Redención
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SUMARIO: 0. Redención en el Antiguo Testamento. - 1. Redención en el Nuevo Testamento. - 2. Jesús y la redención. - 3. Redención como juicio. - 4. Redención como justicia. - 5. Redención como liberación. - 6. Redención como reconciliación. - 7. Redención como salvación.


El término redención es uno de los de mayor contenido teológico de la literatura bíblica. El Antiguo Testamento utiliza el vocablo como sinónimo de liberación y salvación. En la mayoría de las ocasiones la redención aparece vinculada a una situación de opresión o cautividad en la que se encuentra sumergido el pueblo. El deseo de liberación y superación de las distintas formas de esclavitud y opresión dieron lugar en el Antiguo Testamento al nacimiento de la teología de la redención según la cual Dios estaba detrás de la liberación del pueblo de sus diferentes situaciones de cautividad.

0. Redención en el Antiguo Testamento

En el Antiguo Testamento la redención como rescate forma parte de la acción liberadora de Yahvéh que tiene sus momentos más destacados en la historia del pueblo hebreo en su liberación de Egipto (Dt 7,8; 13,6) y en el regreso de los israelitas de la cautividad de Babilonia (Is 35,10; 43,1; 44,22-23; Jer 23,7-8).

En la línea de la antigua teología y experiencia de Israel, que ha descubierto la acción de Dios en unos «jueces» (pacificadores) nacionales, Jesús puede y debe presentarse como redentor de la humanidad. En sentido más estricto, redentor es el que compra y libera a un esclavo, pagando por él un precio; redimir significa rescatar lo que estaba enajenado (o perdido), pagando por ello lo que es justo. Tanto en el contexto genérico del antiguo oriente, como en el judaísmo antiguo, se llamaba redentor (goel) al que rescataba a los esclavos para devolverles la libertad, especialmente en la fiesta o tiempo del año sabático y o jubilar.

El tema de la redención y del perdón de las deudas (ofensas) nos sitúa en el centro del año de la remisión (sabático) y del jubilar, que se celebraba cada 7 y 49/50 años. La misma ley exigía que se perdonaran gratuitamente las deudas, de manera que cada israelita alcanzara la libertad y volviera a poseer su heredad, como indican de un modo especial Dt 15 y Lev 25.

1. Redención en el Nuevo Testamento

En el Nuevo Testamento el concepto de redención viene determinado por la figura de Jesús como el redentor por excelencia, el que asume todos los atributos que el verbo tenía en el Antiguo Testamento y lo convierten en su misión y razón de ser. La redención es el objeto y la finalidad de la presencia de Jesús que como Hijo de Dios ha venido a redimir al mundo.

El verbo redimir (en el griego lytroun) y sus derivados aparece en más de una veintena de ocasiones. En casi todas las ocasiones el verbo aparece como sinónimo de salvación y siempre vinculado a la persona de Jesucristo como el prototipo de redentor y el portador de su contenido. De manera especial la muerte y resurrección de Jesús son el punto central de la redención dando el verdadero sentido y significado al término. Jesús muere y con su muerte redime -rescata, libera, salva- a todo el género humano. Esta nueva concepción de la redención da lugar a la teología de la redención cristiana que supera la fase humana de la redención propia del Antiguo Testamento, para convertirse en el punto central y vital de la teología del Nuevo Testamento. La redención de Jesús tiene lugar a través de su pasión, muerte y resurrección. Esto hace que a través de su muerte el término redención adquiera un sentido más personalista, y definitivo ya que la redención, tras la muerte de Jesús, tiene carácter de eternidad. La redención es definitiva y perpetua.

Jesús entrega su vida en rescate y por su muerte nosotros alcanzamos esa redención (Ef 1,7). Porque nos ha rescatado quedamos libres de todos nuestros pecados (Tit 2,14) porque para eso murió por nosotros (1Tim 2,6). El caso es que la redención de Jesús es el eje de su vida y la razón de ser de su existencia. Redención y perdón de los pecados pasan a ser teológicamente sinónimos a la luz de la figura de Jesús. Y su redención es una liberación personal de cada uno de nosotros y de todos en general.

