MUJER
DC


SUMARIO: I. Introducción.—II. Dios y la dualidad sexual de lo humano en la creación: AT.—III. El Hijo de Dios y las mujeres: NT: 1. Jesús y las mujeres en los evangelios; 2.Las mujeres en el mensaje cristiano: a. los principios del mensaje cristiano (Gál 3,28), b. Los conflictos de la praxis, c. las consecuencias.—IV. Trinidad y dualidad sexual humana: 1. Alteridad y referencia: relaciones personales.


I. Introducción

Tanto la Teología como el tratamiento del tema de la mujer en ámbito católico adolecen de una escasa perspectiva trinitaria de las relaciones entre Dios y la mujer. Los intentos son más bien escasos en cuanto a planteamienio trinitario como tal. Abundan, sin embargo, los trabajos que abordan la 'cuestión desde alguna de las personas divinas, sobre todo desde Jesús y desde 'el Espíritu Santo. Creemos que el planteamiento unitario de las relaciones entre Dios y la mujer, en perspectiva trinitaria, aportaría datos interesantes a la reflexión, tales como el enfoque relacional de la dualidad sexual del ser humano, o la convicción de que se trata de una cuestión que, lejos de ser marginal, implica la pertenencia de nuestra realidad a la realidad de Dios no sólo desde el punto de vista de la criatura, sino también desde la asunción de este conflicto que es historia nuestra, en la historia de Dios.


II. Dios y la dualidad sexual del ser humano en la creación: AT

La analogía trinitaria que lleva a afirmar la igualdad personal de los sexos se basa en Gén 1,26-27 en que por dos veces, primero en discurso directo de Dios y luego en boca del narrador que nos relata la acción ya cumplida de Dios, se nos dice que el ser humano sexuado es creado a imagen suya. Sin embargo las interpretaciones que a lo largo de los siglos se han hecho en ámbito judío y cristiano, han obviado el orden de la narración en los tres primeros capítulos y han proyectado sobre Gén 1-2 el impacto causado por el final de Gén 3 con lo que toda la perspectiva se ha falseado sin que se tome consciencia de ello3. Por eso aquí tomaremos los dos capítulos del Gén en su orden literario sin por ello perder de vista que se trata de fuentes distintas. Preferimos trabajar sobre el texto final tal y como se nos ha transmitido en el TM (texto masorético).

En Gén 1 la creación surge de la Palabra de Dios que activa el principio de separación o diferenciación en un proceso que parte de las unidades mayores indiferenciadas, y desciende a las unidades menores diferenciadas. Al llegar a la creación del ser humano el principio continúa siendo el mismo. Los vv. 26-27 proponen tres estadios: en el discurso directo de Dios 'adam (hombre) aparece sin artículo, como un ser indefinido. En la voz del narrador, aparece primero con artículo ha 'adam (el hombre) y luego en la dualidad sexual, como macho y hembra, señalando el paso de lo indiferenciado genérico a imagen de Dios lo creó a lo diferenciado y específico macho y hembra los creó.

En Gén 2 el principio sigue siendo válido aún cuando se trate de una tradición textual diferente. El juego de palabras entre 'adamah (humus, tierra) y 'adam (hombre, humano) nos ofrece una pista inicial que sitúa el principio de diferenciación y lo comienza. También advertimos tres estadios en este proceso. El primero es el que marca la primera etapa: el 'adam (hombre, humano) genérico que es tomado-separado de la tierra-humus, 'adamah es aquel ser todavía no diferenciado en sí mismo. De este 'adam (humano) surgirá en un segundo momento la diferencia sexual posibilitada por el reconocimiento del otro situado enfrente, 'ézer kenegdó' (ayuda enfrente). El texto dice que esta diferencia la percibe un 'adam al que la alteridad ha convertido en ish (varón). Irónicamente el varón sólo es tal cuando reconoce a la 'ishshah, (varona, mujer) nombre derivado y, en autorreferencia ( ¿quién le ha dicho a este varón de dónde ha sido tomada la mujer?), da una explicación de la relación que acaba de descubrir (¿por qué en el reconocimiento de la mujer aparece ya este afán de explicarse el origen de ella?). Ni siquiera dice que ha sido sacada-separada del 'adam. El reconocimiento está en discurso directo, pero nosotros ya sabíamos por el narrador antes de que lo supiera el 'adam (humano) covertido en ish (varón), que Dios había diferenciado a la ishshah (varona) del 'adam (humano, hombre). A partir de este momento el 'adam se puede identificar con el ish porque ya está en un nivel de mayor diferenciación. Hasta el c. 4 no tiene lugar la diferenciación total. Igual que en Gén 1, la creación del ser humano la realiza Dios por su Palabra que activa ese principio de que hablábamos. Pero lo que añade este capítulo con respecto al precedente es que esa Palabra aquí activa la diferenciación. En Gén 1, 26 el discurso directo de Dios expresa la intención explícita de crear al ser humano sin explicitar la diferencia. Es el narrador el que luego nos relata que los efectos de esa palabra son el ser humano diferenciado. En cambio en Gén 2 ocurre a la inversa. Es el narrador el que nos dice en el v. 7 que Dios crea al ser humano indiferenciado, mientras que la diferenciación la propone YHWH mismo en discurso directo al observar que su creación no está perfecta. El estadio diferenciador es en este proceso creador un momento de perfección. Aún más. Si la primera diferenciación tenía lugar a partir de un medio amplio tosco, la tierra, el suelo, la segunda tiene lugar a partir de un ser humano que ya tiene nephesh (aliento, vida). El tercer estadio tiene que ver con el c. 4, pero no vamos a entrar en él.

