Lucas, Evangelio de (Lc)
DJN
 

SUMARIO: 1. Rasgos biográficos. -2. Autor, fecha y destinatarios. 2.1. El autor. 2.2. Fecha y lugar de composición. 2.3. Destinatarios. - 3. Estructura y fuentes. - 4. Características literarias. - 5. Doctrina 5.1. Marco ambiental. 5.2. La persona de Jesús. 5.3. Exigencias de la vocación cristiana.


1. Rasgos biográficos

Lucas, de origen gentil y nacionalidad siro-antioquena, se convirtió al cristianismo en fecha que desconocemos. Fue compañero y discípulo del apóstol Pablo. De profesión, médico. Ignoramos dónde y cómo culminó su tarea apostólica después de la muerte de San Pablo.

1.1. Lucas (abreviatura seguramente de Lucano = Luciano) procede de la gentilidad; Pablo lo cita entre sus colaboradores no judíos (Col 4,10-14). Probablemente de Antioquía, conforme al testimonio del Prólogo antiguo, Eusebio y San Jerónimo, por el conocimiento que refleja de la Iglesia de esta ciudad con cuyos sucesos y pormenores se siente familiarizado. Antioquía, fundada por Alejandro Magno, llegó a ser la principal vía por la que la cultura griega penetró hacia oriente. Hay quienes opinan que Lucas procede de Macedonia, quizás de Filipos, habida cuenta del conocimiento que refleja de esta región. Una y otra hipótesis explican la cultura griega de Lucas.

1.2. De su conversión al cristianismo ignoramos el momento. Ciertamente no fue uno de los setenta y dos discípulos enviados a prepararle el camino (Lc 10,1-24), como dice San Epifanio; ni uno de los dos discípulos de Emaús (Lc 24,13-25), como dice San Gregorio Nazianceno. El Fragmento de Muratori (s. II) y San Jerónimo constatan que Lucas no vio a Jesús. Parece se convirtió en Antioquía donde conocería a Pablo y Bernabé. Sin duda impresionado por la personalidad extraordinaria de Pablo vino a ser un valioso colaborador suyo. A la muerte del apóstol «la figura de Lucas se desvanece a los ojos del historiador como en un melancólico y tierno crepúsculo» (J. Huby).

1.3. Compañero y discípulo de Pablo. Como compañero lo menciona Pablo en Fim 24 y Col 4,14. Se afirma también a base de las «Secciones Nosotros» (He 16,10-17; 20,5-15; 27,1-28,16). Merece credibilidad, más que otras interpretaciones, la que ve en ellas un diario de Lucas mismo. En ellas se basa San Ireneo para afirmar que Lucas fue compañero «inseparable» de Pablo. Habría que precisar: compañero, pero no inseparable. Comenzó a serlo en el segundo viaje (años 49-52) en el trayecto Tróade-Filipos (He 16,10). Permanece en esta ciudad hasta hacia el final del tercer viaje (años 54-57) en que se incorpora a la comitiva de Pablo al volver por esta ciudad (He 20,5). Hay una ausencia de Lucas durante unos siete años. No estuvo con Pablo durante los años más duros de su predicación en los que tienen lugar la controversia con los judaizantes, el problema de la justificación por la fe y no por las obras de la Ley, divisiones en Corinto, etc. Esto podría explicar la ausencia de doctrinas típicamente paulinas en los escritos atribuidos a Lucas, la insistencia en diversos matices en Pablo y Lucas. Este, por lo demás, escribe muchos años después cuando aquellas, superadas las circunstancias en las que tuvieron lugar, no era preciso recordarlas a las nuevas comunidades.

Además de compañero, discípulo. En favor de ello está, además de los textos citados Tim 2,4 y Col 4,14, los términos comunes a Lucas y Pablo ausentes en los otros evangelios (J. M. Lagrange señala 103; J. C. Hawkins 84, en Horae Synopticae), y frases idénticas o similares (cf Lc 6,36 y IICo 1,3; Lc 6,39 y Rom 219, etc.). En cuanto a la doctrina, hay ideas fundamentales de la predicación paulina que aparecen características en Lucas: universalidad de la salvación, bondad y misericordia de Dios con los pecadores y con los gentiles, el gozo cristiano, la predilección por la oración; también la significación de la fe para la salvación y el rechazo de la idea de mérito (Lc 18,9-14). Tertuliano hace a Pablo «iluminador» de Lucas (Adv. Marcionem, 4,2s). L. Dufour dice que Lc «no se presenta como una teología de Cristo, sino como una encuesta iluminada por la experiencia paulina de Cristo» (En A. GEORGE-R TRELOT (Direct.) Introducción crítica a Lc. Herder, Barcelona 1982, 358).

1.4. De profesión médico. Así lo afirma Pablo: «Lucas, mi querido médico» (Col 4,14) y la tradición. Por lo que al evangelio se refiere, el autor se muestra familiarizado con la terminología médica de la época y sus descripciones de las enfermedades y curaciones no dan lugar a objeción alguna desde el punto de vista médico. Si bien no se puede deducir de ello que el autor del tercer evangelio sea necesariamente médico de profesión -su terminología se encuentra en autores ajenos a la medicina, como Flavio Josefo, Plutarco y Luciano de Samosata- podría verse en ello una confirmación del dato de la tradición sobre la profesión del autor del tercer evangelio.

Se ha dicho también que Lucas fue pintor. Lo afirma Teodoro Lector (s. VI) quien afirma que la emperatriz Eudoxia (+ 460) envió a Pulcheria una imagen de la Virgen, pintada por Lucas, de Jerusalén a Constantinopla. Lo afirman también Nicéforo, Patriarca de Constantinopla (+ 820) y Simeón Metafrastes (s. X). Se le atribuye la «salus populi romani» de la Basílica de Sta. María la Mayor de Roma y otra en Bolonia, que son de origen bizantino. San Agustín, cuyas relaciones con Palestina son conocidas, dice «neque novimus faciem Virginis Mariae» (De Trinitate, VIII 5,7). El P. Lagrange dice que pudo dar origen a esa tradición el cuidado especial que tuvo Lucas de informarse para sus narraciones sobre la Sma. Virgen. en realidad, Lucas nos presenta preciosos cuadros «literarios» de María en su Evangelio de la Infancia, en que se inspiraron sobre todo pintores de la Edad Media y del Renacimiento.

1.5. Sobre los años siguientes a la muerte de Pablo y últimos de su vida, tenemos noticias inciertas y contradictorias. El Prólogus antiquior y San Gregorio Nacianceno dicen que predicó en Acaya. San Epifanio que en Dalmacia, Macedonia, Italia y Francia. Según el citado Prólogo murió en Beocia, según San Isidoro de Sevilla en Bitinia. San Jerónimo dice que fue sepultado en Constantinopla a donde fueron trasladados sus restos con los de San Andrés el año 357. Según los Prólogos antimarcionistas murió, célibe, sin hijos, a los 84 años en Beocia. Según los Prólogos monarquianistas, que dan esos mismos datos, a los 74 en Bitinia.