El concepto de redención del Antiguo Testamento tenía un sentido colectivo. La redención venida directamente de Dios que, a través de un liberador, redimía a su pueblo como colectividad. Por el contrario, la redención del Nuevo Testamento mantiene el sentido colectivo de redención de todo el género humano pero adquiere un sentido más personalista e individual a través de la figura de Jesús que entrega su vida en rescate por cada uno de nosotros de forma individual y por quien son perdonados nuestros pecados, también de manera personal. La redención del Antiguo Testamento era el mejor sinónimo de la liberación colectiva. La aportación de Jesús a través de los escritos del Nuevo Testamento convierte esta redención-liberación en redención-salvación de forma personal.

2. Jesús y la redención

La figura de Jesús reflejada a través de los escritos del Nuevo Testamento nos permite establecer cinco categorías vinculadas a la redención en las que su figura es centro y su mensaje objeto que nos permiten caracterizarlo. Juicio, redención, liberación, reconciliación y salvación son las cinco categorías redentoras que ocupan desde hace algún tiempo la atención de los exegetas. Es evidente que no podemos precisar todos los matices, ni plantear los argumentos como se merecen, pero ofrecemos un esquema de conjunto, que servirá de fondo teológico sobre el que viene a situarse el don y exigencia de la redención dentro de la Iglesia. Como seguidores de Jesús, debemos actualizar su figura de redentor, transformando así el modelo del juicio en camino de redención-liberación que lleva a la salvación definitiva, es decir, a la experiencia de la gratuidad y de la vida compartida en la Iglesia -como se pone de manifiesto en la declaración de la Congregación para la Doctrina de la Fe, Libertad cristiana y liberación (1986), la Encíclica de Juan Pablo II, Redemptor Hominis (1979) y el texto del Comité para el Jubileo del año 200, Jesucristo, Salvador del mundo (1997).

3. Redención como juicio

La exégesis de los últimos decenios sigue manteniendo una fuerte controversia en torno al carácter judicial o no judicial del mensaje y vida de Jesús. Se ha dicho y se sigue diciendo que el ministro del Sacramento del Perdón actúa como juez, en representación del Cristo Juez. Por eso es necesario que empecemos presentando el modelo de juicio que está vinculado a Jesucristo. La perspectiva clásica ha pensado que Jesús fue mensajero del juicio de Dios, asumiendo -al menos al principio de su trayectoria- el mensaje de Juan Bautista. El mismo Jesús habría supuesto que los hombres de su pueblo, especialmente los más ricos e influyentes, han desobedecido a Dios, rechazando su ley, de manera que Dios quiere y debe castigarles. En esta línea, se vuelve necesaria la visión de un Mesías juez: Dios vela por su honor, celosamente sanciona a los humanos por los males que han cometido; como representante del juicio de Dios ha de actuar su Mesías. Ciertamente, suele añadirse que el evangelio incluye otros aspectos, pero en su base seguiría estando la justicia de Dios, tal como lo avala el mismo Credo cuando dice que Cristo "ha de venir a juzgar a vivos y muertos".

Una nueva exégesis, que vincula el mensaje de Jesús al de Pablo -justificación del pecador-, reinterpreta el evangelio como gratuidad, afirmando que Jesús -a diferencia de Juan Bautista- fue mensajero de la gracia de Dios y no del juicio. Sólo en esta línea se entiende su vida, su anuncio de reino, su forma de relacionarse con los pecadores y expulsados del sistema: no vino a ponerles ante la amenaza del. juicio, sino a ofrecerles -a través de gestos y palabras- el perdón incondicional, la total solidaridad ante el reino. Jesús no fue profeta escatológico del juicio divino, mensajero de castigo, sino Mesías del reino, portador de la gracia del Padre. Ciertamente, anunció el juicio, pero no para los pecadores (publicanos, prostitutas, leprosos, enfermos, expulsados...), sino para aquellos que rechazan el perdón. Eso significa que, para Jesús, Dios es sólo perdón-redención, de tal forma que sólo aquellos que no aceptan ese perdón (que no reciben en amor y concordia a los pecadores) se destruyen a sí mismos, quedando en manos de un juicio, que no proviene de Dios, sino de ellos mismos. En esta perspectiva se sitúa nuestra interpretación redentora del evangelio.

