Inspiración bíblica
DJN
 

SUMARIO: 1. Dios-Espíritu en acción. -2. Escritura y espíritu de Dios. -3. La composición de la Biblia. - 4. La inspiración interior. - 5. La Escritura cristiana. -6. La teología de la inspiración.

"Casi todo lo que el mundo admira de más feliz, grande y sorprendente es debido a la inspiración" (J. Balmes). Una de esas realizaciones grandes y sorprendentes de toda la historia humana, es la composición de la Biblia. Por eso, el Cristianismo ha atribuido su origen a un fenómeno de inspiración divina (Cfr. 2Tim, 3, 16).

En el uso corriente, la inspiración significa aquella fuerza superior que sacude del exterior y súbitamente, procurando a algunos hombres privilegiados, el adecuado estado anímico para realizar cualquier creación del espíritu. Consta históricamente que el fenómeno de la inspiración, es un hecho perteneciente primordialmente al ámbito religioso. De ahí, que la inspiración bíblica sirva como expresión técnica para indicar el origen de la Sagradas Escrituras. Para la exacta comprensión de este hecho religioso, es menester diferenciar en la complejidad de la inspiración, aquello que es propio del fenómeno primordial de la inspiración, y lo que pertenece a las modalidades concretas en que dicho acto se fragmenta, tales como: inspiración religiosa, artística, profética, bíblica, etc.

La inspiración, conforme a su raíz latina inspirare, alude a una acción derivada del espíritu/soplo. Ciñéndonos al origen de la Biblia, la inspiración es un fenómeno complejo en cuya producción intervienen tres factores: a) Dios como supremo espíritu; b) El hombre como espíritu creado; c) La acción de Dios-Espíritu sobre el hombre-espíritu.

1. Dios-Espíritu en acción

"El espíritu es Dios mismo que despliega su actividad creadora y salvadora" (E. Jacob). Es así como aparece actuando desde el principio en la creación (Gn 1, 1). El NT afirmará sin reticencia alguna: "Dios es Espíritu" (Jn 4, 24). Todo es creado por el espíritu de Dios en acción conjunta con la palabra. Pero su actuación alcanza una cima singular en la formación del hombre (Gn 2, 7). El Dios que con su soplo saca las cosas de la nada, y configura el ser de cada una de ellas en los seis días de la creación, cuando llega a la formación del hombre, actúa en una manera singular, dando de su propio espíritu. Desde este momento entra como constitutivo humano una participación del divino espíritu. Esta condición común entre Dios y el hombre es lo que posibilita la irrupción del espíritu de Dios en el hombre. Mientras la carne (bashar) y el alma (nefesh) no sufren cambios cuantitativos o cualitativos, el espíritu (ruach) del hombre puede ser robustecido. El soplo divino puede entrar en el hombre y modificar el soplo preexistente en el mismo, procurándole una fuerza e intensidad nuevas. Esta es la condición de posibilidad de la insuflación del Espíritu de Dios, que produce la inspiración. Porque el hombre es espíritu, puede actuar dentro del mismo el espíritu de Dios.

Pero la inspiración no es la mera presencia del espíritu de Dios en el hombre. Todo hombre posee el espíritu; pero a veces el espíritu de Dios actúa con una fuerza tan nueva y tan fuerte que saca al hombre de sus estados normales, elevándole a niveles de acción superior. El curso de la historia bíblica está jalonado, precisamente por esas superiores irrupciones del espíritu de Dios.

Entre todos los hombres poseídos por el espíritu de Dios descuella Moisés (Nm 11, 17-25). Lleno del espíritu de Dios realiza los grandes prodigios de la liberación del pueblo de Israel del Egipto mediante las plagas y el Éxodo. El forma al pueblo y le otorga las instituciones. Poseído de la plenitud del espíritu, de él recibirán el espíritu sus colaboradores (Nm 11, 17-25). Por fin, considerado como autor de los textos fundamentales de la alianza, será tenido como el más grande escritor del AT.

