VIDA RELIGIOSA Y TRINIDAD
DC


SUMARIO: I. Volver a las fuentes: Lo más 'originario' en la vida religiosa.—II. Dios es Trinidad. El verdadero 'misterio': Revelación de Dios y salvación del hombre.—III. Trinidad y seguimiento evangélico de Jesucristo: 1. Un carisma para la Iglesia; 2. Radicalismo evangélico; 3. Cuatro 'núcleos' esenciales: a. Vocación; b. Comunión ; c. Consagración; d. Misión.—IV. Conclusión .


Se ha dicho que la vida religiosa ejerce en la Iglesia, desde sus mismos orígenes, una verdadera función terapéutica. Más aún, que ha sido y es una permanente "terapia de Dios para la iglesia'. Porque la Iglesia entera, encuanto "germen y principio del reino de Cristo y de Dios en la tierra" (LG 5), debe ser realmente una 'contra-sociedad' divina —o una 'sociedad de contraste'-- frente a todas las sociedades de este mundo. Tiene no sólo el derecho y el deber de anunciar y de 'significar' el reino futuro, sino de instaurarlo, de hacerlo ya presente, y de anticipar —en sus líneas esenciales—, reviviendo el estilo de vida de Jesús, su definitiva consumación. Y esta misión escatológica la cumple la Iglesia, de una manera especial —aunque no exclusiva—, por medio de la vida religiosa : principalmente, por la 'consagración' total e inmediata a Dios-Trinidad —dimensión teologal contemplativa—, y por la vivencia de la virginidad-pobreza-obediencia de Cristo y de la vida fraterna, que son un verdadero signo y anticipo del reino de los cielos.

La vida religiosa es una realidad esencialmente carismática y cristológica—pneumática y cristocéntrica—, pues consiste en seguir evangélicamente a Jesucristo , bajo el impulso del Espíritu Santo. Es una consagración total e inmediata por Dios y a Dios, que se convierte en una vigorosa experiencia de la Santísima Trinidad. Es una vida estrictamente teologal: una vivencia, trinitaria, en el sentido más originario de la palabra vivencia. Porque es una experiencia fuerte, intensa, vigorosa y duradera de Dios-Trinidad —del Padre, en el Hijo, por el Espíritu—, que se incorpora incluso a la propia psicología y llega a formar parte de la propia personalidad. Juan Pablo II ha definido al religioso, diciendo que "es un hombre consagrado a Dios por Jesucristo en el amor del Espíritu Santo" (24-XI-1978), y añadiendo que "éste es un dato ontológico, que debe aflorar a la conciencia y orientar la vida" (ib.).


I. Volver a las fuentes: Lo más
'originario' en la vida religiosa

El concilio Vaticano II señaló el regreso continuo a las fuentes de toda vida cristiana y a la primigenia inspiración de las distintas formas de vida consagrada, como principio y condición indispensable para vivir en autencidad la vida religiosa.

Ahora bien, el origen último de la vida cristiana y la fuente viva de la 'vida religiosa', es, sin posible duda, Dios-Trinidad. Por eso, hay que volver decididamente a la Santísima Trinidad si queremos descubir la esencia originaria de esta forma de vida cristiana, que será redescubrir, al mismo tiempo, lo verdaderamente nuevo y actual y lo definitivamente válido en la misma vida religiosa.

La vida religiosa es un acontecimiento eclesial, histórico y teológico, a la vez. Y para entender este acontecimiento singular hay que remontarse hasta el hontanar primero de donde brota y hasta la raíz viva de donde recibe su savia vivificadora. En otras palabras, hay que remontarse hasta la persona misma de Jesucristo, en su modo histórico de vivir para Dios y para los hombres, porque ahí, en su proexistencia , está el origen último de los llamados consejos evangélicos y del modo estable de vida en ellos fundado. El concilio puso de relieve, con absoluta claridad, el origen divino o, más exactamente, cristológico de la vida religiosa. Bastaría con recordar estas afirmaciones:

"Los consejos evangélicos de castidad consagrada a Dios, de pobreza y de obediencia, como fundados en las palabras y ejemplos del Señor..., son un don divino que la Iglesia recibió de su Señor y que con su gracia conserva siempre" (LG 43). "El mismo estado imita más de cerca y representa perennemente en la Iglesia el género de vida que el Hijo de Dios tomó cuando vino a este mundo para cumplir la voluntad del Padre, y que propuso a los discípulos que le seguían" (LG 44)." Los consejos... pueden conformar mejor al cristiano con el género de vida virginal y pobre, que Cristo Señor escogió para sí y que abrazó su Madre, la Virgen " (LG 46). "La aspiración a la caridad perfecta por medio de los consejos evangélicos trae su origen de la doctrina y de los ejemplos del divino Maestro" (PC 1). Estas afirmaciones doctrinales se han convertido ya en legislación canónica (cf. c. 575).

