Padrenuestro
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SUMARIO: 1. Cuestiones generales. -11. Invocación: Padre nuestro que estás en los cielos. 1. Padre: ABBA. 2. Nuestro. 3. «Que estás en los cielos». -11L Peticiones. 1. Santificado sea tu nombre. 2. Venga tu reino. 3. Hágase tu voluntad, como en el cielo, también en la tierra. 4. El pan nuestro, que necesitamos, dánoslo hoy. 5. Perdónanos nuestras deudas como también nosotros perdonamos a nuestros deudores. 6. No nos metas en tentación. 7. Mas líbranos del mal.


1. CUESTIONES GENERALES

El Padrenuestro (PN) aparece dos veces, en Mateo (6, 9-13) y en Lucas (11, 2-4). Lo más probable es que Jesús lo enseñó una sola vez y que el texto original y más antiguo es el de Lucas que Mateo amplía imprimiéndole un carácter litúrgico más acorde con las oraciones judías.

Se ha venido diciendo que el PN consta de dos partes, a la manera de las tablas de la Ley. En la primera están los derechos de Dios y en la segunda los derechos del hombre. Pero el hombre no puede hablar nunca de derechos ante Dios. Tanto en la primera parte, como en la segunda, sólo se consideran los intereses del hombre. Las siete peticiones son antropocéntricas.

El PN no es una oración de alabanza, ni de acción de gracias, sino una oración de súplica. Todo es pedir. Probablemente terminaba con una doxologia, la recogida en la Didajé: «Pues tuyos son el reino, el poder y la gloria por la eternidad. Amén». Es como el carnet de identidad del cristiano. Nos define lo que somos: hijos de Dios y hermanos unos de otros. Es el resumen de todo el evangelio. Jesucristo oraba con el PN, como lo prueba la oración sacerdotal (Jn 17).

El PN no es un meteorito caído del cielo. Tiene sus antecedentes en el A. T. y en la literatura judía: En la Tefillá o Semoné Esreh (las dieciocho bendiciones que el judío rezaba tres veces al día) y en el Qaddis (la oración con que terminaba la reflexión sobre las Sagradas Escrituras en la sinagoga). El PN es una oración enteramente judía y enteramente cristiana.

El PN es la oración por excelencia, «en él se encierra todo lo que es voluntad de Dios y todo lo que nos conviene» (San Juan de la Cruz, S3, 44, 4). El PN es «LA ORACIÓN». No hay otro modo de hacer oración, pues Jesucristo no dijo «podéis rezar así», sino «rezad así». Las demás oraciones en tanto son válidas en cuanto tienen como punto de referencia el PN.

El PN es una oración pública que se hace en comunidad y por la comunidad y, a la vez, es privada, porque también hay que recitarlo en privado (Mt 6, 6-7), aunque al hacerlo así, se hace en nombre de todos y por todos. No es una oración estática y muerta, sino viva y dinámica, en continuo desarrollo, por ser la oración de más alto rango de un reino que es también vivo y en continuo desarrollo. Este dinamismo exige que sea interpretado a la luz del momento histórico presente. Cada día aparecen nuevos males físicos, sociales, políticos y morales, y nuevos peligros, de los que pedimos a Dios que nos libere.

Todos los comentarios, antiguos y modernos, han puesto de relieve el carácter escatológico del PN. Hasta se ha llegado a decir que en él sólo pedimos una cosa: la realización de la escatología, el fin de este mundo lleno de maldad, la tierra nueva y el cielo nuevo, la venida del mundo trasformado. Su realización sólo tendrá lugar en el más allá. Creo que esto es un grave error, pues el acento excesivo en su sentido escatológico nos hace correr el riesgo de dejarlo todo para la otra vida y evadirnos de los compromisos temporales, a los que el PN nos obliga. Por esta razón, sobre el PN se ha efectuado un proceso de descatologización, iniciada ya en la fórmula lucana con que ahora lo recitamos: «Venga a nosotros tu reino». Este «a nosotros» lo ha añadido la Iglesia para temporalizar el PN.

El PN no es una oración para repetirla de modo mecánico. Es una enseñanza de la actitud humana, espiritual y existencial que hemos de adoptar ante Dios y ante los hombres. «Hermanas, mirad que hacéis mucho más con una palabra de cuando en cuando del paternóster, que decirlo muchas veces y apriesa y no os entendiendo» (Santa Teresa de Jesús, C 53, 9).

II. INVOCACIÓN: Padre nuestro que estás en los cielos

1. Padre: ABBA

La palabra «padre» aparece diez veces en el cap. 6 de Mt. La primera al principio (6, 1), y luego nueve veces; la quinta, la central, es el «Padre» nuestro. Es una de las palabras que ciertamente pronunció Jesús, la palabra más densa de todo el N. T., la plenitud de la revelación cristiana. Si el PN es el resumen de todo el evangelio, la palabra «PADRE» es el resumen del PN. Sólo Dios es nuestro Padre, el único. A nadie más debemos llamar padre (Mt 23, 9). He aquí estas palabras de Santa Teresa: «Buen padre os tenéis, que os lo da el Buen Jesús; no se conozca acá otro padre... Con toda humildad hablarle como a Padre, pedirle como a Padre, regalarse con él como con Padre» (C 46, 2). «En siendo padre, nos ha de sufrir, por graves que sean las ofensas... hanos de perdonar, hanos de consolar, hanos de regalar» (C 44, 1).

