PSICOLOGÍA
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SUMARIO: I Introducción.—II. Paternidad y filiación a partir de Freud: 1. De lo clínico a lo sociocultural; 2. Posible lectura del modelo freudiano, hoy.—III. Jung y el tema trinitario: 1. Arquetipos y Trinidad: a. Trinidad frente a cuaternidad, b. Padre, Hijo y Espíritu Santo como arquetipos, c. El arquetipo de la Madre; 2. Posible lectura del modelo jungiano, hoy.


I. Introducción

¿Que hace la palabra "psicología" en un Diccionario del Dios cristiano? No se trata de someter el misterio de Dios, uno y trino, a las técnicas metodológicas de la ciencia psicológica, cayendo en un burdo reduccionismo epistemológico o psicologismo. Otra cosa es que una psicología de la religión no tenga nada que decir sobre cómo se vivencia y representa este misterio, por parte de los creyentes, y las posibles conductas determinadas por estas creencias, tanto a nivel individual como sociocultural. Como expuse en otros lugares', también la fe cristiana se inscribe necesariamente en la dinámica de cada sujeto personal y de cada grupo y se expresa siempre en significantes humanos. Es ahí, y sólo a ese nivel antropológico, donde nos vamos a situar, optando además por un enfoque dinámico y profundo, partiendo de dos modelos básicos y, en cierto modo contrapuestos y complementarios a la vez: el psicoanálisis de Freud y la psicología analítica de Jung.


II. Paternidad y filiación a partir de Freud

Hay que reconocerle a Sigmund Freud la genialidad de haber sabido intuir, en la propia textura de sus finos análisis de casos clínicos concretos, la universal importancia de la figura del padre como factor básico configurador de la personalidad del hijo, a nivel profundo de la constitución misma del sujeto, en cuanto tal.

1. DE LO CLÍNICO A LO SOCIOCULTURAL. Utilizando los datos recogidos, tanto en su propio autoanálisis como en la escucha psicoanalítica y relación transferencial de sus pacientes, Freud elabora retrospectivamente un modelo teórico o constructo mental, de la dramática experiencia infantil, ocurrida entre los tres y los seis años, que llamó complejo de Edipo. Sería en este fantasmal escenario de la infancia de cada criatura humana, donde una tríada de personajes van a representar vivamente el trágico juego conflictual de las pulsiones de vida y de muerte, de cuya resultante dinámica va a depender, en gran parte, el destino del sujeto. Este, en efecto, como el mítico Edipo, no puede acceder a su propia identidad y al universo humano, sin haber antes renunciado dolorosamente al deseo de posesión fusional y plena con la madre y de la agresiva eliminación del padre, aceptando su ley y su palabra y tomándolo como modelo y promesa de un futuro de progresiva realización y maduración humana a conseguir. Todo ello se expresaría en la instancia superyoica, "heredera del Edipo".

Ahora bien, a la hora de intentar una interpretación psicoanalítica de la cultura y su componente más característico e incluso fascinante para Freud, la Religión en su realización más representativa, la fe monoteísta en un Dios transcendente al que se le llama Padre,se ve en la necesidad de elaborar lo que denomina mito científico, que, en el fondo, no es otra cosa que un Gran Complejo de Edipo a nivel sociocultural. Freud lo expone en dos importantes obras dedicadas a la psicogénesis de la "Religión del Padre": Totem y Tabú (1913) y Moisés y la religión monoteísta (1939). Lo esencial es el Parricidio primordial cometido por los hijos de la horda de homínidos bajo un padre bestial y omnipotente, cuyos impulsos instintivos del sexo y de la agresividad se ejercían sin limitación alguna, sobre ellos. Tal vez el héroe ejecutor del crimen en nombre de sus hermanos —que aparecerá después en el mito— fue el "hijo menor protegido por la madre". Todos participan orgiásticamente en su muerte y en el banquete en que lo devoran, en un "mágico" intento por apoderarse de sus poderes, fantaseados por ellos según la omnipotencia de sus propios deseos.