Después de Moisés, nadie ostentará una semejante plenitud del espíritu. La presencia del espíritu se fragmentará en modos diversos de posesión: los jefes carismáticos (Jueces), los reyes, los profetas, los sabios, etc.

Una plenitud nueva y singular la reservan los profetas a la persona del Mesías (Is 7, 1-2). Será una plenitud parecida a la del Adán primero, de modo que el Mesías será como un nuevo Adán dotado de la total llenez del Espíritu.

2. Escritura y espíritu de Dios

Entre los fenómenos del espíritu que más influyeron en la historia de Israel está la actuación del soplo de Dios en la composición de la Biblia. En un principio no hay conciencia en Israel de que la actividad creación de su literatura nacional se deba al soplo del espíritu. Sin embargo, no hay duda de que todo el AT sea obra del espíritu. Tal reflexión fue obra de los autores del NT. En 2Pe 1, 21 se dice: «Tened presente que ninguna profecía de la Escritura puede interpretarse por cuenta propia; porque nunca profecía alguna ha venido por voluntad humana, sino que hombres movidos por el Espíritu Santo han hablado de parte de Dios». El autor sagrado atribuye al Espíritu no sólo la locución profética propiamente dicha, sino también la redacción inspirada de los escritos proféticos. En 2 Tim 3, 16 afirmará que la Escritura misma en su totalidad está inspirada por el Espíritu Santo: no solamente el oráculo profético o la literatura profética: «Toda Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para argüir, para corregir y para educar en la justicia; así el hombre de Dios se encuentra perfecto y preparado para toda obra buena». Lo importante y original de este texto es la afirmación de que la Escritura —el AT en concreto— es un texto de origen inspirado, es decir: en cuya obra redaccional intervino el Espíritu Santo. El texto es también notable porque ha introducido en el cristianismo el concepto de inspiración para entender la acción del Espíritu en la obra redaccional de los escritos sagrados.

Si el espíritu fue el que movió a los escritores sagrados del AT ¿cómo es que no concientizaron tal presencia inspiradora?

Seguramente el hecho tiene su explicación en la diferente condición que el carisma de la redacción inspirada tenía en relación con una doble forma de irrupción que revestía la acción deI espíritu: una de tipo exterior; irresistible, y otra más íntima y oculta, no sujeta a la misma experimentabilidad de la primera. En el primer caso llamaba la atención la irrupción fuerte y hasta violenta del espíritu en los casos de los líderes carismáticos, y de los profetas. Esta actuación resultaba claramente perceptible y constatable. La segunda era más escondida e imperceptible, pero igualmente activa y presente en la historia de la salvación. En ambos casos había un hecho fundamental que consistía en la unión y compenetración del espíritu humano con el espíritu de Dios. La segunda presencia no se hacía patente al tiempo de la intervención pneumática. Sólo se descubría paulatinamente, conforme la recepción de las obras inspiradas ponía de manifiesto que la genialidad y los efectos divinos producidos por determinadas obras, eran inexplicables sin una actuación divina del orden del espíritu.

Esta dualidad se puede mirar desde otro punto de vista. En la acción carismática del espíritu, se notaba un doble momento de actuación: el de la irrupción del soplo divino, y el de su expansión o fragmentación. En el primero, el espíritu sobrevenía afectando al hombre en la totalidad de su ser. En el segundo, sucedía como una especie de fragmentación. Cada sector del ser humano acusa el impacto de la irrupción según su peculiar naturaleza. En efecto, cuando entraba en acción el soplo, se mantiene activo mientras duraba la misión a él confiada. En efecto, el soplo suele provocar un proceso que se desarrolla en tres tiempos: la irrupción, la expansión, la cesación o el final de la acción carismática ya realizada. En el momento primero, el hombre se ve como afectado por una intervención que tiene las características de una embestida del espíritu, terminada la cual, todo vuelve al estado normal anterior a la irrupción. Luego, el espíritu realiza siempre una acción concreta y diferenciada: un prodigio, un oráculo profético, etc. El soplo actúa por igual en todos los momentos, hasta su cesación.

