TEOLOGÍA Y ECONOMÍA
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SUMARIO:
I. Introducción.—II. El Nuevo Testamento: Dios revelado en Jesucristo para nuestra salvacion: 1. La relación de Jesús con su Abbá en el contexto de la predicación del reino, y el diálogo eterno del infinito amor; 2. La visión paulina de la economía, y sus raíces en la intimidad de Dios; 3. La "teología" del Nuevo Testamento.—III. Teología y economía en los Padres de la Iglesia: 1. La insistencia en la economía; 2. La insistencia en la teología.—IV. Teología y economía en Tomás de Aquino: 1. Teología como ciencia de la fe; 2. Teología trinitaria y economía.—V. Teología y economía en los teólogos modernos: 1. Recuperación de la perspectiva económica; 2. Trinidad inmanente y profundidad de la historia; 3. Conclusión


I. Introducción

En este diccionario nos fijaremos sobre todo en el significado trinitario de este par de conceptos, teología y economía, de suyo íntimamente vinculados, aunque a lo largo de la historia se haya insistido más en uno u otro de ellos.

La economía se refiere a la comunicación (dispensatio) de la salvación según la dinámica de la encarnación, y nos proporciona un modelo concreto, la persona y la vida de Jesucristo, para situarnos ante Dios en nuestro mundo y nuestra historia. La teología nos abre a la profundidad insondable de esa salvación en cuanto comunión en y con Dios mismo, y nos entrega el sentido más profundo y la densidad última de la economía y de la historia humana.

Para situar de la manera más adecuada posible la relación entre ambos conceptos nos referiremos a algunos momentos destacados de la consideración de dicha relación comenzando por el Nuevo Testamento.


II. El Nuevo Testamento: Dios revelado en Jesucristo para nuestra salvación

El Nuevo Testamento nos descubre el plan salvador de Dios, al que Pablo se refiere ya con la expresión "economía del misterio". Este plan que culmina en Jesucristo nos conduce al interior de Dios, donde se prepara y se consuma la salvación. De ahí que podamosdecir que la teología cristiana trata del Dios revelado en Jesucristo para nuestra salvación.

1. LA RELACIÓN DE JESÚS CON SU ABBÁ EN EL CONTEXTO DE LA PREDICACIÓN DEL REINO, Y EL DIÁLOGO ETERNO DEL INFINITO AMOR. Los sinópticos no emplean el término economía, pero se refieren a su realidad al hablarnos de la actividad de Jesús que anuncia el reino, y trabaja por su instauración.

El reino comienza aquí, y esto diferencia a Jesús de las concepciones apocalípticas. La salvación viene ya en este mundo para los pecadores y cuantos padecen enfermedad, pobreza, abandono. Hacia ellos Jesús practica la solidaridad, y la exige con su mandamiento del amor.

El actuar solidario de Jesús se realiza desde su relación entrañable con un Dios a quien invoca como a su Abbá, y en quien encuentra una fuente de alegría que nunca le abandona y que quiere transmitir a los suyos.

Pero el reino no se consuma en esta vida, y en esto Jesús se distancia de una concepción puramente inmanente de la escatología. La salvación, aun estrechamente vinculada con el trabajo por la liberación intramundana, desborda los límites de este mundo.

Lo decisivo es mantener la relación con el Abbá, aun en medio de la contradicción más extremada, como Jesús hizo durante su pasión, y con confianza en el poder del Padre', que consumará el reino en el momento dispuesto por su autoridad.

Entonces Jesús nos comunicará plenamente el amor y la gloria que él recibía del Padre, antes de que el mundo existiese.

La relación de Jesús con su Abbá hunde sus raíces más allá del tiempo. La economía de la salvación nos conduce al diálogo eterno entre el Padre y el Hijo; el mismo Nuevo Testamento esboza una teología de este diálogo, que nos ayuda no a satisfacer la curiosidad, sino a hacernos cargo con mayor profundidad de la salvación que los cristianos han de vivir y anunciar.

2. LA VISIÓN PAULINA DE LA ECONOMÍA, Y SUS RAÍCES EN LA INTIMIDAD DE DIOS. Pablo habla de economía (oikonomía) del misterio o de la gracias. Misterio (mystérion) en sentido paulino es el plan divino de la salvación, que se comunica según una economía de la que el Apóstol se considera servidor (oikonómos, o doúlos).