Este perdón o gracia fundante de Jesús no es un simple sentimentalismo, ni evasión de la realidad, ni desinterés por los males del mundo, ni ingenuidad social(como han pensado algunos exegetas judíos como: J. Klausner y G. Vermes), sino expresión de su compromiso activo y fuerte en favor de los expulsados de la sociedad. El perdón no es algo que viene después, cuando el pecador se ha arrepentido y cambiado, sino punto de partida: don previo de Dios. Jesús no perdona y redime a los pecadores porque han hecho penitencia, sino porque Dios es gracia creadora. Desaparece así todo resquicio de talión, toda idea de venganza. La transcendencia radical de Dios se expresa a modo de perdón y redención. Si se permite este lenguaje paradójico, el juicio y venganza de Dios se expresa en forma de perdón incondicional. Desaparecen los elementos penitenciales, propios de cierta apocalíptica judía, cesan los terrores de la venganza... Emerge y se expresa el amor redentor (que es el perdón) como evangelio que se encarna en la vida de Jesús. Ciertamente, él sabe que en un plano sigue habiendo juicio de castigo, pero ese castigo ya no viene de Dios, sino de los propios humanos que rechazan el perdón de Dios y de esa forma quedan en manos de su propia violencia, de la venganza del mundo, que responde al delito con venganza y al pecado con castigo.

4. Redención como justicia

Como hemos indicado al hablar del título anterior, Jesús se ha presentado como mensajero de un juicio de Dios que se realiza en forma de perdón y absoluta gratuidad. No ha venido a pedir cuentas a los pecadores, sino a ofrecerles el jubileo supremo de la libertad y del perdón, entendidos como gracia del amor de Dios. Pues bien, siguiendo en esa línea, descubrimos que él mismo se ha presentado como redentor en forma de continuación de la tradición sabática y jubilar de Israel: ha venido a rescatar lo que estaba perdido, ofreciendo dignidad y esperanza a los humanos que se hallaban dominados por el miedo de la muerte, sometidos al poder de la violencia, en manos de potencias diabólicas. Desde ese fondo se entiende su gran proclamación jubilar de perdón y gozo, de libertad y despliegue de la vida, según Lc 4, 18-19 y Mt 11, 5-6 par.

La redención implica entrega de la propia vida. Conforme a la visión del Antiguo Testamento, el redentor no exige que los redimidos hagan penitencia, sino todo lo contrario: él mismo paga lo que deben, ofreciendo el precio del rescate. Así aparece Jesús: no exige a los hombres que paguen la deuda que tienen con Dios, sino que les ofrece el amor y la vida gratuita de Dios, pagando por ellos el rescate de su propia vida. E/ juez en cuanto tal no paga: dicta desde arriba la sentencia y exige que cada uno pague lo que debe. Pero Jesús no es juez sino redentor; por eso paga él mismo lo que deben los humanos: da lo que es, regala lo que tiene, para redimir así a los demás (a los pecadores). Esto es lo que ha hecho Jesús, invirtiendo todos los principios de talión y justicia de este mundo.