El momento primero está abundantemente descrito en las páginas del AT. Son abundantes los textos en que se describe cómo el soplo invade o irrumpe sobre un sujeto, apoderándose de la totalidad. Tal es el caso de Balaán, Nm 24, 2; de Otniel, (Jue 3, 10); de Sansón (Jue 14, 6. 19; 15, 14); de Jefté (Jue 11, 29); de Saúl (1 Sam 10. 6. 10; 11, 6; 19, 23); de David (1 Sam 16, 13); de Daniel (Dan 4, 5. 6. 15; 5, 11. 12. 14; 6, 4). A veces el espíritu entra en el sujeto humano o cae sobre él (Ez 11, 5), o queda de fijo en un hombre, en orden a una función (Moisés, Nm 11, 17. 25); otras, le penetra, (1 Sam 16, 13). Hay casos en los cuales el espíritu se derrama a modo de un líquido que se mezcla con el sujeto humano (Is 29, 10; 32, 15; Ez 39, 29; JI. 3, 1. 2; Zac 12, 10).

En el caso concreto de la producción de los libros sagrados, este momento está particularmente descrito en el fenómeno carismático de la profecía. El segundo, es el de la redacción escrituraria. Esta actividad no es compatible con el arrebato del momento en que el profeta pronuncia los oráculos. La redacción literaria exige distancia, serenidad; y una suficiente preparación técnica para escribir. En toda actividad redaccional hay una parte no despreciable de arte y trabajo de composición culta. Fuera de algunos casos de redacción directa bajo el dictado divino, en la mayoría de los oráculos consignados por escrito es lícito suponer un trabajo redaccional incluso para aquellos oráculos que primeramente fueron pronunciados en estado de fuerte presencia del espíritu. Los dos momentos son cronológicamente diversos. A veces incluso personalmente. El profeta actúa bajo la acción de la irrupción en el momento en que pronuncia el oráculo. Sus discípulos serán los que darán forma literaria al oráculo. Los líderes carismáticos realizan los actos salvíficos. Los historiógrafos inspirados serán los que los pongan por escrito. Esta presencia del soplo en la actividad redaccional fue la que realizó la creación de la Biblia. Pero su concientización explícita estaba reservada al NT, caracterizado por una presencia y plenitud nuevas del espíritu.

3. La composición de la Biblia

Si la irrupción profética era muy llamativa, no lo era tanto la puesta por escrito de la secuencia de los oráculos. Lo mismo se diga de los sucesos prodigiosos y otras formas de irrupción del espíritu. De ahí que la compilación de la Biblia fuera lenta y progresiva en Israel. Como se ha dicho, en un principio no hubo conciencia en Israel de que la creación de su literatura nacional se debiera al soplo del espíritu. Todo procedió con una normalidad semejante a la producción de las otras literaturas nacionales. La normalidad, sin embargo, tuvo aspectos que la hicieron extraordinaria. Se dieron en la formación de la Sagrada Escritura una serie de circunstancias especiales que hicieron de la Biblia un libro único. Ante todo, la Biblia es un libro cuya historia literaria es perfectamente conocida en sus líneas esenciales. Mientras los libros de otras religiones antiguas tienen un origen que se pierde en las brumas de una historia desconocida, la literatura sagrada israelita es perfectamente localizable en la historia. Los estudios de crítica literaria e histórica han logrado trazar con suficiente rigor las etapas de su composición de los libros que forman la Biblia. Además de esto, la Biblia es obra de una multitud de autores históricamente identificables. En efecto, mientras en otras literaturas sagradas se ignora por completo la historia de los autores que las compusieron, en la literatura israelita multitud de autores son suficientemente conocidos e identificados en su concreta historia literaria y biográfica, como es el caso de los profetas. Esto ha procurado a la Biblia una singular riqueza interior. Otros libros como el Avesta o el Corán, son obras de un solo autor y de una sola época histórica. En cambio, los libros de la Biblia tienen una gran diversidad y diferenciación de autores, pertenecientes a un lapso de un milenio. Estos datos hacen pensar en que la Biblia coincidió en su formación con una época histórica de gran madurez; y que en su formación intervino providencialmente el espíritu del Dios de Israel.