2. Autor, fecha y destinatarios

2.1. El autor. La tradición ha atribuido unánimemente la composición del tercer evangelio a Lucas. La Didajé, San Clemente Romano y San Ignacio Mártir aducen textos de Lucas sin citar explícitamente el evangelio. Lo que en un principio interesaba eran las palabras y hechos de Jesús. Sólo más tarde, cuando los herejes presentaban su evangelio, la Iglesia sintió la necesidad de contraponer el verdadero evangelio transmitido no por canales de secretas tradiciones, sino de la pluma de los apóstoles o sus discípulos.

Después, el Fragmento de Muratori (s. II), el Prólogo antiguo (hacia 160-180), San Ireneo, Clemente de Alejandría, Tertuliano, lo atribuyen explícitamente a Lucas. Valga por todos el testimonio de Eusebio, gran compilador de la tradición: «Lucas, que era antioqueno de nacimiento y ejercía la profesión médica y que tuvo íntima familiaridad con Pablo y contactos no superficiales con los otros apóstoles, nos dejó la prueba evidente de haber aprendido de los apóstoles el arte de curar las almas, al darnos dos libros divinamente inspirados: el evangelio, del que se asegura que lo compuso según las indicaciones de aquellos que desde el principio habían sido testigos y ministros de la Palabra, después de haber indagado todo desde los orígenes; y los Hechos de los Apóstoles, donde narra cosas no conocidas por haberlas oído decir, sino vistas con sus propios ojos» (Hist. Ecca. III, 4,6).

L. Dufour concluye: «La tradición es universal. Viene de las Iglesias de Siria, de Roma, de las Galias, de Alejandría, de Africa. Se trata del tercer evangelio, escrito por Lucas, compañero de Pablo y médico. Es lo suficientemente antigua como para merecer nuestra confianza, pues el interés más antiguo se dirigía en primer lugar hacia las palabras del Señor. Más tarde, por razones apologéticas, se preocupó de la «autenticidad» de los escritos que contienen las palabras del Señor» (p. 357).

Como criterio interno de la autenticidad lucana está el que el autor del tercer evangelio es un hombre culto. Aparecerá cuando hablemos de su estilo literario. Queda también de manifiesto su cultura en la reelaboración que hace del material que toma de Mc, como veremos. H. J. Cadbury, en un estudio sobre el estilo de Lucas dice que si bien el griego de los autores del NT difiere considerablemente del de los autores del período clásico, los escritos de Lucas se acercan mucho a ese nivel y superan al de los otros escritos neotestamentarios (The Style and Literary Method of Luke, HTH, 6, Harvard University, Cambridge 1920). Ya hemos indicado que las descripciones que hace de las enfermedades y curaciones utiliza la terminología médica de escritores cultos.

J. A. Fitzmyer se muestra de acuerdo con J. M. Creed en que no siendo Lucas un personaje destacado de la era apostólica, no se ve la razón por la que se le hayan atribuido el evangelio y los Hechos de no haber sido él autor de los mismos.

2.2. Fecha y lugar de composición. El dato de Lucas de que muchos antes que él han intentado escribir «las cosas que se han verificado entre nosotros tal como las han transmitido los que desde el principio fueron testigos oculares y servidores de la Palabra (éstos podrían ser discípulos de la segunda generación) (Lc 1,1 s.), indica que la fecha de composición de Lc ha tenido lugar algunos decenios después de Cristo. Ciertamente después de Mc, del que depende en la parte narrativa de su evangelio, y cuya fecha de composición se señala en torno al año 70. Y probablemente también posterior a la elaboración de Mt.

Un acontecimiento puede ayudar a precisar más la fecha de composición de Lc: la destrucción de Jerusalén por los romanos el año 70, que Lc parece suponer. En efecto: comparando Lc 19,46 con Mc 11,17, la omisión por Lc del inciso «casa de oración para todas las gentes» podría indicar que, cuando él escribe, ya ha sido destruido el Templo; de la comparación de Lc 21,20-24 con Mc 13,14-20 (asedio de Jerusalén) parece concluirse que Lc tiene ante los ojos la destrucción de la ciudad; leyendo Lc 22,66 y Mc 14,58 (comparecencia de Jesús ante el Sanedrín), la omisión de Lc de las palabras de Jesús sobre la destrucción del Templo y su reedificación, podría ser debida a que ya había sido destruido. Se puede añadir que en Lc 13,35a; 19,43-44; 21,20, en que se alude a Jerusalén y su destino, el acento recae sobre la propia ciudad y no sobre el Templo, como en Mc, lo que podría ser debido a que la destrucción del Templo ya había tenido lugar. Finalmente, comparando Lc 19,43s y Flavio Josefo (Bell, ind, 2,7) Lc parece que se refiere al mismo tipo de trincheras que describe Flavio Josefo. En opinión de J. A. Fitzmyer estas alusiones demuestran palmariamente que Lucas ha modificado los materiales de Mc a la luz de los conocimientos que él tenía sobre la destrucción de Jerusalén. No obstante hay quienes, como C. H. Dodd, opinan que los datos de Lc son aplicables tanto a la destrucción de Jerusalén por los babilonios (a. 587) como a la del año 70 por los romanos y que Lc no da rasgos característicos de esta última, que den fundamento sólido para afirmar que el evangelio haya sido compuesto antes del a. 70. Dodd sostiene, por otros presupuestos, que Lc ha sido escrito después del 70.

¿Cuánto tiempo después? No es posible determinarlo. La mayoría de los autores la colocan entre los años 80-90. Nos inclinaríamos por los años 80-85.

En cuanto al lugar de composición, la tradición no es coherente. Se señalan: Acaya, Beocia, Alejandría, Roma. Los lugares señalados por algunos autores modernos: Cesarea, Decápolis, Asia Menor tienen menos probabilidad. Lo único que puede darse por seguro es que no fue compuesto en Palestina, sino en ambientes cristianos helenistas. Habida cuenta de la importancia de Antioquía de Siria tenía en la iglesia primitiva y del conocimiento que de la misma tiene Lucas, hay quien opina fue compuesto en esa ciudad. E Bovon opina que Lucas compuso el evangelio y He en Roma.