Una vez cometido el crimen, se operó, sin embargo, una inesperada transformación en los hijos que, en realidad, pasaron a ser "humanos": aparece por primera vez en el mundo el sentimiento de culpabilidad junto a una toma de conciencia de la significación intencional de dicho parricidio, que les resulta angustiosamente insoportable, conduciéndolos defensivamente a una especie de olvido represor y a un pacto fraterno por el que se obligan a la observancia voluntaria de las prohibiciones impuestas por el padre muerto, convertidas ahora en código ético-social como expresión de la internalización superyoica, inconscientemente operada. El acontecimiento traumático —to simple fantasía desiderativa?— fundante ya se habría llevado a cabo. El resto es cuestión de un tiempo de "latencia" , en el proceso filogenético e histórico de la humanidad, para que se produzca el "retorno de lo reprimido", con sus "deformaciones" por el compromiso entre deseo y defensa, pero encerrando ese "algo grandioso" presente siempre en el origen de la religión y que constituye su "verdad histórica": retorna transfigurado por la idealización, más o menos sublimadora, el Protopadre de la horda, pero también el padre fantasmal e imaginario del complejo de Edipo infantil, omnipotente, celoso, exclusivo y único, que impone su Ley sin apelación alguna y que se llama ahora Padre-Dios.

Este mismo esquema y modelo teórico lo aplica Freud, a la hora de analizar los orígenes de una concreta y paradigmática Religión del Padre, el judeocristianismo: repetición histórica de la muerte del padre, llevada a cabo en la persona del "Moisés egipcio", con la represión u "olvido social" consecuente y reavivación del retorno de lo reprimido. Parte de esta historia aparecería en el relato bíblico, para el exégeta que, como Freud, sepa releer el texto bajo sus tachaduras, sustituciones y lagunas. Y culminaría en el Evangelio o buena noticia proclamada por el Cristianismo, a través de la persona de Pablo, en cuya mente "por vez primera —dice Freud— surgió el reconocimiento: 'Nosotros somos tan desgraciados porque hemos matado a Dios Padre Mas esta "parte de verdad" se transmitía bajo el disfraz delirante del alborozado mensaje:"Estamos redimidos de toda culpa, desde que uno de los nuestros rindió su vida para expiar nuestros pecados".. Y comenta nuestro autor: "la conexión entre el delirio y la verdad histórica quedaba establecida por la aseveración de que la víctima propiciatoria no había sido otra sino el propio Hijo de Dios".

El discurso de Freud sufre ahora una inesperada inflexión para negarle a la nueva religión cristiana lo que parecía haberle concedido, esto es, un saludable efecto terapéutico para dicha comunidad de creyentes por una buena solución edípica. Por el contrario, en lugar de ello, se habría llevado a cabo una especie de defensiva "regresión" al comienzo mismo de la situación edípica cuando el hijo desea sustituir al padre, llevado por la megalomanía cuasi delirante de la absoluta omnipotencia de su ilimitado narcisismo. No se contentó, pues, el retorno de lo reprimido con las consabidas "deformaciones" de sustituir la "gozosa sensación de ser el pueblo elegido de Dios" de los judíos, por la "liberadora redención" cristiana, y "el innominable crimen, por la nebulosa concepción de un pecado original"; sino que además, a causa de la vieja ambivalencia amor-agresividad en la relación paterno-filial, "si bien es cierto que su contenido esencial era la reconciliación con Dios Padre (...) no es menos cierto que... el Hijo, que había asumido la expiación, convirtióse a su vez en Dios junto al Padre y, en realidad, en lugar del Padre. Surgido de una religión del Padre, el cristianismo se convirtió en una religión del Hijo. No pudo eludir, pues, el aciago destino de tener que eliminar al Padre'.

2. POSIBLE LECTURA DEL MODELO FREUDIANO, HOY. Tomando a la libido como energía de las pulsiones del sexo y del eros, el drama edípico del hijo está descrito por Freud con expresiones, que evocan más bien el universo imaginario infantil, tal como es reconstruido ahora, al ser verbalizado en el análisis por el adulto ordinariamente neurótico, y con términos, a veces demasiado impregnadas de connotaciones sexuales y biológicas.