2. Nuestro

Si la palabra «padre» nos habla del amor a Dios, la palabra «nuestro» nos habla del amor al prójimo. El PN es la oración de los hijos y de los hermanos. Si los demás no son nuestros hermanos, Dios no es nuestro padre. Cuando el cristiano reza, no dice «padre mío», sino «padre nuestro». Si dijera «padre mío» no sería cristiano.

3. «Que estás en los cielos»

La expresión es una metáfora que designa la excelsitud divina, la augusta majestad de Dios, su cualidad de «celeste». Dios es nuestro padre, pero un padre que está en los cielos, un lugar muy alto y muy distante. Dios es un padre celeste, el inaccesible, el trascendente.

Entre Dios y el hombre hay una distancia insalvable. Dios es el cercano y el lejano, el inmanente y el trascendente. Está dentro de nosotros, y, a la vez, muy lejos de nosotros, porque es Padre y Señor:«Con una mano nos atrae y con la otra nos mantiene a distancia» (Cabodevilla).

¿Dónde está Dios? Dios no está circunscrito a un lugar. Los teólogos dicen que está en todas partes por esencia, presencia y potencia. Aunque está en todo, está más allá de todo, está en el misterio, en lo incorñprensible. Santa Teresa decía a sus monjas que le busquen en ellas mismas, en el cielo de su alma: «Donde está Dios es el cielo... un alma no ha menester para hablar con su padre eterno ir al cielo... ni ha menester alas para ir a buscarle, sino ponerse en soledad y mirarle dentro de sí» (C 46, 2).

Es el Dios escondido, al que hay que buscar en todas partes y no ir a buscarle más allá de las estrellas, porque está aquí, a nuestro lado, está entre los pucheros, aunque de una manera especial está en los pobres, en los marginados, en los enfermos, en los emigrantes... (Mt 25).

III. PETICIONES

1. Santificado sea tu nombre

El nombre de Dios es santo (Lev 20, 3), fuente de toda santidad, todo lo que es santo está relacionado con él. Por tanto, no necesita ser santificado, como si fuera profano o imperfecto. Por otra parte, ¿quién podría santificarlo? ¿Y cómo el hombre pecador podría santificar a Dios que es la misma santidad?

«Santificado sea tu nombre vale tanto como glorificado sea tu nombre» (S. Juan Crisóstomo). Al pedir que Dios santifique su nombre, pedimos que se glorifique a sí mismo, que se manifieste al mundo como lo que es, Padre y Santo. Y en consecuencia que los hombres le aceptemos como «Padre Santo». Dios manifiesta su santidad, su divinidad, su gloria, llevando a cabo sus «mirabilia», las acciones salvíficas en favor de los hombres; que intervenga en la historia humana, revelando su nombre poderoso, haciendo que todo el mundo reconozca ese poder de Padre.

Esta petición tiene una doble significación:

1ª) Israel es pertenencia exclusiva de Yavé, el cual se desposó con él con amor eterno. Los dos vienen a ser una sola carne, hasta el punto que el pueblo pasa a ser el «nombre del Señor», «el pueblo que lleva el nombre del Señor» (Si 36, 11), igual que la esposa recibe el nombre o el apellido del esposo y el hijo el nombre del Padre, pues Dios es padre y esposo y el pueblo es hijo y esposa. Hasta tal punto esto es así, que cuando el pueblo peca, está profanando el nombre de Dios. Y de hecho pecó (Ez 36, 10). Este pecado le hizo merecedor de un castigo que Dios materializa en el destierro de Babilonia donde el pueblo sigue profanando el nombre santo de Yavé (Ez 36, 18-10). Dios levanta el castigo en consideración a su propio nombre: «Santificaré mi gran Nombre, profanado entre las naciones» (Ez 36, 23). El pueblo recobrará la libertad y una santidad santificadora del Nombre: «Veré en medio de él la obra de mis manos y santificará mi nombre» (ls 29, 30). «Manifestaré mi santo nombre en medio de mi pueblo Israel, no permitiré que vuelva a ser profanado mi santo nombre» (Ez 39, 7). Por tanto, lo que se pide es algo que interesa al pueblo y no a Dios, pues la santificación del Nombre de Dios es la liberación del pueblo.

