Agape
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SUMARIO: 1. Amor, amar. -2. Necesidad del amor. – 3. El amor cristiano. -4. El amor de Dios y de Jesucristo. 4.1. El amor del Padre y del Hijo. 4.2. El amor de Dios y de Jesús al hombre. – 5. El amor a Dios y a Jesucristo. – 6. El amor fraterno. 6.1. El amor - comunión. 6.2. El amor universal. – 7. Dos cantares al amor.

1. Agape, agapan

En griego hay tres términos para expresar el substantivo amor: Philía significa amor, amistad, afecto, cariño. En el N. T. se refiere a los lazos de parentesco (amor familiar) y a las relaciones amistosas. Eros, que no aparece en el N. T., expresa el amor concupiscente-pasional-entre hombres y mujeres. Agape en el griego clásico es sinónimo de philía, pero en el N. T. se refiere al amor de Dios o al amor al prójimo basado en el amor divino.

Agape aparece en el N. T. 108 veces. 70 en Pablo, por lo que podemos decir que es una palabra paulina; una vez en Mateo (24, 12), una en Lucas (11, 42), cinco en Juan (5, 49; 13, 35; 15, 9. 13; 17, 20), doce en 1 Jn, una en 2Jn, una en 3 Jn y dos en Ap. Agape se suele traducir por caridad, aquí preferimos emplear la palabra amor.

El verbo amar, agapan, aparece en el N. T. 107 veces. 17 en los evangelios sinópticos, ocho en Mateo, cuatro en Marcos, 47 en el Corpus Joánico (28 en el evangelio, 16 en la primera carta, dos en la segunda y una en la tercera. 30 en el Corpus Paulino, dos en Heb, cuatro en Sant, cuatro en 1 Pe, una en 2 Pe y dos en Ap. Por tanto, podemos decir que agapan es un verbo fundamentalmente joánico.

2. Necesidad del amor

El amor abarca una gran complejidad de sentimientos: pasionales, carnales, religiosos, espirituales, místicos. Es la fuerza motriz del hombre, la más noble y rica esencia de la persona. La grandeza del hombre se mide por su capacidad de amar.

El amor brota espontáneamente de la naturaleza humana. Oponerse a su nacimiento y a su curso es querer impedir el desarrollo de la persona, la cual se realiza en plenitud amando a Dios y amando a los hombres.

El hombre y la mujer se han hecho para amar y para ser amados. "Para este fin de amor fuimos criados" (S. Juan de la Cruz, CB, 38,3). Sin amor todo se reduce a la nada, nada tiene sentido, ni la misma vida.

La Biblia no es otra cosa que una historia de amores y desamores entre Dios y el hombre. Amores y lealtades por parte de Dios y amores e infidelidades por partedel hombre, aunque también lágrimas y arrepentimientos, a los que responde siempre el amor misericordioso y perdonador por parte de Dios. ¿Qué es el evangelio y la vida de Jesús, sino la predicación y la manifestación más sublime del amor?

3. El amor cristiano

Para hablar del amor cristiano, hay que partir de esta definición de Dios: "Dios es amor" (1 Jn 4, 8; 2 Cor 13, 11). Dios y amor son sinónimos, pues Dios es el amor mismo, tanto en su ser, como en su obrar.

San Juan llegó a esa definición psicológica de Dios a través de las innumerables manifestaciones divinas motivadas por el amor. Las obras expresan la naturaleza del que las realiza: Operari sequitur esse.

El cristiano, como hijo de Dios, participa de su propia naturaleza, es decir, tiene una naturaleza de amor, es la encarnación del amor de Dios. Un cristiano, sin amor, es una contradicción en sus términos, es un imposible. Este amor tiene su fundamento y su culminación en la fe, la cual se manifiesta en el amor, el cual, a su vez, da vida a la fe. Sin fe no hay vida nueva, pero, sin amor, la fe se muere.

En la Biblia conocer es amar. Sólo desde el amor se alcanza el conocimiento perfecto del misterio de Dios (Col 2, 2).

La caridad teológica, el amor cristiano, consiste en amar a Dios por sí mismo y al prójimo por Dios y desde Dios.

La mejor definición del cristiano puede ser esta: "Una persona que ama". Existe porque ama. Si no ama es un cadáver espiritual. Un cristiano en el límite es sólo amor, se guía por el amor, todo lo hace por amor, como San Agustín que decía esto: "Quocumque feror, amore feror".