No hay que dejarse, sin embargo, enredar por la literalidad de estas frases, y pasar a las significaciones del proceso estructural aquí descrito: el personaje paterno es un irremplazable factor en la constitución humana del sujeto, comparable a como lo fue el personaje materno en la de su organismo fisiológico y primera "catectizadora" suya, ya en la inmediatez de una inefable comunicación preverbal de cuerpo-a-cuerpo, en el cálido abrazo envolvente y en el delicado toque de la caricia amorosa; pero también, en la transmisión del lenguaje "mítico-fundante" y de los tradicionales "códigos higiénicos", que posibilitan el dominio básico de la corporalidad, la cual, profundamente marcada por el troquelado materno de la urdimbre afectiva primaria (Rof Carballo), se convierte en un verdadero archivo de la prehistoria y protohistoria biográfica y en matriz de símbolos de resonancias oceánicas, que afloran incluso en las experiencias místicas.

Lo mismo diríamos del énfasis que Freud parece poner en la defensa de su mito del parricidio primordial como "acontecimiento histórico", cuyo "recuerdo inconsciente", por un curioso lamarckismo que nunca quiso abandonar, habría pasado a transmitirse hereditariamente, hasta tal punto que elpropio complejo de Edipo infantil no se entiende si no es remitiendo al mito

Hoy podemos, sin embargo, hacer una lectura de los textos freudianos, desde una perspectiva que sea compatible, al menos, con los datos de la antropología, etnología e historia de las religiones actuales, así como con ciertas adquisiciones de la psicología de la religión. El propio discurso psicoanalítico no puede seguir simplemente repitiendo literalmente la palabra de Freud, sobre todo después del impacto lacaniano. En cuanto al tema que nos ocupa, así lo han entendido un grupo de autores cristianos, entre los que destacamos los más significativos en la bibliografía.

En primer lugar, deberíamos tal vez reformular las experiencias y procesos estructurantes de la situación edípica, transcribiéndolos en otro modelo expresivo, y ver en el parricidio primitivo una especie de parábola para hacer comprensibles los elementos estructurales básicos, que han debido estar presentes en el paso teórico de la aparición del hombre a partir del animal: la sustitución de un comportamiento determinado por el código genético, por una conducta regida por un código cultural.

En segundo lugar, todos admiten, de una forma o de otra, que sus prejuicios teóricos y defensas inconscientes impidieron a Freud hacer una aplicación más positiva en la valoración de la idea cristiana de un Dios que se revela como Padre y como Hijo, entrando a través de éste en la propia historia humana, reconciliando al hombre con Dios y consigo mismo, al ser reconocido por el Padre como hijo y por el Hijo como hermano y amigo.

Si alguna religión, en efecto, presenta en sus textos fundamentales, expresiones que indican la buena solución de un complejo de Edipo, tal como lo entiende Freud, es el cristianismo. Y ¿cómo defender seriamente que el Hijo sustituye y elimina al Padre, cuando aquél aparece siempre como un Mediador, en la conocida fórmula ritual de las oraciones dirigidas al Padre, "por Cristo, Nuestro Señor"? Atribuye al convertido Saulo de Tarso la verdadera fundación del cristianismo al convertir en Dios a Jesús, para que el Hijo ocupase el lugar del Padre; pero ahí están las cartas de Pablo como a Gálatas, 4, 4-5 o a Romanos 8, 5-16, para desmentirlo, probando, por el contrario, que el psicoanálisis puede iluminar y enriquecer una cuidadosa exégesis bíblica.

Por lo demás, la sustitución de la circuncisión —fisiológicamente mirada, un significante más cercano a la "castración" psicoanalítica— por el rito bautismal, no restaría nada al reconocimiento de la deficiencia asumida, en una muerte y resurrección simbólicas, con la aceptación de la Ley del Padre y la imposición del nombre propio, por el que el bautizado es oficialmente reconocido como hijo en la comunidad eclesial de los hermanos, presentado por la Madre-Iglesia.

