Hijo pródigo (parábola del)
(Lc 15,11-32)
DJN
 

SUMARIO: 1. El hijo menor (15,11-24). - 2. Actitud del padre con el hijo menor. - 3. La actitud del hijo mayor. - 4. La conducta del padre con el hijo mayor. -5. Sentido y lecciones de la parábola.


«Se la ha considerado como "la obra maestra de todas las parábolas de Jesús" (J. E. Compton). Y eso ha convertido a este pasaje -más que a ningún otro de la tradición evangélica- en objeto de toda clase de análisis, al estudiar y reflexionar sobre el comportamiento humano. Desde los tiempos más antiguos de la patrística se ha comentado, elaborado e interpretado esta parábola (por ejemplo, Tertuliano, Clemente de Alejandría, Gregorio el Taumaturgo, Ambrosio, Jerónimo, Agustín), y siempre se la ha reconocido unánimemente como un documento auténtico, en el que el personaje histórico Jesús de Nazaret cuenta una de las situaciones humanas que nos resultan más familiares» (J. A. Fitzmyer).

Se ha venido denominando el relato de Lc 15,11-32 parábola del «hijo pródigo» o del «hijo perdido» (en la tradición alemana). Título que no expresa nada más que una de las referencias, la del hijo menor que no es el actor más importante, en contra de lo que a un lector superficial pudiera parecer. El personaje principal es el padre, de modo que sería mejor denominar a este relato «la parábola del amor del padre» (J. Jeremías).

La mayoría de los autores ven en esta parábola, de forma narrativa, una unidad literaria, frente a quienes consideran los w. 25-32, referentes al hijo mayor, una adición secundaria, y que hay que atribuir al mismo Cristo. Únicamente podrían ser adición de Lucas los vv. 24 y 32 que conectan la alegría del padre ante la vuelta del hijo pródigo con el gozo que caracteriza las dos parábolas precedentes: la oveja perdida y la dracma extraviada. Y también 15,1-3 que las encuadra en la defensa que hace Cristo de su actitud con los pecadores y publicanos frente a las acusaciones de escribas y fariseos por tal actitud. «La configuración actual (de 15,11-32) debe considerarse como un texto concebido unitariamente (salvo la reelaboración redaccional en los vv. 24a y 32b). Como ya declaró R.Bultmann, la segunda parte no es una «prolongación alegórica», sino que «permanece totalmente en el marco de la parábola». En el aspecto temático, la perspectiva «no se desvía en realidad» con la nueva secuencia escénica. La secuencia presenta más bien una «contraimagen» que se añade en interés de lo ya narrado y que refuerza el carácter paradójico del desenlace de la primera historia» (W. Harnisch).

1. El hijo menor (15,11-24)

Un día el hijo menor -de una familia de dos hijos y de condición económica desahogada- pide al padre la parte de herencia que le corresponde: la tercera parte, ya que al primogénito le correspondía el doble que a los otros hijos (Dt 21,17). Se trata de una norma jurídica que se encuentra también en otras legislaciones orientales. La emancipación del hijo menor le separa definitivamente de la casa del padre y le hace perder todos los derechos, de modo que no puede reclamar nada, si un día quisiere volver, ni siquiera ocupar el puesto de un criado.

Convertida en dinero su hacienda, abandona la casa paterna y emigra a un país lejano. El padre respeta su libertad. Lejos de su casa, disipa en poco tiempo su fortuna, llevando una vida disoluta. Al fin se ve reducido a la miseria, tanto, que tiene que ponerse a servir a un amo que le encarga el oficio de porquero. Buscando la independencia viene a servir a un extraño en el oficio más degradante para un judío: tenía que vivir a diario junto a los cerdos, animal impuro para los judíos (Lev 11,7), lo que lo reducía a un estado habitual de impureza legal y lo colocaba prácticamente fuera de su religión. La actitud o sentimientos de los rabinos respecto de esta actividad puede colegirse de la siguiente imprecación: «Maldito el criador de cerdos y maldito el que instruye a su hijo en la sabiduría griega» (bB.Q.82b). No se le proporcionaba ni siquiera la comida de los cerdos, las algarrobas, comida que expresaba en Palestina la más dura de las miserias. Para su amo era más importante la manutención de los cerdos que la suya propia.

Tal situación le lleva a reflexionar. Recuerda los días de su vida pasados en la casa paterna y decide volver a ella, contentándose con la situación de uno de los jornaleros de su padre; cualquiera de éstos, pensaba, tenía comida abundante, mientras que él sufría dura hambre. Podía haber buscado otro amo y servirle a él como jornalero. Pero, recordando sin duda el amor de su padre, prefiere volver al hogar abandonado. Reconocerá ante su padre su pecado, sin disculpas de ninguna clase, le pedirá perdón y le rogará que lo admita como un jornalero más. Era consciente de que una vez recibida la herencia que le correspondía y haberse emancipado de su padre, no podía presentar derecho alguno. «En lo que respecta a las perspectivas para el futuro, el pródigo no se hace ilusiones. Como un extraño que con la emancipación fallida ha malversado también la filiación, sólo puede aspirar a que el padre le acoja como a un jornalero, aun sabiendo que la relación de servicio supone una situación penosa para él. Esto resulta claro teniendo en cuenta que la posición de un jornalero en la época helenístico-romana era peor que la de un esclavo doméstico. El regreso no facilita, pues, «la recuperación del estado originario..., sino sólo una degradación». «No es un retorno cíclico de aquello que era antes de la partida, sino un movimiento en espiral hacia un rango inferior, un movimiento descendente» (A. Stock) (W. Harnisch, 18,9).