La ley constituyente de la Iglesia es el amor) el mandamiento nuevo (Jn 13, 34). La Iglesia es una comunidad de amor, está integrada por personas que aman y se aman, se desarrolla con el amor (1 Cor 8, 1), crece a medida que el amor aumenta y se propaga (Ef 4, 15-16).

4. El amor de Dios y de Jesucristo

4.1. E/ amor del Padre y del Hijo

El amor más grande constatado en los evangelios es el amor de Dios Padre a su Hijo Jesucristo. Un amor eterno que Jesús se complace en proclamar reiteradamente: "Antes de la creación del mundo ya me amabas" (Jn 17, 24). Por encima del amor de Dios a todas sus criaturas, está el amor a su Hijo querido, el predilecto, el más amado. Así lo proclamó el Padre en el bautismo (Mc 1, 11) y en la transfiguración (Mc 9, 7), y así aparece en la parábola de los viñadores (Mc 12, 6) y en el Siervo de Yavé que prefiguraba al Mesías (Mt 12, 18).

El Padre ama tanto al Hijo que ha puesto en él todas las cosas (Jn 3, 35), y le ha hecho heredero absoluto de todo (Heb 1, 2). Le ama y le muestra todo lo que hace (Jn 5, 20). Y le ama, sobre todo, porque Jesús es capaz de dar su vida, porque así lo quiere él (Jn 10, 17). La reciprocidad del amor de Jesús para con el Padre, se manifiesta en que no busca su querer, sino el querer del Padre (Jn 5, 30); su alimento es hacer la voluntad del Padre (Jn 4, 34), vino a este mundo, no para hacer su propia voluntad, sino la del Padre (Jn 6, 38) que cumplió hasta el final, hasta su muerte en cruz (Mt 26, 42). Así dio al mundo la muestra más grande de su amor infinito a su Padre querido: "Debe ser así para que el mundo conozca lo que yo amo al Padre" (Jn 14, 31).

Jesús dijo siempre lo que había oído al Padre (Jn 8, 26), hizo en todo momento lo que el Padre le ordenaba (Jn 12, 49-50).

4.2. El amor de Dios y de Jesús al hombre

Dios ama al hombre. Pero, ¿cómo él, el infinito, el Santo, puede tener tanta generosidad, hasta abajarse para amar al que es la nada y el pecado? Esto sólo puede ser debido a que "Dios es amor" (1 Jn 4, 8. 10), "el Dios del amor " (2 Cor 3, 11), la fuente del amor (1 Jn 4, 7), el amor mismo. Dios tiene necesariamente que amar. Si dejara de amar, dejaría de ser Dios.

Dios ama a todos, sin distinción de raza, de sexo e incluso de religión. Nos ama tanto que nos ha hecho hijos suyos (1 Jn 3, 1), nos ha hecho hijos en el Hijo, y a través de la muerte del Hijo: "Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que quien crea en él no perezca; sino que tenga vida eterna" (Jn 3, 16).

Esto significa que el amor de Dios al hombre se encuentra en Cristo; que la prueba de ese amor está en el hecho histórico de la encarnación de su Hijo (Jn 3, 35; 10, 17; 15, 9), el cual, con su venida a este mundo abre un tiempo de amor misericordioso, la proclamación de un año de gracia, perdonador y liberador, que durará hasta su segunda venida en gloria (Lc 4, 18-19).

El amor de Dios entra en el corazón del hombre a través del corazón de Cristo: "Dios nos ha manifestado su amor en Cristo Jesús Señor nuestro" (Rom 8, 39). Quiere que le devolvamos ese amor a través de su Hijo: "El Padre os ama, porque vosotros me habéis amado" (Jn 16, 27).

Jesucristo nos ama igual que nos ama el Padre le ama a él (Jn 15, 9). Amó a sus discípulos, a los que llamó amigos (Jn 15, 14-15); amó al joven rico aunque no se atreviera a dejar por él sus riquezas (Mc 10, 17-21); amó a los publicanos y a los pecadores (Mc 2, 13-16), ellos eran sus amigos (Mt 11, 19); amó a la pecadora (Lc 7, 36-50), a las prostitutas (Mt 21, 32).