La iluminación psicológica que nos puede ofrecer las aportaciones freudianas sobre las relaciones paterno-filiales, a nivel simbólico, "nos ayudan, además, a elucidar la relación cristiana a la ley ética, tal como Jesús la ha manifestado al subvertir la Ley por amor de la Ley. En primer lugar el vínculo de filiación da a la ley ética su significación de un don paternal", pues que se convierte en voluntad del Padre, como lo vivió Jesús'.

Por otra parte, el grupo de psicólogos de la religión de la Universidad de Lovaina ha demostrado que sólo muy parcialmente es cierta la afirmación freudiana de que la imagen de Dios no es otra cosa que la imagen sublimada o idealizada de los padres, puesto que contiene rasgos que no están presentes en ninguna de las imágenes parentales

Freud silenció casi por completo, la función del personaje y símbolo de la madre en la interpretación religiosa. Ahora bien, esta ausencia va de la mano con el de la tercera persona del dogma cristiano, el Espíritu Santo, el cual psicológica y simbólicamente representa un poco el rostro materno de Dios y su cercanía de inmanencia amorosa en el hombre, en contraposición a la transcendencia y alteridad absoluta del Padre, así como a la historicidad del Hijo, que viene a plantar su tienda entre nosotros, como Maestro y fundador de una comunidad de hermanos. Quizá sería demasiado pedir a un judío como Freud, aunque se llame "infiel", que reconociese y valorase, al menos en sus aspectos antropológicos y clínicos, la riqueza de una imagen de Dios, como unidad relacional de personas, en plenitud de vida amorosa e inteligente, que se desborda hacia su criatura humana, haciéndola participante de este íntimo proceso vital, trino y uno, y equilibrando así la vida de cada cristiano y de la comunidad eclesial "en correspondencia con la triple referencia a Dios: transcedente, histórico e inmanente al destino humano'.


III. Jung y el tema trinitario

A diferencia de Freud, aunque moviéndose en el espacio de la llamada psicología profunda, pero con un modelo antropológico muy diverso, además de analizar el fenómeno religioso en Psicología y religión (1940) y antes y después en la mayor parte de sus obras, aborda directamente el estudio analítico de los símbolos presentes en la formulación misma del dogma trinitario, sobre todo en Ensayo para una interpretación psicológica del dogma de la Trinidac, objeto primero de una conferencia, en 1940, para convertirse más tarde en la cuarta parte de su libro Simbología del Espíritu, ocho años después, por cuyo sólo título podemos deducir la importancia que cobra en él, a la inversa de Freud, la tercera persona de la Trinidad. El tema se complementa con Respuesta a Job (1952).

1. ARQUETIPOS Y TRINIDAD. Donde Freud terminó por admitir unos "restos y herencia arcaica", que nunca supo tematizar adecuadamente, Jung comenzó por valorar e indagar lo que en el inconsciente aparece como transpersonal, esto es, no reductible al análisis biográfico del individuo. Partiendo de los extraños mitologemas que aparecían en los delirios de sus pacientes esquizofrénicos y en sus propias fantasías al confrontarse con su inconsciente, y comparándolos con los relatos mitológicos de los pueblos, con las fantasías de los artistas, la simbología de los gnósticos y alquimistas, pero también de los místicos, así como del folklore y de las religiones, llegó a la conclusión de que, además del inconsciente personal, efecto de la represión, existía un inconsciente colectivo, fruto de la filogénesis a nivel anímico y constituido por estructuras formales, que llamó "arquetipos", en cuanto que representan el modo de vivenciar y actuar, típico del horno sapiens.

Pues bien, para Jung, a la formulación dogmática del dogma cristiano de la Trinidad, que tiene por de pronto significación simbólica, corresponde la consiguiente estructura arquetípica, sin la cual no existirían los auténticos símbolos, ni podría llamarse al Credo el "símbolo" de la fe.