Lo más originario en la vida religiosa —entendiendo la palabra originario en su doble sentido: como lo 'primero' y lo que es 'origen' de todo lo demás, es el hecho de ser, por designio del Padre y por la acción del Espíritu, seguimiento evangélico de Jesucristo. Y advirtamos que, en este caso, origen cristológico equivale rigurosamente a origen 'divino' (cf. LG 43), en cuanto que proviene, en última instancia, del Amor fontal, que es el Padre —origen último de todo, en lo divino y en lo creado—, por la acción vivificante del Espíritu Santo'.

El concilio concluye el capítulo sobre los religiosos, urgiendo a todos los llamados a la profesión de los consejos evangélicos a crecer en fidelidad, "para mayor gloria de la Trinidad, una e indivisible, que en Cristo y por Cristo es la fuente y el origen de toda santidad" (LG 47).


II. Dios es Trinidad. El verdadero 'Misterio': Revelación de Dios y salvación del hombre

La palabra misterio es una de las más densas de contenido de toda la revelación. Encierra en sí todo el mensaje de la salvación sobrenatural del hombre. "Misterio es el designio eterno de Dios Padre de salvar al hombre por medio de su Hijo Jesucristo o, más exactamente, en su Hijo Jesucristo. Es un designio de amor, un plan y un propósito concebido desde toda la eternidad por Dios Padre, quien —a impulsos de ese mismo amor— determinó crear al hombre para elevarlo a participar de su propia vida divina, salvándolo del pecado en la muerte y resurrección de su Hijo y haciéndolo —en él— hijo verdadero suyo''.

Dios es Trinidad. Y ya advertía oportunamente santo Tomás de Aquino que, para hablar de la Trinidad, había que proceder siempre "con cautela y con modestia'. Y se, remitía, al mismo tiempo, a san Agustín para recordar que en ningún otro tema resulta más peligroso el error, ni más ardua y laboriosa la búsqueda, ni tampoco más fructuoso el posible descubrimiento.

Nuestro discurso sobre Dios —theologia— no puede menos de ser modesto y cauteloso, ya que apenas es más que un simple y tembloroso balbuceo,en el que vale más, con frecuencia, lo que de él negamos que lo que de él decimos. Por eso, nos sirve, a veces, más la intuición que la lógica; y la experiencia, más que el razonamiento.

Y, en todo caso, el papel decisivo no lo juegan ni el razonamiento ni la intuición del hombre, sino la autorevelación de Dios, que, por libre y amorosa inicativa suya, ha querido manifestarse. Dios, históricamente, salva al hombre revelándosele y se revela salvándole: La revelación es en sí misma salvación, y la salvación es revelación. Y la revelación-salvación es 'autodonación'. Y Dios, de hecho, se revela, se comunica, se da al hombre y le salva en Jesucristo, o sea, en el Verbo en cuanto encarnado, muerto y resucitado.

"Quiso Dios, en su bondad y sabiduría, revelarse a sí mismo y manifestar el misterio —'sacramentum'— de su voluntad (cf. Ef 1, 9), por el cual los hombres tienen acceso al Padre por medio de Cristo, el Verbo hecho carne, en el Espíritu Santo, y participan de la naturaleza divina. Y así, en esta revelación, Dios invisible'', por la abundancia de su amor, habla a los hombres como a amigos" y trata con ellos (cf Bar 3, 38) para invitarlos a la comunión con El —'societatem secum'— y admitirlos en ella... Por medio de esta revelación, la profunda verdad tanto de Dios como de la salvación del hombre brilla para nosotros en Cristo, que es al mismo tiempo mediador y plenitud de toda la revelación" (DV 2).

