Decálogo
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Cuando empleamos esta palabra todo el mundo piensa en los diez mandamientos. Y es correcta la identificación del nombre o sustantivo con la referencia que nosotros hemos hecho a su contenido. La traducción literal de la palabra "decálogo" sería diez palabras. Es el significado literal de las dos palabras griegas que componen el nombre (= deka logoi), en ellas se refiere la Biblia y sus conocedores a la revelación de Dios y su comunicación personal con aquellos que ya la conocen. Desde el comienzo de la historia salvífica, Dios se manifestó en sus palabras. Unas palabras que significaban todo su ser y quehacer, no una simple locución sobre sus pensamientos; toda su acción operativa a favor del máximo desamparo humano y la interpretación inequívoca de los protagonistas de la misma; cuanto él había hecho desde una gratuidad absoluta y la respuesta adecuada que esperaba de aquellos a favor de los cuales lo había realizado. El traslado de la esclavitud degradante de aquel grupo insignificante de los ancestrales del pueblo a la libertad dignificadora de la persona a la que se le había concedido una tierra propia y el reconocimiento de sus derechos, que nunca le habían sido otorgados hasta aquel momento.

Las diez palabras, el "Decálogo", es el inicio magníficamente sintetizado de cuanto hemos dicho como presentación del mismo. De llevar este glorioso inicio a su, perfección se encargó la Palabra. Desde este punto de vista "las diez palabras" son la anticipación de la Palabra. La Palabra es la culminación perfecta de lo iniciado en las diez palabras. Estas y aquélla expresan el proyecto de Dios sobre el hombre y la mutua relación en la que debe desarrollarse.

1. Origen y contenido del Decálogo

El decálogo viene a continuación, inmediatamente después, de la teofanía del Sinaí. Originariamente, y considerado el problema desde el punto de vista literario, las cosas no ocurrieron así. La teofanía nos presenta los orígenes del pueblo de Dios, la acción liberadora de Dios, el acontecimiento fundante de lo que sería su pueblo, la historia original y originante del pueblo. El significado y la interpretación de un suceso tan determinante de la vida de un pueblo necesita un tiempo más bien largo de reflexión para descubrir todo el alcance de aquel episodio excepcional.

Las exigencias que impone y las experiencias vividas presuponen un largo tiempo para lograr su formulación correcta. Esta experiencia de un largo recorrido la vivió el decálogo antes de llegar a su mayoría de edad, antes de adquirir la forma en que hoy lo leemos.

Las cosas fueron muy distintas si las consideramos desde el punto de vista conceptual. El sentido o significado de lo ocurrido comenzó a ser considerado muy pronto en el marco de la alianza. La praxis de la época recurría a ella, a la alianza, para establecer las rectas relaciones entre los reyes, entre los clanes y tribus e incluso entre los individuos. Pues, bien, Yahvé, el Soberano de Israel, se autopresenta afirmando todo el derecho que le asiste para establecer una alianza con aquellos a los que quiere "consagrar" como su pueblo y como "su propiedad escogida" (Ex 19,5): "Yo soy Yahvé, tu Dios, que te ha sacado de la tierra de Egipto, de la casa de la servidumbre" (Ex 19,2).

Es en el marco de la alianza en el que la ley, el decálogo, adquiere todo su sentido. Las "diez palabras" equivalen a las cláusulas reguladoras de las nuevas relaciones que surgen entre el Señor que la ha concedido y aquellos que la han aceptado. El decálogo es mucho más que la ley y que todo el conjunto de leyes recogidos en la Biblia. Verlo en ese nivel significa su radical emprobrecimiento. El decálogo es fruto del amor de Dios y de la gratitud que el hombre le debe. Dos aspectos inseparables. En él se sintetizan armónica e inseparablemente la acción previa de Dios, -ya entonces era válido el principio según el cual "él nos amó primero", 1Jn 4,10-y la obligada reacción del hombre. Además, en aquel momento, Dios se había convertido en la norma y medida de toda la verdad: en el cumplimiento de las cláusulas de la alianza en la que el hombre se realizaba plenamente. En él confluían todas las relaciones del hombre con Dios y con él prójimo. De ahí que no se pudiesen separar los pecados contra Dios y contra el prójimo. Todos eran pecados contra Dios

