Palabras «escandalosas» de Jesús
DJN
 

SUMARIO: 1. Una clarificación terminológica.-2. El escándalo de Jesús. - 3. Palabras escandalosas: a) Muchos son los llamados, mas pocos los escogidos; b) Mas de aquel día y hora nadie sabe nada ni los ángeles ni el Hijo (Mc 14, 32); c) Si alguien viene a mí, y no odia a su padre, a su madre, a su mujer, a sus hijos... y hasta su propia vida, no puede ser discípulo mío (Lc 14, 26); d) Los publicanos y las prostitutas os llevan la delantera en el reino de Dios (Mt 21, 31); e) No penséis que he venido a traer paz a la tierra. No he venido a traer a la tierra paz, sino guerra (Mt 10, 34); f) Deja que los muertos entierren a sus muertos (Mt 8, 22-); g) No he venido a llamar a justos, sino a pecadores (Mc 2, 17); h) Allí será el llanto y el rechinar de dientes; i) Al que te abofetee en la mejilla derecha, preséntale también la otra (Mt 5, 39); j) Es más fácil que pase un camello por el ojo de una aguja que el que un rico entre en el reino de Dios (Mc 10, 25); k) Dios mío, Dios mío, ¿Por qué me has abandonado? (Mc 15, 34); l) Al que tenga se le dará, y al que no, aun lo que tenga, se le quitará (Mc 4, 24); m) Si tu mano te es ocasión de pecado, córtatela...; si tu pie es ocasión de pecado, córtatelo...; si tu ojo es ocasión de pecado, sácatelo (Mc 9, 43-48).


Los evangelios nos transmiten algunos dichos (logia) de Jesús que no dejaron de suscitar perplejidad, disgusto y desasosiego en los oyentes de entonces, y que continúan impactando y sorprendiendo a los lectores de hoy.

Nuestro propósito es acercarnos a esas palabras y facilitar su comprensión, rescatándolas de un literalismo rígido e insertándolas en el dinamismo del lenguaje de Jesús, descubriendo sus contextos redaccionales y, si es posible, los originales, demostrando cómo el mensaje de Jesús, aún en sus formas más chocantes y paradójicas, es enormemente coherente: es buena noticia y nueva noticia.

1. Una clarificación terminológica

Hablamos de palabras «escandalosas»; y no estará de más una precisión sobre su significado. Proveniente del griego «skandalon», la palabra escándalo tiene el significado original de trampa, obstáculo colocado en el camino que hace tropezar. Así el NT hablará de «piedra de escándalo» (1 Pe 2, 8). Posteriormente el término se cargó de resonancias moralizantes, pasando a designar comportamientos irresponsables que pueden inducir a la desviación de otras personas (Mt 8, 6ss); aunque puede darse también el escándalo farisaico, el de aquellos que se escandalizan por su propia inmadurez o incapacidad y obstinación para interpretar la realidad.

2. El escándalo de Jesús

El NT pone de relieve el aspecto escandaloso de Jesús, de su persona y desu mensaje. Ya el anciano Simeón en su vaticinio a María presenta a Jesús como «puesto para caída —skandalon— de muchos» (Lc 2, 34), como bandera discutida. Y, posteriormente, en su ministerio público se escandalizarán de él sus paisanos (Mt 13, 57), los fariseos (Mt 15, 12) y hasta los discípulos (Mt 26, 31), y los incrédulos en general (1 Pe 2, 7-8). Pero el «escándalo de Jesús» no sólo es resultado de un enfrentamiento, de una lucha entre dos concepciones opuestas dentro del judaísmo de aquel tiempo respecto de algunas cuestiones como el mesianismo, la ley o el templo, ni es reductible a eso. Reside en su persona y en su mensaje; en el Dios que anuncia y en el Dios que encarna, en el evangelio que es y proclama. Se trata del «escándalo Jesús». Y ese «escándalo Jesús» persiste en la predicación de ese evangelio; es inevitable en una humanidad que no sabe gloriarse más que en sí misma y en sus éxitos, y está motivado, en última instancia, por la cruz, «escándalo para los judíos y locura para los griegos» (1 Cor 1, 23), que hace vanas toda autosuficiencia y sabiduría humanas. Este irritante «escándalo» acompañará siempre al evangelio. El «no ser de este mundo» necesariamente tiene que producir un impacto permanente y conflictivo en este mundo. Ante la embajada del Bautista, inquiriendo por la identidad mesiánica de Jesús» (Mt 11, 2-3), éste pronunció una bienaventuranza significativa: «Bienaventurado quien no se escandalice por mí» (Mt 11, 6). Pero eso será sólo posible desde una actitud de conversión y acogida de la sorpresa, de la novedad, del proyecto que él y en él nos trae. Porque escandalizarse de Jesús es lo más natural, ya que rompió y rompe muchos esquemas, incluso religiosos, y, en ese sentido, sería positivo el escándalo inicial. Superar ese escándalo inicial es el paso adelante que da el cristiano, reconociendo en Jesús y en su evangelio la sabiduría, el poder, el amor, la salvación de Dios, es decir, reconociendo que en él el reino de Dios ha llegado a nosotros.

En su lenguaje Jesús fue impactante. No era de los que adormecía sino de los que entusiasmaba al auditorio (Mc 1, 27-28; Lc 11, 27) e inquietaba a los responsables de la ortodoxia religiosa y del poder (Mc 3, 6). Repetidamente se nos conserva la advertencia: «El que tenga oídos para oír, que oiga» (Mc 4, 9. 23). Esto indica que las palabras de Jesús exigen una acogida interiorizadora y reflexiva (cf. Mc 4, 3ss). Son palabras cargadas de intención, que exigen mucha atención; son palabras «con autoridad» (Mc 6, 1-3).

Frente a tantas palabras vacías artificiales, incapaces de devolver la verdadera paz y felicidad, palabras teóricas y retóricas, a las que casi nunca acompañaban el amor y el sufrimiento por los otros, huérfanas de compromiso humano: «atan pesadas cargas y se las echan a las espaldas de la gente, pero ellos ni con el dedo quieren moverlas» (Mt 23, 4), frente a esas palabras, la de Jesús era una palabra encarnada y solidaria, nueva y renovadora, una palabra de redención y de esperanza. Una palabra bienhechora y compasiva, eficaz y poderosa; una palabra divina, contemplativa, aprendida en Dios, y proclamada, no desde las instituciones oficiales de Israel sino a la intemperie, desde los caminos. Destinada no a apoyar o legitimar argumentaciones teológicas o litúrgicas, sino a deshacer los ídolos de cualquier teología o liturgia; una palabra «con autoridad», pero no autoritaria, que formulaba su inequívoca radicalidad desde la invitación: «si quieres...», «el que quiera...». De entre esas palabras vamos a escoger algunas que hemos llamado «escandalosas», porque chocan poderosamente con nuestra «normalidad», y porque puede que alguno tropiece en ellas. No pretendemos, pues, ser exhaustivos, ni en la enumeración ni en el análisis de las mismas. No pocos lectores ante esas expresiones (logia) se preguntan: ¿cómo es posible que Jesús haya dicho eso? Y si lo dijo, ¿con qué intención, con qué tono, en qué contexto las pronunció? ¿Tenían sólo como destinatarios a los oyentes de entonces, sus oyentes de Palestina? Entonces ¿por qué las conservaron los evangelistas?, ¿para ser más fieles a la predicación histórica de Jesús, o porque las consideraron válidas para todos? Sin duda que los evangelistas estaban interesadísimos en la fiel transmisión del mensaje de Jesús (Lc 1, 3), pero no de una manera «cronística», sino desde la perspectiva de la fe en el Resucitado. Su propósito era histórico, pero no historicista; su testimonio no es sólo un relato sobre Jesús de Nazaret, sino profesión y expresión de su fe en Jesucristo. ¿Por qué conservaron estos dichos? Porque en su forma chocante, radical, nos hablan del contraste, de la alternativa, a primera vista y oída escandalosos, que supone la presencia y la oferta de Jesús: el reino de Dios. Pero si las observamos con atención advertiremos que estos dichos («logia») no son sino unas formas diferentes, variantes, de proclamar las Bienaventuranzas.

3. Palabras escandalosas

a) Muchos son los llamados, mas pocos los escogidos

La frase se encuentra en el Evangelio de S. Mateo, al final de la llamada parábola del banquete nupcial (22, 1-14). Se trata de un expresión chocante. Leyéndola aisladamente sugiere una visión elitista y clasista de la salvación, al tiempo que parece provocar una sensación de miedo ante el escaso número de los que tendrían acceso a la salvación. Sin embargo esta conclusión iría frontalmente contra la predicación y la praxis de Jesús, que vino a buscar lo que estaba perdido (Lc 19, 10), derribando fronteras, y en cuya búsqueda entregó la vida, dejando como tarea a los suyos ir por todo el mundo ofreciendo su evangelio a todos los hombres (Mt 28, 19-20). A primera vista, tras una lectura atenta del texto (Mt 22, 1-14), la impresión que se extrae es la de que esa frase (v 14) no cuadra con la narración, pues la verdad de que sólo se salva una pequeña grey no se expone ni en Mt 22, 1-10 (la sala se llena) ni en 22 11-13 (sólo un invitado indigno es expulsado). Estaríamos ante lo que los especialistas del tema denominan «ampliaciones generalizantes» del tono original de las parábolas; dichas ampliaciones son, en su mayor parte secundarias en el contexto, aunque no siempre (cf. Lc 14, 11). Con esto no se pretende impugnar la autenticidad de esas frases («logia»), sino solamente indicar que no fueron pronunciadas como conclusión de la parábola; allí fueron llevadas por el redactor, obedeciendo a sus peculiares puntos de vista teológico-pastorales. Aclarado este aspecto, pasamos a preguntamos por el significado de la expresión muchos son llamados, mas pocos escogidos, en su hipotético momento o contexto existencial de la predicación de Jesús y en su contexto literario actual.

