POBRES, DIOS DE LOS
DC


SUMARIO: I. El Dios de Jesús, Dios de los pobres.—II. Los pobres, lugar teológico.—III. Consideraciones pastorales.


I. El Dios de Jesús, Dios de los pobres

El Dios de la fe cristiana es el Dios revelado, amor radical y originario, que por decisión absolutamente libre se ha hecho historia. En ella eligió a su pueblo y se alió con él, informando con sus promesas de salvación su destino. En ella se autodonó a los seres humanos como Padre, sobre todo en el Hijo hecho carne, que plantó su tienda entre nosotros, Jesús de Nazaret. Y en ella continúa presente, otorgando sentido a nuestras vidas con la fuerza vivificadora y liberadora de su Espíritu (Dios trinitario).

En Jesús, imagen o icono donde el invisible se hace visible y el inaudible audible, se perfila el rostro del verdadero Dios de la fe cristiana. En él se concentra y plenifica su revelación (cf. Heb 1, 1-2). Es en Jesús, y a partir de sus palabras y obras, de todo su vivir, morir y resucitar, donde podemos saber de Dios.

La teología actual, y muy especialmente la llamada teología de la liberación, subraya que en Jesús Dios se nos muestra de forma inequívoca como Dios de los pobres. Su Dios es el del Reino que llega como Buena Noticia de salvación u oferta de vida bienaventurada para los pobres y oprimidos de la tierra.

Ya en la experiencia de Moisés, generadora del Yahvismo, Dios aparece como el Dios liberador de los pobres y oprimidos: «El Señor le dijo: He visto la opresión de mi pueblo en Egipto, he oído sus quejas contra los opresores, me he fijado en sus sufrimientos. Y he bajado a librarlos de los egipcios, y a sacarlos de esta tierra para llevarlos a una tierra fértil y espaciosa, tierra que mana leche y miel, el país de los cananeos, hititas, amorreos, fereceos, heveos y jebuseos. El clamor de los israelitas ha llegado a mí y he visto cómo los tiranizan los egipcios. Y ahora, anda, que te envío al Faraón para que saques de Egipto a mi pueblo, ,a los israelitas» (Ex 3, 7-10). La experiencia de Dios de Moisés, fuente de la formación de Israel como pueblo y punto central de referencia de todos los escritos bíblicos, está esencialmente vinculada a la liberación del pueblo pobre y oprimido en Egipto.

No es posible aquí recorrer el AT para mostrar que está perforado por esa misma vinculación entre Dios y los pobres'. El Dios de Israel sitúa la realización de la justicia y el derecho —es decir, la defensa de la vida de los pobres y desvalidos— en el centro de su plan, a realizar en el decurso de la historia. Es considerado como el defensor-liberador («Go'el») del pueblo y en particular de los pobres, en en el seno mismo de la nación judía: «Padre de los huérfanos y defensor de las viudas es Dios desde su santa morada: Dios prepara casa a los desvalidos, saca con bien a los cautivos» (Sal 68, 6-7). Por eso los profetas recordarán con insistencia que el conocimiento de Dios está vinculado a la práctica de la justicia o defensa de los intereses del pobre (cf. Jer 22, 13-16; Os 4, 1-2; 6, 4-6). Cometer injusticia con el pobre supone negar la identidad propia del pueblo elegido —llamado precisamente a mantenerse en el camino del Señor, practicando la justicia y el derecho (cf. Gén 18, 18-19)—y conduce a la idolatría o a la incapacidad para una relación verdadera con Dios. Recuérdense las llamadas «inventivas anticúlticas» de los profetas: Is 1, 10-20; Jer 7, 1-11; 22, 3-5; Am 5, 21-25; Os 6,6; 8,13; Miq 6, 6-8...

Con el anuncio del reinado de Dios que llega, centro indudable de su mensaje, con toda su vida pobre e informada por la opción solidaria en favor de los pobres, últimos y pecadores, Jesús nos revela a Dios como Dios de los pobres.