2ª) Jesucristo es el nombre de Dios manifestado a los hombres. Esto está claro en estos dos textos paralelos: «Padre, glorifica tu Nombre» (Jn 12, 28), «Padre, glorifica a tu Hijo» (Jn 17, 1). Jesucristo es el nuevo templo donde moran, de manera permanente, el Nombre y la Gloria de Dios. Ese nombre debe ser santificado, es decir, la divinidad de Jesucristo debe ser manifestada. Eso es lo que Jesucristo pide al Padre al final de su vida: «Padre, glorifica tu Nombre. Entonces dijo una voz del cielo: lo he glorificado y lo glorificaré de nuevo» (Jn 12, 28). La santificación del Nombre de Dios, anunciada por Ezequiel (16, 23) tuvo su cumplimiento en Cristo, santo por su origen (Lc 1, 35; Jn 6, 69). El nombre del Padre fue santificado en Cristo, a través de su vida y milagros que manifestaban su divinidad. Y esta glorificación del Nombre llegó a su plenitud en la cruz. Ahora, en el PN, pedimos que Jesucristo sea glorificado, manifestado (santificado) como Dios y que, en consecuencia, sea reconocido como tal por todo el mundo.

Si esta petición se lleva a cabo, tanto erí lo espiritual, como en lo social, estaremos en pleno reinado universal de Dios, se cumplirá la voluntad de Dios, habrá pan para todos, nadie sucumbirá a la tentación, habrá desaparecido el mal del mundo.

2. Venga tu reino

A pesar de que su predicación se centró en el reino, Jesús nunca explicó de manera clara y precisa en qué consiste el reino.

El reino de Dios es un misterio lleno de misterios (Mc 4, 11) incomprensibles, un secreto oculto, indescifrable; sabemos que, con la venida de Jesucristo, el reino está ya entre nosotros funcionando y desarrollándose, pero de una manera misteriosa; que caminamos hacia su pleno desarrollo, pero no sabemos ni cuándo, ni cómo ese reino funcionará en plenitud. Jesucristo no nos dio una definición del reino, tal vez, porque el reino es tan complejo, que no se deja encerrar en una definición concisa y estricta. Describió el reino bajo diversos aspectos con parábolas; por eso, para llegar a una aproximación de lo que es, se hace imprescindible acudir a las parábolas. Pero las mismas parábolas indican que el reino es un misterio, que dejan sin descifrar de manera absoluta. En el cap. 13 de Mateo encontramos siete parábolas: El sembrador, donde se indican las diversas actitudes ante el reino; el trigo y la cizaña que simbolizan a los hijos del reino y a los hijos del Maligno; la semilla de mostaza y la levadura que ponen de relieve la pequeñez inicial y la grandeza final del reino, así como el dinamismo en su desarrollo; el tesoro escondido y el mercader de perlas que enseñan que por el reino hay que jugárselo todo; la red del pescador que señala la fase final del reino, la escatología. Pero son parábolas llenas de misterios, pues: ¿Quién sabe cómo germina el grano y produce hasta el ciento por uno, cómo nace y crece la semilla más pequeña de las hortalizas hasta hacerse la más grande, cómo un poco de levadura hace fermentar toda la masa? ¿Quién lo sabe? Así es el reino que crece empujado por el poder oculto y misterioso de Dios.

El reino de Dios es un reino político, temporal y humano, y a la vez, un reino espiritual, escatológico y eterno. Y si fue un error de los judíos interpretar el reino como puramente terreno, es también un error de los cristianos que lo interpretan sólo como puramente espiritual. Está muy claro que el reino, del que hablan los evangelios sinópticos, es espiritual y eterno, pues se identifica con lo que Juan llama vida eterna, la vida espiritual que ya poseemos aquí y que se perpetúa en el más allá. Pero igualmente es muy claro que se trata de un reino sociopolítico que tiene que presencializarse y actuar en el campo de lo social y de la política. Jesucristo fue condenado por blasfemo, porque se hizo igual a Dios, pero lo fue también por revolucionario, por proclamarse rey y porque su doctrina exige un cambio radical en las estructuras injustas de este mundo. Se trata de un reino que no sale de este mundo, porque procede del Dios del cielo, viene del cielo, pero para realizarse en la tierra. Si Jesucristo nos manda pedir que venga el reino, es porque se trata de un reino terreno, pues en el cielo ya está instalado y lo estará eternamente, no hace falta pedir que lo esté.

Los cuatro pilares del reino son la libertad, la igualdad, la justicia y la fraternidad. Y lo más fundamental es la justicia. Sin justicia, ni hay libertad, ni hay igualdad, ni hay solidaridad, ni puede haber paz. El fin ultimo del reino es el establecimiento de la justicia. Por eso, lo primero que tiene que hacer un cristiano es «buscar el reino de Dios y su justicia» (Mt 6, 33). El reino establecido por Jesucristo no es otro que el que anunciaron los profetasy ese reino no es otro que el reino de la justicia social. Hasta que esta justicia no sea una realidad, la redención de Jesucristo no alcanzará su plenitud.

Los miembros preferidos del reino son los pobres, los débiles, los ningunos, los excluidos, los tenidos oficialmente como pecadores púbbicos, los publicanos y las prostitutas, los que son perseguidos. Los que encontrarán dificultades para entrar en el reino son los ricos y los fariseos.