La redacción inspirada no coincidió con los orígenes de la historia de Israel. No data ni de los Patriarcas, ni del Exodo. La actividad literaria propiamente dicha, empieza con la monarquía. Fue entonces cuando se desarrolló la función de los escribas encargados de la redacción de los anales. En el siglo IX se inicia la redacción de lo que en su día sería el Pentateuco. El primer escrito, de origen jerosolimitano, recibe el nombre de Yahvista (J). A fines del mismo siglo IX una iniciativa paralela tiene lugar en Samaria dando origen al documento Elohista (E). A ambos textos refundidos en uno solo después de la ruina de Samaria (721), se le añade por el siglo VII el documento llamado Deuteronomista (D). Este conjunto JED recibe un complemento importante mediante la añadidura del documento llamado Sacerdotal (P) en la época del destierro (siglo V). De esta complicada elaboración redaccional resultó el Pentateuco. Paralelamente se realizó la redacción del grupo deuteronómico de libros históricos (Jos., Jue., 1-2 Sam., 1-2 Re.) La literatura profética que se nos ha conservado comienza con el primer profeta escritor, Amós (siglo VIII) y se prolonga en tres series cronológicas hasta el período persa: Amós, Oseas, Miqueas, Isaías, en el siglo VIII; Sofonías, Nahum, Habacuc, Jeremías, en los siglos VII y VI; Ezequiel, Joel, Abdías en los siglos VI-IV.

Esta actividad redaccional acontece en una época de la historia mundial en que domina la mentalidad grupal y colectivista, en la cual el individuo no ha emergido aún de la masa. En este medio ambiente el libro es un producto de la colectividad y tiende a lo colectivo, de modo que el destinatario del libro es el pueblo como tal. Sin embargo, no toda la Biblia se compuso en la época colectivista de la Humanidad. En la mitad aproximada de la composición de la Biblia, Israel superó la mentalidad colectiva y se abrió a la conciencia individual. Este paso dejó su huella en los textos bíblicos. Tal es el sentido de textos como Jeremías 31, 33-34 en que se propone una palabra interior nueva y personal.

4. La inspiración interior

Hay un hecho llamativo en la edad de oro de la redacción de la Biblia. Es la superación que vaticina respecto de la palabra escrita. Se trata de una crítica suficientemente clara de las congénitas limitaciones de toda palabra exterior, particularmente de la palabra escrita, vaticinando para los tiempos definitivos una economía salvífica de la máxima interiorización y personalización de la palabra, hasta el punto de llegar a superar la excelencia de la ley moral externa y de la palabra de revelación exterior al hombre. Este es el sentido de los vaticinios de la Ley nueva proferidos por Jeremías: «Esta será la alianza que yo pacte con la casa de lsrael, después de aquellos días -oráculo de Yahveh-. Pondré mi ley en su interior y sobre sus corazones la escribiré, y yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo. Ya no tendrán que adoctrinar más el uno a/ prójimo y el otro a su hermano, diciendo: Conoced a Yahveh. Pues todos ellos me conocerán, del más chico al más grande» (Jer 31, 33-34). En este vaticinio se relativiza la ley exterior y se anuncia la ley interior e inmanente, escrita en los mismos corazones de los israelitas. Igualmente se relativiza la palabra exterior que llega al hombre por la mediación de otro hombre. Cada cual tendrá desde su interior la comunicación del conocimiento divino. El profetismo, en su condición de mediación exterior de la palabra de revelación, queda también criticado y relativizado. Así, la Escritura del Antiguo Testamento llevaba en sí la clara conciencia de su limitación y provisionalidad, en espera de la realidad más perfecta que sería la ley interior y el conocimiento interior y personal de Dios, sin necesidad de mediación externa: de palabra hablada o de textos escritos. Esta novedad interior la atribuirá Ezequiel al don del espíritu.