El decálogo en cuanto tal -sin incluir en él la afirmación de la formulación exacta y las matizaciones de la misma- se remonta a los orígenes del pueblo. Es la legislación mosaica. Probablemente no estamos muy lejos de la verdad si afirmamos que sus prescripciones eran cortas, secas, lapidarias y expresadas negativamente, por ejemplo "No matarás" o "No robarás". En contra de lo que pudiera parecer la forma negativa es más exigente que la positiva. Mediante ella se establecen normas absolutamente válidas para todos los tiempos. Su observación evitará la degradación del individuo y de la sociedad, que llevarían de nuevo al hombre a la esclavitud, a la divinización de poderes alienantes, al peligro para la vida y la libertad. Por otra parte, no son tan "negativas" cuando se desentraña la profundidad de su contenido, como hizo Jesús de Nazaret en las famosas "antítesis", a las que nos referiremos más abajo.

El decálogo ha llegado a nosotros en dos formas, la comúnmente conocida como "sacerdotal" (Ex 20,1-21), por la ampliación sobre el sábado que tiene sus exigencias de inviolabilidad, su motivo y fundamento en el descanso de Dios (Gén 2,1-3). La otra versión es llamada "deuteronómica" (Deut 5,6-18). Como hemos dicho, desde el punto de vista literario, el decálogo no estaría directamente unido a la teofanía. Sí lo está desde el punto de vista conceptual. Las dos versiones aludidas suponen incluso escenarios distintos. La primera nos ofrece una representación de la teofanía como un fenómeno volcánico; es más singular y primitiva. La segunda remite a la tempestad, que es un recurso más frecuente para la descripción de las teofanías. Las dos versiones de la teofanía recogen ecos de algo que debió suceder una vez y que dio origen a esta tradición, que adquirió en el decurso del tiempo distintos modos de representación.

La dualidad del decálogo, tratado sobre Dios y referencia al hombre, se halla cobijada bajo el denominador común de la unidad, como ya hemos dicho. No obstante, aun conservando su esencial aspecto de unidad, debemos destacar, aunque no separar, dos centros de interés o de preceptos: En el primero se exige reconocer como Dios al único que se ha revelado como su salvador; ninguna de las realidades existentes por encima o por debajo del hombre deben ser divinizadas; él es el creador y el salvador. No se puede pronunciar su nombre en vano, es decir, cuando se pronuncia su nombre se designa con él toda la realidad que únicamente en él puede existir y descubrirse. En el orden segundo se exige honor y respeto a la persona, comenzando por las que están más próximas, desde el mismo nacer, la familia, y así hasta incluir la gran familia humana. Se prohíbe toda forma de daño a la persona y sus bienes, hasta con la intención.

En cuanto al contenido del decálogo, siguiendo el orden de los mandamientos, comenzaremos por el primero de los dos bloques mencionados: La entrega del Señor a los suyos exige, en mutua correspondencia, que excluyan de su vida toda realidad que pueda entrar en competencia con "su" Dios. Si él es fiel a los suyos, los suyos deben serle fieles a él. Condenación, por tanto, de toda divinización de otros dioses, del poder, del materialismo, hedonismo, consumismo, dinero (es el primer mandamiento, Ex 20,3). El segundo mandamiento pone de relieve que la única imagen de Dios es el hombre; por consiguiente, en él se prohibe fabricar cualquier imagen de Dios. Surge de la posible y fácil identificación de la imagen con lo imaginado (Ex 20,4-6). El nombre de Dios exige respeto y que no se recurra a él utilizando la religión y la fe con fines egoístas. Por supuesto, el respeto debido a Dios exige que no sea ofendido mediante la blasfemia, la brujería, la adivinación... Este tercer mandamiento (Ex 20,7) arranca de la seriedad de la vida cuyas dificultades no deben intentar resolverse mediante el recuso a la divinidad como un deus ex machina.