El reino está en etapa de desarrollo y se encuentra en dificultades. Frente a los que claman «venga tu reino» están los que gritan «no le queremos por rey» (Lc 19, 14), «no tenemos más rey que el César» (Jn 19, 15). El proceso es lento, la fermentación de la masa no se hace de una manera espectacular (Lc 17, 20-21). Una prueba de que el reino está aquí y de que avanza con gran poder y fuerza es éste: «Los ciegos ven, los cojos andan, los sordos oyen, los muertos resucitan, se anuncia el evangelio a los pobres» (Lc 7, 22).

La Iglesia no es el reino. El reino es más que la Iglesia, la cual es sólo «el germen y el principio del reino» (LG 5) «y ha nacido con este fin: propagar el reino de Jesucristo en toda la tierra para gloria de Dios Padre (AA 2). «Es menester separar Iglesia y reino de Dios para que aquélla pueda quedar configurada por éste, para que la Iglesia pueda verse cada vez más libre de su «versión al mundo» mediante una auténtica «conversión al Reino» (1. ELLACURÍA, Conversión de la Iglesia al reino de Dios, ed. Sal Terrae, 1984, 13).

3. Hágase tu voluntad, como en el cielo, también en la tierra

1) Hágase tu voluntad. Pedimos que sea Dios el que haga su voluntad, su querer máximo. Este querer máximo de Dios está expresado en el himno trinitario del Ef 1, 13-14, una de las páginas más bellas y profundas del N. T., donde San Pablo resume, de manera magistral, la doctrina de la salvación del mundo que pasa por un triple estadio: 1°) El Padre decide el proyecto de salvación del mundo (3-6). 2°) El

Hijo realiza el proyecto con su muerte en cruz (7-12). 3°) El Espíritu garantiza y lleva a plenitud el proyecto.

Este proyecto es el designio de Dios, el misterio de Dios revelado por Jesucristo que es centra en la salvación del mundo. Dios, origen y destino del hombre, sólo ha querido y quiere una cosa: «Que todos los hombres se salven» (1 Tim 2, 4), pues «no nos ha destinado al castigo, sino a la salvación por nuestro Señor Jesucristo» (1 Tes 5, 9). Estamos salvados gracias a la voluntad del Padre y a los méritos de Jesucristo que murió por nosotros para que nosotros vivamos (1 Tes 5, 10).

Y si la voluntad de Dios consiste en la salvación del mundo, está bien claro que es algo que depende absolutamente de él el único que puede salvar al mundo. El hombre no puede salvarse a sí mismo. Le pedimos, pues, que cumpla su proyecto, que haga su voluntad, que nos salve. Ya lo hizo a través de Cristo, y lo sigue haciendo con la fuerza del Espíritu Santo y a través de los hombres, en cuanto estos aceptan su propia salvación y trabajan por la salvación de todos.

Nosotros debemos cumplir también la voluntad de Dios, querer lo que Dios quiere que no es otra cosa que nuestra santificación (1 Tes 4, 3). Hacer la voluntad de Dios no es anular nuestra voluntad, sino hacerla coincidir con la de Dios, identificar nuestro querer con el suyo. Santa Teresa lo expresaba y lo vivía así: «Cúmplase, Señor, en mí vuestra voluntad de todos los modos y maneras que Vos, Señor mío, quisiereis. Si queréis con trabajos, dadme trabajos... Si con persecuciones y enfermedades, deshonras y necesidades, aquí estoy, no volveré el rostro, Padre mío, ni es razón vuelva la espalda... Disponed en mí como cosa vuestra» (C 55, 4).

2) Como en el cielo, también en la tierra. Esta frase admite una doble interpretación: la Que se cumpla en la tierra la voluntad de Dios del mismo modo que los ángeles y los santos la cumplen en el cielo, que la tierra se haga cielo. 2a Que la voluntad, que Dios decidió desde toda laeternidad en el cielo, la lleve a efecto de manera plena, de verdad y cuanto antes, en la tierra; que no lo deje sólo para el cielo; que lo que ha hecho allí, lo haga también aquí. Si los de allí ya están plenamente redimidos, salvados, liberados, lo estemos también los que estamos aquí, libres de toda esclavitud; que la redención de Jesucristo llegue a su plenitud en la tierra.

4. El pan nuestro, que necesitamos, dánoslo hoy

Las cuatro peticiones de la segunda parte del PN son como un grito de socorro, una voz de auxilio, porque somos pobres y pedimos pan, pecadores e imploramos perdón, débiles y suplicamos ayuda para no sucumbir en el peligro. En esta petición hay cinco palabras: pan, nuestro, que necesitamos, hoy y dar.

la) Pan. La palabra «pan» aparece 75 veces en el N. T. y con diversas significaciones. La primera y más generalizada es la del pan común, necesario para el sostenimiento de nuestra vida física (Mt 4, 3; 7, 9; Lc 11, 5). El hombre lo primero que necesita es comer por eso, lo primero que pedimos es el pan: El pan se refiere también al alimento espiritual, el pan de la palabra de Dios (Mt 4, 4), al pan de vida (La Eucaristía Jn 6, 35. 51. 54. 58) al pan del banquete escatológico (Lc 13, 29; 21, 16; Ap 19, 9).