Y la revelación —que es la manifestación y comunicación libre y amorosa de Dios al hombre, que alcanza su cumbre en Jesucristo— nos 'descubre'la verdadera 'identidad' de Dios y, a la vez, nuestra propia 'identidad'. Nos dice que Dios es Trinidad , o sea, tres personas distintas; y, al mismo tiempo: que Dios, para nosotros, es Padre ; que nosotros, para él, somo hijos ; que, entre nosotros, somos hermanos ; y todo ello, en la persona del Hijo —por una verdadera y real participación en su filiación sustantiva—, por la acción vivificante del Espíritu Santo

Dios es "infinita compañía, comunión infinita de amor y de conocimiento. Dios no es una sola persona, una única conciencia solitaria, sino reciprocidad de conciencias, familia, comunidad de vida, en definitiva, amistad ... Dios es tres personas: Padre, Hijo y Espíritu Santo. El Padre es Padre por su relación al Hijo. Y se es a sí mismo dándose en totalidad, sin escisión ni división, virginalmente. El Padre es Paternidad . El Hijo se es a sí mismo recibiéndose totalmente del Padre y volviéndose hacia él en reconocimiento infinito. El Hijo es Filiación. Y el Espíritu Santo se es a sí mismo recibiéndose , a la vez, del Padre y del Hijo —o del Padre por el Hijo— y volviéndose a ellos amorosamente en autodonación perfecta. El Espíritu Santo es Espiración: Amor mutuo del Padre y del Hijo, común-unión infinita. Dios, por ser amor-amistad, es esencialmente autocomunicación: en el seno mismo de la Trinidad , en la encarnación y en el misterio de la divinización del hombre... Dios es Trinidad: tres personas distintas, que se conocen y se aman infinitamente, con la máxima intensidad y la máxima reciprocidad. Dios es 'tres espejos' infinitos e infinitamente conscientes que mutuamente se reflejan, se entregan y se reciben. Dios es amistad" .

Karl Rahner sostiene que, en Dios, "no se da propiamente amor recíproco ... sino una autoaceptación amorosa", y que, en él, "no se dan tres conciencias, sino que la conciencia única subsiste de una triple manera" .

En cambio, Francois Bourassa afirma que, si Dios es tres personas tiene que ser también tres conciencias y defiende que "se puede considerar analógicamente a las tres personas divinas como tres centros de conciencia, en cuanto que cada una es personalmente consciente de sí como distinta de las otras, poseyendo y ejercitando cada una personalmente la plenitud de la conciencia infinita, según la cual cada una es consciente de ser Dios, el Dios único, pero precisamente en 'comunidad' de conciencia divina con las otras, en su total y mutua comunicación"".


III. Trinidad y seguimiento evangélico de Jesucristo

1. UN CARISMA PARA LA IGLESIA. "Este hecho de vida que llamamos 'vida religiosa' —o, con una denominación más amplia y a la vez más teológica, 'vida consagrada'— consiste en seguir radicalmente a Jesucristo, según el evangelio". Y este seguimiento radical: 1) Obedece a un propósito o designio amoroso del Padre (=misterio)... 2) Se suscita, realiza y promueve en la Iglesia y para la Iglesia, desde su misma entraña, por obra y gracia (=carisma) del Espíritu Santo, que es el verdadero protagonista de este 'acontecimiento' eclesial y pneumático... 3) Tiene como fundamentación última y como raíz viva y permanente la persona misma de Jesucristo en su modo histórico de vivir enteramente para el Padre y para los hermanos (=reino)... 4) Y, por lo mismo, es la 'revivencia' eclesial del género de vida de Cristo y de los apóstoles (=proexistencia).

Las distintas formas de existencia cristiana sólo pueden entenderse e interpretarse teológicamente desde el seguimiento evangélico de Jesucristo. Y la vida consagrada —también en sus diversas y múltiples formas— es un modo peculiar y específico —por su especial radicalidad—, aunque no exclusivo, de seguir e imitar a Jesucristo. Porque es seguirle e imitarle en su manera histórica de vivir totalmente para los demás , o sea, en el misterio de su proexistencia .

Cristo, de hecho, vivió enteramente para el reino, es decir, para Dios y para los hombres todos, para el Padre y para los hermanos. Y la realización y expresión histórica de este vivir y 'desvivirse' por los demás, como estilo permanente de vida, son los llamados 'consejos' evangélicos de castidad-virginidad, pobreza y obediencia. Estos 'consejos' fueron, en Cristo, "amor total demostrado , o demostración, prueba fehaciente e irrefutable de amor total a Dios y a los hombres... Donación total de sí mismo.