2.3. Destinatarios. Una serie de datos manifiestan que Lucas escribió su evangelio para cristianos venidos de la gentilidad: el mismo Prólogo conecta con la tradición literaria greco-romana. El autor dirige su obra a un personaje de nombre griego (que también podría expresar a todo «amado de Dios»). La genealogía asciende hasta Adán, mientras que la de Mt se queda en Abraham (marco judío) y está colocada al principio del ministerio de Cristo; doble dato en favor del universalismo mesiánico. Lc sustituye los títulos judíos por los correspondientes griegos (epistátes por rabbí, cf Lc 18,41 y Mc 10,51). Elimina sistemáticamente, respecto de las fuentes que utiliza (Mc y Q), materiales típicamente judíos: discusión sobre los alimentos puros e impuros (Mc 7,1-23), declaración de la ley judía (Mt 5,21-48). Realiza retoques redaccionales en que acomoda la tradición palestina a ambientes helenistas; cf Mc 2,4 y Lc 5,19: el terrado palestinense se convierte en Lc en el tejado de casa greco-romano. La mayoría de las citas en Lc se toman de los LXX. Lucas, como los otros sinópticos, presenta la tradición apostólica primitiva, judeocristiana en su origen, pero manifiesta a lo largo de su evangelio la proyección del mensaje salvífico a los gentiles, de modo que podría denominarse su obra el evangelio de los paganos.

Podemos concluir con F. Bovon: «Lucas es un ejemplo de la versión helenística del cristianismo que, siguiendo a Pablo, se apartó de la estricta observancia de la ley. Si subraya, a pesar de eso, la práctica judía de los apóstoles y de los otros testigos, es por escrúpulo de historiador, que hace resaltar las raíces históricas de la fe cristiana, y no por convicción teológica que reclame esta práctica de cada uno de los cristianos» (p. 43).

3. Estructura y fuentes

3.1. Las diversas divisiones que se hacen del evangelio de Lucas indica que el evangelista no ha pensado en una estructura concreta de su obra. Proponemos la división general, en la que coinciden todos los autores.

  1. Prólogo (1,1-4)

  2. La infancia de Jesús (1,5-2,52).

  3. Preparación del ministerio de Jesús (3,1-4,13).

  4. Ministerio de Jesús en Galilea (4,14-9,50).

  5. El viaje a Jerusalén (9,51-19,27).

  6. Ministerio de Jesús en Jerusalén (19,28-21,38).

  7. Pasión, muerte y Resurrección (22,1-24,53).

3.2. Algunas observaciones sobre las fuentes:

  1. El Prólogo es elaboración personal de Lucas, propio de la historiografía helenista, en la que eleva la tradición evangélica a obra literaria y manifiesta la investigación que ha llevado a cabo para realizarla.

  2. En sus relatos de la infancia de Juan y de Jesús ha utilizado fuentes escritas, y seguramente también orales, provenientes de círculos judeocristianos, del entorno de Santiago el Menor, de la familia de Jesús o de círculos joánicos. Pero ha realizado una profunda elaboración de sus fuentes arameas. Infancia de Jesús.

  3. En los relatos de la inauguración del ministerio, depende de Mc y de la fuente Q. Pero es peculiar suyo el marco cronológico de 3,1s, las exigencias para la conversión (3,10-14), la genealogía y el orden diverso de las tentaciones en relación con el texto de Mt, colocando al final la de Jerusalén.

  4. El ministerio en Galilea, parte narrativa de Lc, la ha tomado de Mc a quien sigue incluso en el orden, del que se aparta raras veces. Ignoramos por qué ha omitido la amplia sección de Mc 6,45-8,26: (sección de los panes). Entre el material propio se encuentran: predicación en la sinagoga de Nazaret (4,16-30), la resurrección del hijo de la viuda de Naím (7,11-17), el relato de la pecadora perdonada (7,36-50).

  5. El viaje a Jerusalén, que Lc toma de Mc 10,1, presenta a Jesús en un largo caminar (9,51-19,27) hacia Jerusalén. Es una disposición artificial que tiene una mira teológica: presentar a Jesús con su mirada puesta en Jerusalén, Centro de los acontecimientos salvíficos. A lo largo de ese viaje Lucas intercala la parte doctrinal de su evangelio, que toma como Mt de la fuente Q (colección de sentencias y discursos de Jesús). Con la diferencia de que Mt la distribuye en los cinco grandes discursos, que forman el eje de su evangelio, mientras que Lc la coloca en bloque, toda seguida. Lc conserva el orden mejor que Mt. No hay criterios objetivos para hacer una subdivisión de esta parte. Podría valer: Discipulado y misión (9,51-13,21). La salvación de lo perdido (13,22-17,10). Discipulado y esperanza cristiana (17,11-19,27). Algunos toman como punto de partida las menciones que se hacen, de vez en cuando, a Jerusalén.

    Material propio de Lc son las parábolas del buen samaritano (10,29-37), la del hijo pródigo (15,11-32), la del administrador infiel (16,1-8), la del rico malo y el mendigo Lázaro (16,19-31), la del fariseo y el publicano (18,9-14). Suyos son también los relatos de Marta y María (10,38-42), de la renuncia a los bienes (14,28-33), el de los diez leprosos (17,11-19), el de Zaqueo (19,1-10) y otros.

  6. El ministerio en Jerusalén presenta las controversias de Jesús con los dirigentes del pueblo y el discurso escatológico, que toma de Mc, añadiendo de su fuente la lamentación sobre Jerusalén (21,41-44) y pequeñas adiciones al relato de Mc, como hace frecuentemente con los materiales recibidos.

  7. En el relato de la Pasión, Lc tiene notables diferencias con Mc. Más bien que una más profunda reelaboración que la habitual de Mc, habría que pensar en la utilización de una fuente distinta. De ella dependería también Jn que tiene con Lc diversas coincidencias. Tampoco en los relatos de apariciones depende Lc de Mc, ni de Mt. Son peculiares suyos los relatos de la aparición a los discípulos de Emaús, la aparición a los apóstoles y el relato de la ascensión de Jesús a los cielos.

Vemos que Lc, además de Mc y la fuente Q, ha utilizado una fuente ulterior. Y profusamente. De los 1151 versículos que tiene su evangelio, unos 530, es decir, la mitad de su evangelio, proviene de esa fuente. Es el evangelista de los sinópticos que presenta más material propio. Y en esos relatos propios es donde aparecen más sus características literarias. No podemos determinar el origen de esa fuente, ni si además de una fuente escrita tomó datos de la tradición oral que elaboró él mismo.

4. Características literarias

4.1. Vocabulario. Ya hemos indicado anteriormente que el vocabulario de Lc es más selecto que el de Mc. Lo es también más que el de Mt. Hemos constatado el testimonio de H. J. Cadbury quien después de comparar el vocabulario de Lucas con los prosistas griegos de la época ática, con los poetas clásicos y con los epígonos del aticismo, concluye que los escritos lucanos se acercan al nivel de los escritores del período clásico y que supera los demás escritos neotestamentarios. Utiliza, no obstante con frecuencia semitismos, pero son debidos a las fuentes que utiliza y al uso que hace de los LXX cuyos semitismos considera consagrados por el uso de esta versión.