La economía implica la incorporación a Cristo por el bautismo', y la unión de los creyentes entre sí por el agápe, hasta formar el único Cuerpo de Cristo; se consuma cuando los hombres, reconciliados por la sangre de la cruz, resucitan con el Señor. Vencida entonces toda negatividad, la creación se renueva, y Cristo entrega el reino al Padre.

La perspectiva paulina es claramente trinitaria, dada la insistencia del Apóstol en el Espíritu. Gracias a éste el creyente se incorpora a Cristo'', la diversidad comunitaria se vive como riqueza, y el Cuerpo de Cristo compuesto por muchos miembros se articula en la unidad".

Por la resurrección, Jesucristo es "constituído Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de santidad"; entonces se cumple la promesa realizada a los padres, se consuma la filiación de Jesús", y la de quienes resucitan con él con un cuerpo como el suyo, "espiritual" no por eliminación de la materia, sino por su transformación por el Espíritu.

Promesa y reino se identifican con la comunidad de los resucitados, que alcanzan la plenitud de su filiación por obra del mismo Espíritu que con Jesús los hacía exclamar Abbá''

Este esquema trinitario de la salvación se corresponde con una concepción teológica de la realidad divina, donde se gesta y donde desemboca el mysterion de la economía.

3. LA "TEOLOGÍA" DEL NUEVO TESTAMENTO. Según esta teología de la intimidad divina, ya bastante explícita en el Nuevo Testamento, Cristo aparece como Hijo, estrictamente divino, plenamente poseedor de los secretos de Dios; al mismo tiempo es considerado como distinto del Padre. Este mantiene con él una relación enteramente de amor, y el Hijo amado a su vez vive vuelto con amor hacia el Padre, en el seno de su ternura infinita'.

Los términos neotestamentarios de imagen, resplandor, impronta, logos (palabra) aplicados al Hijo, y las alusiones al conocimiento exclusivo que él tiene del Padre, hacen pensar en la lucidez de ese amor.

El Padre proyecta la creación y su plan de salvación en y con el Hijo, en quien extiende su amor a todos los hombres, de modo que no sólo seamos llamados hijos sino que en verdad lo seamos'. Se descubren así las raíces de la filiación divina, de la fraternidad universal entre los hombres, y de la reconciliación de toda la creación.

El Nuevo Testamento, que ha reconocido al Espíritu Santo una función diferenciada en la obra de la salvación, lo sitúa en el mismo nivel que al Padre y al Hijo en diversos textos y sobre todo en las fórmulas trinitarias.

Ser Hijo supone proceder del Padre. También del Espíritu se afirma que procede del Padre en textos que parecen aludir a la intimidad divina°. La lectura conjunta de otra serie de versículos sugiere la identificación del Espíritu que une a los cristianos entre sí, con el vínculo de amor que enlaza al Padre y al Hijo en su intimidad transcendente.

4. CONCLUSIÓN. Quien sigue a Jesús y vive como El vivió en favor del hombre en necesidad se abre a la salvación que se dispensa en la historia según una sabia "economía". Esta economía, según el mismo Nuevo Testamento, no sólo se halla impulsada por la fuerza de Dios, sino que se fundamenta y se consuma en la estructura misma del ser divino, al que nos incorporamos en Cristo por el Espíritu.


III. Teología y economía en los Padres de la Iglesia

1. LA INSISTENCIA EN LA ECONOMÍA. En los primeros siglos la atención se centra sobre todo en la economía. Este término, que en el griego profano se refiere originariamente a la administración de la casa, aparece en los Padres apologistas y alejandrinos con el sentido, asímismo helénico y prepaulino, de orden de la creación y providencia divina. Otras veces alude a las disposiciones divinas decididas desde la eternidad y realizadas en el tiempo con vistas a la salvación de los hombres.