El vaticinio de Jeremías no incidió para nada en el proceso ya en curso de la composición de la Biblia. En efecto, después del destierro, se reanudó la producción historiográfica con l y II Cro, y Es-Nh, en la segunda mitad del siglo tercero. El período postexílico conoció también la nueva corriente sapiencial, cuyos orígenes se pueden remontar a Salomón. A este género pertenecen, además de Prov., Job, el Cantar de los Cantares, Eclesiastés, Eclesiástico, Sabiduría. De este tiempo son también Tobías, Judit, Ester. La historia del AT se cierra con los libros de los Macabeos. Una forma literaria típica de los últimos tiempos del judaísmo fue la apocalíptica, que empieza con el libro de Daniel.

5. La Escritura cristiana

La escritura cristiana sólo se comprende desde el vaticinio de Jeremías que anunció una Alianza Nueva, con la transformación total de corazón, de modo que se le grabara en su interior una ley nueva, que fuera una palabra personal e íntima, y superara la ley y la palabra exterior a la persona humana.

Como lo había anunciado Isaías, el Espíritu en plenitud descendió sobre Jesús el día de la encarnación del Verbo en su Humanidad. Fue una plenitud, muy superior a la de Moisés y a la del Adán primero. Descendió nuevamente el Espíritu sobre Jesús en el bautismo del Jordán, lanzándole a la vida pública. Y en la predicación de Nazaret Jesús aludió explícitamente a la realización de los vaticinios de Isaías sobre su ministerio. El don total del espíritu creó en Jesús el corazón nuevo, junto con la palabra y la nueva ley interior, grabadas en su corazón. Además de estas transformaciones interiores, el espíritu se dio a Jesús con poderes carismáticos al modo de los grandes taumaturgos del Al Después de la Ascensión a los cielos, Jesús envió su Espíritu sobre los Apóstoles, como se lo había prometido en vida. Al igual que Moisés dio de su espíritu a sus colaboradores, Jesús entregó su Espíritu a la Iglesia de modo que lo poseyera y lo comunicara mediante los sacramentos. De este modo Jesús inauguró la era del espíritu.

Desde los primeros tiempos, los cristianos vieron en la persona de Jesús la culminación de todas las formas de palabra divina que caracterizaron los tiempos antiguos de Israel (Hb 1, 1). En estas condiciones, el cristianismo primitivo no vio necesidad alguna de una nueva Escritura que viniera a engrosar el AT considerada por antonomasia como Escritura. Pero por la dinámica misma de la Iglesia como colectividad salvífica, acabó por crear también ella su propia Escritura cristiana. Recibida la misión apostólica, los Doce se lanzaron después de Pentecostés a difundir por el mundo el mensaje de Jesús. Ellos eran "los testigos oculares y servidores de la palabra" (Lc 1, 2). Tal función no se reducía a la predicación oral. Abarcaba toda la misión apostólica, lo mismo como predicación oral que como actividad escrita. Para cumplir su cometido los apóstoles gozaban de una plenitud singular del Espíritu prometido por el Señor (Jn 14, 26; 16, 13; 14, 17; 15, 26) para la realización específica de sus funciones, incluida la fijación escrita de la doctrina de Jesús Así surgen, en el breve espacio de medio siglo, los escritos cristianos que formaron el NT: Evangelios, Hechos, Cartas, Apocalipsis.