Ahora bien, en la vida religiosa, estos 'consejos' —que más 'que 'consejos' son y deberían llamarse carismas vitales porque son dones permanentes del Espíritu a la Iglesia, para que ésta pueda revivir el género de vida de Jesucristo—se viven de una manera radical, estable y comprometida. Por eso y para eso, el religioso hace votos públicos y perpetuos. La vivencia personal y comunitaria de estos 'consejos' se convierte, de este modo, en su verdadera profesión, no sólo en el sentido jurídico-teológico de la palabra, sino incluso en su sentido social.

2. RADICALISMO EVANGÉLICO. Los 'consejos' de virginidad, de pobreza y de obediencia, vividos en comunidad fraterna y apostólica, y ratificados con voto para expresar de la manera más vigorosa el compromiso, son el contenido y también la forma externa del llamado radicalismo evangélico. No es, pues, lícito oponer, y ni siquiera distinguir adecuadamente, 'profesión de los consejos evangélicos' y 'radicalismo evangélico', como algunos han pretendido. Ambas expresiones, si se entienden como deben entenderse, son realmente sinónimas, y sirven para esclarecerse mutuamente. Porque los consejos evangélicos, vividos en profesión y como profesión mediante los votos religiosos, a imitación y en seguimiento de Cristo-virgen-pobre-obediente, son y expresan existencialmente el radicalismo del evangelio.Y el verdadero radicalismo evangélico se traduce necesariamente en la vivencia comprometida y estable de los consejos evangélicos, tal como Cristo los vivió y los propuso a sus seguidores.

Así lo ha reconocido explícitamente la congregación para los institutos de vida consagrada: "Los consejos son como el eje conductor de la vida religiosa, ya que ellos expresan de manera completa y significativa el radicalismo evangélico que la caracteriza... Los consejos evangélicos afectan a la persona humana en las tres dimensiones esenciales de su existencia y de sus relaciones: el amar, el poseer y el poder"20.

3. CUATRO 'NÚCLEOS' ESENCIALES. Descriptivamente hablando, podemos decir que seguir a Jesucristo es ser llamados personalmente por él (=vocación), para vivir con él y con los otros seguidores suyos (=comunión, en su doble vertiente 'cristocéntrica' y 'fraternal'), viviendo como él (=consagración) y perpetuando su mismo quehacer en el mundo (= misión).

El seguimiento evangélico de Jesucristo obedece y responde, como ya se ha dicho, al designio amoroso del Padre, es decir, a ese plan y propósito que llamamos misterio ; y se realiza en la Iglesia y para el mundo por obra y bajo el impulso activo y permanente del Espíritu Santo

Vocación-comunión-consagración-misión no son cuatro realidades distintas o separables, sino una sola y misma realidad, densa de contenido y por lo mismo compleja, que tiene cuatro dimensiones esenciales y constitutivas. Son como cuatro esferas concéntricas, que se implican y se explican mutuamente, pues cada una se abre a la siguiente y recoge la anterior'. Vocación-comunión-consagración-misión se viven en la Iglesia y para la Iglesia y, en ella y desde ella, para el reino. Desde estos cuatro 'núcleos', puede elaborarse una teología completa de la vida religiosa .

a. Vocación. En la vocación , que es llamada personal y gratuita de Jesús, se pone de manifiesto la absoluta iniciativa de Dios-Padre —que excluye toda idea de mérito por parte nuestra— y la gracia del Espíritu —que nos hace responsables , en el doble sentido de la palabra, es decir, capaces de responder y urgidos a responder a esa llamada—.

La vocación es don, mucho más que 'exigencia'. En Dios llamar es dar: crear en la persona llamada capacidad activa de respuesta. Y por ser un don de amor, es perpetuo y definitivo, sin posible arrepentimiento. San Pablo lo dice expresamente: "Los dones y la vocación de Dios son irrevocables" (Rom 11, 29).