Los Padres apóstolicos y los apologistas afirman con nitidez la divinidad de Jesucristo, y consideran al Espíritu Santo como tercero en la tríada y santificador que ejerce funciones propiamente divinas". Pero su intento principal se dirige a mostrar que el Hijo y el Espíritu, revelados en la "economía" como distintos del Padre, son al mismo tiempo inseparablemente uno con él en su ser eterno. No hay mucha propensión a "explorar las relaciones eternas de los tres y mucho menos a construir un sistema conceptual y lingüístico capaz de expresarlas".

Hasta el siglo III la lucha contra el politeísmo pagano y las elucubraciones del gnosticismo, conducen a poner en primer plano la unidad de Dios, e inhiben la exploración de las distinciones dentro de la divinidad una e indivisible, de las que los teólogos eran vagamente conscientes.

San Ireneo es un buen ejemplo de insistencia en la "economía" en cuanto proceso ordenado de la revelación en que Dios se manifiesta como trino. Para Ireneo el término economía posee un sentido netamente histórico, unido a la idea de la recapitulación de todas las cosas en Cristo, y a diferencia de los gnósticos, siempre ocupados en abstrusas elucubraciones acerca de la organización del pléroma de los eones.

No duda Ireneo de que la economía posea un correlato en la vida íntima de Dios, donde el Verbo-Hijo que coexiste con el Padre'de toda eternidad es por completo divino; también lo es el Espíritu. Pero no avanza mucho en la teología de la Trinidad inmanente; no elabora por ejemplo una teoría de la generación, ni emplea el término "persona"".

La herejía modalista representa la culminación del apofatismo intratrinitario al insistir en la monarquía de Dios hasta el punto de afirmar que el trinitarismo económico no podía suponer distinción alguna en la propia intimidad divina. Padre, Hijo y Espíritu no son sino modos de aparecer del mismo Dios; la Trinidad económica no supone la inmanente.

2. LA INSISTENCIA EN LA TEOLOGÍA. La refutación del modalismo por parte de Hipólito y Tertuliano dirige la atención en occidente hacia la inmanencia divina. Tertuliano sigue de alguna manera el camino de los gnósticos, al extender el término economía a connotar la distinción del Hijo y del Espíritu respecto del Padre.

Los tres comparten aquello que Dios es, la "substantia" divina. En la eternidad, Dios se encuentra solo sin cosas distintas de El. Pero se halla con su razón o palabra cuya alteridad o individualidad Tertuliano señala con más claridad que sus predecesores. Este sermo es "otro", "de alguna manera' segundo".

Cada uno de los tres en cuanto manifestado en el orden de la revelación es "persona". Este término, acuñado también por Tertuliano, sólo más tarde se aplicará a la Palabra y al Espíritu como inmanentes en el ser eterno de Dios`.

En Oriente Orígenes, con el neo-platonismo como trasfondo cultural,hace una verdadera teología de la Trinidad inmanente. Acentúa la individualidad subsistente de los tres, al designar como hypóstasis a cada uno de ellos y diferenciar el sentido de este término del de ousía.

Insiste Orígenes en la generación del Hijo (engendrado no creado), y considera que el Espíritu Santo posee el último fundamento de su ser en el Padre, por mediación del Hijo. Al mismo tiempo trata de salvar el monoteísmo: sólo el Padre es fuente (pegé) de la divinidad.

Su doctrina posee cierto sabor subordinacionista. Unicamente el Padre es autótheos, y extiende su acción a toda la realidad. El Hijo es theós, no ho theós; es el primero en la cadena de emanaciones; su acción alcanza únicamente a los seres racionales, mientras que el Espíritu influye sólo en los que se están santificando.

Por otra parte Orígenes no olvida las economías divinas entre las que hace prevalecer la de la encarnación, en cuanto acción salvadora del Verbo hecho hombre, distinta de su preexistencia eterna.

Las discusiones en torno al subordinacionismo arriano y a la interpretación del concilio de Nicea provocan aportaciones muy significativas a la reflexión trinitaria. Entre ellas destacan las de los Padres de Capadocia.

Éstos interpretan el homousios como afirmación de la identidad, numérica y no sólo genéricamente una, de la divinidad; confirman la distinción origeniana de los conceptos de ousía e hypóstasis entre sí; conducen a la fórmula "una esencia y tres personas" como expresión de la fe trinitaria.