De esta manera, la palabra predicada por Cristo, al pasar a la condición escrita, sufría un salto cualitativo. Si la Palabra del AT se hizo carne en Jesús, la palabra de Jesús se hizo carne en el libro. El Verbum-Caro se prolongó en una condición de Verbum-liber.

Una vez creada esta literatura, el siguiente paso era la toma de conciencia de su singularidad frente a la Escritura por antonomasia que era el AT. En este sentido, el paso más importante fue la homologación de los nuevos escritos con los del AT. explícita ya en 2 Pe 3,16: «Escribe también (Pablo) en todas las Cartas cuando habla en ellas de esto (la Parusía). Aunque hay en ellas cosas difíciles de entender, que los ignorantes y los débiles interpretan torcidamente -como también las demás Escrituras- para su propia perdición». Este texto atestigua la clara conciencia de la dignidad propia de los escritos cristianos en comparación con la Escritura sagrada del AT. En principio, esta equiparación debió de causar una cierta extrañeza como se puede apreciar ya en 2 Co 3, 6-11. Frente a los escritos cristianos, la Escritura judía es denominada Antiguo Testamento. No hay duda de que la Nueva Alianza es cualitativamente superior a la Antigua, como se ve por la doctrina paulina de la superioridad de los ministerios del NT. Si se hubiera prolongado esta doctrina a la singularidad de los escritos cristianos, tal vez se hubiera superado la homologación, afirmando una diferencia de superioridad también para el NT. Pero no fue así. ¿Cuál es la razón de esta simple equiparación, sin otorgar rango de superioridad a la Escritura del NT? La explicación puede ser la siguiente: aunque en razón de la nueva economía, y el contenido de la doctrina de Cristo, el NT era superior al AT, en razón de la redacción inspirada, el NT no está por encima del AT. Si bien es verdad que Cristo es una forma de Palabra superior a todo el AT y el modo de transmisión por la acción del Espíritu Santo es igualmente un ministerio más perfecto, el acto de la redacción inspirada sería cualitativamente idéntico al de los hagiógrafos del AT. Con esto nació ya la doctrina sobre la esencial igualdad de los escritos del AT y del NT en su razón formal de escritos compuestos bajo el carisma del influjo pneumático. La superioridad quedó reducida al ámbito de la palabra interior sugerida por el Espíritu Santo y escrita por los Apóstoles en el corazón de cada uno de los fieles.

Esta conciencia nueva del Cristianismo sobre Jesús Palabra encarnada, y el NT como Escritura homologada al AT, descubre una realidad muy profunda. La palabra de Dios en el AT había progresado, elevándose hasta la encarnación de la misma en Jesús. El cristianismo inicia un descenso que termina en la producción del NT. Esto evidencia que la Palabra de Dios es como un círculo. En el centro está Cristo. Hay un diámetro que lo atraviesa departe a parte. Es la Escritura. El AT es como un radio que termina en centro. El NT es otro radio que partiendo de Cristo llega a la dirección contraria a la circunferencia. Así Cristo es el centro y la cima de toda la palabra. La Escritura es la circunferencia que la envuelve.

6. La teología de la inspiración

Fue en el seno del Cristianismo -como ya se ha dicho- y desde la nueva experiencia del Espíritu donde empezó a afirmarse que toda la Biblia era inspirada. La expresión de origen helénico -inspiración- sirvió admirablemente para describir el fenómeno de la actuación del Espíritu en el origen de la literatura sagrada del Antiguo y del NT.

