Paz
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La paz es uno de los rasgos característicos de la vida y misión Jesús, el rey pacífico o príncipe de la paz. De modo especial el evangelio de Lucas pone de relieve ya desde el mismo comienzo de la obra (cfr. Lc 1, 79; 2, 14. 29) y como quiere subrayar la narración evangélica de la entrada en Jerusalén en Mt 21, 2-5 y menos explícitamente en Mc 11, 1-10; Lc 19, 28-40 y Jn 12, 14-15 con el simbolismo del pollino.

La paz en la tradición veterotestamentaria era una forma abreviada de designar la felicidad humana y aun todos los bienes materiales y espirituales; estaba unida con la justicia (vg. Sal 85, 11; Is 60, 17); Dios es Dios de paz que la da como don suyo, sobre todo la paz mesiánica escatológica (vg. Is 9, 1-6; 11, 1-9; 57, 19; 66, 12-14; Mi 5, 1-4...). De esta forma la paz llega a ser sinónimo de salvación.

Jesús empalma con esta tradición y la perfecciona. Toda la actividad de Jesús va en la línea de promover la paz entre los seres humanos. La expulsión de demonios/espíritus impuros produce un estado de paz y tranquilidad en las personas sanadas (cfr. vg. Mc 5, 15; Lc 8, 35).

Ello aparece claramente en las repetidas veces que Jesús desea la paz a quienes le rodean (Mc 5, 34; Lc 7, 50; 8, 48; 14, 32; cfr. Mt 10-13; Lc 10, 5-6). Evidentemente este deseo era normal y hasta convencional entre los judíos de entonces y de otros tiempos y lugares, igual que entre los hablantes de árabe, pero en boca de Jesús la paz parece adquirir un significado especial. Así cuando la desea en primer lugar la crea; con ella despide a la hemorroísa (Mc 5, 21; Lc 8, 48) a la que ha dado la salud, signo de la salvación del Reino y de igual modo a la pecadora perdonada (Lc 7, 30). La fe salva y produce la paz.

Lo cual no significa que Jesús no asuma actitudes serias y aun fuertes cuando es preciso y necesario para la realización del Reino en este mundo. La expulsión de los mercaderes del Templo (Mc 11, 15ss. y par.), sus enfrentamientos, discusiones y reprensiones con quienes aparecen en los evangelios como adversarios del Reino van en esta misma línea. A veces también encontramos alguna acción simbólica como la maldición a la higuera (Mc 11, 12-14 y par.) manifiesta que la paz predicada y realizada por Jesús es algo más que aceptación acrítica y fácil de cualquier situación y actitud.

En su predicación la paz también ocupa un lugar destacado. Los pacíficos, mejor, los hacedores de paz son proclamados bienaventurados (Mt 5, 9).

También los discípulos de Jesús en su anuncio del Reino y de la salvación transmiten la paz a quienes aceptan su mensaje (Mt 10, 13; Lc 10, 5-6).

La paz de Jesús es mucho más que mera ausencia de guerra. Y va más allá de la no violencia entre los seres humanos, aunque la incluya. Es paz interior, con Dios, con uno mismo, con el mundo.

Sin embargo esta paz, compendio y cifra de la salvación no es irenismo, tal como ha aparecido más arriba. Jesús no ha venido la traer la paz sino la guerra (Mt 10, 34-36; Lc 12, 51-53). Porque tomarse en serio el Reino y sus exigencias puede comportar dificultades, inclusive con quienes creemos cercanos. La paz de Jesús es también interpelación a la falsa paz y seguridad engañosa; de hecho acompañará al juicio definitivo (cfr. Mt 24, 37-44; Lc 17, 26-36).

La paz para los seres humanos es fruto de la presencia y acción de Jesús (Lc 2, 14) y del Reino de Dios en la tierra.

Como es obvio es el acontecimiento pascual lo que instaura definitivamente la paz. La paz de después de la Resurrección adquiere así un significado simbólico muy particular (cfr. Lc 24, 36; Jn 20, 21. 26).

Federico Pastor