Distinguen cada persona por su propiedad personal (o idiótetes). El Padre por la agennesía; el Hijo, por la génnesis o proceder por generación; el Espíritu por el simple proceder o ékpemsis.

La peculiaridad personal se establece pues por los trópoi hypárxeos, o modos de recibir el existir idéntico en los tres por su contenido. El Hijo lo recibe del Padre, y el Espíritu, del Padre por el Hijo. Sólo el Padre es principio sin principio.

A partir de esta época sobre todo, la reflexión trinitaria es considerada como la teología por excelencia; se la distingue de la economía, referida ésta a la consideración de la vida concreta y salvadora de Cristo hombre.

El término teología fue empleado ya por Platón en el mundo pagano, y por Justino en el cristiano. Orígenes habla de un teologizar sobre Dios en sí, distinto del tratar de su economía. Eusebio se aproxima aún más a la nitidez de la distinción al considerar que la teología se refiere al elemento divino de Cristo, y la economía a su elemento humano. Sin embargo en siglos posteriores se llegará a perder la expresión tan rica de "economía de la salvación".


IV. Teología y economía en Tomás de Aquino"

1. TEOLOGÍA COMO CIENCIA DE LA FE. Mientras la teología bizantina conserva la distinción entre teología y economía, en Occidente por obra de Gilberto de la Porrée, Abelardo, y después de Tomás de Aquino (TA), teología pasa a designar toda la ciencia de la fe. Contribuye a ello la influencia de Aristóteles con su división tripartita del saber en matemática, física, y teología (o metafísica).

La economía de la creación y de la gracia se hallan presentes en el tratamiento de TA. Baste pensar en la estructura de la Summa: todo sale de Dios, y todo, en Cristo, vuelve a Dios. Pero no encontramos en él muchos aspectos de la perspectiva histórica paulina que tan bien recogió san Ireneo.

La teología lo estudia todo desde Dios. Tanto los misterios sobrenaturales, como todo lo real en su conjunto y en sus expresiones individuales, resultan ser explicación de Dios, en el doble sentido de despliegue de Dios y de lugar donde se profundiza su conocimiento.

Se impone pues hablar de una extensión en TA del concepto de "teología" como estudio de Dios, dado que la unidad de la ciencia teológica proviene de esta consideración de todo "sub ratione deitatis", y con vistas a un conocimiento más profundo de Dios.

El instrumento que permite tal estudio es la razón iluminada por la fe, "ratio fide illustrata". La razón avanza cuanto sus alcances le permiten, pero ve sus posibilidades ampliadas por la fe. Esta ampliación se realiza porque la razón acepta principios cuya evidencia ella misma no puede establecer aquí abajo, pero que son realidades evidentes en la vida eterna. En este sentido la teología es considerada por TA como una ciencia subalternada a la de los bienaventurados; un poco como la música, dice él, emplea principios cuya evidencia establecen las matemáticas.

Los principios dula fe sirven también como punto de partida de un verdadero discurso racional, ya que se expresan en conceptos humanos comunes a otros conocimientos. La razón, al considerar los contenidos revelados, busca el nexo que guardan los misterios entre sí; hace ver que, aunque indemostrables, no son absurdos; pone de relieve los errores de quienes los niegan.

La teología debe ser considerada como ciencia por llegar a afirmaciones ciertas y universales, cualidades éstas que no dependen sólo de los principios de fe, sino de que la misma razón no yerre en las tareas que a ella le competen.

La obra de TA adolece de un cierto objetivismo intelectualista, dado que la índole implicativa de la fe bíblica no es considerada por él como característica propia del tratamiento teológico, aunque de hecho aflore en éste como rasgo de la subjetividad del santo que lo conduce. La causa puede hallarse en una concepción de la razón excesivamente delimitada respecto de las demás facultades humanas. Rahner ha hablado de perikhóresis entre entendimiento y voluntad, y Zubiri, más pertinentemente, de inteligencia sentiente. En todo caso, de la causa detectada habría que extraer el principio hermenéutico que actualice la obra de TA sin perder sus riquezas para nuestros días.

2. TEOLOGÍA TRINITARIA Y ECONOMÍA. La consideración de la Trinidad inmanente de TA, o "teología" por antonomasia, constituye una de las cumbres del pensamiento trinitario latino. Aludimos tan sólo a dos de sus aspectos.