4.2. Estilo. Más culto que el de Mc y Mt, es variado, lo que indica su dominio en este campo. El del Prólogo, de cuño clásico, responde al encabezamiento de las obras de literatura griega de la época de Lucas. Sólo el prólogo de Heb se le asemeja en calidad de estilo. Lc 3,1-2 y He 1,1-2 tienen características similares, pero son de calidad inferior. De Lc 1-2 (evangelio de la infancia) hemos indicado que tiene un griego semitizante, tanto que algunos autores han intentado la retroversión al hebreo. Infancia de Jesús.

En el resto del evangelio (3,24) ha renunciado a escribir con el griego clásico del Prólogo. Utiliza el griego helenístico, quizás porque no escribía sólo para intelectuales, sino para el pueblo fiel sencillo de todos los tiempos. «Aunque Lucas -escribe F. Bovon- dispone de una amplia cultura en muchos terrenos, se ha empeñado en ser sencillo. Evita las técnicas de persuasión de la retórica para adoptar el estilo de los libros históricos de la Biblia y mostrar así la continuidad entre los Setenta y su propia obra. Su doble obra se sitúa en continuidad con los libros de la promesa, ya que narra su cumplimiento» (p. 31). Hemos constatado mejoras estilísticas que introduce en el material de Mc. Compara ahora Mc 2,23 y Lc 6,1 (introducción al relato de las espigas arrancada por los discípulos) y observa cómo Lc mejora el estilo rudo de Mc. Se puede concluir con J. A. Fitzmyer que «en la composición de su relato (diégesis), Lucas no es sólo un historiador de puro corte helenístico, ni únicamente un teólogo cristiano que reproduce esquemas del Antiguo Testamento, sino un verdadero literato de su tiempo» (v.1, p. 160). Lucas tiene auténtica capacidad de creación, y no sólo en el orden literario, sino también, como veremos, en el teológico.

Vale la pena resaltar un aspecto del estilo de Lucas: su delicadeza y armonía, que revelan su sensibilidad. «Los relatos de Lucas son artísticamente hábiles y graciosos. Su construcción es sobria, mesurada, sin adornos inútiles, presidida por un sentido de equilibrio y de armonía. Junto a la simplicidad tiene siempre un toque delicado y fino; no busca lo pintoresco sino lo que psicológicamente seduce y destaca los rasgos humanos de los caracteres y de los sentimientos. De manera especial ha penetrado en el remanso del alma de Jesús. De ahí que su evangelio sea el más bello y atrayente de los evangelios. Propios de él son muchos cuadritos graciosos, llenos de vida y de sentimiento, diseñados con toques sencillos y sobrios... Le falta en ocasiones la precisión en los detalles, pero el conjunto revela la natural maestría, los delicados sentimientos y el buen gusto del escritor» (L. ALGIsI, en L. MORALDI - S. LYONNET, Introducción a la Biblia v. IV. Bilbao (vers. cast.) 1967,355).

4.3. Técnicas literarias. Consideraremos las tres siguientes: adiciones, omisiones y transposiciones. A través de ellas aparece la parte redaccional de Lucas, sus perspectivas literarias y sobre todo su teología peculiar.

a) Adiciones. En su relato del Bautismo, Cristo está en oración cuando tienen lugar los acontecimientos subsiguientes (cf también 5,16,6,12, etc.). En el relato de vocación de los primeros discípulos él dice que éstos «lo dejaron todo» (5,11. 28). En la predicación del Bautista, añade las disposiciones para entrar en el Reino (3,11-14). Pone más de relieve que Mc y Mt la acción del Espíritu Santo sobre Jesús (4,1. 14; 10-21; 11,13). Añade sobre el texto de Mc 1,2s «Y todos verán la salvación de Dios» (3,6). Sólo él dice, en la parábola de los viñadores homicidas, que el dueño de la viña se alejó «por mucho tiempo» (20,9) (lejanía de la parusía). Todos estos temas reflejados en las adiciones de Lucas responden, como veremos, a puntos peculiares de su teología.

b) Omisiones. Lucas omite lo que puede resultar extraño, o sin interés para lectores provenientes de la gentilidad, la vestimenta del Bautista (cf Mc 1,6), la cuestión de los alimentos puros e impuros (Mc 7,24-30), la venida de Elías (Mc 9,11-13). También lo que podía resultar duro u ofensivo para otras personas: omite en 4,31 la mención de los «escribas» de Mt 7,29); en 4,19 el «día de venganza» de Is 61,2b; en 3,19s la muerte del Bautista referida en Mc 6,17-29. Con mayor razón omite lo que podría resultar no adecuado u ofensivo para Jesús: omite el «estaba fuera de sí» de Mc 3,21; en lugar del «Maestro ¿no te importa a ti que perezcamos? (tempestad calmada) de Mc 4,38, Lucas dice: «Maestro, maestro, que perecemos» (8,24); comparando Lc 19,45 con Mc 11,15b. 16, observamos que omite los detalles de violencia en la expulsión de los vendedores del Templo. En el relato de la pasión Lucas hace pasar una «brisa de humanidad» sobre el relato de Mc y Mt. La flagelación queda sólo insinuada y se omite la corona de espinas y burla subsiguiente. La muchedumbres más que hostil aparece curiosa (23,27. 35).

Lucas omite pasajes de Mc donde Jesús aparece afectado por una emoción profunda, demasiado humana: en el relato de la curación del hombre de la mano paralizada, Lc (6,6-11), omite el «mirándoles con ira, apenado por la dureza de su corazón» de Mc 35. En el relato de la multiplicación de los panes (9,12-17) omite el dato de Mc 6,34: Jesús sintió compasión ante la muchedumbre, al verla como ovejas sin pastor. En el relato del joven rico (Lc 18,18-23) omite el «se le quedó mirando, le tomó cariño y le dijo» de (Mc 10,21). No constata en la actitud de Jesús con los niños (9,46-48) el dato de Mc: abrazaba a los niños (Mc 9,36; 10,16). Lc omite, el dato de Mc 15,33: «comenzó a sentir horror y angustia» en el huerto de los olivos. Lucas omite también lo que podía resultar ofensivo para los discípulos: en la parábola del sembrador (8,4-10) Lucas omite el reproche de Jesús a los discípulos, consignado por Mc 4,13: ¿No entendéis esta parábola? ¿Cómo entonces comprenderéis todas las parábolas? Omite el «satanás» de Cristo a Pedro ante su reacción al anuncio de la Pasión (Mc 8,33). No refiere la petición de los primeros puestos que le hacen los hijos del Zebedeo (Mc 10,35-45). Ni constata que los discípulos dejan a Jesús solo en manos de sus enemigos y huyen (Mc 14,50). Mt y Mc refieren que los discípulos en el Huerto de los Olivos caen dormidos, Lucas da una explicación más benévola: «dormidos por la pena que les embargaba» (Lc 22,45).

c) Trasposiciones. A veces están provocadas por la táctica de Lucas de agotar un tema antes de pasar a otro, como ocurre en 1,56: María sin duda permaneció con Isabel hasta después del nacimiento de Juan; el dato del v. 57, cronológicamente anterior al regreso de María, es el encabezamiento del tema siguiente. Lo mismo ocurre en Lc 1,64-67: Lucas agota la parte narrativa y, concluida ésta, refiere el Benedictus. También en 3,19s: adelanta el encarcelamiento del Bautista, que Mc refiere en 6,17s, para poner fin a su actividad antes del ministerio de Jesús (cf Lc 16,16 y las tres etapas de la Historia de la Salvación, Juan pertenece a la primera y la segunda comienza con Jesús).