Desde la perspectiva trinitaria en que nos movemos esto suscita algunas reflexiones conclusivas. Nos lleva a preguntarnos por el significado que tiene ser imagen de Dios aplicado al ser humano. Y una primera respuesta apunta a Dios mismo como ser diferenciado cuya obra creadora adquiere así un cierto carácter especular al que pertenece la misma autonomía. Esto se vuelve explícito en la creación del ser humano. Dios, principio de la vida, culmina su creación de forma cualitativa no sólo en la acción directa de soplar vida, sino en la acción mediada de ir promoviendo la perfección humana. Esta perfección tiene que ver con el surgir de la alteridad, incluyendo el proceso mismo, con la capacidad de estar frente a otro del que se percibe a la par la diferencia y la semejanza. El juego de palabras ish- íshshah (varón-varona) es ilustrativo a este respecto. Por tanto, Dios creador del ser humano es Dios principio de igualdad cada uno referido al otro (alterorreferente). Si no hay referencia al otro no es posible, entonces, que se active el principio de igualdad. Y en estos textos del Gén la referencia del uno al otro se ilustra con la dualidad sexual. La idea de subordinación de un sexo a otro es ajena al texto. Las expresiones que se han interpretado en este sentido han sido ya objeto de investigación minuciosa que muestran la debilidad de dichas interpretaciones. Ambos sexos pertenecen al mismo proceso creador y la referencia mutua es, a la par, referencia a Dios creador. La imagen de Dios, según el relato de Gén 1 (fuente P) es la dualidad mutuamente referida. Esto se explicita en el relato de Gén 2 (fuente J). De esta forma, lo que podría covertirse en dualidad cerrada queda abierto,  por la mutua referencia, a un tercero que remite al principio creador, es decir a Dios como persona. El tercero no es Dios directamente, sino la referencia mutua de mujer y varón.

Surge no obstante una pregunta lógica: ¿sólo la dualidad sexual en su mutua referencia es imagen de Dios? ¿qué ocurre con otras relaciones que no se sitúan en este plano? Es necesaria una precisión: la alteridad que proponen estos textos primeros del Gén es típica. Todavía el ser humano diferenciado no tiene nombre. Sólo en el c. 4, de nuevo por la mujer", tiene lugar la otra diferenciación que estriba en el dato de tener nombre. No tener nombre propio implica en estos niveles de orígenes que se ilustra la referencia de uno a otro en su polaridad típica y es que la alteridad es más perceptible en la diferencia sexual, como dato primero, antes de cualquier otra alteridad que incluso pudiera aparecer más fuerte que la de género (masculino o femenino, varón o mujer) . La ilustración típica muestra por una parte la dificultad que supone para el ser humano llegar a la individualidad personal del otro más otro, cuando ese otro es el del sexo opuesto, pero por otra muestra a la par el gozo de reconocer y saberse persona al ser reconocido como otro.

La historia de las interpretaciones de estos textos muestran esta dificultad así como las consecuencias de una percepción superficial, o amenazada que falsea la realidad al no tener en cuenta la realidad personal de la mujer, creando condiciones de existencias por debajo del plan divino en sus comienzos igualitarios. La alteridad falseada ha marcado la historia humana de relaciones entre los sexos con consecuencias negativas sobre ambos. La mujer aparece como la víctima de la marginación de género y su protagonismo histórico aparece por su falta, por su invisibilidad. Pero por su parte el varón ha sufrido la represión y sus efectos por no reconocer la alteridad de la mujer, ni realizarse en la alterorreferencia. La historia y sus monstruos indican que al faltar esa alterorreferencia típica, el varón se concebía incapaz de toda otra referencia humana. La historia muestra una triste imagen en la que a duras penas Dios podría reconocerse.

