Bienaventuranzas
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Bienaventurado es el que goza, o al menos se supone que goza, de felicidad. En el A. T., la bienaventuranza se encuentra fundamentalmente en los libros sapienciales y es en un modo sapiencial de alabar a una persona por la dicha que tiene (Sal 1,1; Is 30,18; Prov 3,13; 8,32.34; 14,21; Job 9,17; Eclo 25,7-11). En el N. T. son famosas las bienaventuranzas, situadas al principio del sermón de la Montaña y consideradas como la carta magna del reino de los cielos (Mt 5,3-12; Lc 6,20-33). Las redacciones son diferentes: Mateo pone ocho bienaventuranzas, y Lucas cuatro, pero acompañadas de cuatro malaventuranzas o maldiciones; Mateo carga más el acento en lo espiritual, y Lucas en lo social. He aquí, en síntesis, el sentido de las ocho bienaventuranzas: 1 a. Bienaventurado el pobre, el que se abraza a la pobreza, el que se siente desvalido, desprovisto de fuerzas, incapacitado para toda obra buena; el que no tiene nada y lo espera todo de Dios, en el que confía con todo su ser; el desprendido de todo; el que considera la pobreza como un privilegio; el que desprecia las riquezas para servir a Dios. 2a. Bienaventurado el hombre mano, es decir, el dulce; el que imita a Jesucristo, que se propuso a sí mismo como modelo de dulzura; el comprensivo con todos, el humilde; el que lo acepta todo como venido de Dios; el que obra siempre con amor, con ternura y mansedumbre. 3a. Bienaventurado el que sufre y sabe que el sufrimiento es un don inapreciable que Dios reserva para sus más leales y fieles servidores, porque el sufrimiento le aproxima más al paciente Siervo de Yahvé, a Jesucristo crucificado; el que carga gozosamente cada día con la cruz cotidiana. 4a. Bienaventurado el que trabaja con ahínco para que se implante la justicia en el mundo, porque sabe que la justicia es un postulado elemental en el reino de Dios y que nadie puede lesionar los derechos de nadie, porque los derechos humanos son sagrados; en la comunidad cristiana no puede haber marginados, ni explotados, ni víctimas sociales de injusticias ocasionadas o toleradas por los poderosos, los gobernantes o los grupos de presión. 5a. Bienaventurado el misericordioso; la misericordia está por encima de la justicia, y, por tanto, la supone y jamás la olvida ola suplanta; se ejerce siempre con amor; el misericordioso es un hombre compasivo; donde hay una necesidad, allí está él para tratar de remediarla; el misericordioso lo perdona todo, lo comprende todo, casi llega a justificarlo todo; jamás juzga y jamás condena las conductas ajenas; es un amigo fiel que jamás abandona; sabe que habrá un juicio final lleno de misericordia para el que aquí misericordia tuvo. 6a. Bienaventurado el de corazón limpio. Limpio como un cristal, transparente y translúcido. Así es él. Lo que aparenta, eso exactamente es. No conoce la hipocresía, ni la falsedad, ni las dobles intenciones. Es justamente la antítesis del fariseo. Nunca trata de engañar a nadie, pues es la sinceridad misma. La verdad y la luz son atributos esenciales de su ser y de su actuar; tiene un corazón puro, simple y sencillo, veraz y honesto. 7a. Bienaventurado el hombre pacificador, no el pacífico en el sentido peyorativo de la palabra -el que no se mete en nada-, sino el que quiere la paz y trabaja con todas sus fuerzas para que la paz reine; sabe que las guerras no tienen nunca justificación posible; que la paz es el don mesiánico por excelencia; que en el reino de Dios todos constituimos una gran familia, donde debe reinar el amor, la paz y la armonía; que el odio y la malquerencia son incompatibles con el Evangelio; proclama la paz, detesta la violencia, condena el enfrentamiento entre los individuos y entre los pueblos; vive en paz consigo mismo y con los suyos, y trabaja por el establecimiento de una convivencia pacífica entre todos los hombres. 8a. Bienaventurado el hombre perseguido, el que, como Jesucristo, sufre persecución; y la sufre por haberse entregado a la justicia, es decir, a Jesucristo, que es la justicia misma. Al ser acérrimo y decidido defensor de los derechos humanos, sagrados e inviolables, es perseguido por los que lesionan y pisotean esos derechos; en la persecución está su triunfo, verdadera situación de privilegio; en la tribulación está su gloria, su gozo y su alegría. No hay nadie más feliz que el que se siente perseguido por defender una causa justa, ni nadie más querido y alabado por cielos y tierra que el inocente condenado. Todas estas actitudes configuran y precisan al hombre evangélico y constituyen la ley del Reino de Dios, que es la ley del amor. --> María y las bienaventuranzas.

E. M. N.