2a) Que necesitamos: Epiousion. Esta palabra -epiousion- es la cruz de los exegetas, la traducción de una palabra aramea que desconocemos. Sólo aparece aquí (Mt 6, 11; Lc 11, 13), por lo que se hace muy difícil su traducción, ya que carece de lugares paralelos para contrastar y precisar su significado. Estas son sus posibles significaciones etimológicas: a) Epi - einai: ser, existir. Se trata del ser, del existir presente. Por tanto, significaría el pan del presente, el de hoy, el de cada día -el pan cotidiano- en armonía con lo que dice Jesucristo: «A cada día le bastan sus problemas» (Mt 6, 14). Pedimos sólo el pan de hoy. La traducción sería ésta: «Danos hoy nuestro pan de cada día. b) Epi - ienai: venir, sobrevenir. Se trata de lo que será, de lo que sobrevendrá, del pan del día que viene -el pan de mañana-. Pedimos la harina para hacer el pan de mi mañana. La traducción sería ésta: «El pan de mañana, dánoslo hoy», lo que parece que no se compagina bien con las palabras de Jesús en este mismo contexto: «No os inquietéis por el día de mañana, que el mañana tendrá su inquietud» (Mt 6, 34). c) Epi - ousia: esencia, substancia. Se trata del pan esencial, substancial, necesario para nuestra subsistencia, -el pan subsistencial, necesario- lo que cada día necesitamos para seguir viviendo. La traducción sería ésta: «El pan que necesitamos, dánoslo hoy», lo suficiente, lo necesario para un día.

3a) Dar y Hoy. Mateo dice «dos», en aoristo, y se refiere a un acto puntual, a «hoy». Lucas cambia el aoristo por el presente «didou» y el «hoy» -semeron- de Mateo por «cada día» -kaz'emeran-, día tras día, indicando la acción permanente, el don continuo de pan. Dánoslo cada día. Mateo pide sólo para hoy y Lucas para cada día. El «hoy» es el día solar, de veinticuatro horas, pero también puede ser el «hoy» de esta vida temporal, en contraposición al «mañana», al «gran mañana», es decir, la eternidad.

Todos los sentidos enumerados son posibles, pero el más probable es el siguiente: Se trata del pan material, el pan físico, alimento del cuerpo, el pan subsistencial el que necesitamos para vivir; y el de la palabra «hoy» es el del día presente, de veinticuatro horas. La traducción, por tanto, es ésta: «El pan, que necesitamos, dánoslo hoy». Pedimos sólo pan para hoy, porque sólo el «hoy» nos pertenece. El futuro no está en nuestras manos, hay que conformarse con tener para hoy y fiarse de la Providencia: «No os angustiéis por vuestra vida, qué vais a comer...» (Mt 6, 25). Aparte de ese sentido literal, el pan tiene también un sentido pleno referido a la Eucaristía (Jn 6).

4a) Nuestro. El pan es «nuestro», porque es fruto de nuestro trabajo. Pedimosque no nos falte el trabajo para ganarnos el pan. No queremos que nos caiga llovido del cielo. Además, sin nuestro trabajo, Dios no nos da el pan. El pan es «nuestro», porque es de todos y porque pedimos el pan para todos. El acento no sólo hay que ponerlo en la fe, en la confianza en que Dios nos va a dar el pan, sino en la caridad, en establecer una comunidad de bienes en la que se reparte el pan, pues sin esa comunidad de bienes, podrá haber una comunidad religiosa, pero no una comunidad cristiana. Esto estaba muy claro para los primeros cristianos que lo tenían todo en común (He 2, 44; 4, 32). Por eso, esta petición podíamos traducirla a semejanza de la siguiente: «Danos hoy el pan que necesitamos, así como nosotros damos de nuestro pan a los que lo necesitan». Repartimos el trabajo y el pan.