Es el Buen Pastor que conoce por su nombre a cada una de sus ovejas, es decir, las ama de tal manera que está dispuesto a dar su vida por ellas (Jn 10, 1-6); que busca con amor a la oveja extraviada (Lc 15, 4). Ama a todos, pero tiene predilección por algunos: entre sus discípulos hay tres preferidos (Pedro, Santiago y Juan: Lc 9, 28; Mc 14, 33) y uno que es el más amado (Jn 13, 23; 19, 26; 21, 7. 20); amó de manera especial a Marta, a María y a su amigo Lázaro (Jn 11, 5). No se substrae a lo que pertenece a la esencia del amor: las preferencias concretas por alguno.

Jesús se siente amado por el Padre y se lo ha manifestado a sus discípulos para que el amor que Dios le tiene esté también en ellos, juntamente con él (Jn 17, 26), para que se realice la triple inmanencia, del Padre, del Hijo y de los hijos. Así el mundo reconocerá que el Padre ama a los hombres como ama a su propio Hijo (Jn 17, 23).

La cruz es la expresión del amor perfecto, pues nadie tiene mayor amor que el que da la vida por sus amigos (Jn 15, 13). Y eso hizo Jesús: "Amó a los suyos hasta el colmo" (Jn 13, 1). La locura de la cruz es la locura del amor. Jesús murió en la cruz perdonando a los que dictaron su sentencia de muerte y a los que la ejecutaron, perdonando a todos, porque el amor todo lo perdona (Lc 23, 34).

5. El amor a Dios y a Jesucristo

El objeto primero del amor es Dios, de quien procede todo bien. Este es el mandamiento principal: "Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas" (Mt 6, 5; Mt 12, 28-30. 33). Hay que amarle con el corazón, no sólo con los labios, como hacían los fariseos: "Muy bien profetizó Isaías de vosotros, hipócritas, según está escrito: Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí" (Mc 7, 6). "Yo sé bien que no amáis a Dios" (Jn 5, 42), "pagáis el diezmo... y olvidáis el amor" (Lc 11, 42). No tienen a Dios por Padre, por eso no le aman (Jn 8, 42).

Nuestro amor a Dios es una consecuencia del amor que él nos tiene. "Le amamos, porque él nos amó primero" (1 Jn 4, 19). "Dios nos ama para que le amemos mediante el amor que nos tiene" (San Juan de la Cruz, Cta. 32). "Amar Dios al alma es meterla en cierta manera en sí mismo igualándola consigo, y así ama el alma en sí consigo, con el mismo amor con que él se ama" (CB 32, 6). El amor a Dios es, por tanto, un don que él nos regala y que Jesucristo le pide para sus discípulos: "Les he manifestado tu nombre para que el amor que tú me tienes esté en ellos y yo en ellos" (Jn 17, 26).

Mediante al amor el hombre entra en comunión con Dios y se hace uno con él: "La cosa amada se hace una cosa con el amante, y así hace Dios con quien le ama" (San Juan de la Cruz, Cta. 11).

Jesús quiere que le amemos a él por encima de la propia familia: "El que ama a su padre o a su madre, a sus hijos o a sus hijas, más que a mí, no es digno de mí" (Mt 10, 37; Lc 14, 26). Quiere que le amemos incluso por encima de nuestra propia vida: "El que ama a su vida, la perderá, y el que odia su vida en este mundo, la guardará para la vida eterna" (Jn 14, 25). El se nos da por entero, pero exige, en reciprocidad, la misma radical entrega. Hay que dejarlo todo por él, no sólo los bienes de este mundo, el dinero, el Dios Mammona, incompatible con el Dios de la Biblia, sino a la misma familia (Mc 10, 7), hay que negarse a sí mismo y cargar con la cruz por amor a él que cargó con todas las cruces del mundo (Lc 9, 23).

Modelo de amor a Jesús es la Magdalena, la discípula amada, que le siguió en entrega absoluta durante su vida pública (Lc 8, 2), que le lloró en la cruz (Jn 19, 25), que fue la más madrugadora para ir al sepulcro (Jn 20, 1) y la primera a la que Cristo se aparece y constituye en el primer testigo de la resurrección y en apóstol de los mismos apóstoles (Jn 20, 11-18).

Modelo de amor es el discípulo amado (Jn 13, 23) que le siguió hasta el calvario (Jn 18, 15) y fue el primero, entes que Pedro, al llegar al sepulcro tras el anuncio de la Magdalena (Jn 20, 4).