En efecto, con su anuncio del reinado de Dios que se acerca y hace presente, está ofreciendo en nombre del Padre una nueva forma de vida, caracterizada por la felicidad o bienaventuranza para los pobres, la libertad para los cautivos, la vista para los ciegos, la voz para los mudos, el andar para los cojos, la liberación para los oprimidos... La especificidad de su anuncio escandaloso radica en los destinatarios: los pobres, pecadores y excluidos, son invitados a sentarse en los lugares preferentes del banquete del reino.

El acontecimiento jesús, considerado en su globalidad, permite verificar lo afirmado. Conviene, sin embargo, aducir algunos textos especialmente densos, de carácter programático, en los que la vinculación esencial de Jesús con los pobres aparece con especial claridad.

Recordemos en primer término la solemne declaración de identidad, vinculada a la misión a realizar, hecha por Jesús en la sinagoga de Nazaret: «Llegó a Nazaret, donde se había criado. El sábado entró en la sinagoga, según su costumbre, y se levantó para tener la lectura. Le entregaron el volumen del profeta Isaías y, desenrollando el volumen, dio con el pasaje donde estaba escrito: El Espíritu del señor descansa sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado a dar la buena noticia a los pobres, a proclamar la libertad a los cautivos, y la vista a los ciegos, a poner en libertad a los oprimidos, a proclamar el año favorable del Señor (Is 61, 1-2). Enrolló el volumen, lo devolvió al sacristán y se sentó. Toda la sinagoga tenía los ojos clavados en él, y empezó a hablarles: Hoy ha quedado cumplido este pasaje ante vosotros que lo habéis escuchado» (Lc 4, 16-21).

En la profecía de Isaías, que Jesús declara cumplida en él, se habla de los signos que prueban la unción del Espíritu y la verdad de la tarea mesiánica: la Buena Noticia es comunicada a los pobres y esto lleva consigo libertad para los cautivos, vista para los ciegos, liberación para los oprimidos...

La misma conclusión se extrae al considerar la respuesta dada por Jesús a los discípulos enviados por Juan. De nuevo la identidad de Jesús, insinuada en el texto como escandalosa, queda esencialmente vinculada a su praxis salvífico-liberadora dirigida a los pobres (cf. Mt 11, 4-6 y Lc 7, 22-23).

En el conocido capítulo 25 de Mt se establece como criterio último de salvación o perdición la relación con Jesús (que ocupa así el lugar de Dios), pero identificado con el hambriento, sediento, prisionero..., es decir, con los más pobres. En ellos —en los crucificados de hoy y de siempre, cualquiera que sea su condición subjetiva, situación moral o disposición espiritual— escandalosamente identificados con Jesús mediante el «lo hicisteis conmigo», se juega la causa de Jesús en la historia.

Otros pasajes especialmente significativos son los de las bienaventuranzas. Dupont, el conocido exégeta benedictino belga, ha mostrado la significación estrictamente teológica de las dos formulaciones, la mateana y la lucana. Al proclamar bienaventurados a los pobres Jesús no está haciendo referencia a su supuesto mérito o virtudes morales, sino a la justicia del reinado de Dios que llega. Y así nos muestra la identidad del verdadero Dios: Dios del reino, cuya voluntad es que los pobres tengan vida abundante o sean bienaventurados. Está aquí en juego el ser de Dios y su forma de actuar en la historia. Dicho de otra manera: vinculando el reinado de Dios a la felicidad de los pobres, Jesús nos revela un Dios que por ser de los pobres interviene en la historia para liberarlos o lograr su bienaventuranza.