En el relato de las tentaciones, Lucas cambia el orden de Mt, colocando la última la de Jerusalén, donde tendrá lugar la victoria definitiva de Cristo (cf. después el sentido teológico de Jerusalén en Lc). Lo mismo ocurre con Lc 4,22b-30 en que Lucas adelanta una visita a Nazaret que tuvo lugar más tarde, hacia la mitad del ministerio público de Jesús, conforme se deduce de Mc 6,1-6a y Mt 13,53-58. Refiere en 5,1-11 la vocación de los primeros discípulos que Mc y Mt refieren al principio del ministerio público de Jesús (Mc 1,16-20; Mt 4,18-22). Mientras que Mc presenta primero a Jesús rodeado de la muchedumbre y después la elección de los discípulos (3,7-12. 13-19), Lucas invierte el orden (6,12-16. 17-19). También coloca en orden inverso a Mc los diversos momentos de la comparecencia de Jesús ante el Sanedrín: Mc refiere: interrogatorio de Jesús (14,55-64s), los malos tratos (22,63-65), negaciones de Pedro (14,66-72). Lucas, en cambio: la triple negación de Pedro (22,54c-62), los malos tratos (22,63-65), el interrogatorio de Jesús (22,66-71).

5. Doctrina

La exponemos en tres capítulos: marco ambiental, la Persona de Jesús y exigencias de la vocación cristiana.

5.1. Marco ambiental

Aparece a lo largo de todo el evangelio y forma el clima ambiental en el que aparece la Persona y Mensaje de Jesús.

a) Admiración. Alabanza. Gozo-Alegría.

- Admiración (temor reverencial). Ante la presencia de Jesús (irrupción de lo sobrenatural), quienes contemplaron su vida y sus obras se sienten sobrecogidos por una profunda admiración, por un cierto temor reverencial. Aparece ya en el evangelio de la infancia: en Zacarías y María (1,12. 29s); en los pastores (2,9). Lo experimentaron los discípulos, ante la pesca milagrosa (5,8-10), ante la tempestad calmada (8,25), Pedro, Santiago y Juan en el Tabor (9,34), ante la presencia del Resucitado (24,37. 41). Lo reflejan las turbas ante los milagros (4,36; 7,16).

- Alabanza. Consecuencia de esa admiración, viene a ser un canto de alabanza con que concluyen relatos y escenas. Sólo Lucas presenta los cantos conclusivos: Benedictus, Magníficat y Nunc Dimittis. Los pastores regresan «alabando a Dios» (2,20). Alaban y glorifican a Dios las muchedumbres ante los prodigios de Jesús (5,26; 7,16); especialmente los beneficiarios de los milagros: la mujer encorvada (13,13), uno de los diez leprosos curados (17,15. 18), el ciego de Jericó (18,43). Son los sentimientos de quienes acompañan a Jesús en su entrada en Jerusalén (19,37), la del centurión que contempla la muerte de Jesús (23,47). Y la de los discípulos cuando, después de la Ascensión, regresan al Templo (24,53).

- Gozo y alegría. De lo precedente surge un clima de gozo y alegría. El evangelio de Lucas desborda de gozo y alegría a través de sus páginas ante la presencia de la salvación que ha traído Jesucristo. Aparecen ya en los cc. 1-2: en el nacimiento del Bautista (1,14. 58), en el saludo a María (1,28), en la comunicación del ángel a los pastores (2,10). Y en los tres cánticos: Magnificat, Benedictus y Nunc dimittis. Lo siente Cristo ante la revelación a los pequeños (10,11). Y los discípulos ante el éxito de su misión (10,17). Lo experimenta Zaqueo (19,6) y las muchedumbres ante sus prodigios (13,17) y en la entrada en Jerusalén (19,37). Los discípulos ante la aparición del Resucitado «no acertaban a creer a causa de alegría» (24,41) y después de la Ascensión de Cristo regresan a Jerusalén con gran gozo (24,52).

b) La historia de la Salvación.

- Los cristianos de la primera generación creyeron muy cercana la Parusía (cf 1Tes 4,15). Pero el tiempo iba pasando y ésta no llegaba, lo que debió provocar desconcierto y desilusión. Lucas sale al encuentro de esa decepción y orientó esa espera inminente hacia una fe vivida en el quehacer de cada día.

- Se distinguen en Lc, después de la aportación de H. Conzelmann, tres etapas en la Historia de la Salvación: el tiempo de Israel, el de Jesús y el de la Iglesia. La etapa de Jesús constituye el Centro de los tiempos, hacia el cual miraba el AT y hacia la cual mirará la etapa de la Iglesia. Esta última durará un largo espacio de tiempo (20,9; c. 21) (se prolongará más allá de la destrucción de Jerusalén); 22,69 («Desde ahora el Hijo del hombre estará sentado...»): el tiempo indefinido de la Iglesia.

c) El camino hacia Jerusalén.

- Lc presenta a Cristo con la mirada puesta en Jerusalén, donde tendrán lugar los grandes acontecimientos de la salvación y de donde partirá el Evangelio hacia el mundo entero. Comienza su evangelio con una escena en el Templo (1,5-20). Apenas nacido Jesús es llevado al Templo (2,-38). Y el único episodio que conocemos de su adolescencia tiene lugar en el Templo (2,41-50). Lucas coloca la tentación última en Jerusalén, que en Mt aparece la segunda. Al final del ministerio en Galilea refiere el episodio de la Transfiguración; sólo Lucas da el tema de la conversación con Elías y Moisés: su muerte que tendría lugar en Jerusalén (9,31).