El momento original. - Desconocemos el momento preciso en que Jesús pronunciara esta sentencia, pero sí conocemos la situación que con ella pretendió aclarar: desmontar la autosuficiencia de los dirigentes del pueblo judío (cf Jn 8, 33.38) haciendo una llamada a la responsabilidad ante la oferta salvadora de Dios (cf Mt 21, 31-32) advirtiendo cómo, de hecho, con su autosuficiencia ellos mismos se autoexcluían del banquete del Reino (cf. Mt 8, 11-12). Ya los profetas intentaron llamar la atención sobre estos dos aspectos: la oferta salvadora de Dios dirigida a Israel, gratuita, unida a la llamada a la obediencia de la Alianza. La salvación no es un privilegio irresponsabilizador, para crear falsas seguridades (Jr 7, 10), sino un don que ha de acogerse con gratitud y responsabilidad; de lo contrario la elección se convierte en argumento de juicio (cf. Am 3, 2). La predicación y la praxis de Jesús se movió también en esas coordenadas: anunciar un Dios volcado misericordiosamente sobre el hombre, sobre todo hombre, sin prefijos excluyentes; predicar y encarnar la gracia del Padre, su voluntad salvífica, instaurando el Reino e invitando a todos a entrar en él y, al mismo tiempo, hacer una llamada enérgica, exenta de ambigüedades, a la conversión.

«Muchos son los llamados» sería una clara referencia a esa voluntad salvadora de Dios; sería más exacto decir «todos son llamados porque» Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad, 1 Tm 2, 4. Aquí Dios es el sujeto protagonista de la llamada.

«Pocos los escogidos» aludiría a la responsabilidad histórica de los llamados; y en este sentido, el sujeto protagonista de la elección-exclusión no sería Dios, que no es marginador, sino quienes se autoexcluyen, como ocurre en la parábola (v. 8). En otro momento, respecto de los diez leprosos curados, Jesús preguntará: «¿No quedaron limpios los diez? Los otros nueve, ¿dónde están?» (Lc 17, 17).

Por otra parte el dicho que nos ocupa no ha de entenderse en su materialismo literalista sino dentro del tono de una sentencia sapiencial-enigmática construida con elementos antitéticos: muchos-pocos, llamados-escogidos. Consideraciones éstas que no están orientadas a quitar realismo a la expresión, pero sí a liberarla del literalismo. Con ella Jesús quiere decir: la oferta salvadora de Dios tiene sus exigencias; es algo gratuito pero no automático, es un don divino que requiere acogida por parte del hombre. Todo Israel fue llamado, sin embargo no todo Israel ha sido escogido (ha respondido). Y esto se ha verificado con él, con su persona y mensaje, rechazado por los inicialmente llamados, los judíos. Y en este sentido encajaría con la primera parte de la parábola (vv 1-10), reflejado en los vv 5 al 8.

En el contexto actual. - Los comentaristas modernos coinciden en señalar que Mt 22, 1-14 consta de tres momentos: vv 1-10 (parábola de los invitados al banquete); vv 11-13 (parábola del vestido de bodas) y v 14 (conclusión). Un conocido especialista, J. Jeremías, escribe al respecto: «Desde siempre la conclusión de Mateo 22, 11-13 ha causado quebraderos de cabeza a la exégesis, ya que aparece enigmático que las gentes invitadas de la calle (vv 9-10) debieran tener un traje de bodas. La explicación de que era costumbre regalar a los invitados un vestido de bodas (cf II Re 10, 12) es desechada, porque tal costumbre no encuentra ejemplos en los tiempos de Jesús. Más bien la ausencia de estos versículos en Lucas (Lc 14, 16-24) y en el Evangelio de Tomás muestra que los vv 11-13 representan una ampliación, provenientes de una parábola independiente en su origen. ¿Por qué Mateo (o su tradición) añade esta segunda parábola? Porque se debe evitar un error que podría surgir de una invitación sin discriminación de los convidados (v 8 ss); a saber, el creer que la conducta de los hombres que son llamados no cuenta para nada. Para no dar apoyo a este error, se añade la parábola del vestido de bodas (vv 11-13) a la de la gran cena (vv 1-10)». Y en esta línea estaría la conclusión recogida en el v 14. En un principio esa advertencia fue dirigida por Jesús en un contexto polémico a sus críticos y enemigos, que se creían llamados-escogidos por el mero hecho de pertenecer al pueblo judío, por ser raza de Abrahán y tenerle por padre (Jn 8, 33. 39), advirtiéndoles que la pertenencia a la estirpe abrahámica se acredita con las obras. Ahora el evangelista Mateo, temiendo que los cristianos cayeran en un planteamiento similar, de falsa confianza ante la voluntad salvadora de Dios, considerándose ya llamados y escogidos por el hecho de pertenecer a la Iglesia (vv 9-10), les advierte de la necesidad de asumir responsablemente las exigencias de la gracia bautismal (w 11-12). No hacerlo es eliminarse a sí mismo, autoexcluirse (v 13). Porque el hombre sigue teniendo una palabra que decir ante la oferta de Dios (v 14).

«Muchos son los llamados, mas pocos los escogidos» no se puede esgrimir para defender planteamientos sectarios ni elitistas. El evangelio de Jesús es para todos, y él dio su vida por todos, pero ¿todos acogerán ese evangelio? Decía más arriba que estos «dichos», si los observamos con atención, no son sino unas formas diferentes, variantes, de proclamar las Bienaventuranzas. En este caso deaquella que dice Bienaventurados los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen (Lc 11, 28).

b) «Mas de aquel día y hora nadie sabe nada ni los ángeles ni el Hijo (Mc 13, 32)

El texto es de los que desde muy pronto planteó problemas y ha hecho correr ríos de tinta. En ocasiones en la tradición textual del evangelio de Marcos llegó a eliminarse al Hijo. Esto sucede en el códice minúsculo 983. El evangelio de S. Lucas, por su parte, suprime el dicho en su paralelo al texto marcano (cf Lc 21, 25-27), y en Hch 1, 7 lo presenta de manera diferente. La versión latina de la Vulgata elimina en el texto de Mt 24, 36, paralelo del de Marcos, la expresión «ni el Hijo».

¿El motivo de todo esto? La aparente subordinación y desventaja resultante del Hijo respecto del Padre. Si «todo me ha sido entregado por el Padre» (Mt 11, 27a), ¿por qué no el conocimiento de esa fecha?

Sin embargo, contemplada «serenamente», la frase se entiende perfectamente, y aunque ha de reconocerse su dificultad, no provoca ningún escándalo, excepto a aquel que esté dispuesto a escandalizarse por encima de todo. El problema me parece que no es de orden «dogmático» sino «escriturístico». Y así ha de abordarse.

La frase en su contexto. - Nos encontramos en el capítulo 13 del evangelio de S. Marcos, en el llamado «discurso escatológico» al final del mismo. En los vv 28-32 Jesús invita a sus discípulos a mantener una actitud de vigilancia activa para saber discernir e interpretar la historia (w 5-23) sin dejarse engañar. La veracidad de su palabra está fuera de dudas (v 31); la presente generación será testigo (v 30), «mas de aquel día y hora, nadie sabe nada, ni los ángeles en el cielo, ni el Hijo, sino sólo el Padre» (v 32). ¿De qué día y hora se trata? Sin duda del vaticinado en los vv 24-27. Subyacente a esas afirmaciones está la imagen veterotestamentaria del Día de Yahvéh (Am 5, 18-20; Is 2, 12; Jr 46, 10); y el que sólo Dios lo conozca es también una convicción anclada en el AT (Zac 14, 7) y en la llamada literatura intertestamental (Salmos de Salomón 17, 23). El no saber de los ángeles en temas importantes también es frecuente en el judaísmo (IV Esd 4, 52; 1 Pe 1, 12; Ef 3, 10). Queda por considerar el inciso «ni el Hijo», origen de la reflexión que nos ocupa.

Intentos de explicación. - Comencemos por indicar que la cristología del evangelio de S. Marcos no es idéntica a la que, a partir de los textos bíblicos, formuló el Concilio de Calcedonia a varios siglos de distancia. Allí se configuró el credo llamado calcedoniense, en el que el dogma trinitario adquirió su formulación actual. Ni Jesús, ni el evangelista Marcos se hallaban preocupados por esas formulaciones doctrinales. También conviene advertir que el evangelio de Marcos, al ser el primero, presenta textos más «frescos», menos «elaborados». Así, los textos de Mt 12, 9-14 y Lc 6, 6-11 eliminan la mirada «airada» de Jesús (Mc 3, 5) como la mirada «cariñosa» de Mc 10, 21 desaparece en los paralelos de Mt 19, 16-22 y Lc 18, 18-23. Mientras Marcos no duda en transmitir la impresión que de Jesús existía en el círculo de sus familiares -Está fuera de sí- y su propósito de «secuestrarlo» para llevárselo a casa, Mateo y Lucas silencian el dato. También los discípulos aparecen «mejorados» en los textos de Mt y Lc respecto del texto base de Mc (cf Mc 8, 17 = Mt 16, 5 -12; Mc 10, 14 = Mt 19, 13 -15 y Lc 18, 15-17).