Dios nos llama siempre en su Hijo. Y nos llama a ser, en él, hijos suyos, y hermanos los unos de los otros, por la acción del Espíritu. Ya no somos extraños ni peregrinos, sino "conciudadanos de los santos y familiares de Dios " (Ef 2, 19). "Pertenecemos de veras a la familia de Dios. Somos hijos del Padre. Hijos en el único Hijo que el Padre tiene, por una real participación de su filiación sustantiva. Hijos del Padre en el Hijo por la acción vivificante del Espíritu Santo"22.

Dios no busca nunca su propio 'bien', en su relación con nosotros; sino nuestro bien verdadero. Nos ama por razón de nosotros mismos (cf. GS 24), con amor gratuito, personal y entrañable, que son las tres características de la misericordia bíblica. Incluso, cuando decimos que Dios busca su gloria, no hemos de entender que quiere conseguir algo para sí, como si de algo careciera. Su verdadera 'gloria' no es algo que nosotros le damos, sino la reverberación de su propio ser sobre nosotros. Y, por eso, nosotros mismos somos de verdad su 'gloria', según la conocida y certera expresión de san Ireneo: (La gloria de Dios es el hombre viviente, con la afirmación complementaria del mismo san Ireneo: La gloria del hombre es Dios).

Analizando los relatos evangélicos de seguimiento, descubrimos que todos ellos son relatos de vocación , y que, en todos, se destaca con absoluta claridad que Jesús tiene y toma siempre la iniciativa, y que siempre se adelanta a llamar a cada uno a su seguimiento. Y Jesús "llama (en presente) a Sí a los que él quería ", como dice san Marcos (Mc 3, 13). Es decir, llama a los que desde siempre amaba, a los que llevaba en su Corazón con amor apasionado" .

Por eso, la conciencia de vocación —de ser amado y llamado ahora, en presente histórico, y para siempre— y el sentido de la gracia deben presidir y regir, en todo momento, la vida entera del religioso.

b. Comunión. Al hablar de comunión, hay que recordar —y recuperar—el sentido original de la palabra koinonía, que es comunión viva y personal con el Padre y con su Hijo Jesucristo, en el Espíritu Santo (cf. 1 Jn 1, 3); es decir, comunión viva y personal con las tres divinas personas. O, si se quiere, con Jesucristo, que es decir lo mismo de otra manera. "Porque Jesús nos revela y nos comunica siempre al Padre y al Espíritu, y hace entrar en comunión viva —en koinonía— con ellos. Más aún, Jesús es el 'lugar natural' de nuestro encuentro personal con el Padre y con el Espíritu Santo. Y en la Santísima Trinidad nos encontramos necesaria y explícitamente con la persona de Jesús'.

Dios es Trinidad de personas. Dios es familia: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Dios-Trinidad es comunidad, la comunidad primordial, modelo y principio activo de toda otra comunidad. "Dios es comunidad de personas. Dios es tres personas distintas en donación recíproca, en mutua inhabitación y presencia, en relación constante e infinita de amor y de conocimiento mutuos. Las relaciones distintas —mejor sería decircorrelaciones— constituyen a las distintas personas. Y las personas distintas así relacionadas constituyen la comunidad que es Dios. El Padre es 'Padre' por su relación al Hijo. La paternidades su propiedad divino-personal. Le constituye. Es pura dádiva de sí mismo al Hijo. Se es dándose, comunicándose en totalidad. Y.el Hijo es 'Hijo', persona distinta del Padre, por su constitutiva relación al Padre. Todo lo es filialmente: recibiéndose entera y permanentemente del Padre. Y el Espíritu Santo es persona distinta del Padre y del Hijo por su especial relación a ambos, procediendo de ellos como de un solo principio y siendo entre ellos lazo sustantivo y personal de unión y comunión"'.

En Dios se da la máxima unidad —de ser, de naturaleza, de vida— y la máxima distinción, al mismo tiempo: Trinidad de personas. La Trinidad es principio, modelo y garantía de toda verdadera koinonía. Y toda comunidad verdadera viene a ser como una expresión sacramental de la comunidad del Padre con el Hijo en el Espíritu Santo" .

Por eso, para que una comunidad merezca realmente este nombre —en sentido teológico—, ha de estar constituída por personas distintas y adultas, relacionadas entre sí profundamente, por la vía del conocimiento y del amor mutuos.