- A partir de 9,51 comienza el «Viaje a Jerusalén» como un largo caminar, durante el que continúa su ministerio (material de Q), con la mirada puesta en Jerusalén a la que hace alusión con frecuencia:9,51; 13,22; 33; 17,11; 18,31; 19,18: cerca ya de la Ciudad Santa, «marchaba Jesús delante de sus discípulos subiendo a Jerusalén». A la luz de todo esto se comprenden las palabras con las que Lc comienza el relato de la última Cena: «Con gran ansia he deseado comer esta Pascua con vosotros antes de padecer» (22,15). Concluye Lucas su evangelio dejando a los discípulos en el Templo de Jerusalén alabando a Dios (24,52s). En Jerusalén recibirían el Espíritu Santo y de allí saldrían a predicar el evangelio por el mundo entero. Jerusalén adquiere un sentido teológico: es el lugar de los grandes acontecimientos salvíficos.

5.2. La persona de Jesús

a) «Se esperaba un gran profeta» (7,16).

- Así lo testifica Juan (1,21; 6,14; 7,40) y los Sinópticos (Mc 6,14-16; 8,28 y lug. par.). Cristo mismo se presenta como tal al principio de su ministerio en la sinagoga de Nazaret (4,21), ante el rechazo de sus compatriotas (4,24: «ningún profeta es bien recibido en su patria»), en el camino hacia Jerusalén (13,32s: ante el aviso de los fariseos de que Herodes intenta quitarle la vida, contesta: «no cabe el que un profeta muera fuera de Jerusalén»). Lógicamente, sus discípulos ven en él un «profeta poderoso en palabras y obras» (24,19). Y las gentes, ante la resurrección del hijo de la viuda de Naím, exclaman: «Un gran profeta se ha levantado entre nosotros» (7,16; cf también Mc 8,27-30 y lug. par.).

- Lucas es el evangelista que atribuye más palabras a Jesús, sobre todo parábolas. Presenta la predicación de Jesús como «palabra del Señor» (5,1; 8,11; 21; 11,28). En 1,2 denomina «testigos oculares y servidores de la Palabra» a quienes transmitieron los dichos y hechos de Jesús. Por ello la palabra de Jesús es «revelación final, palabra decisiva, definitiva» (A. Stóger). Entre los rasgos característicos de los profetas, Lucas atribuye a Cristo: la actitud crítica frente a escribas y fariseos (11,52s) y el conocimiento de los pensamientos ajenos (7,39). Concluyamos con B. Rigaux: «Jesús es "el Profeta" porque Dios lo ha acreditado por su revelación definitiva y ha sido investido por el Espíritu» (Com. Teol. Intern., El pluralismo teológico, BAC, Madrid 1980, 140). Rasgo eminentemente profético es la investidura por el Espíritu. Pero este tema merece tratamiento aparte.

b) Jesús, lleno del Espíritu Santo.

- En el AT, los profetas, sacerdotes y reyes eran ungidos al principio de su ministerio. En esa unción recibían el Espíritu de Dios, que los capacitaba para su misión. El Mesías, que desempeñaría ese triple ministerio, tendría que ser también ungido al principio del mismo. Los judíos pensaban que vendría Elías a realizar esa misión. Pues bien, Jesús fue ungido (4,18. 21; He 10,38: «Dios ungió a Jesús con el Espíritu Santo»). Y lo fue por Juan el Bautista, de quien el ángel anunció a Zacarías que vendría «con el espíritu y poder de Elías» (1,17) y Cristo que «él es el Elías que tenía que venir» (Mt 11,11-15; 17,9-13).

- En esa unción, que tuvo lugar en el Bautismo, recibe el Espíritu Santo. Y bajo su acción lleva a cabo la misión que le confió el Padre. Concluido el Bautismo, «Jesús lleno de E. S. se volvió del Jordán y fue llevado por el Espíritu al desierto» (4,1). De allí «Jesús impulsado por el E. S. volvió a Galilea». En la sinagoga de Nazaret se aplica a sí mismo el texto de Isaías: «El Espíritu del Señor está sobre mi». Y a lo largo de su ministerio actuaba en sus enseñanzas y milagros bajo su acción (10,21; Mt 12,18. 28).

 En la noche de la cena promete a sus discípulos que les enviará al Espíritu Santo, que le ha conducido a él (cf Jn 14,16. 25s; 15,26s; 16,12s) que los guiará también a ellos en el ministerio que les ha confiado. Le presentan su cumplimiento.

c) Salvador universal.

- Ya en el relato de la Infancia, los ángeles cantan: «paz a los hombres en quienes Dios se complace» (2,14). Y Dios se complace en que todos se salven (1Tim 2,4). Simeón proclama a Jesús «luz para la iluminación de las gentes» (2,32). Lucas coloca la genealogía al principio de su ministerio público y asciende hasta Adán, claro indicio de la universalidad de la salvación. El Bautista proclama que «todos verán la salvación de Dios» (3,6, citando a Isaías).

- Durante su ministerio público, Jesús comienza aludiendo a la vocación de los gentiles (4,2428). Afirma que «vendrán de oriente y occidente, del norte y del sur y se sentarán en la mesa en el Reino de Dios» (13,29). La salvación universal está simbolizada en las tres parábolas del c. 15. Cristo la manifiesta también en su favorable acogida a los samaritanos (9,51-56; 10-29-37: parábola del samaritano; 17,11-19) y en la curación de paganos (7,1-10; 8,26-39). En su aparición a los discípulos les encarga prediquen «la penitencia para el perdón de los pecados a todas las naciones» (24,47).

- Esta presentación de Cristo como Salvador venía bien, tanto a los judíos como a los paganos. Los primeros conocían el AT en que Yahveh aparece como el único salvador. Estos honraban a sus dioses con ese título y saludaban a sus reyes como «salvadores» (Antioco Seléucida, Julio César). La gran y sorprendente novedad está en que la salvación que trae Cristo se realizará por medio de la cruz que los judíos tildarían como escándalo y los gentiles como necedad (ICor 1,23).

d) Lleno de bondad y misericordia.

Apenas habrá página en Lc en que no aparezca, de una u otra manera, la bondad y la misericordia de Cristo «Scriba mansuetudinis Christi» escribió de él Dante (De monarchia 1,16). Ya al principio la celebran Zacarías (1,72), María (1,54), los vecinos de Isabel ante el nacimiento de Juan (1,58). Durante su ministerio público, Cristo manifiesta su bondad y misericordia peculiarmente con algunas clases de personas:

- Con los pecadores. Llama a formar parte del Colegio Apostólico a un publicano y asiste al banquete que a continuación éste organiza (5,27-32). Se hospeda en casa de Zaqueo, un pecador (19,1-10). Tanto, que le llaman «amigo de publicanos y pecadores» (7,34). Perdona de corazón -una de las actitudes que mejor reflejan la bondad y misericordia- al paralítico (5,20), a la mujer pecadora (7,36-50), a Pedro que le niega (22,61), a los verdugos (23,34), al buen ladrón que implora misericordia (23,43). Por medio de las parábolas, sobre todo, puso de relieve la bondad y misericordia. Baste recordar las tres del c. 15:oveja perdida, dracma extraviada y el hijo pródigo, motivadas precisamente por la actitud de Jesús de ir a comer con pecadores (Lc 15,12). Una de las actitudes más originales y características de Jesús es la adoptada con los pecadores, radicalmente distinta de las de los dirigentes religiosos.