Ciertamente, la redención puede convertirse en gesto esclavizador, allí donde alguien se complace en perdonar la vida a los demás, quedando así por encima de ellos. Pues bien, Jesús actúa de otra forma: no va perdonando a los pecadores en gesto de superioridad, sino de amor gratuito, no exigente, no impositivo. No perdona para humillar, sino para ayudarles a vivir en gozo, a celebrar la libertad. Así nos ha redimido Jesús, en gesto de amor gratuito, para que podamos realizarnos como humanos. De esa forma nos ha rescatado del poder de la muerte, abriendo para nosotros un camino de esperanza. Gratuitamente lo ha hecho, sin pasarnos por ello la cuenta, sin exigir nada, ni humillarnos diciendo "he sido yo quien os ha dado la vida, me lo debéis agradecer". Por amor lo ha hecho, porque así lo ha querido, porque nos ha querido, sin obligarnos a nada, simplemente porque desea que vivamos en gozo y abundancia. De esa forma ha invertido la visión normal de la sacralidad: no somos nosotros quienes tenemos que servir a Dios, es Dios quien nos sirve en el Cristo, es el Hijo de Diosquien ha muerto para que nosotros vivamos, se ha perdido para que podamos encontrarnos.

5. Redención como liberación

El perdón redentor ha de expandirse y expresarse en un signo y tarea de liberación. Jesús no se contenta con "pagar" por nosotros, asumiendo nuestras deudas, cargando con nuestras culpas o responsabilidades, sino que hace más: quiere llevarnos al lugar donde nosotros, especialmente los oprimidos y humillados, podamos desarrollar nuestra vida en libertad, superando la violencia y el miedo de la muerte... Cristo ha "pagado" por nosotros, no para que así quedemos sin tarea, sino para que podamos asumir la más alta tarea de vivir en libertad.

La redención no es don externo, gracia que se nos imputa desde fuera, como una amnistía que nos dan, sin que por ella (a partir de ella) tengamos que hacer nada. Al contrario: siendo totalmente gratuito, el perdón y redención se vuelve para nosotros principio de creatividad: nos libera para que podamos vivir en libertad. De esa forma, el mismo perdón recibido nos conduce a la conversión, que puede incluir un elemento de arrepentimiento, e incluso algún gesto penitencial, pero que se expresa básicamente en forma de nuevo nacimiento, de vida liberada para el amor. La redención se vuelve así liberación: Jesús nos ha "rescatado" de la ira y del pecado no para tenernos luego sometidos, como esclavos para su servicio, sino para que podamos asumir en plenitud la tarea de la vida, ser nosotros mismos, en madurez. Nos redime sin imponer o exigir nada, pero ofreciéndonos una capacidad nueva y más alta de amor, abierto hacia los otros. De esa forma culmina el camino sabático y jubilar del Antiguo Testamento (Ex 20,22-23): la redención de las deudas se expandía y expresaba en la liberación de los esclavos, pues sólo un hombre sin deudas puede vivir verdaderamente en libertad (Dt 15, 1-18). El perdón de Cristo es liberador. No sirve para imponerse sobre los demás, no es principio de nueva ley religiosa, sino fuente de gozo, manantial de autonomía creadora, pues supera la ley religiosa que tenía a los hombres oprimidos, dejándoles en manos de su propia creatividad. El perdón liberador es, al mismo tiempo, exigente, pero no por ley, sino por gracia. Quien asume la gracia del perdón y de su redención y vive en libertad no puede echar las culpas a los otros, ni descargar su responsabilidad sobre ellos, sino que ha de reconocer su propia tarea humana, personal y social. Eso significa que Jesús ha dejado que los mismos hombres (cristianos) asuman y desplieguen un camino de autonomía creadora sobre el mundo. Redimir no es resguardar, tener a los demás bien protegidos, sino ofrecerles un camino de madurez. El Dios de Cristo no ha querido redimirnos para que sigamos siendo dependientes, de manera que tengamos que estarle siempre agradecidos por sus dones, sino que lo ha hecho para que seamos precisamente independientes, para que podamos expandir por el mundo la gracia de la libertad.

6. Redención como reconciliación

Los momentos anteriores (justicia, redención y liberación) culminan y se expresan en la reconciliación o comunión amistosa entre los fieles redimidos, y entre todos los hombres. No pueden dividirse y distinguirse dentro de la Iglesia dos tipos de personas: por un lado los que redimen, por otro los redimidos. Todos los cristianos redimen, todos son redimidos. Redención y liberación sólo son verdaderas allí donde suscitan un encuentro amistoso, creador, entre redentores y redimidos, que se vinculan mutuamente y de esa forma empiezan a ser hermanos.