a. Trinidad frente a cuaternidad. Para Jung, en efecto, el hombre es un ser psicológicamente religioso, por ser portador de un arquetipo divino o "Dios interior", que es también el que constituye el Centro mismo de su personalidad total, el Selbst o Sí-mismo. Se queja y defiende de que algunos teólogos le tachen de psicologista: "cuando demuestro —dice— que el alma, por su naturaleza, posee una función religiosa, y cuando postulo que la misión más elevada de toda educación del adulto consiste en llevar a la conciencia ese arquetipo de la imagen de Dios o más bien de sus irradiaciones y efectos". Y añade:"se me ha reprochado que yo 'deificaba el alma'. ¡No fui yo.. sino Dios mismo quien la deificó! No fui yo quien inventó una función religiosa del alma, sino que sencillamente presenté los hechos que demuestran que el alma es naturaliter religiosa". Y termina: "De manera que si como psicólogo digo que Dios es un arquetipo, me refiero al tipo impreso en el alma, vocablo que, como es notorio deriva de typos = golpe, impresión, grabación. Ya la palabra arquetipo supone un agente que imprima...".

Sería a partir de este arquetipo central y totalizador, que incluye de algúnmodo a los demás, de donde provendrían las raíces profundas de todos los símbolos religiosos, siempre que encontrasen la adecuada disposición yoica para su emergencia creadora. Es aquí donde Jung encuentra una cierta dificultad: tanto el Yo-mismo como las imágenes de Dios se manifiestan, en los conocidos símbolos mandálicos como Círculo sagrado y como Cuaternidad, mientras que el Dios cristiano se revela como Trinidad. La solución jungiana es que, mientras "la tétrada es un esquema de ordenamiento natural — natürlich—, en la tríada está presente lo künstlich" o conscientemente elaborado desde el yo, en contraposición a los procesos del inconsciente arquetípico o subjetual-objetivo. La Iglesia, sobre todo a través de sus concilios, habría separado de la Divinidad todo el problema de Mal o de la "Sombra" que necesariamente acompaña al bien, convirtiendo a Dios en el Summum Bonum; pero implícitamente, en el misterio de la Encarnación y de la Cruz en oculta connivencia con el Espíritu Santo, el propio proceso diferenciador de evolución dogmática llevaría inexorablemente a la explicitación de una Cuaternidad, ya claramente apuntada en la última declaración dogmática de la Asunción de María.

b. Padre, Hijo y Espíritu Santo como símbolos arquetípicos. Jung intenta mostrar que existe un indudable paralelismo entre el proceso histórico de elaboración formuladora del dogma trinitaria, por el que se llevó a cabo la traducción simbolizadora de los materiales imaginarios surgidos del arquetipo al orden simbólico de las formulaciones dogmáticas, y el proceso de individuación, por el que el sujeto humano se realiza, llegando a encontrarse consigo mismo, al integrar como paradoja viviente lo más universal y típicamente humano en su singularidad individuada. La posibilidad de dicho paralelismo estaría asegurada por la base común de ambos procesos: el inconsciente colectivo.

He aquí los tres personajes y escenas a la vez del drama trinitario, en correspondencia con el camino de individuación que es necesario ir haciendo e ir haciéndose al ritmo del propio caminar:

1°. El Padre psicológicamente representa "el estado de conciencia temprano... dado, irreflexivo, un simple saber de algo dado sin juicio moral ni intelectual", sea a nivel personal o colectivo de una sociedad o grupo. Estos caracteres estarían presentes en la figura de Yahvé, como un Auctor rerum inconscientemente infantil.Es decir, responde a una imagen arcaica que el hombre se hace de la Divinidad, más cercana a un producto del inconsciente indiferenciado, que es decir imaginario-fantasmal y poco elaborado simbólicamente.

2°. El Hijo representa una transitoria diferenciación del habitus original paterno, sustituido ahora por una forma de vida "conscientemente seleccionada y adquirida", que supone cierta comprensión del sentido y decisión moral, pero se trata de una toma de conciencia demasiado racional y conflictiva. Por eso, el cristianismo, caracterizado por el Hijo, "impulsa al individuo a la decisión y a la reflexión", frente al legalismo judío de carácter "paterno".