- Con los enfermos y afligidos. Todos los evangelistas ponen de manifiesto la compasión y misericordia de Jesús con los enfermos, pero Lucas presenta a Cristo conduciéndose con un amor y misericordia, con una dulzura y delicadeza singulares: mientras que Mc y Mt dicen que Jesús «curó a muchos que se encontraban mal» (Mc 1,34; Mt 8,16), Lucas precisa que «poniendo las manos sobre cada uno de ellos los curaba» (4,40). Aparecen los rasgos lucanos, sobre todo, en cuatro relatos exclusivos de Lc: la resurrección del hijo de la viuda de Naím (7,11-17: cf v. 13: «tuvo compasión de ella y le dijo: no llores»; v. 15: le devuelve la vida y «se lo entregó a su madre»); la curación de la mujer encorvada (13,10-13; v. 12s: le puso las manos y quedó curada); la curación de un hidrópico (14,1-6; v. 4: «le tomó, lo curó y lo despidió»); la curación de los diez leprosos (17,11-19: ante la actitud del que era samaritano y volvió a mostrar su agradecimiento, Cristo manifiesta su sensibilidad ante el agradecimiento y la ingratitud).

Añadamos que Cristo no se queda en la curación material. Los milagros constituyen, como en los otros evangelios, un signo de la inauguración del Reino y un anuncio prefigurativo de la liberación plena y definitiva de toda enfermedad cuando los cuerpos sean glorificados por la resurrección al final de los tiempos.

- Con las mujeres. Para valorar la actitud de Cristo respecto de las mujeres hay que tener en cuenta el lugar secundario que ocupaban en la sociedad. «Maldito sea el hombre cuya mujer e hijos dan gracias por él», decía el Talmud. «Bendito sea Dios porque no me ha creado gentil, porque no me ha creado mujer, porque no me ha creado ignorante», decía la acción de gracias de la plegaria cotidiana de los judíos. En Lc, en cambio, las mujeres están muy presentes y siempre quedan en buen lugar. Esto ocurre naturalmente con María, Isabel y Ana. Pero también con la suegra de Pedro y la viuda de Naím. Cristo defiende y alaba la actitud de la pecadora arrepentida (7,37-50) y admite en su compañía un grupo de mujeres (Ma Magdalena, Juana, Susana (8,1-3). Distingue con una amistad especial a Marta y María. Lc refiere la actitud que alaba a la madre de Jesús al oír la predicación de éste (11,27). Cristo cura en sábado a la mujer encorvada (13,11-17) alaba la conducta de la mujer que deposita las moneditas en el Arca del Tesoro (21,2-4). Lucas vuelve a mencionar las mujeres que le habían seguido en Galilea y que le siguen en el camino del Calvario (23,49) y hasta el sepulcro (23,55). Ellas fueron con aromas al sepulcro y reciben, las primeras, el anuncio de la Resurrección de Jesús y fueron a anunciarla a los discípulos (24,1-11).

Hay tres relatos referentes a mujeres en los Sinópticos que Lc omite: la curación de la hija de Herodes (Mc 6,17-29), la curación de la hija de la Cananea, hacia la que Cristo parece tener unas palabras despectivas (Mc 7,27) y la petición de los hijos del Zebedeo (Mc 10,35-40; Mt 20,20-23). También el relato de la mujer adúltera de Jn 8,1-11). La razón de tales omisiones es, sin duda, porque no las podía dejar en buen lugar. «La preocupación por las mujeres, por los niños, por todos los abandonados, la reflexión por la pobreza y la debilidad atestiguan una actitud totalmente nueva en el mundo de entonces» (F. BovoN, p. 43).

e) Portador de la Paz y la Bienaventuranza.

- De la paz. Is 9,5 había anunciado al Mesías como «Príncipe de la paz». Zacarías anuncia como misión del «oriens ex alto» «guiar nuestros pasos por el camino de la paz» (1,79). Los ángeles cantan «...en la tierra paz a los hombres en quien Dios se complace» (2,14). Tu fe te ha salvado, «vete en paz», dice Cristo a la pecadora (6,50) y a la hemorroísa (8,48). Con el «Paz a esta casa» (10,15) deberán saludar los discípulos. La proclama la multitud en la entrada en Jerusalén: Paz en el Cielo y gloria en las alturas» (19,38). Cristo resucitado saluda a sus discípulos: «La paz con vosotros» (24,37; cf Jn 20,19. 21). La paz que nos ha traído Cristo está asociada a la salvación: es la paz con Dios que nos perdona nuestros pecados y nos hace hijos suyos. Ello implica la paz con el prójimo por la práctica del amor con él. Como consecuencia viene la paz y la tranquilidad interior.

- De la bienaventuranza. Isabel proclama dichosa a María, por su fe en la palabra del ángel (1,45). María proclama que la llamarán bienaventurada todas las generaciones (1,48). Cristo proclama dichosos a quienes no sientan escándalo por él (7,23), a los discípulos que ven lo que anhelaron ver los profetas del AT (10,23), a los siervos a quien su amo hallare vigilantes (12,37. 43), a quienes invitan a los pobres, que no pueden corresponder (14,14), a quienes «escuchan la palabra de Dios y la cumplen» (11,28). Y sobre todo hay que citar las Bienaventuranzas del Sermón del Monte (6,19-22), donde Cristo promete la felicidad que trae el Reino. ->Bienaventuranzas.

5.3. Exigencias de la vocación cristiana

a) La oración. Lucas es el evangelista que presenta más veces a Cristo haciendo oración, peculiarmente ante acontecimientos trascendentales: antes de los acontecimientos que siguen al Bautismo (3,21), la noche anterior a la elección de los Doce (6,12), antes de la confesión de Pedro y promesa del Primado (9,18), en la Transfiguración (9,29). Ruega por Pedro para que no desfallezca su fe (22,32), en el huerto de los Olivos (22,41-45). Lucas comienza su evangelio haciendo referencia a oraciones en el Templo (1,8-13; 24,52s).