Jesús nos ha redimido haciéndose "Propiciación" por nuestros pecados (Rom 3,24-25). Los ha hecho propios, y, en vez de condenarnos por ellos, nos ha ofrecido su amistad, la amistad de un Dios, que nos ha amado en Jesús de tal manera que nos ha dado en él toda su vida, el don entero de su gracia: no lo ha reservado de un modo egoísta, no se ha reservado nada para sí, sino que ha querido entregarse (entregar a Jesús) por nosotros, para que podamos vivir en su amistad (cf. Rom 8,32).

La reconciliación es tarea y gracia doble: tarea de Dios, que la ha iniciado y la realiza en Cristo; tarea humana, que nos lleva, más allá de la pura redención y la libertad, al gozo fuerte del encuentro de amor entre los humanos. Lógicamente, los cristianos, que hemos conocido y aceptado la gracia de Cristo, debemos convertirnos en ministros de reconciliación, testigos y portadores de una redención que se expande hacia todos los humanos. Esta reconciliación de Cristo es gesto compartido del conjunto de la Iglesia. No podemos empezar diciendo a los demás que se reconcilien con nosotros (haciéndose así nuestros servidores), sino que debemos iniciar nosotros el camino de la reconciliación. Jesús nos ha hecho embajadores o ministros de reconciliación; eso significa que debemos regalar nuestra vida a los demás, para que ellos puedan recibir y desplegar la suya, superando toda imposición de unos sobre otros.

7. Redención como salvación

Los elementos anteriores culminan y pueden condensarse en la salvación, entendida como salud completa, vida desbordante. Ciertamente, la salvación cristiana es un misterio, don supremo de Dios que nos regala en Jesús su misma vida divina; de esa forma nos eleva del abatimiento en que estábamos, ofreciéndonos su propia fecundidad, haciéndonos hijos en su propio Hijo Jesucristo. La salvación consiste en recibir y desplegar la vida de Dios. Pues bien, dando un paso más, podemos y debemos afirmar que la verdadera salvación consiste en el despliegue de nuestra propia existencia de redimidos, en libertad, culminando así el camino comenzado por la redención. De esta forma, la reconciliación se vuelve salvación: vivir en amistad con Dios, abrirse en gesto de amistad hacia todos los hermanos. Así podemos afirmar que Dios nos ha ofrecido en Cristo la «salud» de cuerpo y alma, la gracia de la vida personal y comunitaria para que podamos expresarnos en gozo y libertad, en esperanza y comunión, sobre la tierra, sin opresión de unos sobre otros, sin miedo a la condena. Esta salvación tiene un elemento histórico: ella se expresa en la salud interior y exterior, en el amor mutuo y el pan compartido, en la palabra dialogada y en la casa de la fraternidad. Ella tiene, dentro de la Iglesia, un carácter sacramental, que se vincula a los grandes momentos de la vida humana: bautismo o nacimiento a la gracia; eucaristía o pan compartido en Cristo; matrimonio o celebración del amor mutuo; etc. -->sacrificio; pasión y muerte; redentor.

BIBL. - G. C. CHIRICHIGNO, Debt-Slavery in Israel and the Ancient Near East, JSOT SupSer 141, Scheffield 1993; O. GONZÁLEZ DE CARDEDAL, jesús de Nazaret. Aproximación a la cristología, BAC, Madrid 1975; O. GONZÁLEZ DE CARDEDAL, La entraña del Cristianismo, Sec. Trinitario, Salamanca 1997; O. GONZÁLEZ DE CARDEDAL, "Jesucristo redentor del hombre", EstTrin 20 (1986) 313-396; W. MUNDLE - J. SCHNEIDER, Redención: DTNT 4, 54-68; B. SESBOÜE, jesucristo, el único Mediador. Ensayo sobre la redención y la salvación 1-11, Secretariado Trinitario, Salamanca 1990-1991.

Jaime Vazquez Allegue