Esta revelación de Jesús resultó escandalosa y generó incomprensión y conflictividad. Una conflictividad teológica, centrada en el ser de Dios y en la funcionalidad por El ejercida en la historia o, más concretamente, en la vinculación establecida entre Dios y su reinado con los pobres. Muchas de las parábolas evangélicas hay que leerlas como defensas de Jesús ante los ataques derivados de ese escándalo e incomprensión. Refiriéndose a ellas dice J. Jeremias: «Esta es su situación vital (Sitz in Leben): primariamente no son una presentación del evangelio, sino defensa, justificación, armas en la lucha contra los críticos y enemigos de la Buena Nueva, a los que subleva la predicación de Jesús, que Dios tenga que ver con los pecadores, y que se escandalizan especialmente de que Jesús se siente a la mesa junto con los despreciados»'.


II. Los pobres, lugar teológico

Hablar de Dios como Dios de los pobres es utilizar un lenguaje histórico, operativo. Equivale a hablar de la presencia continuada y preferente de Dios en la vida de los pobres. El Dios de Jesús se revela en la historia de un modo concreto que resulta escandaloso, especialmente allí donde la vida de las gentes es marginada, oprimida o incluso negada y crucificada. Como subraya con fuerza V. Araya «la historia como lugar teofánico privilegiado adquiere una escandalosa concreción: el calvario antivida del mundo»

A partir de estas consideraciones algunos teólogos hablan de los pobres como lugar teológico: si Dios es el Dios de los pobres, los pobres son lugar teológico. Lo son por ser el lugar donde el Dios de Jesús se manifiesta de modo especial, ya que el Padre así lo ha querido. En ellos, como señala I. Ellacuría, «vemos quién es Dios» al ser «sacramento y presencia» suyos, «aunque esto no signifique que sea claro cómo Dios se descubre, se hace vida y salvación entre los pobres».

La pobreza inhumana e indigna que acerca a los pobres a la muerte temprana e injusta, más que signo de la presencia del Dios del Reino que llega como bienaventuranza para los pobres, parece ser signo de su ausencia. En este sentido, la existencia de los pobres pone en cuestión la presencia salvífico-liberadora de Dios en la historia.

Los pobres y su pobreza injusta obligan a plantear la cuestión de la «impotencia» o «debilidad» de Dios en la historia, al haber elegido una forma de presencia únicamente informada por el amor que se detiene ante el libre arbitrio (y el pecado) de los seres humanos.

Por eso, y en primer término, los pobres son «sacramento» de una presencia de Dios escandalosa, escondida y desconcertante, presencia doliente y misteriosa, que alcanzó su máxima densidad en la Cruz de Jesús, donde el Padre Dios estaba con el crucificado reconciliando al mundo consigo.

Desde la consideración de la pobreza injusta de los pobres descubrimos una primera forma de presencia de Dios. Dios está presente en los pobres como Dios impotente y débil, negado y crucificado. Y lo está, «fracasando» en la historia, sufriendo con ellos y haciendo suyo misteriosamente ese dolor. La teología cristiana no puede considerar la relación de Dios con la historia sin asumir la densidad del silencio divino que abandona a Jesús en la cruz y que se prolonga en silencio semejante ante los crucificados de hoy y de siempre. En la cruz de Jesús y en todas las cruces posteriores Dios se muestra como Aquél que no puede poner fin a la injusticia convertida en sufrimiento de los pobres. O, para ser más precisos, como Aquél que no interviene en la historia manipulándola «desde fuera», con intervenciones «categoriales» o el envío de legiones de ángeles, sino asumiéndola con toda su conflictividad y carga de sufrimiento «desde dentro», combatiendo el mal con la única fuerza del amor solidario. Presencia-ausencia o silenciosa y dolorosa presencia ya que, como bien indica González Faus, «el silencio de Dios no significa que Dios no interviene en absoluto en el mundo, sino que sólo interviene con la llamada y la oferta y la interpelación de su amor».

Pero los pobres no sólo son crucificados sufrientes. Son también, y al mismo tiempo, profetas que denuncian, a veces sin palabras, su propia situación, inaceptada e inaceptable. Y son incluso, al menos algunos de ellos, agentes esperanzados del cambio social deseado y deseable. Una lectura creyente descubre en el ánimo, ilusión y esperanza de los pobres —dato real, que no se explica desde una lógica puramente racional— el reino que se hace «ya» presente en la historia, aunque sea de forma incipiente.