El tema de la oración de Cristo es la gloria del Padre y la salvación de los hombres. Es la finalidad que han de tener en las suyas los discípulos: la gloria de Dios, el advenimiento del Reino, el alimento de cada día, el perdón de los pecados, la victoria en la tentación (11,1-4). Deben orar también para que el dueño de la viña envíe obreros a su mies (10,2), para no ceder a la tentación en circunstancias difíciles (22,40,46). Cristo instruye a los discípulos sobre las cualidades que deben acompañar a la oración: ha de ser humilde y confiada (18,10-14), insistente (11,5-13; 18,1-8), continua, en actitud vigilante, para superar, en cualquier momento que llegue, la tentación (21,36).

b) El seguimiento, que importa abnegación. Lucas es el evangelista que pone más de relieve, y radicaliza más, las exigencias que implica el seguimiento de Cristo. En los relatos de vocación, tanto de los primeros discípulos, como de Leví, dice que «lo dejaron todo» (5,11. 28 (cf lug. par.). En la exigencia al joven rico, Mt dice «vende lo que tienes»; Mc «cuanto tienes», Lc «todo cuanto tienes» (18,22; cf lug. par.). En las enseñanzas subsiguientes al primer anuncio de la Pasión, Mc y Mt formulan: «Niéguese a sí mismo, tome su cruz y me siga»; Lucas añade y precisa: «tome su cruz cada día» (9,23). Lc da un sentido espiritual a la frase (originalmente el martirio) para indicar que el discípulo de Cristo tiene que asumir el sacrificio que cada día supone su seguimiento.

Lc coloca al principio del viaje a Jerusalén un triple caso de seguimiento, que concreta las exigencias del mismo. En el primero señala la necesidad de abandonar la profesión, familia y hacienda para llevar junto a él una vida itinerante (9,58); en el segundo que el discípulo tiene que anteponer el seguimiento a cualquier deber familiar (9,60); en el tercero, advierte que el discípulo que ha tomado la decisión del seguimiento no puede dar marcha atrás (9,62). Mt omite este último.

En Lc 14,25-33, hacia la mitad del camino a Jerusalén presenta unas exigencias de Jesús más rigurosas: «Si alguno viene en pos de mí y no odia a su padre, a su madre, a su mujer... no puede ser discípulo mío» (v. 26). Mt dice «anteponer». Es lo que quiere decir Lc, pero utiliza una expresión paradógica (oriental) para hacer resaltar más la renuncia. Lc incluye en la lista a la mujer (que omite Mt 10,37s). El v. 27 insiste en la necesidad de renunciar a la propia vida y estar dispuesto a darla por Cristo. Tales exigencias exigen seria reflexión antes de comprometerse al seguimiento, como la exige la construcción de una torre y la declaración de la guerra, para las que hay que contar con los medios oportunos (14,28-33).

¿A quién van dirigidas estas exigencias? A todos. Las exigencias de 9,23 y 14,25-27 van dirigidas «a todos», «a toda la gente». A unos exigirá la realización material para dedicarse completamente a la expansión del Reino. A todos el espíritu de las mismas: en todas las circunstancias el cristiano tiene que anteponer el amor a Cristo al egoísmo, a los afectos familiares, a las comodidades de la vida en la medida en que Cristo lo exija.

c) El desprendimiento respecto de los bienes de este mundo. La doctrina de Cristo, recogida por Lucas respecto de pobreza y riqueza puede resumirse en los tres puntos siguientes:

Los bienes de este mundo son algo bueno. Han sido creados por Dios para el hombre. Pueden producir muchos bienes, de orden humano: la diligencia, la sagacidad, hacer el bien al prójimo (cf Si 28,8-13), y de orden espiritual: la limosna espía el pecado (Tob 12,9), hace posible la misericordia con el prójimo (6,29-36; 10,33-35) y puede conseguir un tesoro en el Cielo (19,6).

Pero constituyen un peligro para la salvación. Un país lleno de plata y oro, de caballos y carros, decía Isaías, termina convirtiéndose en un país lleno de ídolos (cf. 2,7s). La advertencia constituye un rasgo característico de Lc. Lo advirtió Cristo: «Ay de vosotros los ricos, porque ya habéis recibido vuestro consuelo» (6,24). «Guardaos de toda codicia» (12,15). «No podéis servir a Dios y a las riquezas» (16,13). Ante la negativa del joven rico, exclamó: «¡Qué difícil es que los que tienen riquezas entren en el Reino de Dios!», seguida de la frase proverbial: «Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que el que un rico entre en el Reino de Dios» (18,24s). Lo clarifica por medio de parábolas: la del sembrador (8,14), la del rico necio (12,16-21), la del administrador infiel (16,1-9; que revela las injusticias y fraudes que median tantas veces en la adquisición de las riquezas) y la del rico epulón y el mendigo Lázaro (16,19-31). Jesús condena no la riqueza en sí misma, sino el apego a la riqueza, al hombre de mundo para quien la única finalidad de la vida consiste en el disfrute de los placeres, como hacía el insensato de 12,19 o el rico epulón.

La pobreza (desprendimiento), el camino más seguro. Fue el camino que escogió Cristo: en su nacimiento, en su infancia y en su ministerio público; dedicado de modo itinerante a la predicación de la Buena Nueva, vivió de la hospitalidad y de los bienes con que otras personas le servían (8,3; 9,58). Fue el camino que exigió a sus discípulos para que estuviesen con él y para enviarlos a predicar (Mc 3,14). Alabó los gestos de desprendimiento de Zaqueo (19,8s) y de la viuda pobre (21,1-4). Y recomienda el desprendimiento de las riquezas en beneficio de los pobres, lo que asegura un tesoro en el Cielo (12,33; 18,22).

Definiríamos la pobreza evangélica (Lc 6,20; Mt 5,3): el desprendimiento (desasimiento) de las riquezas (de las cosas de este mundo), que permite mantener el espíritu abierto a la Trascendencia, al Reino de Dios, que es fundamentalmente el seguimiento, la imitación de Cristo y amor al prójimo. Queda así de manifiesto el valor perenne de la pobreza evangélica. Si un día el mundo fuese rico, y el hombre pudiere disfrutar de toda clase de bienes materiales, ella le recordaría la exigencia evangélica de mantener el corazón desprendido de ellos y su mente abierta al Reino trascendente que Cristo vino a proclamar para los hombres de todos los tiempos como su último y definitivo destino.

BIBL. - HANS CONZELMANN, El centro del tiempo, La teología de Lucas. Ed. Fax, Madrid 1974; EMluo RAsco, La teología de Lucas: origen, desarrollo, orientaciones (Anal. Greg. 201), Roma 1976; ALOIS STÓGER, El Evangelio según San Lucas (El NT y su mensaje) 2 v., Herder, Barcelona 1979; XAVIER LEÓN DuFOUR, El evangelio según san Lucas, en A. GEORCE-R. GRELOr, Introducción crítica al NT., Herder, Barcelona 1983, 330-361; JOSEP A. FITZMYER, Evangelio según San Lucas 4 v., Cristiandad, Madrid 1986; JEANNotL ALETrI, El arte de contar a jesucristo. Lectura narrativa del evangelio de Lucas, Sígueme, Salamanca 1992; FRAN4oIS BovoN, El Evangelio según San Lucas, v.1(1-9), Sígueme, Salamanca 1995.

Gabriel Pérez