Acercándonos al texto que nos ocupa podemos distinguir algunos aspectos significativos: -La fórmula absoluta «el Hijo», para designarse Jesús a sí mismo en relación con «el Padre», no aparece en los evangelios sinópticos más que aquí (par Mt 24, 36) y en Mt 11, 27 par Lc 10, 22. Sin embargo este lenguaje es bastante común en el «mundo joánico». El texto habla del Hijo en paralelismo comparativo con los ángeles. En otros casos, cuando esto se da, no se habla de «el Hijo» sinode «el Hijo del hombre» (cf Mc 8, 38; 13, 26-27; Mt 10, 33 y Lc 12, 8). Esta observación nos parece particularmente interesante, porque nos marca el sentido en que hemos de caminar para interpretar el texto. «Si se pretendiese poner de relieve la dignidad única de Jesús, en el plano de la doctrina trinitaria, se hablaría no simplemente del Hijo sino del Hijo de Dios, como ocurre en otros textos (Mc 1, 1; 15, 39). Pero éste no es el caso en el nuestro. Ciertamente se supone una dignidad superior del Hijo sobre los ángeles, pero el acento recae no tanto en ella cuanto en que es el Hijo. Y el valor esencial de esta palabra está en afirmar su relación con el Padre, una relación de dependencia, de esencial referencia. El Hijo nos orienta al Padre, que se ha hecho presente en él. Todo esto puede sonar a subordinacionismo heterodoxo, pero no lo es. Deberíamos tener más en cuenta que Jesús de Nazaret, descendiente de David según la carne, es constituido en Hijo de Dios y Señor (aunque ya lo fuese en su realidad exclusivamente divina, pero aquí no se trata de eso) a partir de la resurrección de entre los muertos (Rom 1, 3-5; Hch 2, 36). También deberíamos tener en cuenta que es Dios, el Padre, quien tiene la iniciativa en todos los momentos importantes de la historia de la salvación. Fue él quien resucitó a su Hijo -nunca leemos en el NT que Jesús resucitase por su propia virtud o por su propio poder- y le constituyó en Señor y Cristo» (FELIPE E RAMOS, Evangelio y Vida, 1984, p 45). El dicho, por otra parte, encaja perfectamente en el pensamiento apocalíptico del judaísmo contemporáneo, donde sólo Dios fija la fecha del fin de los tiempos. En este caso, como en otros, Jesús afirmaría nítidamente la singularidad de Dios (Mc 10, 18. 27. 40). Los estudios exegéticos más recientes apuntan a que el texto que nos ocupa, en su literalidad difícilmente puede provenir de Jesús, más bien parece provenir del mismo evangelista. Habría surgido en una situación de apasionada e inminente espera de la parusía, con la pretensión de corregir y moderar esa expectativa, sugiriendo como alternativa la vigilancia permanente (cf J. GNILKA, E/ Evangelio según S. Marcos, II, p. 241).

No conviene olvidar que esta «ignorancia» podría encontrar un punto de contacto con la afirmación lucana de que «Jesús crecía en sabiduría, en estatura y gracia ante Dios y ante los hombres» (Lc 2, 52). En todo caso, esta «ignorancia» de Jesús no es más «escandalosa» que la «debilidad» manifestada en Getsemaní: «Padre, todo es posible para ti (¿y no para él?) aparta de mí este cáliz, pero no sea lo que yo quiero sino lo que quieres tú» (Mc 14, 36).

Conclusión. - Después de todo lo expuesto, parece quedar claro el sentido de la expresión. No supone ninguna limitación de la divinidad del Hijo, sino una afirmación de la realidad de su encarnación. Ese conocimiento no pertenecería al «conocimiento salvífico» del que Jesús era revelador. La intención original de la expresión es disuadir a los cristianos de entregarse a especulaciones estériles sobre el cálculo de la parusía, invitándoles a la vigilancia responsable, como se subraya en los versículos siguientes (vv 33-37). Porque esa es la voluntad de Jesús.

c) Si alguien, viene a mí, y no odia a su padre, a su madre, a su mujer, a sus hijos... y hasta su propia vida, no puede ser discípulo mío (Lc 14, 26)

Nos encontramos ante uno de los dichos más escandalosos, en su literalidad, pronunciados por Jesús, que haría de él un rompe-familias. Una expresión que es necesario clarificar, sin modificar, para comprenderla en su verdadero sentido.

¿Un doble lenguaje? - Los evangelios ponen en labios de Jesús sentencias que reiteran y reivindican la validez del cuarto mandamiento (Mt 15, 1-6) y de la unión conyugal indisoluble (Mc 10, 1-12), frente a cualquier otro tipo de prescripción. El no vino a abolir la Ley (Mt 5, 17); por eso, en la respuesta al hombre que se le acerca, preguntando por el camino de la vida eterna, le recuerda, como una de sus exigencias fundamentales: honra a tu padre y a tu madre (Mc 10, 19). Por otra parte, es cierto, que Jesús resitúa el tema de la familia, sacándolo de una mera comprensión, por así decir, «carnal». Comienza por resituarse él mismo ante su familia (Lc 2, 49), y por resituar a su familia ante él (Mt 12, 48-50). Además pronuncia una serie de expresiones significativas al respecto (Mt 8, 2 1; 10, 35. 37; 29, 9; Lc 12, 52-53).

Que la familia es un valor promovido por Jesús, queda fuera de duda. Entonces, ¿qué quiere decir con esta expresión? ¿estamos ante un doble lenguaje?

El dicho en la tradición sinóptica. - Resulta llamativo que sólo en el evangelio de s. Lucas aparezca formulada esta exigencia de manera tan radical -odiar-. En el evangelio de s. Mateo la formulación aparece mitigada: amar más. El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí (10, 37). En s. Marcos el «logion» está ausente. La formulación más aproximada la tendríamos en la respuesta dada por Jesús a Pedro: Nadie que haya dejado hermanos, hermanas, padre, madre, hijos..., por mí y por el Evangelio quedará sin recibir el ciento por uno... (10, 29-30). En ambos casos, permaneciendo la idea de la prioridad del seguimiento de Cristo para el discípulo, la expresión se suaviza. No obstante, la formulación lucana goza, en mi opinión, de todos los elementos para ser considerada como auténtica. El evangelista Lucas no se habría atrevido a poner en labios de Jesús una expresión tan radical, de no haberla encontrado en las fuentes; es más explicable, en cambio, la «suavización» introducida por s. Mateo.

Un modo de hablar. - Las maneras de hablar, las formas de expresión son cambiantes, según lugares y tiempos. El lenguaje del mundo y del tiempo de Jesús (y el lenguaje bíblico en general) se caracterizaba, entre otras cosas, por el recurso frecuente a formulaciones alternativas, antitéticas y paradójicas, oponiendo, por ejemplo, dos realidades como irreconciliables, con el fin de subrayar la importancia de una de ellas (Lc 9, 62: la mano puesta al arado; Mt 12, 30: no estar a favor es estar contra). Particularmente significativa al respecto, por la proximidad de léxico al texto que nos ocupa, es la afirmación transmitida en Lc 16, 13 y Mt 6, 24: Ningún criado puede servir a dos amos, porque aborrecerá a uno y amará al otro; o bien se entregará a uno y despreciará al otro. Cuando s. Pablo, escribiendo a los cristianos de Roma (Rom 9, 13), cita el pasaje de Malaquías 1, 2-3: Amé a Jacob y odié a Esaú, lo único que pretende subrayar y afirmar es que Dios, en su libre e inescrutable designio, prefirió a Jacob. La expresión odié a Esaú está orientada a enfatizar la preferencia por Jacob; en modo alguno a afirmar el odio de Dios respecto de Esaú, porque Dios no odia nada de lo que ha creado (cf. Sab 11, 24). Algo parecido sucede cuando se habla de la «elección» de Israel. Con ello se pretende afirmar a Israel, pero no condenar a los demás pueblos, porque la elección de Dios en favor de Israel no supone la exclusión de ningún pueblo (cf Am 9, 7). Dios no elige contra, sino a favor.

El sentido del dicho. - La expresión está orientada a subrayar las implicaciones del seguimiento de Cristo para el discípulo: ha de estar dispuesto a todo. Se trata de una versión cristológica del primer mandamiento de la ley de Dios: amar a Cristo sobre todas las cosas. Jesús no ha venido a destruir los valores fundamentales del hombre, sino a fundamentarlos en un amor previo: su amor, porque él nos amó primero. Y desde ese amor, el amor a los hijos, a los hermanos, y hasta a uno mismo se radicaliza, amor a los padres, a la esposa profundiza y purifica. Cristo no ha venido a sembrar odios familiares, sino, precisamente, a destruir el odio, ese muro que divide a los hombres (cf Ef 2, 14), revelándose como maestro e instaurador de la cultura del amor. El no ha venido a hipotecar ninguna dimensión de la vida, sino a potenciarla. Y el discípulo debe comprenderlo y asumirlo.

d) Los publicanos y las prostitutas os llevan la delantera en el reino de Dios (Mt 21, 31)

Tomada aisladamente, la frase podría sonar como una incitación al libertinaje; contemplada, sin embargo, correctamente, es una fuente de exigencia y una llamada a la esperanza.

¿Quiénes eran los publicanos? - Los derechos de tránsito y el impuesto sobre los productos y mercancías importados se conocieron en Israel a partir de la época persa (cf. Esd 4, 13-20; 7, 24), pero sólo comenzaron a cobrarse sistemáticamente en la época romana. En principio cada provincia romana constituía una zona aduanera en beneficio del Estado romano; también Judea. Había ciudades y reyes, dependientes de Roma, que podían cobrar un derecho de tránsito en beneficio propio (era el caso de Herodes Antipas en Galilea). Estos derechos de tránsito no los cobraban directamente funcionarios romanos (así se evitaba suscitar la animosidad contra Roma); se arrendaban a particulares, quienes tenían a su servicio empleados subalternos que desempeñaban esa función de cara al público. A estos funcionarios subalternos se les conocía con el nombre de «publicanos». Ejemplo de esta situación tenemos reflejada en Lc 19, 1 ss (donde Zaqueo aparece como jefe de publicanos) y en Lc 5, 27 (donde Leví es identificado con uno de esos publicanos de a pie). Como, para ser rentable, el cobro de los derechos debía sobrepasar el precio del arrendamiento y, por otra parte, las tarifas aduaneras las fijaba la autoridad romana, pero se aplicaban de manera arbitraria, los publicanos eran odiados y despreciados por la población, en su doble condición de «colaboracionistas» con el poder extranjero opresor, y de «ladrones». Por eso en el Nuevo Testamento publicano es sinónimo de «pecado» (Mt 9, 10 par). Un proverbio popular decía: «Mejor ser cerdo (animal impuro) que publicano».

Y ¿las prostitutas? - La existencia de esta situación, degradada y degradadora de la mujer, está bien atestiguada en los relatos evangélicos; siendo de todos conocido el relato lucano de 7, 36-50, en el que se suele identificar a esa pecadora pública con una prostituta. La situación de estas mujeres ante la consideración legal y moral del judaísmo era totalmente reprobable y marginal. La sensibilidad de Jesús era muy distinta (cf Jn 8, 3ss). Estos dos prototipos, oficialmente irregulares, son escogidos por Jesús para formular una denuncia y proclamar una esperanza.