5. Perdónanos nuestras deudas como también nosotros perdonamos a nuestros deudores

El hombre tiene una naturaleza pecadora (Sal 51, 7). Un cristiano sin conciencia de pecador es un imposible. Santa Teresa decía esto: «Nunca nos culpan sin culpas, que siempre andamos llenos de ellas, pues cae siete veces cada día el justo y sería mentira decir que no tenemos pecado» (C 22, 4). Dios es el perdón, el padre de las misericordias (2 Cor, 1, 3). Dios es el poder hecho perdón, lo perdona todo, porque lo puede todo (Sab 11, 23-26). En Jesucristo tenemos la remisión de todos nuestros pecados (Ef 1, 7-8). El perdón, puesto de relieve en las tres parábolas de la misericordia de Dios (Lc 15), junto con el amor, es el alma del evangelio. Pedimos perdón a Dios y que nos dé fuerzas y generosidad para que nosotros seamos capaces de perdonar. No se trata de que nosotros perdonamos para que él nos perdone -do ut des-. Es justamente al revés. Puesto que Dios nos ha perdonado, nosotros debemos perdonar. «La regla es que imitemos nosotros a Dios y no Dios a nosotros cuando perdonamos» (J. Maldonado). La parábola del criado perdonado y no perdonador (Mt 18 23-35) clarifica todo esto. El criado fue perdonado, antes de que él perdonara o no perdonara. Lo que sucede es que el perdón de Dios no surte efecto, si nosotros no perdonamos. Dios perdona primero, pero exige nuestra preparación para recibir el perdón, cosa que hacemos perdonando. He aquí estas palabras de Santa Teresa: «No decimos perdónanos, Señor, porque hacemos mucha penitencia, o porque rezamos mucho y ayunamos y lo hemos dejado todo por Vos y os amamos mucho..., sino sólo porque perdonamos» (CV 36, 7).

Mateo pone en la primera parte de la petición «ofeilemata» (deudas) y en la segunda «ofeileteis» (deudores). Lucas en la primera pone «amartías» (pecados) y en la segunda «ofeilonti» (deudor). Lucas, con el cambio, quiere decir que no sólo hay que perdonar las deudas —pero también las deudas, pues en la segunda parte pone «deudor»—, como cabría esperar de Mateo, sino también todos los pecados y ofensas que nos hagan. La palabra «ofeilema» sólo aparece dos veces en el N. T. y en ambas con sentido pecuniario: aquí y en Rom 4, 4: «Al que trabaja no se le abona el jornal como una gratificación, sino como una deuda» (ofeilema). Por tanto, la palabra «deudas» hay que interpretarla de deudas pecuniarias que hay que perdonar. Esto, además, está muy claro en las dos parábolas, la del prestamista (Lc 7, 41-43) y la del criado despiadado (Mt 18, 21-35).

Perdonamos como El perdona: todo, deudas, ofensas, injurias. Y sin que quede el menor resentimiento en el corazón (Mt 18, 35). Perdonamos siempre. "Si tu hermano peca contra ti siete veces al día, y otras tantas se acerca a ti diciendo: me arrepiento, perdónale" (Lc 17, 4). Hay que perdonar incluso al que no se arrepiente, no sólo al hijo pródigo arrepentido, sino al hermano mayor endurecido. Y morir perdonando, como Jesucristo (Lc 23, 34) y como San Esteban (He 7, 60).

También nosotros perdonamos. La comunidad cristiana tiene poder para perdonar los pecados. «No sólo Pedro, sinotoda la Iglesia ata y desata los pecados» {S. Agustín, PL 36, 387). Los pecados cometidos contra el prójimo deben ser también perdonados por el prójimo ofendido, no sólo por Dios. Si se falta al prójimo, hay que pedir perdón al prójimo, no basta con ir al confesonario, pues si se va al confesonario, sin haber ido antes al prójimo, habrá que cumplir la penitencia de ir a reconciliarse con el hermano para que la absolución sacramental tenga la debida eficacia. El hombre, pues, por pura concesión divina, participa del poder de Dios, porque «sólo Dios puede perdonar los pecados» (Lc 5, 21).

Esta petición es la única que exige una respuesta: para ser perdonados, tenemos que perdonar. El cristiano, además, no se siente nunca ofendido, responde con generosidad al que le agrede; al que le quiere quitar la túnica, le da también el manto (Mt 5, 40); al que le abofetea en una mejilla, le presenta la otra (Mt 5, 39); da lo que le piden y no reclama lo que le han robado (Lc 6, 30); hace bien a los que le odian, bendice a los que le maldicen y ora por los que le persiguen y calumnian (Mt 5, 39-42); no se conforma, da un salto cualitativo y ama al ofensor por sí mismo, pues un amor, que ama al hermano únicamente por Dios, no es el verdadero amor. El buen samaritano ama, sin más, al hombre desgraciado, porque es un necesitado (Lc 10, 30-37).

6. No nos metas en tentación

Esta es la única petición formulada en negativo, lo que encuentra sus antecedentes en esta oración judía anterior a Jesucristo: «No nos conduzcas al pecado, ni a la transgresión, ni al delito, ni a la tentación, ni a la deshonra».