Y es también un modelo de amor la pecadora arrepentida (Lc 7, 3650) que le amó mucho más, más que nadie, porque le había perdonado mucho, pues a más pecado, más perdón y a más perdón, más amor: "A quien se le perdona mucho ama mucho y al que se le perdona poco ama poco" (Lc 7, 47).

Seguramente el modelo más grande es Pedro que ama a Jesús más que los demás discípulos y así lo profesa por tres veces (Jn 21, 1517). El sobrenombre de "roca" que le impone Jesús (Mt 16, 18), es el símbolo de su amor firme, total e inconmovible hacia él.

El amor a Jesús se demuestra cumpliendo sus mandamientos: "Si me amáis, guardaréis mis mandamientos" (Jn 14, 15. 21), haciendo de sus enseñanzas norma de vida (Jn 14, 23), para permanecer en su amor, igual que él cumple los mandamientos de su Padre y permanece en su amor (Jn 15, 9-10).

El que ama a Jesús es amado por Dios y se convierte en santuario de la Trinidad Augusta (Jn 14,23).

6. El amor fraterno

Los hombres tienen la obligación de amarse, como una consecuencia de su naturaleza de amor.

"El que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios; el que no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor" (1 Jn 4, 7-8). Sin amor a los hombres, no hay amor a Dios. Y el amor a los hombres, hay que hacerlo desde el amor a Dios. "Quien a su prójimo no ama, a Dios aborrece" (San Juan de la Cruz, A 176).

El fundamento de nuestro amor es, al mismo tiempo, el amor que Dios nos tiene: "Si Dios nos ha amado, también nosotros debemos amarnos unos a otros" (1 Jn 4, 11), y el amor que nosotros debemos tenerle a él: "Hemos recibido de él este mandato: que el que ama a Dios, ame también a su hermano" (1 Jn 4,21).

6.1. El amor-comunión

Este es el mandamiento de Jesús: "Amaos los unos a los otros como yo os he amado" (Jn 15, 12. 17). Es su mandamiento nuevo. Y es nuevo, porque nadie, hasta Jesús, había llegado tan lejos en la formulación del amor, por su motivación y por sus exigencias. Nos amamos porque él nos ha amado, y debemos amarnos como él nos ha amado. Esta es una característica propia del IV evangelio.

El mandamiento nuevo es la síntesis de todo el evangelio. El amor es un don del Padre que nos trae el Hijo para que se lo devolvamos al Padre a través de sus hijos, nuestros hermanos. La vida cristiana exige pensar en los demás y en Dios hasta olvidarse de uno mismo.

San Juan nos da una metafísica del amor que avanza de la siguiente manera: Dios es amor. Por tanto, todo lo que lleva el sello del amor presencializa al mismo Dios (1 Jn 4, 8). Dios ama al Hijo (Jn 3, 35; 10, 19). El Hijo nos ama a nosotros con ese mismo amor (Jn 13, 1; 15, 9). El Padre nos ama también porque nosotros amamos al Hijo (Jn 16, 20). Y como una consecuencia de estos amores, surge el amor fraterno (Jn 15, 12). La comunión con Cristo, mediante el amor, es el fundamento de la comunión con los hermanos también en el amor. El que ama a Dios tiene que amar a los hijos de Dios (1 Jn 5, 1).

Según esto, la novedad del mandamiento nuevo radica en la nueva vida conseguida por el amor. Por eso, San Juan insiste en el amor-comunión. El amor nos unifica unos y a otros, como unifica al Padre y al Hijo (Jn 17, 23-26). El amor cristiano se presenta como una derivación de la fe. Vivir según la fe (caminar en la verdad) es vivir en el amor fraterno (caminar en el amor).

San Juan lo ve todo en el plano de la unión con Cristo, de la vida nueva. Para entender el mandamiento nuevo, hay que tener en cuenta la dicotomía de los dos mundos que él distingue: el mundo de arriba y el mundo de abajo. El mandamiento nuevo se centra y tiene sus exigencias en el mundo de arriba, en el nacimiento nuevo. Este amor-comunión no se extiende al mundo de abajo, no es un amor universal, sino un amor puramente cristiano referido a los hermanos en la fe, a los que tienen también el nacimiento nuevo mediante su unión con Cristo.