El contexto del «logion». - Los sumos sacerdotes se han acercado a Jesús para interrogarle por su modo de proceder en la expulsión de los mercaderes del Templo (Mt 21, 12-13). ¿Por qué actúa así; con qué autoridad? Pero Jesús pasa al contraataque planteándoles otra pregunta, sobre el origen del bautismo administrado por Juan (Mt 21, 24-27); ante la evasiva de las autoridades a pronunciarse, les propone una parábola: Un hombre tenía dos hijos. Llegándose al primero, le dijo: `Hijo, vete a trabajar hoy en la viña'. Y él respondió: `No quiero', pero después se arrepintió y fue. Llegóse luego al segundo, y le dijo lo mismo. Y el respondió: `Sí, Señor', y no fue. ¿Cuál de los dos hizo la voluntad del padre? 'El primero' contestaron. Díceles Jesús: `En verdad os digo, los publicanos y las prostitutas llegan antes que vosotros al reino de Dios. Porque vino Juan a vosotros caminando en justicia, y no creísteis en él, mientras que los publicanos y las prostitutas creyeron en él. Y vosotros ni viéndolo os arrepentisteis después para creer en él» (Mt 21, 28- 32).

El sentido del «logion». - ¡Ya está todo claro! Jesús no está haciendo apología ni de la extorsión ni de la prostitución; ni se trata de una actitud romántica ante el pecado. Jesús denuncia la dureza y ceguera de corazón de las autoridades religiosas que se niegan a reconocer los signos que Dios les envía (Juan y él mismo); al tiempo que proclama cómo incluso en esas zonas marginales, teóricamente perdidas, pueden darse signos de salvación, porque Dios nunca discrimina. Lo que Jesús denuncia es la autosuficiencia de los que consideran que la conversión es para los otros, la hipocresía de los que han tipificado una serie de comportamientos como inmorales, y creen que absteniéndose de ellos ya están libres de pecado... Lo que Jesús proclama es que el amor de Dios no se detiene ante la puerta de los convencionalismos humanos; que no hay espacios cerrados ni impermeables al amor de Dios, y que, por tanto, también en el corazón de una prostituta o de un recaudador de impuestos puede resonar y ser acogida la voz de Dios. Los publicanos y las prostitutas, desde su miseria, se abrieron a la misericordia de Dios (cf Lc 19, lss; 18, 10ss; 7, 36-50); los fariseos y saduceos, en cambio, autocomplacidos en su riqueza religiosa y suficiencia moral, se incapacitaron para reconocer en Jesús la llegada salvadora de Dios, la instauración de su Reino.

e) No penséis que he venido a traer paz a la tierra. No he venido a traer a la tierra paz, sino guerra (Mt 10, 34)

Estas inquietantes palabras de Jesús se leen con la intención de descubrir, a través de ellas, la apremiante llamada que el Maestro dirige a los discípulos de todos los tiempos y, por supuesto, también a nosotros.

¿Una contradicción? - ¿Fue una equivocación o un engaño el anuncio de los ángeles, vinculado al nacimiento de Jesús, de paz en la tierra (Lc 2, 14)? ¿No contrasta, por otra parte esa afirmación de Jesús con la de Bienaventurados los que construyen la paz (Mt 5, 9)? ¿No es él nuestra paz (Ef 2, 14)? ¿No ha venido a traer la paz a los de lejos y a los de cerca (Ef 2, 17)? ¿No legó como saludo y quehacer misional la paz (Lc 10, 5)? ¿No fue ésta su tarjeta de presentación en las apariciones pascuales (Lc 24, 36)? ¿No rechazó él mismo el recurso a la espada (Mt 26, 52)?... Entonces ¿pacifista o guerrillero? Está claro que en todo esto no hay contradicción ni equivocación, pero sí que todo esto exige una aclaración.

La paz -shalom- la gran bendición de Dios.- El vocabulario hebreo utiliza el término shalom para designar una realidad que engloba todos los aspectos y esferas de la vida: individual, política y social. No alude sólo a la ausencia estable del estado de guerra (tal es el significado original del término griego eirene = paz), ni sólo a la seguridad del acuerdo que garantiza la pax en sentido latino, sino que asocia a estos aspectos otros como el de bienestar total: la armonía del grupo humano y de cada uno de los individuos con Dios, con el mundo material, con los otros y con uno mismo, en la abundancia y en la certeza de la salud, de la riqueza, de la tranquilidad, del honor humano, de la bendición divina y, en una palabra, de la «vida». Esta paz aparece como una de las características de los tiempos mesiánicos; el mesías ostentará como título privilegiado el de príncipe de la paz, cuyo gran dominio está caracterizado por una paz sin fin (Is 9, 56). Una paz que se distingue de las falsas paces (Jer 6, 14; Ez 13, 10).

¿Qué paz no trae Jesús? - El concepto «paz» no está exento de ambigüedades y ambivalencias. Jesús -nuestra Paz- se autopresenta subrayando ese hecho y deshaciendo el equívoco: Os dejo la paz, os doy mi paz; no os la doy como la da el mundo (Jn 14, 27). Jesús no trae la paz de las falsas seguridades religiosas, pues Dios puede sacar de estas piedras hijos de Abrahán (Lc 3, 8; Mc 13, 1-2). el legalismo religioso, que anula la Palabra de Dios por disposiciones humanas (Mc 7, 6-13; Mt 5, 20-4 8). el pacto con la tibieza (Apo 3, 16; Mc 10, 17-22) y el posibilismo (Mt 6, 24). La paz de Jesús, y la paz que es Jesús, es alternativa a tantos camuflajes y tergiversaciones de la paz como hoy existen. No significa huida a paraísos utópicos, ni mera ausencia de tensiones, ni se identifica con el bienestar, con el pacto de no agresión o la llamada "no violencia". La paz de Jesús, hombre inquieto e inquietante, es plenitud de justicia, de libertad, de verdad, de corresponsabilidad, de amor... Y hay que buscarla en el interior de cada uno, en el orden de la propia conciencia normada por la voluntad de Dios.

¿Qué espada trae Jesús? - La afirmación que nos ocupa está en la línea de aquella otra en que Jesús, cual pirómano divino, manifiesta haber venido a traer fuego a la tierra (Lc 12, 49). En su ministerio pastoral, Jesús apareció como un luchador decidido contra el poder del mal (Mc 1, 23-26; Mt 12, 25-28) dejando un programa, las Bienaventuranzas, en el que se declara un combate contra todo lo que deteriora el proyecto de Dios en favor del hombre: la guerra contra la pobreza (bienaventurados los pobres), contra las hambres del mundo (bienaventurados los que tienen hambre y sed de. justicia), contra las causas del dolor (bienaventurados los que lloran), contra las estructuras de violencia (bienaventurados los pacíficos)... Contra todo, esto Jesús ha traído la espada... del amor, del perdón, de la misericordia, de la solidaridad.

El sentido inmediato de la frase - El logion de Mt 10, 34 se encuentra en el llamado «discurso de la misión», y está orientado a iluminar la situación que se le creará a los discípulos por su decisión de incorporarse a la familia cristiana: surgirán rupturas traumáticas y dramáticas hasta en los ámbitos de la propia familia humana (padres, hijos...) y religiosa (judaísmo). Este sentido aparece más claro en el evangelio de Lucas, donde se cambia la palabra «espada» por «división» (Lc 12, 51). El seguimiento de Jesús implica asumir retos importantes, y no es posible realizarlo desde actitudes de indefinición y ambigüedad. La frase que nos ocupa es una forma más de concretar la oferta que hizo Jesús a todo el que quiera ser su discípulo: tomar la cruz (Mc 8, 34 y par.); que aquí significa asumir el conflicto que, en el seno de la propia familia, podía surgir al abrazar la nueva fe, enfrentándose a la religión oficial judía de entonces (cf Jn 9, 18-23), y que hoy también puede manifestarse al intentar desplazar a Jesús del centro de la vida, sustituyéndolo por otras referencias. Directamente, Jesús no está haciendo una llamada al conflicto sino a la fidelidad, aunque ésta, muchas veces, entrañe el conflicto.

f) Deja que los muertos entierren a sus muertos (Mt 8, 22)

La expresión pertenece a la respuesta dada por Jesús a la petición formulada por un discípulo de permitirle dar sepultura a su padre antes de irse con él: Sígueme, y deja que los muertos entierren a sus muertos (Mt 8, 22). ¿Cómo es que Jesús impone ese tipo de exigencias, que parece atentar contra los más elementales deberes y sentimientos de la piedad familiar? No han faltado intentos de suavizar ese «escándalo», ofreciendo explicaciones más razonables. Se trataría, dicen, de una persona bien dispuesta, cuyo padre, sin embargo, sería de edad muy avanzada o se hallaría en un estado de salud muy precario. Por eso pide al Maestro un tiempo, que prevísiblemente no habría de ser muy largo, hasta que su padre falleciera. No se trataría, en modo alguno, de que el padre acabara de fallecer y que Jesús le impidiera cumplir con el deber de darle sepultura, aplazando por unas horas el seguimiento...

Tal interpretación, bien intencionada sin duda, responde a una visión equivocada, «moralista»», del evangelio, muy distante, por lo demás, de los planteamientos de Jesús, que no fue un maestro de moral, al estilo de los escribas, sino el profeta del Reino.

La frase en su contexto. - Los evangelios de Mateo (8, 22) y Lucas (9, 60) transmiten el dicho, pero matizando su sentido. En ambos aparece como una exigencia de Jesús; en Mateo, para el seguimiento: Sígueme, y deja que los muertos entierren a sus muertos; en Lucas, para la misión: Deja que los muertos entierren a sus muertos, tú vete a anunciar el reino de Dios. En Mateo el destinatario es un discípulo; en Lucas, otro, sin más cualificación, es decir, cualquiera que quiera serlo. Históricamente, Jesús irrumpió en la vida de sus contemporáneos como una urgencia: El tiempo se ha cumplido y el reino de Dios está cerca, y con una urgencia: Convertíos y creed en el evangelio (Mc 1, 14-15). Jesús no vino a «remendar» el sistema (Mc 2, 21), ni a «trasvasar» el vino de unos odres a otros (Mc 2, 22): trajo otro vino, nuevo. En este contexto hay que situar la afirmación que nos ocupa. Sin olvidar, por otra parte, que aquí se está jugando con el doble sentido, físico y espiritual, de la palabra «muertos»». Jesús, pues, no está en contra de que se cumpla con el piadoso deber de dar sepultura a los muertos, pero sí está en contra de que se anteponga esto a la urgencia del servicio a la Vida.