Esta dualidad de el varón y la mujer de los orígenes, entendida como oposición sexual, es la que ha sido tomada por la teología posterior para referirse, análogamente, a las relaciones diferenciadas de la Trinidad y hablar así de Dios como Ser en relación.


III. El Hijo de Dios y las mujeres: NT

1. JESÚS Y LAS MUJERES. Sobre un fondo patriarcal muy fuerte Jesús actúa con las mujeres de forma innovadora entre sus contemporáneos judíos con respecto a la identidad y rol de la mujer. Resumimos brevemente las notas más relevante de la actitud de Jesús con las mujeres. Este colectivo, por su situación, era paradigma de marginación en aquel entorno y en aquel tiempo. Estas notas están referidas a la situación de marginación' sexual, social y religiosa. Relacionadas entre sí, las vemos por separado.

La marginación sexual de la mujer se advertía en las relaciones que establecía con el varón y en las normas de pureza a causa de funciones biológicas femeninas. Las relaciones entre los sexos era la propia de la vida conyugal y familiardentro de la normativa judía. Las llamadas impurezas se referían al tabú de la sangre menstrual y del parto que la obligaban a una restricción de las relaciones humanas, un aislamiento mayor en todos los ámbitos, incluido el religioso (especialmente), el implícito desprecio de la realidad corporal femenina y de aquello que la identificaba como mujer con las consecuencias graves para la autoestima y la realización personal de la misma. Jesús reacciona contra este tipo de marginación explícitamente. Sus relaciones con las mujeres no eran funcionales, sino personales. Amplía la posibilidad de esta relación admitiendo mujeres en su grupo de discipulado (Lc 8,1-3), hablando en público con alguna de ellas Un 4,27) en abierto desafío, devolviendo a la mujer la dignidad de su funcionamiento corporal femenino como en el caso de la hemorroísa (Mc 5,21-43), denunciando la doble moral y equilibrando paritariamente las responsabilidades de fidelidad conyugal como en el caso del divorcio y del adulterio (Mc 10,1-12; Jn 8,1-11).

La marginación social de la mujer la recluía en el mundo privado de lo doméstico, privándola de la capacidad adulta de responsabilidad en el ámbito familiar, jurídico, sociopolítico y religioso. Jesús reacciona tratándola como sujeto de hecho y de derecho en lo señalado ya sobre el divorcio, así como en lo que indican las parábolas que la sitúan en igualdad de actividad con el varón: la mujer que introduce la levadura en la harina (Mt 13,33) en paralelo con la actividad del varón que siembra un grano de mostaza (Mt 13, 18-19) o el amigo inoportuno que pidepan en la noche (Lc 11,5-8) que se corresponde con la viuda impertinente que insiste al juez para que le haga justicia, o la de las diez vírgenes (Mt 25,1-13) que se corresponde con la parábola de los servidores que esperan con lámparas a que vuelva su Señor (Lc 24, 45-51) con una amonestación parecida ¡ay de aquellos servidores a quienes su Señor encuentre dormidos...! a la de las vírgenes necias. Su forma de entender la actividad, al ser puesta en comparación con el varón, queda elevada a la misma categoría de sujeto activo que el mismo varón. Jesús convierte a las mujeres en los primeros testigos de su resurrección desafiando así de una manera radical la consideración de la mujer como incapaz de dar testimonio válido (Mc 16, 7 y par).