2. Actitud del padre con el hijo menor

Es realmente sorprendente. Apenas lo divisa a lo lejos, corre presuroso hacia él y le prodiga las más efusivas muestras de cariño. Antes de que pudiese comenzar a exponer su pecado y formular su petición, el padre le ha perdonado. El amor y perdón del padre es anterior a todo. No se funda en razones que puedan forzarlo. Son plenamente libres y gratuitos. Sólo después de esa actitud del padre, el pródigo puede expresar el reconocimiento de su pecado y de su indignidad. Pero el padre, que parece no atender a la declaración de su culpa, ordena enseguida proporcionarle la vestimenta de gala: la mejor túnica, el anillo (signo de autoridad) y las sandalias (que distinguen al hombre libre del esclavo). Y en una explosión de amor y de alegría desbordante manda matar el ternero cebado para celebrar una gran fiesta por su retorno. Ni el hijo prodigo, ni el oyente o lector, habrían imaginado una actitud tan acogedora y benévola por parte del padre.

Esta actitud del padre —no la iniciativa del hijo— marca el centro de interés de la parábola, su punto de inflexión. «La fiesta aparece, por un lado, como apertura de un espacio donde puede albergarse y permanecer el hombre desarraigado. Si la época de alienación se caracteriza por la inquietud y por la angustia, la nueva situación está marcada por la alegría, fruto de la permanencia en el hogar. Hay que recordar, por otra parte, que el final festivo del suceso ha de entenderse como la tónica de un tiempo nuevo. El final propone un nuevo comienzo, una existencia que cuenta con el futuro y permite por ello la alegría en el presente» (W. Harnisch, 193).

3. La actitud del hijo mayor

Cuando el hijo mayor llega, sin duda, del trabajo del campo, se encuentra con el ambiente de fiesta y regocijo. El criado de la casa a quien pregunta qué ocurría, le contesta: «Ha vuelto tu hermano y tu padre ha matado el ternero cebado porque lo ha recobrado sano» (v. 27). Las palabras del criado le indican el motivo y la oportunidad de la fiesta, una valoración «normal» de la misma. El hermano mayor se indigna y se niega a participar en el festejo. El padre sale y trata de convencerle para que se asocie al mismo. Él le replica haciéndole observar la conducta disoluta de «ese hijo tuyo», le dice, rehusando llamarle «hermano». Añadiendo que, frente a tal festejo, a él nunca le ha dado un cabrito para celebrar una fiesta con sus amigos. El «nunca» y con lo exiguo de su pretensión -un simple cabrito frente al ternero cebado- refuerza su acusación.

4. La conducta del padre con el hijo mayor

El padre se queda sorprendido por la actitud del hijo mayor. No niega la actitud reprochable del hijo menor, pero le hace los razonamientos oportunos para que se alegre e incorpore a la fiesta preparada: a pesar de su conducta no ha dejado de ser hijo amado suyo; lo creía perdido y lo ha encontrado. Si en su honor no se había organizado una fiesta semejante, es porque no se habría presentado ocasión de ella, no porque no sintiese hacia él el amor que sentía hacia su hermano. En realidad, la actitud del hijo mayor no indica que él hubiera recibido un trato desfavorable por parte de su padre. Lo que le escandaliza es su comportamiento con el hijo menor que podría reflejar un amor incomprensible y que parece manifestar una inexplicable preferencia por el hijo pecador frente al que siempre se ha mantenido fiel.

Además, el padre le dice: «Hijo, tú siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo; pero "convenía" celebrar una fiesta y alegrarse, porque este hermano tuyo había muerto y ha vuelto a la vida, se había perdido y ha sido hallado» (v. 31s). El padre dice «convenía»; más bien «era necesario» (edei): este verbo (dei), característico de Lucas, añade una connotación histórico-salvífica y una referencia al plan de Dios probablemente deliberadas» (J. A. Fitzmyer). Advierte también que el padre corrige las palabras del hijo mayor: «ese hijo tuyo», por estas otras: «ése que ha vuelto es tu hermano».