En primer lugar, al concepto de persona que TA llega a perfilar, de índole ante todo relacional. La persona en Dios se distingue en cuanto tal no por su autoposición afirmativa, sino por ser donación al otro, o acogida del otro, o por recibirse como amor como tal persona. Cada cual se hace persona al asumir la relación peculiar que a ella le corresponde en el concierto con las demás personas. En la teología actual se descubre analogía entre esta concepción de la personalidad divina y la del hombre "a imagen de Dios", frente a concepciones de la personalidad que subrayan sobre todo la autoconciencia o la afirmación libre de sí mismo.

Una alusión también a la manera tomasiana de pensar al Hijo como Palabra (Verbum) y al Espíritu Santo como Amor, según la convencionalmente llamada teoría psicológica. Conviene considerarla no sólo como un intento de mostrar la no incompatibilidad entre la identidad y la distinción de los tres divinos, sino también en lo que nos ayuda a hacernos cargo de la revelación. En ésta Jesús aparece estrechamente vinculado a la manifestación de la verdad, hasta identificarse con ella, y el Hijo amado es caracterizado también como palabra e imagen, no ajenas al amor, sino constitutivas de la lucidez propia del verdadero amor.

El tratado de la Trinidad de TA finaliza con el estudio de las "misiones" del Hijo y del Espíritu Santo. A través de ellos, el Padre establece con el hombre destinatario de la misión una relación nueva caracterizada por la amistad'. La teología se abre así de manera expresa a la economía, pero ésta se entenderá demasiado exclusivamentecomo inhabitación, lo que subraya uno de sus aspectos, pero oscurece la dimensión histórica que también posee según el NuevoTestamento.


V. Teología y economía en los teólogos modernos

1. RECUPERACIÓN DE LA PERSPECTIVA ECONÓMICA. La Iglesia católica no recupera la dimensión histórica de la economía hasta el Vaticano II, varios de cuyos principales documentos arrancan con el anuncio de la obra peculiar del Hijo y la del Espíritu Santo en cuanto enviados del Padre en el mundo y para su salvación".

Karl Rahner sobresale como precursor de la recuperación de esta perspectiva. Su aportación suele condensarse en su aforismo: la Trinidad económica es la inmanente y viceversa.

La recuperación de la perspectiva económica en el trasfondo de una modernidad predominantemente agnóstica en cuanto al ser de Dios, se traduce, en un primer momento, en pérdida de la "teología" como reflexión sobre el ser inmanente divino31.

2. LA TRINIDAD INMANENTE COMO PROFUNDIDAD DE LA HISTORIA. De esta suerte de apofatismo intratrinitario sale la teología al relacionar la vida misma de Dios con los dinamismos propios de la comunicación interpersonal, y del compromiso transformador de la historia. La teología proyecta así sentido sobre la existencia humana, y descubre cómo ésta, en virtud de la gracia, puede ser situada, con cuanto le pertenece, en la hondura misma de la comunión trinitaria.

H. Mühlen interpreta como relación yo-tú, la que el Padre mantiene con el Hijo; en ella cada uno reconoce al otro una peculiaridad intransferible, que se halla en razón, no inversa, sino directa de la cercanía que los une hasta identificarlos, llevando al límite lo que ocurre en la relación de amistad. Ambos, en la relación denotada por el pronombre nosotros se vuelven hacia un tercero, el Espíritu Santo, fruto común del amor que los une.

"El Dios crucificado" de J. Moltmann significa, pese a sus formulaciones a veces discutibles, una contribución importante en el camino de considerar la historia humana, con sus dolores, como incluída en la vida de Dios. El Calvario ha de considerarse como acontecimiento del propio Dios, en que el Padre entrega al Hijo, y el Hijo acepta ser entregado. La comunidad de amor entre ambos manifiesta su unidad. El abandono del Hijo por el Padre, su distinción. De esa relación brota también el Espíritu Santo, que comunica al hombre la posibilidad y la fuerza de una nueva vida. Lo que así ocurre en la historia de los hombres no sólo se fundamenta en Dios, sino que halla su correlato en la estructura trinitaria del mismo ser divino.