La koinonía, en sentido bíblico, significa propiamente comulgar en un bien indivisible. Sobre todo, comulgar en ese 'bien indivisible' que es la Persona viva y vivificante de Jesucristo, en quien comulgamos con el Padre y con el Espíritu; y, también, con los otros seguidores de Cristo. La comunión es la común-unión, y la comunidad es la común-unidad de todos y de cada uno con uno solo, que se llama Jesucristo. De este modo, se pone de manifiesto que la verdadera comunidad es esencialmente cristocéntrica, ya que su centro vivo —su corazón y su alma— es la persona misma de Jesús. Y esta 'koinonía' y este "cristocentrismo' se realizan y se expresan, sobre todo, en la celebración de la eucaristía.

Jesús "llama a sí a los que él quería; y vinieron donde estaba él y, de ellos, eligió a doce para que vivieran con él'. Vivir con Jesús es el contenido más hondo y la finalidad primera de la llamada (vocación). Y vivir con él se convierte necesariamente en vivir con los otros seguidores suyos, es decir, en fraternidad, que se traduce en verdaderas y profundas relaciones interpersonales.

La comunidad, así entendida, es el 'consejo integral', porque integra, resume y condensa los llamados 'consejos evangélicos y todos los demás elementos de la vida religiosa. Es, a la vez, su raíz y su fruto. Es la gran parábola del reino, su signo más claro, el máximo testimonio y, por eso mismo, evangelización y 'misión' permanente. "La unidad de los hermanos pone de manifiesto el advenimiento de Cristo" (PC 15). Y anunciar esta venida y testimoniar la 'fraternidad universal' es el contenido de la evangelización.

c. Consagración. La consagración nos habla de configuración real con Cristo, que es "el Consagrado", es decir, la consagración personificada, origen y principio de toda otra consagración. Vivir con Cristo implica y es vivir como Cristo .

La consagración religiosa es una verdadera y real configuración con Jesucristo-virgen pobre-obediente , para representarle sacramentalmente en el mundo, es decir, para hacerle de nuevo visiblemente presente entre los hombres y para los hombres, en el misterio de su proexistencia, o sea, en su modo histórico de vivir enteramente para el Padre y para los hermanos (para el reino), adelantando el modo celeste de vida propio del reino consumado. Esta consagración la realiza Dios-Trinidad mediante la profesión religiosa, y constituye la identidad propia y la misión específica del cristiano-religioso en la Iglesia. Esta consagración no es, para el religioso, algo extrínseco o accesorio, algo secundario o meramente 'funcional', sino algo esencial y constitutivo, porque es su manera histórica de ser cristiano. Es decir, para él, su vocación cristiana es esencialmente 'religiosa' (implica una especial consagración); y la vocación religiosa es su forma peculiar de vivir la filiación y la fraternidad , o sea, la vocación cristiana.

Dios-Padre, por la acción de su Espíritu, consagra verdaderamente al cristiano, mediante la profesión religiosa y por el ministerio de la Iglesia, configurándole de un modo nuevo con su Hijo. Y esta consagración, que radica íntimamente en la consagración bautismal, y la lleva a su plenitud objetiva, consiste en una nueva y más radical configuración con Jesucristo en el misterio de su proexistencia, es decir, en sus actitudes vitales —virginidad, pobreza y obediencia—, que son la realización y la expresión históricas del total sacrificio de sí mismo, ofrecido al Padre por los hombres.

El concepto, teológico y teologal, de consagración, es uno de los más destacados por el magisterio conciliar y posconciliar y por la reflexión teológica de los últimos lustros, para entender la vida religiosa y su condición esencial de seguimiento evangélico de Jesucristo.

Hablando con propiedad, no es el religioso el que se consagra a sí mismo, sino que es Dios quien le consagra, tomando especial posesión de él, invadiéndole con su gracia, renovándole por dentro, transformándole y configurándole con Jesucristo. Y el religioso, transformado y movido por el Espíritu, se deja poseer, consiente activamente en la acción de Dios y se entrega —como Jesús— en totalidad y de manera inmediata, a Dios-Trinidad, como un permanente acto de culto, como una adoración perpetua, como una liturgia viva. Baste con recordar dos textos del magisterio:

—"La vida religiosa, en cuanto consagración de toda la persona, manifiesta en la Iglesia aquel admirable desposorio fundado por Dios que es signo del mundo futuro. De este modo, el religioso consuma la plena donación de sí mismo, como un sacrificio ofrecido a Dios, por el que toda su existencia se convierte en un culto continuo a Dios en la caridad" (CDC, c. 607, 1).