El puente de paso entre los dos órdenes de mandamientos a los que nos hemos referido lo constituye la observancia del sábado (Ex 20,8-11). Su finalidad se halla justificada desde la necesidad que el hombre tiene de reconocer a Dios como su dueño y señor de todo el tiempo. Por eso el sábado debe ser consagrado, es decir, debe ser separado del tiempo normal y debe ser sublimado uniéndolo al tiempo divino. El amplio desarrollo de este mandamiento tuvo lugar cuando el israelita había sido privado de toda otra forma para dirigirse a su Dios, en el destierro babilónico.

El segundo centro de interés es iniciado con el mandamiento de honrar a los padres (Ex 20,12). Esta obligación sagrada se nos impone porque ellos fueron los instrumentos del creador para darnos la vida; por ser los más próximos a nosotros; para liberar al hombre de su egoísmo y evitar la tentación de considerarlos como objetos inservibles y despreciables. El sexto mandamiento es la opción por la vida y su defensa (Ex 20,13). No sólo prohibe atentar contra la vida, sino que manda defenderla y no dejar morir al prójimo. El séptimo mandamiento (Ex 20, 14), prohibe el adulterio: sería una grave violación de la justicia, ya que la mujer es "propiedad" de su marido y, además, la esposa es transmisora de la vida y eje del matrimonio y de la familia. El octavo mandamiento (Ex 20, 15), más que del robo en el sentido estricto prohibe toda acción en contra de la libertad del prójimo, que podría traducirse en reducirlo a la esclavitud, raptarlo... La prohibición de los falsos testimonios (Ex 20,16), defiende la fama de los demás. En este noveno mandamiento abunda la terminología procesal, ya que se refiere a las declaraciones hechas ante un tribunal que pueden comprometer el honor y la vida del prójimo... El último mandamiento prohibe atentar contra la propiedad (Ex 20,17), que es como la prolongación de la familia. En su aspecto positivo prohibe el egoísmo y la codicia.

2. Precisiones fundamentales de Jesús

La dignidad extraordinaria del decálogo había degenerado al convertirlo en leyes simplemente reguladoras de la conducta humana. El decálogo convertido en Ley. Y esta es la razón por la cual debemos conocer la actitud de Jesús ante ella. El comienza por establecer el principio general: No ha venido a destruirla, sino a llevarla a la perfección (Mt 5,17-20). Un principio que clarifica con casos concretos, conocidos con el nombre de las antítesis de Mateo: oísteis que se dijo, pero yo os digo...

Frente a la ley se manifiestan fácilmente -como podemos comprobar en nuestros días- dos actitudes radicalmente distintas y distantes: el aferramiento a la materialidad total de cuanto la ley parece establecer, y de omisión y casi desprecio de la misma. En las primitivas comunidades cristianas ocurrió algo parecido. Para resolver el problema que aquellas actitudes creaban se recurrió, como es lógico, a descubrir la actitud que había mantenido Jesús frente a la ley. Sus enseñanzas eran tan nuevas y radicales que daba la impresión de prescindir y hasta despreciar la ley. Piénsese en su actitud frente a los alimentos puros e impuros, las abluciones... ¿Qué pensaba Jesús de la ley?

Considerada globalmente su enseñanza ética estaba claro que su punto de partida era precisamente el conjunto de leyes, reguladoras de la vida humana y que estaban recogidas en la ley de Moisés y en los escritos de los profetas. Más que divergencias en relación con la normativa bíblico-judía había que hablar de perfección de la misma: "no he venido a abolir, sino a dar cumplimiento". Pero la ley puede minimizarse en casuística laboriosa, como hacían los fariseos, tergiversando y burlando así la ley misma. Esto era no comprender la ley. La ley, como expresión de la voluntad de Dios, debe ser aceptada en su totalidad. Sólo quien la entienda así es más justo que aquellos "justos" de la época de Cristo, los teólogos (los escribas) y los laicos piadosos (los fariseos): la justicia de Jesús y la de sus discípulos debe superar la de los escribas y fariseos.