Jesús no fue enterrador. - No pretendo, con esta afirmación, descalificar ese servicio sino llamar la atención sobre la persona de Jesús como fuente de vida y centro de salud. En tres ocasiones puntuales aparece Jesús en los evangelios dando vida a los muertos: al hijo de la viuda de Naim (Lc 7, 11-17), a la hija de Jairo (Mc 5, 21-43) y a Lázaro (Jn 11, 1-44); en el primero, detiene el cortejo fúnebre; en el segundo, descubre latidos imperceptibles de vida en la que todos daban por muerta, y a Lázaro lo desentierra. Por otra parte, en la respuesta dada por Jesús a los emisarios del Bautista uno de los signos que acreditan su misión es el de que los muertos resucitan (Mt 11, 5); y, finalmente, como resultado de su muerte, se abrieron los sepulcros, y muchos cuerpos de santos difuntos resucitaron (Mt 27, 52). El es la resurrección y la vida (Jn 11, 25) y su llamada fundamental es un servicio a la vida y un servicio de vida (pan vivo, agua viva...). La muerte no entra en el horizonte de Jesús, es su enemigo personal (1 Cor 15, 26), al que ha vencido definitivamente (1 Cor 15, 55-57).

Una llamada a la vida. - La frase de Jesús tiene una doble resonancia: en Mateo es una llamada a la Vida, al seguimiento de Jesús como realidad primordial; en Lucas es una llamada a servir la Vida, concretada en el anuncio del Reino, que es el reino de la vida. En cualquiera de los casos, es la Vida la que reclama al discípulo y la que proclama el Maestro. Perderíamos el tiempo dedicándonos a otro tipo de cosas. La exigencia de Jesús no ha perdido actualidad para la Iglesia en general y para el creyente en particular. A la Iglesia en general le exige el coraje y la clarividencia para liberarse del servicio a tantas estructuras o realidades «muertas», por muy venerables que hayan sido históricamente, y entregarse al anuncio de la siempre buena y nueva noticia del Reino. ¡Cuántas energías utilizadas y perdidas, a veces, en el mantenimiento de realidades carentes de vida y, consecuentemente, de fuerza vitalizadora (ritos, tradiciones, devociones...)! Para el creyente, para cada uno en particular, el dicho de Jesús es una invitación a desenmascarar las razones sin vida, y sin razón, que le llevan a aplazar el seguimiento de Jesús y el anuncio de su mensaje. El dicho de Jesús es una llamada urgente a priorizar a quien queremos servir y seguir. El mismo Jesús tuvo que definirse personalmente en su vida. A la pregunta angustiada de María y José, tras la penosa búsqueda de tres días, Jesús respondió: ¿No sabías que yo debo estar en las cosas de mi Padre? (Lc 2, 49).

g) No he venido a llamar a justos, sino a pecadores (Mc 2, 17)

La frase sintetiza la praxis pastoral de Jesús; en su enseñanza (parábolas de la oveja perdida, el hijo pródigo, la dracma perdida del cap. 15 de s. Lucas) y en sus comportamientos (Lc 15, 1-2; 7, 36-50) escandalizó esta heterodoxia doctrinal y existencial. Sin embargo, no por ello debe extraerse de este logion el menosprecio por los justos, a quienes el mismo Jesús declaró bienaventurados (Mt 5, 10). La frase está en la misma línea de aquella otra recogida en Lc 15, 7. 10, alusiva a la alegría que se produce en el cielo por la conversión de un pecador; pretende justificar la opción misericordiosa de Dios en Jesucristo y descalificar la falsa conciencia de justos reivindicada por sus opositores.

Justos y pecadores. - ¿Quiénes eran justos? «El hombre de manos inocentes ypuro corazón» Sal 24, 3; «el que con vida intachable camina en la voluntad del Señor» (Sal 119, 3). Justo es aquel que conjuga armónicamente una actitud reverente ante Dios con un comportamiento correcto en la vida; en éste se complace el Señor (cf Jb 1, 1. 8). No es de estos justos de los que habla Jesús, sino de aquellos que se creen justos sin serlo en realidad, y quedan reflejados, de alguna manera, en los dramáticos ayes mateanos (Mt 23, 13-32). Los que criticaban ácidamente a Jesús por comer con publicanos y pecadores (Mc 2, 6); los que, desde su pretendida justicia, rechazaban la salvación traída en y por Jesús. En la parábola del fariseo y del publicano (Lc 18, 9-14) puede apreciarse la falsa conciencia de justicia que denuncia Jesús, la autosuficiencia asentada en el cumplimiento exteriorista de la Ley. Una justicia insuficiente para entrar en el reino de los cielos (Mt 5, 20).

¿Y los pecadores? Con esta denominación se designaba a todos los que se movían en las zonas de la marginalidad religiosa oficial, personas a quienes sus costumbres o su profesión mal considerada hacían «impuras», y con las que no se debía tratar (publicanos, prostitutas, enfermos contagiosos...); también se consideraba públicamente pecadores, evidentemente, a los que transgredían públicamente los preceptos de la Ley.

La praxis de Jesús. «El Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido Lc 19, 10. Esta frase de Jesús, en casa de Zaqueo, resume su praxis. Desde ahí se entiende la enseñanza de sus parábolas (Lc 15, 69.24.32) y su estrategia evangelizadora: comidas con pecadores, compañías «peligrosas», trato con personas «impuras». Los testimonios podrían alargarse: Jesús no retiró sus pies a los besos de una pecadora pública (Lc 7, 36), buscó el diálogo con el publicano Zaqueo (Lc 19, 1 ss), retó a los «justos» a tirar la primera piedra sobre la mujer sorprendida en adulterio (Jn 8, 1ss). Su vocación encarnacionista le impedía vivir en ambientes cerrados. No se preocupó de evitar posibles peligros (Jn 11, 6-9) o contagios (Mt 8, 17). No rehuyó las compañías peligrosas, las «malas compañías». Porque vino a buscar la compañía del hombre necesitado de salvación. Y estas «malas compañías» le acompañaron hasta la muerte (Mc 15, 27). Porque Jesús, en todo el trayecto de su vida, no se preocupó tanto de tener buenas compañías cuanto de ser un buen compañero.

E/ matiz de s. Lucas. El texto del evangelio de s. Marcos, en su concisión, mantiene y transmite el sentido de anuncio y denuncia que encierra la frase. Anuncio de la prioridad de Jesús -lo perdido-, y denuncia de la autosuficiencia de los pretendidamente justos (cf Lc 7, 29-30; Mt 21, 31-32; Jn 8, 33). En el evangelio de s. Lucas se introduce un matiz: «No he venido a llamar a conversión a justos, sino a pecadores» (5, 32). Por supuesto que según s. Marcos también ése era el sentido de la llamada de Jesús: Convertíos... (Mc 1, 15). Sin embargo, el texto lucano, quizá para evitar equívocos que pudieran interpretar erróneamente la «llamada», lo puntualiza de esa forma. Está claro que Jesús no adopta nunca ante el pecado una postura tibia y, mucho menos, romántica; lo denuncia con fuerza, pero no lo absolutiza; sólo el amor de Dios es absoluto, y eso es lo que él anuncia y enfatiza.

¿Excluye Jesús a los Justos? Si es cierto que no rehuyó las «malas compañías», también lo es que Jesús no evitó el encuentro y el diálogo con los fariseos: aceptaba sus invitaciones, compartía con ellos mesa y mantel (Lc 7, 36; 11, 37), y mantuvo con ellos un debate abierto y permanente. No he venido a llamar a justos, no suponía ningún tipo de exclusión o reducción en la misión de Jesús; era, más bien, la llamada apremiante a esos «justos», que no estaban dispuestos a recibir lecciones de nadie (Jn 9, 34), para que descubrieran su «injusticia», su falsa conciencia de justicia -la insuficiencia de la Ley-, y se abrieran a la nueva noticia que él encarnaba y anunciaba.

HOY. - La Iglesia, a nivel comunitario e individual, debe acoger hoy estas palabras del Señor y ver si también en ella, como en los grupos religiosos del tiempo de Jesús, se ha introducido la falsa conciencia de creerse «justos» por el mero hecho de cumplir con la ley, por muy eclesiástica que sea. Pero, además, debe encarnar esa praxis de Jesús en su ministerio, anunciando y realizando la oferta de salvación, la de Cristo, y denunciar la falsa conciencia de justicia.

h) Allí será el llanto y el rechinar de dientes

En seis ocasiones en el evangelio de s. Mateo y una en el de s. Lucas aparecen estas palabras en labios de Jesús, aludiendo a la situación desgraciada que acompañará a los que conscientemente rechazan el camino de la Vida. ¿Quiénes son éstos? Los miembros de Israel que rechazan el Reino (Mt 8, 12; Lc 13, 28). Los agentes de iniquidad (Mt 13, 42). El invitado sin traje de boda (Mt 22, 13). El siervo malo e irresponsable (Mt 24, 49-51). El siervo perezoso (Mt 25, 30).

Con esta expresión Jesús quiso decir algo, pero ¿qué quiso decir? Inmediatamente se ha pensado que se estaba refiriendo a la condenación eterna, al infierno y a la modalidad del castigo de los condenados. Veamos.

El lenguaje apocalíptico. - La expresión que comentamos pertenece al lenguaje apocalíptico, reflejo y expresión de una mentalidad típicamente judaica, caracterizada por una visión dualista de la historia, en la que las fuerzas del mal y del bien mantienen una lucha sin cuartel, y en la que, al final, resultarán vencedoras las fuerzas del bien, y las del mal no sólo serán derrotadas, sino que desaparecerán por completo.

Las imágenes que describen esa derrota final se caracterizan por su perfil terrorífico: fuego que baja del cielo, juicio, batallas campales, castigos con sufrimientos horribles (cf Mc 9, 45), que provocarán llanto y rechinar de dientes.