3°. El Espíritu, finalmente, representa una etapa o modo de ser final, como cerrando el círculo de la filiación del presente histórico en dependencia o rebelión de un pasado originario de paternidad: "se extiende hacia el futuro, más allá del Hijo...hacia una vitalidad propia del Padre y del Hijo", como realización progresiva del Espíritu, última transformación psíquica del encuentro Ich-Selbst o Yo - Mí-mismo, meta del proceso individuador. En este recorrido en espiral, "en cierto modo, se restablece el estado inicial paternal', como retorno diferenciado, por un reconocimiento por parte del Yo-Hijo del Inconsciente-Padre y una voluntaria subordinación a él, como origen y centro: del estado de inconsciencia indiferenciada e infantil, se pasa en el estado de Espíritu a una especie de infancia espiritual y sencilla Sabiduría, representada por la impotencia de un Anciano, de un Niño o de una frágil Avecilla. Lo cual es expresión de que se ha renunciado a todo deseo "inflacionista" del Yo, impulsado a imponer sus unilaterales pretensiones de saber o de poder absolutos".

c. El arquetipo de la Madre. Si en el modelo freudiano, como hemos visto, la madre es la gran ausente a la hora de elaborar una interpretación de la imagen del Dios cristiano —en cierto paralelismo con su menor importancia en comparación con el padre en el acceso del sujeto a su mundo simbólico o universo humano—, en el modelo jungiano, hay una verdadera inflación materna, sobre todo en el varón en el cual su propia alma tiene carácter femenino de anima.

En realidad, todo el inconsciente arquetípico, como matriz de símbolos y fuente de creatividad simbólica, tiene, para Jung, un carácter eminentementefemenino y materno respecto al Yo como centro de la conciencia y delegado del Sí-mismo. Cada fase del proceso de individuación puede ser, en este sentido, considerado como un nuevo y simbólico retorno a la madre como fuente de vida humana y de creatividad cultural, entendida por Jung como espiritual y distinguiéndola, en contraposición a Freud, de la simple "civilización" de carácter más bien técnico y material.

Dentro de este encuadre paradigmático, el símbolo materno , que ya a nivel familiar, proviene del arquetipo Madre que toma como soporte a la madre física, estaría como enmascarado en la persona trinitaria del Espíritu Santo, en cuanto Espíritu-en-el-hombre-pecador más que en el Cristo-sin-pecado, como se operó la encarnación del Hijo inmaculado, en una madre inmaculada. Y es que, en este último caso, se consiguió la perfección — Vollkommenheit— sin "Sombra" alguna, es decir, "masculina", mientras que en la venida del Espíritu sobre el hombre normal, se integra dicha sombra, dando como resultado la plenitud — Vollstdndigkeit—"femenina"; y "de la misma manera que la totalidad es siempre imperfecta, la perfección es siempre incompleta y por ello representa un estado final estéril", en cambio, "lo imperfectum lleva dentro de sí los gérmenes del perfeccionamiento futuro", progresivo y diferenciador.

Y si María, en íntima unión siempre con el Espíritu, como Esposa de Dios y Reina del Cielo "encarna la Sabiduría" y "realiza los pensamientos de Dios, dándoles forma material, que es prerrogativa absoluta del ser femenino", también la Ruaj Elohim, Espíritu de Dios, es también femenina.

A pesar de todo esto, Jung se pregunta: "¿Por qué nunca en el mundo se ha dicho Padre-Madre-Hijo? Esto sería más 'razonable' y 'natural' que Padre, Hijo y Espíritu santo", si la imagen del Dios trinitario fuese una transposición, como defiende Freud, de las figuras familiares. Y contesta: "no se trata sólo de una condición natural, sino de una reflexión humana, que se asocia a la sucesión natural de Padre-Hijo. Esta sucesión es la Vida sustraída a lo natural, y su Alma especial, que se reconoce como existencia aparte. Padre e Hijo están unidos en la misma Alma o en la misma fuerza creadora —Kamufet— según la versión egipcia antigua. Esta última forma es desde luego la misma hipóstasis de un atributo como respirar —spirare— o alentar de la Divinidad". De este modo, El Espíritu Santo, como soplo amoroso de vida es algo "agregado a la figura natural de Padre-Hijo". Y, como contraposición, tendríamos el hecho ilustrativo de que "el gnosticismo cristiano inicial tratara de eludir esta dificultad entendiendo el Espíritu Santo como Madre. Pero, con ello, habría permanecido en la imagen natural arcaica, en el triteísmo, y, por lo tanto, en el politeísmo del mundo patriarcal"' .