Establecido el principio general vienen las ilustraciones concretas que se hallan contenidas en las antítesis mencionadas. A partir de este momento aparece por seis veces en este capítulo de Mateo la frase: "oísteis que se dijo a los antiguos, pero yo os digo". La frase alude a alguna prescripción del A.T. y prepara al lector para una nueva interpretación.

La primera antítesis está centrada en el quinto mandamiento. Jesús "completa" el mandamiento afirmando que la ira, el encolerizarse contra alguien, y el insulto grave debe situarse en el mismo grado que el darle muerte. En teoría su afirmación sería fácilmente admisible por muchos de los maestros de su época. En la práctica se establecía una gran diferencia, ya que el asesino era llevado a los tribunales, mientras que quien faltaba gravemente al prójimo con insultos... no estaba sometido a ningún tribunal Jesús afirma que estas diferencias no existen a los ojos de Dios.

A continuación pone Jesús dos ejemplos arrancados de la vida diaria. El primero se refiere a lo que ocurría en el templo. Era frecuente ofrecer sacrificios, bien fuesen establecidos por la ley o arrancasen de la iniciativa privada: acción de gracias, expiación por los pecados... Pues bien, más importante que ellos, dice Jesús, es la reconciliación con aquel a quien se ha ofendido.

El segundo ejemplo supone que existe una deuda que el acreedor reclama. Podría establecerse un proceso judicial, entrar en litigio... La moral enseñada por Jesús acentúa la necesidad de llegar a un acuerdo en lugar de comenzar el pleito.

En relación con el adulterio, lo mismo que había hecho con el mandamiento anterior, elimina la distinción entre intención y acción, tan farisaica, y establece el principio de la unidad: adulterio del corazón, del ojo, de la mano, se hallan igualmente prohibidos (son mencionados el ojo y la mano por la participación en los deseos del corazón). En relación con el libelo de repudio, Jesús admite una única excepción, el caso de fornicación-adulterio o de unión ilegítima (Mt 19,9). ¿Es una excepción o debe entenderse que el divorcio no es permitido sino exigido por la ley judía en ese caso? El texto no ha encontrado todavía una explicación satisfactoria.

También en relación con el juramento, Jesús elimina la casuística que, para salvar la ley, permitía jurar por el cielo, la tierra, Jerusalén... Cuando el mundo está presidido y dominado por la mentira, es necesario poner a Dios por testigo de lo que afirmamos, pero el cristiano sabe perfectamente que Dios está siempre presente, no hace falta llamarlo como testigo. Bastan el "sí" o el "no" porque, al fin y al cabo, equivalen a un juramento, por estar pronunciados en la presencia de Dios.

En los debates de su tiempo sobre la obligatoriedad de la ley y la forma de cumplirla Jesús estableció unos principios y, además, añadió unos ejemplos. Hubiese sido excesivamente monótono el recorrido por toda la ley con las diversas interpretaciones de que era objeto. Los ejemplos propuestos ¿obedecen a que las cuestiones abordadas en ellos eran las más problemáticas y discutidas? No lo creemos. Pensamos que son unos óptimos ejemplos clarificadores, orientadores, de cómo debía ser interpretada la ley, devolviéndola su esencial carácter de expresión de la voluntad de Dios y no meramente reguladora de la conducta humana. Si la ley se limita a ser un simple código de circulación tendrá que estar cambiando constantemente. Es necesario volver a enraizarla en el marco más amplio, profundo y exigentes que es el de la alianza y de la respuesta del hombre que da gracias a Dios por la gracia que de Dios ha recibido. Tanto el principio establecido por Jesús como los ejemplos que lo iluminan establece un nuevo modo de vida, que surge del hecho de haber comprendido lo que Dios ha querido que sea su pueblo y de los recursos a los que debe acudir para conseguirlo. Aquí valdría aplicar el principio paulino: "la letra mata, es el espíritu el que vivifica" (2Cor 3,6).