5. Sentido y lecciones de la parábola

1) La parábola del hijo pródigo es una parábola «de dos momentos»: el del hijo pródigo (vv.11-24) y el del hijo mayor (vv.25-32). ¿En cuál de los dos recae el acento? ¿En el del hijo pródigo que vuelve a casa y a quien el padre acoge tan favorablemente, o en el hijo mayor que se niega a participar en el banquete? Anticipando, ¿en la actitud del padre con el pecador, simbolizada en el hijo pródigo, o en la actitud del hijo mayor en quien están representados los escribas y fariseos? Algunos, como Jeremías, colocan el acento en el segundo momento, basándose en 15,1-3. Estos versículos presentan el marco de las tres parábolas (la oveja perdida, la dracma extraviada y el hijo pródigo) que vienen a ser la respuesta de Cristo a los escribas y fariseos que le acusan de acoger a los pecadores y comer con ellos. Pero la extensión dedicada a las peripecias del hijo pródigo y a la actitud sorprendente del padre están indicando que ocupan el centro de la parábola, reflejan un mayor énfasis, y que el relato del hijo mayor viene a ser un complemento del primer momento, aunque parte integrante de la parábola con una lección muy importante. El «relato del hijo mayor, pese a ser el colofón del relato, sólo posee un papel dramático secundario. Es un personaje de contraste que, justamente por adoptar una actitud superada por el acontecimiento de la fiesta, muestra el carácter anómalo del desenlace de la primera historia y manifiesta el cambio reflejado en ella. Hay que tener en cuenta, además, que el episodio del hermano mayor desemboca en una conclusión abierta. El narrador, pues, está muy lejos de poner en duda al final el movimiento cómico de la acción de la primera parte con el contrapunto de la segunda» (W. Harnisch, 189).

2) El hijo pródigo representa en la parábola a los pecadores, alejados de Dios por sus pecados pero que ante la predicación de Cristo se convierten y el Padre los perdona de corazón, los reconoce como hijos suyos confiriéndoles la gracia santificante, que los capacita para el banquete del Reino. Ello comporta una inmensa alegría y gozo, que aparecen también en las parábolas precedentes de la oveja perdida y dracma extraviada. Y un dato muy importante y revelador: Dios ama al pecador aun antes de su conversión. De él parte la iniciativa. Más aún, sabemos que es su amor quien hace realmente posible la conversión del pecador (cf Ef 2,1-10).

Tenemos, además, en esta parábola una descripción realista del proceso interno que implica en el pecador su decisión de volver a Dios, su conversión: la experiencia de lo que dan de sí las cosas cuando se busca en ellas la felicidad lejos de la casa del Padre; el desengaño que ellas producen y el estado a que dejan reducido a quien pone en ellas su corazón. Y también la constatación de la alegría y gozo que experimenta Dios ante la conversión del pecador.

3) El hijo mayor, que se niega a recibir a su hermano, representa a los escribas y fariseos que se escandalizan de que Jesús trate y coma con los pecadores (cf Mt 11,19). Ellos son los «que no habían quebrantado una orden del padre» (v. 29). Fieles y meticulosos observantes de la Ley, no toleraban que los pecadores, de cuyo trato ellos se abstenían, sean recibidos sin más en el Reino. Pero ante la oferta de salvación que trae Cristo, no se puede argumentar a base de derechos y méritos por parte del hombre. La salvación es obra de la bondad y de la misericordia de Dios, de la gracia de Dios, que se ofrece a todos gratuitamente y en igualdad de condiciones.

4) Con razón se ha dicho que la parábola del hijo pródigo es la «perla de las parábolas» y que constituye el «Evangelio del evangelio». Ella es en realidad un resumen de todo el Evangelio, que es fundamentalmente el anuncio de la Buena Nueva a los pecadores. Ella pone de relieve, como ninguna otra, la bondad y la misericordia del Padre con los hombres, una misericordia abierta e ilimitada; un amor entrañable e inimaginable. Con esta parábola Jesús dice a los hombres: «Así es mi Padre, así es vuestro Padre».

La parábola queda abierta al lector. No responde a preguntas que nosotros nos hacemos: ¿cuál fue la actitud del hijo menor subsiguiente a la acogida del padre? ¿Se integró el hijo mayor en la fiesta? Es el lector quien tiene que hacerse similares preguntas y dar la respuesta adecuada: «La lectura de esta parábola-metáfora nos envuelve en su dinamismo de forma inevitable. No podemos quedarnos al margen de lo que nos es contado en esta narración. Junto a los protagonistas: el padre, al que en un principio compadecemos y que después nos desconcierta con su conducta, y los dos hijos de proceder tan distinto, se encuentra el lector. La maestría excepcional del Parabolista despierta nuestro interés, nos introduce en el relato como miembros activos del mismo y nos abruma con los interrogantes suscitados, sobre todo por la conducta del padre y la del hijo mayor» (F. FERNÁNDEZ Ramos, El Reino en parábolas. Univ. Pont. Salamanca 1996, 268).

BIBL. — J. ALONso DíAz, Paralelos entre la narración del libro de lonás y la parábola del hijo pródigo: Bib 40 (1959) 632-640; M. A. VÁZQUEZ MEDEL, El perdón libera del odio. Lectura estructural de Lc 15,11-32: Communio 11 (1978) 271-312; J. A. FRZMYER, El evangelio según San Lucas, v. III Cristiandad, Madrid 1986, 667-690; W. HARNISCH, Las parábolas de Jesús, Sígueme, Salamanca 1989, 175-202; J. J. BARTOLOMÉ, La alegría del Padre. Estructura exegética de Lc 15. (Institución San Jerónimo) Verbo Divino, Estella 2000.

Gabriel Pérez