Esta petición ha sido traducida de diversas maneras: no nos dejes caer en la tentación; no permitas que seamos vencidos en la tentación; no nos sometas a la tentación; haz que no entremos en tentación; no nos induzcas a tentación que no podamos soportar; no permitas que seamos llevados a la tentación por el tentador. El verbo «eisfero» significa: llevar a..., meter en..., inducir a... En el N. T. aparece sólo ocho veces y casi siempre seguido de la preposición «eis» con acusativo, como aquí, lo que refuerza la idea de meter dentro de algo; en este caso «meter dentro de la tentación». La palabra «peirasmos» tiene dos significaciones un tanto diferentes: 1a) Prueba, experimento, intento de corrupción. Pedimos que no nos dejemos corromper, que no queramos experimentar lo que se nos propone, que no nos dejemos seducir, que salgamos airosos de la prueba (Ver Sant 1, 2; Lc 22, 28; He 26, 19; 1 Pe 1, 6). 2a) Tentación, inducción al mal. También abundan los textos en este sentido (1Tim 6, 9; Lc 22, 40; Mt 6, 41). Sólo hay un texto claramente paralelo con esta petición: «Velad y orad para que no entréis en tentación» (Mt 26, 41). En todo caso, es difícil limitar la frontera entre prueba y tentación, pues frecuentemente son intercambiables, hasta el punto que la prueba termina en tentación y la tentación es sólo prueba.

Si la oración es la vida del alma, como el aire que respiramos lo es para el cuerpo, la tentación es el despertador que nos avisa para que el alma no deje de respirar. Tan necesaria como la gracia de Dios, lo es la tentación para el alma. Tan útiles como las virtudes son las tentaciones. El ser humano está en continua tentación.

El origen fundamental de las tentaciones lo tenemos en nosotros mismos: «Cada uno es tentado por el propio deseo que lo atrae y lo seduce» (Sant 1, 14; Lc 11, 39). San Juan señala tres fuentes de tentaciones (1 Jn 2, 16): 1 a) Las pasiones carnales: Se trata de la orientación equivocada y perversa de los impulsos humanos en sus diversas manifestaciones incluidas las sexuales. 2a) Los deseos de los ojos: El ansia de las cosas, el apetito insaciable de bienes, el afán de poder, las miradas lascivas. 3a) El alarde de las riquezas: la arrogancia del rico, el egoísmo, la autosuficiencia o jactancia, el olvido de Dios y de los hombres.

Satanás, el Diablo, aparece en la Biblia como el gran tentador (1 Pe 5, 8; He 5,3; Ap 3, 10). Su función es la de tentar, pero, cuando tienta,, lo hace con el permiso de Dios (Job 1, 12), un permiso temporal, no indefinido (Ap 13, 7; 12, 12). Dios lo permite para que el hombre salga victorioso de la tentación (Ap 2, 26; 3, 12).

Dios no tienta, pero sí prueba al hombre. Ya sabe si le amamos o no, pero nos pone a prueba para que nosotros caigamos en la cuenta de si le amamos o no, para que nos examinemos a nosotros mismos y ver si damos la talla. La prueba es también una corrección de padre a hijo, para que el hijo tome conciencia de su fragilidad y recurra a él pidiendo que le libre del peligro que le amenaza (Heb 12, 7).

Si Dios utiliza con nosotros la técnica pedagógica de la prueba, es para que seamos más suyos y poder premiarnos: «Dichoso el hombre que soporta la prueba, porque, si la supera, recibirá la corona de la gloria» (Sant 1, 21; Lc 22, 28).

A Dios no le podemos pedir que estemos libres de tentaciones y de pruebas, pues eso sería tanto como pedirle que nos sacara de este mundo, cosa que Jesucristo no quiso pedir al Padre para nosotros (Jn 17, 15). «Hay que orar, no para dejar de ser tentados, cosa imposible, sino para no ser enredados en la tentación» (Orígenes). La tentación es la prueba de la fe y de la debilidad humana. En ella el hombre toma conciencia de que por sí sólo y por sus propias fuerzas la caída es inevitable.

Tentar es escandalizar, servir de tropiezo a los demás. El escándalo es una incitación al mal (Mt 18,7). Hay que evitar todo lo que pueda ser ocasión de caída para los demás (Rom 14, 20-21). Por esta razón, esta petición la podemos formular en paralelo con la anterior: «No nos metas en tentación, así como nosotros tampoco metemos en tentación a nuestros hermanos».

7. Mas líbranos del mal

Esta petición hace unidad literaria con la anterior: «Al librarnos del mal, no nos deja caer en la tentación y al no dejarnos caer en la tentación nos libra del mal» (S. Agustín). Pedimos tres cosas: 1) Que nos libre del mal en general, del mal físico, del mal moral y social. 2) Que nos libre de las influencias del Maligno. 3) Que, si hemos caído, nos rescate del estado en que nos encontramos.

1° Líbranos. El verbo "ryomai" significa traer hacía sí, arrancar del peligro, salvar. Aparece diez veces en el N. T. Unas veces significa sácanos del peligro en el que estamos metidos (Mt 27, 43); otras, se refiere a un peligro, del que ya hemos sido liberados (Col 1, 13); otras, que seamos preservados de un peligro que nos amenaza, pero en el que no hemos caído (Rom 15, 31); evoca también la parusía, cuando Jesucristo nos liberará del último desastre: De manera general podemos decir que se trata de liberar al esclavizado, salvar al que está perdido o a punto de perderse, física o moralmente, sacar de la opresión al oprimido. Se trata siempre de liberar de un peligro.