3. Reduccionismo liberador frente al leguleyismo asfixiante

Si los árboles impiden ver el bosque, la multitud de prescripciones o prohibiciones imposibilita descubrir el principio supremo que las justifica y unifica. El hombre pierde su unidad y vive fragmentado. Disperso en múltiples compartimentos incomunicados a los que debe atender desde una conciencia atormentada. Sin un principio unificador, la vida se autodestruye por una división múltiple en parcelas insignificantes que el hombre no puede cultivar debidamente. Ocurrió en los tiempos de Cristo con los 613 mandamientos que, según se decía, derivaban de la Ley. Ocurre en todos los tiempos. ¿Cuál es el mandamiento supremo?

La triple versión sinóptica del evangelio recoge esta cuestión que le fue planteada a Jesús. De buena fe, según el relato de Marcos (12, 34: le fue planteada a Jesús por un escriba "que no estaba lejos del reino de Dios", según las mismas palabras de Jesús). De mala fe, según la narración de Mateo y también la de Lucas (Lc 10,25;Mt 22,34-40). No sabemos en qué sentido podía ser una "prueba" para Jesús la cuestión que le había sido planteada. ¿Se le negaba la habilidad o competencia para pronunciarse en estos asuntos? ¿Se pretendía provocar su decisión a favor de unos mandamientos que fuesen considerados por él como más importantes que otros? Probablemente aquí estaba la encerrona, porque eso permitiría a sus enemigos acusarle de hacer discriminación en los preceptos de la Ley y, en el fondo, de irrespetuosidad frente a ella.

La respuesta dada por Jesús no era nueva. Está en la línea de su enseñanza constante (Mt 5,7-10. 21-26; 6,12-15; 7,1-2; 18,35). El amor al prójimo es inseparable del amor a Dios.

Jesús unifica dos preceptos que, en la Ley, se hallaban separados: el amor a Dios (Dt 6,5) y el amor al prójimo (Lev 19,18). En el tiempo de Jesús ya se habían unido y Jesús se pronuncia por la necesidad de mantenerlos así. Como principio elemental de conducta moral (aspecto acentuado por Marcos) y como principio abstracto, casi en el terreno académico (según la versión de Mateo).

La ley y los profetas penden de estos dos mandamientos. Como la puerta gira sobre su quicio. No se trata, por tanto, de establecer una distinción entre los mandamientos o prescripciones de la Ley. Si la Ley expresa la voluntad de Dios es imposible establecer distinciones. Jesús afirma que todo lo demás, que al hombre le es exigido desde la Ley, debe ser deducido de estos dos mandamientos. Estamos, por tanto, ante el necesario principio unificador que resuelve tanta dispersión legal o ritual.

Al hablar del Decálogo en su fase de formación ya establecimos algo parecido a lo que acabamos de afirmar. Un único principio unificador con dos centros de interés. Remitimos a lo dicho allí. Y acentuemos que lo apuntado con suficiente claridad allí ha alcanzado aquí su perfección. Esta fue la intención de Jesús, según consta por sus mismas palabras. mandamientos; ley; culto; escrituras.

BIBL. -J. GUILLÉN TORRALBA, Éxodo, en el "Comentario al Antiguo Testamento", Casa de la Biblia, s. n.; A. GONZÁLEZ NUÑEZ, Exodo, en "Comentarios a la Biblia Litúrgica, A.T."., en el texto sobre el Decálogo; F. FERNÁNDEZ RAMOS, Las antítesis (de Mateo) y El mandamiento supremo, en "Comentarios a la Biblia Litúrgica, NT", en los lugares respectivos; RICHARD J. CLIFFORD, Exodus, en "The New Jerome Biblical Commentary" s. v.; H. A. MERTENS, El libro del Exodo, en "Manual de la Biblia", Herder, 1989, p. 204.

Felipe F. Ramos