Dios está en los pobres no sólo sufriendo misteriosamente con ellos, sino también negando activamente su presente doloroso y anunciando, reclamando y suscitando un futuro nuevo que se anticipa ya, de alguna manera, en su esperanza. El consufrir de Dios con los pobres es un momento de su presencia que debe ser combinado dialécticamente con ese otro momento en el que el mismo Dios niega activamente la pobreza injusta y afirma —demandando y suscitando compromiso liberador— un futuro que se abre a los valores del reino. Con su esperanza traducida en praxis liberadora, los pobres son «sacramento» de un Dios liberador que está contra la pobreza injusta y quiere su superación.

El lenguaje cristiano sobre el Dios de los pobres está caracterizado por esa «bipolaridad dialéctica» de que hablan los teólogos de la liberación y que deriva de la consideración creyente de la Cruz y Resurrección de Jesús.


III. Consideraciones pastorales

a) Conviene recordar aquí un principio elemental de epistemología teológica: la «circularidad» que se da entre revelación de Dios y su conocimiento, por una parte, y la vida creyente realizada en la fidelidad, por otra. Esto significa que para conocer a Dios no basta el esfuerzo intelectual. Se requiere sobre todo la honestidad existencial. Si aplicamos esto a nuestro tema podríamos decir: para conocer al Dios de los pobres, para captar su presencia en la historia, es preciso estar abierto al mundo de los pobres, hacerse cargo de su realidad, cargar con ella o sentir como propias sus demandas y encargarse de su transformación liberadora. Dicho de otro modo: para «ver y oir» al Dios de los pobres hay que optar por estos últimos y su causa.

b) El Dios de los pobres es el Dios Padre (y Madre, naturalmente) de todos. Expresado de forma más dialéctica: sólo el Dios de los pobres puede ser el Dios de todos, en un mundo donde las diferencias entre los llamados a ser prójimos son hirientes, ya que la fraternidad exige la realización de la justicia. La particularidad preferente por los pobres es la mediación histórica que concreta y hace real el amor universal de Dios. G. Gutiérrez lo expresa con fuerza: «Universalidad y preferencia sellan el anuncio del reino. Dios dirige su mensaje de vida a todo ser humano, sin excepción. Al mismo tiempo manifiesta su amor preferente por los pobres y oprimidos. Su "incondicionada y apasionada" opción "siempre contra los soberbios, siempre a favor de los humildes, siempre contra aquellos que tienen derechos y privilegios, siempre a favor de aquellos a quienes se les niega y despoja esos derechos", como dice K. Barth, uno de los grandes teólogos del s. XX, no puede hacer olvidar que su amor no tiene límites y alcanza a todos. No es fácil mantener simultáneamente universalidad y preferencia, pero ese es el desafío si queremos ser fieles al Dios del reino que proclama Jesús: saber amar a toda persona en la opción preferencial por el pobre y oprimido»

c) Propiamente, no se puede confesar con verdad al Dios de los pobres sin optar por ellos y su causa. No se puede confesar al Dios crucificado sin estar con los que hoy siguen siendo crucificados, ni al Dios de vida que resucitó a Jesús de entre los muertos sin luchar contra la pobreza injusta que ocasiona la muerte temprana de millones de seres humanos. Tal vez por eso nos aferramos a nuestros dioses-ídolos y rechazamos al Dios-Padre que se nos manifestó en Jesús como Dios de vida para los pobres de la tierra y que en ellos sigue hoy manifestándose por la fuerza de su Espíritu, demandando amor solidario y la apuesta generosa en favor de su vida.

[-> Amor; Biblia; Conocimiento; Cruz; Espíritu Santo; Experiencia; Fe; Hijo; Historia; Icono; Idolatría; Jesucristo; Liberación; Padre; Pascua; Reino de Dios; Revelación; Salvación; Teología y economía.]

Julio Lois Fernández