Pero en este mundo de arriba, el amor tiene unos postulados absolutos, las mismas dimensiones que tiene el amor de Cristo. Tenemos que amarnos como él nos amó, hasta morir unos por otros. Esa es la situación límite del cristiano con referencia a los demás cristianos. "Hemos conocido el amor en que él ha dado su vida por nosotros; y nosotros debemos dar también la vida por nuestros hermanos" (1 Jn 3, 16).

Esta disponibilidad a dar la vida por los hermanos es una fuerza que el cristiano posee por estar unido a Jesús y vivir en su amor. La apertura del amor queda así limitada al mundo de arriba. De una manera negativa San Juan advierte a los cristianos que no amen al mundo de abajo, ni a las cosas que hay en él. Porque "si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él" (1 Jn 2, 15).

De todo esto se deduce que el amor fraterno cristiano difiere esencialmente del amor fraterno mundano. Porque el cristiano parte de un principio sobrenatural: pertenece a una familia de creyentes, en la que está integrado en plenitud, hasta dar su vida por los demás miembros.

Estas motivaciones del amor nos enclaustran en el círculo de los cristianos, de los que viven en el mundo nuevo, y así podríamos hablar del exclusivismo que San Juan pone en el amor. Es verdad que San Juan habla también del amor universal, pues el "mundo", con su complejidad de significado, al que también hay que amar, significa, a veces, el campo enemigo. Pero este amar desinteresado, que se impone sin motivación alguna, es tan reducido que prácticamente queda eclipsado por el amor-comunión.

En todo caso, cuando San Juan habla del amor-comunión, está hablando de la fuerza vital que sostiene e impulsa la marcha religiosa del cristianismo, de la vida interior de la Iglesia. La Iglesia se mantiene viva por el amor y en el amor.

San Juan habla de una manera positiva y no restrictiva. El no excluye nunca el otro amor, el amor a los que no tienen comunión con los cristianos. Por otra parte este amor, motivado desde la fe, se abre a la universalidad, pues el mandamiento nuevo se promulga en una perspectiva escatológica. Jesús lo proclama como su testamento, en un discurso que se refiere íntegramente al mundo futuro, en el que hay cabida para todos los hombres, al que todos están llamados y en el que todos deben realmente entrar. La universalidad del amor está implícita en que Cristo murió "por los pecados del mundo entero" (1 Jn 2, 2).

Hay que decir, por fin, que para San Juan la señal inequívoca de poseer ya la vida eterna está en el amor: "Sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida en que amamos a los hermanos; el que no ama permanece en la muerte" (1 Jn 3, 14; Jn 13, 35). Esta misma idea la repite bajo el símbolo de la luz y de las tinieblas. Unas veces en lenguaje positivo: "El que ama a sus hermanos permanece en la luz" (1 Jn 2, 10) y otras de manera negativa: "El que odia a su hermano está en las tinieblas" (1 Jn 2, 11). El que no ama no es discípulo de Cristo, pues un cristiano que no ama es un imposible.

6.2. El amor universal

Cuando los evangelios sinópticos hablan del amor, parten de la ley mosáica: "Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con todas tus fuerzas... amarás a tu prójimo como a ti mismo, éstos dos mandamientos se resume toda la ley y los profetas" (Dt 6, 5; Mt 22, 38-39).

Pero en el A. T. se entiende, en general, que el "prójimo" es el conciudadano, el israelita: "No tomarás venganza, ni guardarás rencor a los de tu pueblo. Amarás a tu prójimo como a ti mismo" (Lev 19, 18). En el concepto de "prójimo" tenía también cabida el extranjero residente que estuviera plenamente incorporado a Israel, mediante un conocimiento perfecto de la ley y el compromiso de cumplirla, que hubiera sido circuncidado y hubiera recibido el bautismo, con lo que quedaba igualado a cualquier ciudadano israelita. El extranjero de paso, por el contario, era considerado como un gentil, al que hay que odiar y cuyo trato hay que evitar.

