Perdón de los pecados
DJN
 

Un dato significativo sorprende a quien lee los evangelios Sinópticos: Jesús habla muy poco del pecado. Pero sorprende aún más que siempre habla de perdón; por ejemplo, en la curación del paralítico (Mc 2, 5-10; Mt 9, 1-8; Lc 5, 17-26), en la escena de la pecadora que unge los pies de Jesús (Lc 7, 36-50); el perdón es una necesidad ineludible para los hombres, que puede siempre obtenerse en la oración, con tal de estar dispuesto a perdonar a los otros (Mt 6, 12, 14s; Mc 11, 25; Lc 11, 4). La razón profunda nos la da S. Juan: «Tanto amó Dios al mundo que le entrega a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para condenarlo, sino para que se salve por él» (3, 16-17).

1) Las palabras más usadas en los evangelios para indicar el perdón de los pecados son: «afiemi» (hacer ir, dejar ir, permitir, soltar, perdonar); y «afesis» (remisión, liberación, perdón). El término tiene una variedad indefinida de significados: dejar libre, despachar, emitir, abandonar (Mc 1, 20; 10, 28); dejar atrás, abandonar (Mt 5, 24); dejar en paz, dejar hacer (Mc 11, 6); permitir, conceder (Mc 1, 34). «Afesis» significa casi siempre «perdón» (de Dios), la mayor parte de las veces unido a «amartion» (pecados), gentivo objetivo (Mc 1, 4; Mt 26, 28; Lc 1, 77; 24, 47). Un elemento importante que lo distingue del perdón en el Antiguo Testamento y en el judaísmo es que la comunidad cristiana tiene conciencia de haber recibido el perdón ofrecido por Dios a los hombres mediante la salvación realizada por Jesús. Ella anuncia que Jesús mismo ha dado este perdón (Mc 2, 5s) y así ella posee el perdón y da el perdón en el nombre de él (Lc 24, 47), especialmente en el bautismo (Mc 1, 4) y en la celebración eucarística (Mt 26, 26ss).

2) ¿Puede probarse que Jesús explícitamente perdonó a los pecadores? Una respuesta clara y definida es imposible, por la peculiar naturaleza del material evangélico. Lo que sí puede afirmarse es que el perdón aparece en estrecha relación con la muerte de Jesús (Mc 10, 44; Jn 3, 16); «Cordero de Dios que quitas el pecado» (Jn 1, 29...). Los evangelios no solamente proclaman el perdón, sino que Jesús aparece como quien tiene poder de perdonar los pecados, poder semejante al de Dios. De este modo todo lo concerniente al perdón converge en Jesucristo. Gracias a él se tiene la seguridad de que todo pecado será perdonado a los hombres. Cuestión especial del pecado contra el espíritu santo (Mt 12, 31). Sin embargo, según Mt 3, 1-6, al bautismo de Juan se le niega el efecto de perdonar los pecados. Vinculando la tradición de la Cena del Señor, procedente de Mc 14, 24, con la fórmula derivada de la tradición del Bautista, surgió una expresión que recuerda el ritual de la ofrenda por el pecado (Lev 4 y 5). Así como el sacerdote hace expiación mediante la realización del sacrificio, de tal manera que Yahvé concede el perdón a quien ofrece el sacrificio, así también Jesús realiza la expiación mediante su muerte cruenta en la cruz, una expiación que obra el perdón. Mateo reconoce en la «afesis amartion» el acto salvífico de Jesús por excelencia. La palabra del ángel en Mt 1, 2 interpreta ya el nombre de Jesús (aludiendo al Salmo 130, 8) como referido a la redención (sozo) que salva de los pecados» (H. Leroy, DENT).

3) Textos paradigmáticos: Citamos algunos textos paradigmáticos en los cuales se pone de relieve el poder de Jesús para perdonar los pecados y al mismo tiempo la permanencia de ese poder en el seno de la comunidad cristiana:

a) Curación del paralítico (Mt 9, 1-8; Lc 5, 17-26; Mc 2, 12). El episodio se divide en tres fases: Presentación del paralítico ante Jesús. Jesús otorga el perdón de los pecados. Realiza la curación del menesteroso para probar que posee el poder de perdonar: relaciona el poder de curar con el perdonar los pecados. La interpretación del episodio en su conjunto presenta a Jesús como «Hijo del hombre», el enviado de Dios, capaz de realizar lo que normalmente sólo se puede atribuir a Dios: «¿Quién puede perdonar los pecados fuera de Dios?». El poder del «Hijo del hombre se define como fuerza, autoridad para perdonar» (28, 18). En mutua correspondencia se pide la fe, la segura confianza de que ese poder tiene efecto positivo. Marcos y Lucas, como Mateo, concluyen destacando la impresión de la multitud (Mc 12, 12s; Lc 5,26). Esa impresión es de sorpresa, de extrañeza, de estupefacción. Se extrañan porque no comprenden. Mateo no habla de extrañeza, porque las gentes han comprendido el sentido profundo del hecho («Al ver esto, las muchedumbres quedaron sobrecogidas de temor y glorificaban a Dios, por haber concedido tal poder a los hombres»). La lección es ésta: poco importa que los contemporáneos no comprendan, lo que interesa es que los cristianos comprendan. Marcos y Lucas dicen que hay extrañeza, porque nunca han visto cosa igual. En Mateo el motivo de la extrañeza es el «poder» que Dios ha dado a los hombres.

Véase el aspecto estructural: el poder sobre los pecados es sólo de Dios; este poder se lo concede al Hijo; un poder que pertenece a Dios solo se lo ha dado a los hombres a través del Hijo, el hombre por excelencia; ese poder se ejerce «en la tierra» (los tres evangelistas anotan este interesante detalle). Mateo es un evangelista cristiano que escribe para cristianos. La comunidad cristiana debe dar gracias a Dios por el poder que, dado a Jesús en calidad de Hijo de hombre, permanece presente en la Iglesia en los hombres a los que Jesús ha comunicado su poder.

La formulación de 9, 8 en función de las preocupaciones cristianas que caracterizan a Mateo y se manifiestan particularmente en el interés que el evangelista da a los poderes conferidos por Jesús a sus apóstoles (Cfr. Mt 28, 18). Al curar a un enfermo y perdonarle sus pecados, Jesús realiza la misión para la que ha sido enviado (Lc 4, 18).

b) Lc 24, 46-48: El perdón de los pecados se vincula con la predicación del arrepentimiento. La condición fundamental para que se realice el perdón es la conversión (Mc 1, 4 par). Convertirse no es sólo «volverse», sino más bien «regresar». El verbo griego «epistrefein» supone un movimiento: es la imagen de un hombre que desanda el camino. Supone un cambio de orientación en toda la manera de vivir, de ponerse en camino hacia. Arrepentirse es volverse en la fe hacia el Señor, un volverse, un desandar el camino, a lo que el mismo Señor responde con la «afesis», el perdón. Tanto en 5, 17-26 como en 7, 36-50 (material propio de Lucas) el evangelista nos dice que el poder de Jesús se hace eficaz en el ámbito de la fe y libera al hombre para la salvación. «Lo que se realizó inmediatamente en el tiempo de Jesús, se experimenta ahora en el tiempo de la Iglesia en el plano del «kerigma».

c) Jn 20, 21-23: El perdón aparece como un don de pascua del Resucitado. Véase lo dicho en el artículo «Atar y desatar». El problema del significado ha dividido a los cristianos hasta nuestros días y probablemente es imposible situar la disputa sobre fundamentos puramente exegéticos, porque algunos de los presupuestos reflejan en unos y otros intereses postbíblicos. Lo cierto es que a la comunidad se le da la autoridad para perdonar, como participación en la misión de Jesús, una participación que se manifiesta en el hecho de ser hecha partícipe del Pneuma» (H. Leroy, DENT, p. 549). Juan no nos dice cómo y por quién este poder era ejercido en la comunidad para la que escribe, pero el hecho de que lo menciona indica que era ejercido. «Exegéticamente uno puede apelar a Juan 20, 23 con la seguridad de que el poder de perdonar ha sido conferido; pero uno no puede apelar a este texto como prueba de que el modo con que una comunidad particular ejerce este poder no está conforme con la Escritura» (R. E. BROWN, El Evangelio según Juan, 1350-1353). El perdón se ejerce; el modo o los modos como ese perdón se ejerce puede/n ser variado/s y cambiante/s. -> pecado; pecadores.

BIBL. — H. LEROY, «Perdonar, perdón» Diccionario exegético del Nuevo Testamento (DENT), vol., Salamanca, 1996, 544-549; J. A. FITZMYER, El Evangelio de Lucas (1-8, 21), Madrid, 1987; R. E. BROWN, El Evangelio según luan (XIII-XXI), Madrid, 1979; X. LEÓN-DUFOUR (Jn 18-21), Lectura del Evangelio de luan, Vol IV, Salamanca, 1998.

Carlos de Villapadierna