Una clarificación hermenéutica. - En sus catequesis semanales, el Papa Juan Pablo II (julio 2000), dedicó cuatro de ellas a comentar las llamadas «postrimerías». Y, al respecto, puntualizaba: «el Nuevo Testamento presenta el lugar destinado a los obradores de iniquidad como un horno ardiente, donde será el llanto y el rechinar de dientes (Mt 13, 42) o como gehenna de fuego que no se apaga (Mc 9, 43)». Y añadía: «las imágenes con que la sagrada Escritura nos presenta el infierno deben interpretarse correctamente, y es menester guardar siempre cierta sobriedad a la hora de describir estas "postrimerías"..., ya que la representación de las mismas resulta invariablemente inadecuada... El pensamiento del infierno y mucho menos la utilización inadecuada de las imágenes bíblicas no deben crear psicosis o angustia».

Observación interesante, por venir de quien viene y porque ayuda a superar interpretaciones literalistas, fundamentalistas, que alejan de la comprensión correcta del significado contenido en esas expresiones e imágenes.

Una llamada de salvación. - Jesús no pretendió nunca asustar, es más, él vino a vencer los miedos congénitos del hombre (No tengáis miedo...; ¿por qué tenéis miedo?), invitándole a vivir en el «temor de Dios», que no tiene que ver nada con el miedo de Dios sino con el reconocimiento y acogida responsables de su amor. Las palabras de Jesús pretendían siempre abrir el corazón del hombre a la Verdad y al amor desde la libertad, que no existe sin responsabilidad. Por eso, quien rechaza la «buena noticia» de Jesús, la convierte para sí en «mala noticia», en palabra de juicio (cf Jn 12, 48). Dios es siempre y sólo salvador. «La condenación no se ha de atribuir a la iniciativa de Dios, dado que en su amor misericordioso él no puede querer sino la salvación de todos los seres que ha creado. Es la criatura la que se cierra a su amor. La condenación consiste precisamente en que el hombre se aleja definitivamente de Dios... La sentencia de Dios ratifica (pero no crea) ese estado...

La condenación sigue siendo una posibilidad real, pero no nos es dado conocer sin especial revelación divina, si los seres humanos, y cuáles, han quedado implicados efectivamente en ella» (Juan Pablo II).

Una advertencia clarificadora. - Si es cierto que Jesús no pretendió asustar, también lo es que su mensaje implica asumir decisiones serias y que en ningún momento permitió la banalización del mismo. «Esforzaos...» (Lc 13, 24), advirtió. Su oferta vale la pena; es un producto de calidad y exige comportamientos de calidad. Las cimas a las que llama Jesús no son las domesticadas y colonizadas para el turismo cómodo, sino aquellas que, vírgenes aún, estimulan el alpinismo más puro y arriesgado. El nos cita para esas cumbres, aunque nosotros podemos rechazar la oferta. Allí será el llanto y el rechinar de dientes, no es otra cosa que una advertencia clarificadora a no desoír la llamada de Dios; porque Dios llama y ama gratuitamente, pero no en vano. Una llamada a no fracasar existencialmente.

i) Al que te abofetee en la mejilla derecha, preséntale también la otra (Mt 5, 39)

Los hombres aceptamos demasiadas veces la violencia como un hecho indiscutible. Parece tan natural responder a la agresión y vengarse de ella, que todo el mundo lo hace, hasta los cristianos. Al oír estas palabras de Jesús, más de uno pensará: ¡Así no vamos a ninguna parte! Y, en el fondo, tiene razón; porque no se trata de tomarlas literalmente. Ni el mismo Jesús lo hizo. «Si he faltado en algo, muéstrame en qué; y si no ¿por qué me pegas?» (Jn 18, 23), replicó ante la agresión de que fue objeto por parte de un funcionario en el proceso ante el sumo sacerdote Caifás. No ofreció la otra mejilla, sino que se enfrentó con la brutalidad de aquel acto y lo desarmó, evidenciando su injusticia y sinrazón.

El contexto de la frase. - La transmiten los evangelios de Mateo y de Lucas, y aparece enmarcada en la solemne predicación del «sermón del monte» (Mt) o de «la llanura» (Lc), muy próxima a la proclamación de las Bienaventuranzas. Ambos relatos evangélicos forman parte de la propuesta de Jesús de una nueva justicia, alternativa a la de los escribas y fariseos (Mt 5, 20); aspecto que subraya particularmente Mateo con sus: «Se os dijo...; habéis oído..., pero yo os digo» (5, 21-22. 27-28. 31-32. 33-34. 38-39. 43-44). Es un rasgo del perfil de la nueva realidad y de la nueva humanidad aportadas por Jesús. Y una concreción de la invitación a no resistir al mal.

«Bienaventurados los que buscan la paz». - Para comprender el giro radical introducido por Jesús en este tema es necesario abrir la Biblia por Gn 4, 24. Dirigiéndose a sus mujeres, Adá y Selá, exclama Lamec: «Si a Caín se le venga siete veces, a Lamec, setenta veces siete». Y escuchar, luego, la respuesta de Jesús a la pregunta de Pedro: «¿Cuántas veces he de perdonar a mi hermano cuando me ofenda? ¿Hasta siete veces? No te digo que hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete» (Mt 18, 21-22). El texto que comentamos está en la misma línea. «Habéis oído que se dijo: Ojo por ojo y diente por diente (cf Ex 21, 25; Lv 24, 19s). Pues yo os digo..., al que te abofetee en la mejilla derecha, preséntale también la otra». Jesús aboga por la superación en el primer caso de la «ley de Lamec», y en el segundo, de la «ley del talión», introduciendo un nuevo elemento, el perdón. Dejando bien claro que perdonar no es subordinarse al mal, identificándose con pacifismos acríticos, sino hacerlo frente, pero con otras armas y otra estrategia. «No te dejes vencer por el mal; antes bien, vence al mal con el bien», escribía s. Pablo a los cristianos de Roma (Rom 12, 21). Perdonar no es sólo aceptar la disculpa del ofensor, sino protagonizar la reconciliación (Mt 5, 23-24). Es no vivir atrapado por el recuerdo de la ofensa, sino renovar el rostro de las cosas y de las personas desde la renovación del propio corazón (II Cor 13, 5). Se trata de desactivar la violencia, descubriéndola y venciéndola, primeramente enuno mismo, renunciando a «ser» y «sentirse» enemigo de nadie, porque ésa es la gran derrota o, mejor, la gran victoria de la agresión, transformar negativamente el corazón del ofendido. El Evangelio no es cómodo ni simple. En esa propuesta de «la mejilla» se halla toda una estrategia revolucionaria contra la violencia y la injusticia: amar al agresor, desvelando el sinsentido y la esterilidad de la agresión; desmontar su violencia enfrentándola con la fuerza de la verdad, y no sólo con la verdad de la fuerza. Y esto provocará más paz que otra represión violenta. Gandhi en "Mi no-violencia" escribe: "Cuando un hombre pretende ser no-violento, no debe irritarse con quien le ha ultrajado. No le deseará ningún mal, no le maldecirá, no le causará ningún sufrimiento físico. Aceptará los ultrajes que le vengan de su ofensor. La no-violencia así comprendida se convierte en la inocencia absoluta. La no-violencia absoluta es una ausencia total de deseos perversos hacia todo lo que vive. Se extiende incluso a los seres inferiores a la especie humana... En su forma activa, la no-violencia consiste en una marcada benevolencia hacia todo lo que existe. Es el amor puro. El hombre no se vuelve divino cuando encarna la inocencia en su persona; lo que sucede es que entonces se vuelve verdaderamente hombre. Cuando leí el Nuevo Testamento y el Sermón de la Montaña, empecé a comprender la enseñanza de Cristo, y el mensaje hizo eco con algo que había aprendido en mi infancia. Esta enseñanza era no vengarse ni devolver mal por mal.

¿Cómo cumplir hoy la propuesta de Jesús? - ¿Cómo cumplir hoy la llamada a la no-violencia propugnada por Jesús? Suelen aducirse tres modos o posibilidades «cristianas». Negándose a tomar parte en los actos e instituciones de violencia. Ya se hizo en los primeros siglos de la Iglesia, y está renaciendo de formas diversas en nuestros días. Trabajando por inyectar el espíritu del «sermón del monte» en las estructuras, instituciones y decisiones de la sociedad para conseguir un decrecimiento de la violencia en el mundo.

Optando por la implantación del derecho en la sociedad con los medios coactivos, incluso violentos, de que dispone el estado de derecho. ¿Qué decir a esto? No entro a valorar cada una de las posibilidades, sólo puntualizo que, aunque la realización de cada una de ellas fuera inmejorable, recta y necesaria, nos encontraríamos todavía muy lejos del Evangelio, y la más distanciada es la tercera vía. Pues por necesario que sea ayudar a implantar el orden de la justicia en la sociedad; por bueno que sea inyectar el espíritu del "sermón del monte» en las estructuras del mundo mediante la aminoración de la violencia; por urgente que sea crear signos radicales de la no violencia... Mientras esos esfuerzos y signos sean exclusivamente obra de individuos aislados, tendrán una eficacia limitada. Lo que interesa e importa es que todo un «pueblo» se convierta en signo de la no-violencia. Y a eso tiende el proyecto de Jesús: a una sociedad en la que se pueda ver gráfica y geográficamente cómo es el orden de Dios... Por consiguiente, la no-violencia debe ser previvida primero en la Iglesia; luego, por contagio, estimularía e inspiraría con credibilidad actitudes no-violentas en el mundo. ¿Demasiado utópico? ¿Demasiado teórico? No; demasiado difícil. Porque para responder así, uno ha tenido que convertirse en pacífico, en piedra vida de la casa de la paz. Frecuentemente oramos por la paz; mejor sería pedir: «Haz de mí, Señor, un instrumento de tu paz». Sólo así se acabará con esa cadena mortal de ataque y contraataque; réplica y contrarréplica... La madurez de una sociedad y de una persona no reside en su capacidad de represión, sino en su capacidad de convicción. Y sólo el amor y el perdón convencen.

j) Es más fácil que pase un camello por el ojo de una aguja que el que un rico entre en el reino de Dios (Mc 10, 25)

Coinciden los comentaristas en afirmar que esta expresión tiene todos los avales de autenticidad como palabras de Jesús. La conservan los tres evangeliossinópticos y en el mismo contexto. Sin embargo, son palabras a las que, por su radicalidad, se les ha querido buscar explicaciones que rebajaran el tono escandaloso de las mismas.