G. Lafont, antes que Moltmann y con un conocimiento mucho más preciso que él de la tradición teológica católica, había considerado el misterio pascual como "expresión en el lenguaje simbólico de una vida de hombre del eterno intercambio trinitario". Descubre la economía como traslación a nuestra historia del dinamismo interno del misterio trinitario.

En la economía, el Padre se señala por la acción de dar; confía al Hijo una misión, y le comunica la gloria de la resurrección. El Hijo aparece como quien acoge, primero la voluntad del Padre hasta la Cruz, después la gloria de la Resurrección. El Espíritu Santo se percibe como estrechamente vinculado a la comunión eclesial.

Estas actividades relacionales —dar, acoger, ser comunión— son también las que más allá de todo límite se realizan en la inmanencia divina.

Lo cual sugiere que quien se una a ellas en la historia participa de la vida de Dios. Lafont considera el misterio pascual no sólo como lugar de acceso a la intimidad de Dios, sino como paradigma concreto de la existencia humana. Esta progresa hacia su condición filial al dejarse interpelar por la Palabra, para deponer toda autosuficiencia y vivir cada vez más la acogida del don del Padre. Al morir con Jesús, la muerte se transforma en tránsito pascual que consuma la condición filial.

Vivir como hijos en el Hijo implica participar del Ser de Dios, cuyo contenido concreto es la Santísima Trinidad. La revelación de ésta manifiesta a lo largo de la historia las estructuras fundamentales del Ser, que no puede ya ser concebido como clausurado sobre sí, o sustancialidad compacta. Se desvela como acontecimiento de amor.

Estas estructuras del Ser-Amor han de ser asumidas y vividas de manera participada por el Dasein o realidad humana situada en la historia. Todo ha de ocurrir con la mirada puesta en Jesús, traducción concreta a una vida de hombre de su actitud intratrinitaria de acogida que hace posible la donación, y así la aparición del ser como amor.

La teología de la liberación ayuda a ampliar esta perspectiva histórica, al señalar que el mundo entero, en la medida en que se va transformando en reino mediante el trabajo del hombre, está llamado a reflejar el misterio divino. Éste ha de irse traduciendo en la vida económica, social y política, puesto que cualquier otra comunión puede relacionarse por la gracia con la comunión trinitaria. La gracia tiende a incorporar a la vida de Dios todo lo que se halle regido por un principio auténtico de solidaridad y fraternidad.

J. Sobrino observa que la versión histórica de la filiación eterna del Hijo es la vida de Jesús. Éste define su personalidad por su relación al Padre, y nos enseña a través de su vida humana la manera de acercarnos a El y de corresponder a su amor. Gracias al Espíritu Santo captamos que Jesús es el Hijo, y vamos con El al Padre. Al seguir a Jesús, vivimos la Trinidad.

3. CONCLUSIÓN. La tradición y la teología por antonomasia, que parten de la revelación del mismo Cristo y la profundizan, nos ayudan a conocer la intimidad divina más allá de lo que nos sería posible mediante la sola consideración de la historia de Jesús de Nazaret.

Esta teología de la Trinidad inmanente nos es necesaria también hoy, para sopesar la densidad y la grandeza de la condición filial divina que Jesús ha puesto a nuestro alcance, al vivirla en términos de humanidad. Pero las aportaciones de la consideración intratrinitaria han de verificarse en la vida de Jesús de Nazaret, y adquirir en ella penetración y concreción.

Cristo no sería nuestra norma si no fuera el Verbo de Dios; la teología tratade hacerse cargo de la profundidad que ello supone. Cristo no sería nuestro hermano ni nuestro modelo concreto, si no se hubiera encarnado; la economía pone de manifiesto todo lo que ello significa, y prohibe a la teología caer en el esoterismo.

No se trata de escoger entre teología y economía. A la luz de la teología, la economía aparece como la animación progresiva de nuestra historia, en Cristo y por Cristo, por el dinamismo de amor que configura la comunión divina intratrinitaria.

Quien se incorpora a Cristo y marcha en su seguimiento, participa por ese mismo hecho de la comunión de Dios y contribuye a transformar la historia en historia de salvación.

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José Ramón García-Murga