Desde los primeros siglos cristianos, la expresión sirvió para designar la acción divina que produjo la Biblia. Por eso, se convirtió en el vocablo teológico por excelencia para profundizar el misterio de la Biblia. Todos los ataques contra la verdad de la Biblia se resolvieron -desde San Agustín- recurriendo a la inspiración. Sin embargo, su significado no fue siempre unívoco. Dos tendencias se formaron en la comprensión teológica del concepto: revelación y de inspiración. Una tendencia muy fuerte y muy antigua entendió el origen de la Biblia revelación. Esta teología prefería la realidad de palabra de Dios como esencia de la Biblia; y el modelo de comprensión de la misma era la profecía. Muchos siglos se impuso esta mentalidad. Su modelo era el AT. La especulación que le servía de base era la de Filón. Esta tendencia llegó al exceso de entender la Biblia como un fenómeno de dictado verbal procedente de una revelación divina total. En el siglo XVI se inició una fuerte resistencia contra este modo de entender la inspiración; y se reaccionó dándole una acepción de tipo formalmente inspirativo. La reacción fue muy saludable. Las teorías panrevelacionistas se derivaban de influencias judías (Maimónides) y árabes (Avicena) que tenían como modelos supremos a sus respectivos libros sagrados (AT y el Corán) libros de profecía y desconocedores de la personalidad del Espíritu Santo. El Catolicismo optó por una doctrina más cercana al NT, y entendió la Inspiración como la acción del Espíritu Santo que consistía en una intervención compleja que suponía la elevación de todo el hombre al orden de la experiencia divina, con influjos diferenciados sobre las diversas potencias. La inspiración sería aquella forma concreta de actuación del espíritu Santo, presente en todo el hombre, que desde dentro, le conduce a la puesta por escrito, de la revelación. Esta acepción diferencia netamente dos realidades: el momento de inspiración que consiste en la compenetración del Espíritu de Dios con el espíritu del hombre, y la Inspiración formalmente bíblica, que tiene como resultado último y concreto, la producción de la Biblia.

Con esta doctrina, la teología católica ha elaborado una teoría que superando el revelacionismo de la teología judía y árabe -que ignoran la Trinidad- ha tratado de hacer justicia a un dato del NT que es la inmanencia del Espíritu en los autores sagrados, elevándolos a la producción de un libro humano-divino, que -como encarnación de la Palabra en libro-, es formalmente un carisma de creación literaria.

Esta inspiración bíblica es de naturaleza distinta a la inspiración estética. Toca una dimensión del hombre distinta y superior a la del artista. Es el centro del alma donde Dios se hace presente al hombre. En las inspiraciones de tipo estético, es sólo el centro del yo humano o la persona en su dimensión natural. La inspiración religiosa toca la dimensión de la religación de la criatura con su creador, mientras que la inspiración bíblica toca al hombre en su realidad de imagen de Dios, producida por la gracia.

El más grande inspirado de la historia es Cristo, que recibió la irrupción del Espíritu en una misteriosa totalidad personal. Es también el más grande inspirado porque suscitó en sus seguidores las más elevadas experiencias de cercanía con la Divinidad, por haber fundado una institución a la cual dio en posesión el Espíritu, y porque "inspiró" a esos seguidores suyos para que dieran la objetivación escrita a los textos religiosos más sublimes de la Humanidad.

Así surgió al Biblia como el libro más difundido, más traducido, más leído, más comentado, más atacado; el más positivo para toda la Humanidad: "Libro que fue [...] estrella del Oriente a donde han ido a beber su divina inspiración todos los grandes poetas de las regiones occidentales del mundo [... ] libro que, cuando los cielos se replieguen sobre sí mismos como abanico gigantesco, permanecerá él solo con Dios, porque es su eterna palabra, resonando eternamente en las alturas" (J. DONOSO CORTÉS: Discurso sobre la Biblia).

BIBL. – ARTOLA, A. M. De la Revelación a la Inspiración. Los orígenes de la moderna teología católica de la inspiración bíblica. Institución San Jerónimo Valencia-Bilbao, 1983; MANNUCCI, V., La Biblia como Palabra de Dios, Bilbao, 1985; RAHNER, K., Inspiración de la Sagrada Escritura, Herder, Barcelona, 1970.

A. M. Artola, CP