangelizadores, en un esfuerzo de aculturación, prescindiesen de los aspectos nacionalistas judaicos que nada habían de decir a los romanos, antes más bien los indispondrían, y leyesen en el fondo del mensaje cristiano, para ponerla muy de relieve, la liberación del alma humana de los poderes del pecado y la entrada en el ámbito de una nueva vida divina. Sería en concreto la desaparición de la «Injusticia».

4.3. ¿Fue transformado el cristianismo al pasar al mundo romano?

Ante la explicación que precede se presenta una dificultad que es común a todos los casos de aculturación concretamente dentro de la historia del cristianismo. Al pasar de una cultura a otra y hacer adaptaciones a la nueva cultura, ¿no se dan deformaciones o modificaciones que afectan a la substancia del mensaje, cuando de un mensaje se trata como es el caso que tenemos entre manos? ¿No ha habido un cambio sustancial pasando de reino político a un reino espiritual? No, si se tiene en cuenta el sentido profundo del reino davídico dado y prometido eterno a David.

La finalidad de ese reino, como consta por muchos textos, era para establecer y mantener entre los hombres la justicia perfecta, valor profundamente espiritual. En la esperanza del reino se pueden pues resaltar dos aspectos de diversa importancia, de la esperanza del reino: Uno era el esquema externo de reino político terrestre con un gran contenido de grandeza material; otro era el contenido de la justicia, de las relaciones con Dios y de los hombres entre sí.

Era natural que psicológicamente, y más en tiempo de opresión y sufrimiento, en Israel la esperanza se concentrase prevalentemente en el primer aspecto. También es muy explicable que en una época del Nuevo Testamento, y más en ambiente extrajudaico y romano desinteresado de las esperanzas netamente judaicas, el acento se desplazase hacia el contenido más espiritualista de la justicia (entendida en el amplio sentido bíblico) silenciando otros aspectos como el reino político que no tenía sino la función caduca accidental de ser un esquema externo de la justicia perfecta. Las circunstancias y la aculturación eran condicionantes y la lectura discernitiva jugó un decisivo papel.

5. Epílogo: ¿cumplió o no cumplió Dios la promesa del «reino»?

La dificultad planteada y el intento de solución. La promesa del «Reino» que se la ha seguido en su evolución y en su creciente idealización hasta llegar al utópico reino milenario que ha sido creído firmemente en grandes sectores, no obstante los repetidos fracasos, y se ha creído firmemente la promesa porque se la suponía respaldada por Dios a través de sus intermediarios los profetas, los hombres de Dios, plantea necesariamente una dificultad teológica que está requiriendo un intento de solución. La dificultad, con otras palabras, está en que a lo largo de la Biblia y de la Teología primitiva de los Padres, de la Iglesia, un sector grande tomó literalmente la utopía del «Reino» equivocándose en su interpretación, que fue corregida por interpretaciones sucesivas. Esto supuesto, ¿cómo queda en esta cuestión, y en otras similares, la llamada inerrancia bíblica o ausencia de error, por ser la Biblia «Palabra de Dios»? Intentamos hacer alguna sugerencia de solución, siguiendo las orientaciones de la exégesis actual que sirven para esta cuestión y otras análogas.

5.1. La nueva hermenéutica

La revelación del «Reino de Dios», esa maravillosa realidad espiritual, de la esfera de lo divino en relación con el hombre y cuando Dios la quiso dar a conocer en alguna manera a aquel pueblo primitivo que era Israel recién llegado a estrenar, disfrutar con David y sus sucesores la institución de la monarquía, es obvio que el maravilloso plan salvífico que planea Dios respecto del hombre se presentase, en términos asequibles, al estilo de los reinos humanos como un reino estable, duradero, eterno, magnífico, poderoso, capaz de establecer la justicia perfecta en la nación.

5.2. Lo espiritual y /o material

Lo que se dice del «Reino», vale para el «futuro utópico», típico de toda la Biblia, del que el reino glorioso y eterno no es sino un aspecto. En la promesa del reino había elementos espirituales (la justicia), y había elementos materiales (el reino político, próspero, grandioso). La historia en su desenvolvimiento iría haciéndoles ver a los israelitas que el reino político no era el contenido propiamente de la promesa, sino que el reino político tenía una pura función de expresión de una realidad más profunda, la realidad espiritual que sólo con imágenes materiales podía ser expresada.

Era también obvio que esos elementos que sólo tenían función de conatos bastante inadecuados de expresión de una realidad trascendente, muchos en el AT y también en el Nuevo (v.g. los milenaristas), lo tomaran literalmente como contenido de la promesa. El desenvolvimiento de la historia, trayéndoles fracaso tras fracaso, decepción tras decepción, haría a los verdaderos creyentes replegarse en la realidad profunda. Otros, sin duda, no superaron la decepción y se refugiaron en la increencia.

Respecto a esas promesas utópicas que no se habían visto cumplidas en el sentido literal en que algunos las tomaron, es en lo que se centra la cuestión de la inerrancia bíblica hace poco mencionada. Hay quienes la tienen como promesa falsa, y todas las explicaciones que se den en torno a ellas las rechazan como escapismo de la seria dificultad. Pero están losverdaderos creyentes que aceptan la revelación de Dios tal como Dios ha querido que fuera. Aceptando a Dios, aceptan también en plena fe el misterio con que Dios quiere proceder respecto al hombre.

Tienen el contenido de la utopía que no se ha cumplido (fertilidad paradisíaca de la tierra, establecimiento de la justicia perfecta, reino glorioso y duradero), como la afirmación de una gran verdad defectuosamente expresada por aquellos autores lejanos del antiguo testamento en el proceso de una revelación progresiva.

Sin imágenes, en lenguaje abstracto, pero expresivo, Pablo, en otro estadio de la revelación progresiva, dirá ampliando y adaptando unas palabras de Isaías (64, 6 combinado con Jeremías 3, 16) que «ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni entró jamás en el barrunto de los hombres lo que Dios tiene preparado para los que le aman» (1 Cor 2 9). Donde sea y como sea, Dios cumplirá las maravillas prometidas que sus intérpretes (del AT y del NT) expresaron en terminología utópica. En el Dios que habían experimentado profundamente los autores bíblicos estaba la raíz de la indefectibilidad de la esperanza a pesar de todos los fracasos, y aquí está la perseverancia continua de la utopía. Supuesto el Dios de la misteriosa experiencia vital, un Dios viviente, protagonista, también él, con el hombre, de la historia, un Dios que actúa, que interviene poderosamente para salvar; un Dios que sobre todo ama como lo afirman vigorosamente los autores bíblicos, no puede dejar al hombre lejano de sí, perdido, decepcionado. Si hay creyentes, y también increyentes, unos y otros se pronuncian según la experiencia que tienen del misterioso Dios.

BIBL. — Biblia y fe 59, vol. XX (1994) 5-30. El Reino de Dios (proclamado por jesús) a lo largo del Antiguo Testamento. Studium Ovetense, vol. 178-189 p. 203-225. El fracaso o la esperanza fallida del «Reino» (tal como lo esperaban su repercusión en el cristianismo). Estudios Eclesiásticos, 54 (1979) 471-497. La espiritualización del «Reino» en la línea de «aculturación» del cristianismo dentro del Imperio Romano. Antigüedad Cristiana; Murcia, VII (1990), «Cristianismo y Aculturación» en tiempos del Imperio Romano, p. 73-89. El «utópico reino milenario» en el cristianismo primitivo y sus raíces profundas, Escuela Bíblica de Torre del Mar (Málaga) (1999).

José Alonso Díaz