—"La consagración es la base de la vida religiosa. Al afirmarlo, la Iglesia quiere poner en primer lugar la iniciativa de Dios y la relación transformante con él que implica la vida religiosa. La consagración es una acción divina. Dios llama a una persona y la separa para dedicársela a sí mismo de modo particular. Al mismo tiempo, da la gracia de responder, de tal manera que la consagración se exprese, por parte del hombre, en una entrega de sí, profunda y libre. La interrelación resultante es puro don: es una alianza de mutuo amor y fidelidad, de comunión y misión para gloria de Dios, gozo de la persona consagrada y salvación del mundo" (EE 5).

De ahí, la irrenunciable dimensión teologal-contemplativa de la vida religiosa, que llevó a los antiguos monjes a llamarla vida ángélica, porque imita la vida de los ángeles, que, mientras sirven y cuidan a los pequeños', contemplan ininterrumpidamente el rostro del Padre (cf. Mt 18, 10).

d. Misión. La misión de la vida religiosa sólo puede entenderse como una participación verdadera en la misión de la Iglesia, y, por lo tanto, en referencia explícita e inmediata a Jesucristo, pues consiste esencialmente en compartir —o, mejor, en comulgar—, prolongar y perpetuar, de una manera real, en la Iglesia y para el mundo, su misma misión evangelizadora. Se trata, en definitiva, de 'permitir' a Cristo seguir ejerciendo entre los hombres y para los hombres todos su obra de salvación, que es el anuncio y la implantación del reino .

Jesús es el Apóstol del Padre: su Enviado. Y tiene aguda conciencia de serlo. La condición de 'Apóstol' o 'Enviado' no es accidental, sino constitutiva del ser y de la misión de Jesús. Más aún, es la nota característica de su misma existencia.

"Para entender el apostolado —toda verdadera misión— hay que partir del designio amoroso del Padre de salvar al hombre por medio de su Hijo. Para realizar este designio eterno, el Padre envía a su Hijo. Y el Hijo, ya glorificado, envía desde el Padre al Espíritu Santo. Y el Espíritu Santo, en Pentecostés, pone en marcha a la Iglesia, a fin de que continúe la acción salvadora de Cristo. Desde este concepto de misión se entiende el carácter esencialmente misionero o apostólico de la Iglesia y — en ella— de la vida religiosa.

Por el evangelio consta, sin posible lugar a dudas, que Jesús tuvo decidida intención de elegir y de enviar, como seguidores suyos y continuadores de su misión —y que de hecho eligió y envió— a los que el mismo Evangelio llama apóstoles". Jesús los elige y envía —lo mismo que el Padre le envió a él— como testigos, como representantes, como precursores suyos. Desde una vigorosa experiencia de comunión con él, tienen que anunciar la fraternidad de todos los hombres; es decir, el reino inaugurado por Jesús. Tienen que llevar con sus signos la libertad y la liberación de todas las formas de opresión y esclavitud. El reino de Dios es el 'dominio' amoroso y liberador de Dios —su paternidad— que ha irrumpido ya decisivamente en la vida de los hombres, en la persona de Jesús, por la acción del Espíritu".

El reino de Dios, por ser amor, es esencialmente libertad y liberación. Dios encuentra al hombre sometido a múltiples formas de esclavitud: el error, el egoísmo, la codicia, la injusticia, la opresión de otros hombres, etc., consecuencias todas del pecado, que es la más radical esclavitud. Y quiere liberarle de todas ellas. Para esto, establece su reino o reinado de amor y de libertad, en lucha declarada contra todas las fuerzas que tienden a esclavizar, de la manera que sea, al hombre. La libertad y la liberación cristiana quiere ser integral: abarca a todo el hombre —por dentroy por fuera— y a todos los hombres. Por eso, no se puede reducir esta liberación —la salvación traída y realizada por Cristo— a la liberación política, social, económica o religiosa, aunque estas dimensiones forman parte de la salvación integral del hombre, pero no se identifican con la salvación cristiana.

La verdadera misión no se identifica nunca con las actividades que se realizan, sino que es algo mucho más sustantivo, y comprende necesariamente los 'núcleos' antes indicados: vocación-comunión-consagración, y los expresa dinámicamente.