2. POSIBLE LECTURA DEL MODELO JUNGIANO, HOY. Una posible lectura de las aportaciones de Jung al tema de las representaciones simbólicas del Dios cristiano, al que se le confiesa como trino en personas y uno en esencia, podría ser comenzando por abrir su excesivo inmanentismo natural-materno, a la transcendencia paterno-cultural, a fin de equilibrar el juego dialéctico entre lo mítico-transpersonal con lo histórico-biográfico, que nos permita un progreso del pensamiento, instaurando nuevas significaciones, en la búsqueda comprensiva de la verdad. El mismo ha caído en la cuenta de que la formulación dogmática del dogma cristiano trinitario ha operado una ruptura en el círculo hermético de un natural proceso simplemente evolutivo-diferenciador, proveniente del arquetipo, a diferencia de la posición gnóstica. Gracias a la historicidad de Cristo, reconocido como Palabra del Padre y a su propio mensaje de verdad testimonial, para quien libremente le crea como Hijo-Testigo, que ofrece además como garantía al Espíritu, puede romperse el embrujo de inmanentismo arquetípico omnipresente.

Desde aquí, y teniendo en cuenta el proceso de simbolización jungiano, según el cual se requiere la participación conjunta del arquetipo y del yo consciente abierto al mundo, se deduciría que la Trinidad es un auténtico símbolo arquetípico, en cuanto que hunde sus raíces en los manantiales más profundos del psiquismo típicamente humano y, por otra parte, un símbolo cultural, fruto de la elaboración de la comunidad cristiana, durante siglos, en su afán por "traducir" fielmente en una formulación de fe, el contenido de la tradición recibida de Jesús como acontecimiento histórico.

Inscrito en este nuevo cuadro referencial, su paralelismo entre el proceso de individuación y los símbolos trinitarios, permitiría psicológicamente un acercamiento integrador del dogma a la vida cristiana personal y eclesialcomunitaria, al destacar los vínculos de semejanza presentes en el psiquismo típicamente humano, que posibilitarían una vida de comunión con los demás y a la vez profundamente individuada sin ser individualista. ¿No se realizaría así simbólicamente, tal como es posible a nivel humano, la formulación del misterio: singularidad de personas en unidad de comunión vital a nivel del Espíritu? En este sentido y gracias a la eficacia simbólica, Jung ha sabido ver la incidencia del misterio trinitario, ritual y simbólicamente dramatizado en el sacramento del bautismo, con todo su poder transformador como rito iniciático: lo que el dogma enuncia lo realiza el rito sacramental; Padre, Hijo y Espíritu tienen su trina y una acción conjunta en el nacimiento del nuevo cristiano de la Madre-Iglesia, agua viva de esa fuente bautismal, que es útero y sepulcro a la vez'.

Y en cuanto a esa progresiva toma de conciencia, por parte del creyente y del propio cristiano de una imagen de Dios más humana y a la vez más "paradójica", donde puedan integrarse las aparentes contradicciones en forma de "contrastes", incluyendo los aspectos sombríos del problema del mal, que Jung ve con esperanza optimista en el símbolo del Espíritu Santo aceptando al hombre tal como es, con sus luces y sombras, de acuerdo con el arquetipo del Espíritu o del sentido espiritual, el único que puede dar consistencia integradora a la vida, ¿no le daría un tanto de razón el actual movimiento carismático, con un indudable fondo "materno", capaz de provocar profundas experiencias cristianas, siempre que noeluda la Palabra y la Ley del Padre y su identificación fraterna con el Hijo así como su compromiso con la realidad humana?

[ -> Amor; Antropología; Bautismo; Comunidad; Comunión; Cruz; Encarnación; Espíritu Santo; Experiencia; Fe; Gnosis y gnosticismo; Hijo; Historia; Iglesia; Jesucristo; Judaísmo; María; Misterio; Mística; Monoteísmo; Padre; Politeísmo; Relaciones; Religión; Trinidad.]

Antonio Vázquez Fernández