Para los fariseos, "prójimo" era sólo un fariseo, todos los demás quedaban excluidos. Para muchos, los apóstatas, los herejes y los delatores no eran considerados como prójimos: "Oh Señor, ¿no odio yo a quien te odia? ¿No desprecio a quienes se alzan contra ti? Sí, los odio con un odio implacable, los tengo para mí como enemigos" (Sal 139, 21-22). Para la generalidad tampoco lo eran, como lo demuestran estas palabras: "Sabéis que se dijo: Ama a tu prójimo y odia a tu enemigo" (Mt 5, 43); aunque la frase "odia a tu enemigo" no está en el original de Lev 19, 18, expresa el común sentir del pueblo judío.

Los esenios mandaban "amar a todos los hijos de la luz y odiar a todos los hijos de las tinieblas".

Para Pablo la ley se resume en un solo precepto: "Amarás a tu prójimo como a ti mismo" (Gal 5, 14; Rom 13, 9). Amar al hombre es ya amar a Dios. Para él, como para los Evangelios Sinópticos, "prójimo" son todos los seres humanos, judíos y gentiles. El amor cristiano está abierto al mundo entero.

Pero, ¿quién es mi prójimo? Esta es la pregunta que el doctor de la ley hizo a Jesucristo, el cual le contestó con la parábola del Buen Samaritano (Lc 10, 30-37). Prójimo es cualquier persona, sea de la nacionalidad que sea, todo el que esté necesitado y al que hay obligación de socorrer, como aquel hombre al que los bandidos dejaron medio muerto en el camino y al que sólo atendió el samaritano, un enemigo mortal de los judíos, y, en cierto sentido, un extranjero, pues los samaritanos eran judíos con sangre pagana, unos renegados de la fe única en Yavé y de la pureza étnica judía.

Prójimo, al que hay que amar, es también el enemigo: "Amad a vuestros enemigos y orad por los que os persiguen" (Mt 5, 44). "Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os odian, bendecid a los que os maldicen, orad por los que os calumnian" (Lc 6, 27-28). Jesús da tres razones para este amor a nuestros enemigos, perseguidores y calumniadores: 1) Dios distribuye sus bienes, el sol y la lluvia, sobre todos, sin distinción alguna, buenos y malos, justos y pecadores (Mt 5, 45). 2) Si amamos sólo a los que nos aman, ¿qué mérito podemos tener? ¿No es eso proceder de manera egoísta? ¿No hacen eso los publicanos y los gentiles? 3) Si los publicanos y los gentiles, a los que se les consideraba como pecadores públicos, habrá que proceder de otra manera, habrá que imitar a nuestro Padre que está en los cielos, obrar con imparcialidad, pues así demostrarán que son efectivamente hijos de Dios.

En los evangelios sinópticos el amor es desinteresado, no está motivado como en Juan. Hay que amar, sin más. Se fijan, acaso con espectacularidad, en el amor a los enemigos, en el samaritano, en la oveja perdida, en la pecadora, en los publicanos, en las prostitutas. Juan se fija en Lázaro, en Marta, en María, en los discípulos. En Juan el círculo se reduce, pero el lazo de amor se aprieta, pues por los hermanos en la fe hay que dar la vida, exigencia que no piden los Sinópticos.

Del amor universal habla también el juicio final (Mt 25, 31-36). "A la tarde te examinarán en el amor" (San Juan de la Cruz, Av 59), del amor y del desamor, para con todo el mundo, pero concretado en los más necesitados y desfavorecidos. El juicio final es el examen sobre el sermón de la montaña, en el que Jesús proclamó el amor universal. El amor operativo a todo el mundo, realizado o no realizado, decidirá la suerte eterna.

Se ha dicho que el acento hay que ponerlo en la motivación del amor o del desamor, como si se tratara únicamente del amor al prójimo por amor a Dios, y no simplemente de amar, sin más referencias, contraponiendo el amor cristiano a la mera filantropía. Esto puede ser así, pero el texto no admite esa diferenciación. El hombre es juzgado únicamente por su comportamiento con el prójimo, sin hacer referencia alguna a Dios. Dios, además, no necesitó nada del hombre. O si se quiere, lo necesita todo, pero en el hombre necesitado que es su propia imagen. El texto dice claramente que el que atiende al necesitado está atendiendo a Jesucristo, aunque esto no se le pase por la imaginación. El hombre es imagen de Dios, en cierto sentido, la encarnación de Dios. Por tanto, lo que se hace con el hombre, con cualquier hombre, pero de una manera especial con los más pobres, a los que Jesucristo, en este texto, nombra sus vicarios ("tuve hambre y me disteis de comer..."), se hace con Dios.