El contexto. - Un hombre se ha acercado a Jesús con una pregunta fundamental: «¿Qué he de hacer para conseguir la vida eterna?» (Mc 10, 17 y par.). La respuesta inicial de Jesús le remite a la guarda de los mandamientos. Pero, ante la reacción del demandante, que asegura haberlos cumplido desde niño, le formula la propuesta: «Te falta una cosa (Mc y Lc), si quieres ser perfecto (Mt): vete, vende lo que tienes, dalo a los pobres... y sígueme». Ante esto el hombre aquél se retira entristecido y entristeciendo a Jesús, que exclama: «¡Qué difícil será que los que tienen riquezas entren en el Reino de los cielos. Es más fácil que pase un camello por el ojo de la aguja que el que un rico entre en el Reino de Dios!» (Mc 10, 23-25 y par.).

El texto. - La frase «escandalosa» que comentamos es una expresión proverbial para indicar la dificultad de que algo se produzca si no es por un verdadero milagro o por una circunstancia muy especial. Los rabinos conocían la comparación del elefante y del ojo de la aguja; otros recurrían a la contraposición de la hormiga y el camello. Se ha empleado mucho tiempo en buscar una explicación lógica (tanto a la aguja (apertura estrecha en la pared) como al camello (cabo de amarra) para amortiguar la dificultad. ¡Tiempo perdido! La paradoja y la hipérbole pertenecen a la estructura del proverbio. Con esta expresión quiere: a) indicar algo que forma parte de su evangelio: el peligro de las riquezas para acoger el Reino y b) subrayar, sobre todo y a pesar de todo, la fuerza salvadora de la gracia de Dios (Mc 10, 27 y par.).

- El peligro de las riquezas. La actitud crítica de Jesús respecto de las riquezas, bien explícita, procede no de una postura apriorística frente a las mismas sino de la constatación de una serie de datos. Las riquezas distorsionan los valores de la vida.

El deseo de poseer o acaparar puede conducir a una gran equivocación y, olvidando «que la vida no está asegurada por sus bienes» (Lc 12, 15), depositar de una manera acrítica la confianza en realidades que no tienen la suficiente solidez para asegurar la existencia (Lc 12, 16-21). Lo advertía de mil maneras el libro del Qohelet (5, 9-6,7), de donde la recomendación del Salterio: «Aunque aumenten vuestras riquezas, no le déis el corazón» (Sal 62, 11). Las riquezas generan autosuficiencia e insolidaridad. En la parábola del pobre Lázaro (Lc 16, 19-31) se evidencian esos aspectos negativos de las riquezas. Las riquezas aíslan, ensordecen, impidiendo escuchar el grito lastimero del pobre, y ciegan hasta el punto de hacer invisible la existencia de los otros, convirtiéndose en un atentado contra el proyecto fraterno de Dios (Mt 23, 8; 25, 41-46). Las riquezas se amasan con injusticia. El calificativo de «injustas» dado por Jesús a las riquezas (Lc 16, 9), si no ha de entenderse como algo absoluto e indiscriminado (cf Mt 25, 14-30), apunta, sin embargo, a un riesgo que permanentemente les amenaza. Las riquezas pueden ser injustas en un doble sentido: en cuanto conseguidas por procedimientos injustos o en cuanto conservadas injustamente, ignorando las necesidades de los pobres. Las riquezas ahogan la semilla de la Palabra. Esta advertencia de la parábola del sembrador (Mt 13, 22) encuentra su escenificación y verificación en el encuentro de Jesús con el hombre rico del texto que estamos comentando (Mc 10, 17-22). Las riquezas, un «señor» alternativo al Señor. S. Pablo lo comprendió perfectamente, por eso invitará a los Colosenses a «mortificar la codicia... que es una idolatría» (Col 3, 5). Jesús considera incompatible «servir a Dios y al dinero» (Mc 6, 24), entendiendo por dinero no la materialidad de la palabra, sino el mundo significante de poder, autosuficiencia, marginación del pobre... De ahí la dificultad de salvarse de los que ponen su confianza en el dinero.

- «Dios lo puede todo». Afirmar esto no es quitar importancia a lo dicho, sinohacer una llamada para abandonar especulaciones y ansiedades y entregarse generosamente al seguimiento de Jesús. Porque el peligro del rico, es peligro de todos -absolutizar lo transitorio-, y la puerta del Reino se abre para todos, también para los ricos (cf Lc 19, 1-10). Dios lo puede todo, porque Dios puede cambiar el corazón del hombre, siempre que el hombre quiera renovar su corazón. Todo es gracia. Dios da el querer y el obrar (Flp 2, 13). En definitiva, estas palabras de Jesús no son sino el anverso de la primera de las bienaventuranzas: -Dichosos los pobres, porque vuestro es el reino de Dios- (Lc 6, 20).

k) Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? (Mc 15, 34)

Estas palabras pertenecen al grupo de las «siete palabras» pronunciadas por Jesús desde la cruz. Palabras difíciles hasta el escándalo; palabras, sin embargo, adorables y esperanzadoras. Palabras mal interpretadas ya desde el principio -«A Elías llama éste; esperemos a ver si viene Elías a descolgarle» (Mc 15, 3 5-36)-y que aún hoy continúan siéndolo. Porque ese grito no es de desesperación, ciega o resignada, sino de oración lúcida y confiada. No habla del abandono de Jesús por parte de Dios, sino del abandono de Jesús en Dios, «que no le ocultó su rostro, sino que, cuando le invocaba, le escuchó» (Sal 22, 25). En el fondo estas palabras traducen las que s. Lucas coloca en labios de Jesús antes de morir: Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu (23, 46).

¿Palabras de Jesús? - «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?», son palabras pertenecientes al inicio del salmo 22, oración esperanzada de un justo en medio de sus sufrimientos. Un salmo, por otra parte, de gran importancia en el «revestimiento» escriturístico del relato evangélico de la pasión y muerte de Jesús. Las burlas (Mt 27, 39), los desafíos (Mt 27, 43), la sed (Jn 19, 2 8), el reparto de la ropa (Mt 27, 35) y el sorteo de la túnica (Jn 19, 24), son otros tantos elementos contemplados en el salmo 22, 8. 9. 16. 18b. 19. ¿Son, entonces, palabras de Jesús? ¿Las pronunció él personalmente?

Los testimonios evangélicos. - La expresión que nos ocupa se halla presente en los relatos evangélicos de Mateo (27, 46) y Mc (15, 34); está, sin embargo, ausente en los de Lucas y Juan. ¿Por qué? ¿Ha sido eliminada para evitar equívocos que condujeran a interpretar a Jesús como un abandonado de Dios? Y, entonces ¿por qué se conservó en los otros evangelios? Todos los exégetas coinciden en reconocer, a la hora de fechar los evangelios, la primacía cronológica al de s. Marcos. También hay coincidencia en aceptar que el evangelista Marcos se sirvió de materiales previos -orales y escritos- que circulaban en las comunidades cristianas, que él recogió y elaboró. Es de sobra conocido, por otra parte, que la comunidad cristiana primitiva elaboró e iluminó los momentos más importantes de la vida de Jesús a la luz de textos tomados del AT, probando con ello que en Jesús hallan cumplimiento todas las promesas de Dios y las esperanzas de Israel. Respecto de la pasión de Jesús, Marcos se encontró con un relato en el que ya figuraban estas palabras, expresión de la fe cristológica de la primitiva comunidad, quien desde el principio tuvo que preguntarse y responder a la cuestión: «¿Quién es Jesús?». Y lo hace, en este caso, con las palabras del salmo 22 Jesús es el justo que sufre. Se trata, pues, de una respuesta de orden teológico, y ahí reside su interés. Si seguimos con un poco de detenimiento el itinerario de esta escena de la pasión de Jesús observaremos algo muy significativo. En Mateo y Marcos estas palabras son el contenido en el que se concreta el «potente grito» de Jesús; en Lucas, el contenido de ese grito se expresa en otras palabras: «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu» (23, 46); en Juan, no se alude para nada al grito. Jesús entrega serenamente el espíritu, tras probar el vinagre que le ha sido ofrecido (19, 30). De este breve recorrido se deduce que en el relato más antiguo de la pasión se hablaba de un fuerte grito de Jesús a la hora de morir. ¿Comointerpretarlo? Desde la palabra de Dios, con palabras inspiradas, las del salmo 22. Así lo hizo la comunidad cristiana. Que las pronunciara o no personalmente Jesús no es lo más relevante; lo verdaderamente importante es que esas palabras interpretan, traducen y testimonian una dimensión de la muerte de Jesús y del mismo Jesús. Y eso es lo que hemos de creer. Esas palabras son más valiosas por ser testimonios sobre Jesús que por ser reliquias de Jesús.

Palabras reveladoras. - Hasta ahí se hundió Dios en el hombre: hasta sentirse por unos momentos más hombre que Dios. Sí, ya sé que esto suena a imprecisión teológica o dogmática, pero es que inmaduro es nuestro conocimiento e inmadura nuestra expresión cuando se trata de formular el misterio (cf 1 Cor 13, 9). Porque estamos no ante un misterio, sino ante el misterio. Contra lo que pudiera parecer estas palabras no son veladoras, sino reveladoras de Dios. No son indicio del eclipse de Dios en la vida de Jesús, sino el anuncio de su nueva aurora. En la cruz de Cristo, y en toda cruz, Dios es Enmanuel, el Dios-con-nosotros; no para bajarnos de ella, sino para vivirla y sufrirla con nosotros. Gracias a estas palabras puestas en labios de Jesús, nosotros hemos adquirido derecho y confianza para no sustraer ni ocultar a Dios nuestros desalientos, y la posibilidad de poner en ellas, como en una patena, nuestros gritos de desesperanza, sabiendo que eso ya no es rebelión ni provocación impía, sino un modo de clamar a Dios desde lo hondo del corazón y desde las palabras de su Hijo.

l) Al que tenga se le dará, y al que no, aun lo que tenga, se le quitará (Mc 4, 25).