2° El mal. La palabra «ponerós» significa mal, maligno, inicuo, perverso. Se puede referir al mal en general y al Maligno. Las dos versiones son legítimas. En latín es la misma palabra: «malum»; si se escribe con mayúscula se refiere al Maligno, al Diablo, y si con minúscula, se refiere al mal en general. Un texto claramente paralelo es 2 Tes 3, 2.

Vivimos en un mundo de maldad, lleno de maldad, aunque, en sí mismo es bueno. La maldad no puede emanar de Dios, que es la bondad misma, sino del hombre que es un productor de maldad, aunque también lo sea de bondad. En todo el entramado de nuestra vida está presente el mal físico, el dolor del cuerpo, el mal moral, el dolor del alma, el mal social, los pecados sociales, la insolidaridad, la injusticia, la agresividad, la violencia, el mal de la naturaleza -el pecado cósmico y ecológico- que insensatamente provocamos.

La raíz del mal está en el amor al dinero (1 Tim 6, 16), el antidiós, el dios Mammona, incompatible con el Dios de la Biblia (Mt 6, 24). Y junto al dinero, el poder y la gloria. El Maligno es el antiamor. Y sólocon el amor, que es el sumo bien, se puede acabar con el mal, «poniendo amor, donde no hay amor, para producir amor» (San Juan de la Cruz).

Pedimos a Dios que nos libere de todos los males: enfermedades, injusticias, abusos de poder, opresiones, conculcación de los derechos humanos, catástrofes cósmicas, intransigencias religiosas, fanatismos, y tantas crueldades que azotan por doquier a los seres humanos

3° El Maligno. El Maligno es el dueño del poder, la encarnación de la tiranía (Lc 4, 5-9; Jn 5, 19). Ansiar el poder es caer en sus redes. Es el pervertido y el pervertidor, el enemigo número uno (1 Pe 5, 8-9), el seductor del mundo (Ap 12, 9). La maldad esencial, el origen del mal (Mt 13, 38), el príncipe de este mundo (Jn 12, 31), el dios de este siglo (2 Cor 4, 4), el adversario (2 Tes 2, 3), el asesino (Jn 8, 44), el ídolo repugnante (Mt 13, 14), el esclavizador de los hombres (He 10, 38), un misterioso personaje que recibe diversos nombres: Satanás (Mc 3, 16), Diablo (He 10, 38), Beelzebú (Mt 12, 24), Mammona (Mt 6, 24), Anticristo (1 Jn 4, 3).

Todas estas denominaciones simbolizan y representan las fuerzas del mal que continuamente actúan en el mundo. En ellas el hombre descarga lo que es fruto de su propia maldad y todas las demás maldades que no encuentran explicación razonable y que de ninguna manera pueden venir de Dios, el cual todo lo hizo bien, pero «por la envidia del Diablo entró la muerte en el mundo" (Sab 2, 24) y con ella una interminable reata de infortunios y dolores.

4° Jesucristo, el liberador. El Dios de la Biblia es un Dios liberador, interviene en la historia humana para salvar, para liberar, nunca para esclavizar. El proyecto eterno de Dios, realizado en Cristo, no es otra cosa que el de una liberación integral, es decir, una liberación del pecado en su aspecto social y religioso. Ambos aspectos van indisolublemente unidos, de tal forma que no es posible realizar uno sin realizar el otro.

La liberación cristiana es una liberación, corporativa, comunitaria, pretende un cambio substancial de la sociedad a todos los niveles, crear una sociedad nueva, donde no haya esclavitudes ni opresiones, donde reine la justicia y el amor. La liberación que pedimos afecta a lo espiritual y a lo material, al pecado social y al pecado religioso.

El PN empieza con la palabra más bella y amable -ABBA, Padre- y termina con la más horrenda y odiosa -MALIGNO, MAL, la suma de todos los males-. Y en medio está el hombre, amado por Dios-Padre y odiado por el Diablo-enemigo. El hombre que lucha para no dejarse atrapar por las garras del Diablo que, como león rugiente, está siempre al acecho de la presa (1 Pd 5, 8) y para echarse confiadamente en los brazos de Dios Padre. oración; abba; reino.

BIBL. - J. ALONSO DíAZ, Teología del Padre Nuestro, Casa de la Biblia, Madrid, 1967; L. BOFF, El Padrenuestro, oración de los hijos, Ed, Paulinas, Madrid, 1982; S. SABUGAL, Abba, la oración del Señor, BAC Madrid, 1985; El Padrenuestro en la interpretación catequética antigua y moderna, Sígueme, 1990; J. Ma CABODEVILLA, Discurso del Padrenuestro, ruegos y preguntas, Madrid, 1986; E. MARTÍN NIETO, El Padre Nuestro, la oración de la utopía, San Pablo, Madrid 1996; SANTA TERESA DE JESÚS, Camino de perfección, cap. 43-68.

E. Martín Nieto