Advirtamos, por fin, que la condenación es una consecuencia del desamor, de un pecado de omisión: "Tuve hambre y no me disteis de comer...". Esto significa que, en definitiva, todos los pecados lo son contra el amor. El pecado está en no amar. Sin amor operativo no hay salvación. No hay nada que pueda suplir a este amor práctico.

La perfección cristiana no está en el cumplimiento de ciertos legalismos y fórmulas externas de carácter religioso que terminarían por asfixiar el espíritu auténtico de la vida espiritual, sino en la práctica constante del amor fraterno. Esta perenne fidelidad al amor es la señal de la pertenencia a Jesucristo: "En esto conocerán que sois mis discípulos, en que os amáis unos a otros" (Jn 13, 35). El carnet de identidad del cristiano es el amor.

7. Dos cantares al amor

En el A. T. tenemos el "Cantar de los Cantares", el poema más bello, el único, porque es un canto al amor en todas sus dimensiones. El amor, que no encuentra nunca la expresión exacta de lo que es, recurre en "El Cantar" a las más extrañas y atrevidas ocurrencias de la fantasía: un conjunto de bellas metáforas que entretienen con el juego del amor que nace y que muere, que recomienza y que se pierde, que se va trenzando y destrenzando caprichosamente, como ocurre sin cesar en la vida de los hombres. Y todo para decirnos que las relaciones de unos con otros y de todos con Dios se tienen que centrar en el amor. Sin "El Cantar de los Cantares" a la Biblia la faltaría el corazón, no sería la Biblia, la Palabra de Dios.

En el N. T. tenemos el himno al amor de 1 Cor 13, al que se le ha llamado "El Cantar de los Cantares" de la Nueva Alianza, una página bellísima que nos describe la naturaleza del amor, desde lo que no es a lo que es. El amor está por encima de todas las sabidurías, de todos los poderes, de todas las virtudes y de todos los carismas.

El amor no es envidioso, se alegra de la prosperidad ajena, no es jactancioso, no es altanero, no se cree superior a los demás; no es descortés, no traspasa el decoro; no busca su interés, no codicia el dinero, está siempre disponible; no se irrita, no se altera, no guarda rencor; no tiene en cuenta el mal, todo lo perdona, todo lo olvida; no se alegra de las injusticias, de la lesión de los derechos humanos.

El amor es paciente, lo aguanta, lo soporta todo; es benigno, amable, tranquilo, dulce, ama y es amable, se hace amar se alegra con la verdad, es decir, con la justicia social que es la verdad puesta en acto; todo lo excusa, no juzga a nadie, pues el juicio es cosa de Dios; todo lo cree, no es receloso, suspicaz o desconfiado, se fía de los demás, no piensa mal de nadie; todo lo espera, espera, sobre todo, el triunfo del bien, de la justicia y de la verdad; todo lo soporta, no se deja abatir por el mal y por el sufrimiento, lo sufre todo con paciencia y con fortaleza; es el vinculo de la perfección, en el que confluyen todas las virtudes. El amor es el lazo de unión de unos con otros y de todos con Dios. Donde se dice amor se puede poner Dios y Jesús de Nazareth. -> amor; amistad; fe; esperanza; mandamientos; prójimo; pecadores; enemigos; samaritano; extranjero; hermano.

BIBL. — Z. J. ZEBRET, Dimensiones de la caridad, Herder, Barcelona, 1961; M. GARCÍA CORDERO, Teología de la Biblia, vol. III, BAC, Madrid, 1972; R. BuLTMANN, El mandamiento cristiano del amor al prójimo, en Creer y comprender 1, Studium, Madrid, 1974; C. CARRETO, Lo que importa es amar, ed. Paulinas, Madrid, 1974; C. SPIcQ, Agape en el Nuevo Testamento. Análisis de textos, ed CARES, Madrid, 1977; S. RAMiREZ, La esencia de la caridad, ed. San Esteban, Salamanca 1978; G. GEYER, Caridad, ed. Argos - Vergara, Barcelona, 1979; S. DE GUIDI, Amistad y amor, Diccionario Teológico Interdisciplinar, Salamanca, 1982; H. U. VON BALTHASAR, Sólo el amor es digno de fe, Sígueme, Salamanca, 1990.

Evaristo Martín Nieto