La marginación religiosa mantenía a la mujer alejada de la relación directa i con Dios y del ámbito de lo sagrado. No tenía acceso directo al estudio de la Torah, ni al templo, ni a toda otra realidad religiosa. Las múltiples prescripclones legales de pureza ritual por las que tenía que pasar, le dificultaban aún más sus posibilidades de realización aromo sujeto religioso adulto de pleno derecho. La circuncisión, al ser un rito iniciación absolutamente masculino la excluía ya por principio de la participación plena en el Pueblo de Dios. Ella adquiría la pertenencia sólo por vía y mediación del marido. Jesús erradica con su mensaje, palabras y gestos esta situación injusta. Las mujeres participan del reino de Dios en paridad con el varón. A ambos se les pide la fe y los evangelios conservan figuras relevantes paralelas en algo tan importante como la confesión de la fe en Jesús Hijo de Dios: Marta (Jn 11,27) y Pedro (Jn 6,69). No obstante, los evangelios registran más casos de fe de mujeres que de varones. El acceso directo al Padre de Jesús no tiene ya que ver con el sexo ni con otras razones discriminantes, las mujeres pueden orar del mismo modo que pueden hacerlo los varones. En ningún lugar de los evangelios aparecen restricciones a este respecto. El Padre nuestro es la oración de los discípulos y, como afirma R. Aguirre, sería un reflejo androcéntrico entender por discípulos sólo a los varones. Las mujeres del grupo de Jesús se incluyen como misioneras, enviadas, en aquellos 72 que Jesús envió delante de sí (Lc 10,1). Los textos de la Pascua son en este sentido los más importantes. Las mujeres están en los momentos más fuertes. Es una mujer la que le unge como profeta en Betania (Mc 14,3-9) cuando están a punto de tener lugar los acontecimientos finales y las palabras con las que transmite la importancia del gesto se asemejan bastante a las de la eucaristía. Son las mujeres las que están en el lugar de la muerte (Mc 15,40-41 y par) y Mc se encarga de vincular esta presencia al seguimiento de Jesús como discípulas y son las mujeres las que testimonian la resurrección.

No obstante esto precedente, surge una pregunta en ámbitos feministas que no es fácil ni obviar, ni responder. ¿Por qué no se encarnó Dios en una mujer llevando así al límite la kénosis? No podemos responder aquí, evidentemente, aunque sí podemos señalar hacia dónde apuntan las respuestas. La opinión más aceptada cree que si la segunda persona de la Trinidad hubiera sido mujer, no hubiera tenido posibilidad siquiera de anunciar su mensaje. No lo permitía el contexto. Otras opiniones se basan en principios de antropología bíblica y remiten a los textos del Gén de la creación del ser humano, desde una interpretación androcéntrica de los mismos. Se va abriendo paso otra en la que sin negar la pregunta, ni contestarla todavía, la sitúa en un tipo de antropología diferente en donde los sexos están relativizados en relación con lo que supone ser persona. Este intento de respuesta todavía no está maduro, necesita una fundamentación antropológica que aún no está realizada. Lo importante es que se sitúa en el principio cristiano de Gál 3, 28 en que ya no hay judío ni gentil, ni esclavo ni libre, ni macho ni hembra, porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús. En los primeros siglos hubo una regresión en la historia de la Iglesia en la práctica de este principio en lo que respecta a la mujer, pero el principio se ha mantenido y tal vez ahora el contexto psicosocial permite una puesta en práctica que antes no tuvo lugar por diferentes razones.

2. LAS MUJERES EN EL MENSAJE CRISTIANO. Nos referiremos brevemente a los principios cristianos y a las dificultades de la praxis con sus consecuencias.

a. Los principios cristianos. La fórmula de Gálatas que se inscribe en un contexto bautismal remite a los principios que se derivan del mensaje de Jesús y de su actitud con las mujeres. Este principio formula la comunidad de iguales en que se superan todos los niveles de discriminación. Curiosamente recorre los tres niveles en que Jesús haliberado a la mujer durante su vida. La fórmula tiene una estructura que permite advertir un orden buscado: de la negación de la discriminación religiosa, como el dato más amplio, se desciende a los otros dos más concretos referidos a colectivos especialmente oprimidos por una estructura sancionada socialmente, los esclavos y las mujeres. De alguna manera el tercer par concreta los otros dos radicalizándolos y reasumiéndolos. Pero la negación de la fórmula es tan radical que afecta a los dos polos de cada par. Si no hay esclavo es lógico que no haya amo, y si no hay hembra es coherente que no haya macho, pierden la mutua referencia dialéctica en cuanto a estructura de discriminación. La fórmula niega ambas polaridades para poder afirmar la unidad en Cristo. Se niegan las estructuras discriminantes para poder recuperarlas en el ámbito de la relación de iguales. Pero esto que es tan claro a nivel de principios, no lo fue siquiera en formulaciones posteriores' en que se sentía la necesidad de suavizar en especial el tercer par.

b. Los conflictos de la praxis. Parece claro que tanto los esclavos como las mujeres tenían expectativas de cambio en la práctica. Esta, sin embargo, se presentó difícil justamente en el proceso de institucionalización, necesario por otro lado para la pervivencia de la Iglesia. No eran compatibles, y paralelo al proceso de institucionalización se realizó un proceso de patriarcalización. Las necesidades de adaptación al medio prevalecieron para que sobrevivieran la disciplina y el buen orden de forma que se salvaguardara la pervivencia de la Iglesia. El precio fue la relegación progresiva de laicos y mujeres que las privó del protagonismo que habían adquirido en el movimiento de Jesús.