La expresión no deja de ser chocante, pero, sin duda, se remonta al mismo Jesús. El hecho de que aparezca cinco veces citada por los evangelios, y en distintos contextos (Mt 13, 12; 25, 14-29; Mc 4, 24; Lc 8, 18; 19, 22-27), lo demuestra. Tomada literalmente, suena a paradoja: ¿cómo se puede quitar a alguien lo que no tiene? Quizá por ello s. Lucas modifica un poco la expresión se le quitará aun lo que crea tener (8, 18). Tomada humanamente, suena a injusticia: ¿hacer más ricos a los ricos, empobreciendo a los más pobres? ¿No es ésta la lógica del capitalismo salvaje? ¿Es Jesús un profeta de este sistema económico inhumano? Por supuesto que no, ¿entonces?

La peculiaridad de la frase. - Con frecuencia, al hablar, para enfatizar una cosa solemos recurrir a expresiones muy radicales y absolutas. Así, por ejemplo, para decir que un hecho o una noticia es conocida afirmamos: «todo el mundo lo sabe», aunque ese «todo el mundo» sea un grupo reducido de personas, los vecinos... Jesús recurría también a estas «exageraciones» lingüísticas para captar la atención de sus oyentes: Deja que los muertos entierren a sus muertos... (Mt 8, 22); es más fácil que un camello entre por el ojo de una aguja... (Mc 10, 25). Evidentemente, la comprensión de estas expresiones no reside en su literalidad sino en su intencionalidad. ¿Sobre qué quiere llamar la atención Jesús con estas palabras?: sobre la necesidad de acoger con gratitud y responsabilidad el mensaje y el quehacer del reino de Dios por él anunciado. Con ellas denunciaba la falsa seguridad de quienes se creían poseedores del don de Dios por derecho propio -porque tenían la Ley- y la falta de creatividad respecto de las urgencias del Reino, enterrándolo en una religiosidad empobrecida y ritualista.

Los distintos contextos de la frase. - Esto que acabamos de señalar podemos verlo confirmado en los distintos contextos en que aparece la frase:

- Mt 25, 14-29 y Lc 19, 12-27. Un propietario, antes de emprender un largo viaje, confía la administración de su hacienda a unos servidores. Al cabo de un tiempo regresa dicho propietario y convoca a los servidores para que le rindan cuenta de su gestión. Dos de los servidores reciben una calurosa felicitación y generosa gratificación por su laboriosidad; el tercero, encambio, recibe una fuerte reprensión por su inactividad -había guardado la cantidad recibida sin hacerla producir nada- y la orden de que le sea quitado el don y sea entregado al que más había recibido, porque a todo el que tenga se le dará y le sobrará; pero al que no tenga, aun lo que tiene se le quitará. ¿Se está alabando con ello la gestión económico-financiera, por el mero hecho de la alta rentabilidad obtenida? No; más bien se está denunciando la actitud irresponsable de quienes olvidan sus deberes para con el don recibido de Dios. Jesús no propugna un sistema económico basado en la máxima rentabilidad del capital, sino una actitud responsable basada en la fidelidad.

- Mc 4, 25 y Lc 8, 18. En estos dos pasajes la frase recibe una contextualización diferente. Se trata de la responsabilidad ante las palabras de Jesús: Atended a lo que escucháis... Porque al que tenga... (Mc 4, 24-25); mirad, pues, cómo oís; porque al que tenga... (Lc 8, 18). La frase es una llamada al discernimiento. El que mantenga una actitud de acogida sincera y responsable ante el mensaje de Jesús, se verá enriquecido; quien, por el contrario, se cierre al mismo en sí mismo, se empobrecerá más, pues ese rechazo se convierte en autocondena.

- Mt 13, 12. En el contexto de la explicación de la parábola del sembrador resuena por tercera vez esta expresión, sólo en el evangelio de s. Mateo (cf paralelos en Mc y Lc). Se utiliza como respuesta al por qué habla Jesús en parábolas (Mt 13, 10). Se establece una distinción entre «vosotros» -los discípulos - y «ellos» -los demás- (generalmente los escribas y fariseos). El lenguaje resulta paradójico: «Tener» (Al que tenga...) equivale a «no tener», es decir, a adoptar una actitud de indigencia, como la del niño (cf Mc 10, 15), abierto a los dones de sus padres; «no tener» (Al que no tenga) equivale a «tenerse» es decir, a autosuficiencia. El discípulo se verá enriquecido con la acogida de la enseñanza de Jesús; los otros, rechazando ese mensaje, perderán incluso lo que creían tener, la Ley como garantía de salvación; porque ésta, la salvación, ya no dependerá de la Ley sino del Evangelio.

Destinatarios. - La frase, originalmente pronunciada por Jesús, ha visto, desde entonces ampliado y diversificado el horizonte de sus destinatarios.

Los oyentes contemporáneos de Jesús: Los escribas y fariseos, la gente, los discípulos pudieron escuchar estas palabras de labios del mismo Jesús con tonos de denuncia (Mt 25, 24-29), de advertencia (Mc 4, 24-25) y hasta de consuelo (Mt 13, 12). Aunque, quizá, los tonos provengan ya de los propios evangelistas al contextualizarlas en sus escritos.

Los cristianos de entonces: Los evangelios se escribieron para la Iglesia o Iglesias de entonces. Su interés no era primordialmente repetir o evocar el pasado sino iluminar el presente desde Jesús: sus palabras y hechos. La frase cuyo comentario nos ocupa tiene ya en los evangelios como destinatarios a los cristianos, a la Iglesia. Y conserva los mismos tonos de denuncia, advertencia y consuelo, porque en la Iglesia de entonces podía haberse introducido también la falsa seguridad de sentirse salvados y la falta de responsabilidad ante las urgencias del Reino.

Los cristianos de hoy: Tras dos mil años de historia cristiana siguen siendo válidas estas palabras que nos invitan a asumir la causa iniciada en Jesús y por Jesús, trabajando por la paz, el amor, la solidaridad..., que todo eso forma parte del reino de Dios, sin dormirnos en los laureles.

m) Si tu mano te es ocasión de pecado, córtatela...; sí tu pie es ocasión de pecado, córtatelo...; si tu ojo es ocasión de pecado, sácatelo... (Mc 9,43-48)

¿No resultan paradójicas estas palabras en boca de aquel que hizo «andar a los cojos y ver a los ciegos» (Mt 15, 31) y devolvió, un sábado en la sinagoga de Cafarnaún, la movilidad a la mano atrofiada de un hombre (Mc 3, 1 ss)? Y, además,¿no suena a violencia inhumana tal sugerencia?

El texto. - La frase, con pequeñas variantes, la transmiten los evangelios de Mateo (18, 6-9) y Marcos (9, 43-48); el evangelio de Lucas, al tratar el tema del escándalo, que es el contexto de la expresión, la omite (17, 1-29).

El contexto. - Marcos la sitúa en Cafarnaún, en casa (9, 33) y dirigida a los Doce (9, 35). En Mateo, éste parece ser también el encuadre -Cafarnaún y la casa (17, 24-25)-; sin embargo, los destinatarios son «los discípulos» (18, 1), sin ulteriores precisiones. Y en ambos casos, como ya he indicado, estas palabras se insertan en admoniciones contra el escándalo a los pequeños.

El sentido. - Digámoslo sin ambigüedades, con estas palabras tan radicales no se está haciendo una llamada a la mutilación física, sino a jerarquizar la vida según las prioridades de la fe, que no es compatible con cualquier actitud. Se trata de una reformación, más plástica y urgente, de aquellas otras palabras de Jesús: «Buscad primero el Reino de Dios y su justicia...» (Mt 6, 33) y «de qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si pierde su vida» (Mt 16, 26). Y es importante advertir que el acento y la intención de esas expresiones no recae en la invitación a la mutilación física sino en la llamada a entrar en el Reino. El Reino no sólo es urgente y prioritario, sino la prioridad absoluta. Jesús invita al esfuerzo (cf Lc 13, 24), pero no al esfuerzo por el esfuerzo, sino al esfuerzo por entrar en el Reino. A nosotros, que nos gusta tender la mano a todos los frutos, recorrer todos los caminos, contemplarlo todo... Jesús nos dice que hay frutos prohibidos, porque no son buenos y no sacian el hambre del hombre; que hay caminos que no conducen a ninguna parte, porque no conducen a Dios; que hay miradas y ojos pecadores, porque ensucian lo que contemplan o se ensucian con lo que ven... Que hay actitudes y comportamientos incompatibles con el evangelio, con la voluntad de Dios... Que no se puede servir a dos señores a un tiempo, vivir con una vela encendida a Dios y otra al diablo..., y que si surge el conflicto, y tiene que surgir, hay que optar por la causa de Dios, aunque esa decisión llegue a ser sangrante (cf Hb 12, 4). Es curioso, y triste, que a medida que vamos rechazando ser mártires de la fe nos vamos convirtiendo en víctimas del consumo, del tener o, al menos, del ambicionar. Retiramos nuestro sacrificio del altar de Dios, para sacrificar nuestras vidas a los ídolos del materialismo. Nos desangramos por lo caduco..., en tanto que rehuimos cualquier renuncia en aras de la fidelidad al evangelio. Hoy, cuando falta valor para hacer llamadas al sacrificio, porque en el fondo falta el convencimiento de que valga la pena sacrificarse por algo; cuando la oferta placentera a corto plazo y a bajo precio..., Jesús sale al encuentro con estas palabras «escandalosas» y esclarecedoras. Su oferta -el Reino-, no es una ganga sino un producto de calidad que exige comportamientos de calidad. Sí, el camino cristiano es arduo, tanto que muchas veces deja de ser camino para convertirse en áspera y vertiginosa senda, abierta paso a paso con el sudor del esfuerzo y hasta con sangre. Las cimas a las que llama Jesús no son las domesticadas y colonizadas para el turismo cómodo, sino aquellas que, vírgenes aún, estimulan el alpinismo más puro y arriesgado. Jesús no vino a reseñalizar caminos ya existentes, sino a perfilar un camino nuevo, que no dudó en calificar de «angosto» (Mt 7, 14) y que exige para ser transitado grandes dosis de sensatez (Lc 14, 28-29) y audacia (Lc 14, 25-27). Son sus palabras aún: «¿El Reino de los Cielos sufre violencia, y los violentos -los que se hacen violencia- lo conquistan» (Mt 11, 12). ->antítesis; reino.

Domingo Montero