Hay que recordar que la misión no es algo sobreañadido a la propia identidad, sino la misma identidad en su sentido dinámico y operativo. Sin identidad, no puede haber misión. Y sin misión, la identidad se desvanece. Por eso, es un dilema falso y carece absolutamente de sentido establecer una alternativa entre ambas.


IV.
Conclusión

La vida religiosa es, ante todo, una realidad cristológica y cristocéntrica, por ser una representación sacramental del género de vida vivido por Cristo, es decir, del misterio de su proexistencia, de su modo histórico de vivir enteramente para el Padre y para los hermanos (= para el reino). Es, por eso mismo, una realidad teocéntrica y teologal, que responde a un designio amoroso del Padre (=misterio) y se expresa en una 'consagración' total de la persona por la Trinidad y a la Trinidad. Es una realidad pneumática y eclesial suscitada en la Iglesia y para la Iglesia por el Espíritu Santo. Por eso, desempeña en ella una irreemplazable misión carismática, profética, simbólica, testimoniante y escatológica.

La vida religiosa, por ser esencialmente carismática y profética, pone de relieve en la Iglesia las notas esenciales del carisma y de la profecía; y no puede renunciar, por ningún motivo y bajo ningún pretexto, a prestar este 'servicio', porque traicionaría su mismo ser y su misión fundamental en la Iglesia: La espontaneidad creadora, el vigor y la fortaleza, la audacia en las iniciativas, la constancia en las pruebas, la eficacia y la perseverancia en el servicio eclesial, la docilidad activa y la fidelidad dinámica al Espíritu, la obediencia responsable y lúcida a la autoridad de la Iglesia aun en los momentos de inevitable e incómoda tensión, la recta autonomía, la libertad frente a todo legalismo, la desinstalación, cierto tono de novedad, de originalidad y de entusiasmo, una notable capacidad de adaptación y flexibilidad, el empuje vital, la creatividad, el arranque apostólico, etc. "En estos tiempos —como afirma la instrucción Mutuae Relationes-- se exige de los religiosos aquella autenticidad carismática, vivaz e imaginativa que brilló fúlgidamente en los fundadores"'.

La especial relación, ontológica y existencial, que guarda la vida religiosa con el misterio de la Santísima Trinidad, podría expresarse, en síntesis descriptiva, con tres afirmaciones complementarias: La Trinidad es, ante todo, para los religiosos, un misterio de adoración, o sea, de contemplación, de culto litúrgico, de alabanza y de experiencia viva. Es también un misterio de comunión, que los mismos religiosospretenden 'imitar' y aun reflejar significativamente en su vida comunitaria, convencidos de que, como afirma el concilio, "el supremo modelo y el supremo principio de este misterio —de comunidad-- es, en la Trinidad de personas, la unidad de un solo Dios Padre e Hijo en el Espíritu Santo" (UR 2). Es, por último, un misterio de redención-liberación'. Por eso, las órdenes y congregaciones religiosas que más se han distinguigo, en su historia, por la vivencia del misterio trinitario, han sido también y siguen siendo las pioneras y abanderadas en una misión evangelizadora con mayor acento liberador.

Desde esta vigorosa experiencia de vida trinitaria, surgen, en los siglos XII y XIII, dos grandes órdenes religiosas, con la finalidad apostólica expresa y directa de redención de cautivos: la Orden de la Santísima Trinidad, fundada por san Juan de Mata el 17 de diciembre de 1198, en Cerfroid (Francia), y la Orden de la Bienaventurada Virgen María de la Merced, fundada el 10 de agosto de 1218, en Barcelona, por san Pedro Nolasco. Y de este doble y fecundo tronco, han venido surgiendo, a lo largo de los siglos, muchas congregaciones religiosas, que hoy forman, en la Iglesia, dos numerosas familias — trinitaria y mercedaria—, que viven el espíritu redentor-liberador que tan espontáneamente brota del misterio de la Santísima Trinidad.

[ -> Adoración; Agustín, san; Amor; Comunión; Doxología; Encarnación; Espíritu Santo; Eucaristía; Hijo; Ireneo, san; Jesucristo; Liberación; Misiones trinitarias; Misterio; Padre; Pentecostés; Persona; Reino; Revelación; Salvación; Teología; Trinidad; Vaticano II; Vida cristiana; Vida eterna.]

Severino-María Alonso