c. Las consecuencias. Dicho muy brevemente, las consecuencias recayeron no sólo en el ámbito disciplinar, sino en la misma credibilidad del principio de igualdad establecido por Jesús. Es difícil expresar la magnitud de la pérdida que ha supuesto para estos 21 siglos de Iglesia la marginación de las mujeres, más de la mitad de la humanidad en este período de historia. La Iglesia ha quedado perjudicada en muchas de sus áreas más importantes. Sólo apunto algunas que atañen a la misma concepción de la divinidad, la rigidez del lenguaje androcéntrico con que le hemos nombrado y le seguimos nombrando y la repercusión en la antropología teológica, cristología, eclesiología y misión. Se ha visto afectado el misterio de la encarnación que se sigue realizando a través de mediaciones históricas porque el Cuerpo de Cristo aún no está completo (Col 1,24 ).

 

IV. Trinidad y dualidad sexual humana

1. ALTERIDAD Y REFERENCIA: LA PERSONA COMO RELACIÓN. La dualidad sexual es la forma de ser personas que tenemos los humanos. Pero no se puede reducir la persona al sexo sin el riesgo de perder de vista los fundamentos de la identidad humana. El plantea-miento correcto creo que debería tener en cuenta el principio de la alteridad en dialéctica con el principio de referencia que la misma alteridad lleva implícito. Sería volver a los textos del Génesis para advertir la articulación de ambos principios sabiendo que la dualidad sexual es la situación típica de ambos principios, pero que el ser humano está más allá de su concreción sexuada. Si lo que le hace persona es la relación y ésta presupone la alteridad entonces la dualidad sexual remitirá a Dios como relación de personas justamente en base a los principios de la relación. En este sentido es peligrosa esa corriente que intenta remitir el ser humano a Dios desde la analogía de los sexos. En el caso de Jesús, Hijo de Dios, su carácter de persona humana, persona en la historia, excede la concreción sexuada de su naturaleza humana. Si Jesús es el Hombre Nuevo, no lo es en su calidad de varón, sino en cuanto persona, persona segunda de la Trinidad. La dualidad sexual por tanto, remitirá a Dios desde el ser persona Jesús, desde su ser-en-relación tanto por las relaciones trinitarias, como por las relaciones con las personas con las que vivió en su tiempo.

Planteamientos con una antropología basada en estos criterios y otros que se derivan de ellos, ayudarían a entender mejor la realidad humana de ambos sexos en relación con la creación de un Dios que nos hizo a mujeres y varones a imagen y semejanza suya. Pero aún no hay una adecuada respuesta a la cuestión.

En perspectiva trinitaria la mujer es importante tanto en cuanto su identidad sexuada opuesta a la del varón se convierte en momento de diálogo interpersonal. Pero en este sentido el varón es igualmente importante. Me interesa resaltar que la posibilidad que da la mujer a un mejor acercamiento a la Trinidad es la que lleva a dar el salto a lo personal dejando en un plano de fondo la diferencia sexuada. Y es que la Trinidad cristiana, estrictamente hablando, no se establece desde el diálogo varón-mujer, como puede suceder en otras concepciones religiosas, sino desde otro tipo de relaciones, las de los símbolos padre-hijo. Una paternidad maternal y una filiación que supera la dualidad sexual. Resulta extraño, pero sugerente y creativo de cara a nuestra forma de entender a Dios, Trinidad de personas, y al ser humano, varón y mujer, imagen suya. Imagen cada una/o como persona íntegra y, por lo mismo, en relación con otro/s no importa del sexo que sean. Un arquetipo clave de la concepción religiosa de Dios como la de la relación de oposición varón-mujer se ha roto definitivamente en el cristianismo. Desde Jesús los peligros de esta proyección están anulados. Si a pesar de todo nuestra historia nos la muestra evidente es que nuestro pecado nos lo ha impedido; es por no haber entendido la novedad radical del Padre de Jesús, de Jesús Hijo de Dios y del Espíritu del Padre y del Hijo.

[->* Antropologia; Biblia; Creación; Espíritu Santo; Fe; Historia; Iglesia; Jesús; Padre; Pascua; Reino; Trinidad.]

Mercedes Navarro Puerto