Pastor
DJN
 

La importancia de la agricultura y la ganadería en todas las épocas que abarca la literatura bíblica explica suficientemente que el pastoreo haya sido fuente permanente de inspiración para expresar muchos aspectos de la vida de Israel; entre ellos se cuentan los que tocaban a las relaciones de los distintos dirigentes y, muy especialmente, de Dios con su pueblo: tanto a aquéllos como a éste se les aplica con frecuencia el título de "pastor", mientras que al pueblo se le contempla como "el rebaño", "las ovejas", sobre todo de Dios. En el recurso a éstas y otras imágenes del mundo pastoril, llama la atención que, frente a lo que ocurre en los otros pueblos del entorno geográfico y cultural de Israel, nunca se llama "pastor" al "rey" en funciones; sólo de "mi siervo David", representación del Mesías futuro, dice abiertamente el mismo Dios que apacentará y será pastor de sus ovejas, es decir, del pueblo de Israel (Ez 34, 23s). El contexto de esta afirmación es altamente significativo en dos sentidos: en primer lugar porque sigue a una fuerte y larguísima crítica de Dios a los distintos dirigentes de su pueblo, a quienes se había presentado repetidamente como pastores (Ez 34, 1-8); en segundo lugar, porque, en relación estrechísima con esta crítica y como consecuencia de ella, Dios promete cuidarse él mismo de sus ovejas, buscarlas, congregarlas, apacentarlas (34, 9-31). En este contexto, el pastoreo del Mesías futuro aparece precisamente como expresión concreta de aquel cuidado asumido por el mismo Dios en favor de su pueblo; lo cual significa que el Mesías actúa en nombre de Dios, como representante suyo o, al menos, como instrumento eficaz del pastoreo de Dios sobre el pueblo.

Sobre este telón de fondo del uso de la imagen del "pastor" en el AT hay que leer los textos del NT en los que aquélla se hace presente. Muy pocos de entre ellos la usan en referencia a los dirigentes de la comunidad, a quienes sin embargo se les llama explícitamente "pastores" (Hech 20, 28; Ef 4, 11; 1 Ped 2, 25) y cuya tarea se describe mediante el verbo "pastorear" (Jn 21, 16). En todos estos casos, la función de los pastores se considera en relación estrecha con la que ejerce el que es Pastor y guardián de las almas (1 Ped 2, 25), Pastor supremo (Heb 13, 20; 1 Ped 5, 4), dueño único de las ovejas (Jn 21, 15-19). Mucho más significativos son los textos en que se recurre a la imagen del "pastor" para hablar de Dios o de Jesucristo. A Dios, pastor de las ovejas, se refiere sin duda la parábola de la oveja perdida, que Lucas ha recogido entre las llamadas parábolas de la misericordia (Lc 15, 3-7); conviene señalar, con todo, que en este caso no importa tanto la imagen en sí misma cuanto sus contenidos: Dios, a quien no se llama pastor directamente, se comporta con los pecadores como un pastor a quien se le perdiera una de las cien ovejas de su posesión; es decir, deja a las otras 99 en el páramo y va a buscar a la que se había perdido, gozando enormemente y compartiendo su gozo cuando la encuentra; de acuerdo con esta actitud de Dios, Jesús acogía a los pecadores y comía con ellos (Lc 15, 2). No es extraño que también a Jesús se le aplique la imagen del pastor; los textos correspondientes aparecen tanto en los Sinópticos como en el cuarto Evangelio: en aquéllos, la imagen influye indirectamente en la imagen del Jesús compasivo que congrega al pueblo, al que contempla como "ovejas sin pastor" (Mc 6, 34=9, 36). Con la misma idea de la reunión del pueblo tiene que ver también el segundo texto sinóptico modulado de algún modo sobre la imagen bíblica del pastor aplicada a Jesús; pero en este caso la congregación del rebaño adquiere una dimensión más universal ("todas las naciones") y se concreta en un juicio de separación entre las ovejas y las cabras, determinado -el juicio y su resultado de castigo perpetuo o de vida eterna- por el comportamiento respectivo con los hermanos necesitados, a quienes Jesús identifica como sus "humildes hermanos" (Mt 25, 31-46).

El punto culminante del recurso a la imagen del pastor en el NT se alcanza sin duda alguna en el largo pasaje de Jn 10, 1-18 y, más en particular, en la llamada alegoría del Buen Pastor (Jn 10, 11-18). En el conjunto del pasaje es fácil distinguir tres momentos, en los que, sin aparente sucesión de continuidad, se van utilizando distintos elementos del pastoreo para presentar otros tantos aspectos de la misión de Jesús y, sobre todo, de su relación con los creyentes: en el primer momento se establece una oposición entre el ladrón, que entra en el redil saltando la verja, y el pastor, que utiliza la puerta de entrada (10, 1-5); en el segundo, Jesús se presenta como "puerta" de las ovejas (10, 7-10); sobre la base de la consideración indirecta de Jesús como propietario y, tangencialmente, como pastor de las ovejas (10, 2), el tercer momento de este conjunto literario inicia con una solemne afirmación del Maestro, que dice de sí mismo: "Yo soy el Buen Pastor" (10, 11 a). Esta condición se concreta antes que nada -y aquí la oposición toca al mercenario o pastor asalariado y al que lo es libremente (10, 17-18)-en la entrega voluntaria de la propia vida por las ovejas (10, l l b-13.15b); en estrecha relación con esta expresión extrema e inusitada de amor por las ovejas y como presupuesto de la misma, el título de Buen Pastor, que Jesús vuelve a aplicarse (10, 14), se funda en el conocimiento recíproco entre él y sus ovejas y cuyo carácter especial está determinado por el modelo del conocimiento entre Jesús y su Padre (10, 14b-15a). El alcance universal del pastoreo de Jesús que descubríamos en el uso de la imagen del pastor en Mt 25 vuelve a hacerse presente en la alegoría joánica; frente a lo que ocurría en el texto de Mateo, en el pasaje de Juan dicho alcance sólo se considera en su aspecto positivo: el Buen Pastor que es Jesús reconoce como suyas a otras ovejas que actualmente no forman parte de su rebaño; con su pastoreo y la consiguiente docilidad de tales ovejas a la voz de Jesús, éstas entrarán en el único rebaño que pastoreará él como único pastor (10, 18).

Juan Miguel Díaz Rodelas